Por allá en los años 70 del pasado siglo unos arqueólogos descubrieron casualmente
varios fragmentos de cerámica y utensilios líticos en un árido e inhóspito
lugar del suroeste de Egipto llamado Nabta Playa[1]
(en Nubia, a unos 100 km. al oeste de Abu Simbel). Al poco tiempo, al explorar
el paisaje circundante, observaron una serie de rocas o piedras dispuestas de
forma particular. Al principio sólo se apreciaban las puntas de tales rocas,
pero al limpiar y excavar la zona se pudo comprobar que se trataba en muchos
casos de antiguos megalitos, llevados allí desde alguna cantera y colocados
verticalmente sobre el terreno con un evidente propósito de marcar o delimitar
algo.
Dado el interés de los restos identificados, este yacimiento arqueológico fue excavado por un equipo científico internacional denominado CPE (Combined Prehistoric Expedition), liderado por los antropólogos Fred Wendorf y Romuald Schild. Tras varios años de trabajo se pudieron identificar dos tipos principales de estructuras en superficie. Por un lado, monolitos o grandes piedras, la mayoría talladas, situadas sobre el sedimento de un antiguo lago desecado. Por otro, formaciones de rocas que afloraban a la superficie y que estaban relacionadas con los monolitos ya mencionados. Aparte, destacaba una pequeña estructura circular desconectada de las alineaciones de megalitos. En cuanto al sedimento excavado, se hallaron restos de poblamiento y enterramientos rituales de ganado, y se identificaron algunos grabados sobre el lecho de la roca madre. Todos estos hallazgos quedaron bien registrados mediante un detallado plano de la zona y más tarde se dieron coordenadas a los principales megalitos mediante GPS.
Dado el interés de los restos identificados, este yacimiento arqueológico fue excavado por un equipo científico internacional denominado CPE (Combined Prehistoric Expedition), liderado por los antropólogos Fred Wendorf y Romuald Schild. Tras varios años de trabajo se pudieron identificar dos tipos principales de estructuras en superficie. Por un lado, monolitos o grandes piedras, la mayoría talladas, situadas sobre el sedimento de un antiguo lago desecado. Por otro, formaciones de rocas que afloraban a la superficie y que estaban relacionadas con los monolitos ya mencionados. Aparte, destacaba una pequeña estructura circular desconectada de las alineaciones de megalitos. En cuanto al sedimento excavado, se hallaron restos de poblamiento y enterramientos rituales de ganado, y se identificaron algunos grabados sobre el lecho de la roca madre. Todos estos hallazgos quedaron bien registrados mediante un detallado plano de la zona y más tarde se dieron coordenadas a los principales megalitos mediante GPS.
Lo cierto es que los científicos no acababan de ver la finalidad de las
estructuras alineadas y las respuestas no llegaron hasta 1997, cuando un arqueoastrónomo
norteamericano llamado John Malville inspeccionó el enclave y detectó un orden
cósmico en las alineaciones de las piedras. Dicho de otro modo, parecía existir
una correlación astronómica entre las piedras y el firmamento observable en
aquella región del planeta, sobre todo visible en el pequeño círculo de piedras
(de apenas unos 4 metros de diámetro), que vendría a ser un calendario solar.
Según las investigaciones in situ,
este círculo marcaría el solsticio de verano y la posición de las estrellas en
los cielos nocturnos, a fin de orientarse en el terreno. Además, dicho círculo
contenía seis piedras en su interior, agrupadas en dos hileras de tres, pero no
se pudo ofrecer una interpretación satisfactoria sobre su función. Finalmente,
se pudieron distinguir hasta seis alineamientos de megalitos principales que –a
modo de radios– partían de un mismo centro (marcado por una gran piedra rodeada
de otras piedras). Tres de ellos estaban orientados al norte-noreste y los
otros tres al este-sureste, pero tampoco aquí se pudo asignar un significado
concreto a tal disposición.
Situación de Nabta Playa al sur de Egipto |
En cualquier caso, al constatar estos hechos, los investigadores catalogaron
Nabta Playa como un complejo ritual o ceremonial de carácter astronómico. En
cuanto a la cronología aproximada de este complejo, las dataciones de
Carbono-14 fijaron un amplio espectro de ocupación del lugar en el periodo
neolítico, entre el 9000 a. C. y el 3500 a. C., justo antes de que despegara la
civilización egipcia, con una especial incidencia de dataciones hacia el 6000
a. C. Cabe tener en cuenta que durante la mayor parte de este lapso de tiempo
el lugar que ahora ocupa el yacimiento no fue desértico, sino bastante húmedo,
con abundantes recursos naturales.
