Introducción
En este blog, en su momento, hice
una breve inmersión en la historia contemporánea para comentar ciertos puntos
oscuros en el trágico suceso de la pérdida del Titanic, que a día de hoy
continúa encerrando numerosas incógnitas e incluso escenarios conspirativos.
Siguiendo una línea similar, en este artículo voy a abordar otro famoso
hundimiento del cual se cumple precisamente el centenario en este 2015: me
estoy me refiriendo al caso del
trasatlántico británico Lusitania, que se fue al fondo del mar cerca de
la costa irlandesa el 7 de mayo de 1915, tras haber sido torpedeado por el
submarino alemán U-20.
Digamos que la historia del Lusitania
ha sido estudiada por numerosos expertos navales y por historiadores,
profesionales o aficionados, y ha desembocado en dos versiones o enfoques. Por
un lado, existe el enfoque mayoritario de considerar esta desgracia como una
serie de casualidades y negligencias que condujeron a un fatal desenlace, con
las graves consecuencias políticas que se derivaron luego. Por otro lado, están
los defensores de las teorías conspirativas, que en sus conclusiones apuntan a
que fue un golpe bien preparado y ejecutado, con el fin bien evidente de
implicar al gobierno americano en la guerra europea, pues hasta entonces los
EEUU venían mostrando una postura claramente neutralista. Según estos autores,
los propios hechos demostrarían que demasiadas piezas se orientaron en una
dirección concreta de forma inexplicable y que el azar no pudo juntar todos
esos componentes para dar un resultado tan fatídico. Repasemos pues los
acontecimientos desde los inicios de la Primera Guerra Mundial para ver qué
puede haber de cierto en tales aseveraciones.
De la paz a la guerra
El RMS Lusitania era un
imponente trasatlántico de la compañía británica Cunard, botado en 1906 en el
prestigioso astillero John Brown & Company, de Escocia. Desplazaba –sin
carga– más de 31.000 toneladas y tenía una eslora de casi 240 metros y una
manga de 26 metros. Estaba propulsado por cuatro turbinas de vapor Parsons que
movían cuatro grandes hélices tripalas, y podía alcanzar una velocidad máxima
de 25 nudos. Era un barco del máximo lujo y prestaciones, al estilo del Titanic[1],
diseñado para competir con otros grandes buques de la época en el transporte de
viajeros a través del Atlántico. De hecho, gracias a su gran velocidad,
consiguió ostentar temporalmente la llamada banda (o cinta)
azul, galardón que reconocía la travesía más rápida de este océano.
Zona de guerra submarina sin restricciones alrededor de las Islas Británicas |
Cuando estalló la guerra en 1914,
el almirantazgo británico tuvo intención de convertir al Lusitania en
crucero auxiliar armado, así como a su gemelo Mauretania[2],
pero finalmente fue mantenido en su función de trasatlántico para el transporte
de pasaje y mercancías. En este cometido, el Lusitania había realizado
ya varias travesías cuando en febrero de 1915 el Kaiser Guillermo decretó la
guerra submarina sin restricciones en las aguas que rodeaban las Islas
Británicas. Esta situación de tensión ante la posibilidad de un ataque en aguas
británicas provocó que –tras las complicaciones de un viaje realizado en marzo–
el capitán del Lusitania, Daniel Dow, afectado de estrés, pidiese su
traslado a otro buque, siendo sustituido por el capitán William T. Turner, un
experto marino que ya había estado al mando de los mayores buques de la
compañía Cunard.
El encuentro con el destino
Así llegó el día 1 de mayo de
1915, en que el Lusitania zarpó de Nueva York con destino a Liverpool,
con 2.000 pasajeros y tripulantes a bordo, entre ellos un buen número de
ciudadanos norteamericanos, y con una carga mixta de mercancías, entre las
cuales había municiones de rifle y de cañón. Poco antes de partir, la embajada
alemana en Washington avisó claramente mediante anuncios en la prensa que los
buques de bandera británica que navegasen en zona de guerra corrían el riesgo
de ser destruidos y que los pasajeros que embarcasen lo hacían bajo su
responsabilidad[3]. En la
práctica, muy pocas personas hicieron caso de esta nota porque casi todo el
mundo pensaba que era prácticamente imposible que el rápido y gigantesco Lusitania
pudiera ser hundido por un submarino.
