viernes, 15 de enero de 2016

La incierta ubicación de Troya


Introducción


En arqueología, muchas veces se ha tenido que reconocer que –pese a haber recuperado una parte sustancial del pasado en forma de restos físicos– no es posible ofrecer una interpretación “segura” u “objetiva” de los hallazgos. Esto ocurre porque el registro arqueológico, aparte de ser incompleto o confuso, no habla por sí solo; más bien lo hacemos hablar nosotros a través del conocimiento previo establecido, unido a los inevitables sesgos o prejuicios de todo tipo que pueden tener los profesionales. Y si además queremos conjugar la arqueología con los relatos míticos, la cosa se complica aún más.

Uno de los casos más representativos de estas incertidumbres es sin duda el yacimiento de Hisarlik, al noroeste de Turquía, cuyas ruinas han sido generalmente interpretadas como los restos de la antigua ciudad de Troya. Lo cierto es que a día de hoy, al menos en el ámbito popular, se da por hecho que en siglo XIX el arqueólogo alemán Heinrich Schliemann (1822-1890) descubrió Troya a partir de una lectura literal de Homero[1], haciendo casar la geografía homérica con la geografía sobre el terreno, lo cual vendría a constituir una feliz coincidencia entre la literatura épica, la geografía y la historia.

Pero... ¿realmente es así? ¿Podemos dar por buena esa identificación? ¿O tal vez Troya estuvo en otro lugar? ¿O puede ser incluso que nunca hubiese existido? A este respecto, en las últimas décadas, algunos autores han lanzado teorías alternativas más o menos heterodoxas que echarían por tierra la tópica versión de que Troya se sitúa en la conocida colina de Hisarlik. Otra cosa, desde luego, es qué grado de fiabilidad podemos conceder a tales propuestas. Esto es lo que vamos a analizar a continuación.

Troya en Turquía

Heinrich Schliemann

Primeramente, hay que señalar que antes de que Schliemann apareciera en escena, a mediados del siglo XIX, la historia de la guerra de Troya era perfectamente conocida a través del relato original de Homero (La Ilíada), datado en el siglo VIII a. C., que narra el ataque y conquista de la ciudad de Troya por parte de los aqueos, siendo el motivo de dicha guerra el rapto de Helena, esposa del rey Menelao, a cargo de Paris, príncipe de Troya. Para la mayoría del mundo académico esta narración se trataba simplemente de una fantasía literaria épica sin ningún valor histórico, y en cuanto al propio Homero, también se dudaba de su existencia real, pues no había forma de confirmar su historicidad con datos fidedignos[2].

En este contexto surgió la figura de Heinrich Schliemann, que era un hombre de negocios alemán aficionado a la arqueología. Con el tiempo, su afición se convirtió en pasión y, tras dejar sus ocupaciones comerciales, estudió Ciencias de la Antigüedad y Lenguas Orientales en París y acto seguido se puso como objetivo descubrir la mítica Troya, una historia que le había fascinado desde hacía mucho tiempo y que en su opinión podía ser una realidad histórica y no una mera leyenda. Así pues, en 1870 inició sus investigaciones en Asia Menor, con la convicción de que las descripciones geográficas dejadas por Homero le guiarían hasta los restos de la ciudad.

Antes de proseguir, empero, es preciso desmontar un pequeño mito mantenido a lo largo de muchas décadas, y es que no fue el Schliemann el primero en excavar en Hisarlik, pues siete años antes el arqueólogo inglés Frank Calvert ya había empezado a explorar el lugar, aunque sus trabajos fueron más bien superficiales y no llegaron a los niveles de la Edad del Bronce, si bien él creía firmemente que Troya podía estar allí, en el interior de la colina[3].

Sea como fuere, Schliemann, gracias a sus recursos económicos y siguiendo los pasos dados por Calvert, emprendió una serie de extensas campañas arqueológicas en la colina de Hisarlik entre 1870 y 1890. El fruto de su esfuerzo se tradujo en el descubrimiento de un conjunto de ruinas superpuestas; en realidad, una serie de antiguos asentamientos construidos a lo largo de muchos siglos. Con los años, Schliemann pudo distinguir hasta nueve niveles u ocupaciones y se apresuró a identificar el nivel II con la Troya homérica, sobre todo porque halló en dicho nivel un conjunto de joyas y otros objetos que bautizó como el Tesoro de Príamo[4]. En este caso, se podría decir que Schliemann se dejó llevar por sus preconcepciones y reconstruyó el mito homérico con ciertos restos materiales, que a su juicio encajaban bien con lo escrito en La Ilíada.

