jueves, 21 de diciembre de 2017

Los misterios de la isla de Pascua (1ª parte)


Introducción


Hasta la fecha se han escrito miles de libros y artículos en diferentes lenguas y desde diversos enfoques sobre la singular isla de Pascua. A decir verdad, después de décadas de investigación, parece que a estas alturas todo está dicho. Pero, habiendo dedicado este blog a la arqueología alternativa, me parecía obligado tocar el tema para fijar los puntos de vista y dejar patente que las interpretaciones académicas dejan mucho que desear a la hora de explicar las múltiples incógnitas planteadas, con el agravante de que suelen menospreciar la propia tradición nativa por considerarla “folclórica” o poco fiable. Así pues, en el presente artículo no pretendo añadir nada nuevo a las viejas controversias, pero sí al menos revisar ciertas cuestiones exploradas sin demasiado éxito y dar voz a algunas de las visiones alternativas que podrían abrir atrevidas vías de investigación, sin que ello implique que estén en el camino correcto.

En fin, como casi todo el mundo sabe, la isla de Pascua es mundialmente reconocida desde hace tiempo por su legado arqueológico en forma de moai (estatuas gigantescas), aparte de sus ahu (plataformas) y sus menos conocidos petroglifos. Asimismo, los antiguos habitantes de la isla dejaron unas tablillas escritas en un alfabeto local llamado rongo-rongo, que hasta la fecha no ha podido ser descifrado. Y como base de todas estas cuestiones está la vieja polémica antropológica sobre el origen de los habitantes de la isla; esto es, la posible convivencia o superposición de razas de distinta procedencia (del Pacífico y de América) y su relación con los restos arqueológicos. 

Mapa de la isla de Pascua, con la ubicación de los principales yacimientos arqueológicos

Ahora bien, la isla de Pascua ha sido víctima de cierto sensacionalismo por parte de ciertos apóstoles del misterio, porque –quedando aún tantas incógnitas por dilucidar–parece lícito lanzarse directamente al espectáculo y a la pura fantasía, pues ya sabemos que lo insólito y lo enigmático vende más de cara al público. En este sentido, dejaré a un lado las referencias que se han hecho a la relación entre la isla y los extraterrestres, dado que en este caso la teoría de los antiguos astronautas –en mi humilde opinión– está fuera de lugar y no merece abordarse seriamente. Sólo por hacerles una breve mención, basta decir que para Erich Von Däniken los enormes moai debían haber sido realizados por los inevitables dioses-astronautas, que estarían relacionados de algún modo con la deidad americana Viracocha, o que para Alan Alford “las estatuas de la isla de Pascua fueron erigidas por un grupo negroide exiliado [por los dioses] en castigo por la destrucción de las líneas de Nazca”. Ahí lo dejamos.

Pero antes de adentrarnos en el meollo del tema, vale la pena realizar un brevísimo apunte introductorio de lo que nos dicen la geografía y la antropología al respecto de la isla y sus habitantes.

La isla de Pascua está situada en la Polinesia, en el Pacífico Sudeste, en las coordenadas 27º 08’ de latitud sur y 109º 25’ 54’’ de longitud oeste, y constituye la porción de tierra más alejada de cualquier masa continental[1]. Tiene una marcada forma triangular, con una extensión aproximada de 163 km2. Es de origen volcánico, basáltico, y de hecho posee tres volcanes no activos, el Rano-Kao, el Rano-Raraku y el Paukatike. Desde hace al menos varios siglos su paisaje es desolado y posee escasos recursos para la supervivencia. Para los nativos, la isla se denomina Rapa-Nui (que significa “Gran Rapa” en lengua polinesia[2]), aunque también se usan las denominaciones autóctonas más antiguas de Te-pito-o-te-henua (“ombligo del mundo”) y Mata ki-te-rangi (“Ojos que miran al cielo”). Según la historia convencional, la isla tuvo su primera población humana hacia el año 400 d.C. 

