Un poco de historia
Textos de la pirámide de Unis (V dinastía) |
Según la egiptología, los
llamados Textos de las Pirámides son un conjunto de textos de tipo
mágico-religioso del Antiguo Egipto que fueron descubiertos en Saqqara,
concretamente en la pirámide del faraón Unis o Unas (último monarca de la V
dinastía, hacia el 2300 a. C.), a finales del siglo XIX. Este descubrimiento
causó cierto impacto en su momento pues hasta entonces se creía que las
pirámides no contenían textos jeroglíficos, según se había constatado en las
pirámides ya exploradas (exceptuando las marcas de canteros, como las de las
cámaras de descarga de la pirámide de Keops). Más adelante se hallaron otras
muestras de estos textos en varias pirámides de faraones de la VI dinastía y
también en la pirámide de Ibi, faraón de la VIII dinastía (hacia el 2100 a.
C.). A día de hoy son considerados como los documentos religiosos más antiguos
de la historia.
Los textos, escritos en
caracteres jeroglíficos, se presentan dispuestos en columnas, cubriendo las
paredes de los corredores, salas, antecámara y cámara funeraria de las
pirámides. Están formalmente separados en una serie de agrupaciones de frases o
fórmulas, que originalmente debían recitarse en voz alta como parte del rito
funerario[1];
de ahí que estas fórmulas fueran denominadas “declaraciones” por los
egiptólogos. En la pirámide de Unis se hallaron 228 declaraciones, pero los
textos más completos los encontramos en la pirámide de Pepi II, con más de 700
declaraciones. Los textos, en principio, estaban reservados para la realeza
pero fueron evolucionando con el paso del tiempo (“se democratizaron”) y se
acabaron convirtiendo en los llamados Textos de los Sarcófagos y en el Libro
de los Muertos.
Aunque el francés Gaston
Maspero, descubridor de los primeros textos en la pirámide de Unis, ya llevó a
cabo algunas traducciones, los primeros trabajos sistemáticos de clasificación
y traducción de todos los textos los publicó el egiptólogo alemán Kurt Sethe
entre 1908 y 1910, y de hecho fue Sethe el que estructuró y numeró los textos
en 741 declaraciones y más de 2.000 frases, que más o menos se han mantenido
hasta hoy con pocas variaciones. A lo largo del siglo XX se llevaron a cabo
diversas revisiones del trabajo de Sethe a cargo de prestigiosos egiptólogos.
Así, cabe destacar las siguientes traducciones:
- Breadsted (1912) (trabajo parcial basado en la obra de Sethe)
- Speelers (1923) (traducción al francés)
- Mercer (1952)
- Piankoff (1968)
- Faulkner (1969)
- Allen (2005)
Para muchos expertos, la
mejor traducción hasta la fecha es la de Faulkner, si bien la de Allen ha
introducido algunas novedades y ha llenado algunos vacíos de las versiones
anteriores.
Contenido y función de los textos
Los Textos de las
Pirámides no forman en realidad una historia o una narración secuenciada u
ordenada; más bien son un compendio de piezas sueltas con sentido propio. En
cuanto a su contenido, el egiptólogo norteamericano J. H. Breadsted agrupó las
declaraciones en seis grandes temas: 1) un ritual funerario y un ritual de
ofrendas, 2) ensalmos mágicos, 3) Un ritual de adoración muy antiguo, 4)
antiguos himnos religiosos, 5) fragmentos de viejos mitos y 6) Plegarias y peticiones
hechas en nombre del rey muerto.
Textos de la pirámide de Unis |
Sobre su significado (más
allá de la traducción literal), los textos siempre han resultado un reto para
los egiptólogos por la dificultad en la traducción de las declaraciones, que a
veces parecen un auténtico galimatías críptico. De hecho, en la actualidad
quedan aún bastantes palabras sin traducir o de traducción dudosa que
dificultan la comprensión de muchos fragmentos Incluso, se han vertido algunas
opiniones que apuntan a que los propios sacerdotes o artesanos que grabaron los
jeroglíficos habían perdido ya en su época el conocimiento del verdadero
significado de muchos pasajes; o sea, copiaban por pura repetición ritual, sin
saber muy bien de qué trataba el texto.