Murallas de "Troya" en Hisalrik
No obstante, lo más probable –según estudios posteriores– es que la Troya homérica se corresponda con los niveles VI y VIIa. En efecto, en estos niveles hallamos una construcción defensiva impresionante en forma de grandes murallas, torres y puertas majestuosas que se asemejan a lo narrado por Homero. Además, la datación de estos niveles casaría mejor con la supuesta fecha aproximada asignada a la guerra, alrededor de 1250 a. C. tomando como referencia a Heródoto, que habla de campañas militares de los aqueos en Asia en esa época. En cuanto al final de estas ocupaciones, parece que el nivel VI fue víctima de un terremoto, mientras que el VIIa muestra algunos rastros de violencia o conflicto, lo que cuadraría más con la historia de La Ilíada.

Finalmente, cabe reseñar que algunos autores modernos, como John Crowe y John Lascelles, han rebatido la historia oficial y han ofrecido otro posible emplazamiento para Troya en la misma Turquía, pero no en Hisarlik, sino en la conocida ciudad de Pérgamo (o Bergama). En concreto, Crowe señala en su libro The Troy deception (“El engaño de Troya”) varias razones de tipo topográfico y geográfico para descartar la ubicación de Hisarlik. En su lugar, el historiador británico se inclina por Pérgamo, a partir de la “segura” identificación de la llanura de Troya en las cercanías de esta localidad y de la acrópolis troyana en la misma Pérgamo.

Por otro lado, ambos autores complican la historia al mencionar una especie de confabulación o engaño perpetrado con fines políticos, económicos y propagandísticos por los antiguos tiranos atenienses del siglo VI a. C., que habrían retocado los versos homéricos para ofrecer una ubicación incorrecta de la auténtica Troya. El objetivo final de esta maniobra sería reclamar unos derechos históricos –que se remontaban a la guerra de Troya– sobre un rico territorio de Asia Menor denominado Sigeum, donde estaba la ciudad de Ilion (o Hisarlik), para colonizarlo y explotarlo en beneficio de la polis ateniense. En suma, una trama bastante rocambolesca, por decir poco, y que más parece enfocada a una buena venta de best-sellers que a despejar las dudas arqueológicas.

Troya en las Islas Británicas


Como ya se ha expuesto, bastantes científicos tienen serias dudas acerca de la correlación Hisalrik-Troya, pero en todo caso sitúan el escenario de la hipotética guerra de Troya en el Mediterráneo oriental, el Egeo y Asia Menor, el territorio que resultaría familiar para Homero, ya que estaba hablando de sus antepasados aqueos (griegos arcaicos). Sin embargo, en los últimos años han aparecido otras teorías que rompen del todo con este contexto geográfico y cultural y lo desplazan nada menos que al norte de Europa.

En este enfoque podemos situar la obra de Iman Wilkens, un autor de origen holandés afincado en París, que ha defendido la tesis de una Troya “británica” en el libro Where Troy once stood (“Donde una vez estuvo Troya”). Wilkens, que ha hecho un estudio exhaustivo de la obra de Homero, ha llegado a la conclusión de que la ubicación mediterránea no se sostiene, y que en cambio la descripción homérica se ajusta más a la geografía de cierta área de la Europa atlántica. Para el investigador holandés, la guerra de Troya sí se situaría en un contexto de la Edad del Bronce, pero con otros protagonistas. Así, en vez de una guerra entre aqueos y asiáticos, estaríamos frente a un conflicto entre comunidades célticas por el control de las minas de estaño, un material del todo necesario para obtener bronce (aleación de cobre y estaño). En su opinión, los celtas que vivían en “Troya”, localizada en las colinas Gog Magog (en Cambridgeshire, al este de Inglaterra), fueron atacados por celtas procedentes del continente, hacia las fechas que ya hemos citado (1200 a. C.), para acceder al deseado estaño, pues los recursos continentales de este metal estarían prácticamente agotados.