A partir de este momento se
encadenaron una serie de hechos no poco sospechosos. Mientras el Lusitania
navegaba sin incidencias a través del Atlántico hacia su destinación, los
servicios de información británicos tuvieron constancia de importantes
movimientos de submarinos alemanes en aguas inglesas. Esta labor de seguimiento
corría cargo de una oficina secreta de Inteligencia llamada Habitación 40, la
cual proporcionaba valiosos datos de primera mano al Almirantazgo gracias a la
intercepción y descodificación de los mensajes de radio de la Marina alemana.
Tanto es así que, mediante un flujo regular de información, la Habitación 40
era capaz de situar aproximadamente la posición de las naves alemanas en un
sistema de cuadrículas alrededor del territorio británico.
Submarino alemán de la Primera Guerra Mundial |
Así pues, no es de extrañar que
en aquellas fechas se tuvieran informes concretos de la presencia y actividad
del submarino U-20, así como de otros submarinos (en total seis), en las aguas
entre Gran Bretaña e Irlanda. Incluso se sabe que el U-20 y su eficaz capitán,
Walter Schwieger, ya venían siendo objeto de seguimiento específico; de hecho,
se tenía un registro de sus patrullas desde hacía tiempo. Y por si fuera poco,
los británicos disponían de un mensaje crucial alemán –interceptado en marzo–
informando sobre la navegación del Lusitania y la fecha posible de su
llegada a puerto, lo cual confirmaba que para los alemanes se trataba de un
objetivo militar legítimo.
Pese a todo ello, en esos días no
se tomaron medidas especiales preventivas para proteger el tráfico mercante,
incluido el Lusitania, y sí en cambio para proteger al acorazado HMS Orion
al que se le asignó escolta en su travesía hasta la base naval de Scapa
Flow. Al parecer, la postura de Winston Churchill, a la sazón Primer Lord del
Almirantazgo, tuvo un importante peso en tal decisión, pues se había mostrado
reticente a dar escolta a los buques mercantes, y no ocultaba su deseo de que,
al atraer a dichos buques a puertos británicos y exponerlos al hundimiento, los
EE UU se vieran obligados a entrar en guerra del bando aliado. Es más, incluso
después del desastre del Lusitania todavía sostuvo en el parlamento que
“el tráfico mercante debía cuidarse solo”.
La tragedia
En este contexto, el 6 de mayo,
al aproximarse a Irlanda, el capitán Turner tuvo noticia por radio acerca de la
actividad submarina en la zona por donde debía pasar (el canal de San Jorge[4])
para llegar a Liverpool, aunque sin apenas detalle. Así, el mensaje no
mencionaba para nada que los alemanes –el propio U-20– ya habían hundido tres
barcos en aquellas mismas aguas. Sea como fuere, y aun con tal amenaza latente,
no se ofreció ninguna escolta al trasatlántico. De hecho, el viejo crucero HMS Juno,
la única embarcación de protección que iba a acompañar al Lusitania, fue
retirada en el último momento por orden del Almirantazgo, justamente para
protegerse de los ataques de los submarinos; asimismo, había algunos
destructores o torpederos disponibles en puertos cercanos pero tampoco fueron
movilizados.
Llegados al fatídico día 7, el
buque ya navegaba por el Mar Céltico (al sur de Irlanda) y aunque se recibió un
nuevo mensaje sobre la presencia de submarinos en el área, Turner seguía sin
tener ninguna advertencia concreta sobre cómo proceder ni tampoco conocía las
recientes instrucciones de navegar en zig-zag. Así, con tierra ya a la vista,
siguió un curso recto cercano a la costa irlandesa y a media velocidad —el Lusitania
hizo casi todo el viaje a toda máquina (21 nudos)[5]
pero pasó por el sur de Irlanda a 18 nudos— lo que facilitó la labor del
submarino U-20, que resultó estar en el lugar y el momento justo, alrededor de
la 1:20 de la tarde de ese día 7.