Sólo a título de ejemplo de
estos confusos significados, véanse estas tres declaraciones[2]:
Declaración 62
Oh Osiris Rey, toma el
agua que hay en el Ojo de Horus, no dejes que se salga de él. Oh Osiris Rey,
toma el Ojo de Horus, el agua en la que Thot ha visto - un cetro Hrs, un cetro
DbA y una maza.
Declaración 409
El Rey es el Toro de la
Enéada, poseedor de cinco comidas, tres en el cielo y dos en la tierra; son la
Barca de la Noche y la Barca del Día las que se las llevan al Rey desde el
altar nxn del dios. La suciedad es la abominación del Rey, él rechaza la orina
y no la beberá, el Rey vive del árbol de dulces frutos y de la incensación que
hay en la tierra.
Declaración 698
[...] tu látigo (¿?) al
suelo; el Rey es purificado [...] el Rey es Thot (¿?) [...] cuchillo; los
dioses son (¿?) carne; continúa tranquilo (¿?), mantente muy distante detrás
del rey.
La idea general sobre los
Textos que mantiene la egiptología desde hace un siglo es que se trata de una
recopilación de antiguas oraciones, encantamientos o conjuros que habían
existido previamente en la tradición oral –o incluso en papiros que resultaron
destruidos– y que no sólo se referían al culto solar, característico de la
época de los faraones del Imperio Antiguo, sino también a una más antigua
religión estelar.
El dios Osiris |
Lo que cabe destacar es que
muchas declaraciones se refieren directamente al acceso a la otra vida (la
resurrección) y muy especialmente al modo en que se propicia el ascenso del
faraón al mundo estelar, esto es, el proceso por el cual el faraón se convierte
en estrella y se une a las otras estrellas circumpolares (inmutables). Desde
este punto de vista, varios especialistas opinan que los Textos de las
Pirámides constituyen de alguna forma una doble cosmología del Antiguo Egipto.
A este respecto, cito el comentario de los expertos Francisco López y Rosa
Thode:
“De forma general pueden identificarse dos teorías cosmológicas: por un lado mitos solares, contemporáneos de los faraones que mandaron escribirlos; por otro lado unas ideas más antiguas relacionadas con la mitología estelar. En la primera el faraón es conducido hacia el dios solar Ra, mientras que en la segunda el camino a emprender se dirige a las estrellas circumpolares, aquellas que por no desaparecer nunca del cielo nocturno eran consideradas inmortales. Según James P. Allen, esta identificación constante del rey con las estrellas imperecederas refleja la marca distintiva de la nueva existencia del rey difunto frente al rey vivo y que no es otra que la inmutabilidad, y la eternidad, conceptos que aparecen también asociados al proceso de momificación y a la construcción del complejo piramidal.”[3]
Para concluir la exposición de la visión académica de estos textos,
vale la pena rescatar algunas opiniones de uno de los mayores expertos del
siglo XX en las pirámides egipcias: I.E.S. Edwards, autor del clásico “Las
pirámides de Egipto”. Edwards, como otros especialistas, destaca que el origen
de las declaraciones debía ser muy antiguo, porque se mencionan rituales ya
pasados, como el enterramiento en la arena o el uso de mastabas de ladrillo.
Sin embargo, sostiene que otras declaraciones eran relativamente modernas –no
anteriores a la III dinastía– pues hacen referencia a las pirámides. Para dar
coherencia a esta disparidad, Edwards afirma que “los sacerdotes de Heliópolis
de la V dinastía realizaron la compilación de los textos antiguos y añadieron
otros nuevos para ajustarse a las necesidades contemporáneas”[4].
Huelga decir que para Edwards no entra en lo concebible que las pirámides
fueran muchísimo más antiguas, esto es, coetáneas de los Textos originales.
Por otra parte, Edwards hace hincapié en el poder mágico que tenían los
jeroglíficos y las imágenes reproducidas sobre las paredes. Así, no le cabe
duda de que al pronunciarse las palabras escritas se cumpliría estrictamente el
contenido del texto. En cuanto a las imágenes, siguiendo el efecto mágico,
algunas criaturas o seres humanos hostiles se representaban de forma parcial o
mutilada, lo que les hacía más inofensivos. En suma, se trataba de “limpiar” de
potenciales peligros el recorrido del faraón en su viaje al Más Allá.
