
Una de las vertientes más prolíficas –y
exitosas– de la reciente historia alternativa ha sido una cierta historia
esotérica, que puede incluir aspectos diversos relacionados con sociedades
secretas, templarios, cátaros, tesoros ocultos, linajes sagrados, etc. Este
subgénero no es en realidad nada nuevo, pues hace ya medio siglo que despegó
gracias a la difusión del llamado “misterio de Rennes-le-Château” junto con
otros temas colaterales. Este fue el principio de una literatura popular que
mezclaba lo histórico (o político) con lo religioso y lo oculto, cuyo punto
culminante tuvo lugar a finales del pasado siglo con la publicación de Holy
Blood, Holy Grail,
de los investigadores británicos Baigent, Leigh y Lincoln, que fue
un notable éxito de ventas. Veinte años más tarde, el escritor Dan Brown se
inspiró directamente en dicha obra –siendo incluso acusado de plagio– y saltó a
la celebridad con su famosa novela (y luego película) El código da Vinci,
que reincidía en la misma temática, pero con una elaborada trama de corte
policíaco. Lo cierto es que a día de hoy se han publicado sobre el tema miles
de libros y artículos en varios idiomas, y ya es todo un clásico de la historia
alternativa.
Con tal éxito popular, podemos afirmar sin
reservas que –más allá de una compleja investigación de trasfondo histórico–
estamos ante todo un fenómeno cultural de masas, y en este punto sería lícito
preguntarse qué hay de especulación y de realidad en este asunto y si se han
manipulado o exagerado las cosas por motivos simplemente comerciales o de otra
índole. En fin, por desgracia, vemos aquí la habitual sombra que planea sobre
muchas obras de historia alternativa, en que se acusa a los autores de fantasía
o tergiversación de los hechos para crear y vender historias fascinantes pero
que tendrían escasa veracidad, con mucha más carga literaria que científica.
Esta controversia, empero, no es fácil de
abordar y resolver, pero aquí al menos trataré de aportar algunos argumentos e
impresiones personales, a partir de mi condición de lector de tales obras y de
historiador con bagaje académico. Y como aviso a navegantes, remarco que la
introducción al “misterio de Rennes” que ofrezco seguidamente está basada en
las versiones convencionales y en los hechos más o menos probados. Otra cosa
muy distinta son las interpretaciones, que están sujetas a crítica y revisión
por las razones que luego expondremos. Vayamos pues a la presentación de los
elementos esenciales.
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Bérenger Saunière |
Todo empezó el 1 de junio de 1885, cuando
un sacerdote de 33 años llamado Bérenger Saunière fue destinado a
Rennes-le-Château, un pequeño pueblo de unos 300 habitantes en la comarca de El
Razès (departamento de Aude), cerca de la ciudad de Carcassonne, en el sur de
Francia. El nuevo párroco, que conocía bien el pueblo pues había nacido en la
cercana aldea de Montazels, vio que tenía mucha labor por hacer, empezando por
restaurar la maltrecha iglesia de Santa Magdalena, que estaba casi en ruinas.
El problema era grande pues las autoridades eclesiásticas no le facilitaron
fondos y la gente del pueblo tenía muy poco dinero. Pese a esas dificultades,
entre 1887 y 1888 emprendió los arreglos más urgentes con un dinero de la
parroquia. No fue hasta 1891 en que se decidió a dar mayor alcance a las obras,
gracias a una donación privada y a un préstamo del consistorio municipal. Y a
partir de ese punto todo iba a cambiar de forma dramática.
De repente, Saunière pasó a tener dinero a
espuertas y no reparó en gastos. De este modo, aceleró las obras en curso y a
finales de siglo se permitió acabar a lo grande la restauración de la
iglesia local, introduciendo algunos elementos o símbolos desconcertantes, como
por ejemplo la pila de agua bendita sustentada por una estatua del demonio
Asmodeo, la inscripción del tímpano Locus iste terribilis est (“Este
lugar es terrible”), la presencia de dos figuras del niño Jesús (uno con José y
el otro con María), e incluso un típico suelo masónico, con baldosas blancas y
negras, en forma de tablero de ajedrez orientado a los puntos cardinales. Para
algunos autores, en realidad la reforma convirtió la iglesia en un criptograma
lleno de mensajes subliminales para iniciados, algo mucho más próximo al
ocultismo que a la religión católica. Y no es menos paradójico que el obispo
de Carcassonne, Félix-Arsène Billard, hiciera la vista gorda ante tantas rarezas y
ante la incierta procedencia de la súbita riqueza del párroco.