Foso de Fleam Dyke, en East Anglia
Para apoyar sus postulados, Wilkens interpreta a su modo la historia europea y mediterránea de ese periodo, y traslada las famosas incursiones de los Pueblos del Mar[5] a un contexto céltico y atlántico. De esta manera, Wilkens cree que los aqueos guardaron el recuerdo de esta guerra durante siglos, aun después de instalarse en la Antigua Grecia, donde se mezclaron los habitantes locales y adaptaron su lengua. Como consecuencia de ello, el relato de la guerra se fue amoldando a la geografía y cultura de la zona, pero la aparición de numerosos términos no helénicos (básicamente célticos) y la descripción de parajes no mediterráneos delatarían el origen real de los eventos. Wilkens se basa también en la teoría del abogado belga Théophile Caillieux, que estaba convencido que Troya estaba situada en la región de East Anglia, donde existen dos grandes diques o fosos[6], lo cual vendría a coincidir con la frecuente mención a estas construcciones en los relatos homéricos. Estos diques, a juicio de Caillieux,  serían en realidad obras defensivas destinadas a proteger la ciudad –ubicada sobre las colinas ya citadas– de los asaltantes continentales.

En resumen, el autor holandés traslada la Odisea y la Ilíada a un contexto atlántico occidental, a partir de las comparaciones filológicas y topográficas, si bien la parte estrictamente arqueológica quedaría un poco en entredicho. Con todo, como contrapunto de esa carencia de pruebas de peso, es justo señalar que Wilkens remarca que la evidencia física sobre una guerra en Asia Menor en aquel tiempo concreto es inexistente, como varios expertos han puesto de manifiesto.

Troya en Bosnia-Herzegovina 


Busto de Homero
El erudito mexicano Roberto Salinas Price estudió durante años la obra homérica y llegó a la conclusión que la ubicación de Hisarlik no podía ser la correcta, dadas diversas incoherencias geográficas. Como resultado de sus investigaciones, publicó un libro titulado Homeric Whispers (“Susurros homéricos”) en el cual defendía que la geografía citada por Homero, tanto en La Ilíada como en La Odisea, se ajustaba más a la costa dálmata (en la actual Croacia y Bosnia-Herzegovina), e incluso ciertos topónimos de la zona se corresponderían casi exactamente a los usados por Homero en sus narraciones. Asimismo, los antiguos bailes populares de la región serían idénticos a los referidos por Homero. Y yendo un paso más allá, el profesor mexicano consideraba que la lengua original de ambos relatos sería en realidad un dialecto eslavo, que luego fue adaptado al griego.

En cuanto a la situación específica de la Troya homérica, Salinas se inclinaba por la población de Gabela, en Bosnia-Herzegovina, dadas las similitudes entre el relato homérico y la configuración del terreno. Por otra parte, Salinas argumentaba que la disposición concreta de los astros citada en La Ilíada sólo era visible desde esta localidad. Lamentablemente para Salinas, y a pesar del entusiasmo local despertado ante la posible explotación de un foco turístico y cultural, las excavaciones llevadas a cabo en los alrededores de Gabela no arrojaron ningún resultado[7].

Troya en Portugal


En un enfoque paralelo a la búsqueda e identificación del mítico continente de la Atlántida, el investigador norteamericano Steven Sora propone que los relatos homéricos deben situarse propiamente al oeste de la Península Ibérica, no muy lejos de donde otros autores han ubicado la Atlántida, en relación con el antiguo reino de Tartessos. En su obra The Triumph of the Sea Gods (“El triunfo de los dioses marinos”), Sora incide, como hemos visto en otros autores, en las múltiples incoherencias entre la geografía turca y las descripciones homéricas. De hecho, Sora cree que lo narrado por Homero no se ajusta al mundo griego mediterráneo, sino al mundo celta (o pre-celta), y que los personajes e historias que se citan en La Ilíada y La Odisea no serían más que una adaptación de la mitología céltica. Y como alternativa geográfica, Sora fundamenta su tesis ibérica en semejanzas filológicas, geográficas, y arqueológicas, y recurre a la mitología para vincular las tres puntas del tridente del dios Neptuno con una gran polis compuesta de tres asentamientos célticos[8]: Lisboa, Setúbal y Troya. Según su visión, estas tres ciudades, que formarían la auténtica Troya, entraron en guerra con una gran potencia exterior hacia el 1200 a. C. por la hegemonía en el Mediterráneo y gran parte de Europa.