Sea como fuere, la egiptología, aparte de refinar más o menos las traducciones,
no ha avanzado apenas en su “versión oficial”, que data de finales del siglo
XIX y principios del XX, y desde luego no ha querido ver en estos textos nada
que no sea una prueba más de la profunda religiosidad del antiguo pueblo
egipcio, con su particular visión del cosmos, de la vida y de la muerte. Y así
pues la ciencia arqueológica –más allá de la mera labor filológica de traducir
los textos– sigue situando los Textos de las Pirámides en el complejo sistema
de creencias de la antigua religión egipcia, y por tanto queda acotada al tan recurrido
cajón de sastre del ámbito mitológico-religioso-espiritual-mágico que se aplica
tanto a civilizaciones antiguas como a pueblos primitivos.
Robert Bauval y el redescubrimiento de la religión estelar
No es ninguna novedad decir
que en el campo de la arqueología alternativa no se ha tenido esta misma percepción
de los Textos de las Pirámides. Varios autores han criticado la interpretación
convencional de la egiptología, dejando entrever que los textos no son meros
conjuros o fórmulas mágicas sino que hay algo más, algo que debe
interpretarse con otros códigos. Por supuesto, es muy fácil lanzar
especulaciones; lo realmente complicado es poder aportar otra interpretación
que sea mínimamente consistente y coherente con el contexto del Antiguo Egipto.
A continuación presentaremos tres de estas visiones alternativas, en el bien
entendido que –dada la extensión y propósito de este artículo– no es posible
desarrollar ni analizar en detalle las argumentaciones de los autores, sino
simplemente exponer su enfoque conceptual y sus ejes principales.
Robert Bauval |
Robert Bauval, ingeniero
profesional y egiptólogo amateur, ha sido uno de los investigadores más
destacados que se ha aproximado a los Textos de las Pirámides desde un enfoque
heterodoxo, al objeto de desvelar una clave de tipo astronómico aplicada a la
arquitectura. Así, la investigación de Bauval arrancó de su interés por
determinar la finalidad de las pirámides (dejando a un lado la función
funeraria, que él mismo pone en duda), lo que le condujo a estudiar los Textos de las Pirámides, a la búsqueda de
nuevas conexiones entre las creencias religiosas y la construcción de
las pirámides.
Fruto de estas
indagaciones, se dio cuenta de que los Textos tenían muchas referencias a las
estrellas y que tal insistencia debía tener un significado no ritual que los
egiptólogos habían pasado por alto. Por tanto, se propuso poner a prueba la
hipótesis de que la construcción de las grandes pirámides tenía un evidente sentido
astronómico. Esta visión no era estrictamente novedosa, pues ya J. H. Breasted
a inicios del siglo XX había sugerido que los Textos eran el símbolo de una
antiquísima religión estelar, que habría quedado oculta bajo la preponderancia
de la religión solar y del gran dios Ra. Años más tarde, Samuel Mercer, uno de
los exegetas de los Textos, reconoció incluso la existencia de una astronomía
primitiva medio oculta entre los himnos y conjuros. Finalmente, cabe destacar
también la interesante aportación en los años 60 de la obra de referencia Hamlet’s
Mill, cuyos autores (de Santillana y Von Dechend) señalaban que había hasta
370 términos inequívocamente astronómicos en el Libro de los Muertos, lo cual
indicaría que el Inframundo no debía ser un lugar terrenal, sino celestial.
Alineaciones estelares de los conductos de la Gran Pirámide |
Yendo un paso más allá, Bauval
se fijó en un trabajo del egiptólogo egipcio Alexander Badawy, que había
observado que los conductos –mal llamados canales de ventilación– de la
Gran Pirámide podían ser una especie de corredores que transportaban el alma
del faraón a las estrellas [5].
Así, Badawy, con la ayuda de la astrónoma Virginia Trimble, pudo apreciar que los
canales apuntaban a determinadas estrellas del firmamento relacionadas con la
antigua mitología egipcia. En efecto, tomando la inclinación de los conductos,
resultaba que para una fecha de alrededor de 2600 a. C. los cálculos
astronómicos mostraban que el conducto sur de la Cámara del Rey apuntaba
directamente a la constelación de Orión (identificada con el dios Osiris, Señor
del Duat), mientras que el conducto norte se alineaba con la que entonces era
la estrella polar, Alfa Draconis. De esta observación se podía colegir que los
conductos no tenían una finalidad física sino más bien una función simbólica de
tipo ritual, una especie de pasadizos
para el viaje estelar del alma del faraón al Duat. En definitiva, todo lo que
antes se había interpretado como una mera alegoría de tipo místico o religioso
sería en realidad una observación específica del mundo estelar[6].
