Introducción
En arqueología, muchas veces se
ha tenido que reconocer que –pese a haber recuperado una parte sustancial del
pasado en forma de restos físicos– no es posible ofrecer una interpretación
“segura” u “objetiva” de los hallazgos. Esto ocurre porque el registro
arqueológico, aparte de ser incompleto o confuso, no habla por sí solo; más
bien lo hacemos hablar nosotros a través del conocimiento previo establecido,
unido a los inevitables sesgos o prejuicios de todo tipo que pueden tener los
profesionales. Y si además queremos conjugar la arqueología con los relatos míticos,
la cosa se complica aún más.
Uno de los casos más
representativos de estas incertidumbres es sin duda el yacimiento de Hisarlik,
al noroeste de Turquía, cuyas ruinas han sido generalmente interpretadas como
los restos de la antigua ciudad de Troya. Lo cierto es que a día de hoy, al
menos en el ámbito popular, se da por hecho que en siglo XIX el arqueólogo
alemán Heinrich Schliemann (1822-1890) descubrió Troya a partir de una lectura
literal de Homero[1], haciendo
casar la geografía homérica con la geografía sobre el terreno, lo cual vendría
a constituir una feliz coincidencia entre la literatura épica, la geografía y
la historia.
Pero... ¿realmente es así?
¿Podemos dar por buena esa identificación? ¿O tal vez Troya estuvo en otro
lugar? ¿O puede ser incluso que nunca hubiese existido? A este respecto, en las
últimas décadas, algunos autores han lanzado teorías alternativas más o menos
heterodoxas que echarían por tierra la tópica versión de que Troya se sitúa en
la conocida colina de Hisarlik. Otra cosa, desde luego, es qué grado de
fiabilidad podemos conceder a tales propuestas. Esto es lo que vamos a analizar
a continuación.
Troya en Turquía
Heinrich Schliemann |
Primeramente, hay que señalar que antes de que Schliemann apareciera en escena, a mediados del siglo XIX, la historia de la guerra de Troya era perfectamente conocida a través del relato original de Homero (La Ilíada), datado en el siglo VIII a. C., que narra el ataque y conquista de la ciudad de Troya por parte de los aqueos, siendo el motivo de dicha guerra el rapto de Helena, esposa del rey Menelao, a cargo de Paris, príncipe de Troya. Para la mayoría del mundo académico esta narración se trataba simplemente de una fantasía literaria épica sin ningún valor histórico, y en cuanto al propio Homero, también se dudaba de su existencia real, pues no había forma de confirmar su historicidad con datos fidedignos[2].
En este contexto surgió la figura
de Heinrich Schliemann, que era un hombre de negocios alemán aficionado a la
arqueología. Con el tiempo, su afición se convirtió en pasión y, tras dejar sus
ocupaciones comerciales, estudió Ciencias de la Antigüedad y Lenguas Orientales
en París y acto seguido se puso como objetivo descubrir la mítica Troya, una
historia que le había fascinado desde hacía mucho tiempo y que en su opinión
podía ser una realidad histórica y no una mera leyenda. Así pues, en 1870
inició sus investigaciones en Asia Menor, con la convicción de que las
descripciones geográficas dejadas por Homero le guiarían hasta los restos de la
ciudad.
Antes de proseguir, empero, es
preciso desmontar un pequeño mito mantenido a lo largo de muchas décadas, y es
que no fue el Schliemann el primero en excavar en Hisarlik, pues siete años antes
el arqueólogo inglés Frank Calvert ya había empezado a explorar el lugar,
aunque sus trabajos fueron más bien superficiales y no llegaron a los niveles
de la Edad del Bronce, si bien él creía firmemente que Troya podía estar allí,
en el interior de la colina[3].
Sea como fuere, Schliemann,
gracias a sus recursos económicos y siguiendo los pasos dados por Calvert,
emprendió una serie de extensas campañas arqueológicas en la colina de Hisarlik
entre 1870 y 1890. El fruto de su esfuerzo se tradujo en el descubrimiento de
un conjunto de ruinas superpuestas; en realidad, una serie de antiguos
asentamientos construidos a lo largo de muchos siglos. Con los años, Schliemann
pudo distinguir hasta nueve niveles u ocupaciones y se apresuró a identificar
el nivel II con la Troya homérica, sobre todo porque halló en dicho nivel un
conjunto de joyas y otros objetos que bautizó como el Tesoro de Príamo[4].
