miércoles, 7 de septiembre de 2016

Mitos y falsedades de la historia: la Armada que nunca fue “invencible” (1ª parte)

 

Introducción




Como ya expuse en mi libro “La historia imperfecta”, en realidad la historia tiene dos vertientes. Por un lado, está la vertiente propiamente científica que trata de recopilar datos, contrastarlos, analizarlos y luego ofrecer un escenario plausible, que siempre incluye un cierta parte de interpretación o subjetividad. Por otro lado, tenemos la historia oficial, que aunque asienta sus bases en la anterior, trata de dar al público una versión unívoca, simplificada y nacional de los hechos históricos. Es la historia que venden los estados a través del sistema educativo y de los medios de divulgación y comunicación, y su misión principal es la de educar o adoctrinar a la población sobre una cierta visión de la propia nación y del mundo, y por tanto está mucho más próxima a la mera propaganda.

No voy a entrar ahora en controversias sobre la manipulación de la historia por parte del poder o simplemente por los vencedores, hecho que me parece del todo evidente, pero sí en la construcción de pequeños mitos, falsedades o tergiversaciones que la historia oficial ha ido repitiendo hasta la saciedad hasta convertirse ya en historia popular, algo con el poder mágico de la leyenda y la tradición, que no puede discutirse o rebatirse porque forma parte del acervo popular. Pero, ¡vaya por Dios!, siempre tienen que aparecer por ahí los científicos más o menos objetivos que nos desmonten esos mitos que tenemos tan arraigados y nos enseñen que si la misma física o la biología son del todo discutibles, qué menos ocurrirá con una ciencia social como la historia.

Y como buena muestra de esta dicotomía entre historia científica y oficial, expondremos el famosísimo episodio de la Armada Invencible, que en su época fue llamada por los españoles la Empresa o Jornada de Inglaterra.

El relato histórico



El rey Felipe II de España
Para dar el contexto apropiado y para resumir brevemente los hechos históricos, diremos que, en plena guerra anglo-española, el rey de España Felipe II había diseñado una ambiciosa operación anfibia contra Inglaterra, con la participación de dos grandes fuerzas: una enorme flota que debía partir de España y un contingente de tropas acantonadas en Flandes. Así, la Armada española, compuesta por 130 naves (con un desplazamiento total de casi 58.000 toneladas) y comandada por el duque de Medina-Sidonia, zarpa de Lisboa a finales de mayo de 1588, tras varios meses de preparativos. Pero al poco de iniciar la travesía tienen lugar diversas complicaciones que fuerzan a Medina-Sidonia a recalar en el puerto de La Coruña. Sin embargo, una parte de la flota sigue hacia el norte y es víctima de temporales, lo que provoca su dispersión.

Con no pocos esfuerzos, y con un mes de demora, la escuadra se reagrupa y se hace a la mar, tras haberse reabastecido y haber efectuado las necesarias reparaciones[1]. Así pues, la Armada llega a finales de julio casi incólume al Canal, donde a partir del día 31 traba combate esporádicamente con la flota inglesa frente a Plymouth, Portland Bill y la isla de Wight, sin resultados concluyentes para ninguno de los bandos.

Batallas sostenidas entre la flota inglesa y la Armada
Después de estos encuentros y estando escasa de munición, la Armada se refugia el 6 de agosto en el puerto de Calais, donde espera enlazar con los tercios de Flandes, bajo el mando de Alejandro Farnesio, duque de Parma. No obstante, Farnesio no puede actuar, dado que barcos de guerra holandeses –conducidos por Justino de Nassau– han bloqueado los principales puertos de Flandes y además no dispone de suficientes barcazas para embarcar a los tercios. Así las cosas, la noche del 7 al 8 de agosto, la Armada es atacada en Calais mediante ocho brulotes[2] lanzados por los ingleses. El caos y el desorden reinan en la escuadra, que en plena noche se deshace de sus anclas y zarpa a toda prisa para evitar un mayor desastre. Sin embargo, se produce una gran desorganización y los ingleses aprovechan para atacar por la mañana a grupos aislados de naves españolas (batalla de Gravelinas). Tras este episodio, y con fuertes vientos que alejan la flota de las fuerzas estacionadas en Flandes, el día 10 de agosto Medina-Sidonia toma la decisión de no volver al Canal y de regresar a España. Así, una vez abandonado el plan de ataque y desembarco, los barcos de la Armada toman rumbo norte para rodear Gran Bretaña por Escocia, meta que alcanzan hacia finales de agosto, y se disponen a bordear Irlanda por el oeste.

Naufragio de la galeaza Girona en Irlanda
Por desgracia, apenas iniciada esta ruta, la Armada es víctima de muy mal tiempo y en particular de unas tremendas tempestades al norte y oeste de Irlanda, ya en septiembre, lo que provoca el naufragio de numerosos barcos y la pérdida de tripulaciones. Algunos barcos tratan de llegar al litoral irlandés para reaprovisionarse, pero acaban destrozados contra la escarpada costa y los supervivientes son asesinados de inmediato por las tropas inglesas y los mercenarios irlandeses o simplemente por la gente que les quería robar lo poco que tenían. Finalmente, lo que queda de la Armada –con Medina-Sidonia aún al frente– va llegando escalonadamente a puertos del Cantábrico y de Galicia, ya en pleno otoño.
No hay unanimidad en los datos acerca de las pérdidas, pero grosso modo se estima que se perdió al menos la mitad de la escuadra y que las bajas entre marineros y soldados ascendieron a unas 20.000, atribuibles a diversos factores[3]. En cuanto a los ingleses, no consta que perdieran ningún barco, pero sí tuvieron unos pocos centenares de muertos y heridos en combate. No obstante, se estima que una vez finalizada la acción bélica sufrieron entre 7.000 y 8.000 bajas a causa del hambre y las enfermedades padecidas durante la navegación (sobre todo tifus y disentería).

Y bueno, esto es en suma lo que casi todo el mundo sabe: que la enorme flota enviada por el Rey Felipe II a sojuzgar a los ingleses acabó en un sonoro fracaso. Y también mucha gente habrá oído la frase atribuida al monarca español, el cual –para justificar la derrota– habría zanjado el asunto diciendo que “no había enviado a sus naves a luchar contra los elementos”[4], una versión defendida tradicionalmente por la historiografía española. Frente a esto, la historiografía británica estuvo durante siglos instalada en su clásico chauvinismo y visión parcial en su favor, atribuyendo el fracaso de la flota española al buen hacer de los barcos ingleses y de sus capitanes frente a un enemigo inmensamente superior al que había que derrotar a cualquier precio. 