Tirando de este hilo y
siguiendo las posiciones de las estrellas en la época faraónica, Bauval elaboró
el núcleo de su teoría, la llamada “correlación de Orión”, que fue el tema
central de su famoso best-seller “El misterio de Orión” (1995). Según
esta teoría, no sólo había vinculo entre la Gran Pirámide y Orión a través del
conducto sur, sino que la posición de las tres grandes pirámides de Guiza –que
no están alineadas entre sí– se correspondía en realidad con la disposición en
el cielo de las tres estrellas del cinturón de Orión, Al Nitak, Al Nilam, y
Mintaka. Dicho de otro modo, se daría una identificación, a modo de espejo,
entre el firmamento y la tierra (recordando la famosa máxima hermética de “como
es arriba, así es abajo”).
Según cálculos
astronómicos, Bauval estableció que la conjunción perfecta –por la cual las
tres estrellas estarían exactamente encima de las tres pirámides– se daba en la
fecha de 10450 a. C., lo que creaba una especie de reloj o marcador temporal
del Zep Tepi (o “Tiempo Primero”, periodo mítico de arranque de la
civilización egipcia), momento en que supuestamente se habría diseñado todo el
plan arquitectónico de la meseta de Guiza. Posteriormente, Bauval amplió esta
teoría en su libro “Código Egipto” (2004) en el que argumentaba que todos los
grandes monumentos del Egipto faraónico respondían a un plan preconcebido de
carácter astronómico, a fin de copiar sobre la tierra la disposición de los
astros del firmamento.
En resumen, la interpretación de Robert Bauval transforma de alguna
manera el mundo de ultratumba y de los dioses en conocimientos astronómicos,
que a su vez fueron plasmados en un patrón arquitectónico que tenía tal vez una
doble misión: copiar fielmente el macrocosmos (el cielo) sobre el microcosmos
(la tierra) y actuar como un marcador temporal haciendo que las alineaciones de
determinadas construcciones fijaran un tiempo concreto a través de su relación
con unas estrellas específicas. Para Bauval queda claro que los egipcios tenían
una gran preocupación por la astronomía, y que además, como fruto de miles de
años de observación y seguimiento de las estrellas, tenían un conocimiento exacto
del fenómeno de la precesión.
Para los que deseen ahondar más en la visión de Bauval, recomiendo
consultar también “Guardián del Génesis” (1996), un libro coescrito con Graham
Hancock, en el que se hacen muchas referencias a los Textos de las Pirámides,
desarrollando lo expuesto en la primera obra y aportando otros interesantes
elementos de reflexión, en muchos casos procedentes de egiptólogos académicos
así como de otros especialistas científicos.
Zecharia Sitchin y la ascensión al reino de los dioses
Zecharia Sitchin |
El prolífico autor alternativo Zecharia Sitchin (fallecido en 2010) fue
bien conocido por su particular reinterpretación de la mitología sumeria, a la
que convirtió en un relato fiel de la llegada de los dioses (o sea,
alienígenas) Anunnaki a nuestro mundo desde un lejano planeta llamado Nibiru.
Sin embargo, es menos conocido que Sitchin se internó también en la mitología y
la religión egipcia en su obra “La escalera al cielo” (1980) para aportar más
pruebas de la presencia Anunnaki en nuestra más remota Antigüedad. En este
libro Sitchin hace un alarde de erudición y conocimiento de los textos antiguos
y, aunque su enfoque es bien distinto del de Bauval, viene a coincidir con él
en que los académicos no han entendido la verdadera esencia de los Textos de
las Pirámides.
Lo que presenta Sitchin es básicamente la hipótesis de que el viaje del
faraón al inframundo –o al reino de los dioses– era en realidad un recuerdo o
una copia muy desvaída de una realidad muy lejana en el tiempo: los auténticos
viajes de los dioses (léase aquí astronautas). El escenario propuesto es el
típico de la teoría del antiguo astronauta, esto es, lo que desde siempre se ha
tomado como mitología o religión esconde una realidad subyacente que quedó muy
deformada por el paso de los siglos hasta convertirse en una mera leyenda que
en este caso ya resultaba bastante incomprensible para los propios egipcios del
Imperio Antiguo (y no digamos para los modernos eruditos...)
