No obstante, la
ausencia de jeroglíficos en las pirámides más antiguas y la extraña
localización de estas inscripciones (en un lugar casi inaccesible y apartado de
la vista) llamó la atención del famoso autor alternativo Zecharia Sitchin, que
lanzó la osada teoría de que tal vez los jeroglíficos descubiertos por
Howard-Vyse fueran en realidad un vulgar fraude cometido para darse relevancia.
La argumentación de Sitchin, presentada en su libro Stairway to Heaven
(“Escalera al cielo”), se basaba en los siguientes hechos:
- La llamada “Estela del inventario” indica
que la Gran Pirámide ya estaba allí en tiempos de Khufu, y que pertenecía a la
diosa Isis, no al faraón.
- Vyse llevaba cierto tiempo en Egipto sin
hallar nada particularmente notable y necesitaba un golpe de efecto, más
aún por la apremiante necesidad de obtener más fondos para proseguir sus trabajos.
- Resulta curioso que en la cámara de Davison,
la única que no descubrió Howard-Vyse, no se hallase rastro de escritura.
Además, no hubo testigos locales (capataces u obreros) en el momento de
descubrirse los jeroglíficos.
- Sí habría marcas de cantera auténticas, en
posiciones naturales, en contraste con los jeroglíficos que parecían haber sido
pintados en postura difícil, tratando de ocupar todo el espacio disponible.
Además, casualmente, no había ninguna inscripción en las paredes este,
que habían resultado dañadas (al ser el lado por el que Howard-Vyse había
accedido a las cámaras).
- Los cartuchos con el nombre “Khufu” ya
fueron polémicos en aquella misma época. Algunos expertos, como Samuel Birch,
creían que el tipo de escritura era más bien hierática, de datación bastante
posterior. Además, hacia 1830 no se sabía con seguridad cuál era la escritura
jeroglífica correspondiente al faraón citado por Heródoto, que era conocido
como Keops o Sufis.
- Al parecer, el presunto falsificador –un
colaborador de Vyse llamado Hill– empleó para el fraude un manual de
jeroglíficos (Materia
Hieroglyphica, de John G. Wilkinson) que
contenía ciertos errores; uno de ellos afectaría al nombre del propio Khufu, pues escribió un círculo con un punto
en el centro (el símbolo del dios Ra), para representar el sonido “j” (o “kh”)
cuando debería haber trazado un círculo con tres líneas horizontales a modo de
tamiz (la auténtica “j”). El resultado es que el jeroglífico se leería como
“Ra-u-f-u” en vez de “Kh-u-f-u”.
- Howard-Vyse seguramente cometió otro sonado fraude:
el de sarcófago de madera de época saíta con el cartucho del faraón Menkaure,
hallado en la cámara sepulcral de su pirámide.
 |
Pirámide de Khufu (Keops) |
El 30 de marzo de
1837, el aventurero, anticuario y coronel británico Richard William Howard-Vyse
y su equipo consiguieron abrirse paso –gracias a un uso liberal de la pólvora–
hasta la primera de una serie de cámaras de descarga selladas en el
interior de la Gran Pirámide de Guiza. Este primer descubrimiento, una cámara
que Howard-Vyse bautizaría más tarde como “Cámara de Wellington”, había estado
sellada desde el momento de la construcción de la pirámide.
El coronel describe
en su diario el primer momento en que entró en la Cámara de Wellington:
«Siendo practicable el agujero en la Cámara de Wellington, la examiné
con el Sr. Hill. El suelo era desigual, ya que estaba compuesto por la parte
superior de los bloques de granito que formaban el techo de la Cámara de
Davison [Cámara situada por debajo de la Cámara de Wellington, descubierta en 1765 por Nathaniel Davison].
Estaba completamente vacía a excepción de un fragmento de piedra arrojado allí
por la voladura. No apareció ningún insecto ni murciélago, ni rastros de
cualquier animal vivo. No había, de hecho, ninguna puerta o entrada, y aunque
algunos de los bloques de granito de las paredes norte y sur tenían patas
o proyecciones, las piedras que componen la cubierta se apoyaban sobre éstas,
de modo que era imposible que pudieran haberse movido como un rastrillo. Esta
cámara, en efecto, como la de Davison y las restantes que se descubrieron
posteriormente, no era más que una estancia vacía, o cámara de construcción,
para aliviar el peso de la estructura de la Cámara del Rey. Habiendo llegado el
Sr. Perring y el Sr. Mash, nos fuimos por la noche a la Cámara de Wellington, y
tomamos varias medidas, y al hacerlo, encontramos las marcas de cantera.» (Col.