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La Villa Betania |
Por otra parte, Saunière decidió emprender
entre 1900 y 1906 otras costosas obras en el entorno. Así, con unos fondos que
parecían inagotables,
compró terrenos, sufragó una carretera decente para acceder al pueblo y edificó
una mansión (la Ville Bhétanie) donde agasajaba a sus visitas, pero que
justificó como una futura residencia para sacerdotes ancianos. También mandó
construir un parque, una terraza o mirador (el Belvedere), un invernadero, un
pequeño zoológico y sobre todo la famosa Tour Magdala (una especie de
“mini-castillo” neogótico), donde ubicó su despacho y su biblioteca personal.
No obstante, Saunière tuvo por costumbre alojarse en la vieja casa rectoral.
En todo este tiempo, su conducta levantó no pocas quejas,
desconfianzas y sospechas pues pasaba noches enteras excavando en el
cementerio, recibía muchas visitas de personajes distinguidos,
viajaba fugazmente a lugares indeterminados (y se preocupaba de simular que no
había salido del pueblo), tenía cuentas bancarias e inversiones en varias
entidades francesas y extranjeras, buscaba y recogía piedras –sin aparente
valor– por la región, adquiría manjares y productos refinados, recibía giros
postales de toda Europa para celebrar misas, etc.
Con el paso de los años, Bérenger Saunière
empezó a tener serios problemas con sus superiores eclesiásticos a causa de su
inexplicable riqueza y su tren de vida. Interpelado por Monseñor Beauséjour, el
nuevo obispo de Carcassonne, Saunière se limitó a decir que su riqueza provenía
de las generosas sumas que recibía por parte de pecadores en busca de
penitencia que deseaban mantener el anonimato. Pero el obispo mantuvo su recelo
y después de varios intentos fallidos por su parte de alejarlo de Rennes o de
reconducirlo, finalmente logró que fuera suspendido a divinis en 1910,
lo que no comportaba la excomunión (la expulsión de la Iglesia) pero sí la
prohibición tajante de administrar sacramentos y celebrar oficios. Sin embargo,
un año después Saunière apeló la sentencia ante el Vaticano, que lo reintegró
en su cargo, desautorizando a Beauséjour. Pero esta fue una victoria parcial,
pues en 1915 fue suspendido nuevamente y esta vez de forma definitiva.
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El interior de la iglesia de Sta. Magdalena (Rennes-le-Chateau), tras las reformas de Saunière |
En todo caso, el dinero seguía fluyendo y
sabemos que Saunière, al iniciarse el año 1917, tenía previsto implementar
grandes proyectos constructivos en Rennes y en toda la comarca, incluyendo la
instalación de agua corriente para todo el pueblo y la edificación de una gran
biblioteca en forma de torre de 70 metros de altura. Todo esto no es fantasía,
pues nos consta que encargó los planos a un arquitecto e incluso llegó a firmar,
con fecha 5 de enero de 1917, un presupuesto inicial de ocho millones de
francos. Pero llegados al día 17 enero, Saunière padece un súbito ataque de
apoplejía a las puertas de la Torre Magdala y fallece poco después, el día 22.
Se sabe que antes de morir se confesó al padre Jean Rivière, amigo suyo. Al
parecer, este quedó tan impresionado ante lo que le explicó Saunière que le
negó la extremaunción, pasando el resto de su vida deprimido y turbado por el
recuerdo de lo que escuchó. Y por supuesto, no podía decir ni media palabra, al
estar atado por el secreto de confesión.
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Marie Denarnaud |
Saunière fue llorado por todo el pueblo de
Rennes y enterrado en una tumba del cementerio local.
A su muerte, desaparecieron muchos de sus objetos personales (libros, cuadros,
papeles...) y con cierta sorpresa se descubrió que él nunca había poseído nada,
pues toda su fortuna y propiedades estaban a nombre de su ama de llaves –y tal
vez pareja– de toda la vida, Marie Denarnaud. De esta mujer se sabe que
hasta 1946 vivió de modo confortable, pero al instaurarse la nueva moneda
(francos nuevos), se encontró que debía declarar el origen de todo su dinero
antiguo. Frente a ese dilema, antes de revelar nada sobre la riqueza de
Saunière, prefirió destruir toda una fortuna en billetes antiguos y sobrevivir
en condiciones más bien precarias. En tales circunstancias, vendió la Villa
Betania y le prometió a su comprador, Noël Corbu, que antes de morir le
revelaría “un gran secreto que le haría un hombre rico y poderoso”, pero Marie
–al igual que Saunière– sufrió un súbito derrame cerebral el 29 de enero de
1953 del que ya no se recuperó; poco antes de morir sólo pudo pronunciar unas
palabras ininteligibles, llevándose a la tumba lo mucho que probablemente sabía.
Esta es la historia que popularizaron varios
investigadores desde la segunda mitad del siglo XX, empezando por Gérard de
Sède –que lanzó el caso en el ámbito francés y luego mundial– y acabando con
la exitosa obra de Dan Brown. Obviamente, el punto central de todo este asunto
gira alrededor de una hipotética fuente de riqueza que pudo descubrir Saunière
en Rennes-le-Château. ¿Se trataba de un clásico tesoro de piedras preciosas,
joyas, monedas, oro y plata, o era más bien otra cosa, tal vez un conocimiento
secreto? A partir de aquí ya tenemos las dos hipótesis principales que ofrece
la historia alternativa en torno a Rennes, que paso a comentar seguidamente.