Representación de guerreros de los "Pueblos del Mar"
Así, Troya y sus aliados –que constituían una civilización matriarcal que adoraba a una gran diosa madre– habrían tenido que hacer frente a una coalición de ciudades-estado, que serían ni más ni menos que los atlantes (o Pueblos del Mar), caracterizados por ser una sociedad patriarcal. Este conflicto atlántico habría ocurrido durante una serie de crecidas del nivel de las aguas que habrían permitido el acceso por mar a regiones antes inaccesibles por tierra. Luego, la derrota de Troya habría facilitado a estos atlantes la conquista del área mediterránea, acabando con esta civilización ancestral que se remontaba a tiempos neolíticos.

Estamos, por tanto, ante una mezcolanza de dos grandes historias míticas griegas: La Atlántida de Platón y La Ilíada de Homero, y en opinión de Sora, Platón se habría inspirado en la auténtica historia de Troya para componer el relato que aparece en sus famosos diálogos Critias y Timeo. Además, vemos en Sora la influencia de la arqueóloga Marija Gimbutas y su civilización matriarcal, destruida supuestamente por las invasiones de pueblos guerreros y patriarcales, que habría supuesto no sólo un gran cambio político sino también ideológico[9]. En definitiva, una tesis compleja con quizá demasiados elementos –muchos de ellos altamente especulativos– que confluyen en una misma historia, y que presenta, como mínimo, las mismas incertidumbres que la Atlántida de Platón.

Troya en el Báltico 


Siguiendo en la línea antes citada de situar Troya en tierras nórdicas, el ingeniero e investigador italiano Felice Vinci lanzó en su libro Omero nel Baltico (“Homero en el Báltico”) la osada teoría de que el relato de Homero debía situarse en la región del mar Báltico y no en el Mediterráneo. Cabe decir que esta propuesta, dado su detallismo y rigor metodológico, ha causado cierta impresión en algunos círculos académicos, que han empezado a sopesar su viabilidad, ante la opinión generalizada de que la clásica hipótesis de Hisarlik resulta cada vez más difícil de defender.

El polémico libro de F. Vinci
Como ya es habitual en los heterodoxos, Vinci descarta el escenario de Asia Menor y se centra en diversos elementos relacionados con la geografía y la topografía del Báltico, que se ajustarían con bastante fiabilidad a los enclaves y paisajes descritos por Homero. Asimismo, Vinci aprecia una clara correspondencia toponímica de muchos lugares homéricos con localidades nórdicas, incluida una en Finlandia con el inequívoco nombre de Toija. En todo caso, vale la pena profundizar un poco en los argumentos empleados y poner algunos ejemplos para que el lector extraiga sus propias conclusiones, pues la reinterpretación propuesta por el autor italiano ha causado un impacto intelectual o científico que va mucho más allá de la venta de best-sellers.

En primer lugar, Felice Vinci se fijó en la descripción de la isla de Ogigia según una obra de Plutarco y conectó dicha referencia a lo descrito en la Odisea, dando como resultado que la isla en cuestión se trataría de una isla del archipiélago de las Faroe, en la cual destaca precisamente la presencia de un monte llamado Ogoigy. A partir de aquí, Vinci fue siguiendo los rastros de La Ilíada y La Odisea y fue descubriendo en la geografía nórdica muchas correlaciones de tipo geográfico y toponímico que se ajustaban con precisión a la obra homérica, llegando a la conclusión que el mundo micénico (o aqueo) fue en un principio nórdico y que después se trasladó progresivamente hacia el sur por motivos climatológicos, llegando a ocupar las tierras del Mar Egeo.

Esto de alguna manera cuadraría con la hipótesis convencional de que los aqueos no eran población autóctona del Egeo, sino gentes venidas de otro lugar durante el segundo milenio antes de Cristo. En este sentido, en ambas obras hay constantes referencias a un clima frío y brumoso, con tormentas, nieblas y nieve, que para nada guarda relación con el benigno clima del Egeo. Además, los guerreros son descritos como altos, rubios y envueltos en gruesos ropajes de lana, todo ello muy poco mediterráneo. Y para añadir más pruebas de este contexto, Vinci observa que las naves aqueas de doble proa descritas por Homero se parecen muy sospechosamente a las típicas naves nórdicas de los vikingos, los famosos drakkares. Asimismo, algunos expertos han incidido en ciertas semejanzas iconográficas entre el arte nórdico y el micénico, así como en temas mitológicos y divinidades.

