Introducción
Este blog tiene como propósito mostrar las muy diversas
visiones del pasado más remoto que se hacen desde posiciones alternativas no
coincidentes con el actual paradigma científico. Desde luego, el ámbito
alternativo es un campo enorme en el que existen múltiples tendencias y
enfoques, y así no es de extrañar que ciertos temas aparentemente ya quemados
sean objeto de una enésima vuelta de tuerca en busca de claves insólitas en las
que nadie había reparado antes y cuando parecía que ya todo estaba dicho, tanto
desde la óptica académica como desde la óptica heterodoxa.
Así pues, no tenía intención de comentar nada en este blog
sobre la archifamosa “maldición de Tutankhamon” al ser un asunto ya muy viejo y
cansino, más próximo al sensacionalismo que a la ciencia, y con todo tipo de
opiniones y especulaciones que se vienen arrastrando desde hace casi un siglo.
Sin embargo, superando los consabidos tópicos, reconozco, por un lado, que en este
caso se han ido acumulando una serie de rasgos únicos en la historia de la
egiptología y, por otro, que recientemente han ido apareciendo diversas teorías
radicales –algunas situadas en un cierto terreno conspirativo (otra
clásica línea de la literatura alternativa)–
que merecen al menos un somero repaso crítico por lo audaz de sus
planteamientos.
Los hechos
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Máscara funeraria de oro de Tutankhamon |
Pero empecemos por el principio. Existe una gran cantidad de
páginas de Internet y de bibliografía académica y divulgativa sobre el hallazgo
de la tumba de Tutankhamon por parte del egiptólogo británico Howard Carter.
Asimismo, también se ha escrito mucho material sobre la supuesta maldición que
afectó a varias de las personas más o menos directamente relacionadas con el
descubrimiento. Y por si
fuera poco, desde hace varias décadas se han multiplicado los estudios sobre la
vida y –particularmente– sobre la muerte de este joven faraón de la dinastía
XVIII. Así, todavía a día de hoy, no está claro si Tutankhamon murió de muerte
natural, de un accidente, o si fue asesinado por motivos políticos.
Todo esto es un terreno ya muy trillado y no voy a insistir más que en los
datos principales para tener al menos un marco de referencia.
La historia tuvo su inicio el día 4 de noviembre de 1922,
cuando los obreros egipcios que estaban excavando en el Valle de los Reyes
hallaron el principio de una escalinata descendente que conducía a un hipogeo,
una típica tumba subterránea del Antiguo Egipto (luego clasificada como KV62).
Al llegar a la puerta de la tumba, Howard Carter reconoció los sellos reales y
el nombre del faraón Tutankhamon, cuya sepultura todavía no había sido
descubierta. Sin embargo, antes de entrar en la tumba, Carter tuvo la gentileza
de avisar a su mecenas, Lord Carnarvon, que estaba en Inglaterra, para que
acudiera a la apertura de la puerta. Así pues, no fue hasta el día 26 de ese
mismo mes en que se procedió a entrar en la antecámara funeraria,
comprobando que los ladrones habían podido llegar hasta allí por lo menos dos
veces, vista la presencia de algunos boquetes y el desorden de la sala, pero
que apenas se habrían llevado unos pocos objetos pequeños.
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Planta de la tumba KV62 |
En cuanto a la cámara sepulcral (a la cual no se accedió
hasta inicios de 1923), se constató que estaba ocupada por un conjunto de capillas,
y se pudo comprobar que los ladrones también habían entrado allí pero que no
habían ido más allá de la primera capilla. Por lo tanto, los egiptólogos
estaban ante la primera y única sepultura de un faraón del todo intacta que
había llegado a nuestros tiempos, si bien era una construcción bastante modesta
para lo que era habitual en las tumbas de la casta real. Con todo, nunca antes
se había encontrado un entierro real en estas condiciones, y por consiguiente
los trabajos de Howard Carter fueron extremadamente lentos y minuciosos,
tardándose varios años en documentar, manipular, inventariar y extraer todo el
contenido de la tumba, compuesto por más de 2.000 objetos. Sólo a modo de anécdota,
cabe citar que no se pudo acceder a la momia de Tutankhamon hasta noviembre de
1926, cuatro años después de haberse hallado la tumba.