Este enfoque anglosajón, por supuesto, se enmarcaría en la famosa “leyenda negra” contra el imperio hispánico de los Austrias, que ofrecía una imagen muy negativa de los españoles, tachándolos de explotadores, fanáticos religiosos, inquisidores, asesinos de indios, etc. Así, mientras los ingleses –y protestantes en general– serían los paladines de las libertades y de la civilización, los españoles serían los oscuros defensores del dogma y del autoritarismo.[5] Con todo, algunos autores británicos y españoles de los últimos tiempos ya han realizado un ejercicio de imparcialidad y realismo a partir de los datos y los hechos, y han aportado una visión mucho más esclarecedora de todo el episodio. El problema está en que, aún después de pasados más de 400 años, hay datos supuestamente objetivos que no coinciden y sobre todo interpretaciones dispares de los sucesos acontecidos. Mientras tanto, la mayoría de la población sigue instalada en los mitos, las visiones tópicas y los sesgos nacionales. A continuación examinaremos a grandes rasgos las polémicas suscitadas a través de los principales mitos de esta historia y trataremos de aportar alguna conclusión.

Mito # 1: La Armada... ¿Invencible?



Ilustración holandesa sobre la Armada (s. XVI)
En primer lugar, para empezar a desmontar algunos mitos, los españoles nunca llamaron a esa escuadra “Invencible”. El rey Felipe II la bautizó como “Grande y Felicísima Armada”. Lo de invencible proviene directamente de la historiografía británica, que llamó así a la flota enemiga para ridiculizarla o para hacer aún más grande la victoria inglesa. Para ser más concretos, según algunas fuentes, el apelativo de “Invencible” tuvo su origen en un panfleto de William Cecil, secretario de estado de la reina Isabel, titulado irónicamente “The Spanish Invincible Fleet”.

En cualquier caso, el recuerdo de la Armada quedó muy grabado en la memoria de los ingleses, que a partir de entonces y hasta nuestros días llamaron “Armada” –en castellano– a cualquier gran concentración de barcos (o de aviones, en tiempos recientes).

Mito # 2: Inglaterra debía ser conquistada



Y en cuanto al propósito de la expedición cabe puntualizar, también superando algunas ideas preconcebidas, que el objetivo expresado por el monarca español no era ocupar militarmente –y de forma permanente– la totalidad del territorio inglés, sino solamente desembarcar una poderosa fuerza en las Islas Británicas capaz de doblegar la resistencia militar inglesa, sitiar Londres y forzar la caída de la reina Isabel I, con la ayuda de los propios católicos ingleses, un hipotético apoyo con el que Felipe II contaba de forma casi segura. En otras palabras, la acción de la Armada y de los tercios debía ser rápida, directa y contundente, a fin de deponer a la Reina y lograr que Inglaterra volviese al redil católico –otorgando la Corona a algún defensor de la fe católica– y mantuviese así una posición favorable o al menos neutral con respecto a los intereses de España.

La reina Isabel I (Elizabeth I) de Inglaterra
Y ahora cabe señalar, para los que no conocieran este dato particular, que el origen de este enfrentamiento se debió a que el propio Felipe II había sido rey consorte de Inglaterra durante cuatro años (1554-1558) por matrimonio con la reina María I Tudor, lo que favoreció que los intereses británicos y españoles estuviesen aunados en un mismo trono, si bien con los reinos estrictamente separados. Sin embargo, María murió sin descendencia, y de esta forma llegó al trono inglés su hermanastra Isabel I, que progresivamente se fue mostrando hostil a los intereses españoles. Así, por ejemplo, favoreció la piratería y apoyó la rebelión de Flandes, aparte de imponer el anglicanismo en su país, marginando a la población católica. La gota que colmó el vaso fue la expulsión del embajador español en Inglaterra y sobre todo el ajusticiamiento de la reina católica de Escocia María Estuardo a inicios de 1587, lo que para el rey de España casi constituyó una declaración de guerra.

Mito # 3: Los ingleses estaban en clara inferioridad



La historiografía inglesa siempre ha tendido a la propaganda nacionalista y a maximizar las amenazas sobre su país, poniendo de manifiesto la tremenda potencia del enemigo y la escasez de recursos propios. Al final, empero, el valor y capacidad de unos pocos héroes británicos acaba por derrotar a las fuerzas hostiles, supuestamente capaces de poner en peligro la supervivencia y la soberanía del pueblo británico. Así no es de extrañar que aún hoy en día se siga citando frecuentemente la manida analogía de la victoria del pequeño David (Inglaterra) contra el gigante Goliat (España).

Por ejemplo, un texto educativo británico para niños que explica el episodio de la Armada dice lo siguiente:

“The Armada is famous because at that time England was a small nation with a little navy and they were facing the greatest power in the world (Spain). They defeated Spain, with help from Mother Nature. It marked the beginning of England's mastery of the seas.” [“La Armada es famosa porque en ese tiempo Inglaterra era una pequeña nación con una pequeña Marina y se enfrentaban a la mayor potencia del mundo (España). Vencieron a España, con la ayuda de la madre naturaleza. Marcó el inicio del dominio inglés de los mares.”][6]

Este podría ser un buen ejemplo de historia oficial, enfocada al puro adoctrinamiento, pero incluso en un texto procedente de nada menos que un experto en la materia como Robert Hutchinson podemos leer en un tono melodramático: England would have reverted to the Catholic faith, and there may not have been a British empire to come. We might still be speaking Spanish today.” [“Inglaterra hubiera retornado a la fe católica y puede que no hubiera un posterior Imperio Británico. Todavía podríamos estar hablando español hoy en día.”] [7]

Galeón inglés del siglo XVI
Pero todo esto es simplemente falso o, como poco, una gran exageración. Inglaterra, ya desde la conquista normanda (en el siglo XI), se consolida como una gran nación y una potencia emergente, con gran influencia en el continente europeo y aún mas allá, capaz de participar en las cruzadas en un papel más que destacado. Llegados al siglo XVI, se puede decir que Inglaterra ya era una potencia internacional, con una notable flota que operaba en casi todos los mares y podía rivalizar con cualquier otra flota europea. Por ejemplo, el famoso Francis Drake capitaneó una expedición que en 1587 atacó la bahía de Cádiz y el puerto de Lisboa causando grandes daños a los preparativos de la Armada, obligando así a retrasar los planes de Felipe II.

Además, antes de que la Armada española llegase al Canal, los ingleses ya habían construido fortificaciones costeras y habían dispuesto tropas de tierra para el combate, si bien muchos autores señalan que esas fuerzas terrestres eran aún insuficientes y poco preparadas para aguantar el empuje de las tropas españolas. En cambio, su defensa naval era muy notable pues contaban con una escuadra imponente, compuesta de más de 200 barcos, aunque una buena parte de ellos eran de transporte (al igual que ocurría en la Armada española). En cuanto a la calidad de los buques de guerra, los astilleros ingleses llevaban varios años construyendo nuevos galeones más bajos y ligeros pero al mismo tiempo bien artillados. Y si bien es cierto que el Imperio Británico aún no existía como tal, ya estaba a punto de florecer gracias a su expansión marítima.