En cuanto a las similitudes concretas de La Ilíada y La Odisea con la geografía báltica, Vinci logra identificar algunas localizaciones de los griegos: así, por ejemplo, Micenas sería la actual capital danesa, Copenhague; la isla de Lyø (en Dinamarca) sería Itaca; la ciudad sueca de Täby sería la Tebas beocia, etc. En lo que respecta a la ubicación de Troya, Vinci cree que el Helesponto citado por Homero era demasiado ancho para referirse al estrecho de los Dardanelos; en cambio, la descripción literal se ajusta mucho más al golfo de Finlandia. Allí, en tierra finlandesa, se hallaría la propia Troya, la actual población de Toija, que está en lo alto de una colina y rodeada por pantanos y dos ríos, según la narración homérica. Por lo demás, la toponimia finlandesa es muy similar a la homérica: Karjaa - Kari, Askainen - Askani, Kiikonen - Kiconi, Raisio - Reso, etc.[10]

Paisaje de la isla de Farö, en el mar Báltico
Por otra parte, hay detalles muy significativos que no son factibles en el mundo mediterráneo pero sí en el nórdico. Por ejemplo, la isla de Faros es mencionada como a un día de navegación desde Egipto (o sea, desde la desembocadura del Nilo) y habitada por focas, lo cual no tiene ningún sentido, pues dicha isla estaba apenas a la salida del puerto de Alejandría. Sin embargo, si recurrimos a la geografía nórdica, vemos que existe una isla de Farö, justo en medio del mar Báltico y a un día de viaje por mar de la desembocadura del río Vístula.

Por último, en lo referente a la datación de los hechos, Vinci –a diferencia de la mayoría de investigadores– no contempla un escenario tardío de la Edad del Bronce, y remonta la guerra de Troya hacia el 1800 a. C., si bien los expertos creen que en esa época los habitantes de aquellas regiones todavía vivirían el Neolítico. Obviamente, los poemas homéricos habrían sido compuestos mucho más tarde (casi mil años después) a partir de la tradición oral de los invasores aqueos que ocuparon Grecia a mediados del segundo milenio antes de nuestra era.

En suma, Vinci no cree en las licencias poéticas tomadas por Homero y sí en la “helenización” de una historia propiamente nórdica. De este modo, el mundo nórdico, el micénico y el homérico serían una misma realidad, sólo distorsionada por el paso del tiempo y por las adaptaciones geográficas y culturales. No obstante, a pesar del conjunto de datos específicos que aporta, sus críticos le han reprochado que las pruebas arqueológicas son mínimas o inexistentes, que los relatos originales sufrieron grandes cambios a través de los siglos y que las afinidades toponímicas son simples asonancias aisladas que se basan en que la toponimia no habría variado en varios milenios, lo cual no es verosímil.  

Troya... ¿en el firmamento? 


Como colofón de las propuestas heterodoxas, tenemos la obra de Florence y Keneth Wood titulada Homer’s Secret Iliad (“La Ilíada secreta de Homero”), basada en los trabajos previos de ámbito astronómico de Edna Leigh (madre y suegra respectivamente de los autores), y que rompe todos los esquemas porque propone esencialmente que Troya... nunca existió. O al menos no sobre la tierra, sino en los cielos. Pero vayamos por partes.

Edna Leigh fue una profesora y astrónoma aficionada norteamericana que a mediados del siglo XX empezó a estudiar la obra de Homero desde una perspectiva astronómica, dado que los detalles citados en los poemas le inclinaron a pensar que allí no había un texto histórico sino una sutil alegoría de muchas estrellas y constelaciones del firmamento. De hecho, durante el siglo XX se fue reconociendo que bastantes mitos antiguos tenían claras connotaciones astronómicas, como pusieron de manifiesto los autores De Santillana y Von Dechend en su famoso libro Hamlet’s Mill.