Mapa de San Carlos (Pascua), de 1770
Para el mundo occidental, la isla entró en escena cuando un navegante holandés, Jacob Roggeveen, al mando de tres barcos, topó con ella el 6 de abril de 1722, el día de Pascua de ese año (de ahí el nombre que ha perdurado) cuando realizaba un viaje de exploración por el Pacífico. No obstante, para ser justos, es posible que Roggeveen estuviera buscando una isla ya identificada por el bucanero inglés Edward Davis en 1687, y llamada precisamente “Tierra de Davis”, si bien no hay total seguridad de que se tratara de Pascua. Posteriormente, el virrey del Perú, Manuel Amat y Junyent, envió en 1770 una expedición a cargo del marino Felipe González y Haedo, que tomó posesión de la isla, a la que llamó San Carlos, para la corona española[3]

Pocos años después recalarían en la isla otros famosos navegantes occidentales, como el inglés James Cook (1774) y el francés La Pérouse (1786). Estas expediciones y otros contactos esporádicos subsiguientes no supusieron ningún cambio importante en la isla, hasta que a mediados del siglo XIX los buscadores de esclavos procedentes de Perú esquilmaron la población nativa hasta dejarla bajo mínimos[4]. Desde 1888 la isla pertenece administrativamente a Chile, que “compró” el territorio a los isleños.

Historia de las investigaciones


Si bien es cierto que en Pascua se han llevado a cabo numerosas aproximaciones antropológicas y arqueológicas desde hace siglo y medio, nunca se ha emprendido un proyecto unificado, sistemático y constante por investigar a fondo la isla; más bien ha habido una serie de intervenciones deslavazadas, puntuales y sin continuidad, sin desmerecer por ello algunos trabajos rigurosos de hace décadas hasta llegar a las investigaciones más modernas, que han incluido dataciones por radiocarbono y análisis de ADN de los pascuenses.

Katherine Routledge
Los primeros estudios serios sobre la cultura de Rapa-Nui los podríamos remontar a finales del siglo XIX, con la visita en 1872 del escritor francés Pierre Loti (entonces cadete en un buque-escuela), que realizó numerosos dibujos del paisaje y las gentes de la isla. Más adelante, en 1886, cabe destacar la notable investigación del marino americano William Thomson, del buque Mohican, tanto en su parte gráfica como en la recogida de datos históricos y antropológicos. No obstante, el primer trabajo exhaustivo y sistemático de carácter arqueológico y antropológico data de 1914-1915, a cargo de Katherine Routledge, bajo el patrocinio de la Royal Society de Londres. Poco después, en 1918-1919, el neocelandés McMillan-Brown también realizó amplios estudios de tipo antropológico, si bien, para los críticos, se dejó llevar por la fantasía.

El siguiente estudio relevante, de carácter casi exclusivamente etnológico, se sitúa a mediados de los años 30 con la expedición franco-belga dirigida por el eminente etnólogo Alfred Métraux. Este experto tuvo el mérito de recoger sistemáticamente las tradiciones orales locales para componer un retrato bastante fiel de la antigua cultura nativa. También de la misma época es el trabajo del padre Sebastián Englert, que durante años recopiló la tradición local, que luego plasmó en el libro La tierra de Hotu Matua. Y acto seguido, ya en los años 50, apareció en Pascua el famoso explorador Thor Heyerdhal, que realizó extensas excavaciones arqueológicas y trabajo de campo, aparte de haber protagonizado unos años antes la famosa gesta de la balsa Kon-Tiki. Para muchos, su aportación fue valiosa pero también discutible por su vertiente más bien literaria (fantasiosa) y por defender tesis heréticas que comentaremos en su momento.

Finalmente, en el último medio siglo se han dado algunas interesantes intervenciones puntuales de investigadores amateurs, como la del francés Francis Mazière o de científicos reconocidos, como el oceanógrafo Jacques Cousteau. Y cabe destacar que en los últimos años se han realizado numerosas labores de restauración arqueológica y acondicionamiento de los yacimientos, en gran parte por la inevitable faceta turística de la isla.