En este caso, se podría
decir que Schliemann se dejó llevar por sus preconcepciones y reconstruyó el
mito homérico con ciertos restos materiales, que a su juicio encajaban bien con
lo escrito en La Ilíada.
Murallas de "Troya" en Hisalrik |
Finalmente, cabe reseñar que
algunos autores modernos, como John Crowe y John Lascelles, han rebatido la
historia oficial y han ofrecido otro posible emplazamiento para Troya en la
misma Turquía, pero no en Hisarlik, sino en la conocida ciudad de Pérgamo (o
Bergama). En concreto, Crowe señala en su libro The Troy deception (“El
engaño de Troya”) varias razones de tipo topográfico y geográfico para
descartar la ubicación de Hisarlik. En su lugar, el historiador británico se
inclina por Pérgamo, a partir de la “segura” identificación de la llanura de
Troya en las cercanías de esta localidad y de la acrópolis troyana en la misma
Pérgamo.
Por otro lado, ambos autores
complican la historia al mencionar una especie de confabulación o engaño
perpetrado con fines políticos, económicos y propagandísticos por los antiguos
tiranos atenienses del siglo VI a. C., que habrían retocado los versos
homéricos para ofrecer una ubicación incorrecta de la auténtica Troya. El
objetivo final de esta maniobra sería reclamar unos derechos históricos –que se
remontaban a la guerra de Troya– sobre un rico territorio de Asia Menor
denominado Sigeum, donde estaba la ciudad de Ilion (o Hisarlik), para
colonizarlo y explotarlo en beneficio de la polis ateniense. En suma, una trama
bastante rocambolesca, por decir poco, y que más parece enfocada a una buena
venta de best-sellers que a despejar las dudas arqueológicas.
Troya en las Islas Británicas
Como ya se ha expuesto, bastantes
científicos tienen serias dudas acerca de la correlación Hisalrik-Troya, pero
en todo caso sitúan el escenario de la hipotética guerra de Troya en el
Mediterráneo oriental, el Egeo y Asia Menor, el territorio que resultaría
familiar para Homero, ya que estaba hablando de sus antepasados aqueos (griegos
arcaicos). Sin embargo, en los últimos años han aparecido otras teorías que
rompen del todo con este contexto geográfico y cultural y lo desplazan nada
menos que al norte de Europa.
En este enfoque podemos situar la
obra de Iman Wilkens, un autor de origen holandés afincado en París, que ha defendido
la tesis de una Troya “británica” en el libro Where Troy once stood (“Donde
una vez estuvo Troya”). Wilkens, que ha hecho un estudio exhaustivo de la obra
de Homero, ha llegado a la conclusión de que la ubicación mediterránea no se
sostiene, y que en cambio la descripción homérica se ajusta más a la geografía
de cierta área de la Europa atlántica. Para el investigador holandés, la guerra
de Troya sí se situaría en un contexto de la Edad del Bronce, pero con otros
protagonistas. Así, en vez de una guerra entre aqueos y asiáticos, estaríamos
frente a un conflicto entre comunidades célticas por el control de las minas de
estaño, un material del todo necesario para obtener bronce (aleación de cobre y
estaño). En su opinión, los celtas que vivían en “Troya”, localizada en las
colinas Gog Magog (en Cambridgeshire, al este de Inglaterra), fueron atacados
por celtas procedentes del continente, hacia las fechas que ya hemos citado
(1200 a. C.), para acceder al deseado estaño, pues los recursos continentales
de este metal estarían prácticamente agotados.
Foso de Fleam Dyke, en East Anglia |
En resumen, el autor holandés
traslada la Odisea y la Ilíada a un contexto atlántico occidental, a partir de
las comparaciones filológicas y topográficas, si bien la parte estrictamente
arqueológica quedaría un poco en entredicho. Con todo, como contrapunto de esa
carencia de pruebas de peso, es justo señalar que Wilkens remarca que la
evidencia física sobre una guerra en Asia Menor en aquel tiempo concreto es
inexistente, como varios expertos han puesto de manifiesto.