(Dejo a un lado otras hipótesis minoritarias, como la que –por ejemplo– propone
que Saunière encontró nada menos que la tumba de Jesús.)
La primera de las hipótesis, la del tesoro
“físico”, fue defendida por el citado autor francés Gérard de Sède en su libro L’Or
de Rennes (“El oro de Rennes”), publicado en 1967. De Sède tuvo la
habilidad de retomar las habladurías e historias locales sobre Saunière y
conectarlas con las antiguas leyendas sobre la existencia de un fabuloso tesoro
en la región, atribuido a diversas culturas o poderes. Su intención no era otra
que fomentar el misterio y desbaratar la versión oficial, sostenida por
la Iglesia, según la cual Saunière se dejó llevar por la corrupción y aceptó
suculentos donativos privados al tiempo que traficaba a gran escala con la
cuestión de las misas. En efecto, para de Sède y otros muchos autores, resultaba
más que evidente que todo esto, aun siendo cierto, no explicaría
satisfactoriamente el gran volumen de dinero manejado por el párroco ni sus
extrañas actividades, a no ser que se hubiera dedicado a despistar a todo el
mundo.
Así, la versión difundida por de Sède
incide en que hacia 1891, en plenas obras de restauración de la iglesia, el
abad Saunière encontró algo insólito en el interior de uno de los pilares que
sostenían el antiguo altar de la iglesia. El hallazgo consistiría,
supuestamente, en cuatro viejos pergaminos guardados en tubos de madera. El más
antiguo era de época medieval y había otro del siglo XVII, y ambos parecían ser
genealogías reales. Los dos restantes databan del siglo XVIII, y habían sido
escritos de forma críptica por Antoine Bigou, un párroco antecesor suyo en el
puesto entre 1774 y 1790. Ahora bien, según otras fuentes fueron cinco los
pergaminos, e incluso otra versión afirma que ya en 1887 el campanero de la
iglesia le había cedido a Saunière un tubo de vidrio con un papel enrollado en
su interior que había localizado en el interior de un pilar de madera. Además,
también se halló –bajo una cierta “losa de los caballeros”–
un recipiente con algunos objetos valiosos, incluyendo monedas de oro. A partir
de ese momento, Saunière, viendo lo que podría tener entre manos, se cuidó de
desviar la atención y de alejar discretamente a los operarios y a los
pueblerinos de cualquier pesquisa o hallazgo sobre el terreno.
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"Los pastores de Arcadia", de Nicolas Poussin |
El caso es que Saunière decidió
quedarse con los pergaminos y en 1892 –tras obtener el permiso del obispo Billard– se trasladó a París para tratar de desvelar el
significado e importancia de los documentos. Allí frecuentó círculos
intelectuales y artísticos, e incluso esotéricos, y se
dedicó a estudiar especialmente un famoso cuadro del Louvre llamado Los
pastores de Arcadia (una escena de unos pastores alrededor de una tumba en
la que se lee una enigmática inscripción: Et in Arcadia ego), del pintor
del siglo XVII Nicolas Poussin. Al respecto, hay que señalar que Saunière, en
sus andanzas nocturnas en el cementerio, había dañado intencionadamente dos
lápidas funerarias de la tumba de Marie d’Hautpoul, marquesa de Blanchefort,
alegando motivos espurios, pero quizás con la turbia finalidad de ocultar
pistas sobre el paradero del hipotético tesoro, ya que en la lápida horizontal
constaba –medio en latín, medio en griego– la misma inscripción: Et in
arcadia ego. El caso
es que algunas fuentes sugieren que Saunière se hizo ocultista a raíz de su
viaje y que incluso se unió a la Orden de los Rosacruces, pero no hay certeza sobre
ello. En fin, nadie sabe exactamente qué clase de conocimientos, influencias o
poderes adquirió el párroco, pero lo cierto es que al volver a Rennes-le-Château
la situación dio un vuelco espectacular y Saunière empezó su carrera de
millonario emprendedor.
