Introducción
Hasta la fecha se han escrito
miles de libros y artículos en diferentes lenguas y desde diversos enfoques
sobre la singular isla de Pascua. A decir verdad, después de décadas de
investigación, parece que a estas alturas todo está dicho. Pero, habiendo
dedicado este blog a la arqueología alternativa, me parecía obligado tocar el
tema para fijar los puntos de vista y dejar patente que las interpretaciones
académicas dejan mucho que desear a la hora de explicar las múltiples
incógnitas planteadas, con el agravante de que suelen menospreciar la propia
tradición nativa por considerarla “folclórica” o poco fiable. Así pues, en el
presente artículo no pretendo añadir nada nuevo a las viejas controversias,
pero sí al menos revisar ciertas cuestiones exploradas sin demasiado éxito y
dar voz a algunas de las visiones alternativas que podrían abrir atrevidas vías
de investigación, sin que ello implique que estén en el camino correcto.
En
fin, como casi todo el mundo sabe, la isla de Pascua es mundialmente reconocida
desde hace tiempo por su legado arqueológico en forma de moai (estatuas
gigantescas), aparte de sus ahu (plataformas) y sus menos conocidos
petroglifos. Asimismo, los antiguos habitantes de la isla dejaron unas
tablillas escritas en un alfabeto local llamado rongo-rongo, que hasta
la fecha no ha podido ser descifrado. Y como base de todas estas cuestiones
está la vieja polémica antropológica sobre el origen de los habitantes de la
isla; esto es, la posible convivencia o superposición de razas de distinta
procedencia (del Pacífico y de América) y su relación con los restos
arqueológicos.
Mapa de la isla de Pascua, con la ubicación de los principales yacimientos arqueológicos |
Ahora
bien, la isla de Pascua ha sido víctima de cierto sensacionalismo por parte de
ciertos apóstoles del misterio, porque –quedando aún tantas incógnitas
por dilucidar–parece lícito lanzarse directamente al espectáculo y a la pura
fantasía, pues ya sabemos que lo insólito y lo enigmático vende más de cara al
público. En este sentido, dejaré a un lado las referencias que se han hecho a
la relación entre la isla y los extraterrestres, dado que en este caso la
teoría de los antiguos astronautas –en mi humilde opinión– está fuera de lugar
y no merece abordarse seriamente. Sólo por hacerles una breve mención, basta decir
que para Erich Von Däniken los enormes moai debían haber sido realizados
por los inevitables dioses-astronautas, que estarían relacionados de algún modo
con la deidad americana Viracocha, o que para Alan Alford “las estatuas de la
isla de Pascua fueron erigidas por un grupo negroide exiliado [por los dioses]
en castigo por la destrucción de las líneas de Nazca”. Ahí lo dejamos.
Pero antes de adentrarnos en el
meollo del tema, vale la pena realizar un brevísimo apunte introductorio de lo
que nos dicen la geografía y la antropología al respecto de la isla y sus
habitantes.
La isla de Pascua está situada en
la Polinesia, en el Pacífico Sudeste, en las coordenadas 27º 08’ de latitud sur
y 109º 25’ 54’’ de longitud oeste, y constituye la porción de tierra más
alejada de cualquier masa continental[1].
Tiene una marcada forma triangular, con una extensión aproximada de 163 km2.
Es de origen volcánico, basáltico, y de hecho posee tres volcanes no activos,
el Rano-Kao, el Rano-Raraku y el Paukatike. Desde hace al menos varios siglos su
paisaje es desolado y posee escasos recursos para la supervivencia. Para los
nativos, la isla se denomina Rapa-Nui (que significa “Gran Rapa” en
lengua polinesia[2]), aunque
también se usan las denominaciones autóctonas más antiguas de Te-pito-o-te-henua
(“ombligo del mundo”) y Mata ki-te-rangi (“Ojos que miran al cielo”).
Según la historia convencional, la isla tuvo su primera población humana hacia
el año 400 d.C.