En consecuencia, el descubrimiento de una tumba de estas
características, aun siendo la de un faraón de breve reinado y relativamente
secundario, atrajo la atención de muchas personas, dado el aspecto
impresionante de un ajuar casi completo y una compleja cámara funeraria con
varias capillas y sarcófagos unos dentro de otros, a modo de muñecas rusas.
Así, numerosas personalidades, tanto del ámbito científico, como del social,
económico o político pasaron por la tumba para admirar tantas maravillas. Por
su parte, la prensa occidental rápidamente se hizo eco de tales hallazgos e
hizo un seguimiento exhaustivo de las operaciones arqueológicas.
Sin embargo, y aquí comienza la leyenda, una serie de
extrañas muertes prematuras –supuestamente relacionadas con el faraón–
acaecidas en los meses y años posteriores a la apertura de la tumba hicieron
que la prensa empezara a hablar de una cierta “maldición de Tutankhamon”, una
especie de castigo milenario para los profanadores del reposo del joven faraón
que se habría llevado por delante a bastantes de las personas implicadas en los
hechos. Por supuesto, no hay que ser muy avispado para reconocer que tales
historias podían excitar la imaginación de los lectores y aumentar las ventas
de periódicos y libros. Además, hay que tener en cuenta que en aquella época el
Antiguo Egipto aún era visto como un tema envuelto en un halo de misterio,
fascinación y temor.
La lista fatídica
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Carter y Carnarvon en la apertura de la cámara sepulcral |
La mayoría de listas de supuestas víctimas de la maldición
coincide en una cifra aproximada de 15-20 personas, aunque algunas elevan la
cifra hasta las 30. En cuanto al marco temporal, tuvieron lugar en un periodo
relativamente amplio, que se inicia con la muerte de Lord Carnarvon (cinco
meses después de la apertura de la tumba) y concluye varios años después, hacia
1935. Sin embargo se advierte cierta arbitrariedad en algunas listas al incluir
a personas que trabajaron en la tumba y que murieron muchos años después, como
por ejemplo Sir Alan Gardiner, fallecido en 1960.
Por otra parte, algunos autores consideran que determinadas
muertes relativamente súbitas de personalidades egipcias y occidentales desde
los años 60 y 70 del pasado siglo también son debidas a una “reactivación” de
la maldición, pero no voy a extenderme en este extremo para no desviarnos del
hilo argumental.
En resumen, tendríamos los siguientes fallecimientos
destacados (entre paréntesis el año de defunción):
- Lord Carnarvon, promotor de las excavaciones (1923).
Falleció en El Cairo a causa de una neumonía, que a su vez provenía de una
septicemia, por una infección provocada por la picadura de un mosquito.
- Aubrey Herbert, hermanastro del anterior (1923). Murió
poco después de una sencilla operación dental.
- Gardian La Fleur, arqueólogo (1923). Llegó a Egipto
para ayudar a Carter y murió a las pocas semanas.
- George Jay Gould, financiero y amigo personal de
Carnarvon (1923). Falleció por una inflamación pulmonar.
- Hugh Evelyn-White, arqueólogo, colaborador de Carter
(1924). Fue encontrado colgado de una cuerda y se cerró el caso como suicidio.
- Archibald
Douglas Reed, radiólogo (1924). Murió en circunstancias poco claras,
víctima de una fuerte fatiga. Había realizado las radiografías de la momia.
- Georges Bénédite, egiptólogo (1926). Sufrió una caída
visitando la tumba y murió poco después.
- Bernard Pyne Grenfell, papirólogo (1926). Murió de paro
cardíaco en su domicilio.
- Arthur C. Mace, arqueólogo, colaborador de Carter
(1928). Debilitado desde 1923, acabó falleciendo exhausto en Inglaterra tras
abandonar los trabajos en Egipto en 1924.
- Richard Bethell, secretario de Carter (1929). Murió de
paro cardíaco en su domicilio.
- Lord Westbury, padre del anterior (1929). Meses después
de morir su hijo, cayó desde un séptimo piso; la policía interpretó el caso
como suicidio.
- Lady Almina, viuda de Lord Carnarvon (1929). Falleció a
causa de una infección.
- Príncipe
Alí Kemel Fahmy Bey (1929). Fue asesinado a tiros en un hotel de
Londres. Su esposa fue acusada del crimen.