¿De dónde vinieron los antiguos pascuenses?


De acuerdo con las visiones convencionales, el poblamiento de la isla se debió al desplazamiento de comunidades polinesias hacia el este, un proceso que tuvo lugar en el primer milenio de nuestra era. Así, se calcula que entre el 300 d. C. y el 400 d. C. los polinesios arribaron a Pascua[5], tras un largo viaje marítimo, si bien no estaría claro el origen exacto de estos navegantes, aunque algunos investigadores apuntan a las islas Marquesas. Para los expertos, las pruebas antropológicas y arqueológicas, más las similitudes artísticas entre Pascua y otras islas del Pacífico, avalan perfectamente esta tesis, reforzada por recientes pruebas de ADN que demuestran el origen polinesio de la población local actual.

Situación de Pascua, en relación con Sudamérica
Sin embargo, otras voces han cuestionado esta visión, pues la colonización desde las lejanas islas polinesias plantea serios problemas, por la distancia y por los problemas de navegación. En otras palabras, que una comunidad polinesia llegase a Pascua hubiera sido más bien una cuestión de puro (e improbable) azar. Así, frente a la hipótesis tradicional, el explorador noruego Thor Heyerdhal se atrevió a sugerir a mediados del siglo XX que los antiguos pascuenses habían llegado de la costa oeste sudamericana. A través de su famosa expedición Kon-Tiki, Heyerdhal quiso demostrar que el viaje desde la costa americana en épocas muy remotas era perfectamente posible. Ahora bien, es preciso remarcar que Heyerdhal se tomó alguna licencia con su balsa y que fue remolcado un buen trecho para dejar atrás la costa americana, pues las fuertes corrientes empujan las embarcaciones sin motor hacia el norte (Panamá). Además, el marino noruego no fue a parar a Pascua sino a Tahití, y de hecho todas las expediciones posteriores que trataron de emularlo también fueron a parar a Tahití.

Pero, más allá del tema de la navegación, Heyerdhal apuntaba a que había en la isla determinados elementos ­–como ciertas estructuras o los famosos moai– que sugerían la inequívoca presencia de alguna cultura americana, aun sin negar la llegada de gentes polinesias. En este sentido, cabe citar por ejemplo la existencia en Pascua de unas pequeñas construcciones de piedra llamadas tupas, que podrían haber sido observatorios astronómicos. Se trata de unas torres, redondas o cuadrangulares, que no son propias de la Polinesia pero que se asemejan mucho a las típicas chulpas del Perú pre-incaico. Asimismo, algunos autores ven en los moai bastante más influencia de la estatuaria sudamericana –concretamente de la cultura de Tiwanaku– que de la polinesia, básicamente en la tipología y los rasgos. Esto mismo se podría aplicar a unas pequeñas figurillas de piedra o madera que recuerdan a conocidas formas sudamericanas.

Por último, cabe destacar en el ámbito antropológico que los Pascuenses celebraban anualmente una ceremonia relacionada con el culto al llamado hombre-pájaro –del cual hablaremos más adelante– y que no tiene ningún paralelo conocido en las culturas polinesias. Aparte, quedaría considerar algunos argumentos de tipo biológico, como la presencia en Pascua de plantas típicamente americanas como la calabaza, el camote (una especie de batata) o la totora, un tipo de caña empleada por los indígenas del lago Titicaca para realizar embarcaciones, y usada en Pascua para fabricar sencillas barcas de pesca.

Hipotética situación de Mu en el Pacífico
La rica mitología local, empero, es bastante clara en cuanto al origen de los primeros pobladores. Así, la tradición dice que la isla fue ocupada por el legendario rey Hotu Matua, que –viajando en dos grandes canoas con su pueblo– desembarcó en la isla, después de haber enviado previamente una expedición de exploración compuesta por siete de sus súbditos[6]. Y la misma leyenda nos asegura que el lugar de procedencia de estas gentes era la gran isla o continente de Hiva, una tierra situada al oeste, que desapareció engullida por el océano, por efecto de una tremenda catástrofe natural, y que algunos autores relacionan con el mítico continente perdido de Mu (o Lemuria).