Troya en Bosnia-Herzegovina
Busto de Homero |
El erudito mexicano Roberto
Salinas Price estudió durante años la obra homérica y llegó a la
conclusión que la ubicación de Hisarlik no podía ser la correcta, dadas diversas
incoherencias geográficas. Como resultado de sus
investigaciones, publicó un libro titulado Homeric
Whispers (“Susurros homéricos”) en el cual defendía que la geografía
citada por Homero, tanto en La Ilíada como en La Odisea, se
ajustaba más a la costa dálmata (en la actual Croacia y
Bosnia-Herzegovina), e incluso ciertos topónimos de la zona se corresponderían
casi exactamente a los usados por Homero en sus narraciones. Asimismo, los
antiguos bailes populares de la región serían idénticos a los referidos por
Homero. Y yendo un paso más allá, el profesor mexicano consideraba que la
lengua original de ambos relatos sería en realidad un dialecto
eslavo, que luego fue adaptado al griego.
En cuanto a la situación
específica de la Troya homérica, Salinas se inclinaba por la población de
Gabela, en Bosnia-Herzegovina, dadas las similitudes entre el relato homérico y
la configuración del terreno. Por otra parte, Salinas argumentaba que la
disposición concreta de los astros citada en La Ilíada sólo era visible
desde esta localidad. Lamentablemente para Salinas, y a pesar del entusiasmo
local despertado ante la posible explotación de un foco turístico y cultural,
las excavaciones llevadas a cabo en los alrededores de Gabela no arrojaron
ningún resultado[7].
Troya en Portugal
En un enfoque paralelo a la
búsqueda e identificación del mítico continente de la Atlántida, el
investigador norteamericano Steven Sora propone que los relatos homéricos deben
situarse propiamente al oeste de la Península Ibérica, no muy lejos de donde
otros autores han ubicado la Atlántida, en relación con el antiguo reino de
Tartessos. En su obra The Triumph of the Sea Gods (“El triunfo de los
dioses marinos”), Sora incide, como hemos visto en otros autores, en las
múltiples incoherencias entre la geografía turca y las descripciones homéricas.
De hecho, Sora cree que lo narrado por Homero no se ajusta al mundo griego
mediterráneo, sino al mundo celta (o pre-celta), y que los personajes e
historias que se citan en La Ilíada y La Odisea no serían más que
una adaptación de la mitología céltica. Y como alternativa geográfica, Sora
fundamenta su tesis ibérica en semejanzas filológicas, geográficas, y
arqueológicas, y recurre a la mitología para vincular las tres puntas del
tridente del dios Neptuno con una gran polis compuesta de tres asentamientos
célticos[8]:
Lisboa, Setúbal y Troya. Según su visión, estas tres ciudades, que formarían la
auténtica Troya, entraron en guerra con una gran potencia exterior hacia el
1200 a. C. por la hegemonía en el Mediterráneo y gran parte de Europa.
Representación de guerreros de los "Pueblos del Mar" |
Estamos, por tanto, ante una
mezcolanza de dos grandes historias míticas griegas: La Atlántida de
Platón y La Ilíada de Homero, y en opinión de Sora, Platón se habría
inspirado en la auténtica historia de Troya para componer el relato que aparece
en sus famosos diálogos Critias y Timeo. Además, vemos en Sora la
influencia de la arqueóloga Marija Gimbutas y su civilización matriarcal,
destruida supuestamente por las invasiones de pueblos guerreros y patriarcales,
que habría supuesto no sólo un gran cambio político sino también ideológico[9].
En definitiva, una tesis compleja con quizá demasiados elementos –muchos de
ellos altamente especulativos– que confluyen en una misma historia, y que
presenta, como mínimo, las mismas incertidumbres que la Atlántida de Platón.
Troya en el Báltico
Siguiendo en la línea antes
citada de situar Troya en tierras nórdicas, el ingeniero e investigador
italiano Felice Vinci lanzó en su libro Omero nel Baltico (“Homero en el
Báltico”) la osada teoría de que el relato de Homero debía situarse en la
región del mar Báltico y no en el Mediterráneo. Cabe decir que esta propuesta,
dado su detallismo y rigor metodológico, ha causado cierta impresión en algunos
círculos académicos, que han empezado a sopesar su viabilidad, ante la opinión
generalizada de que la clásica hipótesis de Hisarlik resulta cada vez más difícil
de defender.