- Mervyn Herbert, otro hermanastro de Carnarvon (1930).
Murió en Roma en circunstancias poco claras.
- Arthur Weigallm, egiptólogo, colaborador de Carter
(1933). Afectado de extrañas fiebres, murió al poco tiempo.
- James
Henry Breadsted, egiptólogo (1935). Sucumbió a una infección bacteriana
a una edad avanzada.
Las hipótesis comunes acerca de la supuesta
maldición
Huelga decir que para la comunidad académica y para
cualquier visión racional la teoría de la maldición siempre ha sido una
completa insensatez fomentada por el sensacionalismo y por las ganas de
explotar el mito y el misterio, que indudablemente encontraban un rico caldo de
cultivo en historias truculentas de este tipo. Para la ciencia, todas las
defunciones se podían explicar por razones perfectamente razonables y
observables y no había detrás de ellas ningún hechizo o efecto mágico
procedente del remoto pasado. Por tanto, la conjunción de muertes de personas
relacionadas de un modo u otro con el hallazgo de la tumba sólo se debía
achacar a una mera casualidad.
Cabe señalar que la versión más pura de la supuesta
maldición se fundamenta en el efecto mágico de algún encantamiento o conjuro, y
éste es un terreno que no es del todo imaginario o estrambótico, pues sabemos
del papel que dicha magia ocupaba en las creencias de los antiguos egipcios. En
este sentido, se conoce la existencia de inscripciones o tablillas que
contenían algún tipo de maleficio para aquel que osara perturbar la paz del
difunto. Como explica la egiptóloga Emily Teeter,
en algunas tumbas se han identificado textos con amenazas directas (desde daños
corporales hasta castigos de los dioses) a los que profanaran la sepultura. Por
ejemplo, en la tumba del noble Beu (hacia el 2400 a. C) se puede leer en la
pared una maldición que intimida al asaltante de la tumba con la amenaza de ser
agarrado y muerto por un ave. Por cierto, durante mucho tiempo corrió el rumor
de que Carter había encontrado una tablilla en la tumba con una inscripción
mágica de este tipo, pero nunca se ha presentado ninguna prueba mínimamente
consistente de tal hallazgo.
Con todo, nada de esto pareció tener ningún efecto real,
pues el saqueo de tumbas, tanto de nobles como de personajes reales, o
simplemente de gente acomodada, fue el pan de cada día en aquellos tiempos.
Además, es bien posible que las pocas tumbas que quedaron incólumes fueran
saqueadas en tiempos posteriores al Egipto dinástico, cuando las supersticiones
más antiguas ya se habían olvidado completamente.
Hasta aquí la versión digamos oficial o científica.
Pero desde otras posiciones se ha querido ir un poco más allá para ver si se
podía hallar alguna explicación lógica a estas muertes que no pasaran por la
inevitable magia egipcia, pero que de alguna manera guardaran algún vínculo con
la tumba. Así, la teoría alternativa más extendida –y de alguna forma
contemplada desde el ámbito científico– es la de la infección en la propia
tumba.
A este respecto, y ya desde las primeras muertes en 1923, se
empezó a hablar abiertamente de la acción letal de bacterias, hongos, moho,
gérmenes o cualquier microorganismo patógeno en el interior de la tumba. Así,
la directa exposición a uno o varios agentes infecciosos –presentes en el aire
original del hipogeo, en los objetos o incluso en la propia momia– habrían sido
los causantes de las muertes, sobre todo por afecciones pulmonares. Lo cierto
es que el tema del aire viciado en cámaras selladas durante milenios no es
ninguna novedad para los arqueólogos. Sobre este punto, el mismo Zahi Hawass
recomendaba ventilar bien estas estancias por lo menos durante un par de días
antes de proceder a su exploración.
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Howard Carter examinando el sarcófago del faraón |
Como sería de suponer, Howard Carter, conocedor de la
civilización egipcia pero también familiarizado con la moderna ciencia, nunca
creyó en ninguna maldición, aunque sí tuvo en cuenta la posible presencia de
agentes infecciosos. A este efecto, al día siguiente de la apertura de la
tumba, el químico británico Alfred Lucas dispuso una serie de cinco pruebas
para identificar cualquier tipo de microorganismos. Los análisis mostraron que
sólo en una de las pruebas se habían hallado microorganismos y que además no
eran originarios de la tumba sino que procedían del exterior. No obstante,
Lucas identificó en las paredes de la tumba algunas trazas de un hongo llamado Aspergillus
pero en su opinión estaban totalmente secas (muertas) y no suponían ningún
riesgo para la salud.