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Estatua del demonio Asmodeo |
¿Pero de qué tesoro perdido estaríamos
hablando? Lo que sabemos históricamente es que Rennes fue en época antigua un
enclave mucho más importante de lo que ha sido en tiempos recientes. En la era
romana se llamó Rhedae (o Reddae) y tras la caída del poder imperial llegó a
ser una importante capital visigoda, con miles de habitantes, en un reino que
se extendía por el sur de Francia y gran parte de la Península Ibérica. Y aquí
nace el primer eslabón de la leyenda: al parecer, los visigodos habrían ido
acumulando un gran tesoro, fruto de sus conquistas, pero sobre todo del saqueo
de Roma del año 410 a cargo de Alarico, en que dieron con muchas de las riquezas
que los romanos habrían ido rapiñando a lo largo de siglos, incluyendo el
fabuloso tesoro judío aprehendido el 70 d. C. por el emperador Tito en
Jerusalén. Y ahí se dispararon las elucubraciones por el hecho de que Saunière
hiciera colocar en la iglesia la estatua de Asmodeo, que era el demonio
custodio del templo de Salomón y sus tesoros...
Siguiendo esta cadena, otras leyendas apuntaban
a que el gran tesoro de Rennes podría estar relacionado directamente con los
cátaros o con los templarios, porque ambas comunidades –nacidas en la actual
Francia– habían amasado grandes fortunas (sobre todo los templarios) en
relativamente poco tiempo y se habían ganado muchos e influyentes enemigos.
Como sabemos, tanto cátaros como templarios fueron ferozmente perseguidos y
eliminados por los máximos poderes políticos y religiosos en los siglos XIII y
XIV respectivamente y sus riquezas bien pudieron ser ocultadas antes de caer en
manos enemigas. En cuanto al destino de este supuesto tesoro, existía una
historia local que se remontaba al siglo XVII según la cual un pastor de Rennes
llamado Ignace Paris, al buscar una oveja perdida, había encontrado una gruta
llena de esqueletos y de pilas de monedas de oro, pero nadie le creyó y terminó
siendo apedreado y muerto por ladrón. Asimismo, se sabía que desde antiguo se
habían explotado en la región minas de oro y de otros metales, si bien no
siempre resultaba claro si se trataba de yacimientos naturales o de depósitos
“artificiales”.
En resumidas cuentas, nos encontramos con una
serie de historias fantásticas sobre inmensas riquezas que durante siglos
fueron aumentando y pasando de mano en mano: judíos, romanos, visigodos,
francos, cátaros, templarios, etc. hasta que en un momento dado de la Edad
Media se perdió su rastro por completo. (¿No les suena todo esto a la película
de 2004 “La búsqueda”, protagonizada por Nicolas Cage, en la cual las
sociedades secretas tenían un papel destacado?) Lo cierto es que las conexiones
históricas y arqueológicas están ahí, como por ejemplo la presencia de los
Blanchefort, uno de cuyos antepasados, Bertrand de Blanchefort, había sido Gran
Maestre de la Orden del Temple. En este sentido, no se puede negar que la zona
está cargada de historia –a veces turbulenta– y de conflictos de
poder.
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La Torre Magdala |
Sin embargo, a la hora de presentar pruebas
determinantes sobre esta teoría, todo se queda más bien en conjeturas e
indicios. Lo único que podríamos plantear, como mera hipótesis, es que Saunière
tal vez halló una especie de “mapa del tesoro”, más o menos codificado, y que
le llevó cierto tiempo descifrarlo y dar finalmente con las riquezas. En cuanto
a los indicios, es cierto que existen algunas breves referencias al supuesto
tesoro. Por ejemplo, Saunière le confesó en una ocasión a otro sacerdote amigo
suyo, de nombre Antoine Beaux, que el tesoro existía y que él lo mantenía a
buen recaudo, sin dar más explicaciones.
A su vez, Marie Denarnaud ofreció algunas pistas y llegó a decir que “la gente
que vive aquí camina sobre oro sin saberlo” y que “con lo que había sobrado
[del tesoro] se podría alimentar a todo el pueblo durante 100 años y aún
quedaría dinero”. Por otro lado, un maestro de obras reconoció que Saunière le
había encargado fabricar un espacio bajo la Torre Magdala para guardar allí una
misteriosa caja. Por supuesto, nada se sabe de tal caja ni de su contenido.
Asimismo, el propio Gérard de Sède tuvo la ocasión de entrevistarse con un
anciano sacerdote llamado Joseph Courtauly que le aseguró que la historia del
tesoro era auténtica, y para refrendar su afirmación le mostró una colección de
antiguas monedas merovingias (datadas entre el 600 y 700), presuntamente
procedentes de Saunière.
No obstante, es evidente que detrás de tantas
palabras casi no hay nada sólido y que quizás estemos ante una enorme maniobra
de distracción. En este sentido, resulta más que extraño que Saunière, que
supuestamente tenía su disposición un gran tesoro, pasara por momentos
delicados y fases de estancamiento, lo que le comportó algunos episodios de
impago, como el que en 1903 hizo parar sus obras en marcha. Una cosa sí es
cierta, y es que muchas personas han realizado excavaciones –tanto públicas
como clandestinas– en el pueblo de Rennes y sus alrededores y aparentemente
nadie ha dado con ningún tesoro. Cabe destacar que en 1958 el famoso autor
alternativo Robert Charroux realizó en Rennes una búsqueda intensiva del tesoro
con la ayuda de un detector de metales y no encontró nada. Un año después, el
ingeniero Jacques Cholet llevó a cabo –con el permiso municipal– una investigación
sistemática, incluyendo excavaciones en la iglesia, y tampoco obtuvo resultados
positivos. Incluso a inicios de este siglo XXI se practicó una excavación bajo
la Torre Magdala, y otra vez sin ningún éxito.