Homer's secret Iliad, de los Wood
En efecto, Leigh vio que en los poemas había referencias específicas a estrellas y a conocimientos de navegación relacionados con las estrellas, pero yendo un poco más al fondo descubrió que toda la historia de La Ilíada era una especie de sofisticado tratado astronómico, el más antiguo escrito por el hombre, con la intención de preservar para el futuro el conocimiento del firmamento. Uno de sus argumentos principales fue el llamado catálogo de barcos[11], que para muchos exegetas no tenía demasiado sentido. En cambio, para la autora americana esa larga relación de nombres constituiría en realidad un catálogo de estrellas. Así pues, trasladando nombres de héroes, personajes y naves de La Ilíada logró identificar hasta 650 estrellas adscritas a 45 constelaciones, que a su vez se correspondían directamente con los 45 regimientos militares citados en la obra. Para Edna Leigh, en la metáfora celeste cada estrella representaría a un guerrero, mientras que los principales líderes o jefes militares serían las estrellas más destacadas de cada uno de los “regimientos”, y así por ejemplo, Agamenón sería Regulus; Menelao sería Antares; Ulises, Arcturus; etc. Asimismo, cuanto más brillante fuera una estrella, más poderoso sería el personaje, y en la narración siempre se da el caso de que los personajes asociados a las estrellas más brillantes se imponen a los representados por las menos brillantes. Como muestra de ello, podemos tomar a Sirio (Aquiles) como estrella más brillante de la constelación del Can Mayor (que sería su regimiento personal, los Mirmidones) y del cielo nocturno en general.

¿Y los enfrentamientos o batallas entre aqueos y troyanos? Según Leigh, dichas contiendas serían en realidad el reflejo del ciclo precesional de los equinoccios[12]. Por decirlo de algún modo, se trataría de una descripción de los cielos nocturnos a través de la sucesión de constelaciones, con el ascenso y declive de determinadas estrellas, en un marco temporal situado entre 8900 a. C. y 2200 a. C. aproximadamente[13].

Para ubicar astronómicamente esta “guerra” en la cual aparecen y desaparecen héroes, hemos de tener en cuenta los tres cambios apreciables en el firmamento provocados por la precesión: la sucesión en las constelaciones helíacas[14], la emergencia o desaparición de ciertos grupos de estrellas (dependiendo de la latitud en que se hace la observación) y el cambio en la estrella polar. Así, el relato homérico describe cómo se va produciendo esta sucesión de las constelaciones, en la que unas estrellas “vencen” o suceden a otras. Por ejemplo, Menelao (de Escorpio) es atacado y herido por una flecha de Pándaro (de Sagitario), pero Menelao sobrevive y Pándaro perece, reflejando el cambio de constelación heliaca, en este caso, de Sagitario a Escorpio, en una fecha alrededor de 4400 a. C. En cuanto a la misma Troya, se trataría de la constelación de la Osa Mayor, que estaba destinada a sucumbir (declinar) en el firmamento según el ciclo precesional.

En síntesis, los autores presentan la tesis de que no se debe hacer una lectura terrenal de la obra homérica, sino astronómica. Y dado que esta lectura sugiere que las observaciones de los cielos tuvieron lugar durante varios miles de años (necesarios para determinar correctamente la precesión de los equinoccios), tal vez se ha de hablar de una civilización muy antigua (¿desaparecida?), que estaba muy avanzada en cuestiones astronómicas y que transmitió su saber a través de mitos y leyendas, en la línea de lo ya apuntado en la obra de culto Hamlet’s Mill. Por último, cabe añadir que el mundo académico ha recibido fríamente esta propuesta, al quedar fuera de los escenarios “habituales”.

Conclusiones


Para los expertos actuales, el trabajo de Schliemann, aún con todos sus errores, defectos y prejuicios, tiene un cierto valor científico al haber rescatado un importante enclave de la Edad del Bronce en Asia Menor (aparte de sus excavaciones en Micenas), pero la mayoría reconoce que –a la vista de las pruebas arqueológicas– no hay forma de vincular con seguridad los restos hallados con la Troya homérica. De igual manera, muchos admiten que la historicidad de la guerra de Troya sigue en el limbo, y que podría ser cierta, pero que también podría ser una completa invención, o una combinación de ambas, con elementos históricos y otros legendarios.

Además, algunos especialistas han apuntado que la geografía de Homero no es ni mucho menos fiable, pues algunos datos se podrían por válidos y precisos pero otros son erróneos o confusos, sobre todo si se pretende vincularlos forzosamente al ámbito mediterráneo. A este respecto, el profesor John Chadwick, de la Universidad de Cambridge, llegó a decir: “Existe una completa falta de contacto entre la geografía micénica, tal como la conocemos por las tablillas y por la arqueología, y el relato de Homero.”