Sobre este punto, el investigador escocés Graham Hancock –retomando las tradiciones locales– opina que la propia isla habría sido en origen mucho más extensa y que resultó afectada por el gigantesco cataclismo, que los pascuenses recordaban alegóricamente como la furia desatada de la deidad Uoke. Dicho de otro modo, quizá Pascua fuera una isla de gran tamaño que quedó en gran parte engullida por la crecida del nivel del mar, sobresaliendo apenas su cima sobre las aguas. En una línea similar, el  británico David Pratt sugiere que la propia isla formaría parte del gran continente de Hiva, que se hundió en casi su totalidad, quedando apenas unas pocas islas –entre ellas Pascua– como testimonio de sus terrenos más elevados.

No obstante, podría haber existido un poblamiento previo, pues algunos ancianos de Pascua aún sostenían la leyenda de que antes de la llegada de Hotu Matua, la isla estaba ya poblada por una raza de gentes de gran altura. Se trataría de los “supervivientes de la primera raza del mundo, hombres de color amarillo, muy altos, de brazos largos, tórax poderoso, enormes orejas pero sin lóbulo relajado, pelo rubio puro, cuerpo lampiño y brillante. No conocen el fuego. Esa raza existía antaño en otras dos islas de Polinesia. Vinieron en barco de una tierra situada detrás de América.”[7]

Ahu Akivi, el único en que los moai miran al mar
Lo cierto es que aún en la actualidad los pascuenses creen en dicha mitología como algo indudable o histórico, algo que sucedió en un tiempo remoto. En tal caso, deberíamos preguntarnos dónde estaba Hiva, si realmente era un continente y en qué época tuvo lugar la égida hacia Rapa-Nui, si es que descartamos la cronología del siglo IV de nuestra era por ser “demasiado moderna”. Según los propios nativos, Hiva estaría situada hacia en sureste, lo que invalidaría la hipótesis de las Marquesas, que están más al norte. Esta orientación estaría marcada por la posición y mirada de los únicos moai de toda la isla que están de cara al océano. Así, se dice que en honor de los primeros siete exploradores se levantó una plataforma (el Ahu Akivi) y sobre ella se erigieron las siete estatuas dedicadas a estos pioneros. El autor J. J. Benítez estableció para esa posición un rumbo exacto sobre el mapa y determinó que tal orientación (245º) nos llevaría a un amplia región oceánica donde sólo está Nueva Zelanda. No obstante, para los antropólogos académicos, las referencias nativas a Hiva –cualquiera que fuese su situación– es un mito que no tiene ninguna fiabilidad histórica y que debe ser desestimado como dato científico.

Sea como fuere, parece fuera de duda que la isla estuvo poblada por dos comunidades que llegaron en momentos históricos distintos, aunque quedaría por definir si las cronologías manejadas para las ocupaciones humanas hasta el momento son fiables o deberían revisarse. Así, podemos suponer que durante siglos ambas etnias convivieron y se relacionaron hasta que estalló una especie de guerra civil. Los nativos hablan concretamente de los Hanau-Eepe (“Orejas Largas”) y de los Hanau-Momoko (“Orejas Cortas”), siendo los primeros originarios del este –¿el Perú[8]?– y los segundos del oeste, la Polinesia. La tradición local afirma que los Orejas Largas, de supuesta ascendencia divina, eran más altos y corpulentos que los Orejas Cortas, y que habían construido los ahu y las grandes estatuas, que precisamente muestran unas orejas con largos lóbulos. Además podrían tener otros rasgos muy peculiares, como la piel más blanca y pelo rubio o rojizo. Esta raza tenía esclavizada a la comunidad de los Orejas Cortas, hasta que éstos se alzaron contra sus amos y en un épico combate que tuvo lugar junto a gran zanja les dieron muerte a todos, excepto a uno[9].  Se especula con que todo esto ocurrió hacia mediados del siglo XVIII, pues la expedición de Roggeveen distinguió perfectamente las dos comunidades citadas durante su breve estancia de 1722.