El propio Carter finiquitó el asunto con estas palabras
(procedentes del segundo volumen de La tumba de Tutankhamon):
«Se ha afirmado desde varias posiciones que existen
peligros físicos reales ocultos en la tumba de Tutankhamon: fuerzas
misteriosas, conjuradas por algún poder maléfico, para vengarse de quienquiera
que osara cruzar sus puertas. Quizá no hay lugar en el mundo más libre de
riesgos que la tumba. Cuando fue abierta, la investigación científica demostró
que era estéril. Cualquier germen foráneo que pueda haber dentro hoy ha sido
introducido desde fuera, y sin embargo las malas personas han atribuido muchas
muertes, enfermedades y desastres a las supuestas influencias misteriosas y
nocivas.»
Para cerrar la controversia sobre el posible impacto de
agentes infecciosos, el epidemiólogo Mark Nelson
realizó hace pocos años un completo análisis de las circunstancias de las muertes en relación
con un supuesto agente patógeno, centrándose en las personas occidentales que
habían visitado la tumba al menos una vez. Y aquí es cuando se pusieron de
manifiesto cosas ya muy evidentes desde hacía décadas. En primer lugar, que
Howard Carter, el “profanador por excelencia”, había sobrevivido nada menos que
17 años al descubrimiento de la tumba, para morir de cáncer en 1939. Por otro
lado, la lista de víctimas incluía a alguna persona que no había pisado jamás
la tumba. Y en caso de haber existido un potente agente infeccioso en el
hipogeo, la gran mayoría de visitantes habrían resultado infectados, en
particular el colectivo de personas que estaba trabajando allí habitualmente,
por el mayor riesgo de exposición.
No obstante, los estudios de Nelson mostraron que en el
grupo potencialmente más expuesto la media de supervivencia tras la estancia en
la tumba fue de 21 años, llegando a una edad promedio de 70 años. Lord
Carnarvon falleció a las pocas semanas de haber penetrado en la tumba, pero su
hija Evelyn, que lo acompañaba en aquel momento, vivió nada menos que 57 años
más. A su vez, otras personas del equipo arqueológico, como el médico que
realizó la autopsia a la momia o el fotógrafo, vivieron bastantes años más sin
ningún problema. Asimismo, existe el caso excepcional del sargento Richard
Adamson, que realizaba las funciones de vigilante de la tumba y que fue el
europeo que más tiempo pasó junto a los restos del faraón: murió en 1982.
Como consecuencia de estas conclusiones, prácticamente nadie
formula ya en serio la posibilidad de que algo nocivo presente en la
sepultura del joven faraón fuese el causante de las muertes antes citadas. Por
todo ello, podríamos estar hablando ya de un caso cerrado, que sólo se prolonga
por la simple intención de crear expectación y ganar algún dinero con libros
sensacionalistas. Pero a continuación veremos que existen otras visiones que se
salen completamente de los parámetros establecidos y que presentan interesantes
cuestiones a resolver y que se habían pasado casi completamente por alto.
La interpretación de Clesson Harvey
Clesson Harvey fue un investigador
norteamericano que dedicó muchos años de su vida a desentrañar los misterios de
los Textos de las Pirámides, llegando a conclusiones sorprendentes (véase “Los
Textos de la Gran Pirámide” en este mismo blog). Y aunque de modo superficial,
también tocó el tema de la tumba de Tutankhamon, poniendo de manifiesto que
esta tumba era, entre todas las del Valle de los Reyes, la única que nunca fue
saqueada –pese al menos dos intentos de asalto– y que permaneció intacta
durante unos 3.300 años. Por supuesto, podemos admitir que esta inviolabilidad
durante tantísimos siglos fue un capricho del azar, pero para Harvey el hecho de
que los ladrones no profanaran la cámara sepulcral del faraón tiene una
explicación muy directa, que de alguna forma se podría relacionar con la famosa
maldición.
«Esos dos sellos de arcilla eran todo lo que había entre los
ladrones de tumbas y cientos de libras de oro macizo en el sarcófago adjunto.