Propuestas de ubicaciones de Troya (puntos naranjas)
Con estas premisas, hemos de admitir que no es posible dibujar un escenario claro de la guerra de Troya. Es factible que hubiese existido un conflicto de esas características en la Edad del Bronce, aunque muy posiblemente no fuera causado por el rapto de una bella joven sino por motivaciones políticas y económicas, como reconocen muchos historiadores de la Antigüedad. Pero después está el tema crucial de situar en el espacio tal evento, y aquí hemos visto que hay diversas teorías y para todos los gustos, con argumentos basados principalmente en la geografía, la toponimia y la filología. En este sentido, es muy complicado evaluar hasta qué punto los autores de la obra homérica se tomaron pocas o muchas licencias poéticas para narrar unos hechos que supuestamente ya eran bastante antiguos para aquella época, por no hablar de la más que probable distorsión producida por la transmisión oral a lo largo de varios siglos.

No obstante, vistas algunas incoherencias de la geografía turca, parece que la clásica tesis de Hisalrik “está en crisis”, pero el resto de alternativas son demasiado dispares entre sí como para apostar sólidamente por cualquiera de ellas, si bien se puede aceptar que presentan algunas interesantes conexiones, como el tema céltico-nórdico o el de los Pueblos del Mar. Lo que está claro es que las descripciones de Homero siguen siendo hasta cierto punto interpretables y adaptables a distintos ámbitos geográficos y culturales, lo cual nos recuerda mucho a las múltiples ubicaciones en que se ha querido situar la mítica Atlántida.

Por tanto, mucho me temo que Troya va a permanecer todavía un largo tiempo en el ámbito de la literatura y de la mitología, a menos que aparezcan pruebas fehacientes que arrojen luz definitiva sobre su emplazamiento. Pero... ¿Y si la teoría de Leigh estuviera en lo cierto? Entonces estaríamos frente a una fantástica alegoría que ha preservado un alto saber astronómico en forma de narración épica. Un trabajo estelar, sin duda alguna.

© Xavier Bartlett 2016


Referencias



BLANCO FREIJEIRO, A. “La Guerra de Troya”. Historia 16, año IX, n.º 101. (1984)

COPPENS, P. Where art thou, Troy? http://philipcoppens.com/troy.html

CROWE, J. The Troy Deception. Vols. I & II. Matador, 2011.

FAGAN, B. M. Los setenta misterios del mundo antiguo. Ed. Blume. Barcelona, 2002.

SALINAS PRICE, R. Homeric Whispers: Intimations of Orthodoxy in the Iliad and Odyssey. Scylax Press, 2006.

SORA, S. The Triumph of the Sea Gods: The War against the Goddess Hidden in Homer's Tales. Destiny, 2007.

VINCI, F. Omero nel Baltico. Palombi Editori, 1998.

WILKENS, I. J. Where Troy once stood. Saint Martins Press, 1991.

WOOD, F.; WOOD, K. Homer’s Secret Iliad: The Epic of the Night Skies Decoded. John Murray, 1999.



[1] Homero había situado a Troya (o Ilion) cerca del Helesponto, o sea, el estrecho de los Dardanelos.

[2] Aún en la actualidad persiste la duda sobre la existencia de Homero, que para muchos expertos no es más que un mito detrás del cual habría una serie de personas anónimas denominadas “homéridas”, o sea, una familia o clan de rapsodas supuestamente “descendientes de Homero”.

[3] De hecho, Schliemann había empezado a buscar su Troya homérica en otra colina llamada Pinarbaçi, pero no encontró nada, y fue precisamente Calvert el que le sugirió el emplazamiento de Hisarlik. De este modo, Schliemann y Calvert trabajaron juntos durante cierto tiempo y compartieron importantes hallazgos, pero –como es sabido– toda la fama y honores se los llevó el alemán. No obstante, para ser justos hay que remarcar que la primera mención a Hisarlik como candidata a Troya se remonta a 1822, y fue a cargo del periodista y geólogo escocés Charles Maclaren.