Con estos precedentes, no es difícil adivinar que el enfoque de Sitchin
a la hora de interpretar las declaraciones es radicalmente heterodoxo. Así, en
vez de recurrir al contexto religioso (o incluso astronómico), se inclina por
realizar una lectura en clave extraterrestre y con toques técnicos, como ya
hizo en su momento con el Enuma Elish o con la epopeya de Gilgamesh. Sitchin,
en suma, trata de demostrar que lo que narran los Textos no era en origen un
viaje para el ka (el doble, esencia o espíritu) del faraón, sino para su
cuerpo “en épocas prehistóricas”.
Para Sitchin, no tenía demasiado sentido que el viaje al Duat –que era
un reino supuestamente subterráneo– acabara en una ascensión al cielo. Por
tanto, el viaje del rey debía ser más bien una imitación del antiguo trayecto realizado
por sus antepasados divinos (o sea, los seres venidos de otro planeta), cuya última
etapa culminaba en el lanzamiento de una nave espacial. De este modo, casi toda
su argumentación consiste en cambiar la interpretación de los Textos para explicar
de modo alternativo el recorrido que debía realizar el faraón hasta alcanzar el
reino de los dioses.
Para no alargarnos, basta decir que Sitchin va tomando diferentes
declaraciones como prueba de que el faraón debía emprender un viaje físico por varios
parajes, algunos de ellos difíciles o peligrosos, hasta llegar por fin a la escalera
al cielo. Una vez llegado a este lugar, el rey presenta sus credenciales y
seguidamente se le permite la entrada a un mundo subterráneo, con ciertos
tintes fantásticos o aterradores. Para Sitchin, no hay duda de que el faraón se
había adentrado en una especie de complejo con una serie de compartimentos y
estancias que debía ir traspasando. En su descenso, el faraón ve a unos dioses
sin rostro (¿cubiertos con un yelmo?) y más tarde es aceptado para alcanzar la
vida eterna, lo que conllevará ciertos actos, como el hecho de ser equipado adecuadamente
“como un dios”. Finalmente, accede a su medio de ascensión, el gran barco
celestial de Ra –aunque, según Sitchin, originalmente se traducía por el Ojo
(de Horus)– en el cual embarcará para completar la última etapa de su viaje.
Luego, en el momento culminante, se abren las Puertas del Cielo y se produce
una serie de rugidos y convulsiones en el Ojo de Horus, que se encamina a las
estrellas. De esta manera, el faraón al fin cruza el firmamento hacia la morada
celestial, donde le aguarda la eternidad.
"Nave espacial" (según Sitchin) en la tumba de Huy |
Una vez presentado este escenario, Sitchin retoma la
moderna era espacial y compara inevitablemente el relato de los Textos de las
Pirámides con los viajes de los cosmonautas en grandes cohetes. Así, imagina al
faraón dirigiéndose a una base de lanzamiento al este de Egipto. Allí pasaría
por diversas salas, se le vestiría como un astronauta, y subiría hasta la
cápsula. Luego se abrirían las compuertas dobles, se encenderían los motores y
la nave partiría hacia el planeta “de los dioses”. Sólo por poner un ejemplo,
en un fragmento de la declaración 246 Sitchin ve claramente un episodio de gran
actividad y agitación previo al “lanzamiento”: ¡Cuidado con el
Horus de los ojos rojos, violento de poder, cuya fuerza nadie puede resistir! Sus mensajeros van, sus correos
corren, ellos llevan noticias a Aquel cuyo brazo está levantado en el Este de
la marcha de este Uno en ti de quien Dun-Anuy dice: Él dará órdenes a los
padres de los dioses. Y para reforzar su tesis, Sitchin incluso afirma que existen algunas
representaciones gráficas del viaje al inframundo con detalles inequívocos, como
la forma de... ¡un cohete espacial! (en la tumba del noble Huy).
En fin, tal interpretación no merece muchos más comentarios que los que
pueden hacerse a las elucubraciones de su colega Erich Von Däniken, que a fin
de dar salida a sus extraterrestres selecciona, manipula y compone a su gusto
las supuestas pruebas a base de unas analogías que podríamos calificar –como
poco– de atrevidas. No obstante, pese a todo lo que podamos criticar, la obra
de Sitchin pone de manifiesto que los académicos siguen sin explicarse el
contenido de las declaraciones, que éstas a menudo no parecen tener un sentido
religioso ni funerario y que la civilización egipcia y la mesopotámica tienen
muchos rasgos en común que podrían explicarse con unos orígenes más o menos
compartidos.