¿Qué les detuvo? Como dice Carter, la tumba estuvo abierta de par en par
durante muchas semanas para los ojos fisgones de cualquier saqueador de tumbas
del Valle, mientras los obreros montaban esas cuatro capillas, a partir de 80
partes prefabricadas, en el angosto espacio de la Cámara del Rey. Carter y su
equipo necesitaron 84 días de “duro trabajo” sólo para desmontarlas a fin de
extraerlas. Parece que algo “terrible” detuvo efectivamente a todos esos
ladrones de tumbas.»
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Cierre sellado de la segunda capilla de Tutankhamon |
La interpretación de Mark Beynon
En los primeros años del siglo XXI se ha originado una nueva
literatura que trata de superar la vieja dicotomía entre los creyentes en la
maldición y los que la rechazan a partir desde una perspectiva científica. Así
pues, algunos autores han buscado otras explicaciones para las muertes fuera
del marco del Antiguo Egipto, o para ser más concreto, de la propia tumba del
faraón.
En esta línea se sitúa el historiador británico Mark Beynon,
que en el año 2012 escribió el libro London’s
curse: murder, black magic and Tutankhamun in the 1920 West End. Beynon en
realidad desvincula la maldición, o al menos parte de ella, del escenario
físico del descubrimiento y traslada la trama al Londres de los años 20. Según
sus investigaciones, varias de las muertes relacionadas con el hallazgo de la
tumba no serían obra de ningún conjuro ni de ninguna bacteria sino de un
ocultista o satanista inglés de nombre Aleister Crowley, personaje de buena
familia harto conocido en la Inglaterra de aquellos tiempos y que incluso llegó
a asesorar a Winston Churchill. Sus víctimas habrían sido, por este orden:
Raoul Loveday, el príncipe Ali Kamel Fahmy Bey, Aubrey Herbert, Richard
Bethell, Lord Westbury, Edgar Steele y Sir Ernest Wallis Budge.
Beynon, tras analizar detenidamente los diarios, ensayos y
libros escritos por Crowley, llega a la conclusión que éste estaba obsesionado
por los crímenes ritualísticos de otro famoso criminal londinense, Jack el
destripador. Según el autor británico, para Crowley, que se hacía llamar la Gran
Bestia, estos crímenes fueron su inspiración cuando saltó a la primera
plana el tema del descubrimiento de la tumba de Tutankhamon. Ahora bien, desde
luego debía haber un móvil para los asesinatos, y Beynon considera que fue la
pasión que sentía el ocultista por el Antiguo Egipto, fundamento de su saber
esotérico y de su sistema de creencias, la que le hizo emprender una especie de
venganza personal hacia los que habían cometido el sacrilegio de excavar la
tumba del faraón.
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Alesteir Crowley |
Beynon, a partir de su extensa investigación sobre el
Londres de aquella época, llega a la conclusión de que existen suficientes
pruebas e indicios que muestran la conexión de Crowley con los asesinatos, y al
menos en cuatro de ellos se sabe fehacientemente que él estaba en Londres
cuando ocurrieron. Por otro lado, parece que podría haber usado de alguna forma
a Marie-Margueritte, esposa del príncipe egipcio Fahmy Bey, como asesina
“teledirigida”. Por lo demás, especula con que ninguna de las muertes citadas
pudo ser natural (aparte del evidente caso del noble egipcio), sino que se
trató de envenenamientos o de actos violentos, como sucedió con el capitán
Richard Bethell –que habría sido asfixiado mientras dormía– o con su padre,
Lord Westbury, arrojado desde una ventana por el propio Crowley.
En resumen, tomando los movimientos de Crowley por la alta
sociedad y sus diversos contactos, Beynon teje una teleraña de posibles
escenarios criminales pero todos ellos construidos con un gran componente
especulativo. De todas formas, si la maldición en su conjunto nace, por
decirlo así, en la tumba del faraón, toda la historia sobre estos asesinatos
londinenses parece ser más bien un episodio local en el que pudieron existir
otras motivaciones, sin descartar del todo algunas obvias conexiones con
Egipto. En todo caso, la obra de Beynon se mueve en un terreno más próximo a la
criminología, y está completamente centrado en un oscuro personaje sobre el
cual gira una trama con demasiadas sospechas pero muy pocas certezas. Sin
embargo, vale la pena valorar este trabajo en su justa medida porque de algún
modo supone un esfuerzo más a la hora de desvincular el asunto de las extrañas
muertes con una cierta visión maléfica de la antigua civilización
egipcia.
