Introducción
Como ya expuse en mi libro “La
historia imperfecta”, en realidad la historia tiene dos vertientes. Por un
lado, está la vertiente propiamente científica que trata de recopilar datos,
contrastarlos, analizarlos y luego ofrecer un escenario plausible, que siempre
incluye un cierta parte de interpretación o subjetividad. Por otro lado,
tenemos la historia oficial, que aunque asienta sus bases en la anterior, trata
de dar al público una versión unívoca, simplificada y nacional de los
hechos históricos. Es la historia que venden los estados a través del sistema
educativo y de los medios de divulgación y comunicación, y su misión principal
es la de educar o adoctrinar a la población sobre una cierta visión de la
propia nación y del mundo, y por tanto está mucho más próxima a la mera
propaganda.
No voy a entrar ahora en
controversias sobre la manipulación de la historia por parte del poder o
simplemente por los vencedores, hecho que me parece del todo evidente, pero sí
en la construcción de pequeños mitos, falsedades o tergiversaciones que la
historia oficial ha ido repitiendo hasta la saciedad hasta convertirse ya en historia
popular, algo con el poder mágico de la leyenda y la tradición, que no puede
discutirse o rebatirse porque forma parte del acervo popular. Pero, ¡vaya por
Dios!, siempre tienen que aparecer por ahí los científicos más o menos
objetivos que nos desmonten esos mitos que tenemos tan arraigados y nos enseñen
que si la misma física o la biología son del todo discutibles, qué menos
ocurrirá con una ciencia social como la historia.
Y como buena muestra de esta
dicotomía entre historia científica y oficial, expondremos el famosísimo
episodio de la Armada Invencible, que en su época fue llamada por los
españoles la Empresa o Jornada de Inglaterra.
El relato histórico
El rey Felipe II de España |
Para dar el contexto apropiado y
para resumir brevemente los hechos históricos, diremos que, en plena guerra
anglo-española, el rey de España Felipe II había diseñado una ambiciosa operación
anfibia contra Inglaterra, con la participación de dos grandes fuerzas: una enorme
flota que debía partir de España y un contingente de tropas acantonadas en
Flandes. Así, la Armada española, compuesta por 130 naves (con un
desplazamiento total de casi 58.000 toneladas) y comandada por el duque de
Medina-Sidonia, zarpa de Lisboa a finales de mayo de 1588, tras varios meses de
preparativos. Pero al poco de iniciar la travesía tienen lugar diversas
complicaciones que fuerzan a Medina-Sidonia a recalar en el puerto de La
Coruña. Sin embargo, una parte de la flota sigue hacia el norte y es víctima de
temporales, lo que provoca su dispersión.
Con no pocos esfuerzos, y con un mes de demora, la escuadra se reagrupa y se hace a la mar, tras haberse reabastecido y haber efectuado las necesarias reparaciones[1]. Así pues, la Armada llega a finales de julio casi incólume al Canal, donde a partir del día 31 traba combate esporádicamente con la flota inglesa frente a Plymouth, Portland Bill y la isla de Wight, sin resultados concluyentes para ninguno de los bandos.
Batallas sostenidas entre la flota inglesa y la Armada |
Después de estos encuentros y
estando escasa de munición, la Armada se refugia el 6 de agosto en el puerto de
Calais, donde espera enlazar con los tercios de Flandes, bajo el mando de
Alejandro Farnesio, duque de Parma. No obstante, Farnesio no puede actuar, dado
que barcos de guerra holandeses –conducidos por Justino de Nassau– han
bloqueado los principales puertos de Flandes y además no dispone de suficientes
barcazas para embarcar a los tercios. Así las cosas, la noche del 7 al 8 de
agosto, la Armada es atacada en Calais mediante ocho brulotes[2]
lanzados por los ingleses. El caos y el desorden reinan en la escuadra, que en
plena noche se deshace de sus anclas y zarpa a toda prisa para evitar un mayor
desastre. Sin embargo, se produce una gran desorganización y los ingleses aprovechan
para atacar por la mañana a grupos aislados de naves españolas (batalla de
Gravelinas). Tras este episodio, y con fuertes vientos que alejan la flota de
las fuerzas estacionadas en Flandes, el día 10 de agosto Medina-Sidonia toma la
decisión de no volver al Canal y de regresar a España. Así, una vez abandonado
el plan de ataque y desembarco, los barcos de la Armada toman rumbo norte para
rodear Gran Bretaña por Escocia, meta que alcanzan hacia finales de agosto, y
se disponen a bordear Irlanda por el oeste.
Naufragio de la galeaza Girona en Irlanda |
Por desgracia, apenas iniciada
esta ruta, la Armada es víctima de muy mal tiempo y en particular de unas
tremendas tempestades al norte y oeste de Irlanda, ya en septiembre, lo que
provoca el naufragio de numerosos barcos y la pérdida de tripulaciones. Algunos
barcos tratan de llegar al litoral irlandés para reaprovisionarse, pero acaban
destrozados contra la escarpada costa y los supervivientes son asesinados de
inmediato por las tropas inglesas y los mercenarios irlandeses o simplemente
por la gente que les quería robar lo poco que tenían. Finalmente, lo que queda
de la Armada –con Medina-Sidonia aún al frente– va llegando escalonadamente a
puertos del Cantábrico y de Galicia, ya en pleno otoño.
No hay unanimidad en los datos
acerca de las pérdidas, pero grosso modo se estima que se perdió al
menos la mitad de la escuadra y que las bajas entre marineros y soldados
ascendieron a unas 20.000, atribuibles a diversos factores[3].
En cuanto a los ingleses, no consta que perdieran ningún barco, pero sí
tuvieron unos pocos centenares de muertos y heridos en combate. No obstante, se
estima que una vez finalizada la acción bélica sufrieron entre 7.000 y 8.000
bajas a causa del hambre y las enfermedades padecidas durante la navegación
(sobre todo tifus y disentería).
Y bueno, esto es en suma lo que casi todo el mundo sabe: que la
enorme flota enviada por el Rey Felipe II a sojuzgar a los ingleses acabó en un
sonoro fracaso. Y también mucha gente habrá oído la frase atribuida al monarca
español, el cual –para justificar la derrota– habría zanjado el asunto diciendo
que “no había enviado a sus naves a luchar contra los elementos”[4],
una versión defendida tradicionalmente por la historiografía española. Frente a
esto, la historiografía británica estuvo durante siglos instalada en su clásico
chauvinismo y visión parcial en su favor, atribuyendo el fracaso de la flota
española al buen hacer de los barcos ingleses y de sus capitanes frente a un
enemigo inmensamente superior al que había que derrotar a cualquier precio.
Este enfoque anglosajón, por
supuesto, se enmarcaría en la famosa “leyenda negra” contra el imperio
hispánico de los Austrias, que ofrecía una imagen muy negativa de los
españoles, tachándolos de explotadores, fanáticos religiosos, inquisidores, asesinos
de indios, etc. Así, mientras los ingleses –y protestantes en general– serían
los paladines de las libertades y de la civilización, los españoles serían los
oscuros defensores del dogma y del autoritarismo.[5]
Con todo, algunos autores británicos y españoles de los últimos tiempos ya han
realizado un ejercicio de imparcialidad y realismo a partir de los datos y los
hechos, y han aportado una visión mucho más esclarecedora de todo el episodio.