Fue en este punto cuando entró en escena a finales del pasado siglo el
astrofísico norteamericano Thomas G. Brophy, que había trabajado para la NASA.
Brophy había quedado muy intrigado por un artículo publicado por la revista Nature en 1998 sobre el sentido
arqueoastronómico de Nabta Playa y quiso ir más allá. A partir de aquí, emprendió
su propia investigación –que incluyó el desarrollo de un software específico de
astronomía– y en 2002 publicó sus primeros resultados en el libro The Origin Map (“El mapa del origen”),
que dejaron bastante atrás los postulados académicos aceptados hasta la fecha y
abrieron las puertas a audaces interpretaciones más propias de la arqueología
alternativa. Lo que voy a exponer a continuación es un breve comentario de sus
tesis, que Brophy ha ido ampliando hasta la actualidad con la colaboración del
famoso autor alternativo anglo-egipcio Robert Bauval, reconocido experto en
cuestiones del antiguo Egipto y de arqueoastronomía.
Brophy se centró primeramente en el análisis del “círculo-calendario” y confirmó
que se trataba de un eficaz observatorio astronómico bastante fácil de usar.
Pero además resultó que –según sus cálculos– tres de las seis piedras del
interior del círculo marcaban con precisión las estrellas del cinturón de la
constelación de Orión, que estarían justo de encima del observador en el
periodo comprendido entre 6400 a. C y 4900 a. C., reflejando así el firmamento,
lo cual conectaba directamente con la teoría de la correlación de Orión,
formulada unos años antes por Bauval a propósito de las tres grandes pirámides
de Guiza. Este hecho no podía ser una coincidencia, y en su opinión mostraría
una arcaica tradición común astronómica centrada en la representación de Orión.
En cuanto a las otras tres piedras, Brophy determinó que se correspondían con
la posición de la cabeza y hombros de esa misma constelación, pero hacia el
16500 a. C., una cronología extraordinariamente remota.
Siendo todo esto relativamente revolucionario, los alineamientos de megalitos de Nabta Playa todavía depararían más sorpresas a Brophy. El científico estadounidense constató que los alineamientos radiales a partir de un centro marcaban la posición de determinadas estrellas, pero de un modo muy peculiar. Antes de seguir, empero, es preciso realizar una puntualización. Es sabido que desde hace décadas se han estudiado las estructuras megalíticas desde el punto de vista arqueoastronómico y se ha llegado a la conclusión de que en muchos casos la observación del firmamento a través de ciertas piedras y alineaciones remitía a la posición del Sol o de determinadas estrellas en momentos específicos del año. Siendo esto cierto y contrastable, existía el problema de identificar fiablemente la época y las estrellas en cuestión, pues el conocido fenómeno de la precesión[2] hace que las estrellas “se desplacen” por los cielos en un ciclo completo que dura cerca de 26.000 años. De este modo, es obvio que muchas estrellas salen por un mismo punto del horizonte a través de los tiempos y no se pueden identificar a ciencia cierta –con una traslación a una época concreta– si no existe otra referencia clara.
Siendo todo esto relativamente revolucionario, los alineamientos de megalitos de Nabta Playa todavía depararían más sorpresas a Brophy. El científico estadounidense constató que los alineamientos radiales a partir de un centro marcaban la posición de determinadas estrellas, pero de un modo muy peculiar. Antes de seguir, empero, es preciso realizar una puntualización. Es sabido que desde hace décadas se han estudiado las estructuras megalíticas desde el punto de vista arqueoastronómico y se ha llegado a la conclusión de que en muchos casos la observación del firmamento a través de ciertas piedras y alineaciones remitía a la posición del Sol o de determinadas estrellas en momentos específicos del año. Siendo esto cierto y contrastable, existía el problema de identificar fiablemente la época y las estrellas en cuestión, pues el conocido fenómeno de la precesión[2] hace que las estrellas “se desplacen” por los cielos en un ciclo completo que dura cerca de 26.000 años. De este modo, es obvio que muchas estrellas salen por un mismo punto del horizonte a través de los tiempos y no se pueden identificar a ciencia cierta –con una traslación a una época concreta– si no existe otra referencia clara.