La interpretación de Collins y Ogilvie-Herald
La última visión sobre el tema de
la maldición entra ya casi completamente en el terreno conspirativo y
tiene los tintes de una compleja novela de intriga, con implicaciones de tipo
político al más alto nivel. Así, el renombrado autor alternativo Andrew Collins
con la colaboración de Chris Ogilvie, publicó en 2002 un libro titulado Tutankhamun:
The Exodus Conspiracy (“Tutankhamon: la conspiración
del Éxodo”). En esta ocasión, los autores dan un salto cualitativo e
interpretativo de grandes proporciones pues valoran la cuestión de la maldición
como una mera fachada para ocultar una oscura trama de trasfondo político
internacional. De todas formas, la tumba de Tutankhamon sí sería de alguna
manera el centro o la clave de la trama, pero no por el hallazgo de la momia, o
de algún tesoro oculto, sino por el supuesto descubrimiento (nunca confirmado por
fuentes académicas) de unos documentos históricos muy reveladores. Pero vayamos
por partes.
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Vista en perspectiva del contenido de las cámaras de la tumba |
La hipótesis de Collins y
Ogilvie-Herald arranca de una serie de observaciones sobre el supuesto
hallazgo de unos papiros en el interior de la tumba y que en su momento fueron
registrados pero que luego desaparecieron sin más explicación del inventario (excluyendo unos fragmentos que se encontraron prácticamente carbonizados entre los vendajes de la momia en 1926). Al parecer, según
está documentado en un artículo del 30 de noviembre de 1922 publicado en The
Times, el equipo arqueológico reconocía haber encontrado unos papiros en
una caja de la antecámara (la Caja 101), los cuales podrían contener valiosas
informaciones históricas. Además, unas cartas escritas a finales de ese mismo
año por Carnarvon a los egiptólogos Wallis Budge y Alan Gardiner confirmaban la
existencia de dichos papiros. Asimismo, el 18 de diciembre, en Marsella, Lord
Carnarvon reiteraba a un corresponsal del Times el hallazgo de los
papiros.
Sin embargo, tras la muerte del
aristócrata inglés, el asunto de los papiros pareció desaparecer de repente y
no reapareció hasta marzo de 1924. En esas fechas, según un testigo llamado Lee
Keedick, presente en la embajada británica en El Cairo, Howard Carter había
mantenido una acalorada discusión con un alto funcionario de la embajada. En
dicha discusión, Carter habría amenazado con hacer público el contenido de los
papiros, que expondría el relato verdadero del éxodo de los judíos de
Egipto. Supuestamente, las autoridades británicas sellaron el enfrentamiento ofreciendo
a Carter un trato muy favorable a cambio de su silencio.
Aquí deberíamos hacer un alto y
extendernos en este complejo asunto, que se remonta incluso a los tiempos de
Champollion, y que ha sido objeto de estudio por parte de algunos investigadores
independientes, algunos de ellos judíos, durante el siglo XX. De hecho, el tema
merecería de por sí un largo artículo, pero aquí sólo citaremos los puntos más
destacados de la teoría alternativa sobre tal episodio bíblico.
Básicamente, lo que se ha venido a
proponer es que el faraón Akhenatón, suegro y posible padre de Tutankhamon,
habría sido derrocado y expulsado de Egipto por hereje, al haber intentado
imponer un culto monoteísta al dios Sol (Atón). Así pues, se habría visto obligado
a exiliarse del país con todos sus seguidores, un conjunto multiétnico de
gentes unidas por razones religiosas, para dirigirse a las tierras de Canaán.
A partir de este punto, se establecieron lógicos paralelismos entre esta huida
con el éxodo bíblico de los judíos en dirección a su Tierra Prometida, y particularmente
entre la figura del patriarca Moisés (educado como un príncipe egipcio) y el citado
faraón Akhenatón.
A este respecto, se observaron puntos comunes en el propio monoteísmo, en los
ritos religiosos, en construcciones sagradas o en determinados gentilicios
(Yahud – Yehuda).