Así pues, la propuesta del tesoro físico,
aunque a priori parece la más plausible, carece de firmes cimientos: no sabemos
dónde ni qué cantidad de riqueza pudo hallar el abad, ni cuál era su
naturaleza, ni cómo la vendió, ni si lo gastó todo o si ocultó una parte. Sea
como fuere, los habitantes del pueblo creyeron en su día que el abad Saunière
había hallado una fuente de riqueza oculta –llamémosla tesoro– y aún hoy
en día en Rennes se mantiene esta opinión, sustentada por el gran gasto
realizado y por algunas actividades sospechosas del párroco.

La segunda de las hipótesis alternativas,
acerca de un supuesto conocimiento oculto, es más elaborada si cabe. Lo que los
británicos Baigent, Leigh y Lincoln propusieron en 1982 en El enigma sagrado
es realmente una trama muy compleja, pero para simplificar diremos que no
niegan que Saunière pudiera haber hallado algo de valor material en Rennes,
pero que su inmensa fortuna no se derivó de tal descubrimiento. Para estos
autores, la historia de Rennes es algo mucho más grande, que podría poner en peligro
los cimientos de la Cristiandad y del catolicismo en particular, aparte de
otras derivaciones de tipo político. El centro de su propuesta se desplaza
hacia una fantástica historia ocultada a lo largo de los siglos y que por un
golpe del destino fue descubierta por el abad Saunière a través de los
polémicos pergaminos.
Dicha historia parte en realidad del evangelio
apócrifo de Felipe, según el cual Jesús habría tenido una relación especial
con María Magdalena (presentada en los evangelios canónicos como prostituta y
pecadora), hasta el punto de constituir una compañera, con relación
carnal entre ambos. Este es el punto de partida de un relato que prosigue en
Occidente, pues las leyendas locales hablan de que Cristo sobrevivió a la
crucifixión y huyó junto con María Magdalena desde Judea a la costa sur de
Francia llevando ésta en su vientre al propio hijo de Cristo.
Allí Magdalena habría sido acogida y protegida de las garras del poder romano
por una comunidad judía. Y naturalmente, una vez nacido el niño, se habría
iniciado un linaje sagrado en forma de descendencia directa de Jesucristo, que
varios siglos después se juntaría con el linaje real merovingio, de procedencia
franca.
Dicho de otro modo, se habría producido una alianza entre el poder franco,
recién convertido al cristianismo, y la familia descendiente de Cristo, que a
su vez descendería de la casa real judía de los reyes David y Salomón.
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Estatua de un caballero templario |
La argumentación prosigue por otros derroteros
insospechados, que tienen que ver con la búsqueda del Santo Grial y con los
caballeros templarios. Desde antiguo, se había creído que el Grial era un
objeto sagrado, la copa o cáliz que había usado Jesús en la Última Cena. Así
pues, durante la Edad Media había existido un gran interés por poseer esta
reliquia, que supuestamente todavía permanecía en Tierra Santa. De ahí que los
caballeros templarios la buscasen afanosamente en el templo de Jerusalén, sin
que quede claro lo que hallaron y se llevaron a Francia: ¿El propio cáliz? ¿El
arca de la Alianza? ¿Otro objeto indeterminado? Para los proponentes de esta
teoría, el auténtico Grial, empero, no era un objeto físico, sino el secreto
del linaje sagrado de Cristo, pues la expresión Sant Greal sería en
realidad Sang Real, o sea la sangre real del linaje crístico.
En este contexto, el propio caballero Godofredo
de Bouillon, en tanto que descendiente de los merovingios (y por ende, de
Jesucristo) habría encabezado la primera Cruzada en el siglo XI con el
propósito de liberar el Santo Sepulcro de manos infieles y “recuperar” así lo
que legítimamente sería suyo. Además, habría fundado una orden o sociedad
llamada el Priorato de Sión, un precedente directo de los templarios,
para salvaguardar el secreto y mantener la llama viva del linaje del Grial. De
este modo, el Priorato, junto con los templarios, se habría dedicado a proteger
este secreto durante siglos, no sólo en Francia sino también particularmente en
Escocia donde al parecer encontraron refugio otros descendientes merovingios
como los Sinclair o los Stuart (véase al respecto la famosa capilla de
Rosslyn), y todo ello a causa de la persecución por parte de la corona francesa
y del Papado. Además, ni que decir tiene que Escocia jugó un papel clave en la
pervivencia de la Orden del Temple y en la posterior aparición oficial
de la Masonería en esas mismas tierras...