El polémico libro de F. Vinci |
En primer lugar, Felice Vinci se
fijó en la descripción de la isla de Ogigia según una obra de Plutarco y
conectó dicha referencia a lo descrito en la Odisea, dando como resultado que
la isla en cuestión se trataría de una isla del archipiélago de las Faroe, en la
cual destaca precisamente la presencia de un monte llamado Ogoigy. A partir de
aquí, Vinci fue siguiendo los rastros de La Ilíada y La Odisea y
fue descubriendo en la geografía nórdica muchas correlaciones de tipo
geográfico y toponímico que se ajustaban con precisión a la obra homérica,
llegando a la conclusión que el mundo micénico (o aqueo) fue en un principio
nórdico y que después se trasladó progresivamente hacia el sur por motivos
climatológicos, llegando a ocupar las tierras del Mar Egeo.
Esto de alguna manera cuadraría
con la hipótesis convencional de que los aqueos no eran población autóctona del
Egeo, sino gentes venidas de otro lugar durante el segundo milenio antes de
Cristo. En este sentido, en ambas obras hay constantes referencias a un clima
frío y brumoso, con tormentas, nieblas y nieve, que para nada guarda relación
con el benigno clima del Egeo. Además, los guerreros son descritos como altos,
rubios y envueltos en gruesos ropajes de lana, todo ello muy poco mediterráneo.
Y para añadir más pruebas de este contexto, Vinci observa que las naves aqueas
de doble proa descritas por Homero se parecen muy sospechosamente a las típicas
naves nórdicas de los vikingos, los famosos drakkares. Asimismo, algunos
expertos han incidido en ciertas semejanzas iconográficas entre el arte nórdico
y el micénico, así como en temas mitológicos y divinidades.
En cuanto a las similitudes
concretas de La Ilíada y La Odisea con la geografía báltica,
Vinci logra identificar algunas localizaciones de los griegos: así, por
ejemplo, Micenas sería la actual capital danesa, Copenhague; la isla de Lyø (en
Dinamarca) sería Itaca; la ciudad sueca de Täby sería la Tebas beocia, etc. En
lo que respecta a la ubicación de Troya, Vinci cree que el Helesponto citado
por Homero era demasiado ancho para referirse al estrecho de los Dardanelos; en
cambio, la descripción literal se ajusta mucho más al golfo de Finlandia. Allí,
en tierra finlandesa, se hallaría la propia Troya, la actual población de
Toija, que está en lo alto de una colina y rodeada por pantanos y dos ríos,
según la narración homérica. Por lo demás, la toponimia finlandesa es muy
similar a la homérica: Karjaa - Kari, Askainen - Askani, Kiikonen - Kiconi,
Raisio - Reso, etc.[10]
Paisaje de la isla de Farö, en el mar Báltico |
Por último, en lo referente a la
datación de los hechos, Vinci –a diferencia de la mayoría de investigadores– no
contempla un escenario tardío de la Edad del Bronce, y remonta la guerra de
Troya hacia el 1800 a. C., si bien los expertos creen que en esa época los
habitantes de aquellas regiones todavía vivirían el Neolítico. Obviamente, los
poemas homéricos habrían sido compuestos mucho más tarde (casi mil años
después) a partir de la tradición oral de los invasores aqueos que ocuparon
Grecia a mediados del segundo milenio antes de nuestra era.
En suma, Vinci no cree en las
licencias poéticas tomadas por Homero y sí en la “helenización” de una historia
propiamente nórdica. De este modo, el mundo nórdico, el micénico y el homérico
serían una misma realidad, sólo distorsionada por el paso del tiempo y por las
adaptaciones geográficas y culturales. No obstante, a pesar del conjunto de
datos específicos que aporta, sus críticos le han reprochado que las pruebas
arqueológicas son mínimas o inexistentes, que los relatos originales sufrieron
grandes cambios a través de los siglos y que las afinidades toponímicas son
simples asonancias aisladas que se basan en que la toponimia no habría variado
en varios milenios, lo cual no es verosímil.