Richard W. Howard-Vyse, Operations Carried on at Gizeh. Vol. 1, p.205-207)
Estas “marcas de cantera” eran de gran importancia, ya que representaban la
primera muestra de escritura hallada en el interior de las primeras grandes
pirámides. Estas marcas de cantera no eran inscripciones oficiales, sino más
bien marcas no oficiales pintadas sobre las piedras con ocre rojo, un tipo de
pintura utilizada por los antiguos egipcios y que todavía existía en 1837. Los
egiptólogos creen que las marcas de ocre rojo en estas piedras fueron
realizadas por los hombres que cortaron las piedras en las canteras; de ahí la expresión “marcas de cantera”.
 |
Richard W. Howard-Vyse |
Al proseguir sus exploraciones, Howard-Vyse descubrió otras tres cámaras
similares por encima de la Cámara de Wellington y en cada una de ellas halló
una serie de inscripciones escritas en la misma pintura ocre rojo, algunas de
las cuales incluían el cartucho real de “Khufu” (Keops) y “Khnum-Khuf”, el rey
que según los egiptólogos había construido la Gran Pirámide. El descubrimiento
de estas inscripciones dio a los egiptólogos algo que habían deseado durante
largo tiempo: un vínculo directo entre la Gran Pirámide y el rey al que
consideraban (según los escritos de Herodoto, de dos mil años de antigüedad) su
constructor.
Lamentablemente, nunca se han realizado pruebas científicas para determinar la
antigüedad y la composición química de estas marcas. Así pues, los egiptólogos
han aceptado la autenticidad de este descubrimiento de Howard-Vyse con poco más
que buena fe y la creencia de que a Howard-Vyse y su equipo les hubiera
resultado imposible falsificar estas inscripciones. Sin embargo, todavía
persisten algunas preguntas incómodas en relación con el descubrimiento de
estas marcas que han llevado a algunos comentaristas, sobre todo al autor
Zecharia Sitchin, a cuestionar su autenticidad. Pero primero sería conveniente
considerar las razones por las que la egiptología cree que las inscripciones
presentadas por Howard-Vyse son auténticas inscripciones de la cuarta dinastía
y no el resultado de un simple fraude, como algunos han afirmado.
El primer elemento
sobre el cual los egiptólogos basan la veracidad de estas inscripciones es el
idioma en que fueron escritos. Así, sostienen que en 1837 ni siquiera el mejor
egiptólogo o lingüista estaba plenamente familiarizado con las sutilezas de la
antigua escritura egipcia y nadie en ese momento sabía que Khufu era conocido
por otro nombre, por no hablar de cómo se debía escribir dicho nombre, el llamado
“nombre de Horus” del rey. No fue hasta más tarde que se supo que los antiguos
reyes egipcios podían tener hasta cinco nombres diferentes.
Y así, teniendo en
cuenta que los mejores egiptólogos en 1837 no conocían este hecho, ¿cómo
alguien como Howard-Vyse –que tenía un conocimiento muy limitado sobre el tema–
podría haber sabido qué inscripciones iba a escribir en estas cámaras? ¿Cómo
podrían Howard-Vyse y su equipo haber pintado el nombre Horus de Khufu (Mjedu)
en estas cámaras cuando este nombre era totalmente desconocido en ese momento?
Se consideró una tarea imposible y, como tal, parecía perfectamente lógico y
razonable concluir por tanto que las inscripciones presentadas por Howard-Vyse
debían ser auténticas.
 |
Estatuilla de Khufu |
Pero, según este criterio, ¿era realmente tan imposible falsificar estas
inscripciones? Al parecer, no sería una tarea demasiado difícil; tan sólo
requería de un conocimiento básico de los jeroglíficos y un poco de pensamiento
lateral. A fin de perpetrar semejante fraude, la única comprensión de
jeroglíficos egipcios antiguos que precisaba Howard-Vyse era la capacidad de
reconocer el nombre de Keops, y se da la circunstancia de que el nombre del
rey, de hecho, ya había sido publicado en 1832 por el egiptólogo y erudito
italiano Rosellini, unos cinco años antes de que Howard-Vyse hubiera
puesto el pie en Egipto.