Lo cierto es que hasta la antropología académica admite que en un remoto pasado existieron contactos esporádicos entre la Polinesia y Sudamérica, a la vista de algunas pruebas en forma de plantas, artefactos e incluso restos humanos. Por otro lado, las características físicas de los pascuenses difieren en algunos aspectos de la típica etnia polinesia, lo que apoya la hipótesis de una mezcla racial. Lo que también es muy significativo es que, según la crónica de la expedición de González (1770), los nativos pascuenses, de no ir desnudos y pintarrajeados, parecerían europeos. Asimismo, en el ámbito filológico, algunos términos del idioma nativo de Pascua no son propiamente polinesios, mientras que el origen de la escritura rongo-rongo es indeterminado, teniendo en cuenta que los polinesios –que se sepa hasta ahora– nunca tuvieron un sistema de escritura.

¿Gigantes en Pascua?
Por otro lado nos quedaría como tema colateral la hipotética presencia de gigantes en la isla, teniendo en cuenta las referencias míticas antes citadas. Por lo pronto sabemos históricamente que la expedición de Roggeveen[10] se encontró con algunos individuos enormes, de una altura de unos 12 pies (3,60 metros), hasta el punto que los holandeses podían pasar entre las piernas de estos gigantes. Las mujeres eran un poco más bajas, sobre los 10 pies (3 metros) como máximo. Con todo, la historia oficial considera que este relato sobre posibles gigantes es fantasioso o, como mínimo, exagerado.

Sea como fuere, estas historias de gigantes en el Pacífico no son en modo alguno esporádicas, pues –como ya expuse en un artículo específico– son bastante comunes en muchas islas e incluso apuntan a una continuidad hasta tiempos históricos. Además, existen rumores de que los nativos han hallado alguna vez grandes huesos humanos que sólo podrían pertenecer a gigantes... como los propios moai[11].

Los petroglifos “cósmicos”


Quizá uno de los aspectos menos conocidos de la isla es el de los petroglifos, esto es, los grabados sobre piedra. Existen muchos de ellos y la gran mayoría están relacionados con el culto al hombre-pájaro, cuya principal manifestación ritual la encontramos en una competición tradicional que tenía lugar cada año y en la cual los jóvenes contendientes –denominados hopu manu– se dirigían en canoa a un islote próximo para recoger y traer de vuelta el primer huevo dejado por un ave migratoria procedente –supuestamente– de la mítica tierra madre Hiva. Este evento tenía tal importancia que el vencedor y su clan obtenían el prestigio y el poder hasta el siguiente año. Se sabe que la última de estas ceremonias fue celebrada en 1866.

Petroglifos del hombre-pájaro situados en el acantilado de Orongo
Sin embargo, los petroglifos podrían esconder alguna sorpresa que va más allá de las figuras de aves o de la tradición recién citada. Según el geólogo Robert Schoch, existen en los petroglifos numerosas formas más abstractas y algunas muy similares a los signos de la escritura local rongo-rongo, y en estos casos hallamos paralelos en otras culturas muy antiguas de todo el mundo. Aquí Schoch va más lejos y sugiere que dichas formas se relacionarían con representaciones de plasma, el cuarto estado de la materia (formado básicamente por iones). Así, los fenómenos de plasma observables en la naturaleza, causados por la interacción entre los vientos solares y el campo magnético terrestre, se manifiestan a menudo en formas caprichosas –como serpientes entrelazadas, círculos y radios, espirales, etc.– pero también en formas esquemáticas humanas que en algunas ocasiones podrían relacionarse con una silueta de pájaro de perfil.