Finalmente, eso de “hablar español” no tiene mucho sentido, pues los reyes de aquella época tenían bajo su mandato nominal territorios de varias culturas y lenguas, y no se imponían las lenguas de otros lugares. Así, es altamente improbable que Felipe II hubiese impuesto una “colonización española” de Inglaterra.

Mito # 4: La fuerza española tenía capacidad para derrotar completamente a los ingleses



Representación de las distantas naves de la Armada (s. XVI)
Tal vez por la exageración británica, la Armada se ha presentado históricamente como una fuerza descomunal capaz de arrasar con todo lo que se pusiera por delante. Las cifras nos hablan de 130 naves, 2.400 cañones, 8.000 marineros, 2.000 remeros y casi 20.000 soldados embarcados. A ello habría que sumar, según el plan de operaciones de Felipe II, los 25.000 soldados veteranos de Flandes que debían unirse a la Armada en el desembarco en suelo inglés. Todo esto parece muy impresionante, pero más allá del mito, los hechos apuntan en otra dirección.

En realidad, la Armada tenía más bien una función de apoyo a las fuerzas realmente competentes, los tercios que esperaban en Flandes, y sus capacidades para la guerra naval eran limitadas, sobre todo al depender en gran medida de los lentos barcos de carga. Así, sólo unos 25 buques, los galeones, eran de naves de guerra de primer nivel para luchar en el Atlántico, mientras que prácticamente la mitad de la Armada estaba compuesta por barcos mercantes[8] y naves más adaptadas al Mediterráneo, incluyendo galeras. Y además, como luego veremos, los barcos españoles –aun con todas sus fortalezas– no estaban en absoluto diseñados para el tipo de combate que tenían previsto ejecutar los ingleses.

Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz
En general, se puede afirmar que pese a los esfuerzos de última hora, la Armada no estaba bien pertrechada y preparada para la misión, pero el Rey no había querido esperar más –después de sucesivos retrasos– y tampoco quería gastar más dinero en una escuadra más poderosa con más garantías de triunfo. A este respecto, Felipe II había desoído a sus máximos jefes militares, que apostaban por unos planes más ambiciosos. Por un lado, el veterano almirante Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, ya en 1586 había diseñado un detallado plan que exigía una gran cantidad de recursos humanos y materiales[9]. Así, había calculado que para tener éxito la flota debía constar de 550 barcos, 30.000 marineros y unos 60.000 soldados y 2.000 caballos embarcados. No obstante, Bazán –que por rango y experiencia debía haber comandado la Armada– se había ganado la animadversión del Rey, que le recriminaba continuamente la falta de progresos en la preparación de la flota. Esta tensión acabó cuando Bazán murió en febrero de 1588, aunque ello acarreó otro problema para el Rey, al tener que buscarle rápidamente un sucesor.

Por otro lado, Alejandro Farnesio había propuesto un rápido ataque nocturno a cargo de sus mejores efectivos utilizando pequeñas naves de poco calado. De todas formas, Farnesio se lamentaba de que la empresa de la Armada se lanzara sin antes haber terminado con la resistencia holandesa y sin asegurarse la posesión de algunos puertos principales de los Países Bajos para facilitar las operaciones navales de cara al desembarco en Gran Bretaña, opinión en la que coincidía Bazán. Lo que está claro es que el duque de Parma siempre se mostró reticente ante el plan de invasión, al que veía muy poco factible. Y por si fuera poco, llegado el momento, no estuvo preparado para unirse con la Armada y embarcar hacia Inglaterra, con lo cual se perdió la aportación de la fuerza militar terrestre que debía desequilibrar la balanza a favor de los españoles.

Por todo ello, y otros detalles que analizaremos más adelante, la empresa española más bien parecía un gigante con pies de barro, con escasas posibilidades de éxito, como luego se demostró en la práctica.

Mito # 5: Las naves inglesas derrotaron decisivamente a la Armada



Siguiendo con la mitología de la Armada, durante siglos se ha repetido cierta afirmación atribuida a Francis Drake, el cual –estando en Plymouth jugando a los bolos y avisado de que las naves españolas habían sido avistadas– habría dicho: Tenemos tiempo de acabar la partida. Luego venceremos a los españoles.” Con casi total seguridad, esta anécdota es falsa, pero de alguna manera muestra el espíritu inglés de confianza ciega en la victoria, aunque podamos achacarle un cierto aire de “ir de sobrados”, como se dice coloquialmente.

La pregunta clave, empero, es: ¿Fue la intervención de la escuadra inglesa decisiva en la derrota española? Y aquí nuevamente, y pese a todo el mito procedente de Inglaterra, la respuesta es que no, hecho bien aceptado por algunos historiadores modernos británicos. A continuación analizaremos con datos objetivos el porqué de esta afirmación.

Galeón español del siglo XVI
Lo cierto es que el enfoque estratégico y táctico de las dos escuadras era bien diferente. La Armada era un batiburrillo de barcos de distintas características y capacidades, con un buen número de naves dedicadas al transporte. Por otro lado, la doctrina naval española estaba aún fuertemente marcada por los combates en el Mediterráneo, al estilo de Lepanto, con cañoneo a corta distancia, fuertes choques entre naves y sobre todo abordajes, haciendo que la batalla naval tuviera en la práctica un fuerte componente “terrestre”. Los mejores barcos de guerra españoles eran los galeones, con altas bordas y fuertemente artillados con cañones que podían disparar pesadas balas, pero con un alcance y precisión muy limitados. El resto de la flota, como ya se ha dicho, estaba compuesto mayormente de naves mercantes, y sus aptitudes en el proceloso Atlántico y en el combate a distancia eran escasas. En conjunto, se podría decir que la Armada era un gigante lento, patoso y pesado, capaz de navegar sólo a cuatro nudos, y con naves muy sobrecargadas y poco maniobreras.

Frente a esto, los ingleses –capitaneados por Lord Howard y Drake– jugaron con habilidad sus bazas. Disponiendo de unas 60 naves de guerra “modernas”, las usaron para hostigar a los españoles aprovechando sus oportunidades y evitando entrar en la táctica española. Los galeones ingleses eran más rápidos y maniobrables y estaban artillados con piezas no tan pesadas pero que podían lanzar balas a mucha distancia y con cierta precisión. Además, se habían preparado bien pues sabían de los planes españoles desde hacía meses, pues una iniciativa de tal tamaño no puede ser ocultada, como ya se demostró con la incursión de Drake de 1587.