En efecto, fue entonces cuando el
U-20 avistó un gran transporte de pasajeros de cuatro chimeneas. El capitán
Walter Schwieger ordenó inmersión y se preparó para la interceptación, sin
haber identificado aún de qué barco se trataba. Schwieger hizo una observación
cuando su objetivo estaba a unos 3 kilómetros y estimó que –dada la distancia y
la velocidad de éste– no podría atacarlo a menos que cambiase de rumbo. Y justo
en aquel instante, Turner ordenó que el Lusitania virara a estribor para
seguir un rumbo paralelo a la costa, adentrándose así un poco hacia mar
abierto, lo cual lo puso directamente en el camino del U-20, que maniobró en
consecuencia para obtener una óptima posición de tiro. Así pues, hacia las 2 de
la tarde, el submarino lanzó un torpedo del tipo G6 al Lusitania, al que
alcanzó de pleno a la altura del puente, provocando una gran explosión. El
torpedo, de hecho, fue visto por algún vigía y por algunos pasajeros, pero no
hubo tiempo de reacción. Lo que es significativo, como luego veremos, es que
según testimonios de los supervivientes, y a pesar de que sólo se había
observado un torpedo, se notó una segunda explosión –más potente– unos 30
segundos después.
Localización aproximada del naufragio del Lusitania (punto rojo) |
En definitiva, el daño causado
fue grande, y aunque el buque todavía iba a buena velocidad, se escoró
notablemente a estribor y se fue hundiendo por la proa a pasos agigantados, lo
cual dificultó mucho las tareas de abandono del barco. Se arriaron pocos botes[6]
y muchas personas cayeron al mar y se ahogaron, bastantes de ellas porque ni
siquiera se habían puesto correctamente el chaleco salvavidas. El hundimiento
se produjo tan solo 18 minutos después del impacto, a unas 11 millas al sur del
cabo de Kinshale. El desastre fue tan rápido e inesperado que perecieron casi
1.200 pasajeros y tripulantes, entre ellos 123 ciudadanos estadounidenses; sólo
se salvaron 764 personas. Las víctimas fueron hombres, mujeres y niños de todas
las clases sociales, incluyendo famosos personajes americanos como el
millonario Alfred Vanderbilt o el empresario del espectáculo Charles Frohman.
Seguramente se podrían haber
salvado más vidas, pero el crucero Juno, que había zarpado del cercano
puerto de Queenstown (actualmente, Cobh) para acudir al rescate, fue obligado a
regresar por orden del Almirantazgo para no correr riesgos. Así, el rescate
quedó en manos de barcos más pequeños y más lentos que tardaron unas tres horas
en llegar al lugar del naufragio, mientras que el Juno hubiera podido
llegar en poco más de una hora. El resultado fue una masacre más grande, con
muchas muertes por agotamiento e hipotermia.
Entretanto, Schwieger, tras haber
alcanzado su objetivo, identificó al fin que se trataba del Lusitania, pero
–viendo el gran desastre humanitario y que el barco se iba a hundir
irremisiblemente– decidió no disparar un segundo torpedo. Con todo, poco
después de hundir al gigante de la Cunard avistó un vapor al que no dudó en
disparar un torpedo, que falló el blanco o no explotó, pese a las óptimas
condiciones de tiro. Tras este fracaso, dejó pronto aquellas aguas y puso rumbo
a su base. Los mandos alemanes felicitaron al capitán y a la tripulación del
U-20 a su llegada y no ocultaron su júbilo por haber hundido un barco tan
representativo para Gran Bretaña. En cuanto a las duras criticas internacionales
recibidas, los alemanes justificaron su acción alegando que el buque seguía
siendo un crucero auxiliar y que transportaba un cargamento de armas y
municiones[7].