La interpretación revolucionaria de Clesson Harvey
Clesson H. Harvey no es precisamente una figura muy conocida en el
mundo de la arqueología alternativa. Supe de su existencia a través del foro de
discusión del sitio web de Graham Hancock, donde había publicado un artículo
sobre los Textos de las Pirámides hace más de una década[7].
Aparte de este trabajo, sus estudios sobre estos antiguos escritos se plasmaron
principalmente en su obra póstuma Opening the door to immortality (“Abrir
la puerta a la inmortalidad”). Harvey, que falleció en 2012, fue un profesor de
Física y Química en Berkeley (California, EE UU) que se fue interesando
por el Antiguo Egipto, lo que le llevó a recibir clases del egiptólogo Klaus
Baer para aprender a interpretar la escritura jeroglífica, y muy en particular
los Textos de las Pirámides, tarea que desarrolló durante 40 años de su vida.
Lo que aporta Harvey es una visión bastante radical, pero bien apartada
de los dos autores anteriores, básicamente porque ni aprecia la existencia de
un mensaje estrictamente astronómico ni ve extraterrestres por ningún lado. A
Harvey lo podríamos incluir en la tendencia de pensamiento que concede que
existió un tiempo pasado de gran conocimiento y civilización, pero de carácter
bien distinto a nuestra época. Se trataría, pues, de una interpretación
fundamentada en la historia cíclica y el mito de la Atlántida. En este
escenario, compartido por otros autores alternativos como J. A. West, el
Antiguo Egipto sería el legado de la Atlántida perdida tras un gran cataclismo.
Y ese mundo desaparecido tendría una ciencia de tipo espiritual asentada en un
estado de conciencia superior, que –con el paso del tiempo y la decadencia de
la conciencia humana– resultaría prácticamente incomprensible.
Textos de la pirámide de Unis |
En definitiva, Harvey rechaza la idea de que los Textos de las
Pirámides sean textos religiosos. Según su investigación, serían más bien los
restos de una ciencia metafísica –que él también identifica en textos paralelos
de otras culturas como la hindú– y que los egiptólogos han confundido con
hechizos y conjuros. De hecho, él no ve “declaraciones”, sino instrucciones
para la transformación de un humano mortal en un ser inmortal. Dichas
instrucciones (o “cartas”), que Harvey reconoció en los textos de la pirámide
de Merenre (VI dinastía), procederían de un maestro llamado Tem, en sus
palabras, “el primero o el más alto de los nueve estados de conciencia de la
mecánica cuántica en todo el universo”.
Para Harvey, los egiptólogos han errado completamente en la diana. En
su opinión “los textos se explican por sí mismos” pero para ello hay que
recurrir a otra forma de traducirlos, y aquí es cuando entramos en terrenos
complicados. Harvey afirma que en la Gramática egipcia del académico
Gardiner ya se intuía una técnica de traducción de estilo informático; dicho de
otro modo, los Textos de las Pirámides serían algo así como “programables”.
Desde esta perspectiva, se puede acceder a un nuevo desciframiento de los
jeroglíficos en el que el Udjat u Ojo de Horus tiene un papel central.
Este “Ojo”, según describe Harvey, no es físico. En sus propias palabras[8]:
“Hay un solo punto en el centro exacto centro de la conciencia visual de cada persona que brilla como una estrella borrosa, de forma intermitente, a unos 15 cm. delante de la frente, incluso en la oscuridad total. Sabemos por la investigación moderna del cerebro que tal conciencia proviene de la actividad eléctrica de un punto correspondiente en alguna parte del cerebro físico. Los Textos de las Pirámides describen una isla no física o alma de conciencia inmortal que inicialmente está unida a la estrella reluciente física en el cerebro. Esta isla de conciencia completamente no-física es el Ojo de Segunda Visión[9].”
A partir de este nuevo enfoque, Harvey descubrió que el lenguaje
relacionado con las estrellas era meramente metafórico y que en realidad se
hacía referencia a estrellas espirituales, propias del reino de la conciencia.