Recreación artística del combate entre las dos flotas
Así, desde el primer encuentro entre ambas escuadras, que tuvo lugar el 31 de julio, los ingleses evitaron el contacto próximo y se dedicaron a cañonear casi impunemente a la Armada, que se defendió empleando la formación de una gran luna creciente. En esta situación, los ingleses se vieron incapaces de romper la formación española y los españoles incapaces de entrar al combate cercano con tácticas de abordaje. Como resultado de esta divergencia, los sucesivos combates fueron más bien escaramuzas, en las cuales la sólida construcción de los barcos españoles evitó lo peor, ya que podían encajar muchos cañonazos sin llegar a hundirse[10]. Los ingleses, a su vez, demostraron una buena organización y coordinación en estos ataques y minimizaron sus pérdidas.

Para los españoles, la impotencia era tremenda pues no podían forzar a los ingleses a la batalla para la que realmente estaban preparados. El propio Medina-Sidonia escribió posteriormente que: Los barcos enemigos eran tan rápidos y manejables, que nada podíamos hacer contra ellos.” Con todo, las bajas españolas en estos combates fueron mínimas y la pérdida de dos galeones (el San Salvador y el Nuestra Señora del Rosario) se debió a la explosión de la santabárbara y a la colisión con otra nave española, respectivamente[11]. Lo que sucedió a la postre es que el acoso británico dio sus frutos, ya que provocó un gran gasto de munición en la Armada, que se vio obligada a recalar en Calais para reaprovisionarse, aunque sólo se pudieron comprar víveres, no munición.

Lord Charles Howard, Almirante de Inglaterra
Luego vino el ya citado episodio de los brulotes que, aun siendo muy espectacular, no consta que consiguiese dañar significativamente ningún barco. En todo caso, sí forzó la salida de la escuadra del puerto y provocó la posterior batalla de Gravelinas (el 8-9 de agosto), magnificada tradicionalmente por la historiografía inglesa. Pero la realidad es que, pese a disponer de superioridad numérica y situación ventajosa, la flota inglesa no pudo despachar a las principales naves de combate españolas –incluyendo la nave capitana– que se habían quedado aisladas y que tuvieron que defenderse como mejor pudieron y supieron. Lo que nadie discute es que los ingleses aprovecharon la dispersión y desorganización de los barcos españoles para golpear con fuerza a la Armada, pero –aparte de causar graves daños y bastantes bajas– sólo fueron capaces de hundir un buque de guerra.

La flota británica prosiguió con la persecución, durante la cual los españoles por tres veces ofrecieron formación de combate al enemigo, pero los ingleses rehusaron el enfrentamiento. Finalmente, el día 12 los ingleses ya se retiraron, en parte por andar escasos de suministros y munición y en parte porque vieron claramente que los españoles iban a rodear Escocia, metiéndose en las traicioneras aguas del norte. A este respecto, se atribuye a Francis Drake otra frase de muy dudosa historicidad: “Dejemos a los pobres a cargo de esos agitados y duros mares norteños”.

Galeón Ark Royal, buque insignia de Howard
Pero el balance es claro: los barcos perdidos por los españoles como consecuencia de las acciones bélicas sólo fueron seis o siete. Por consiguiente, según los datos que barajan la mayoría de historiadores, después del enfrentamiento de Gravelinas Medina-Sidonia contaba aún con más de 100 naves para emprender la ruta de regreso y las bajas humanas por los combates directos se situaban en unas 1.500, lo que nos indica que la Armada no había quedado tan malparada tras el encuentro con los ingleses, pese a los daños recibidos.

Por lo tanto, no hubo gran victoria de la escuadra inglesa, aunque está claro que su intervención entorpeció seriamente los planes originales de la Armada y mantuvo a raya cualquier intención ofensiva española. Para utilizar un símil coloquial, podemos decir que el perro guardián de Inglaterra mordió al agresor y le obligó a recular pero en modo alguno le causó un daño decisivo.

Mito # 6: Las tempestades fueron la causa principal del desastre español



Acabamos de ver la parte militar de los eventos, pero muchos historiadores coinciden en señalar el determinante papel que tuvieron las tormentas en la desgracia y fracaso de la Armada. Nuevamente nos hemos de preguntar aquí si hay más mito que realidad, sobre todo por la influencia de la ya mencionada y tópica frase de Felipe II acerca de los elementos, que muy posiblemente jamás fue pronunciada. No obstante, se tiene constancia escrita de que el Rey, en una carta enviada al duque de Parma, expresó una idea semejante, aceptando con resignación los designios divinos: “En lo que Dios hace no hay que perder ni ganar reputación, sino no hablar de ello.”


Representación del naufragio de la Armada en las costas irlandesas
Obviamente, los elementos (tormentas, vientos, niebla, etc.) siempre han tenido una fuerte influencia en la guerra naval, pero hay que valorar su impacto en su justa medida y no sacar conclusiones precipitadas. A este respecto, las primeras tempestades que rompieron la escuadra antes de llegar al Canal de la Mancha fueron un revés relativo, que retrasó la empresa pero poco más. Las pérdidas y daños de este primer contratiempo fueron mínimos y al llegar a Inglaterra la Armada estaba prácticamente intacta. A su vez, los ingleses ­también habían tenido una mala experiencia con el tiempo –dato muy poco conocido en el relato global de los hechos– pues la flota inglesa ya había intentado entre junio y julio interceptar a la Armada en aguas españolas, pero tuvieron que echarse atrás debido a la fuerza de las tempestades y regresar a Plymouth para reabastecerse y reparar algunos barcos, más o menos lo mismo que le ocurrió a Medina-Sidonia.

Más adelante, el periodo comprendido entre finales de julio y finales de agosto no vio realmente un fuerte empeoramiento de las condiciones del mar o del tiempo y su influencia sobre los combates fue escaso, si exceptuamos el hecho de que el cambio de los vientos facilitó el escape de la Armada de la comprometida situación planteada en Gravelinas[12]. Y finalmente llegamos a lo que realmente fue el momento más crítico de la Armada, cuando, una vez superado ya el norte de Escocia (pasando junto a las islas Shetland), se encontró con unas tempestades extremadamente violentas que se cebaron con las naves más pequeñas y poco preparadas de la escuadra. En esta situación, tampoco ayudó mucho el hecho de que la cartografía de la zona de que disponían los españoles fuese bastante deficiente.