De hecho, hace pocos años Anthony L. Peratt, un especialista en plasma del Laboratorio Nacional de Los Alamos (EE UU), estudió cientos de antiguos petroglifos de todo el mundo y se quedó asombrado por su parecido con las configuraciones habituales de plasma. A este respecto, Peratt cree que esas representaciones podrían ser el testimonio distorsionado de un fenómeno celeste muy antiguo, concretamente una fuerte explosión de plasma solar hace miles de años que provocó vientos solares de una intensidad de entre diez y cien veces mayor que la de los vientos solares actuales. Y Peratt añade que la posición de los principales petroglifos de Pascua, que se orientan al campo sur del firmamento, coincidiría con la dirección en que podrían ser observados los citados vientos solares. 

La escritura rongo-rongo


Como hemos visto, los antiguos pascuenses dejaron sobre piedra algunos signos que podrían tener algún significado ritual o religioso. Precisamente aquí es oportuno abordar otro de los misterios sin resolver de la isla, que es la escritura llamada rongo-rongo (palabra que significa “recitaciones”). Esta escritura es única en el Pacífico y en el mundo, pues fue empleada exclusivamente por los nativos de la isla. Aparte de esos símbolos trazados en los ya mencionados petroglifos, el rongo-rongo se plasmó físicamente en unas tablillas de madera trabajadas con un punzón (tal vez dientes de tiburón, puntas de obsidiana o huesos de pájaro). En cuanto a su lectura, se da la peculiaridad de que los textos estaban escritos en el sistema bustrófedon inverso[12], muy típico en algunas culturas antiguas. Actualmente sólo se conservan poco más de 20 tablillas –a las que se les da como máximo una antigüedad de dos siglos– y están distribuidas por varios museos, pero ya no queda ninguna en la propia isla. La más extensa, ubicada en Santiago de Chile, contiene unos 2.300 caracteres.

Típica tablilla de madera con inscripción rongo-rongo

Sobre su significado, nadie hasta la fecha ha podido descifrar los símbolos y por tanto no sabemos qué dicen. Desde finales del siglo XIX se han realizado numerosos intentos de interpretación, al menos para completar un corpus de signos y para especular sobre algún significado a partir de ciertas secuencias que se repiten en varios textos. Con todo, aún no existe un consenso en clasificar los signos, que algunos estiman en torno a los 55-60 y otros en cientos de ellos (por combinación de los signos básicos). En lo que sí hay coincidencia general es en considerar que se trataría de ideogramas más que de letras (o fonemas), con muchos signos de carácter antropomórfico y zoomórfico, más otros de tipo abstracto.

Por desgracia, los últimos maestros de la escritura rongo-rongo, llamados ma’ori-ko-hau-rongorongo, que habían transmitido su saber de generación en generación, fueron víctimas de la gran captura de esclavos de 1862. Con todo, se sabe que a finales del siglo XIX quedaba en la isla un anciano que aún podía leer las tablillas, pero con su muerte se escapó el último conocedor de la extraña escritura y ningún occidental fue capaz de recoger ese legado[13]. Los filólogos están convencidos de que se trata de un dialecto de la Polinesia, si bien –como ya se ha dicho– los polinesios jamás emplearon un sistema de escritura. Dada esta circunstancia, también se ha lanzado la doble hipótesis de que el rongo-rongo fuera una invención propia de los nativos pascuenses o bien que hubiera surgido por efecto de los contactos con los occidentales a partir del siglo XVIII, pero no hay ninguna certeza al respecto.

Ahora bien, la tradición oral nativa afirma que el mítico rey Hotu Matua ya trajo consigo varias tablillas cuando desembarcó en la isla con los suyos, lo que conferiría un gran antigüedad a la escritura. De hecho, durante sus investigaciones en la isla, Francis Mazière llegó a la conclusión que el rongo-rongo no era, en efecto, originario de la isla, sino que fue llevado allí por los primeros pobladores. Además, el conocimiento de la escritura –que tendría un carácter sagrado o esotérico– estaría reservado a muy pocas personas: la familia real, los jefes de los seis distritos de la isla y los sabios ma’ori-ko-hau-rongorongo. Así, Mazière no era muy optimista en cuanto al desciframiento de los signos, que consideraba iniciáticos, y afirmaba que “los ideogramas de la isla de Pascua contienen una potencia de pensamiento, y por consiguiente de palabra, que nuestra forma de trascripción no puede imaginar.”