Durante muchos meses, Howard-Vyse había estado examinando cuidadosamente los
escombros que rodeaban la base de cada pirámide de Guiza. De haber encontrado
una inscripción completa de Keops en estos escombros, tal vez inscrita en una
piedra pequeña, muy probablemente hubiera reconocido este nombre real.
Cualquier otra cosa que pudiera aparecer escrita junto con el cartucho Khufu
(por ejemplo, el nombre de Horus, lo que no sería un acontecimiento inusual),
seguramente no habría sido comprendida por Howard-Vyse. La cuestión, sin
embargo, es que en realidad no importa si Howard-Vyse entendía o no las
inscripciones adicionales, dado que con el reconocimiento de la inscripción
Khufu podía concluir lógicamente que cualquier inscripción adicional que
encontrase en esa piedra debía estar claramente relacionada con Khufu y, como
tal, se podría copiar con seguridad en un lugar adecuado de la pirámide, es
decir, un lugar en el que ninguna otra persona hubiera estado nunca antes. Todo
lo que tenía que hacer Howard-Vyse era encontrar ese lugar y, de hecho,
encontró cuatro. Y vale la pena destacar que, entre los escombros de la cara
norte de la Gran Pirámide, también encontró un pequeño artefacto de piedra con
una inscripción parcial del nombre real de Khufu.
Esto no quiere
decir, por supuesto, que tal fraude se produjera en realidad. El propósito aquí
es simplemente demostrar que la reivindicada “imposibilidad de fraude” no era
una tarea tan imposible como han afirmado los egiptólogos. Como se ha dicho,
Howard-Vyse sólo necesitaba la capacidad de reconocer el cartucho de Khufu y tal
cosa se conocía mucho antes de que él fuera a Egipto.
El segundo punto que los egiptólogos plantean para señalar la imposibilidad del
fraude es el hecho de que muchas de estas marcas están situadas entre bloques
de granito de 50 toneladas, siendo la separación tan estrecha (aproximadamente 2,5 cm.) que ningún embaucador podría
haber introducido ahí un pincel.
Sobre este punto, el autor Graham
Hancock, basándose seguramente en los argumentos de Sitchin, se había manifestado
crítico ante la versión oficial, pero cuando pudo inspeccionar sin restricciones
las cámaras en cuestión cambió su parecer y no vio posibilidad de fraude. Sin
embargo, más adelante admitió que tal vez se había precipitado al retractarse y
comentó lo siguiente:
«A diferencia de las marcas de cantera infalsificables situadas entre los
bloques, el cartucho de Khufu está a la vista y podría haber sido falsificado
fácilmente por Vyse. No remarco que así fue, sólo afirmo que podría haber sido
así, y que han surgido algunas interesantes dudas sobre su autenticidad. Estoy
a la espera de futuras pruebas, en uno u otro sentido.» (Graham Hancock, GMBH,
4 de abril de 2011)
En una consulta
posterior a Graham Hancock, le formulé la siguiente cuestión:
«Cuando usted dice que hay marcas
de cantera en los estrechos espacios entre los bloques, quiere decir que
éstas son marcas de albañil o bien que son auténticos signos
jeroglíficos? Si son jeroglíficos, ¿sabe usted si alguno de ellos dice Khufu?»
(Scott Creighton, en correo electrónico privado a Graham Hancock)
Graham Hancock
respondió a mi pregunta de la siguiente manera:
«Fue hace mucho tiempo, pero estoy al cien por cien seguro de que
ninguna decía Khufu. Tampoco son líneas o registros de jeroglíficos. Son
[marcas] sencillas y están aisladas y –aunque no soy un experto en estas cosas–
a mí me parecen típicas marcas de cantera.» (Graham Hancock, en correo electrónico
privado a Scott Creighton)
 |
Cartucho con el nombre de Khufu |
Graham Hancock
admite que él no es experto en la materia, pero que, según su experiencia, las
marcas en estas estrechas brechas entre los bloques se parecían más a
“...típicas marcas de cantera...” que a escritura jeroglífica. Esto, por
supuesto, necesita ser comprobado y confirmado pero puede sugerir que la única
escritura jeroglífica inscrita dentro de estas cámaras sólo aparece en lugares
abiertos y de fácil acceso, como sin duda es el caso de los tres cartuchos de
Khufu y Khnum-Khuf que se han encontrado.