El problema está en que, aún después de pasados más de 400 años, hay datos
supuestamente objetivos que no coinciden y sobre todo interpretaciones dispares
de los sucesos acontecidos. Mientras tanto, la mayoría de la población sigue
instalada en los mitos, las visiones tópicas y los sesgos nacionales. A
continuación examinaremos a grandes rasgos las polémicas suscitadas a través de
los principales mitos de esta historia y trataremos de aportar alguna
conclusión.
Mito # 1: La Armada... ¿Invencible?
Ilustración holandesa sobre la Armada (s. XVI) |
En primer lugar, para empezar a
desmontar algunos mitos, los españoles nunca llamaron a esa escuadra
“Invencible”. El rey Felipe II la bautizó como “Grande y Felicísima Armada”. Lo
de invencible proviene directamente de la historiografía británica, que
llamó así a la flota enemiga para ridiculizarla o para hacer aún más grande la
victoria inglesa. Para ser más concretos, según algunas fuentes, el apelativo
de “Invencible” tuvo su origen en un panfleto de William Cecil, secretario de
estado de la reina Isabel, titulado irónicamente “The Spanish Invincible Fleet”.
En cualquier caso, el recuerdo de la Armada quedó muy grabado en la memoria de los ingleses, que a partir de entonces y hasta nuestros días llamaron “Armada” –en castellano– a cualquier gran concentración de barcos (o de aviones, en tiempos recientes).
Mito # 2: Inglaterra debía ser conquistada
Y en cuanto al propósito de la
expedición cabe puntualizar, también superando algunas ideas preconcebidas, que
el objetivo expresado por el monarca español no era ocupar militarmente –y de
forma permanente– la totalidad del territorio inglés, sino solamente
desembarcar una poderosa fuerza en las Islas Británicas capaz de doblegar la
resistencia militar inglesa, sitiar Londres y forzar la caída de la reina
Isabel I, con la ayuda de los propios católicos ingleses, un hipotético apoyo
con el que Felipe II contaba de forma casi segura. En otras palabras, la acción
de la Armada y de los tercios debía ser rápida, directa y contundente, a fin de
deponer a la Reina y lograr que Inglaterra volviese al redil católico –otorgando
la Corona a algún defensor de la fe católica– y mantuviese así una posición
favorable o al menos neutral con respecto a los intereses de España.
La reina Isabel I (Elizabeth I) de Inglaterra |
Y ahora cabe señalar, para los
que no conocieran este dato particular, que el origen de este enfrentamiento se
debió a que el propio Felipe II había sido rey consorte de Inglaterra durante
cuatro años (1554-1558) por matrimonio con la reina María I Tudor, lo que
favoreció que los intereses británicos y españoles estuviesen aunados en un
mismo trono, si bien con los reinos estrictamente separados. Sin embargo, María
murió sin descendencia, y de esta forma llegó al trono inglés su hermanastra
Isabel I, que progresivamente se fue mostrando hostil a los intereses
españoles. Así, por ejemplo, favoreció la piratería y apoyó la rebelión de
Flandes, aparte de imponer el anglicanismo en su país, marginando a la
población católica. La gota que colmó el vaso fue la expulsión del embajador
español en Inglaterra y sobre todo el ajusticiamiento de la reina católica de Escocia
María Estuardo a inicios de 1587, lo que para el rey de España casi constituyó
una declaración de guerra.
Mito # 3: Los ingleses estaban en clara inferioridad
La historiografía inglesa siempre
ha tendido a la propaganda nacionalista y a maximizar las amenazas sobre su
país, poniendo de manifiesto la tremenda potencia del enemigo y la escasez de
recursos propios. Al final, empero, el valor y capacidad de unos pocos héroes
británicos acaba por derrotar a las fuerzas hostiles, supuestamente capaces de
poner en peligro la supervivencia y la soberanía del pueblo británico. Así no
es de extrañar que aún hoy en día se siga citando frecuentemente la manida
analogía de la victoria del pequeño David (Inglaterra) contra el gigante Goliat
(España).
Por ejemplo, un texto educativo
británico para niños que explica el episodio de la Armada dice lo siguiente:
“The Armada is famous
because at that time England was a small nation with a little navy and they
were facing the greatest power in the world (Spain). They defeated Spain,
with help from Mother Nature. It marked the beginning of England's mastery
of the seas.” [“La Armada
es famosa porque en ese tiempo Inglaterra era una pequeña nación con una
pequeña Marina y se enfrentaban a la mayor potencia del mundo (España).
Vencieron a España, con la ayuda de la madre naturaleza. Marcó el inicio del
dominio inglés de los mares.”][6]
Este podría ser un buen ejemplo de historia oficial, enfocada al puro
adoctrinamiento, pero incluso en un texto procedente de nada menos que un
experto en la materia como Robert
Hutchinson podemos
leer en un tono melodramático: “England
would have reverted to the Catholic faith, and there may not have been a
British empire to come. We
might still be speaking Spanish today.” [“Inglaterra hubiera
retornado a la fe católica y puede que no hubiera un posterior Imperio
Británico. Todavía podríamos estar hablando español hoy en día.”] [7]
Galeón inglés del siglo XVI |
Pero todo esto es simplemente
falso o, como poco, una gran exageración. Inglaterra, ya desde la conquista
normanda (en el siglo XI), se consolida como una gran nación y una potencia
emergente, con gran influencia en el continente europeo y aún mas allá, capaz de
participar en las cruzadas en un papel más que destacado. Llegados al siglo
XVI, se puede decir que Inglaterra ya era una potencia internacional, con una
notable flota que operaba en casi todos los mares y podía rivalizar con
cualquier otra flota europea. Por ejemplo, el famoso Francis Drake capitaneó
una expedición que en 1587 atacó la bahía de Cádiz y el puerto de Lisboa
causando grandes daños a los preparativos de la Armada, obligando así a
retrasar los planes de Felipe II.
Además, antes de que la Armada
española llegase al Canal, los ingleses ya habían construido fortificaciones
costeras y habían dispuesto tropas de tierra para el combate, si bien muchos
autores señalan que esas fuerzas terrestres eran aún insuficientes y poco
preparadas para aguantar el empuje de las tropas españolas. En cambio, su
defensa naval era muy notable pues contaban con una escuadra imponente,
compuesta de más de 200 barcos, aunque una buena parte de ellos eran de
transporte (al igual que ocurría en la Armada española). En cuanto a la calidad
de los buques de guerra, los astilleros ingleses llevaban varios años
construyendo nuevos galeones más bajos y ligeros pero al mismo tiempo bien
artillados. Y si bien es cierto que el Imperio Británico aún no existía como
tal, ya estaba a punto de florecer gracias a su expansión marítima.
Finalmente, eso de “hablar
español” no tiene mucho sentido, pues los reyes de aquella época tenían bajo su
mandato nominal territorios de varias culturas y lenguas, y no se imponían las
lenguas de otros lugares. Así, es altamente improbable que Felipe II hubiese
impuesto una “colonización española” de Inglaterra.
Mito # 4: La fuerza española tenía capacidad para derrotar completamente a los ingleses
Representación de las distantas naves de la Armada (s. XVI) |
Tal vez por la exageración
británica, la Armada se ha presentado históricamente como una fuerza descomunal
capaz de arrasar con todo lo que se pusiera por delante. Las cifras nos hablan
de 130 naves, 2.400 cañones, 8.000 marineros, 2.000 remeros y casi 20.000
soldados embarcados. A ello habría que sumar, según el plan de operaciones de
Felipe II, los 25.000 soldados veteranos de Flandes que debían unirse a la
Armada en el desembarco en suelo inglés. Todo esto parece muy impresionante,
pero más allá del mito, los hechos apuntan en otra dirección.