Y para cerrar el relato, es obvio que Saunière
debió hallar en los pergaminos pruebas determinantes del linaje de Cristo
presentes en la dinastía merovingia, lo que vendría a desmontar buena parte de
la doctrina católica y supondría un auténtico maremoto en el ámbito religioso
pero también en el social y político. Por todo ello, esta hipótesis defiende
que el verdadero valor de lo hallado por el párroco era un secreto muy valioso,
esto es, la confirmación de la descendencia del último rey merovingio,
Dagoberto II, con lo cual el linaje habría proseguido su devenir histórico. Al
parecer, Dagoberto –al que se había querido borrar de las crónicas históricas–
habría tenido un hijo, Sigeberto IV, que habría dado continuidad a la estirpe,
si bien el imperio franco, dominador de gran parte de Europa occidental, pasó a
ser gobernado por la nueva dinastía carolingia con el inestimable apoyo de
Roma.
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Uno de los pergaminos "hallados" por Saunière |
En todo caso, uno de los pergaminos descifrados
por Berenguer Saunière confirmaría que Dagoberto estaría enterrado en Rennes,
según esta frase: “Al rey Dagoberto II y a Sión pertenece este tesoro, y aquí
yace muerto.” Y para complicar más el asunto, Dagoberto se habría alejado de la
Iglesia católica para abrazar las creencias gnósticas, que precisamente iban a
triunfar siglos después en la misma región de la mano de los cátaros... En
suma, tenemos aquí una especie de lucha secular entre dos facciones o poderes,
siendo la estirpe merovingia la que se considera perseguida y agraviada –aún en
el siglo XX– y que cree tener derecho legítimo a ocupar el trono de Francia y
de otros países. A partir de aquí, cabe suponer que –a cambio de ceder tales
reveladores documentos y de mantener la discreción– Saunière recibió una ingente
cantidad de dinero, lo que explicaría su repentina fortuna. Para reforzar esta
versión, algunos autores hacen notar que Saunière no dispuso siempre de una
continua liquidez, sino que pasó por ciertos altibajos, lo cual podría indicar
que recibía pagos periódicos o irregulares. Y aquí tendríamos que especular con
una figura en la sombra que deseaba que el párroco se mantuviese en Rennes y
con la boca discretamente cerrada.
Hasta aquí he intentado resumir los hechos y
destacar los aspectos más llamativos de esta complicada propuesta que navega
entre la religión, la política y el esoterismo, y que en su mayor parte deriva
de las explicaciones dadas por un personaje llamado Pierre Plantard de
Saint-Claire (1920-2000) a los investigadores británicos. Plantard, que se
consideraba a sí mismo descendiente del linaje merovingio y Gran Maestre del
Priorato de Sión, fue en cierto modo el gran creador del mito popular de
Rennes, pues también sirvió de fuente al ya citado Gérard de Sède. En cuanto a
los pergaminos de Saunière (se entiende los originales), Plantard aseguró que
estaban bien custodiados por el Priorato de Sión en un banco inglés y que allí
permanecerían; lo cual es decir poco más que nada. En efecto, en cuanto uno se
adentra un poco en el tema del famoso Priorato y de las historias de
merovingios, cátaros, templarios y masones, se acaba por perder en un universo
paralelo en que todo es difuso y las pruebas fehacientes brillan por su
ausencia. Hoy en día, de hecho, muchos estudiosos del tema consideran que Plantard
era más o menos un farsante o embaucador que reclamaba para sí el trono de
Francia y que el Priorato de Sión no era más que una invención moderna.
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"La otra versión" sobre Jesús |
Si, como ya vimos, la primera de las hipótesis
tenía innumerables vacíos o incógnitas, esta segunda versión resulta más
indigesta, a pesar de presentar tantas facetas e historias interconectadas.
Desde mi óptica personal y opinión como historiador, considero que Baigent,
Leigh y Lincoln confundieron lo real con lo especulativo y lo histórico con lo
legendario, y sobre todo creyeron el núcleo de la historia narrada por
Plantard, incluyendo Les Dossiers Secrets, unos documentos antiguos
modificados (¿o tal vez creados?) por Philippe de Chérisey, un colaborador de
Plantard. Por de pronto, se les podría recordar que la historia de Jesucristo
tiene dos visiones esenciales: o bien se trató de un reciclaje de antiguas
religiones paganas (y por tanto no hubo ningún Jesucristo en Judea hace 2.000
años) o bien los evangelios sí tienen un trasfondo histórico, más o menos fiel
a los hechos, y por tanto Jesús existió y fue personaje real de carne y hueso.