Consecuencias
En el todo el Imperio británico
–y se puede decir que en todo el mundo– se produjo una gran conmoción e
indignación por la pérdida del trasatlántico y de tantas vidas. Como era de
esperar, toda la prensa magnificó el suceso, destacándolo en grandes titulares
y aportando todos los detalles, pero recalcando que el Lusitania había
sido víctima “de dos torpedos”, según la versión oficial. Las autoridades,
vista la magnitud y el impacto social de la catástrofe, iniciaron las pesquisas
para aclarar lo sucedido; de este modo, se abrió una investigación oficial a
cargo de Lord Mersey. Lamentablemente, por encima de otras consideraciones, se
desató la búsqueda de culpables, que fue a centrarse enseguida en la figura del
capitán William Turner, que había sobrevivido al naufragio. Así, en vez de
situar el desastre en el marco de una acción de guerra, se pretendió que Turner
fuera el perfecto chivo expiatorio, acusándole de ser el único responsable del
desastre. No obstante, tras las comparecencias del propio Turner, de
tripulantes, pasajeros y algunos expertos, se exoneró al capitán de toda
responsabilidad, atribuyendo todas las culpas al capitán del submarino, aunque
obviando discretamente la pasividad del Almirantazgo británico, que
precisamente había mostrado la máxima animosidad contra Turner.
No obstante, ya entonces algunas
voces empezaron a cuestionar en privado la actuación del Almirantazgo y en
particular de Winston Churchill[8],
que tal vez había tratado de desviar la atención en todo el asunto. Según los
críticos, esta institución no había hecho todo lo posible para evitar tal catástrofe
sino que, antes bien, la habría facilitado, sobre todo por el nulo apoyo de
barcos de guerra cuando el Lusitania atravesó la zona de máximo peligro[9].
Años más tarde, incluso un oficial de Inteligencia británico, Patrick Beesly,
afirmó que los datos disponibles no parecían apuntar a un cúmulo de errores y
fatalidades, sino a una conspiración en toda regla:
«Como inglés y como amante de la Marina Real, preferiría atribuir ese fallo a la negligencia, incluso una burda negligencia, y no a una conspiración deliberada para poner en peligro el barco [...] pero sobre la base del volumen considerable de información que ahora tenemos disponible, me veo obligado, de mala gana, a establecer que, sopesándolo todo, la explicación más probable es que en realidad hubo un complot, aunque imperfecto, para poner en peligro al Lusitania con el fin de implicar a los Estados Unidos en la guerra.»[10]
El Lusitania entrando en el puerto de Nueva York (EE UU) |
Mientras tanto, al otro lado del
Atlántico, la tragedia comportó una fuerte oleada de protestas populares, y si
bien el presidente Woodrow Wilson encajó el golpe y trató de mantener la calma
con mensajes de repulsa y condena, la visión neutral americana empezó a
desvanecerse. No hubo, es cierto, una llamada general a la guerra, pues amplios
sectores sociales apoyaron al presidente y se sumaron a la contención, pero la
política aislacionista americana quedó ya sentenciada. Lo que sorprende hasta
cierto punto es que, pese al fuerte eco de la catástrofe, todavía durante
muchos meses los alemanes siguieron hundiendo buques con pasajeros americanos o
incluso barcos con bandera de EE UU sin que el presidente Wilson moviera un
dedo. Hubo que esperar a un acontecimiento inesperado, la divulgación de un
telegrama alemán dirigido al Gobierno de México a inicios de 1917[11],
para empujar a los Estados Unidos a implicarse definitivamente en el conflicto
europeo mediante una declaración de guerra en abril de ese mismo año.
Análisis y conclusiones
Si tratamos de plantear algunas reflexiones sobre lo
acontecido, vemos sin mucho esfuerzo que existieron algunos elementos extraños
que tienen difícil explicación en un escenario “normal” de guerra. En resumen,
podemos observar dos grandes controversias: en primer lugar, ¿cómo se pudo
producir una cadena de negligencias y fatalidades tan grande? Y en segundo
lugar, ¿qué fue lo que realmente hundió al barco, considerando que un solo
torpedo era “demasiado poco” para echar a pique un buque tan grande?
En cuanto a la primera cuestión,
algunos autores hablan de la acción del puro azar en ciertos puntos que
condujeron al fortuito encuentro entre ambas naves, con casi todo a favor del
submarino. Por ejemplo, el breve retraso en la partida del Lusitania,
las óptimas condiciones meteorológicas en la zona del ataque[12],
o el cambio de rumbo tomado en el último momento, que posibilitó que el U-20
alcanzara una inmejorable posición de tiro. Se puede argüir que la falta de
zig-zag por parte del trasatlántico facilitó las cosas, pero de hecho Turner ya
había realizado pequeños cambios de rumbo al llegar a Irlanda, los cuales
podían interpretarse como un “sucedáneo” de zig-zag. De todos modos, tal
maniobra dificulta el disparo de torpedos pero no lo impide del todo, como el
propio Turner comprobó en sus carnes dos años más tarde[13].