Mapa de San Carlos (Pascua), de 1770 |
Para el mundo occidental, la isla entró en escena cuando
un navegante holandés, Jacob Roggeveen, al mando de tres barcos, topó con ella
el 6 de abril de 1722, el día de Pascua de ese año (de ahí el nombre que ha
perdurado) cuando realizaba un viaje de exploración por el Pacífico. No
obstante, para ser justos, es posible que Roggeveen estuviera buscando una isla
ya identificada por el bucanero inglés Edward Davis en 1687, y llamada
precisamente “Tierra de Davis”, si bien no hay total seguridad de que se
tratara de Pascua. Posteriormente, el virrey del Perú, Manuel Amat y Junyent,
envió en 1770 una expedición a cargo del marino Felipe González y Haedo, que
tomó posesión de la isla, a la que llamó San Carlos, para la corona española[3].
Pocos años después recalarían en la isla otros famosos navegantes occidentales, como el inglés James Cook (1774) y el francés La Pérouse (1786). Estas expediciones y otros contactos esporádicos subsiguientes no supusieron ningún cambio importante en la isla, hasta que a mediados del siglo XIX los buscadores de esclavos procedentes de Perú esquilmaron la población nativa hasta dejarla bajo mínimos[4]. Desde 1888 la isla pertenece administrativamente a Chile, que “compró” el territorio a los isleños.
Pocos años después recalarían en la isla otros famosos navegantes occidentales, como el inglés James Cook (1774) y el francés La Pérouse (1786). Estas expediciones y otros contactos esporádicos subsiguientes no supusieron ningún cambio importante en la isla, hasta que a mediados del siglo XIX los buscadores de esclavos procedentes de Perú esquilmaron la población nativa hasta dejarla bajo mínimos[4]. Desde 1888 la isla pertenece administrativamente a Chile, que “compró” el territorio a los isleños.
Historia de las investigaciones
Si bien es cierto que en Pascua se han llevado a cabo
numerosas aproximaciones antropológicas y arqueológicas desde hace siglo y
medio, nunca se ha emprendido un proyecto unificado, sistemático y constante
por investigar a fondo la isla; más bien ha habido una serie de intervenciones
deslavazadas, puntuales y sin continuidad, sin desmerecer por ello algunos
trabajos rigurosos de hace décadas hasta llegar a las investigaciones más
modernas, que han incluido dataciones por radiocarbono y análisis de ADN de los
pascuenses.
Katherine Routledge |
Los primeros estudios serios sobre la cultura de Rapa-Nui
los podríamos remontar a finales del siglo XIX, con la visita en 1872 del
escritor francés Pierre Loti (entonces cadete en un buque-escuela), que realizó
numerosos dibujos del paisaje y las gentes de la isla. Más adelante, en 1886,
cabe destacar la notable investigación del marino americano William Thomson,
del buque Mohican, tanto en su parte gráfica como en la recogida de
datos históricos y antropológicos. No obstante, el primer trabajo exhaustivo y
sistemático de carácter arqueológico y antropológico data de 1914-1915, a cargo
de Katherine Routledge, bajo el patrocinio de la Royal Society de
Londres. Poco después, en 1918-1919, el neocelandés McMillan-Brown
también realizó amplios estudios de tipo antropológico, si bien, para los
críticos, se dejó llevar por la fantasía.
El siguiente estudio relevante, de carácter casi
exclusivamente etnológico, se sitúa a mediados de los años 30 con la expedición
franco-belga dirigida por el eminente etnólogo Alfred Métraux. Este experto
tuvo el mérito de recoger sistemáticamente las tradiciones orales locales para
componer un retrato bastante fiel de la antigua cultura nativa. También de la
misma época es el trabajo del padre Sebastián Englert, que durante años
recopiló la tradición local, que luego plasmó en el libro La tierra de Hotu
Matua. Y acto seguido, ya en los años 50, apareció en Pascua el famoso
explorador Thor Heyerdhal, que realizó extensas excavaciones arqueológicas y
trabajo de campo, aparte de haber protagonizado unos años antes la famosa gesta
de la balsa Kon-Tiki. Para muchos, su aportación fue valiosa pero
también discutible por su vertiente más bien literaria (fantasiosa) y por
defender tesis heréticas que comentaremos en su momento.
