Muchas generaciones de niños y jóvenes, y no tan jóvenes,
han disfrutado durante décadas de las aventuras del famoso reportero Tintín. A
estas alturas, no cabe ninguna duda que este personaje de cómic se han
convertido en todo un referente universal de este género artístico. Sobre
Tintín se ha hablado y se ha escrito extensamente desde múltiples puntos de
vista, hasta el punto que la búsqueda de su nombre en Google produce más de 21
millones de resultados. Evidentemente, con estos precedentes, es muy difícil
decir algo nuevo sobre este joven héroe de ficción, porque todos y cada uno de
sus álbumes y personajes han sido escrutados y comentados hasta la saciedad.
Uno de los tópicos más comunes es la afirmación de que el personaje
de Tintín fue un testigo de excepción del siglo XX y que muchos de sus álbumes
traspasan el ámbito de la ficción y se insertan en un marco histórico bastante
realista (a menudo sutilmente disfrazado). En este sentido, está claro que la
misma profesión del personaje en cuestión –periodista– era la perfecta excusa
para enmarcar las aventuras de Tintín en una serie de acontecimientos
políticos, sociales y económicos que sucedieron en diversos rincones del mundo
a lo largo de buena parte del siglo pasado.
Así, tenemos que Tintín estuvo presente en la Rusia de los
soviets, en el Extremo Oriente ocupado por el Japón expansionista, en la
América de la Ley Seca y el gangsterismo, en la Syldavia centroeuropea
amenazada por una potencia totalitaria, en las guerras y guerrillas
latinoamericanas, en la Guerra Fría, en la llegada a la Luna, etc. Sólo a modo
de ejemplo cabe reseñar que el álbum La oreja rota se enmarca en un
episodio histórico auténtico, la Guerra del Chaco de los años 30 entre Bolivia
y Paraguay, y aunque en la trama Hergé lógicamente modificó nombres y
localizaciones, algunas situaciones y personajes quedan retratados con gran
fidelidad.
En todos estos escenarios, y aparte de ciertas licencias
propias del género y del perfil del personaje, podemos comprobar que el mundo
del joven periodista se ciñe con bastante precisión a la realidad histórica de
su tiempo[1].
Otra cosa sería valorar de qué modo su autor, el dibujante belga Georges Remi
(Hergé), se acercó a esa realidad, porque ya en vida fue acusado de ciertas
tendencias muy marcadas como el conservadurismo, el racismo, el colonialismo,
el anticomunismo o el antisemitismo. Sobre todo esto se ha polemizado mucho y
no voy a añadir más comentarios.
Sin embargo, como admirador del personaje desde mi niñez, me
voy a permitir realizar una breve exploración de la saga Tintín desde una
perspectiva muy concreta, que es la de la arqueología alternativa, objeto de
este blog. Por de pronto, podemos afirmar que la presencia de la arqueología en
las aventuras de Tintín es relativamente escasa, pero cuando aparece suele
aportar un contrapunto misterioso al habitual tono realista y periodístico que
predomina en los argumentos creados por Hergé. Ahora surge la pregunta: ¿qué
puede haber de arqueología alternativa en los álbumes de Tintín? ¿Existe de
alguna manera un componente fantasioso, legendario o simplemente alternativo
en algunos de los episodios tintinescos relacionados con la arqueología? Vamos
a verlo a través de algunos de sus álbumes, concretamente Los cigarros del
faraón (1934), Las siete bolas de cristal (1948), El templo del
sol (1949) y Vuelo 714 para Sydney (1968)[2].
“En octubre de 1985 tuve ocasión de acceder junto con Juan
José Benítez, con los hermanos Vílchez y con mi buena amiga Gretchen Andersen
que, dicho sea de paso, nació al pie del monte Shasta en el que inicié este
artículo, a un túnel excavado en el subsuelo de una finca situada en los montes
de Costa Rica. Nos internamos en una gran cavidad que daba paso a un túnel
artificial que descendí a casi en vertical hacia las profundidades de aquel
terreno. Los lugareños –que estaban desde hace años limpiando aquel túnel de la
tierra y las piedras que lo taponaban– nos narraron su historia, afirmando que
al final del mismo se halla el “templo de la Luna”, un edificio sagrado, uno de
los varios edificios expresamente construidos bajo tierra hace milenios por una
raza desconocida, que de acuerdo con sus registros había construido una ciudad
subterránea de más de 500 edificios.”[4]
La
reconstrucción por parte de Hergé de este episodio en que los intrusos son
capturados y sentenciados a la hoguera –aunque finalmente se salvan por una
feliz coincidencia solar– es relativamente fiel al ámbito arqueológico.
