Es misión de este blog presentar todas las propuestas
alternativas que tengan que ver con los orígenes y la historia del ser humano,
y en ese empeño no descarto ninguna visión –por extrema que pueda parecer– y
menos aún si procede de personas con sólidos conocimientos de la materia,
aunque ya hayan abandonado por completo la ortodoxia científica. Este es
precisamente el caso que voy a presentar a continuación, el de la antropóloga
norteamericana Susan B. Martínez, que ha renunciado al paradigma darwinista y
en su lugar ha planteado una audaz y polémica teoría sobre el origen del Homo
sapiens.
Así, Susan Martínez, que obtuvo el doctorado en Antropología
por la Universidad de Columbia, ha escrito recientemente un libro titulado The
Mysterious Origins of Hybrid Man: Crossbreeding and the Unexpected Family Tree
of Humanity (“Los misteriosos orígenes del hombre híbrido: el mestizaje y
el inesperado árbol genealógico de la Humanidad”) en el cual lanza un órdago a
la ciencia ortodoxa, negando que la evolución tenga relación alguna con la
diversidad de especies o razas humanas que recoge el registro fósil. Es más, en
su opinión, el darwinismo trató de explicar algo (la evolución) que nunca
ocurrió, y si sigue en pie hoy en día sólo es por la propia defensa del
paradigma, que impone una corrección política basada en el materialismo
y el ateísmo, en la que no cabe ningún tipo de factor sobrenatural.
Desde su punto de vista, el problema de la ciencia moderna
es que se ha centrado en el origen genético del ser humano y en nuestra
condición animal, descuidando completamente lo que ella denomina la antropogénesis
espiritual. Para Martínez, el modelo darwinista –aceptado como verdad
científica– hace hincapié en la rivalidad, el egoísmo innato, la selección
adaptativa, la depredación, etc. para construir una determinada imagen del
mundo, una especie de guerra de la naturaleza marcada por la
supervivencia de los más aptos, que a su juicio ha servido de perfecta excusa
para justificar el control de los pueblos, de los recursos, del territorio...
todo lo cual ha venido a coincidir con el expansionismo, colonialismo y hasta
incluso racismo de la civilización occidental. Mientras tanto, la mera
observación de la naturaleza nos muestra que la mayoría de los animales son
cooperativos y no están constantemente peleando por la comida, el sexo o el
espacio vital, lo cual no encajaría precisamente con una visión de “lucha por
la existencia”.
Así pues, para Susan Martínez sólo hay dos alternativas que
expliquen el origen de los humanos: o bien evolucionamos a partir de criaturas
más primitivas o bien fuimos creados. Puesto que ya hemos visto que la autora
descarta firmemente la vía darwinista, nos queda la segunda opción. El tema
central sería ahora dilucidar las características de esta “creación”,
incluyendo una explicación para la diversidad de razas humanas.
Entonces, ¿qué nos presenta Martínez como alternativa al
evolucionismo? La autora no cree que la acumulación de supuestas mutaciones
aleatorias haya producido ninguna evolución física[1]
en los humanos ni que explique nuestro origen a partir de un simio primitivo.
Martínez rechaza, en efecto, cualquier papel del mero azar y carga contra las
visiones materialistas como las de Stephen Jay Gould, que afirmaba que “el
linaje que conduce a los seres humanos obtuvo el número agraciado y somos muy
afortunados de estar aquí.” Para ella, en cambio, nuestra existencia debe tener
un sentido, que se sitúa en un campo etéreo o espiritual. Ahora bien, ¿cuál es
el sentido de la diversidad morfológica de los humanos a través los tiempos?
¿De dónde procede tal diversidad? Ahora nos adentramos en el quid de la
cuestión
Es en este punto cuando la antropóloga introduce el núcleo
de su teoría, que no es otro que el mestizaje o hibridación entre especies o
razas humanas o humanoides. La cuestión clave para iniciar su argumentación
sería: ¿Por qué el humano anatómicamente moderno aparece en el registro
paleontológico más antiguo? Esta cuestión le lleva a plantear lo que ella
denomina muy coloquialmente el factor polvo[2],
esto es, la diferenciación progresiva de los humanos a través del cruce. Desde
esta perspectiva, los diferentes homínidos del Paleolítico que se han
catalogado como especies situadas en una escala evolutiva serían en realidad el
fruto de un constante cruzamiento a lo largo de muchos miles de años, o
sea, un larguísimo escenario de intercambio genético.