En realidad, la Armada tenía más
bien una función de apoyo a las fuerzas realmente competentes, los tercios que
esperaban en Flandes, y sus capacidades para la guerra naval eran limitadas,
sobre todo al depender en gran medida de los lentos barcos de carga. Así, sólo
unos 25 buques, los galeones, eran de naves de guerra de primer nivel para
luchar en el Atlántico, mientras que prácticamente la mitad de la Armada estaba
compuesta por barcos mercantes[8]
y naves más adaptadas al Mediterráneo, incluyendo galeras. Y además, como luego
veremos, los barcos españoles –aun con todas sus fortalezas– no estaban en
absoluto diseñados para el tipo de combate que tenían previsto ejecutar los
ingleses.
Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz |
En general, se puede afirmar que
pese a los esfuerzos de última hora, la Armada no estaba bien pertrechada y
preparada para la misión, pero el Rey no había querido esperar más –después de
sucesivos retrasos– y tampoco quería gastar más dinero en una escuadra más
poderosa con más garantías de triunfo. A este respecto, Felipe II había desoído
a sus máximos jefes militares, que apostaban por unos planes más ambiciosos.
Por un lado, el veterano almirante Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, ya
en 1586 había diseñado un detallado plan que exigía una gran cantidad de
recursos humanos y materiales[9].
Así, había calculado que para tener éxito la flota debía constar de 550 barcos,
30.000 marineros y unos 60.000 soldados y 2.000 caballos embarcados. No
obstante, Bazán –que por rango y experiencia debía haber comandado la Armada–
se había ganado la animadversión del Rey, que le recriminaba continuamente la
falta de progresos en la preparación de la flota. Esta tensión acabó cuando
Bazán murió en febrero de 1588, aunque ello acarreó otro problema para el Rey,
al tener que buscarle rápidamente un sucesor.
Por otro lado, Alejandro Farnesio
había propuesto un rápido ataque nocturno a cargo de sus mejores efectivos
utilizando pequeñas naves de poco calado. De todas formas, Farnesio se
lamentaba de que la empresa de la Armada se lanzara sin antes haber terminado
con la resistencia holandesa y sin asegurarse la posesión de algunos puertos
principales de los Países Bajos para facilitar las operaciones navales de cara
al desembarco en Gran Bretaña, opinión en la que coincidía Bazán. Lo que está
claro es que el duque de Parma siempre se mostró reticente ante el plan de
invasión, al que veía muy poco factible. Y por si fuera poco, llegado el
momento, no estuvo preparado para unirse con la Armada y embarcar hacia
Inglaterra, con lo cual se perdió la aportación de la fuerza militar terrestre
que debía desequilibrar la balanza a favor de los españoles.
Por todo ello, y otros detalles
que analizaremos más adelante, la empresa española más bien parecía un gigante
con pies de barro, con escasas posibilidades de éxito, como luego se demostró
en la práctica.
Mito # 5: Las naves inglesas derrotaron decisivamente a la Armada
Siguiendo con la mitología de la
Armada, durante siglos se ha repetido cierta afirmación atribuida a Francis
Drake, el cual –estando en Plymouth jugando a los bolos y avisado de que las
naves españolas habían sido avistadas– habría dicho: “Tenemos tiempo de acabar la partida. Luego
venceremos a los españoles.” Con casi total seguridad, esta anécdota
es falsa, pero de alguna manera muestra el espíritu inglés de confianza ciega
en la victoria, aunque podamos achacarle un cierto aire de “ir de sobrados”,
como se dice coloquialmente.
La pregunta clave, empero, es:
¿Fue la intervención de la escuadra inglesa decisiva en la derrota española? Y
aquí nuevamente, y pese a todo el mito procedente de Inglaterra, la respuesta
es que no, hecho bien aceptado por algunos historiadores modernos
británicos. A continuación analizaremos con datos objetivos el porqué de esta
afirmación.
Galeón español del siglo XVI |
Lo cierto es que el enfoque estratégico
y táctico de las dos escuadras era bien diferente. La Armada era un
batiburrillo de barcos de distintas características y capacidades, con un buen
número de naves dedicadas al transporte. Por otro lado, la doctrina naval
española estaba aún fuertemente marcada por los combates en el Mediterráneo, al
estilo de Lepanto, con cañoneo a corta distancia, fuertes choques entre naves y
sobre todo abordajes, haciendo que la batalla naval tuviera en la práctica un
fuerte componente “terrestre”. Los mejores barcos de guerra españoles eran los
galeones, con altas bordas y fuertemente artillados con cañones que podían
disparar pesadas balas, pero con un alcance y precisión muy limitados. El resto
de la flota, como ya se ha dicho, estaba compuesto mayormente de naves
mercantes, y sus aptitudes en el proceloso Atlántico y en el combate a
distancia eran escasas. En conjunto, se podría decir que la Armada era un
gigante lento, patoso y pesado, capaz de navegar sólo a cuatro nudos, y con
naves muy sobrecargadas y poco maniobreras.
Frente a esto, los ingleses
–capitaneados por Lord Howard y Drake– jugaron con habilidad sus bazas.
Disponiendo de unas 60 naves de guerra “modernas”, las usaron para hostigar a
los españoles aprovechando sus oportunidades y evitando entrar en la táctica
española. Los galeones ingleses eran más rápidos y maniobrables y estaban
artillados con piezas no tan pesadas pero que podían lanzar balas a mucha
distancia y con cierta precisión. Además, se habían preparado bien pues sabían
de los planes españoles desde hacía meses, pues una iniciativa de tal tamaño no
puede ser ocultada, como ya se demostró con la incursión de Drake de 1587.
Recreación artística del combate entre las dos flotas |
Para los españoles, la impotencia
era tremenda pues no podían forzar a los ingleses a la batalla para la que
realmente estaban preparados. El propio Medina-Sidonia escribió posteriormente
que: “Los barcos enemigos eran tan
rápidos y manejables, que nada podíamos hacer contra ellos.” Con todo, las bajas españolas en estos combates
fueron mínimas y la pérdida de dos galeones (el San Salvador y el Nuestra
Señora del Rosario) se debió a la explosión de la santabárbara y a
la colisión con otra nave española, respectivamente[11].
Lo que sucedió a la postre es que el acoso británico dio sus frutos, ya que
provocó un gran gasto de munición en la Armada, que se vio obligada a recalar
en Calais para reaprovisionarse, aunque sólo se pudieron comprar víveres, no
munición.
Lord Charles Howard, Almirante de Inglaterra |
Luego vino el ya citado episodio de los brulotes que, aun siendo muy
espectacular, no consta que consiguiese dañar significativamente ningún barco.
En todo caso, sí forzó la salida de la escuadra del puerto y provocó la
posterior batalla de Gravelinas (el 8-9 de agosto), magnificada
tradicionalmente por la historiografía inglesa. Pero la realidad es que, pese a
disponer de superioridad numérica y situación ventajosa, la flota inglesa no
pudo despachar a las principales naves de combate españolas –incluyendo la nave
capitana– que se habían quedado aisladas y que tuvieron que defenderse como
mejor pudieron y supieron. Lo que nadie discute es que los ingleses
aprovecharon la dispersión y desorganización de los barcos españoles para
golpear con fuerza a la Armada, pero –aparte de causar graves daños y bastantes
bajas– sólo fueron capaces de hundir un buque de guerra.