Por ejemplo, contiene detalles como las clásicas momias envueltas en tejidos,
un cráneo alargado, la típica forma irregular de las piedras (con varios
ángulos) o la figura de la divinidad Viracocha (tomada de la famosa puerta de
Tiwanaku).
Y una
vez liberados Tintín y sus amigos, el “Hijo del Sol” les revela el gran secreto
que se creía parte de la leyenda: en el templo se custodiaba el enorme tesoro
que los incas escondieron y que los conquistadores españoles nunca pudieron
hallar. Huelga decir que tal leyenda entronca directamente con otros conocidos
mitos de la época de la conquista como el famoso Eldorado en Sudamérica u otros
reinos o ciudades de oro, como Cíbola, en Norteamérica. Todo ello ha sido
objeto de estudio por parte de la arqueología alternativa, sin que a día de hoy
se haya podido aportar ningún dato tangible que permita pasar del mito a la
realidad. Dicho esto, nada impide –al menos como hipótesis– que exista tal
tesoro oculto en algún lugar indeterminado del Tawantisuyu, el antiguo imperio
inca. A este respecto, también podemos remitirnos al autor y artículo antes
citado:
“Enlazando con estos conocimientos, sabemos desde la época
de la conquista que los nativos ocultaron sus enormes riquezas bajo el
subsuelo, para evitar el saqueo de las tropas españolas. Todo parece indicar
que utilizaron para ello los sistemas de subterráneos ya existentes desde
muchísimo antes, construidos por una raza muy anterior a la inca, y a los que
algunos de ellos tenían acceso gracias al legado de sus antepasados.”[5]
Ahora
bien, la incursión de Hergé por excelencia en el ámbito de la arqueología
alternativa la encontramos en uno de sus últimos álbumes: Vuelo 714 para
Sydney, de mediados de la década de 1960. En esta aventura, Tintín y sus
compañeros de viaje, víctimas de un secuestro aéreo, van a parar a una pequeña
isla del Pacífico Sur. Allí, tras varias peripecias, Tintín es guiado por una
“voz interior” hacia la entrada de una extraña estructura subterránea oculta
bajo la selva, cuya insólita claridad recuerda mucho a “la extraña luz
del templo del Sol” (palabras textuales de Tintín), con lo que ya tenemos una
conexión directa entre ambos contextos arqueológicos. Por otra parte,
para despejar toda duda sobre lo enigmático del lugar, acaban
encontrando la gran estatua de un ser divino con el aspecto de un moderno
astronauta, y además las paredes resultan estar decoradas con relieves de
objetos sospechosamente parecidos a platillos volantes (OVNIs). En suma,
aquí podemos observar la clásica iconografía de los antiguos dioses-astronautas.
En
esta complicada situación, aparece en escena un raro personaje llamado
Ezdanitoff que mediante telepatía ha guiado a Tintín hasta el extraordinario
templo. Este hombre dice estar en contacto regular con seres venidos de otros
mundos, que llevan viniendo al planeta desde tiempos inmemoriales. Acto
seguido, ante la inminente erupción del volcán de la isla, aparece un OVNI para
rescatar a Ezdanitoff, así como a Tintín y los suyos, mientras que los malvados
de turno son abducidos más tarde por la misma nave. Finalmente, los héroes de
la aventura, previa hipnosis para provocarles un estado de amnesia, regresan a
la normalidad de su viaje y no recuerdan nada del episodio, pero el profesor
Tornasol ha conservado en su poder un objeto de aleación metálica que contiene
cobalto puro, que es desconocido en nuestro planeta.
Esta
aventura, más allá de la trama del secuestro, tiene como eje argumental la teoría
del antiguo astronauta, un indudable rastro del entonces popular realismo
fantástico, una corriente de pensamiento heterodoxa que sin duda puede
considerarse como uno de los precedentes directos de la moderna arqueología
alternativa. En efecto, esta corriente –entre otras cosas– había abierto la puerta
a las visitas e intervenciones de seres extraterrestres en un remoto pasado de
la Humanidad, conectando historia y ufología, aparte de adentrarse claramente
en terrenos afines como la parapsicología o los fenómenos paranormales.