En su opinión no habría nada de astronomía física (a excepción de la
declaración 302), sino continuas referencias a fenómenos de tipo paranormal,
como las experiencias cercanas a la muerte (ECM). Así por ejemplo, la
recurrente estrella imperecedera no sería una estrella física sino “una
estrella idealizada o apertura del túnel en el cielo interno de la conciencia
visual”. Por lo demás, según Harvey, las instrucciones de tipo espiritual
habrían sido tomadas (o sea, mal traducidas) por extrañas órdenes al Rey, como
por ejemplo en la frase 904c:
Harvey: “Tu alma es como una estrella viviente que sobresale entre sus
hermanas.”
Faulkner: “¡Sé un alma como una estrella viviente a la cabeza de sus hermanas.”
Asimismo, los Textos de las Pirámides esconderían pistas sobre altos
conocimientos científicos relacionados con las matemáticas, o incluso con la
moderna física cuántica. Así pues, al investigador americano no le caben dudas
de que detrás de estos testimonios se vislumbra el legado de una sabiduría o
ciencia de tipo espiritual que procedía de una civilización desaparecida (la
Atlántida).
Y por si fuera poco, Clesson Harvey, al ir analizando el contenido y el
mensaje de los Textos, vio que muchas de las certezas sobre el Antiguo Egipto
establecidas a lo largo de décadas serían falsedades o simplemente
especulaciones. Así, basándose en los datos extraídos de los Textos, así como
de otros documentos del Antiguo Egipto, se permitió afirmar –entre otras cosas–
que:
- La Gran Pirámide de Keops era en sí un enorme jeroglífico de piedra que contenía las palabras seba y nut (“Puerta de la estrella espiritualizadora” y “Puerta de apertura del túnel”, respectivamente). La disposición de los Textos en las pirámides de la V y VI dinastía le inducían a pensar que los Textos eran recitados en la Gran Pirámide en las cámaras y corredores equivalentes.
- Las tres grandes pirámides de Guiza fueron construidas como mínimo hace 26.000 o tal vez 52.000 años –según un patrón precesional– por los Seguidores de la Segunda Visión (equiparables a los Shemsu-Hor predinásticos), gracias a la poderosa fuerza de levitación que poseía el Ojo de la Segunda Visión.
- La función de la Gran Pirámide era la de entrenar o iniciar a los nuevos Seguidores de la Segunda Visión en un entorno de completa oscuridad en el cual se decía la “Palabra Solitaria” de terrible poder antes de recitarse los Textos de las Pirámides. La pirámide era pues una puerta física de la estrella espiritualizadora que estaba unida al Ojo de la Segunda Visión no-físico.
- La historia de Egipto se remontaría, según los propios jeroglíficos, a unos 45.000 años de antigüedad, y en consecuencia la cronología de las seis primeras dinastías es totalmente errónea. La cronología auténtica del Antiguo Egipto estaría inscrita en una única pared de la pirámide del faraón Unis.
- Los Textos mencionarían explícitamente la existencia de la Atlántida a través de la palabra nedit. Miles de años después, los sacerdotes egipcios que habrían explicado a Solón la historia de la Atlántida habrían utilizado la expresión derivada itnd o itlend.
The Short Path, obra de C. H. Harvey |
Conclusiones
A la vista de estos diversos enfoques, podemos apreciar que existe una
evidente divergencia conceptual entre la interpretación académica y las
visiones alternativas. Dejando a un lado a Sitchin, que lanzó un órdago a la
egiptología tradicional pero también a cualquier otra visión que no pasara por
su clave extraterrestre, tanto Bauval como Harvey (que se conocieron personalmente)
coinciden en profundizar en la propia civilización egipcia para hallar lo que se
oculta detrás de un aparente marco religioso-funerario.
Robert Bauval, a pesar de que nunca ha sido muy radical, no ha obtenido
la comprensión esperada por parte del estamento académico, si bien el propio
Edwards acogió algunas de sus propuestas de buen grado. El problema tal
vez radique en que Bauval atribuye un alto conocimiento astronómico a los
antiguos egipcios, siendo esto relativamente heterodoxo, pues la astronomía
egipcia siempre se había considerado muy elemental, bastante inferior a la
mesopotámica o la griega. Con todo, a la vista de los argumentos ofrecidos, la teoría
de la correlación de Orión tiene sentido, así como otras observaciones que
relacionan directamente pirámides, astros y mitología, lo que de algún modo daría
cobertura a una visión hermética de la arquitectura egipcia.