La flota británica prosiguió con la persecución, durante la cual los
españoles por tres veces ofrecieron formación de combate al enemigo, pero los
ingleses rehusaron el enfrentamiento. Finalmente, el día 12 los ingleses ya se
retiraron, en parte por andar escasos de suministros y munición y en parte
porque vieron claramente que los españoles iban a rodear Escocia, metiéndose en
las traicioneras aguas del norte. A este respecto, se atribuye a Francis Drake
otra frase de muy dudosa historicidad: “Dejemos a los pobres a cargo de
esos agitados y duros mares norteños”.
Galeón Ark Royal, buque insignia de Howard |
Pero el balance es claro: los barcos perdidos por los españoles como
consecuencia de las acciones bélicas sólo fueron seis o siete. Por
consiguiente, según los datos que barajan la mayoría de historiadores, después
del enfrentamiento de Gravelinas Medina-Sidonia contaba aún con más de 100
naves para emprender la ruta de regreso y las bajas humanas por los combates
directos se situaban en unas 1.500, lo que nos indica que la Armada no había
quedado tan malparada tras el encuentro con los ingleses, pese a los daños
recibidos.
Por lo tanto, no hubo gran victoria de la escuadra inglesa, aunque está claro que su intervención entorpeció seriamente los planes originales de la Armada y mantuvo a raya cualquier intención ofensiva española. Para utilizar un símil coloquial, podemos decir que el perro guardián de Inglaterra mordió al agresor y le obligó a recular pero en modo alguno le causó un daño decisivo.
Mito # 6: Las tempestades fueron la causa principal del desastre español
Acabamos de ver la parte militar
de los eventos, pero muchos historiadores coinciden en señalar el determinante
papel que tuvieron las tormentas en la desgracia y fracaso de la Armada.
Nuevamente nos hemos de preguntar aquí si hay más mito que realidad, sobre todo
por la influencia de la ya mencionada y tópica frase de Felipe II acerca de los
elementos, que muy posiblemente jamás fue pronunciada. No obstante, se
tiene constancia escrita de que el Rey, en una carta enviada al duque de Parma,
expresó una idea semejante, aceptando con resignación los designios divinos: “En
lo que Dios hace no hay que perder ni ganar reputación, sino no hablar de
ello.”
Representación del naufragio de la Armada en las costas irlandesas |
Obviamente, los
elementos (tormentas, vientos, niebla, etc.) siempre han tenido una fuerte
influencia en la guerra naval, pero hay que valorar su impacto en su justa
medida y no sacar conclusiones precipitadas. A este respecto, las primeras
tempestades que rompieron la escuadra antes de llegar al Canal de la Mancha
fueron un revés relativo, que retrasó la empresa pero poco más. Las pérdidas y
daños de este primer contratiempo fueron mínimos y al llegar a Inglaterra la
Armada estaba prácticamente intacta. A su vez, los ingleses también habían
tenido una mala experiencia con el tiempo –dato muy poco conocido en el relato
global de los hechos– pues la flota inglesa ya había intentado entre junio y
julio interceptar a la Armada en aguas españolas, pero tuvieron que echarse
atrás debido a la fuerza de las tempestades y regresar a Plymouth para
reabastecerse y reparar algunos barcos, más o menos lo mismo que le ocurrió a
Medina-Sidonia.
Más adelante, el periodo
comprendido entre finales de julio y finales de agosto no vio realmente un
fuerte empeoramiento de las condiciones del mar o del tiempo y su influencia
sobre los combates fue escaso, si exceptuamos el hecho de que el cambio de los
vientos facilitó el escape de la Armada de la comprometida situación planteada
en Gravelinas[12]. Y
finalmente llegamos a lo que realmente fue el momento más crítico de la Armada,
cuando, una vez superado ya el norte de Escocia (pasando junto a las islas
Shetland), se encontró con unas tempestades extremadamente violentas que se
cebaron con las naves más pequeñas y poco preparadas de la escuadra. En esta
situación, tampoco ayudó mucho el hecho de que la cartografía de la zona de que
disponían los españoles fuese bastante deficiente.
Ruta seguida por la Armada (según J. L. Casado Soto) |
Nuevamente se produjo una gran
dispersión de la flota, que en la práctica fue un “sálvese quien pueda” –a
excepción del núcleo de barcos alrededor de la nave capitana– donde cada barco
trató de capear el temporal y llegar a España. Los datos de las fuentes acerca
del número de barcos naufragados varían bastante en esta ocasión (entre 20 y
40), aunque se coincide en estimar que casi todos ellos eran mercantes. En
cuanto a las bajas humanas, las cifras más repetidas sitúan las muertes por
naufragio por encima de las 8.000, a las que habría que sumar unas 2.000 más,
correspondientes a los hombres que
fueron pasados por las armas al arribar a tierra irlandesa. Sólo unos pocos
centenares de españoles salieron vivos de Irlanda, la mayoría de los cuales
consiguieron escapar a Escocia, donde fueron recogidos al año siguiente por
naves enviadas por Farnesio.
El Almirante Martínez de Recalde |
Este fue el triste panorama de la
Armada al alcanzar los puertos del norte español a finales de septiembre o ya
en octubre e incluso noviembre. Muchas naves quedaron destartaladas por efecto
de las tormentas y de los combates y bastantes de ellas no pudieron ser
reparadas y quedaron para el desguace. Asimismo, muchos hombres, llegaron
completamente exhaustos, hambrientos, enfermos y heridos, lo que provocó
todavía más perdidas humanas. En este caso, se estima que, desde que
Medina-Sidonia decidió rodear Gran Bretaña, fallecieron otros 8.000 hombres
debido a la falta de víveres y de agua potable y a las durísimas condiciones
del regreso. En cuanto a los altos mandos, se perdieron algunas personalidades
de renombre, como Alonso de Leyva –que
murió en el viaje de regreso– o Miguel de Oquendo y Juan Martínez de Recalde,
que fallecieron al poco de llegar a los puertos españoles. De todas
formas, es obvio que todo este infortunio ocurrió bastante después de
finalizadas las operaciones navales (que concluyeron el 12 de agosto con la
retirada definitiva de la escuadra inglesa) y por tanto no tuvo ninguna
influencia en los hechos principales, sino en el regreso, cuando “el pescado ya
estaba todo vendido”.
No obstante, ya en tiempos
recientes, el historiador cántabro José Luis Casado Soto, tras revisar cientos de
documentos de la época, estableció que la Armada tuvo unas pérdidas totales de
35 barcos, y dado que –como ya se ha apuntado– sólo se habían perdido 6 ó 7
naves en los encuentros con los ingleses, se deduce que las bajas a causa de
las tempestades en Irlanda no llegaron a las 30, y que en su casi totalidad
fueron urcas de transporte y barcos de tipo mediterráneo. Según sus
conclusiones, fueron 122 barcos (de los cuales cinco eran pataches destinados
exclusivamente para correo) los que llegaron a penetrar en el Canal de la
Mancha, mientras que a los puertos españoles arribaron nada menos que 100[13],
lo cual contradice el balance de más de 60 navíos malogrados por diversas
razones –dato que se repite en la mayoría de las fuentes– y apunta a un
porcentaje de pérdidas relativamente modesto, vistas las vicisitudes por las
que pasó la Armada. Y entre los barcos perdidos sólo había un escaso 10% de
navíos de guerra, más resistentes y capaces, que pese a los daños lograron
llegar a puerto.