Ahora bien, para que haya cruce debe haber un punto de
partida, al menos dos razas primigenias distintas, y este es supuesto que toma
Martínez como fundamento para su tesis, a partir de un libro revelado,
llamado “Oahspe: Una nueva Biblia en los mundos de Jehovih y sus embajadores
angelicales”. Este libro, publicado en 1882, procede de una revelación o
canalización (a través de escritura automática) que experimentó un dentista
norteamericano llamado John Ballou Newbrough. Se trata de un texto de corte
espiritualista que habla de la historia de la humanidad en un contexto de
decenas de miles de años, así como de la Creación del Universo, de la Tierra y
del ser humano, siendo Jehovih el ente creador.
Según este libro, habrían existido hasta cinco razas humanas
principales, cuyas diferencias se explicarían por un simple proceso de
hibridación. A grandes rasgos, el panorama vendría a ser éste:
- Los Asu, la primera raza (a modo de “Adán”), predecesora de los australopitecos. Para Martínez estarían representados en el espécimen llamado Ardipithecus ramidus, y se trataría de seres sin espíritu ni conocimiento.
- Los Ihin, la segunda raza. Serían humanos de baja estatura (alrededor de 1 metro) pero anatómicamente modernos, precursores del Homo sapiens pygmaeus (los pigmeos). Eran capaces de pensar, y habrían surgido apenas 6.000 años después de los primeros Asu.
- Los Druk, la tercera raza. De hecho, sería una mezcla de las dos anteriores, que la autora asigna al Homo erectus. Serían seres de gran tamaño (gigantes), fuertes y omnívoros.
- Los Ihuan, la cuarta raza, de aspecto propiamente moderno, sería fruto de la unión de las dos anteriores. La autora los identifica con los típicos homínidos Cro-Magnon del auriñaciense y solutrense europeo, altos y fuertes. Los últimos de esta raza habrían sido los paleo-indios de Norteamérica.
- Los Ghan, la quinta raza, resultado de la unión de Ihin e Ihuan. Este sería el Homo sapiens sapiens, que habría surgido hace 18.000 años, tanto en el Nuevo como en el Viejo Mundo.
Por otro lado, Martínez también ha intentado casar los
antiguos relatos mitológicos de diversas tradiciones (aunque principalmente de
la Biblia[3])
con el registro fósil de homínidos y la propia revelación del Oahspe. Como se
puede comprobar de la lista anterior, existe una criatura primigenia aún no
humana, sin entendimiento. ¿Qué sucedió pues para que surgieran los Ihin? En
este caso, se habría producido la unión entre los Asu y unos seres etéreos,
angelicales o divinos, que habrían aportado su ADN “extraplanetario”, poniendo
así los cimientos del ser humano tal y como lo conocemos. Este es un relato que
aparece en muchas antiguas mitologías de todo el mundo, como por ejemplo en la
sumeria, en la cual el dios Ea (o Enki) crea una raza híbrida a partir de un
ser salvaje por un lado y la esencia divina por otro. Del mismo modo, la famosa
historia bíblica de la unión entre los hijos de Dios y las hijas de los hombres
habría sido en realidad la hibridación entre los Ihin y los Druk. Precisamente,
desde su visión, esta aportación (el alma o chispa divina) sería de algún modo
el famoso eslabón perdido, en vez del fantasma físico que persiguió durante
décadas el evolucionismo, al cual no otorga ninguna credibilidad[4].
Además, la autora concede cierta verosimilitud a las
historias sobre continentes perdidos (Mu, Lemuria, la Atlántida...) y asegura
que el catastrofismo mitológico fue un hecho real, no una fantasía. Así, nos
explica que Wagga o Pan[5],
una gran masa continental situada en el actual Océano Pacífico, se hundió tras
un gran cataclismo global, lo cual provocó la diáspora de los Ihins hacia las
cinco tierras existentes por entonces, donde se mezclaron con los indígenas y
les otorgaron la civilización. Esto hizo que hubiera, en su opinión, varios
linajes humanos, incluso varios “jardines del Edén”, en los diferentes
continentes.
Susan Martínez no entiende pues cómo la ortodoxia darwinista
se empeña en defender los (más o menos) abruptos cambios en las especies de homínidos
a partir de rápidas transformaciones puntuales (el equilibrio puntuado) o
cadenas de modificaciones basadas en mutaciones casuales. En este escenario
convencional, las especies se separan, se ramifican, desaparecen y son
sustituidas por otras. Pero para esta antropóloga, todo esto no tiene sentido
ni justificación científica; a su juicio, es mucho más viable la coexistencia a
lo largo de largos periodos de tiempo de varias de estas razas, cuya mezcla
explicaría las diferencias morfológicas documentadas en el registro fósil. Así,
por ejemplo, los neandertales serían fruto de la hibridación entre los Druks (erectus)
y los Ihuan (Cro-Magnon).