Megalitos procedentes de Nabta Playa, actualmente expuestos en el Museo de Aswan (Egipto) |
Justamente en el caso de Nabta Playa, Thomas Brophy apreció que las
estrellas no estaban señaladas con una sola piedra, sino con dos. ¿Qué quería
decir esto? En realidad, era un sistema de coordenadas. Una de las piedras
marcaba la posición de propia estrella en su orto helíaco en el equinoccio
primaveral, esto es, su salida por el horizonte en la fecha del equinoccio de
primavera, que sólo tiene lugar una vez cada ciclo precesional. La otra piedra
marcaba la posición de la estrella Vega (de la constelación de Lira), que es
una de las cinco más brillantes del firmamento y que representaba una referencia
estable en el hemisferio norte para los astrónomos de Nabta Playa durante aquel
ciclo precesional. De este modo, quedaba despejada cualquier duda sobre la
identidad de las estrellas, y Brophy pudo identificar en los megalitos
alineados las seis estrellas más brillantes de la constelación de Orión (¡una
vez más!) en su posición hacia el 6300 a. C.
Con todo, había otro hecho intrigante. Las piedras estaban colocadas a diferentes
distancias con respecto del centro radial. ¿A qué se debía esta circunstancia?
A simple vista no se veía una lógica en tal disposición, a menos que hubiera
una intencionalidad oculta que justificase esa dispersión sobre el terreno.
Brophy estuvo especulando con ese posible patrón de las distancias y entonces
fue a dar con una explicación que cuando menos resulta impactante. Según su
hipótesis, las distancias de los monolitos con respecto al centro reflejarían
las distancias de las respectivas estrellas con respecto a la Tierra. Una vez
consultados los estudios astronómicos más modernos sobre este tema[3],
Brophy se quedó sorprendido, pues pudo apreciar una correlación o proporción
entre las distancias sobre el terreno y las distancias en el espacio. Así,
estableció que un metro de terreno vendría a ser aproximadamente 0,799
años-luz, aunque hay que ser muy cauteloso en este campo, pues ni siquiera en
la actualidad –con todos los medios tecnológicos– se pueden dar por ajustadas y
definitivas las distancias a las estrellas. A todo esto, Brophy afirmó que la
posición de los megalitos podía contener otras informaciones como su velocidad
relativa o su masa, sin descartar otros aspectos menores, como la posible
presencia de estrellas compañeras o sistemas planetarios (en forma de pequeñas
piedras al lado de los megalitos).
Pero este panorama, aun siendo bastante desconcertante, no era todo. La
última sorpresa de Nabta Playa estaba en su subsuelo. Brophy se fijó en que,
tras excavar dos túmulos de piedra, los arqueólogos habían llegado al firme
suelo rocoso, que estaba decorado con formas esculpidas sin aparente sentido.
Sin embargo, Brophy vio ahí la forma inconfundible de la Vía Láctea vista desde
fuera, o sea, desde el polo norte galáctico. En otras palabras, se trataría de
una especie de mapa a escala de nuestra galaxia, con sus brazos en espiral, que
incluía de forma correcta la posición y orientación del Sol. Y lo que resultaba
más chocante: también incluía la presencia de una pequeña galaxia enana (la de
Sagitario), que no fue identificada ¡hasta 1994! Además, la posición de las
piedras superiores –ya retiradas– marcaría aproximadamente el centro de la
galaxia. Y para cerrar este delirante escenario, Thomas Brophy observó que una
de las líneas de megalitos apuntaba directamente a ese centro galáctico;
concretamente señalaba su orto helíaco primaveral hacia el 17770 a. C. En
cuanto al otro túmulo excavado, las formas rocosas halladas se corresponderían
con la galaxia de Andrómeda, lo que sería otro “mapa estelar”.
Teoría de la Correlación de Orión, según Bauval |
En lo referente a la conexión de Nabta Playa con el antiguo Egipto, tanto Brophy
como Bauval ven ahí la herencia o persistencia de unas observaciones y
creencias de unas gentes “pre-civilizadas” que procedían del oeste y que se
establecieron en tiempos prehistóricos en el actual Egipto, tal y como se
defiende en libros como Black Genesis
o Imhotep the African. Brophy fue más
lejos y afirmó que –según su análisis arqueoastronómico de los “canales” de la
Gran Pirámide– el conjunto de las tres grandes pirámides Guiza no fue diseñado
y construido para marcar la culminación meridional de la constelación de Orión
–lo que Bauval propuso en los 90– sino para reflejar sobre el terreno la
culminación septentrional del centro galáctico hacia el 11000 a. C., a modo de
un enorme reloj del ciclo precesional en piedra.