En cuanto a los heridos y enfermos,
Casado afirma que fueron unos 9.000, y que fueron tratados adecuadamente,
siguiendo instrucciones del Rey, sobreviviendo hasta el 90% de ellos[14].
Asimismo, en muchos libros y artículos se
sigue insistiendo en que los españoles sufrieron un total de unas 20.000
muertes, pero hay estudios más recientes que se alejan de esa magnitud y hablan
de unas 13.000, sumando todas las causas: los combates, los naufragios, las
ejecuciones en Irlanda, las enfermedades y penalidades, etc. En esta reducción
de cifras tienen un peso importante las nuevas estimaciones sobre el desastre
de Irlanda, que –a juicio de las historiadoras Dolores Iglesias y Pilar San
Pío– afectó a unos 6.000 hombres, de los que unos 3.700 murieron por
ahogamiento, heridas o enfermedad y unos 1.500 ajusticiados a manos de ingleses
e irlandeses[15]. El resto
correspondería a los que pudieron sobrevivir y escapar a Escocia.
Por lo tanto, no se puede negar
que las tempestades de Irlanda tuvieron un tremendo impacto en forma de
naufragios, sobre todo en los vulnerables buques de carga, pero no supusieron
ni mucho menos la destrucción de la Armada, desmintiendo así las habituales
versiones que hablan de la pérdida de prácticamente la mitad de la flota.
Mito # 7: Gran parte del fracaso se debió a la ineptitud de Medina-Sidonia
A la muerte de don Álvaro de
Bazán, el rey Felipe II escogió como sucesor en el mando supremo de la Armada a
Don Juan Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y Zúñiga, duque de Medina-Sidonia,
Grande de España, entre otros muchos títulos. Pese a no ser un marino, el Rey
lo nombró “Capitán General del mar Océano”, confiando
en sus cualidades de buen gestor y organizador, aparte de ser un hombre de su
total confianza.
El duque de Medina-Sidonia |
Pero para muchos historiadores,
sobre todo del lado español, este nombramiento no pudo ser más desacertado, ya
que Medina-Sidonia era en realidad un administrador, con muy poca trayectoria
militar y nula experiencia en la mar. De este modo, se convirtió en una especie
de chivo expiatorio, y en gran parte culpable del desastre español, por encima
del tema de las tormentas o del acoso de los ingleses. Y una vez más, vamos a
tener que desmontar este mito, aunque desde luego no se puede negar que algo
hay de verdad en las afirmaciones de los más críticos.
Por de pronto, Medina-Sidonia
trató por todos los medios de zafarse del nombramiento y pidió al Rey que
no se le concediese tal responsabilidad, argumentado su obvia falta de
conocimiento en temas de guerra naval. Pero Felipe II quería un jefe para su
flota y ya no podía esperar más, así que Medina-Sidonia acabó asumiendo su
destino e intentó ser lo más “profesional” posible, dadas las circunstancias.
Con este ánimo se aprestó a acelerar los preparativos de la Armada, a fin de
tenerla a punto para partir a la mayor brevedad posible, aunque no todo se pudo
solucionar adecuadamente. Lo que es innegable es que en febrero sólo había
disponibles 104 barcos y unos 10.000 hombres y él consiguió que en mayo hubiera
130 barcos listos y casi el doble de hombres, si bien para ello tuvo que poner
incluso dinero de sus arcas.
Sin embargo, una vez en la mar,
empezaron bien pronto los problemas. Así, muchas provisiones –que habían pasado
demasiado tiempo almacenadas– se pudrieron al poco de partir, el agua se
estropeó, bastantes hombres enfermaron y unos pocos barcos tuvieron problemas
de navegación. Todo esto impulsó al duque a recalar en La Coruña, donde perdió
a una buena parte de la flota, que sufrió algunos temporales y quedó dispersa.
Entretanto, aprovechó este percance para volver a escribir al Rey, quejándose
de la poca fuerza de la Armada, de la escasez de vituallas e incluso de la
falta de competencia de sus más altos oficiales. En esa carta, fechada a 24 de
junio de 1588, ya avisaba acerca de lo que pasaría si la Armada no tenía éxito
(de lo cual parecía estar seguro) e incluso se permitía sugerir al Rey que
renunciase a la empresa en curso y buscase algún entendimiento con los
ingleses:
“De todo esto he querido dar
parte á V. M., alargándome en lo que he discurrido, con haberlo encomendado mucho
á nuestro Señor, para que V. M. elija lo que más conviniere á su real servicio
en la ocasión presente en que esta Armada se halla, remediando estos
inconvenientes que se ofrecen con tomar algunos medios honrosos con los
enemigos, asegurando más esta jornada, y las necesidades de Vuestra Majestad
también obligan á que se mire muy adelante lo que se emprende, teniendo tantos
que envidien su grandeza y estados.”[16]
La Gran Armada en aguas del Canal (cuadro del artista holandés Van Wieringen) |
Más adelante, y ya con la Armada
en el Canal, surgió la oportunidad de atacar a la flota inglesa que estaba
refugiada en su puerto de Plymouth, a causa del mal tiempo. Dadas las
características de los barcos de unos y otros y la ventaja de la situación
táctica, la “vieja guardia” de Bazán –compuesta por marinos muy experimentados
como Juan Martínez de Recalde, Pedro de Valdés, Miguel de Oquendo o Martín de
Bertendona– le planteó a Medina-Sidonia la posibilidad de atacar a los
ingleses, pero éste desoyó a sus altos oficiales, con los cuales ya existía un
notable distanciamiento, y mandó proseguir la ruta por el Canal, aduciendo que
debía cumplir las instrucciones del propio Rey. Para algunos historiadores esta
decisión fue catastrófica y marcó el rumbo de los acontecimientos posteriores,
aunque para otros el ataque comportaba ciertos riesgos y Medina-Sidonia obró
con cautela y siempre con el respaldo del Consejo.
Hasta aquí, visto lo visto, se
puede decir que los que culpan a Medina-Sidonia del desastre de la Armada
tienen parte de razón, pero las cosas se han de ver desde una perspectiva más
grande, que sin exculpar del todo al noble andaluz sí al menos le deja en un
lugar un poco más honroso. En efecto, se puede admitir que Medina-Sidonia era
un incompetente para esta misión, pero la responsabilidad puesta sobre su
hombros era muy grande. En este difícil contexto, trató de asesorarse y buscar
apoyo en los altos oficiales, pero por alguna razón no hubo confianza ni
complicidad entre ellos desde el principio. Por otra parte, Felipe II había
diseñado su plan de operaciones con bastante detalle –incluyendo directrices de
navegación, combate y desembarco– y exhortó a Medina-Sidonia a que se ajustara
a dicho plan, sobre todo en lo tocante a unir sus fuerzas con las de Farnesio
en Flandes.
Con estos antecedentes, no es muy
difícil deducir que el duque no quiso tomar más decisiones de las estrictamente
necesarias y optó por ceñirse a lo ordenado por el monarca. Desde esta
perspectiva, no se le pueden achacar según qué desgracias, porque el mandato
real le concedía un escaso margen de libertad. Por lo demás, siguió
conferenciando con sus oficiales y se dejó aconsejar en las situaciones de
combate, sobre todo por el capitán de su nave, el veterano marino Diego Flores
de Valdés. En cualquier caso, trató por todos los medios de que su parte del
plan real se cumpliese, para lo cual se preocupó de enviar mensajes
constantemente al duque de Parma para informarle de sus movimientos y para que
éste hiciese los esfuerzos precisos en la parte del plan que estaba bajo su
responsabilidad.