Comparativa entre el Indo y Pascua
No obstante, algunos expertos han buscado relacionar el rongo-rongo con escrituras muy lejanas, incluso de China o de Sudamérica, pero el dato más sorprendente lo aportó en 1932 Guillaume de Hevesy, que se fijó en la tremenda semejanza entre el rongo-rongo de Pascua y la escritura de la antigua civilización del valle del Indo[14] (en el actual Pakistán), que de igual modo permanece indescifrada en la actualidad. No cabe duda de que, dadas las grandes distancias en el espacio y el tiempo, el gran parecido entre ambos sistemas es toda una incógnita, y si  descartamos la mera coincidencia, deberíamos hablar de algún tipo de influencia o contacto, aunque fuera por vía indirecta. 

En este sentido, el erudito polaco Benon Z. Szalek, de la Universidad de Szczecin, ha propuesto una conexión entre ambas culturas en tiempos remotos, y concretamente cree que fueron los Tamiles de la India los que colonizaron la isla, vistos algunos estudios antropológicos de restos óseos de antiguos nativos que muestran que sobre el 60% de la población isleña tendría un origen indoeuropeo. En cuanto al contenido de las tablillas, Szalek afirma que se trataría de fórmulas rituales o invocaciones a los avatares o reencarnaciones.

© Xavier Bartlett 2017


Fuente imágenes: archivo del autor / Wikimedia Commons


[1] La isla se encuentra a unos 3.700 kilómetros al oeste de la costa de Chile, a poco más de 2.000 km. de las islas Pitcairn y a más de 4.000 de la Polinesia francesa, ambas al este. La tierra más próxima, también chilena, es la isla de Sala y Gómez, a 415 km. (al noreste), que está deshabitada.
[2] Según parece, esta denominación es tardía, del siglo XIX, y fue extendida por los polinesios que llegaron a la isla junto con misioneros occidentales.
[3] El virrey Amat organizó dos misiones más, en 1771 y 1772, para completar la primera cartografía de la isla.
[4] Roggeveen registró la presencia de unos 2.000 nativos, si bien –según los expertos– en su momento de auge la población pudo haber llegado a los 15.000 habitantes. Sin embargo, en 1877 la población aborigen había caído a poco más de 100 personas, debido a las penalidades de la esclavitud y las epidemias. Actualmente, la población se sitúa alrededor de los 5.000 habitantes.
[5] Esta cronología se sustenta en modernas dataciones por radiocarbono y viene a coincidir más o menos con la tradición local, que atribuye 57 generaciones de reyes desde el primer monarca, Hotu Matua, con una media de 25 años por generación.
[6] Este dato recuerda poderosamente al mito de los sietes sabios de Egipto, que –según los llamados Textos de Edfú– ejercieron de avanzadilla en el valle del Nilo para los refugiados de una tierra primigenia que también desapareció tras una gran catástrofe natural.
[7] Cita extraída de MEZIÈRE, F. Fantástica isla de Pascua.
[8] Esta característica de los lóbulos alargados artificialmente se daba por ejemplo en los individuos de la nobleza inca del Perú (a los que Pizarro llamaba “orejones”).
[9] Esta leyenda ha sido interpretada por muchos académicos de forma distinta, pues opinan que las confrontaciones se generaron a partir de cambios en el ecosistema, por la sobreexplotación de la madera (hasta acabar con todos los árboles), la sequía y la escasez de recursos de subsistencia. Así pues, la decadencia de la cultura pascuense habría sido fruto de una lucha por los recursos naturales.
[10] Según la crónica de C. F. Behrens, participante en la expedición.
[11] En un contexto mitológico-esotérico, H.P. Blavatsky decía que las estatuas correspondían a representaciones exactas de los gigantes de la cuarta raza, y que la isla formó parte de Lemuria, un continente desaparecido.
[12] Patrón de escritura que consiste en escribir una línea de izquierda a derecha y luego girar 180º como el buey cuando ara (ese es el significado original del término griego bustrófedon), con lo que al final de cada línea nos vemos forzados a dar la vuelta a la tablilla para seguir la lectura.
[13] Se dice que en 1886 William Thomson habló con dicho anciano (de 83 años) y consiguió que éste le recitara una de las tablillas, que sería una canción de fertilidad. Sin embargo no existe confirmación de esta anécdota y los expertos no la tienen en cuenta. Posteriormente, hubo otros intentos de lograr alguna interpretación fiable entrevistando a varios ancianos, como por ejemplo hizo Routledge, pero no se obtuvo ningún resultado.
[14] También conocida como civilización de Harappa, de la Edad del Bronce, y que floreció entre 3300 a. C. y 1300 a. C.