Saltando de nuevo al siglo XX, los autores no ven pues huellas
de maldiciones milenarias sino extrañas muertes en las que la sombra del envenenamiento
estaba muy presente. Así, afirman que Lord Carnarvon, ya antes de la apertura
de la tumba, mostraba signos de intoxicación por arsénico, muy visibles por
ejemplo en el deterioro y pérdida de piezas dentales. Algo similar ocurrió con
Arthur Mace, que incluso en una carta de 1927 a un colega reconocía que su
precaria salud podía deberse a una intoxicación por arsénico.
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Declaración Balfour |
En definitiva, reconstruyendo el escenario de la época, se
pueden juntar todas las piezas y encontrar una conexión. Si realmente había
documentos explícitos en la tumba de Tutankhamon sobre el éxodo de Akhenatón y sus seguidores de diverso origen, las
tesis sobre la propia estirpe del pueblo judío como raza específica y sus
derechos sobre la tierra palestina quedarían gravemente en entredicho. Como es
sabido, en esa época se estaban realizando grandes pasos políticos hacia la
creación de un estado judío en Palestina (el estado de Israel) tras la llamada Declaración
Balfour de 1917. Así, es posible que de alguna manera el todopoderoso lobby
sionista internacional viera amenazados sus planes y tomara drásticas medidas
para evitar que saliera a la luz el contenido de los papiros.
Por supuesto, lo que a Collins y a otros autores que
trabajaron en esta misma línea les falta es la prueba del delito, es decir, los
papiros comprometedores cuya existencia es negada en todas las publicaciones académicas
o divulgativas sobre la tumba de Tutankhamon. Es, desde luego, una trama
compleja, regada de detalles oscuros y truculentos, pero comprobar que existió
una conspiración de tipo político que fue eliminando a los personajes incómodos
–mediante diversos métodos criminales– es poco menos que misión imposible. En
todo caso, siguiendo esta teoría, sólo se puede especular con que los
fallecidos estaban al tanto del contenido de los famosos papiros en mayor o
menor medida y que no estaban por labor de colaborar o bien simplemente no eran
personas capaces de mantener la boca cerrada.
Conclusiones
Hemos visto varias interpretaciones
más o menos osadas sobre la maldición de Tutankhamon que superan con
mucho los tópicos maleficios mágicos y los hongos asesinos, temas vanos que a
estas alturas no se sostienen se miren como se miren. Ahora bien, no cabe duda
de que se produjeron una serie de fallecimientos más o menos relacionados con
el descubrimiento arqueológico, pero que muy difícilmente pueden ser atribuidos
a un plan criminal o a una venganza milenaria, pues las causas de las muertes
fueron variadas y la razón por la cual sucumbieron unas personas –pero otras no–
en un periodo concreto se puede deber al simple azar. No obstante, los
supuestos suicidios, los asesinatos a tiros y algunas súbitas y letales infecciones,
por no hablar de presuntos envenenamientos, dan mucho de sí cuando se juntan en
un mismo escenario. De ahí que algunos autores hayan buscado tramas ocultas
para conectar los sucesos luctuosos, pero con más especulaciones que otra cosa,
y en un estilo quizá más novelesco que historicista.
Lo que está claro es que el trabajo en la tumba no fue en
modo alguno un elemento clave en la secuencia de muertes, y de hecho junto a la
lista de fallecidos hay una enorme lista de gente que sobrevivió muchos años al
contacto directo con el yacimiento arqueológico. Entonces, ¿qué nos queda? Existe
la posibilidad planteada por Collins y otros de que la maldición fuera una
especie de tapadera de algo que nunca afloró a la superficie: ¿Se trata de la
rocambolesca historia de unos papiros desaparecidos, o pudo ser otra cosa que
se nos escapa? ¿Y porqué la tumba de Tutankhamon no fue finalmente saqueada
como todas las demás, cuando ya sabemos que los ladrones conocían su paradero y
la habían profanado en dos ocasiones? La historia que Carter imaginó es que los
ladrones fueron sorprendidos y que luego se volvió a cerrar la tumba, con la
inmensa suerte de que nadie volvió a dar con ella en 3.300 años. Otro misterio
del fascinante Antiguo Egipto.
© Xavier Bartlett 2014