Finalmente, con la Armada arrojada
lejos de las aguas de Flandes, perdida la esperanza de que Farnesio pudiera
intervenir y con una perspectiva de combate con los ingleses poco halagüeña, el
duque vio que la flota estaba en un callejón sin salida. El 10 de agosto se vio
forzado a tomar una determinación y se reunió con sus oficiales, los cuales –en
su mayoría– querían volver al Canal, siempre que el tiempo lo permitiera, y
acabar allí la lucha para bien o para mal. Así las cosas, Medina-Sidonia
decidió que –visto que el viento les seguía empujando hacia el norte– se
tomaría esa ruta a fin de volver a España. Con todo, era patente que había ya
pocos víveres y agua y que iban bastante faltos de munición, lo que sumado a
los daños recibidos, los heridos y los enfermos, presentaba un panorama sombrío
si se quería volver a la lucha con los ingleses.
De esta forma se llegó a la
dolorosa retirada por el norte que finalizó como ya sabemos, aunque
difícilmente se puede culpar al duque del efecto de las terribles tormentas,
que fueron del todo excepcionales, incluso para aquella zona y en aquella
estación del año. Por consiguiente, cabe la posibilidad de que –en caso de no
haberse desencadenado tales tormentas– el regreso hubiese sido mucho menos
duro. Por otra parte, quizás la vuelta al Canal hubiera sido un desastre aún
mayor, pero es imposible saberlo.
Puerto de Santander (s. XVI) |
Así pues, Medina-Sidonia,
siendo novato en tal empresa, hizo lo que pudo en cada momento y circunstancia
y trató de mantener su autoridad a lo largo de toda la expedición, lo que
incluyó algún episodio de máxima severidad[17].
En general, según varios autores, se comportó con responsabilidad y valentía,
manteniéndose en su puesto de combate en los momentos más complicados y
socorriendo a las naves que lo precisaban, siempre que ello no fuera en
detrimento de la seguridad de toda la flota. Consiguió mantener agrupado a un
buen número de naves en el paso por Irlanda –en el momento de las peores
tormentas– y llegó a Santander enfermo y completamente exhausto, como la
mayoría de sus hombres. Sea como fuere, Felipe II le exculpó del fracaso y el
duque se retiró posteriormente a Andalucía.
Podemos admitir que
Medina-Sidonia seguramente se equivocó algunas veces, pero no sabemos qué
hubiera ocurrido en otros escenarios y con otras personas. Tal vez Bazán
hubiera pasado por otros acontecimientos desfavorables y no habría podido
solventarlos pese a su dilatada experiencia. A este respecto, el historiador
norteamericano Garrett Mattingly llegó a afirmar que ni el propio Lord Nelson hubiera
podido conducir a la Armada a la victoria, dadas las grandes dificultades
intrínsecas de la misión. Por tanto, achacar al duque gran parte del fracaso de
la Armada parece más que excesivo, vista la complejidad de los eventos y de
varios factores que escapaban de su alcance. Además, resulta evidente que las
principales responsabilidades tenían que venir de más arriba.
Por cierto, vale la pena recalcar
aquí que el almirante de Inglaterra, Lord Charles Howard of Effingham, no tenía
mucha más experiencia que Medina-Sidonia en asuntos navales y también ejercía
ese cargo más por razones de alcurnia que de conocimiento, pero era un hombre
de gran resolución que supo realizar un buen trabajo en equipo y coordinar
brillantemente las fuerzas de su teniente general, Francis Drake, y de sus
jefes de escuadra, Frobisher, Hawkins y Seymour.
Mito # 8: Medina-Sidonia no tenía más opción que volver al Canal o rodear las Islas Británicas
Enlazando con el mito anterior,
hay que realizar una matización importante para romper con otro tópico que
parecería indiscutible: o bien la Armada volvía a enfrentarse a los ingleses o
bien tomaba rumbo norte, hacia Escocia. Sabemos que Medina-Sidonia
escogió esta última opción. Pero... ¿tenía alguna otra alternativa? La
respuesta es que sí, y tal alternativa venía de la mano del duque de Parma, al
cual ya le habían llegado noticias de lo acontecido en Gravelinas. Este
episodio está narrado en el clásico de Fernández Duro, a partir de documentos
originales de la época.
Alejandro Farnesio, duque de Parma |
En efecto, Medina-Sidonia
había enviado un despacho a Farnesio indicándole su situación y la decisión
tomada –tras haber oído a sus oficiales– de arrumbar al norte, rodear Escocia y
volver a España pasando por Irlanda. Al recibir esta información, Farnesio vio
que, aun renunciando al plan inicial, la Armada todavía era enorme fuerza
militar que podía ayudarle en sus planes de pacificar Flandes. Por ello envió
al capitán Francisco Moresín (que ya había ejercido de correo entre ambos
jefes, función para la que había sido escogido directamente por Felipe II) a
que alcanzara a la Armada y rogase al duque que no tomase la peligrosa ruta
norte, ya que existía la posibilidad de desviar la Armada hacia ciudades libres
del Imperio Español, a puertos de la Liga Anseática o a puertos neutrales, para
lo cual le enviaría pilotos expertos. Allí, la flota se podría reabastecer y
operar ese mismo invierno contra los rebeldes en Flandes, con la opción de
concluir más adelante la misión contra Inglaterra.
Al parecer, Moresín llegó hasta la
Armada y comunicó a Medina-Sidonia la oferta de
Farnesio, pero éste la desechó. Además, no la compartió con ninguno de sus
mandos ni la hizo constar en su Diario, en el cual no figuraba ninguna
cuestión polémica o que pudiera incriminarle. Por supuesto, no sabemos qué
hubiera podido pasar si el duque hubiera hecho caso a esta propuesta. Por un
lado, es un escenario del todo nuevo que tal vez hubiera cambiado el rumbo de
los acontecimientos, si bien hay que tener en cuenta que quizá ese movimiento
no fuese posible, dado el empuje de la corriente y los fuertes vientos hacia el
norte. Por otro lado, tal vez Medina-Sidonia había perdido
ya la confianza en el duque de Parma. O quizás lo vio todo demasiado complicado
y creyó que salida por el norte y el regreso a España evitaría nuevos combates
y nuevos males. En todo caso, esa alternativa quedó descartada y la Armada se
encaminó a su destino.
Mito # 9: Felipe II desistió de volver a atacar Inglaterra directamente
En la actualidad, para casi todo
el mundo en Gran Bretaña y España el desastre de la Invencible fue definitivo e
hizo ver a Felipe II que no había forma de invadir Inglaterra, con lo cual
abandonó cualquier iniciativa en este sentido y prosiguió con la guerra en
otras latitudes. Por lo menos esto es lo cree la gente, porque en la educación
escolar se omiten otros hechos menos relevantes que ocurrieron hacia el final
del reinado del monarca español y de la guerra entre ambos países y que –a
pesar de ser bien conocidos por la historia científica– son ignorados por la
historia oficial.