Finalmente, en el último medio siglo se han dado algunas
interesantes intervenciones puntuales de investigadores amateurs, como
la del francés Francis Mazière o de científicos reconocidos, como el
oceanógrafo Jacques Cousteau. Y cabe destacar que en los últimos años se han
realizado numerosas labores de restauración arqueológica y acondicionamiento de
los yacimientos, en gran parte por la inevitable faceta turística de la isla.
¿De dónde vinieron los antiguos pascuenses?
De acuerdo con las visiones
convencionales, el poblamiento de la isla se debió al desplazamiento de
comunidades polinesias hacia el este, un proceso que tuvo lugar en el primer
milenio de nuestra era. Así, se calcula que entre el 300 d. C. y el 400 d. C.
los polinesios arribaron a Pascua[5],
tras un largo viaje marítimo, si bien no estaría claro el origen exacto de
estos navegantes, aunque algunos investigadores apuntan a las islas Marquesas.
Para los expertos, las pruebas antropológicas y arqueológicas, más las
similitudes artísticas entre Pascua y otras islas del Pacífico, avalan
perfectamente esta tesis, reforzada por recientes pruebas de ADN que demuestran
el origen polinesio de la población local actual.
Situación de Pascua, en relación con Sudamérica |
Pero, más allá del tema de la
navegación, Heyerdhal apuntaba a que había en la isla determinados elementos –como
ciertas estructuras o los famosos moai– que sugerían la inequívoca
presencia de alguna cultura americana, aun sin negar la llegada de gentes
polinesias. En este sentido, cabe citar por ejemplo la existencia en Pascua de
unas pequeñas construcciones de piedra llamadas tupas, que podrían haber
sido observatorios astronómicos. Se trata de unas torres, redondas o
cuadrangulares, que no son propias de la Polinesia pero que se asemejan mucho a
las típicas chulpas del Perú pre-incaico. Asimismo, algunos autores ven
en los moai bastante más influencia de la estatuaria sudamericana
–concretamente de la cultura de Tiwanaku– que de la polinesia, básicamente en
la tipología y los rasgos. Esto mismo se podría aplicar a unas pequeñas
figurillas de piedra o madera que recuerdan a conocidas formas sudamericanas.
Por último, cabe destacar en el
ámbito antropológico que los Pascuenses celebraban anualmente una ceremonia
relacionada con el culto al llamado hombre-pájaro –del cual hablaremos
más adelante– y que no tiene ningún paralelo conocido en las culturas
polinesias. Aparte, quedaría considerar algunos argumentos de tipo biológico,
como la presencia en Pascua de plantas típicamente americanas como la calabaza,
el camote (una especie de batata) o la totora, un tipo de caña
empleada por los indígenas del lago Titicaca para realizar embarcaciones, y
usada en Pascua para fabricar sencillas barcas de pesca.
Hipotética situación de Mu en el Pacífico |
Sobre este punto, el investigador
escocés Graham Hancock –retomando las tradiciones locales– opina que la propia
isla habría sido en origen mucho más extensa y que resultó afectada por el
gigantesco cataclismo, que los pascuenses recordaban alegóricamente como la
furia desatada de la deidad Uoke. Dicho de otro modo, quizá Pascua fuera una
isla de gran tamaño que quedó en gran parte engullida por la crecida del nivel
del mar, sobresaliendo apenas su cima sobre las aguas. En una línea similar,
el británico David Pratt sugiere que la
propia isla formaría parte del gran continente de Hiva, que se hundió en casi
su totalidad, quedando apenas unas pocas islas –entre ellas Pascua– como
testimonio de sus terrenos más elevados.
No obstante, podría haber
existido un poblamiento previo, pues algunos ancianos de Pascua aún sostenían
la leyenda de que antes de la llegada de Hotu Matua, la isla estaba ya
poblada por una raza de gentes de gran altura. Se trataría de los
“supervivientes de la primera raza del mundo, hombres de color amarillo, muy
altos, de brazos largos, tórax poderoso, enormes orejas pero sin lóbulo
relajado, pelo rubio puro, cuerpo lampiño y brillante. No conocen el fuego. Esa
raza existía antaño en otras dos islas de Polinesia. Vinieron en barco de una
tierra situada detrás de América.”[7]
Ahu Akivi, el único en que los moai miran al mar |
Sea como fuere, parece fuera de
duda que la isla estuvo poblada por dos comunidades que llegaron en momentos
históricos distintos, aunque quedaría por definir si las cronologías manejadas
para las ocupaciones humanas hasta el momento son fiables o deberían revisarse.