Ruta seguida por la Armada (según J. L. Casado Soto)
Nuevamente se produjo una gran dispersión de la flota, que en la práctica fue un “sálvese quien pueda” –a excepción del núcleo de barcos alrededor de la nave capitana– donde cada barco trató de capear el temporal y llegar a España. Los datos de las fuentes acerca del número de barcos naufragados varían bastante en esta ocasión (entre 20 y 40), aunque se coincide en estimar que casi todos ellos eran mercantes. En cuanto a las bajas humanas, las cifras más repetidas sitúan las muertes por naufragio por encima de las 8.000, a las que habría que sumar unas 2.000 más, correspondientes  a los hombres que fueron pasados por las armas al arribar a tierra irlandesa. Sólo unos pocos centenares de españoles salieron vivos de Irlanda, la mayoría de los cuales consiguieron escapar a Escocia, donde fueron recogidos al año siguiente por naves enviadas por Farnesio.

El Almirante Martínez de Recalde
Este fue el triste panorama de la Armada al alcanzar los puertos del norte español a finales de septiembre o ya en octubre e incluso noviembre. Muchas naves quedaron destartaladas por efecto de las tormentas y de los combates y bastantes de ellas no pudieron ser reparadas y quedaron para el desguace. Asimismo, muchos hombres, llegaron completamente exhaustos, hambrientos, enfermos y heridos, lo que provocó todavía más perdidas humanas. En este caso, se estima que, desde que Medina-Sidonia decidió rodear Gran Bretaña, fallecieron otros 8.000 hombres debido a la falta de víveres y de agua potable y a las durísimas condiciones del regreso. En cuanto a los altos mandos, se perdieron algunas personalidades de renombre, como Alonso de Leyva –que murió en el viaje de regreso– o Miguel de Oquendo y Juan Martínez de Recalde, que fallecieron al poco de llegar a los puertos españoles. De todas formas, es obvio que todo este infortunio ocurrió bastante después de finalizadas las operaciones navales (que concluyeron el 12 de agosto con la retirada definitiva de la escuadra inglesa) y por tanto no tuvo ninguna influencia en los hechos principales, sino en el regreso, cuando “el pescado ya estaba todo vendido”.

No obstante, ya en tiempos recientes, el historiador cántabro José Luis Casado Soto, tras revisar cientos de documentos de la época, estableció que la Armada tuvo unas pérdidas totales de 35 barcos, y dado que –como ya se ha apuntado– sólo se habían perdido 6 ó 7 naves en los encuentros con los ingleses, se deduce que las bajas a causa de las tempestades en Irlanda no llegaron a las 30, y que en su casi totalidad fueron urcas de transporte y barcos de tipo mediterráneo. Según sus conclusiones, fueron 122 barcos (de los cuales cinco eran pataches destinados exclusivamente para correo) los que llegaron a penetrar en el Canal de la Mancha, mientras que a los puertos españoles arribaron nada menos que 100[13], lo cual contradice el balance de más de 60 navíos malogrados por diversas razones –dato que se repite en la mayoría de las fuentes– y apunta a un porcentaje de pérdidas relativamente modesto, vistas las vicisitudes por las que pasó la Armada. Y entre los barcos perdidos sólo había un escaso 10% de navíos de guerra, más resistentes y capaces, que pese a los daños lograron llegar a puerto.

En cuanto a los heridos y enfermos, Casado afirma que fueron unos 9.000, y que fueron tratados adecuadamente, siguiendo instrucciones del Rey, sobreviviendo hasta el 90% de ellos[14]. Asimismo, en muchos libros y artículos se sigue insistiendo en que los españoles sufrieron un total de unas 20.000 muertes, pero hay estudios más recientes que se alejan de esa magnitud y hablan de unas 13.000, sumando todas las causas: los combates, los naufragios, las ejecuciones en Irlanda, las enfermedades y penalidades, etc. En esta reducción de cifras tienen un peso importante las nuevas estimaciones sobre el desastre de Irlanda, que –a juicio de las historiadoras Dolores Iglesias y Pilar San Pío– afectó a unos 6.000 hombres, de los que unos 3.700 murieron por ahogamiento, heridas o enfermedad y unos 1.500 ajusticiados a manos de ingleses e irlandeses[15]. El resto correspondería a los que pudieron sobrevivir y escapar a Escocia.

Por lo tanto, no se puede negar que las tempestades de Irlanda tuvieron un tremendo impacto en forma de naufragios, sobre todo en los vulnerables buques de carga, pero no supusieron ni mucho menos la destrucción de la Armada, desmintiendo así las habituales versiones que hablan de la pérdida de prácticamente la mitad de la flota.

Mito # 7: Gran parte del fracaso se debió a la ineptitud de Medina-Sidonia



A la muerte de don Álvaro de Bazán, el rey Felipe II escogió como sucesor en el mando supremo de la Armada a Don Juan Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y Zúñiga, duque de Medina-Sidonia, Grande de España, entre otros muchos títulos. Pese a no ser un marino, el Rey lo nombró “Capitán General del mar Océano”, confiando en sus cualidades de buen gestor y organizador, aparte de ser un hombre de su total confianza.

El duque de Medina-Sidonia
Pero para muchos historiadores, sobre todo del lado español, este nombramiento no pudo ser más desacertado, ya que Medina-Sidonia era en realidad un administrador, con muy poca trayectoria militar y nula experiencia en la mar. De este modo, se convirtió en una especie de chivo expiatorio, y en gran parte culpable del desastre español, por encima del tema de las tormentas o del acoso de los ingleses. Y una vez más, vamos a tener que desmontar este mito, aunque desde luego no se puede negar que algo hay de verdad en las afirmaciones de los más críticos.

Por de pronto, Medina-Sidonia trató por todos los medios de zafarse del nombramiento y pidió al Rey que no se le concediese tal responsabilidad, argumentado su obvia falta de conocimiento en temas de guerra naval. Pero Felipe II quería un jefe para su flota y ya no podía esperar más, así que Medina-Sidonia acabó asumiendo su destino e intentó ser lo más “profesional” posible, dadas las circunstancias. Con este ánimo se aprestó a acelerar los preparativos de la Armada, a fin de tenerla a punto para partir a la mayor brevedad posible, aunque no todo se pudo solucionar adecuadamente. Lo que es innegable es que en febrero sólo había disponibles 104 barcos y unos 10.000 hombres y él consiguió que en mayo hubiera 130 barcos listos y casi el doble de hombres, si bien para ello tuvo que poner incluso dinero de sus arcas.