Me estoy refiriendo, claro está,
a las otras “Armadas” o grandes flotas que Felipe II envió contra Inglaterra,
de tamaño igual o superior a la original y con unos objetivos similares. La
primera de ellas zarpó de Lisboa en octubre de 1596 (comandada
por Martín de Padilla) y la segunda partió de La Coruña justo un año
después, en octubre de 1597 (comandada por Juan del Águila).
En ambos casos, los temporales volvieron a jugar una mala pasada a los
españoles, pues las flotas quedaron totalmente dispersadas y se tomó la
decisión de regresar. Sin embargo, cabe resaltar que en la expedición de 1597
al menos un contingente de unos 400 soldados de élite logró desembarcar al
oeste de Inglaterra, en la localidad de Falmouth, donde se hicieron fuertes y
esperaron refuerzos para avanzar sobre Londres, ante la pasividad de la milicia
inglesa, que no osó atacarles. Pero tales refuerzos no llegaron, al haberse
retirado ya la casi totalidad de la escuadra, con lo cual a los dos días
embarcaron de nuevo y regresaron sin mayores problemas a la Península. En esta
ocasión no hubo prácticamente oposición naval de los ingleses, cuya escuadra
principal había partido hacia América para atacar a la flota de Indias.
Galera española del siglo XVI |
Pero ya antes, en el verano de
1595, había tenido lugar un breve episodio de invasión, cuando una pequeña
escuadra de cuatro galeras al mando de Don Carlos de Amésquita zarpó de la
costa francesa y desembarcó una pequeña fuerza de arcabuceros en la bahía de
Mounts (condado de Cornualles). Allí se reaprovisionaron, realizaron algunos
saqueos en los pueblos circundantes y celebraron una misa católica en suelo
inglés. A los dos días, reembarcaron sin que las milicias inglesas les causaran
ningún daño. En su huida, hundieron un barco de la Royal Navy y
eludieron la persecución de la flota de Drake y Hawkins.
Finalmente, hubo una última
incursión en las Islas Británicas[18],
que tuvo lugar en Irlanda en octubre de 1601, con el desembarco en Kinsale de
unos tercios al mando de Juan del Águila, con el propósito de apoyar a los
rebeldes irlandeses. En esta ocasión, la intervención fue más larga, pero no
obtuvo ningún fruto y las tropas hispano-irlandesas fueron derrotadas a inicios
de 1602.
Por lo tanto, queda bien claro
que hubo otras “Armadas” y que Felipe II mantuvo su política de golpear
directamente a Inglaterra, pese al (relativo) varapalo sufrido por la
expedición de 1588. Otra cosa sería preguntarnos el porqué de tanta insistencia
y por qué no se aprendieron las debidas lecciones, puesto que los resultados
finales fueron igual de fallidos que en la primera ocasión, si bien con muchas
menos pérdidas.
Mito # 10: La derrota de la Armada puso fin a la preponderancia española frente a Inglaterra
Para una parte de la
historiografía (sobre todo inglesa), el desastre de la Armada supuso un punto
de inflexión que marcó el declive del Imperio Español y puso las bases del
Imperio Británico. Sin embargo, este episodio, tan exaltado a lo largo de los
siglos, ha sido muy injustamente sobredimensionado en el marco histórico del
siglo XVI, hasta el punto de borrar de la memoria otros hechos y circunstancias
que reflejan mucho mejor la situación general del conflicto entre ambas
potencias a finales de dicho siglo. Aquí, una vez más, la historia oficial o
nacional pasa por encima de la ciencia y se queda con lo más sobresaliente, lo
más épico o lo más conveniente, según queramos verlo.
Así pues, la realidad de los
hechos históricos supera a los tópicos e ideas preconcebidas, y prácticamente
no hay ningún experto (inglés, español o de cualquier nacionalidad) que
sustente ya el mito enunciado. Para empezar, hay que situar el episodio de la
Armada en una guerra que se extendió de 1585 a 1604, durante la cual hubo
altibajos, ataques y contraataques, pero sin ventajas decisivas a favor de una
u otra potencia. Y en este sentido, el fracaso de la Armada no supuso un punto
de inflexión ni mucho menos.
En efecto, en 1588 la monarquía
inglesa se había apuntado un tanto prácticamente sin hacer gran cosa en el
terreno militar, pero al año siguiente cometió una gran torpeza que apenas
aparece en los libros de historia. Se trata de la mucho menos famosa Armada
inglesa o “Contra-Armada”, organizada por Francis Drake y sufragada por la
Corona con el fin de golpear a los españoles en su terreno. La reina Isabel
marcó como primer objetivo la destrucción de los galeones sitos en los puertos
del Cantábrico para finiquitar el poder naval español, y en segundo lugar el
ataque a Portugal.
Sir Francis Drake |
Así, Drake zarpó hacia a la
Península el 14 de abril de 1589 con cerca de 200 barcos y un gran ejército
embarcado de unos 20.000 hombres al mando del general John Norris. Pero una vez
en el mar Drake –que siempre tuvo más espíritu de bucanero que de militar–
decidió actuar por su cuenta, en busca de gloria y sobre todo botín, y en vez
de atacar los puertos del norte procedió a asaltar a finales de mayo la ciudad
de La Coruña, donde tenía noticia de que había un gran tesoro. Sin embargo,
tras varios días de duros combates, Drake –habiendo sufrido grandes pérdidas y
sin haber podido doblegar la defensa española– desistió en su empeño y se
dirigió a Portugal, donde esperaba triunfar gracias a la ayuda de los rebeldes
portugueses. Pero Drake volvió a fracasar ante Lisboa y las tropas de Norris
desembarcadas fueron hostigadas constantemente, sin recibir los esperados
refuerzos, ni ingleses ni portugueses. Al ver que no había salida, el 18 de
junio la expedición reembarcó, volviendo a Inglaterra sin apenas botín, con un
70% de bajas (como efecto de los combates y las enfermedades) y habiendo
perdido al menos 12 barcos.
Y ya en 1591 los ingleses
volvieron a sufrir otro duro revés en las Azores, donde fueron vencidos en la
batalla de Flores, en la cual perdieron uno de sus mejores galeones, el HMS Revenge.
Más adelante se produjeron otros episodios bélicos de mayor o menor alcance,
pero Felipe II se preocupó de recuperar rápidamente el poder marítimo español,
promoviendo la reparación de los barcos de guerra y la construcción de otros
nuevos (más al estilo británico). En consecuencia, las flotas de Indias
navegaron en convoyes bien protegidos y así el tráfico atlántico de mercancías
–y sobre todo de metales preciosos– no sufrió apenas menoscabo. Los ingleses,
pese a todo, continuaron con sus ataques de corsario, pero –aparte del exitoso
saqueo de la ciudad de Cádiz en 1596– no pudieron imponerse a las escuadras
españolas de América. De hecho, Drake y Hawkins murieron antes de finalizar el
siglo en una fracasada expedición al Caribe. Y como ya hemos visto, el rey español
–una vez restablecido su poder naval– siguió amenazando con la invasión de
Inglaterra prácticamente hasta el momento de su abdicación y fallecimiento, en
1598.