Pero incluso si se
admite que existen jeroglíficos del Imperio Antiguo en esos estrechos
espacios entre los firmes bloques de granito de estas cámaras, sigue siendo muy
posible que incluso esas marcas pudieran haber sido falsificadas. De hecho, sí
existe un medio por el cual incluso esta tarea aparentemente imposible se pudo
haber llevado a cabo.
El investigador
independiente Dennis Payne nos informa de que lo que se requiere en este caso
no es ningún tipo de pincel del pintor, sino más bien una simple cuerda y un
par de finas tablas de madera. La cuerda (a la que se da la forma de los
jeroglíficos requeridos) se fija con adhesivo a una de las tablas de madera;
luego se pinta la “cuerda jeroglífica” con pintura ocre rojo. Esta tabla con
jeroglíficos recién pintados se desliza con cuidado en el estrecho intervalo de
2,5 cm entre dos bloques de granito.
Una vez hecho esto, se desliza entonces una segunda tabla por detrás de la
primera, apretándola e imprimiendo los jeroglíficos pintados en la primera
tabla sobre la cara del bloque de granito en el estrecho hueco. Cuando se ha
realizado la impresión, se retira la segunda tabla, seguida de la primera. Los
jeroglíficos falsos se presentan ahora en un lugar aparentemente imposible, un
estrecho hueco donde ningún falsificador podría aplicar un pincel. Y así, una
vez más, se demuestra que lo que los egiptólogos consideraron tarea imposible,
no es tan imposible después de todo.
El tercer aspecto
que, según afirman los egiptólogos, Howard-Vyse y su equipo no hubieran podido
falsificar es el estilo de algunos signos escritos en las cámaras. Pero con una
rápida mirada al diario manuscrito de Howard-Vyse, así como a los dibujos
facsímiles creados por el Sr. Hill (un miembro del equipo de Howard-Vyse), está
claro que ambos hombres eran muy buenos a la hora de copiar un estilo de
escritura. Y así, de nuevo, los argumentos de los egiptólogos no se sostienen.
En resumen, no habría sido del todo imposible para Howard-Vyse y su equipo la
realización de un fraude dentro de la Gran Pirámide, si así lo hubieran
deseado. La pregunta a la que ahora nos enfrentamos es si Howard-Vyse y su
equipo realmente llegaron o no a perpetrar semejante fraude. ¿Qué pruebas hay,
en su caso, para indicar que tal hecho podría haber ocurrido?
Curiosamente,
cuando Nathaniel Davison abrió la primera de estas pequeñas cámaras (la cámara
inmediatamente debajo de la Cámara de Wellington), casi 100 años antes de que
Howard-Vyse accediera a la Cámara de Wellington, no se encontró ni una sola
marca en esta sala. Y en tiempos más recientes, se descubrió un pequeño rebaje
en el extremo del conducto sur de la Cámara de la Reina que contenía marcas de
ocre rojo. Sin embargo, estas marcas son totalmente ambiguas y nadie parece saber
a ciencia cierta si representan jeroglíficos reales o si son meramente
sencillas marcas de albañil; realmente constituyen un enigma.
Lo que tenemos entonces es una situación en la que las cámaras del interior de
la Gran Pirámide a las que accedieron Howard-Vyse y su equipo por primera vez sí
contienen jeroglíficos claros e inequívocos, pero las cámaras a las que
accedieron los demás por primera vez (incluidas las modernas prospecciones
robóticas) no contienen ningún jeroglífico claro e inequívoco. Por
tanto, si bien pudieron existir marcas de albañil en todas las cámaras, parece
bastante peculiar que sólo las cámaras descubiertas por Howard-Vyse y su equipo
sean las únicas que contienen jeroglíficos inequívocos y reconocibles, que
también incluyen el nombre del rey en sus diversas formas.