En fin, una vez expuestos los datos, confieso que me veo incapaz de valorarlos
en justa medida, dado mi escaso conocimiento en temas de astronomía, en los que
debo realizar un acto de fe y suponer que la investigación se ha hecho de forma
rigurosa y ajustada al método científico. A su vez, las fuentes académicas que
he consultado se centran en los trabajos de Wendorf y Malville y prácticamente omiten
cualquier referencia a Brophy, y cuando se cita su interpretación sólo es para
cuestionarla. No alcanzo pues a sacar alguna conclusión sobre las propuestas de
Brophy, aunque entiendo que puede haber un cierto margen de error debido a las propias
mediciones y también a los posibles sesgos de querer encontrar “a la fuerza” coincidencias
significativas entre un montón de datos disponibles e interpretables, si bien
el propio Brophy en algún momento dice que las posibilidades de que las alineaciones
de megalitos de Nabta Playa fueran aleatorias estarían alrededor de menos de
dos entre un millón, lo que obligaría a pensar en un hecho científico y no en
meros caprichos de azar.
El misterio de Sirio |
Sea como fuere, todo este asunto me recuerda bastante a la famosa polémica
destapada por Robert Temple sobre la astronomía de los Dogon (tribu de Mali),
que supuestamente tenían unos increíbles conocimientos astronómicos del sistema
de Sirio, y ello sin disponer –obviamente– de ningún telescopio para realizar
observaciones. Recordemos que la ciencia oficial, con Carl Sagan a la cabeza,
se tiró a degüello de los “herejes” y vio esta historia como un fraude o tergiversación
de lo que de verdad sabían los Dogon. Cualquier otra cosa “no podía ser”. En el
caso de Nabta Playa también vemos unos altos conocimientos de astronomía materializados
sobre el terreno en el periodo neolítico, que deberían atribuirse a unas tribus
de pastores supuestamente muy poco civilizadas y que tenían una existencia más
bien simple y primitiva. Pero si Brophy tiene razón, ¿cómo explicamos que esas
gentes de hace 8.000 años –como poco– tuvieran un conocimiento aproximado de la
distancia a las estrellas desde la Tierra? ¿Cómo casa ese paisaje de unas cuantas
piedras erosionadas con una intención científica tan desarrollada?
Algo similar podría decirse de muchos monumentos megalíticos en otras
partes del mundo –de la misma datación en época neolítica– que muestran no sólo
una tremenda labor constructiva (por el tamaño y peso de las piedras) sino también
un afinado diseño sobre el terreno enfocado a dos posibles fines: realizar observaciones
astronómicas precisas y facilitar un seguimiento de determinados fenómenos cósmicos
a lo largo de los tiempos, y todo ello sin descartar la plasmación física del
firmamento –en forma de estrellas y constelaciones– sobre la Tierra, de acuerdo
a la máxima hermética de “Como es arriba, así es abajo”. De hecho, Robert Bauval
está convencido de que el Egipto faraónico (y su posible antecesor prehistórico)
siguió dicha pauta de construir un enorme mapa estelar sobre el territorio a partir
de determinados monumentos.
En todo caso, esta avanzada astronomía nos empuja a pensar que los antiguos
no eran tan primitivos como creíamos y que tenían una obsesión muy marcada por
los fenómenos cósmicos y la posición de los astros. ¿De dónde surgió tal interés
y tal ciencia? Según algunos arqueólogos alternativos, estas trazas de alto
conocimiento astronómico corresponderían en verdad a la herencia de una
civilización desaparecida que legó su saber en piedra para que conservase
durante los milenios. Algo, por cierto, mucho más inteligente que nuestro modo
actual de procesar y conservar el conocimiento. Me imagino un futuro, de aquí a
5.000 años o más, en que nuestra civilización haya desaparecido. No quedará
nada –tal vez unas pocas ruinas de hormigón y acero– de lo que fueron los
gigantescos radiotelescopios de nuestra moderna ciencia y tecnología. Se habrán
perdido los libros y los registros en soporte electrónico. No habrá ningún conocimiento,
ninguna pista, ningún rastro de astronomía avanzada. En cambio, podemos
suponer, seguirán en pie la Gran Pirámide, el crómlech de Stonehenge y los
megalitos de Nabta Playa para quien pueda descifrar sus secretos.