Finalmente,
desaparecidos de escena Isabel y Felipe, sus sucesores –los reyes Jacobo I de
Inglaterra y Felipe III de España– decidieron entablar conversaciones de paz
que culminaron con el Tratado de Londres de 1604. Con este acuerdo se puso fin
a casi 20 años de enormes gastos militares y muchísimas pérdidas humanas, si
bien la situación geoestratégica apenas cambió. El tratado en cierto modo fue
favorable a España, que recibió garantías de la no intervención inglesa en sus
intereses continentales y del freno a la piratería en el Atlántico a cambio del
favorecimiento de los intereses comerciales ingleses en América y la renuncia a
promover el catolicismo en el país. No obstante, el conflicto en los Países
Bajos siguió su curso y años después se reanudó la tradicional hostilidad con
Francia, pero eso ya es otra historia.
Delegaciones de paz de España e Inglaterra en Somerset House, Londres (1604) |
En resumidas cuentas, el fracaso
de la Armada fue un episodio sobredimensionado por la historiografía de la
época y que ha perdurado hasta nuestros días por simples motivos nacionalistas.
Pero de ningún modo supuso el descalabro del Imperio Español –que tendría lugar
mucho después y en otras circunstancias– ni la preponderancia de Gran Bretaña.
Antes bien, para este país la guerra tuvo más de ruina que de beneficio pero
constituyó un paso firme en su rol de potencia marítima mundial, que no se
consolidó hasta bien entrado el siglo XVII y sobre todo el XVIII.
© Xavier Bartlett
2016
Fuente imágenes: Wikimedia Commons
Ver 2ª parte de Mitos y falsedades de la historia: la Armada que nunca fue "invencible"
Fuente imágenes: Wikimedia Commons
Ver 2ª parte de Mitos y falsedades de la historia: la Armada que nunca fue "invencible"
[1] Según varias
fuentes, aquí se sumaron nuevos barcos a la expedición, haciendo que la Armada
zarpase de La Coruña con 137 naves.
[2] Barcos no
tripulados cargados con pólvora y luego incendiados.
[3] Otros datos
recientes apuntan, en cambio, a pérdidas mucho menores, como ya detallaremos.
[4] No hay
constancia histórica de que Felipe II pronunciase tales palabras, aunque –como
dicen los italianos– “se non è vero, è ben trovato”.
Muchos autores consideran que es simplemente falsa.
[5] Aunque
parezca mentira, esta visión tan sesgada ha perdurado hasta nuestros tiempos,
pues en la reciente película “Elizabeth: la Edad de Oro”, cuyo argumento en
gran parte está basado en el episodio de la Armada Invencible, se seguía
presentando a Felipe II de forma ridícula y torticera, casi un esperpento, en
un ejercicio de maniqueísmo muy poco disimulado, aparte de incluir numerosas
licencias o tergiversaciones de la realidad histórica, tal vez por aquello de
que “la verdad nunca debe estropear una buena historia.”
[6] Fuente:
http://www.primaryhomeworkhelp.co.uk/tudors/armada.htm
[7] HUTCHINSON, R.
The Spanish Armada. Thomas Dunne books, 2014.
[8] La mayoría
de ellos eran urcas y pataches alquilados a alemanes, flamencos e italianos.
[9] El coste
global de la empresa ascendía a unos 4 millones de ducados, una enorme suma
para la época.
[10] Algunos
galeones, como el San Martín, nave insignia de Medina-Sidonia, o el Santiago,
nave del almirante Martínez de Recalde, encajaron más de 300 impactos de cañón.
[11] Ninguno de
los dos llegó a hundirse pese a quedar en muy mal estado. Fueron apresados por
Drake, que los llevó a puertos ingleses, después de quedarse con el botín.
[12] Las naves
españolas se vieron entre la espada y la pared, pues los vientos las empujaban
a los bajíos de la costa de Flandes donde podían haber embarrancado y
entretanto habían de hacer frente a la presión de la flota inglesa. Pero en ese
punto los elementos se pusieron de parte española, y se produjo un fuerte cambio en los
vientos, que alejaron a la Armada tanto de la costa como de los ingleses.
[13] Este total
de naves salvadas del desastre debe incluir por fuerza los barcos que no
llegaron a tomar parte en los hechos del Canal y la posterior retirada; de no
ser así, no cuadrarían las cifras. Otras fuentes hablan exactamente de 87 ó 92
barcos llegados a los puertos españoles tras los temporales.
[14] Por cierto,
en el bando inglés no sucedió lo mismo, ya que la Reina Isabel desatendió a toda la marinería que había participado en
la defensa de su país, como se deduce de esta carta de Lord Howard a la
Reina: “Es lastimoso presenciar cómo los
hombres padecen después de haber prestado tal servicio. Valdría más que Su
Majestad la Reina hiciera algo en su favor y no los dejara llegar a semejante
extremo, porque en adelante quizá tengamos que volver a necesitar de sus
servicios; y si no se cuida más de esos hombres y se les deja morir de hambre y
de miseria, será muy difícil conseguir su ayuda.”
[15] Fuente:
http://xornaldegalicia.es/opinion/por-jose-antonio-de-yturriaga/7946-el-mito-de-l-victoria-inglesa-sobre-la-gran-armada-y-sus-repercusiones-en-irlanda-6-vi-2015
[16] FERNÁNDEZ DURO, Cesáreo. La Armada invencible (tomo II).
Impresores de la Real Casa. Madrid, 1885.
p. 137
[17] Es sabido
que tras la batalla de Gravelinas Medina-Sidonia mandó juzgar a varios capitanes
que habían mostrado cobardía o pasividad y ordenó que uno de ellos, el capitán
Cristóbal de Ávila (de la urca Santa Bárbara), fuera ahorcado y expuesto
como ejemplo a la visión de toda la flota.
[18] A reseñar
que cuando tuvo lugar este hecho Felipe II ya había fallecido, pero se trataba
de los últimos coletazos del conflicto.
3 comentarios:
Recuerdo que siempre que se mencionaba este tema mi padre explicaba más o menos esto: que lo de la armada invencible, fue un mote que pusieron los ingleses para ridiculizarnos. Ni él ni yo entendíamos porque los propios historiadores españoles han seguido durante tanto tiempo el juego a los hijos de la Gran Bretaña.
En fin que documentarse hace años, (como hizo mi padre), era más difícil pero no imposible, cuando menos ahora con la gigantesca biblioteca que ofrece internet, el caso es estar interesado en ello.
Un saludo.
Apreciado Piedra,
Es que Gran Bretaña es mucha Gran Bretaña, por si no lo sabías...
En la segunda parte de este artículo (que espero que saldrá este mes) me introduciré un poco en el análisis de los hechos y en el porqué la historiografía española "olvidó" el tema. Lo que está claro es que siempre hubo sesgos nacionales y partidistas, como en todas las historias oficiales, y más aún cuando se trata de guerras, en que la verdad resulta herida de muerte desde el principio.
Hoy en día, como bien apuntas, hay mucha información en Internet -y relativamente diversa- pero no te creas que tan objetiva en todos los casos. Lo que es muy de agradecer es que, pese a sus prejuicios, los historiadores ingleses modernos han sido bastante rigurosos y ecuánimes. Y por desgracia he notado un sutil "revanchismo" en algunos comentaristas españoles, pero son los menos.
saludos,
X.
De un pueblo tan envanecido que, conduciendo por la siniestra y al mantener su moneda, se iba distanciando cada vez más en "millas" del continente, ¿qué se podía esperar sino su ruptura final con la U.E.? La irreflexión que presidió el referéndum se encuadra en el acervo de su asimilación de infinitivo y pretérito en ciertos irregulares, los nombres reiterativos de sus calles y la ubicuidad ceremonial del té.
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