Todo lo demás navega en el terreno de la leyenda, y me refiero aquí a la
versión de Faber-Kaiser sobre un Jesús que viajó a Cachemira tras la
crucifixión, así como a esta versión en la que María Magdalena desembarca en
Francia y se muestra como una heroína con una aureola neo-pagana que la hace
parecer más a una típica diosa-madre de la Antigüedad o a la propia diosa Isis
antes que a un personaje histórico.
Además, si uno afronta el tema sosegadamente
verá que difícilmente puede mezclarse el cristianismo, o al propio personaje de
Jesús, con esta enrevesada historia que tiene su parte histórica pero también
una gran parte especulativa o legendaria, que hace que todo el argumentario
resulte bastante frágil. Así, dejando a un lado la historicidad de Jesucristo,
si nos ceñimos a su mensaje espiritual está claro que cuesta casar aquellas
palabras de “mi reino no es de este mundo” con las riquezas materiales y las
disputas político-religiosas medievales, y aún menos con las sociedades
secretas (o discretas). Dicho esto, a lo mejor la Iglesia –me refiero a
la jerarquía– no es precisamente la mejor defensora del mensaje de Cristo, sino
más bien lo contrario, pero eso sería tema para otro artículo...
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El esoterista alemán Otto Rahn |
Llegados a este punto, podemos concluir que
esta segunda hipótesis se presenta como un extraño batiburrillo de enigmas
históricos, creencias religiosas y rivalidades políticas con un buen aderezo de
ocultismo e intriga, en el que no podían faltar los nazis, que en los años 30
encargaron al esoterista Otto Rahn la búsqueda del Grial en tierras cátaras.
Lamentablemente, el quid de toda la historia reside en unos pergaminos
que o bien se han perdido para siempre, o bien fueron guardados celosamente.
Asimismo, según las diversas fuentes consultadas, no existe unanimidad en
cuanto al número exacto de documentos y el significado de su contenido, por no
hablar de la grave sospecha sobre su propia existencia o autenticidad. Es más,
existen ciertas opiniones que aseguran que los “verdaderos pergaminos” no
tienen nada que ver con lo que se difundió a partir del trabajo de Gerard de
Sède (que sólo tuvo acceso a las supuestas copias de dos pergaminos). Por lo
tanto, es más que posible que todo lo que se ha publicado sobre éstos –con su
mensaje críptico o herético– carezca de la más mínima fiabilidad. En suma, este
escenario está muy bien para una novela fantástica y de intriga, pero no para
una investigación histórica seria.
Lo mismo podríamos decir sobre muchas de las
pistas, que con frecuencia se pierden en el ámbito del esoterismo, el
simbolismo, o incluso la conspiración, con extrañas muertes y sospechosos accidentes
incluidos. De hecho, se han propuesto también oscuras tramas paralelas en las que
estarían implicados otros religiosos, sobre todo los de la región, como el
propio obispo Billard, el padre Boudet (párroco de Rennes-les-Bains) o el padre
Gélis (párroco de Coustassa), que fue brutalmente asesinado en 1897. Y, yendo
aún más allá, se han formulado tantas y tan audaces interpretaciones en clave
oculta, apelando a menudo a la geometría sagrada, que necesitaría mucho más
texto para analizarlas. Así pues, y aun a riesgo de decepcionar a algunos
lectores, prefiero dejarlas aparcadas y remitir a los interesados a las
búsquedas en Internet, donde se puede hallar una extensa información sobre
éstas. Puedo estar equivocado, pero mi impresión es que hay demasiado ruido
para tan pocas nueces y que a estas alturas cuesta una enormidad separar la fantasía
de los hechos.
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Fachada de la Villa Betania |
Personalmente, un sexto sentido me sugiere que
toda esta historia de Rennes-le-Château está contaminada, manipulada o fabulada
para desviar la atención o quizá para introducir determinadas creencias en la
población con fines insospechados. Aunque también podría ser que ciertas
personas simplemente tuvieran necesidad de obtener notoriedad, fama, dinero u
otras ventajas, empezando por el propio párroco. ¿Acaso no sería posible que las
corruptelas y asuntos turbios de Saunière hubiesen sido mucho mayores de lo que
se ha destapado y que él mismo hubiese fomentado la historia del tesoro para ocultar
la verdad? Y más tarde, otros habrían retomado la historia para sacar provecho
de ella. En este sentido, se ha comentado repetidamente que el propietario de
Villa Betania en los años 50, el señor Corbu, avivó la leyenda para dar
publicidad al pueblo y a su restaurante allí ubicado. De hecho, la espoleta
estalló en 1956 con un artículo sensacionalista, publicado en La Dépêche du
Midi,
sobre el “cura de los millardos” que
había encontrado el tesoro de Blanca de Castilla. Todo el resto –con la
posterior aparición de Plantard, de Sède y Lincoln (entre otros)– fue una
consecuencia casi inevitable que acabó por crear una bola de nieve que fue
creciendo con el paso de los años.