Por otro lado, la decisión del capitán de navegar a 18 nudos tenía su lógica,
pues si hubiera ido a la máxima velocidad posible hubiera llegado demasiado
pronto a Liverpool y no hubiera podido entrar en el puerto hasta que no subiera
la marea, lo cual le habría obligado a reducir la marcha o incluso detenerse,
dándose así una situación peligrosa.
Pero más allá de las
coincidencias y fatalidades, está claro que el Almirantazgo británico conocía
la notable actividad submarina alemana en sus aguas en aquellas fechas y muy en
particular los movimientos del U-20. Además, por si quedaba alguna duda de la
presencia del submarino enemigo, tuvieron lugar tres hundimientos poco antes de
que el Lusitania llegara a la costa sur de Irlanda, una zona que el
trasatlántico debía cruzar forzosamente. Y dados estos precedentes, incluida la
advertencia alemana publicada en EE UU, es totalmente inexplicable cómo no se
tomaron medidas más firmes y concretas para proteger un barco tan importante, a
excepción de dos mensajes escuetos y sin ningún detalle ni instrucción precisa.
Esta falta de atención contrasta significativamente con el viaje realizado en
marzo por el propio Lusitania, en el cual sí se tomaron mayores medidas
y precauciones.
En fin, frente a las claras
amenazas que eran ya bien conocidas por la Habitación 40, el
Almirantazgo pudo haber indicado un determinado rumbo al Lusitania, o
que tomara la mucho más segura ruta alternativa del norte, rodeando Irlanda y
luego enfilando el Mar de Irlanda. Incluso le podía haber aconsejado que
recalara en un puerto seguro hasta que el peligro se hubiese desvanecido. Pero
sin duda lo más efectivo hubiera sido enviar al menos un par de destructores en
cuanto el Lusitania llegara al Mar Céltico para acompañarlo hasta el
final de ruta, y no había ninguna razón objetiva que impidiese tal escolta. Lo
que sí es cierto es que determinadas informaciones o instrucciones entre la
compañía Cunard y el Almirantazgo nunca fueron reveladas al público y tal vez
ahí pudiéramos encontrar algunas pistas, bien sobre las negligencias cometidas,
bien sobre una supuesta conspiración.
Recreación artística del hundimiento del Lusitania |
En lo referente a la segunda
cuestión, ni la opinión pública ni los responsables de la investigación de
aquella época supieron nunca que en realidad el U-20 había lanzado un solo
torpedo, como ya hemos apuntado. La información verídica[14]
fue retenida por el Almirantazgo, que siguió ocultando la verdad y apoyando la
versión oficial de los dos torpedos. Y aquí subyacen nuevas incógnitas porque
un solo torpedo parecía muy poco para hundir un buque de tales proporciones, y
además tan rápidamente. Si el Titanic sufrió una enorme grieta en su
casco bajo la línea de flotación y tardó horas en hundirse, ¿cómo es posible
que el Lusitania se fuera a pique en sólo 18 minutos por el boquete de
un torpedo? La experiencia dice que los torpedeamientos a barcos grandes solían
requerir de dos a tres torpedos. Como muestra, en 1916 el propio Schwieger
precisó de tres torpedos para despachar al transporte de tropas Cymric (de
“sólo” 12.500 toneladas), y aún así estuvo a flote más de un día[15].