[4] Cabe señalar que se creó una gran polémica sobre este tesoro, ya que Schliemann ornamentó a su joven esposa griega con algunas alhajas de este tesoro (Las “joyas de Helena”, tal como él las interpretaba) y luego se llevó todo a Grecia de forma ilícita. Por esta acción fue acusado por el gobierno otomano de robar bienes nacionales y se vio obligado a pagar una fuerte multa y a ceder bastantes de sus hallazgos al Museo de Constantinopla. Con todo, pudo llevarse parte del tesoro a Alemania, y allí estuvo –en Berlín– hasta que desapareció en extrañas circunstancias durante la Segunda Guerra Mundial.

[5] Wilkens indica que el gentilicio “aqueos” provendría del gótico acha (o sea, “agua”), lo cual da sentido a su identificación con los Pueblos del Mar.

[6] Se trata de unas obras en forma de terraplén y foso llamadas Fleam Dyke y Devils Dyke. Según los expertos, su origen es incierto. Se habían atribuido al periodo anglosajón, pero podrían remontarse a la Edad del Bronce El primero de ellos recorre más de 5 km. entre Fulbourn y Balsham, con una anchura de unos 26 metros y una profundidad de 3,5 metros.

[7] En cambio, Salinas decepcionó a las autoridades bosnias en el tema de las famosas pirámides de Visoko, a las que no dio ninguna credibilidad arqueológica, considerándolas simplemente “tierra y piedras”. De todos modos, habría que ver si en su dictamen no hubo cierto prejuicio, pues comentó literalmente: “No pueden existir pirámides en Europa, por lo que no creo que las de Visoko sean reales.”

[8] Cabe recordar que, aunque se habla de Península Ibérica, lo que es el actual país de Portugal era entonces una zona de etnia y cultura céltica.

[9] La ciencia oficial nunca ha reconocido la existencia de tal civilización, considerando que el trabajo de Gimbutas sólo se sostenía en meras conjeturas, basadas en ciertos indicios culturales y artísticos de las sociedades neolíticas y megalíticas.

[10] Los Kari, Askani y Kiconi son citados como pueblos aliados de Troya.

[11] Se refiere al listado de barcos que tomaron parte en la guerra de Troya.

[12] La precesión es un fenómeno causado por el movimiento de la Tierra en forma de balanceo sobre su eje (como una peonza) por efecto de la atracción solar y que tiene un ciclo completo de 25.780 años.

[13] Esta amplia franja cronológica, lógicamente, no tendría nada que ver con las dataciones de una guerra de Troya “real”, sino con una observación de los cambios en el firmamento durante bastantes milenios, y además en una época en la que –según la ortodoxia– no habría ciencia astronómica desarrollada ni conocimiento de la precesión. 

[14] Son las constelaciones que se alzan junto con el Sol en los equinoccios o solsticios.

2 comentarios:

Intensidad dijo...

Hola , buen artículo
Permítame que le haga a Ud. una sugerencia : le falta a Ud. Investigar la teoria alternativa efectuada con mayor rigor . Jorge María Ribero Menese sitúa Troya en la Peninsula Iberica . Pero no por especulación , ganas u orgullo partió, asuntos que suelen desviar a muchos investigadores de la verdad. El señor Meneses con mapas antiguos de autenticidad irrefutable, ha encontrado pruebas de que el Mar Cantabrico, anteriormente se llamaba Mar Griego, ha encontrado escritura, ha resulto la similitud entre Sierra de la estrella y Troya, Entre el nombre original del rio Duero , que era DOrios , entre aqueos y sur de Aquitania, . Quizás no sepa Ud. Que los habitantes de Mérida se llaman Mirmidones y que toda la Peninsula iberica esta Plagada de el Topónimo Troya. yo misma he comprobado todo esto, y también las leyendas de PIrineos, es decir porque estos montes se llaman así . Le sorprendería a Ud. el rapto de Helena, o Selene. Es muy largó de explicar. si lo desea póngase en contacto con mi e - Mail . El Mar cantabrico es la clave .

Xavier Bartlett dijo...

Gracias Intensidad por su comentario

La verdad es que en el artículo no pude exponer todas las teorías al respecto, sólo me limité a unas cuantas que consideré representativas. Por lo demás, conozco por encima el trabajo del sr. Ribero Meneses, que incluye la localización de la Atlántida en el Cantábrico entre otros temas, y no me parece que su argumentario sea tan irrefutable. Antes bien lo considero muy discutible, porque con la filología, la geografía y la toponomia se puede jugar y especular mucho, como ya se ha hecho constar en este propio artículo.

Saludos cordiales,
X.