Sin embargo, una vez en la mar, empezaron bien pronto los problemas. Así, muchas provisiones –que habían pasado demasiado tiempo almacenadas– se pudrieron al poco de partir, el agua se estropeó, bastantes hombres enfermaron y unos pocos barcos tuvieron problemas de navegación. Todo esto impulsó al duque a recalar en La Coruña, donde perdió a una buena parte de la flota, que sufrió algunos temporales y quedó dispersa. Entretanto, aprovechó este percance para volver a escribir al Rey, quejándose de la poca fuerza de la Armada, de la escasez de vituallas e incluso de la falta de competencia de sus más altos oficiales. En esa carta, fechada a 24 de junio de 1588, ya avisaba acerca de lo que pasaría si la Armada no tenía éxito (de lo cual parecía estar seguro) e incluso se permitía sugerir al Rey que renunciase a la empresa en curso y buscase algún entendimiento con los ingleses:

“De todo esto he querido dar parte á V. M., alargándome en lo que he discurrido, con haberlo encomendado mucho á nuestro Señor, para que V. M. elija lo que más conviniere á su real servicio en la ocasión presente en que esta Armada se halla, remediando estos inconvenientes que se ofrecen con tomar algunos medios honrosos con los enemigos, asegurando más esta jornada, y las necesidades de Vuestra Majestad también obligan á que se mire muy adelante lo que se emprende, teniendo tantos que envidien su grandeza y estados.”[16]

La Gran Armada en aguas del Canal (cuadro del artista holandés Van Wieringen)
Más adelante, y ya con la Armada en el Canal, surgió la oportunidad de atacar a la flota inglesa que estaba refugiada en su puerto de Plymouth, a causa del mal tiempo. Dadas las características de los barcos de unos y otros y la ventaja de la situación táctica, la “vieja guardia” de Bazán –compuesta por marinos muy experimentados como Juan Martínez de Recalde, Pedro de Valdés, Miguel de Oquendo o Martín de Bertendona– le planteó a Medina-Sidonia la posibilidad de atacar a los ingleses, pero éste desoyó a sus altos oficiales, con los cuales ya existía un notable distanciamiento, y mandó proseguir la ruta por el Canal, aduciendo que debía cumplir las instrucciones del propio Rey. Para algunos historiadores esta decisión fue catastrófica y marcó el rumbo de los acontecimientos posteriores, aunque para otros el ataque comportaba ciertos riesgos y Medina-Sidonia obró con cautela y siempre con el respaldo del Consejo.


Hasta aquí, visto lo visto, se puede decir que los que culpan a Medina-Sidonia del desastre de la Armada tienen parte de razón, pero las cosas se han de ver desde una perspectiva más grande, que sin exculpar del todo al noble andaluz sí al menos le deja en un lugar un poco más honroso. En efecto, se puede admitir que Medina-Sidonia era un incompetente para esta misión, pero la responsabilidad puesta sobre su hombros era muy grande. En este difícil contexto, trató de asesorarse y buscar apoyo en los altos oficiales, pero por alguna razón no hubo confianza ni complicidad entre ellos desde el principio. Por otra parte, Felipe II había diseñado su plan de operaciones con bastante detalle –incluyendo directrices de navegación, combate y desembarco– y exhortó a Medina-Sidonia a que se ajustara a dicho plan, sobre todo en lo tocante a unir sus fuerzas con las de Farnesio en Flandes.

Con estos antecedentes, no es muy difícil deducir que el duque no quiso tomar más decisiones de las estrictamente necesarias y optó por ceñirse a lo ordenado por el monarca. Desde esta perspectiva, no se le pueden achacar según qué desgracias, porque el mandato real le concedía un escaso margen de libertad. Por lo demás, siguió conferenciando con sus oficiales y se dejó aconsejar en las situaciones de combate, sobre todo por el capitán de su nave, el veterano marino Diego Flores de Valdés. En cualquier caso, trató por todos los medios de que su parte del plan real se cumpliese, para lo cual se preocupó de enviar mensajes constantemente al duque de Parma para informarle de sus movimientos y para que éste hiciese los esfuerzos precisos en la parte del plan que estaba bajo su responsabilidad.

Finalmente, con la Armada arrojada lejos de las aguas de Flandes, perdida la esperanza de que Farnesio pudiera intervenir y con una perspectiva de combate con los ingleses poco halagüeña, el duque vio que la flota estaba en un callejón sin salida. El 10 de agosto se vio forzado a tomar una determinación y se reunió con sus oficiales, los cuales –en su mayoría– querían volver al Canal, siempre que el tiempo lo permitiera, y acabar allí la lucha para bien o para mal. Así las cosas, Medina-Sidonia decidió que –visto que el viento les seguía empujando hacia el norte– se tomaría esa ruta a fin de volver a España. Con todo, era patente que había ya pocos víveres y agua y que iban bastante faltos de munición, lo que sumado a los daños recibidos, los heridos y los enfermos, presentaba un panorama sombrío si se quería volver a la lucha con los ingleses.

De esta forma se llegó a la dolorosa retirada por el norte que finalizó como ya sabemos, aunque difícilmente se puede culpar al duque del efecto de las terribles tormentas, que fueron del todo excepcionales, incluso para aquella zona y en aquella estación del año. Por consiguiente, cabe la posibilidad de que –en caso de no haberse desencadenado tales tormentas– el regreso hubiese sido mucho menos duro. Por otra parte, quizás la vuelta al Canal hubiera sido un desastre aún mayor, pero es imposible saberlo.

Puerto de Santander (s. XVI)
Así pues, Medina-Sidonia, siendo novato en tal empresa, hizo lo que pudo en cada momento y circunstancia y trató de mantener su autoridad a lo largo de toda la expedición, lo que incluyó algún episodio de máxima severidad[17]. En general, según varios autores, se comportó con responsabilidad y valentía, manteniéndose en su puesto de combate en los momentos más complicados y socorriendo a las naves que lo precisaban, siempre que ello no fuera en detrimento de la seguridad de toda la flota. Consiguió mantener agrupado a un buen número de naves en el paso por Irlanda –en el momento de las peores tormentas– y llegó a Santander enfermo y completamente exhausto, como la mayoría de sus hombres. Sea como fuere, Felipe II le exculpó del fracaso y el duque se retiró posteriormente a Andalucía.

Podemos admitir que Medina-Sidonia seguramente se equivocó algunas veces, pero no sabemos qué hubiera ocurrido en otros escenarios y con otras personas. Tal vez Bazán hubiera pasado por otros acontecimientos desfavorables y no habría podido solventarlos pese a su dilatada experiencia. A este respecto, el historiador norteamericano Garrett Mattingly llegó a afirmar que ni el propio Lord Nelson hubiera podido conducir a la Armada a la victoria, dadas las grandes dificultades intrínsecas de la misión. Por tanto, achacar al duque gran parte del fracaso de la Armada parece más que excesivo, vista la complejidad de los eventos y de varios factores que escapaban de su alcance. Además, resulta evidente que las principales responsabilidades tenían que venir de más arriba.

Por cierto, vale la pena recalcar aquí que el almirante de Inglaterra, Lord Charles Howard of Effingham, no tenía mucha más experiencia que Medina-Sidonia en asuntos navales y también ejercía ese cargo más por razones de alcurnia que de conocimiento, pero era un hombre de gran resolución que supo realizar un buen trabajo en equipo y coordinar brillantemente las fuerzas de su teniente general, Francis Drake, y de sus jefes de escuadra, Frobisher, Hawkins y Seymour.