Ahora bien, ello no obsta a que
en esta cuestión exista un fondo real e inalcanzable que los investigadores
recientes han intentado sacar a la luz, aunque sin éxito hasta la fecha. Así,
es pertinente mencionar que existe sobre Rennes-le-Château una cierta
literatura desmitificadora que prácticamente es desconocida por el gran público
porque en gran medida rompe el hechizo y aporta explicaciones más
mundanas a las andanzas del abad Saunière, en un contexto mucho más próximo a
los personajes, la época y los rituales religiosos. Para no extenderme, digamos
que esta literatura crítica defiende que si bien hubo controversia a inicios
del siglo XX por las actividades de Saunière, la mayor parte de la parafernalia
de misterio y esoterismo fue construida artificialmente a partir de los años 50. De este modo, aunque en las últimas décadas ha prosperado una cierta
“fiebre Rennes-le-Château” en la que muchos autores han optado por seguir la
estela del misterio y el sensacionalismo, otros tantos se han dedicado a
rebuscar hasta el último detalle sobre el terreno y sobre las fuentes
documentales con espíritu casi científico.
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La famosa inscripción "Locus iste terribilis est" |
Como consecuencia de este afán, muchos
datos –algunos bastante relevantes– que aparecían en las dos obras principales
aquí citadas han sido revisados a fondo y puestos en tela de juicio. Por
ejemplo, se cree que el famoso pilar del altar nunca albergó los pergaminos
pues sólo tenía un pequeño hueco en el que no podían caber estos objetos. Aún
así, se sigue afirmando que el hallazgo fue corroborado por los obreros que
estaban en la iglesia en ese momento. Por otra parte, se ha comprobado que
muchas de las inscripciones extrañas (como el famoso Locus iste
terribilis est) no son nada esotéricas o enigmáticas, sino que forman parte
de las escrituras y fórmulas rituales cristianas, en un sentido y contexto bien
conocido. Incluso se ha llegado a cuestionar que Saunière llegara a viajar a
París pues no existen pruebas definitivas e independientes de tal viaje.
¿Falló la memoria de los testigos? ¿Se
han confundido circunstancias y momentos? ¿Han habido tergiversaciones
intencionadas? Ya sólo consultando las múltiples fuentes disponibles
comprobamos que no siempre casan nombres, fechas, situaciones, detalles...
Desde luego, una vez más estamos ante la gran dificultad de valorar y contrastar
versiones contradictorias, lo que puede provocar más desconcierto que otra
cosa. Aquí topamos con el grave problema de fondo de no poder fiarse totalmente
de las fuentes de información (libros o Internet), ante lo cual no quedaría
otra solución que llevar a cabo personalmente una investigación periodística o
histórica en toda regla.
Por lo demás, en mi visita a Rennes hace
unos años noté a veces una atmósfera extraña, opresiva o mágica, pero bien pudo
ser la autosugestión, y ya sabemos que el peso de las creencias y los
prejuicios es grande. Eso sí, tanta histeria por el tesoro ha provocado que las
autoridades locales hayan puesto un cartel, nada más entrar en el pueblo, en el
cual se advierte que las excavaciones en toda la zona están terminantemente
prohibidas. No obstante, la expectación se reduce a medida que visitamos los
lugares clave. Así, la impresión general que tuve es que allí hubo quizá mucha
historia pero que ahora ya no queda casi nada. Todo está servido, por supuesto,
bajo el paraguas del misterio –el que aportaron Saunière y otras personas– pero
al final uno se queda con la sensación de haber pasado por un parque temático,
pues en realidad lo que vemos actualmente no es más que un teatro o negocio
turístico bien explotado. En ese contexto, casi resulta mejor olvidarse de
pergaminos y tesoros y gozar de la belleza del pueblo –situado en una
privilegiada y estratégica posición natural– así como del magnífico paisaje
circundante que se puede observar desde el Belvedere construido por el propio
Saunière.
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Entrada al pueblo de Rennes, con el cartel que recuerda la prohibición de realizar excavaciones |
En fin, la pena que siento es que detrás de la
farsa, fantasía o exageración sobre el asunto que se ha ido creando durante un
siglo existe algo que se nos escapa –el verdadero enigma– y que Saunière se
llevó a la tumba. ¿Realmente encontró algo importante? ¿De dónde salió su
tremenda riqueza? ¿Se trató de una mera aventura personal o realmente había más
personas o entidades implicadas? ¿Qué hizo Saunière en sus numerosos y
misteriosos viajes? ¿Por qué aparecieron por medio personajes tan notables en
Rennes? Creo que detrás de toda la polvareda que ha levantado este caso en más
de 100 años se mantienen algunas sombras y no hay perspectiva cercana de que la
luz llegue a disiparlas.
© Xavier Bartlett 2018
Fuente imágenes: archivo del autor / Wikimedia Commons