La ironía de esta
situación, sin embargo, es que Sitchin, al defender en sus primeros libros la
teoría de la falsificación centrándose en una infundada falta de ortografía del
nombre del rey, llevó el tema a la atención del mundo y, en particular, a un
tal Walter Martin Allen de Pittsburgh, Pennsylvania. Walter Allen, que había
leído los libros de Sitchin en los años 80, contactó con Sitchin afirmando que
él tenía la verdadera prueba (el testimonio de un testigo ocular) de que
realmente se habían producido tales falsificaciones en la Gran Pirámide por
parte del equipo de Howard-Vyse en 1837. De hecho, la familia de Walter Allen
al parecer tuvo conocimiento de este gran fraude durante casi 150 años, mucho
antes de Zecharia Sitchin hubiera tenido noticia de tal hecho.
El testimonio escrito del Sr. Allen declara que su bisabuelo, Humphries Brewer,
estuvo trabajando con Howard-Vyse y que había sido testigo directo de las
falsificaciones que tuvieron lugar en la Gran Pirámide a cargo del equipo de
Howard-Vyse. El breve relato de Allen (escrito en su cuaderno de
radioaficionado) parece estar basado en una tradición oral de la familia y,
posiblemente, en una serie de cartas familiares escritas en 1837 por Humphries
Brewer y su padre, William Jones Brewer. Estas cartas, junto con la tradición oral,
fueron presuntamente transmitidas a través de la bisnieta de Humphries Brewer,
Helen Brewer (“tía Nell”) hasta que en 1954 la historia finalmente llamó la
atención de Walter Allen, quien durante muchos años había estado investigando
el origen de su familia. El breve relato de Walter Allen sobre este episodio de
Egipto en 1837 dice lo siguiente:
«Humfrey recibió un premio por el puente que diseñó en Viena sobre el
Danubio. H. fue a Egipto 1837 con el Servicio Médico Británico... Nell dijo que
iban a construir un hospital en El Cairo para los árabes con afecciones
oculares graves. El Dr. Naylor llevó consigo a Humfrey. El tratamiento no tiene
éxito, el hospital no se construye. Se unió a un tal coronel Visse para
explorar las pirámides de Gizeh. Comprobaron las dimensiones de 2 [sic]
pirámides. Tuvo una disputa con Raven y Hill acerca de las marcas pintadas en
la pirámide. Las marcas tenues fueron repintadas, algunas eran nuevas. No
encontraron ninguna tumba... Tuvo unas palabras con un señor Hill y Visse antes
de irse. Estuvo de acuerdo con el coronel Colin Campbell y un tal Geno Cabilia.
Humfrey regresó a Inglaterra a finales de 1837.» (Sitchin, Journeys
to the Mythical Past , p.30, Bear & Co, 2007)
 |
Manuscrito del Sr. Allen sobre la estancia de H. Brewer en Egipto |
El relato de Walter Allen nos
dice que, como parte del Servicio Médico Británico, su bisabuelo viajó a Egipto
con el Dr. Naylor. Aparentemente, este médico deseaba construir un hospital
para personas con problemas graves en los ojos, pero dado que el tratamiento no
fue exitoso, el hospital no se construyó y el Dr. Naylor regresó a su casa.
¿Hay alguna evidencia de tal médico o de que estos hechos tuvieran lugar en
Egipto en 1837? Pues bien, existe y se trata precisamente del diario del propio
Howard-Vyse:
«Como varios de los árabes padecían de oftalmía, acudí a Naylor Bey, que
había llegado de Inglaterra con el propósito de establecer un hospital
oftálmico: el Pachá no sólo le dio inmediatamente el rango y los atributos de
un Bey, y una casa llamada El Ater Nebbi, cerca de Fostat, para un
establecimiento, sino que también envió un barco de guerra para traer a su
familia desde Europa. Por una u otra razón, sin embargo, el establecimiento se
desechó, y, creo que el Sr. Naylor regresó a Europa.» (Col. Richard W.
Howard-Vyse, Operations Vol. 1, p.182)
Aquí, pues, tenemos
un relato de Howard-Vyse en persona que corrobora, en parte, la tradición que
se había transmitido en la familia de Brewer hasta llegar al conocimiento de
Walter Allen, casi 150 años más tarde. No obstante, siendo Howard-Vyse conocido
por ser muy meticuloso al citar en su diario a todos los que trabajaban para él
en las pirámides, es curioso que el nombre de Humphries Brewer brille por su
ausencia, y seguramente nos tendremos que preguntar que si Brewer afirma más
adelante en las cartas a su padre que había trabajado para el coronel en Egipto
en ese momento, ¿por qué no se lo menciona en el diario del coronel? La
respuesta a esta pregunta podría tener que ver con la siguiente parte de la
narración de la familia de Walter Allen, la parte más explosiva de todas: las marcas
pintadas.