Así, podemos suponer que durante siglos ambas etnias convivieron y se
relacionaron hasta que estalló una especie de guerra civil. Los nativos hablan
concretamente de los Hanau-Eepe (“Orejas Largas”) y de los Hanau-Momoko
(“Orejas Cortas”), siendo los primeros originarios del este –¿el Perú[8]?–
y los segundos del oeste, la Polinesia. La tradición local afirma que los
Orejas Largas, de supuesta ascendencia divina, eran más altos y corpulentos que
los Orejas Cortas, y que habían construido los ahu y las grandes
estatuas, que precisamente muestran unas orejas con largos lóbulos. Además
podrían tener otros rasgos muy peculiares, como la piel más blanca y pelo rubio
o rojizo. Esta raza tenía esclavizada a la comunidad de los Orejas Cortas,
hasta que éstos se alzaron contra sus amos y en un épico combate que tuvo lugar
junto a gran zanja les dieron muerte a todos, excepto a uno[9]. Se especula con que todo esto ocurrió hacia
mediados del siglo XVIII, pues la expedición de Roggeveen distinguió
perfectamente las dos comunidades citadas durante su breve estancia de 1722.
Lo cierto es que hasta la
antropología académica admite que en un remoto pasado existieron contactos
esporádicos entre la Polinesia y Sudamérica, a la vista de algunas pruebas en
forma de plantas, artefactos e incluso restos humanos. Por otro lado, las
características físicas de los pascuenses difieren en algunos aspectos de la
típica etnia polinesia, lo que apoya la hipótesis de una mezcla racial. Lo que
también es muy significativo es que, según la crónica de la expedición de
González (1770), los nativos pascuenses, de no ir desnudos y pintarrajeados,
parecerían europeos. Asimismo, en el ámbito filológico, algunos términos del
idioma nativo de Pascua no son propiamente polinesios, mientras que el origen
de la escritura rongo-rongo es indeterminado, teniendo en cuenta que los
polinesios –que se sepa hasta ahora– nunca tuvieron un sistema de escritura.
¿Gigantes en Pascua? |
Sea como fuere, estas historias de gigantes en el Pacífico no son en modo alguno esporádicas, pues –como ya expuse en un artículo específico– son bastante comunes en muchas islas e incluso apuntan a una continuidad hasta tiempos históricos. Además, existen rumores de que los nativos han hallado alguna vez grandes huesos humanos que sólo podrían pertenecer a gigantes... como los propios moai[11].
Los petroglifos “cósmicos”
Quizá uno de los aspectos menos
conocidos de la isla es el de los petroglifos, esto es, los grabados sobre
piedra. Existen muchos de ellos y la gran mayoría están relacionados con el
culto al hombre-pájaro, cuya principal manifestación ritual la encontramos en
una competición tradicional que tenía lugar cada año y en la cual los jóvenes
contendientes –denominados hopu manu– se dirigían en canoa a un islote
próximo para recoger y traer de vuelta el primer huevo dejado por un ave
migratoria procedente –supuestamente– de la mítica tierra madre Hiva. Este
evento tenía tal importancia que el vencedor y su clan obtenían el prestigio y
el poder hasta el siguiente año. Se sabe que la última de estas ceremonias fue
celebrada en 1866.
Petroglifos del hombre-pájaro situados en el acantilado de Orongo |
De hecho, hace pocos años Anthony
L. Peratt, un especialista en plasma del Laboratorio Nacional de Los Alamos
(EE UU), estudió cientos de antiguos petroglifos de todo el mundo y se
quedó asombrado por su parecido con las configuraciones habituales de plasma. A
este respecto, Peratt cree que esas representaciones podrían ser el testimonio
distorsionado de un fenómeno celeste muy antiguo, concretamente una fuerte
explosión de plasma solar hace miles de años que provocó vientos solares de una
intensidad de entre diez y cien veces mayor que la de los vientos solares
actuales. Y Peratt añade que la posición de los principales petroglifos de
Pascua, que se orientan al campo sur del firmamento, coincidiría con la
dirección en que podrían ser observados los citados vientos solares.