Todo ello se ha relacionado con
la carga de municiones que portaba el Lusitania, punto que ya fue
desvelado por los alemanes. Así, tras la explosión del torpedo, se habría
producido una reacción en cadena con el estallido de la munición almacenada en
la santabárbara. De alguna manera, esto habría multiplicado el daño en la proa
y habría acelerado mucho el hundimiento del barco. Sin embargo, la
investigación submarina realizada en los años 90 por el famoso explorador
submarino Robert Ballard no descubrió ningún rastro de daños importantes en la
zona de la santabárbara, y además los expertos se reafirman en que la munición
transportada (balas y metralla) no hubiera podido explotar por acción del
torpedo. En consecuencia, como alternativa, se llegó a hablar de una carga secreta
de explosivos, pero a día de hoy no se tiene prueba alguna de la existencia de
tal cargamento, y dado que el barco reposa sobre el fondo en su costado de
estribor (donde impactó el torpedo) se hace complicado implementar una
investigación detallada[16].
Una de las hélices del Lusitania, rescatada del fondo del mar |
Ahora bien, como los testimonios
incidían mucho en la segunda explosión, se han barajado otras hipótesis. Por
ejemplo, Ballard se inclinaba por la hipótesis basada en el polvo de carbón.
Según este escenario, los depósitos laterales de carbón ya estarían casi vacíos
a esas alturas de viaje y la nube de polvo acumulado habría estallado por la
influencia del impacto del torpedo. Luego, esos depósitos se habrían inundado
rápidamente, causando la fuerte escora a estribor y el posterior hundimiento.
No obstante, el autor Erik Larson, desestima esta propuesta, así como la de la
munición, y cree que segunda explosión se debió a la rotura de una tubería de
vapor, al producirse un fuerte choque térmico, dado el contraste de temperatura
entre las frías aguas oceánicas y la sala de calderas n.º 1.
Por otro lado, el proceder del capitán
alemán en el ataque también resulta un poco extraño, por decir poco. Téngase en
cuenta que en aquella época los torpedos alemanes tenían una alta tasa de fallo
(hasta del 60%), lo que salvó al último vapor atacado en esa patrulla. Lo lógico
por parte de Schwieger hubiera sido disparar dos o tres torpedos para asegurar el
hundimiento del Lusitania –o al menos para causarle un gran daño– visto
el tamaño del objetivo y la baja fiabilidad de los torpedos. Schwieger, al
menos, podía haber disparado otro al mismo tiempo y no lo hizo[17].
¿Tan seguro estaba del resultado? En efecto, no hubo mala suerte con el torpedo
dirigido al Lusitania y sí muy buena suerte al dar en un punto crítico,
con la paradoja añadida de que Schwieger había calculado mal la velocidad de su
objetivo, y aun así acertó, si bien el torpedo no impactó a donde él había
apuntado, hacia el centro del buque. Por tanto, aparentemente, fue un golpe de
tremenda fortuna “ayudado” por una explosión interior, del tipo que fuere.
Como conclusión final, podemos
decir que la visión conspiracionista tiene sólidos argumentos a su favor, con
una innegable sombra de manipulación por parte del gobierno británico para
forzar la entrada de los EE UU en la guerra mediante el hundimiento del Lusitania
como “casus belli”. De hecho, si tal era el plan, funcionó bien, pero no
del todo, pues pese a la reacción popular de repulsa, el gobierno americano se
mantuvo firme en su alejamiento de la guerra. Así pues, la razón exacta por la
cual la intervención de los EE UU se demoró hasta dos años después del desastre
del Lusitania quizá nunca la sepamos, e incluso podríamos decir que
constituye todo un enigma histórico el hecho de haber fomentado un estado de
opinión pública tan hostil hacia Alemania y no haberlo aprovechado hasta
pasados dos años, cuando un incidente relativamente menor (el telegrama sin ton
ni son dirigido al gobierno de México) sirvió de justificación para la
declaración de guerra.
Y como colofón y “coup de théâtre”,
como dicen los franceses, nos quedaría el más increíble de los escenarios que
justificaría el hundimiento del Lusitania, con la más perfecta
conjunción de todos los elementos y países en liza. ¿Se lo imaginan?
© Xavier Bartlett 2015
Fuente de imágenes: Wikimedia Commons
[1] Realmente,
el Titanic y su gemelo Olympic fueron un poco posteriores y se
inspiraron en los grandes buques de la Cunard, aunque con algunas diferencias.