En este episodio,
una vez más tenemos los nombres de las personas del relato de Walter Allen
(aunque mal escritos) que trabajaban de facto en las pirámides de Guiza,
en la fecha especificada: Visse (o sea, Howard-Vyse), Raven, Hill, el coronel
Colin Campbell y Geno Cabilia (esto es, Giovanni Caviglia). Se puede entender
perfectamente que la ortografía de los nombres de los implicados fuese
incorrectamente recordada y transmitida hasta la época de Walter Allen, que
puso por escrito la historia familiar en la década de 1950.
En este pasaje particular de las notas de Walter Allen, su bisabuelo, Humphries
Brewer, alude a la disputa que tenía con dos de los ayudantes de Howard-Vyse,
el Sr. Raven y el Sr. Hill, sobre alguna actividad relacionada con la pintura
en la Gran Pirámide. De lo que nos ha llegado (a través del testimonio de
Walter Allen), parece ser que Brewer se opuso a Raven y a Hill a repintar las
tenues marcas de la pirámide y también a pintar nuevas marcas. Aquí hay un par
de puntos importantes que destacar.
El primer punto es que se sabe que Hill entró en la pirámide y pintó con
pintura de color negro los nombres de varias figuras históricas británicas
(Wellington, Nelson, etc.) en una pared de cada cámara superior, a medida que
iban siendo descubiertas y abiertas. Algunos objetores a la teoría del fraude
apuntan a esta actividad del Sr. Hill como la referencia de Brewer a que “...
las marcas tenues fueron repintadas, algunas eran nuevas”. Pero esto tiene poco
sentido, ya que los nombres recién pintados de “Wellington”, “Nelson” etc.
difícilmente podían describirse como tenues si acababan de ser pintados.
¿Y por qué Brewer había de tener una disputa por el hecho de nombrar las
cámaras con héroes nacionales británicos? Es evidente que cualquiera que fuese
el tema de disputa con Raven y Hill, parece que tal disputa llevó a Brewer a
adoptar una firme posición, y todo apunta a que el asunto de la pintura que se
traían entre manos Raven y Hill debió ser algo a lo que Brewer se opuso
firmemente; de hecho, tanto como para acabar siendo despedido por ello.
Ciertamente, toda persona cabal desaprobaría el hecho de perpetrar un fraude en
la Gran Pirámide, y probablemente el mantenimiento de los principios a este
respecto supondría el despido por parte de los perpetradores de tal fraude.
En segundo lugar, en
el relato de Walter Allen vemos que el término “marcas” se utiliza para
describir lo que Raven y Hill fueron repintando y pintando. En el contexto de la frase, parece que las palabras
reales de Brewer fueron las que se citan. Es muy poco probable que Brewer
emplease este término para referirse a lo que era claramente el nombre
de una figura histórica importante (es decir, Wellington, Nelson, etc.) que
Hill acababa de pintar en las cámaras. La utilización del término “marcas” por
parte de Brewer implica algo que es incomprensible o desconocido
y, de hecho, es la misma palabra usada por el mismo Howard-Vyse para describir
las inscripciones jeroglíficas ininteligibles que supuestamente encontró en
estas cámaras, es decir, “marcas de cantera”. Simplemente, no es creíble que
Brewer se refiriese a un nombre conocido como “Wellington” o “Nelson” como
“marcas”; está claro que las “marcas” por las que tuvo la disputa eran otra
cosa.
Así pues, por lo
que se deduce del relato de Brewer que pasó de generación en generación hasta
su bisnieto, Walter Allen, pudieron haber existido algunas “marcas” sobre los
bloques de estas cámaras (“marcas tenues repintadas, algunas eran nuevas”),
pero seguimos sin saber qué clase de marcas eran en realidad. Podrían haber
sido inscripciones jeroglíficas o tal vez sólo simples marcas de albañil como
las marcas que se encuentran en la pequeña cavidad en el extremo del conducto
sur de la Cámara de la Reina.