Como colofón de las propuestas heterodoxas, tenemos la obra de Florence y Keneth Wood titulada Homer’s Secret Iliad (“La Ilíada secreta de Homero”), basada en los trabajos previos de ámbito astronómico de Edna Leigh (madre y suegra respectivamente de los autores), y que rompe todos los esquemas porque propone esencialmente que Troya... nunca existió. O al menos no sobre la tierra, sino en los cielos. Pero vayamos por partes.
Troya... ¿en el firmamento?
Como colofón de las propuestas heterodoxas, tenemos la obra de Florence y Keneth Wood titulada Homer’s Secret Iliad (“La Ilíada secreta de Homero”), basada en los trabajos previos de ámbito astronómico de Edna Leigh (madre y suegra respectivamente de los autores), y que rompe todos los esquemas porque propone esencialmente que Troya... nunca existió. O al menos no sobre la tierra, sino en los cielos. Pero vayamos por partes.
Edna Leigh fue una profesora y
astrónoma aficionada norteamericana que a mediados del siglo XX empezó a
estudiar la obra de Homero desde una perspectiva astronómica, dado que los
detalles citados en los poemas le inclinaron a pensar que allí no había un
texto histórico sino una sutil alegoría de muchas estrellas y constelaciones
del firmamento. De hecho, durante el siglo XX se fue reconociendo que bastantes
mitos antiguos tenían claras connotaciones astronómicas, como pusieron de
manifiesto los autores De Santillana y Von Dechend en su famoso libro Hamlet’s
Mill.
Homer's secret Iliad, de los Wood |
¿Y los enfrentamientos o batallas
entre aqueos y troyanos? Según Leigh, dichas contiendas serían en realidad el
reflejo del ciclo precesional de los equinoccios[12].
Por decirlo de algún modo, se trataría de una descripción de los cielos
nocturnos a través de la sucesión de constelaciones, con el ascenso y declive de
determinadas estrellas, en un marco temporal situado entre 8900 a. C. y 2200 a.
C. aproximadamente[13].
Para ubicar astronómicamente esta
“guerra” en la cual aparecen y desaparecen héroes, hemos de tener en cuenta los
tres cambios apreciables en el firmamento provocados por la precesión: la
sucesión en las constelaciones helíacas[14],
la emergencia o desaparición de ciertos grupos de estrellas (dependiendo de la
latitud en que se hace la observación) y el cambio en la estrella polar. Así,
el relato homérico describe cómo se va produciendo esta sucesión de las constelaciones,
en la que unas estrellas “vencen” o suceden a otras. Por ejemplo, Menelao (de
Escorpio) es atacado y herido por una flecha de Pándaro (de Sagitario), pero
Menelao sobrevive y Pándaro perece, reflejando el cambio de constelación heliaca,
en este caso, de Sagitario a Escorpio, en una fecha alrededor de 4400 a. C. En
cuanto a la misma Troya, se trataría de la constelación de la Osa Mayor, que
estaba destinada a sucumbir (declinar) en el firmamento según el ciclo
precesional.
En síntesis, los autores presentan
la tesis de que no se debe hacer una lectura terrenal de la obra homérica, sino
astronómica. Y dado que esta lectura sugiere que las observaciones de los
cielos tuvieron lugar durante varios miles de años (necesarios para determinar correctamente
la precesión de los equinoccios), tal vez se ha de hablar de una civilización muy
antigua (¿desaparecida?), que estaba muy avanzada en cuestiones astronómicas y
que transmitió su saber a través de mitos y leyendas, en la línea de lo ya apuntado
en la obra de culto Hamlet’s Mill. Por último, cabe añadir que el mundo
académico ha recibido fríamente esta propuesta, al quedar fuera de los
escenarios “habituales”.
Conclusiones
Para los expertos actuales, el
trabajo de Schliemann, aún con todos sus errores, defectos y prejuicios, tiene
un cierto valor científico al haber rescatado un importante enclave de la Edad
del Bronce en Asia Menor (aparte de sus excavaciones en Micenas), pero la
mayoría reconoce que –a la vista de las pruebas arqueológicas– no hay forma de
vincular con seguridad los restos hallados con la Troya homérica. De igual
manera, muchos admiten que la historicidad de la guerra de Troya sigue en el
limbo, y que podría ser cierta, pero que también podría ser una completa
invención, o una combinación de ambas, con elementos históricos y otros
legendarios.