Mito # 8: Medina-Sidonia no tenía más opción que volver al Canal o rodear las Islas Británicas



Enlazando con el mito anterior, hay que realizar una matización importante para romper con otro tópico que parecería indiscutible: o bien la Armada volvía a enfrentarse a los ingleses o bien tomaba rumbo norte, hacia Escocia. Sabemos que Medina-Sidonia escogió esta última opción. Pero... ¿tenía alguna otra alternativa? La respuesta es que sí, y tal alternativa venía de la mano del duque de Parma, al cual ya le habían llegado noticias de lo acontecido en Gravelinas. Este episodio está narrado en el clásico de Fernández Duro, a partir de documentos originales de la época.

Alejandro Farnesio, duque de Parma
En efecto, Medina-Sidonia había enviado un despacho a Farnesio indicándole su situación y la decisión tomada –tras haber oído a sus oficiales– de arrumbar al norte, rodear Escocia y volver a España pasando por Irlanda. Al recibir esta información, Farnesio vio que, aun renunciando al plan inicial, la Armada todavía era enorme fuerza militar que podía ayudarle en sus planes de pacificar Flandes. Por ello envió al capitán Francisco Moresín (que ya había ejercido de correo entre ambos jefes, función para la que había sido escogido directamente por Felipe II) a que alcanzara a la Armada y rogase al duque que no tomase la peligrosa ruta norte, ya que existía la posibilidad de desviar la Armada hacia ciudades libres del Imperio Español, a puertos de la Liga Anseática o a puertos neutrales, para lo cual le enviaría pilotos expertos. Allí, la flota se podría reabastecer y operar ese mismo invierno contra los rebeldes en Flandes, con la opción de concluir más adelante la misión contra Inglaterra.

Al parecer, Moresín llegó hasta la Armada y comunicó a Medina-Sidonia la oferta de Farnesio, pero éste la desechó. Además, no la compartió con ninguno de sus mandos ni la hizo constar en su Diario, en el cual no figuraba ninguna cuestión polémica o que pudiera incriminarle. Por supuesto, no sabemos qué hubiera podido pasar si el duque hubiera hecho caso a esta propuesta. Por un lado, es un escenario del todo nuevo que tal vez hubiera cambiado el rumbo de los acontecimientos, si bien hay que tener en cuenta que quizá ese movimiento no fuese posible, dado el empuje de la corriente y los fuertes vientos hacia el norte. Por otro lado, tal vez Medina-Sidonia había perdido ya la confianza en el duque de Parma. O quizás lo vio todo demasiado complicado y creyó que salida por el norte y el regreso a España evitaría nuevos combates y nuevos males. En todo caso, esa alternativa quedó descartada y la Armada se encaminó a su destino.

Mito # 9: Felipe II desistió de volver a atacar Inglaterra directamente



En la actualidad, para casi todo el mundo en Gran Bretaña y España el desastre de la Invencible fue definitivo e hizo ver a Felipe II que no había forma de invadir Inglaterra, con lo cual abandonó cualquier iniciativa en este sentido y prosiguió con la guerra en otras latitudes. Por lo menos esto es lo cree la gente, porque en la educación escolar se omiten otros hechos menos relevantes que ocurrieron hacia el final del reinado del monarca español y de la guerra entre ambos países y que –a pesar de ser bien conocidos por la historia científica– son ignorados por la historia oficial.

Me estoy refiriendo, claro está, a las otras “Armadas” o grandes flotas que Felipe II envió contra Inglaterra, de tamaño igual o superior a la original y con unos objetivos similares. La primera de ellas zarpó de Lisboa en octubre de 1596 (comandada por Martín de Padilla) y la segunda partió de La Coruña justo un año después, en octubre de 1597 (comandada por Juan del Águila). En ambos casos, los temporales volvieron a jugar una mala pasada a los españoles, pues las flotas quedaron totalmente dispersadas y se tomó la decisión de regresar. Sin embargo, cabe resaltar que en la expedición de 1597 al menos un contingente de unos 400 soldados de élite logró desembarcar al oeste de Inglaterra, en la localidad de Falmouth, donde se hicieron fuertes y esperaron refuerzos para avanzar sobre Londres, ante la pasividad de la milicia inglesa, que no osó atacarles. Pero tales refuerzos no llegaron, al haberse retirado ya la casi totalidad de la escuadra, con lo cual a los dos días embarcaron de nuevo y regresaron sin mayores problemas a la Península. En esta ocasión no hubo prácticamente oposición naval de los ingleses, cuya escuadra principal había partido hacia América para atacar a la flota de Indias.

Galera española del siglo XVI
Pero ya antes, en el verano de 1595, había tenido lugar un breve episodio de invasión, cuando una pequeña escuadra de cuatro galeras al mando de Don Carlos de Amésquita zarpó de la costa francesa y desembarcó una pequeña fuerza de arcabuceros en la bahía de Mounts (condado de Cornualles). Allí se reaprovisionaron, realizaron algunos saqueos en los pueblos circundantes y celebraron una misa católica en suelo inglés. A los dos días, reembarcaron sin que las milicias inglesas les causaran ningún daño. En su huida, hundieron un barco de la Royal Navy y eludieron la persecución de la flota de Drake y Hawkins.

Finalmente, hubo una última incursión en las Islas Británicas[18], que tuvo lugar en Irlanda en octubre de 1601, con el desembarco en Kinsale de unos tercios al mando de Juan del Águila, con el propósito de apoyar a los rebeldes irlandeses. En esta ocasión, la intervención fue más larga, pero no obtuvo ningún fruto y las tropas hispano-irlandesas fueron derrotadas a inicios de 1602.

Por lo tanto, queda bien claro que hubo otras “Armadas” y que Felipe II mantuvo su política de golpear directamente a Inglaterra, pese al (relativo) varapalo sufrido por la expedición de 1588. Otra cosa sería preguntarnos el porqué de tanta insistencia y por qué no se aprendieron las debidas lecciones, puesto que los resultados finales fueron igual de fallidos que en la primera ocasión, si bien con muchas menos pérdidas.

Mito # 10: La derrota de la Armada puso fin a la preponderancia española frente a Inglaterra



Para una parte de la historiografía (sobre todo inglesa), el desastre de la Armada supuso un punto de inflexión que marcó el declive del Imperio Español y puso las bases del Imperio Británico. Sin embargo, este episodio, tan exaltado a lo largo de los siglos, ha sido muy injustamente sobredimensionado en el marco histórico del siglo XVI, hasta el punto de borrar de la memoria otros hechos y circunstancias que reflejan mucho mejor la situación general del conflicto entre ambas potencias a finales de dicho siglo. Aquí, una vez más, la historia oficial o nacional pasa por encima de la ciencia y se queda con lo más sobresaliente, lo más épico o lo más conveniente, según queramos verlo.