 |
Libro de Vyse basado en su diario de trabajo |
Para Humphries
Brewer, sin embargo, su evidente rectitud de principios le había costado la
expulsión de Guiza, y nunca más se supo de él en Egipto, ni en el diario
publicado por Howard-Vyse. En efecto, se puede entender por qué Howard-Vyse no
habría tenido ningún deseo de hacer mención alguna de Brewer, dado que las
acusaciones eran muy serias y desagradables. No obstante, los objetores a la
teoría del fraude suelen afirmar que Howard-Vyse no habría eliminado a Brewer
de su diario simplemente por haber tenido un “desacuerdo”, y en apoyo de este
punto de vista citan a Caviglia como un ejemplo de alguien con quien
Howard-Vyse estaba en constante desacuerdo (hasta el punto de que la relación
entre ambos se rompió totalmente) y sin embargo, Howard-Vyse aun así
menciona a Caviglia en su diario publicado. El argumento es que si podía hacer
esto con Caviglia –con quien discutía constantemente– entonces también habría
hecho lo mismo con Brewer, después de cualquier desacuerdo.
Sin embargo, el enfoque
de tal comparación es muy simplista y resulta totalmente inadecuado. Así,
mientras que Caviglia era una personalidad muy relevante y como explorador era
muy respetado en Egipto en ese momento, Brewer era el chico recién llegado, y
apenas era conocido por unos pocos. Y dado que muchas personas influyentes del
Egipto de entonces, como el Pachá y el coronel Colin Campbell, conocían a
Caviglia (mucho antes de que Howard-Vyse entrara en escena), y que tales
personas influyentes sabían que había estado trabajando con Howard-Vyse –en
constante desacuerdo– durante muchos meses, a Howard-Vyse le habría resultado
casi imposible borrar a Caviglia de su diario publicado. Pero no así a un
desconocido ingeniero civil que había llegado bajo la dirección de un tal
doctor Naylor, que ya había regresado a Europa y que probablemente sólo había
trabajado durante un corto periodo con Howard-Vyse. ¿Quién iba pues a conocer a
Brewer o, incluso a preocuparse de él? La naturaleza misma del “desacuerdo” de
Brewer, esto es, la acusación de fraude a Howard-Vyse y su equipo sin duda
garantizó el anonimato de Brewer en el diario publicado por Howard-Vyse y más
aún si tales acusaciones tenían algún fundamento de verdad.
Por supuesto, la
historia que sostiene Allen no puede ser considerada como prueba de fraude. En
el mejor de los casos, se puede considerar como algo poco mejor que rumores.
Pero, ¿y si fuera cierto el núcleo de esos rumores? ¿Por qué se adopta por
defecto la duda automática acerca de la veracidad de esta tradición familiar
sobre lo que sucedió en la Gran Pirámide en 1837?
En resumen, ¿por
qué este testimonio familiar se ha descartado sumariamente sólo porque su
fuente original (Humphries Brewer) ya no está presente para declarar sobre su
veracidad? ¿Debe desestimarse el registro escrito de Walter Allen de la
historia que le fue transmitida simplemente porque su contenido no puede ser
verificado por la fuente original? Lo contrario aquí es sugerir que Walter
Allen urdió todo esto él solo y entonces nos tendríamos que preguntar, ¿qué le
podría haber motivado a montar esa historia en 1954 y luego no decir nada sobre
ella durante más de 30 años? Por desgracia, sin embargo, parece que el
testimonio de Allen está destinado a ser rechazado, como Ian Lawton y Chris
Ogilvie-Herald atestiguan en su libro de Guiza: La Verdad:
«... A menos que Sitchin pueda aportar una prueba mejor que ésta [el testimonio
de Walter Allen], por lo menos el contenido del cuaderno, certificado por un
testigo independiente y preferiblemente probado científicamente para autenticar
la fecha, es inadmisible.»
Sin embargo, lo que Lawton y
Ogilvie-Herald omiten aquí es que no es tarea de Sitchin, o de Allen (o de
cualquier otro) demostrar que las inscripciones del interior de estas cámaras no
son auténticas, sino que es la egiptología la que ha de demostrar que son
auténticas. No se puede refutar algo que aún no se ha demostrado de manera
concluyente. Eso es una falacia lógica, y así pues el peso de la prueba recae
aquí directamente sobre los hombros de la egiptología. En definitiva, es responsabilidad
de la egiptología probar su propio caso y no de Sitchin, Allen o cualquier otra
persona, desmentirlo.
(C) Scott Creighton 2013-2014
Crédito foto cartucho: WGBH Educational Foundation
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