Además, algunos especialistas han
apuntado que la geografía de Homero no es ni mucho menos fiable, pues algunos
datos se podrían por válidos y precisos pero otros son erróneos o confusos,
sobre todo si se pretende vincularlos forzosamente al ámbito mediterráneo. A
este respecto, el profesor John Chadwick, de la Universidad de Cambridge, llegó
a decir: “Existe una completa falta de contacto entre la geografía micénica,
tal como la conocemos por las tablillas y por la arqueología, y el relato de
Homero.”
Propuestas de ubicaciones de Troya (puntos naranjas) |
No obstante, vistas algunas
incoherencias de la geografía turca, parece que la clásica tesis de Hisalrik “está
en crisis”, pero el resto de alternativas son demasiado dispares entre sí como
para apostar sólidamente por cualquiera de ellas, si bien se puede aceptar que presentan
algunas interesantes conexiones, como el tema céltico-nórdico o el de los
Pueblos del Mar. Lo que está claro es que las descripciones de Homero siguen siendo
hasta cierto punto interpretables y adaptables a distintos ámbitos geográficos
y culturales, lo cual nos recuerda mucho a las múltiples ubicaciones en que se
ha querido situar la mítica Atlántida.
Por tanto, mucho me temo que
Troya va a permanecer todavía un largo tiempo en el ámbito de la literatura y de
la mitología, a menos que aparezcan pruebas fehacientes que arrojen luz definitiva
sobre su emplazamiento. Pero... ¿Y si la teoría de Leigh estuviera en lo
cierto? Entonces estaríamos frente a una fantástica alegoría que ha preservado
un alto saber astronómico en forma de narración épica. Un trabajo estelar, sin
duda alguna.
© Xavier Bartlett 2016
Referencias
BLANCO FREIJEIRO, A. “La Guerra de
Troya”. Historia 16, año IX, n.º 101.
(1984)
COPPENS, P. Where
art thou, Troy? http://philipcoppens.com/troy.html
CROWE, J. The
Troy Deception. Vols. I & II. Matador, 2011.
FAGAN, B. M. Los setenta misterios del mundo antiguo. Ed. Blume. Barcelona, 2002.
SALINAS PRICE, R. Homeric
Whispers: Intimations of Orthodoxy in the Iliad and Odyssey. Scylax Press,
2006.
SORA, S. The
Triumph of the Sea Gods: The War against the Goddess Hidden in Homer's Tales. Destiny,
2007.
VINCI,
F. Omero nel Baltico. Palombi Editori, 1998.
WILKENS, I. J. Where Troy once
stood. Saint Martins Press, 1991.
WOOD, F.; WOOD, K. Homer’s
Secret Iliad: The Epic of the Night Skies Decoded. John Murray, 1999.
[1] Homero había
situado a Troya (o Ilion) cerca del Helesponto, o sea, el estrecho de los
Dardanelos.
[2] Aún en la
actualidad persiste la duda sobre la existencia de Homero, que para muchos
expertos no es más que un mito detrás del cual habría una serie de personas
anónimas denominadas “homéridas”, o sea, una familia o clan de rapsodas supuestamente
“descendientes de Homero”.
[3] De hecho,
Schliemann había empezado a buscar su Troya homérica en otra colina llamada
Pinarbaçi, pero no encontró nada, y fue precisamente Calvert el que le sugirió
el emplazamiento de Hisarlik. De este modo, Schliemann y Calvert trabajaron
juntos durante cierto tiempo y compartieron importantes hallazgos, pero –como
es sabido– toda la fama y honores se los llevó el alemán. No obstante, para ser
justos hay que remarcar que la primera mención a Hisarlik como candidata a Troya
se remonta a 1822, y fue a cargo del periodista y geólogo escocés Charles
Maclaren.
[4] Cabe señalar
que se creó una gran polémica sobre este tesoro, ya que Schliemann ornamentó a
su joven esposa griega con algunas alhajas de este tesoro (Las “joyas de
Helena”, tal como él las interpretaba) y luego se llevó todo a Grecia de forma
ilícita. Por esta acción fue acusado por el gobierno otomano de robar bienes
nacionales y se vio obligado a pagar una fuerte multa y a ceder bastantes de
sus hallazgos al Museo de Constantinopla. Con todo, pudo llevarse parte del
tesoro a Alemania, y allí estuvo –en Berlín– hasta que desapareció en extrañas
circunstancias durante la Segunda Guerra Mundial.