La escritura rongo-rongo
Como hemos visto, los antiguos
pascuenses dejaron sobre piedra algunos signos que podrían tener algún
significado ritual o religioso. Precisamente aquí es oportuno abordar otro de
los misterios sin resolver de la isla, que es la escritura llamada rongo-rongo
(palabra que significa “recitaciones”). Esta escritura es única en el Pacífico
y en el mundo, pues fue empleada exclusivamente por los nativos de la isla.
Aparte de esos símbolos trazados en los ya mencionados petroglifos, el rongo-rongo
se plasmó físicamente en unas tablillas de madera trabajadas con un punzón
(tal vez dientes de tiburón, puntas de obsidiana o huesos de pájaro). En cuanto
a su lectura, se da la peculiaridad de que los textos estaban escritos en el
sistema bustrófedon inverso[12],
muy típico en algunas culturas antiguas. Actualmente sólo se conservan poco más
de 20 tablillas –a las que se les da como máximo una antigüedad de dos siglos–
y están distribuidas por varios museos, pero ya no queda ninguna en la propia
isla. La más extensa, ubicada en Santiago de Chile, contiene unos 2.300
caracteres.
Típica tablilla de madera con inscripción rongo-rongo |
Sobre su significado, nadie hasta la fecha ha podido
descifrar los símbolos y por tanto no sabemos qué dicen. Desde finales del
siglo XIX se han realizado numerosos intentos de interpretación, al menos para
completar un corpus de signos y para especular sobre algún significado a partir
de ciertas secuencias que se repiten en varios textos. Con todo, aún no existe
un consenso en clasificar los signos, que algunos estiman en torno a los 55-60
y otros en cientos de ellos (por combinación de los signos básicos). En lo que
sí hay coincidencia general es en considerar que se trataría de ideogramas más
que de letras (o fonemas), con muchos signos de carácter antropomórfico y
zoomórfico, más otros de tipo abstracto.
Por desgracia, los últimos
maestros de la escritura rongo-rongo, llamados ma’ori-ko-hau-rongorongo,
que habían transmitido su saber de generación en generación, fueron víctimas de
la gran captura de esclavos de 1862. Con todo, se sabe que a finales del siglo
XIX quedaba en la isla un anciano que aún podía leer las tablillas, pero con su
muerte se escapó el último conocedor de la extraña escritura y ningún
occidental fue capaz de recoger ese legado[13].
Los filólogos están convencidos de que se trata de un dialecto de la Polinesia,
si bien –como ya se ha dicho– los polinesios jamás emplearon un sistema de
escritura. Dada esta circunstancia, también se ha lanzado la doble hipótesis de
que el rongo-rongo fuera una invención propia de los nativos pascuenses
o bien que hubiera surgido por efecto de los contactos con los occidentales a
partir del siglo XVIII, pero no hay ninguna certeza al respecto.
Ahora bien, la tradición oral
nativa afirma que el mítico rey Hotu Matua ya trajo consigo varias tablillas
cuando desembarcó en la isla con los suyos, lo que conferiría un gran
antigüedad a la escritura. De hecho, durante sus investigaciones en la isla,
Francis Mazière llegó a la conclusión que el rongo-rongo no era, en
efecto, originario de la isla, sino que fue llevado allí por los primeros
pobladores. Además, el conocimiento de la escritura –que tendría un carácter
sagrado o esotérico– estaría reservado a muy pocas personas: la familia real,
los jefes de los seis distritos de la isla y los sabios ma’ori-ko-hau-rongorongo.
Así, Mazière no era muy optimista en cuanto al desciframiento de los signos,
que consideraba iniciáticos, y afirmaba que “los ideogramas de la isla de
Pascua contienen una potencia de pensamiento, y por consiguiente de palabra,
que nuestra forma de trascripción no puede imaginar.”