Jacques Bergier |
Lo
cierto es que Hergé no tuvo que buscar muy lejos en el espacio y el tiempo sus
fuentes de inspiración, pues los principales artífices de estas teorías eran
los autores franceses Louis Pauwels (de origen belga), Jacques Bergier, Maurice
Chatelain y Robert Charroux, que habían empezado a publicar sus obras a partir
de 1960. Precisamente podemos ver en el cómic que el personaje de Ezdanitoff es
una réplica casi perfecta de Bergier, y no sólo en la caracterización física,
sino en su perfil profesional, en tanto que investigador alternativo que dirige
una revista llamada Cometa (Comète), un título apenas diferente
de Planète, la revista real de Pauwels y Bergier. Y sobre la formulación
explícita de la tesis del antiguo astronauta no nos queda ninguna duda pues
Ezdanitoff le revela al capitán Haddock el sentido de lo que están viendo:
“Hace miles de años unos hombres construyeron este templo para adorar a los
dioses descendidos del cielo sobre carros de fuego. En realidad, los carros
eran astronaves como ésta. Y los dioses eran... pero usted ya ha visto las
estatuas.”
Hoy
en día, al recordar los inicios y la difusión masiva de esta teoría, mucha
gente suele referirse al famoso Erich Von Däniken y sus “carros de los dioses”
(título en inglés de su primera obra), pero para ser justos fueron Pauwels y
Bergier los primeros que introdujeron este tema en la cultura popular de masas.
De ahí que Hergé, aprovechando el boom del realismo fantástico,
recurriera a este argumento a medio camino entre la arqueología fantástica y la
ciencia más avanzada para atraer a sus lectores hacia nuevos mundos
inexplorados por el hombre. No por nada Tintín se movía cómodamente tanto en
los terrenos más antiguos como en los más modernos: había estado en el mágico y
vetusto templo del Sol pero también había pisado la Luna, en la primera gran
hazaña espacial del hombre, que además se adelantó en varios años a los hechos
reales.
En
definitiva, si uno revisa bien la trayectoria de Tintín, podrá ver que en más
de una ocasión –y en aras de potenciar la aventura– Hergé no había renunciado a
añadir ciertos elementos sobrenaturales o paranormales en sus guiones, como ya
hemos visto en los álbumes citados. No obstante, tales referencias también se
extienden a otros episodios, como Tintín en Tibet (especulando con la
existencia del homínido yeti y mostrando la levitación de los monjes
budistas) o La estrella misteriosa (otorgando a un enorme meteorito unas
extrañas propiedades científicas). Así, podemos afirmar con
poco margen de error que sus fugaces incursiones en la arqueología alternativa
formaron parte de esta fascinación popular por lo exótico y misterioso, o por
lo que se sitúa al límite de la ciencia ortodoxa, lo que de hecho sigue siendo
la principal fuente de atracción hacia este género que cabalga entre la
literatura y la ciencia.
©
Xavier Bartlett 2015
Referencias
HERGÉ. Los cigarros del faraón. Ed. Casterman. París-Tournai, 1934.
_____. Las siete bolas de crista.l Ed. Casterman. París-Tournai,
1948.
_____. El templo del sol. Ed. Casterman. París-Tournai,
1949.
_____. Vuelo 714 para Sydney. Ed. Casterman. París-Tournai, 1968.
[1] En este
sentido, es bien conocido el esmero de Hergé, sobre todo a partir de los años
40, a la hora de documentarse exhaustivamente sobre los temas y los objetos que
aparecen en sus álbumes, lo que se tradujo en particular en un notable detallismo
y realismo en la parte gráfica. En esta tarea contó con la ayuda de destacados
profesionales, muchos de los cuales (Jacobs, de Moor, Martin...) emprenderían
brillantes carreras en solitario con sus propios personajes. No obstante, hay que señalar que en algunas ocasiones la fantasía le jugó malas pasadas y que, pese a sus esfuerzos por documentarse a fondo, cometió algún sonoro patinazo, como el inverosímil combate entre un gran navío de guerra y un pequeño buque pirata en El secreto del Unicornio, que -según los expertos- no hubiera sucedido en realidad o se hubiese saldado con una fácil victoria del navío del caballero de Hadoque.
[2] Dejo aparte
otras referencias más ocasionales, como la arqueología submarina de El
tesoro de Rackham el Rojo, la presencia del famoso templo nabateo de Petra
en Stock de coque o la visita a un templo precolombino en Tintín y
los Pícaros, que no se ajustarían a la temática propiamente “alternativa”.
[3] Véase mi
artículo sobre la maldición de Tutankhamon en este mismo blog.
[4]
FABER-KAISER, A. Los túneles de América. (1992) Pág. 7
[5] Op. Cit.
Pág. 8
No hay comentarios:
Publicar un comentario