© Xavier Bartlett 2019
Fuente imágenes: Wikimedia Commons
4 comentarios:
No conocía esto, gracias por traernos estos datos.
Yo suelo ser muy reacio a meter extraterrestres en todo esto, e incluso civilaciones perdidas con tecnología similar a la nuestra. Me parece no imposible, pero sí altamente improbable.
Pero en este caso, igual que en el de los Dogon, ¿qué otras posibilidades hay de que conociesen las distancias de las estrellas?
Quizás se haya interpretado mal y no las conocieran, que fuese casualidad, o que se guiaran por la intensidad del brillo.
Gracias Cobalt
La incredulidad es la reacción lógica en este caso, y yo mismo la he experimentado. Tampoco me gusta meter a ETs por medio, pero la evidencia de una ciencia astronómica avanzada está ahí y tiene una difícil explicación. Lo de la distancia a las estrellas me parece asombroso, así como la representación en piedra de la galaxia. Hay algo aquí que se nos escapa y que no encaja con nuestros patrones de pensamiento. De todos modos, ya he dicho que soy lego en la materia y me falta criterio para juzgar, pero bien es cierto que Brophy no es un aficionado, sino un astrofísico de la NASA. ¿Casualidades? Yo particularmente no creo en ellas.
Saludos,
X.
Al igual que el 1º comentario yo tambien desconocia por completo este asunto.
Me llama la atencion que como en todos los hallazgos de cierta magnitud,hechos en piedra,se les atribuya una relaccion astronomica,explicacion que no se puede negar ni afirmar,por carencia absoluta de datos mas precisos.
No se como compaginar primitivismo con conocimiento avanzado,a no ser que deduzca la falsedad de conceptos historicos establecidos,si no todos ,si en gran parte.
Estoy seguro de que si voy a una aldea abandonada y descubro cimientos y restos de una vivienda antigua,y le quiero buscar correlacion astronomica,creo que no seria muy dificil,dada la inmensidad del universo obserbable.
A la pregunta de como es posible algo asi en una epoca tan remota,despues y solo despues de contestar,no lo se,es cuando se abre la posibilidad de exponer teorias,que a veces pueden ser mas improbables e inverosimiles,que el hecho que se quiere describir y ante la duda no se puede descartar nada,que tenga un sentido logico,no contradictorio y con razon suficiente,para intentar explicar algo que desconocemos por completo.
Desde luego las medidas,distancias,posiciones e intencionalidad de Nabta playa,
curiosas si que son,dignas de consideracion tambien,a partir de este punto no puedo aventurarme a opinar nada mas,corresponde a los profesionales y expertos,
profundizar en el enigma.
Gracias por su trabajo. Un saludo.
Gracias Alarico
Coincido en esas apreciaciones y no puedo añadir mucho más. De todos modos, cabe destacar que la arqueoastronomía no es una materia nueva, sino que ya lleva décadas funcionando, a partir de los descubrimientos en Stonehenge y otras estructuras (muchas megalíticas, pero no todas) y que mucha gente con conocimiento ha aportado interesantes pistas. Aún diría más: es de la pocas propuestas alternativas que han sido aceptadas por la arqueología académica, si bien con algunas reservas.
Lo que está claro es que las observaciones astronómicas tenían una gran importancia incluso desde épocas prehistóricas. Sobre lo que podían saber o no esas personas en el remoto pasado no puedo juzgar ni explicar cosas que parecen imposibles. Otra cosa sería que Brophy hubiera imaginado datos que no son o que hubiera inventado relaciones a propósito, y eso ya sería fraude directamente, pero lo mismo se podría aplicar a la investigación académica. No creo que sea el caso; aunque tal vez haya un margen de error y de sesgo que es inevitable en toda investigación. Por cierto, para adentrarse en el terreno de la arqueoastronomía le recomiendo un libro de G. Hancock titulado "Heaven's mirror", que creo que fue editado en castellano como "El espejo del paraíso".
Saludos,
X.
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