Comparativa entre el Indo y Pascua |
En este sentido, el erudito polaco Benon Z. Szalek, de la Universidad de Szczecin, ha propuesto una conexión entre ambas culturas en tiempos remotos, y concretamente cree que fueron los Tamiles de la India los que colonizaron la isla, vistos algunos estudios antropológicos de restos óseos de antiguos nativos que muestran que sobre el 60% de la población isleña tendría un origen indoeuropeo. En cuanto al contenido de las tablillas, Szalek afirma que se trataría de fórmulas rituales o invocaciones a los avatares o reencarnaciones.
© Xavier Bartlett 2017
Fuente imágenes: archivo del autor / Wikimedia Commons
[1] La isla se
encuentra a unos 3.700 kilómetros al oeste de la costa de Chile, a poco más de
2.000 km. de las islas Pitcairn y a más de 4.000 de la Polinesia francesa,
ambas al este. La tierra más próxima, también chilena, es la isla de Sala y
Gómez, a 415 km. (al noreste), que está deshabitada.
[2] Según
parece, esta denominación es tardía, del siglo XIX, y fue extendida por los
polinesios que llegaron a la isla junto con misioneros occidentales.
[3] El virrey
Amat organizó dos misiones más, en 1771 y 1772, para completar la primera
cartografía de la isla.
[4] Roggeveen
registró la presencia de unos 2.000 nativos, si bien –según los expertos– en su
momento de auge la población pudo haber llegado a los 15.000 habitantes. Sin
embargo, en 1877 la población aborigen había caído a poco más de 100 personas,
debido a las penalidades de la esclavitud y las epidemias. Actualmente, la
población se sitúa alrededor de los 5.000 habitantes.
[5] Esta
cronología se sustenta en modernas dataciones por radiocarbono y viene a
coincidir más o menos con la tradición local, que atribuye 57 generaciones de
reyes desde el primer monarca, Hotu Matua, con una media de 25 años por
generación.
[6] Este dato
recuerda poderosamente al mito de los sietes sabios de Egipto, que –según los
llamados Textos de Edfú– ejercieron de avanzadilla en el valle
del Nilo para los refugiados de una tierra primigenia que también desapareció
tras una gran catástrofe natural.
[7] Cita
extraída de MEZIÈRE, F. Fantástica isla de Pascua.
[8] Esta
característica de los lóbulos alargados artificialmente se daba por ejemplo en
los individuos de la nobleza inca del Perú (a los que Pizarro llamaba
“orejones”).
[9] Esta leyenda
ha sido interpretada por muchos académicos de forma distinta, pues opinan que
las confrontaciones se generaron a partir de cambios en el ecosistema, por la
sobreexplotación de la madera (hasta acabar con todos los árboles), la sequía y
la escasez de recursos de subsistencia. Así pues, la decadencia de la cultura
pascuense habría sido fruto de una lucha por los recursos naturales.
[10] Según la
crónica de C. F. Behrens, participante en la expedición.
[11] En un
contexto mitológico-esotérico, H.P. Blavatsky decía que las estatuas
correspondían a representaciones exactas de los gigantes de la cuarta raza, y
que la isla formó parte de Lemuria, un continente desaparecido.
[12] Patrón de
escritura que consiste en escribir una línea de izquierda a derecha y luego
girar 180º como el buey cuando ara (ese es el significado original del término
griego bustrófedon), con lo que al final de cada línea nos vemos
forzados a dar la vuelta a la tablilla para seguir la lectura.
[13] Se dice que
en 1886 William Thomson habló con dicho anciano (de 83 años) y consiguió que
éste le recitara una de las tablillas, que sería una canción de fertilidad. Sin
embargo no existe confirmación de esta anécdota y los expertos no la tienen en
cuenta. Posteriormente, hubo otros intentos de lograr alguna interpretación
fiable entrevistando a varios ancianos, como por ejemplo hizo Routledge, pero
no se obtuvo ningún resultado.
[14] También
conocida como civilización de Harappa, de la Edad del Bronce, y que floreció
entre 3300 a. C. y 1300 a. C.