[5] Wilkens
indica que el gentilicio “aqueos” provendría del gótico acha (o sea,
“agua”), lo cual da sentido a su identificación con los Pueblos del Mar.
[6] Se trata de
unas obras en forma de terraplén y foso llamadas Fleam Dyke y Devils
Dyke. Según los expertos, su origen es incierto. Se habían atribuido al
periodo anglosajón, pero podrían remontarse a la Edad del Bronce El primero de
ellos recorre más de 5 km. entre Fulbourn y Balsham, con una anchura de unos 26
metros y una profundidad de 3,5 metros.
[7] En cambio,
Salinas decepcionó a las autoridades bosnias en el tema de las famosas pirámides
de Visoko, a las que no dio ninguna credibilidad arqueológica,
considerándolas simplemente “tierra y piedras”. De todos modos, habría que ver
si en su dictamen no hubo cierto prejuicio, pues comentó literalmente: “No
pueden existir pirámides en Europa, por lo que no creo que las de Visoko sean
reales.”
[8] Cabe
recordar que, aunque se habla de Península Ibérica, lo que es el actual país de
Portugal era entonces una zona de etnia y cultura céltica.
[9] La ciencia
oficial nunca ha reconocido la existencia de tal civilización, considerando que
el trabajo de Gimbutas sólo se sostenía en meras conjeturas, basadas en ciertos
indicios culturales y artísticos de las sociedades neolíticas y megalíticas.
[10] Los Kari,
Askani y Kiconi son citados como pueblos aliados de Troya.
[11] Se refiere
al listado de barcos que tomaron parte en la guerra de Troya.
[12] La precesión
es un fenómeno causado por el movimiento de la Tierra en forma de balanceo
sobre su eje (como una peonza) por efecto de la atracción solar y que tiene un
ciclo completo de 25.780 años.
[13] Esta amplia
franja cronológica, lógicamente, no tendría nada que ver con las dataciones de
una guerra de Troya “real”, sino con una observación de los cambios en el
firmamento durante bastantes milenios, y además en una época en la que –según la
ortodoxia– no habría ciencia astronómica desarrollada ni conocimiento de la
precesión.
[14] Son las constelaciones que se alzan junto con el Sol en los equinoccios o solsticios.
[14] Son las constelaciones que se alzan junto con el Sol en los equinoccios o solsticios.
2 comentarios:
Hola , buen artículo
Permítame que le haga a Ud. una sugerencia : le falta a Ud. Investigar la teoria alternativa efectuada con mayor rigor . Jorge María Ribero Menese sitúa Troya en la Peninsula Iberica . Pero no por especulación , ganas u orgullo partió, asuntos que suelen desviar a muchos investigadores de la verdad. El señor Meneses con mapas antiguos de autenticidad irrefutable, ha encontrado pruebas de que el Mar Cantabrico, anteriormente se llamaba Mar Griego, ha encontrado escritura, ha resulto la similitud entre Sierra de la estrella y Troya, Entre el nombre original del rio Duero , que era DOrios , entre aqueos y sur de Aquitania, . Quizás no sepa Ud. Que los habitantes de Mérida se llaman Mirmidones y que toda la Peninsula iberica esta Plagada de el Topónimo Troya. yo misma he comprobado todo esto, y también las leyendas de PIrineos, es decir porque estos montes se llaman así . Le sorprendería a Ud. el rapto de Helena, o Selene. Es muy largó de explicar. si lo desea póngase en contacto con mi e - Mail . El Mar cantabrico es la clave .
Gracias Intensidad por su comentario
La verdad es que en el artículo no pude exponer todas las teorías al respecto, sólo me limité a unas cuantas que consideré representativas. Por lo demás, conozco por encima el trabajo del sr. Ribero Meneses, que incluye la localización de la Atlántida en el Cantábrico entre otros temas, y no me parece que su argumentario sea tan irrefutable. Antes bien lo considero muy discutible, porque con la filología, la geografía y la toponomia se puede jugar y especular mucho, como ya se ha hecho constar en este propio artículo.
Saludos cordiales,
X.
Publicar un comentario