[2] De hecho, el
Almirantazgo los dio de alta como tales al comienzo de la guerra, pero por
varias razones se desestimó al Lusitania para su uso militar. Empero, el
Mauretania, al igual que otros grandes navíos semejantes, sí fue
empleado como transporte de tropas o barco-hospital.
[3] El texto
completo era el siguiente: “AVISO. Se recuerda a los PASAJEROS que vayan a
embarcar en una travesía atlántica que existe un estado de guerra entre
Alemania y sus aliados y Gran Bretaña y sus aliados; que la zona de guerra
incluye las aguas adyacentes a las Islas Británicas; que, de acuerdo a la
declaración emitida por el Gobierno Imperial alemán, los barcos que ondeen el
pabellón de Gran Bretaña o de cualquiera de sus aliados, son susceptibles de
ser destruidos en esas aguas y que los viajeros que naveguen por la zona de
guerra en barcos de la Gran Bretaña lo hacen bajo su propia responsabilidad.”
Embajada Imperial alemana. Washington, 22 de abril de 1915.
[4] Se trata del
canal marino comprendido entre la costa de Irlanda y la de Gales.
[5] Durante esa
travesía, y por una política de ahorro de costes, la compañía Cunard obligó a
dejar inactiva una de las turbinas, con lo que la velocidad máxima era en
realidad de 21 nudos en vez de 25.
[6] En este
aspecto no sirvió de mucho que, a diferencia del Titanic, el Lusitania
sí tuviera botes para todos los pasajeros en caso de emergencia.
[7] El gobierno
británico lo negó durante mucho tiempo, pero finalmente tuvo que reconocerlo.
Además, las exploraciones submarinas de los años 90 detectaron restos de dicha
munición.
[8] Cabe reseñar
que en los días en que sucedieron los acontecimientos Churchill se encontraba
en visita oficial a Francia y no consta que se implicara personalmente en los
hechos, ni siquiera a distancia.
[9] Quizá no por
casualidad, semanas más tarde los máximos responsables del Almirantazgo, Churchill
y Lord Fisher, ya habían sido relevados en sus puestos.
[10] LARSON, E. Lusitania.
Ariel. Barcelona, 2015. p. 384
[11]
Curiosamente, fueron los servicios secretos británicos –y no los americanos–
los que interceptaron el telegrama codificado y lo descifraron. Luego lo
pasaron al gobierno americano, que a su vez lo filtró a la prensa en el momento
adecuado. El telegrama parecía demasiado bueno para ser cierto, pero
para estupor de muchos el propio remitente –el ministro alemán de Exteriores
Arthur Zimmerman– lo confirmó como verdadero semanas más tarde.
[12] En buena
parte de su ruta final, el U-20 se había encontrado con espesos bancos de
niebla, e incluso ese mismo día acababa de superar otra zona de niebla en que
la baja visibilidad impedía cualquier ataque.
[13] En 1917,
cuando Turner estaba al mando de otro barco en el Mediterráneo, fue víctima de
los torpedos de un submarino a pesar de estar navegando en zig-zag. Turner fue
el último en abandonar la nave y nuevamente salió vivo del desastre, pero ya no
volvió al servicio activo hasta su retiro.
[14] De nuevo
fue la Habitación 40 la que obtuvo esta valiosa información, al haber
interceptado un mensaje del U-20 a su regreso a Alemania en el que se hablaba
explícitamente de un solo torpedo para el Lusitania.
[15] Casualmente,
el hundimiento tuvo lugar casi justo un año más tarde (el 8 de mayo de 1916),
también en aguas del sur de Irlanda. En esta ocasión, sin embargo, sólo se
perdieron cinco vidas.
[16] A este
respecto, hay que decir que a lo largo de los años las autoridades británicas
siempre pusieron los máximos obstáculos para que se explorara el pecio del
buque, situado a 90 metros de profundidad, que incluso fue utilizado como
blanco para torpedos y cargas de profundidad. Cuando el pecio pudo ser
explorado en buenas condiciones, en la década de 1990, ya estaba en bastante
mal estado.
[17] Los
submarinos alemanes de esa época sólo tenían dos tubos lanzatorpedos a proa y
otros dos a popa. De todas formas, al U-20 aún le quedaban torpedos de reserva
para una recarga.
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