5 comentarios:

Piedra dijo...

Muy completo e interesante. Como suele pasar, oficialmente se rechaza la tradición y las pruebas que contradicen los dogmas académicos y se hace encajar lo que haga falta, so pena de excomunión (científica).

Al margen de la historia de sus comienzos y sus habitantes, creo que lo más interesante siguen siendo los moais.
La versión que más veces he leído de diferentes fuentes alternativas a la oficial es que pascua fue donde se exiliaron, tras un cataclismo, los habitantes de una civilización muy avanzada, desaparecida, como se menciona, Lemuria.


Una curiosidad más:
https://www.youtube.com/watch?v=FmqYPrepvH8
La alineación de la isla con otras culturas antiguas.

Unknown dijo...

A la espera de la segunda parte...me entretiene muchísimo tu blog y también el de "somniumdei". Un oasis en internet.

Xavier Bartlett dijo...

Gracias Piedra y Evaristo (y más gracias por lo del "oasis")

Bueno, en la segunda parte tocaré en efecto el tema de los moais, muy enfocado a mostrar las vergüenzas de la posición académica y poner de manifiesto que lo queda por saber de Pascua es muchísimo en comparación con lo que se sabe (con más o menos certeza). Sobre todo me molesta esa arrogancia oocidental hacia las tradiciones ancestrales, a las que se confunde con primitivismo y superstición, cuando en Pascua lo que se ve es un despliegue de sabiduría y dominio de la naturaleza (por lo menos en un tiempo muy remoto). En fin, como ya he comentado de sobras ahí está la sombra de la civilización desaparecida, la Edad de Oro, la cultura megalítica, etc.

Saludos,
X.

José Luis Calvo Zabalza dijo...

Hola buenas, hace mucho tiempo que sigo su blog. y es de los mejor que hay en el llamado mundo "alternativo" sobre todo en el tema historico y arqueologico.
le queria consultar la posible relación la civilicación del valle del Hindo no solo con la isla de pascua, si no las culturas mesopotamicas y su posible influencia. Puesto que hace poco se ha publicado un estudio hecho por un grupo internacional de arqueologos sobre la mencionada cultura del hindo dandole una datación de 8.000 años por lo que le convierte en la civilicación más antigua de manera "oficial" superando en varios milenios a la Sumeria. Creo que Graham Hancock hico hace unos años tocando el tema y parece el tiempo le estad dando en parte la razon. Gracias y perdón si tengo alguna falta ortografica.

Xavier Bartlett dijo...

Muchas gracias José Luis por el comentario

La verdad, no conocía esa datación tan antigua para la civilización del Indo, que tradicionalmente se databa un poco después del arranque de Mesopotamia y Egipto. Por tanto, no puedo opinar si no tengo más datos; lo que sí es cierto es que en Gobekli Tepe (Turquía) se ven muestras de pre-civilización hacia el 9000 a. C. y eso es muy antiguo. Lo que algunos expertos han apuntado son las conexiones entre Mesopotamia y Egipto, pero no con el Indo, no al menos de forma directa.

Sobre Hancock, creo que se refiere a sus investigaciones submarinas sobre una civilización perdida antediluviana, pero a día de hoy todavía no hay confirmación de la antigüedad de esos restos, suponiendo que sean artificiales.

Saludos,
X.