En cuanto a Clesson Harvey, su visión traspasa la superficie que
percibe la egiptología e incluso el sentido astronómico “físico” que defiende
Bauval. No cabe duda de que Harvey ha tenido la audacia y la intuición de
formular un enfoque revolucionario sobre los Textos, entendidos como un
conjunto de instrucciones para lograr que los iniciados alcanzasen un estado de
conciencia más elevado. Este enfoque, como hemos visto, se desvincula de la
parafernalia ritual funeraria y habla abiertamente de metafísica y de ciencia
de la conciencia, algo que va bastante más allá de lo que acepta la actual
ciencia materialista-reduccionista y que nadie se atreve a vincular con el
Antiguo Egipto.
Así pues, queda claro que lo que propone Harvey es la anulación del
paradigma existente y su sustitución por un paradigma completamente nuevo
basado en otros conceptos que difícilmente pueden casar con los que la
Egiptología ha defendido durante 200 años. Obviamente, es muy difícil evaluar
esta hipótesis en su justa medida sin un conocimiento profundo del antiguo
idioma egipcio y de los jeroglíficos, así como de la cosmología y la religión de
esta gran civilización, sin olvidar los nuevos conceptos de la física cuántica.
No obstante, si valoramos globalmente las propuestas de Bauval y Harvey,
vemos que poco a poco se van añadiendo pruebas e indicios de que la evolución
lineal presentada por la historia y la arqueología convencionales podría ser un
camino equivocado. De este modo, se va planteando la posibilidad cada vez mayor
de que en un tiempo muy remoto existiera una civilización global mucho más
avanzada que la nuestra (en términos de conciencia) cuyo legado apenas
podríamos atisbar a través de unos pocos rastros relativamente ininteligibles,
como los Textos de las Pirámides.
© Xavier Bartlett 2014
Referencias
ALLEN, J.P. The Ancient Egyptian Pyramid Texts. Society of Biblical Literature. Atlanta, 2005
BAUVAL, R.; GILBERT, A.
El misterio de Orión. Edaf. Madrid, 2007
HARVEY, C. Opening the door to immortality. Cliff Morgenthaler
Publishing, 2012.
SITCHIN, Z. La
escalera al cielo. Obelisco. Barcelona, 2013
[1] Esto lo
sabemos porque todos comienzan invariablemente con las palabras dd mdw
(dyed medu), que significan “para ser dicho”.
[2] Según la
versión española en: LÓPEZ, F: THODE, R. Los textos de las pirámides. [sitio web: www.egiptologia.org]
[3] LÓPEZ, F: THODE, R. Op. cit.
[4] EDWARDS,
I.E.S. Las pirámides de Egipto. Ed. Crítica. Barcelona, 2011. (p. 186)
[5] Para ser
justos, tal función simbólica ya la había sugerido el egiptólogo belga Capart
en 1924, y luego fue retomada por otros expertos, incluso por Edwards, aunque
con cierta cautela.
[6] Por ejemplo,
el Duat no sería un reino terrenal o interior como afirman algunos expertos,
sino un lugar concreto del firmamento estrellado, corroborando las impresiones
de algunos egiptólogos como Wallis Budge, Hassam, o el propio Sethe. Incluso el
propio jeroglífico que corresponde al Duat es una estrella inscrita en un
círculo.
[7] Dada la
importancia de este artículo, que también está disponible en su página web –aún
operativa aunque ya no actualizada tras el fallecimiento del autor– pronto lo
difundiré íntegramente en versión castellana en este mismo blog.
[8] Texto
extraído de la sección “temas más preguntados” de su web www.pyramidtexts.com
[9] Esta segunda
visión, según su explicación, se corresponde con una visión superior a
nuestra primera visión con los dos ojos mortales. Se trataría de una visión con
un solo ojo, en un estado de conciencia elevado que levita en el espacio y que
va más allá de las limitaciones de nuestro rostro o nuestro cerebro.
[10] En este
campo cabe destacar la aportación del investigador español Guillermo Caba
Serra, que ha expuesto una teoría que relaciona los Textos de las Pirámides con
el espacio físico de la Cámara del Rey de la Gran Pirámide como lugar de iniciación
mística. Para mayor información, véase su artículo publicado en la revista
Dogmacero n.º 7 (2014). También está en una línea similar el investigador ruso Valery Uvarov, que sugiere que la Gran Pirámide era el lugar de iniciación del faraón, donde podía separarse de su cuerpo y emprender un viaje astral.
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