Y entre otras muestras de los aprietos que sufre el
darwinismo, la autora no deja de citar el famoso y reciente hallazgo del Homo
floresiensis o hobbit[6],
que tanto ha traído de cabeza a los investigadores. Según Martínez, resulta
que esta especie, que habría pervivido hasta hace unos 12.000 años, es muy
pequeña y con una capacidad craneal muy escasa (400 cm3), prácticamente
del tamaño de un chimpancé. Sin embargo, el erectus, supuesto antecesor
del hobbit tenía un volumen corporal bastante mayor y por lo menos el
doble de capacidad craneal. El hobbit no mostraría pues una mejora
evolutiva en estos términos, y no obstante presenta varios rasgos anatómicamente
modernos, aparte de poseer un cerebro bastante desarrollado neuronalmente y de
ser capaz de fabricar artefactos relativamente sofisticados. Y en vez de
recurrir a complicadas especulaciones sin fundamento o a hipótesis sobre
patologías o degeneraciones, Martínez
encuentra que la explicación de estas paradojas sería la simple hibridación de una
especie con rasgos morfológicos avanzados con otra de rasgos más arcaicos.
Este sería, en resumen, el panorama que defiende esta
investigadora. No hay que ser muy sagaz para comprobar que la mayor parte de su
tesis descansa sobre el famoso libro revelado, sobre el cual se han vertido
muchas críticas por considerarlo totalmente pseudocientífico (al igual que el
también célebre Libro de Urantia) y sin ningún valor histórico o arqueológico. Este
es el mismo problema que presentan las visiones teosóficas sobre el origen de
ser humano o bien las revelaciones por vía parapsicológica, como las bien
conocidas declaraciones del vidente Edgar Cayce, obtenidas en estado de trance.
Con todo, es de destacar que Martínez haya sacado a la luz
las mil y una incongruencias del paradigma darwinista desde un análisis de los
hechos y las pruebas, dejando claro que existe una fuerte dosis de conjetura y
dogmatismo. Otro asunto sería valorar su complicada mezcla de paleontología, historia
bíblica e historia “revelada”. La autora, de hecho, no entra en temas biológicos
ni se plantea el vínculo entre simios y humanos; sólo trata de explicar las diferencias
entre los homíninos (como actualmente son denominados) no en términos de
evolución sino de hibridación.
Personalmente creo que el tema de la hibridación tiene sus
puntos fuertes y en este sentido algunos investigadores más convencionales (como
el profesor Sandín, entre otros) ya apuntan a la hibridación de los homínidos como
factor de diferenciación antes que el oscuro proceso de las mutaciones
aleatorias y la selección natural. Sobre la parte –digamos– espiritual o paranormal
de esta teoría, ya es más difícil emitir juicios, aunque se insiste en una intervención
sobrenatural (el paso del Asu al Ihin) que nos habría separado del resto de las
especies animales. Como es obvio, esto de alguna manera nos retrotrae al consabido
creacionismo religioso o bien al intervencionismo de tipo alienígena (véase Von
Däniken, Sitchin y otros autores que están en esta línea). Nos quedaría como
tercer factor alternativo la teoría del diseño inteligente, que es un enorme campo
que aún está por explorar adecuadamente, y aquí, en mi opinión, es donde se
podrían encontrar gran parte de las respuestas concernientes al origen de esta
máquina virtual que llamamos ser humano.
© Xavier Bartlett 2015
[1] No obstante,
Martínez cree que el hombre cambia o “evoluciona” de alguna manera, pero no en
un plano físico sino en uno cultural y espiritual.
[2] “Nookie
factor”, en el original inglés.
[3] Martínez saca
a colación diversos pasajes de la Biblia e intenta relacionarlos con el Oahspe,
para dar cobertura a su teoría. En su interpretación personal, identifica
varios personajes de la Biblia, concretamente del Génesis, con las razas mencionadas
en el Oahspe.
[4] En honor a
la verdad, el moderno evolucionismo actual ya ha abandonado este concepto, por
considerarlo una antigualla. Por decirlo de forma simple, hoy se prefiere
hablar de arbusto evolutivo en vez de cadena evolutiva.
[5] Equiparable
al conocido mito de Mu.
[6] Véase mi artículo
al respecto en este mismo blog: "El oscuro origen del hobbit"