Así pues, la realidad de los hechos históricos supera a los tópicos e ideas preconcebidas, y prácticamente no hay ningún experto (inglés, español o de cualquier nacionalidad) que sustente ya el mito enunciado. Para empezar, hay que situar el episodio de la Armada en una guerra que se extendió de 1585 a 1604, durante la cual hubo altibajos, ataques y contraataques, pero sin ventajas decisivas a favor de una u otra potencia. Y en este sentido, el fracaso de la Armada no supuso un punto de inflexión ni mucho menos.

En efecto, en 1588 la monarquía inglesa se había apuntado un tanto prácticamente sin hacer gran cosa en el terreno militar, pero al año siguiente cometió una gran torpeza que apenas aparece en los libros de historia. Se trata de la mucho menos famosa Armada inglesa o “Contra-Armada”, organizada por Francis Drake y sufragada por la Corona con el fin de golpear a los españoles en su terreno. La reina Isabel marcó como primer objetivo la destrucción de los galeones sitos en los puertos del Cantábrico para finiquitar el poder naval español, y en segundo lugar el ataque a Portugal.

Sir Francis Drake
Así, Drake zarpó hacia a la Península el 14 de abril de 1589 con cerca de 200 barcos y un gran ejército embarcado de unos 20.000 hombres al mando del general John Norris. Pero una vez en el mar Drake –que siempre tuvo más espíritu de bucanero que de militar– decidió actuar por su cuenta, en busca de gloria y sobre todo botín, y en vez de atacar los puertos del norte procedió a asaltar a finales de mayo la ciudad de La Coruña, donde tenía noticia de que había un gran tesoro. Sin embargo, tras varios días de duros combates, Drake –habiendo sufrido grandes pérdidas y sin haber podido doblegar la defensa española– desistió en su empeño y se dirigió a Portugal, donde esperaba triunfar gracias a la ayuda de los rebeldes portugueses. Pero Drake volvió a fracasar ante Lisboa y las tropas de Norris desembarcadas fueron hostigadas constantemente, sin recibir los esperados refuerzos, ni ingleses ni portugueses. Al ver que no había salida, el 18 de junio la expedición reembarcó, volviendo a Inglaterra sin apenas botín, con un 70% de bajas (como efecto de los combates y las enfermedades) y habiendo perdido al menos 12 barcos.

Y ya en 1591 los ingleses volvieron a sufrir otro duro revés en las Azores, donde fueron vencidos en la batalla de Flores, en la cual perdieron uno de sus mejores galeones, el HMS Revenge. Más adelante se produjeron otros episodios bélicos de mayor o menor alcance, pero Felipe II se preocupó de recuperar rápidamente el poder marítimo español, promoviendo la reparación de los barcos de guerra y la construcción de otros nuevos (más al estilo británico). En consecuencia, las flotas de Indias navegaron en convoyes bien protegidos y así el tráfico atlántico de mercancías –y sobre todo de metales preciosos– no sufrió apenas menoscabo. Los ingleses, pese a todo, continuaron con sus ataques de corsario, pero –aparte del exitoso saqueo de la ciudad de Cádiz en 1596– no pudieron imponerse a las escuadras españolas de América. De hecho, Drake y Hawkins murieron antes de finalizar el siglo en una fracasada expedición al Caribe. Y como ya hemos visto, el rey español –una vez restablecido su poder naval– siguió amenazando con la invasión de Inglaterra prácticamente hasta el momento de su abdicación y fallecimiento, en 1598.

Finalmente, desaparecidos de escena Isabel y Felipe, sus sucesores –los reyes Jacobo I de Inglaterra y Felipe III de España– decidieron entablar conversaciones de paz que culminaron con el Tratado de Londres de 1604. Con este acuerdo se puso fin a casi 20 años de enormes gastos militares y muchísimas pérdidas humanas, si bien la situación geoestratégica apenas cambió. El tratado en cierto modo fue favorable a España, que recibió garantías de la no intervención inglesa en sus intereses continentales y del freno a la piratería en el Atlántico a cambio del favorecimiento de los intereses comerciales ingleses en América y la renuncia a promover el catolicismo en el país. No obstante, el conflicto en los Países Bajos siguió su curso y años después se reanudó la tradicional hostilidad con Francia, pero eso ya es otra historia.
Delegaciones de paz de España e Inglaterra en Somerset House, Londres (1604)
En resumidas cuentas, el fracaso de la Armada fue un episodio sobredimensionado por la historiografía de la época y que ha perdurado hasta nuestros días por simples motivos nacionalistas. Pero de ningún modo supuso el descalabro del Imperio Español –que tendría lugar mucho después y en otras circunstancias– ni la preponderancia de Gran Bretaña. Antes bien, para este país la guerra tuvo más de ruina que de beneficio pero constituyó un paso firme en su rol de potencia marítima mundial, que no se consolidó hasta bien entrado el siglo XVII y sobre todo el XVIII.

© Xavier Bartlett 2016

Fuente imágenes: Wikimedia Commons

Ver 2ª parte de Mitos y falsedades de la historia: la Armada que nunca fue "invencible"




[1] Según varias fuentes, aquí se sumaron nuevos barcos a la expedición, haciendo que la Armada zarpase de La Coruña con 137 naves.

[2] Barcos no tripulados cargados con pólvora y luego incendiados.

[3] Otros datos recientes apuntan, en cambio, a pérdidas mucho menores, como ya detallaremos.

[4] No hay constancia histórica de que Felipe II pronunciase tales palabras, aunque –como dicen los italianos– “se non è vero, è ben trovato”. Muchos autores consideran que es simplemente falsa.

[5] Aunque parezca mentira, esta visión tan sesgada ha perdurado hasta nuestros tiempos, pues en la reciente película “Elizabeth: la Edad de Oro”, cuyo argumento en gran parte está basado en el episodio de la Armada Invencible, se seguía presentando a Felipe II de forma ridícula y torticera, casi un esperpento, en un ejercicio de maniqueísmo muy poco disimulado, aparte de incluir numerosas licencias o tergiversaciones de la realidad histórica, tal vez por aquello de que “la verdad nunca debe estropear una buena historia.”

[6] Fuente: http://www.primaryhomeworkhelp.co.uk/tudors/armada.htm

[7] HUTCHINSON, R. The Spanish Armada. Thomas Dunne books, 2014.

[8] La mayoría de ellos eran urcas y pataches alquilados a alemanes, flamencos e italianos.

[9] El coste global de la empresa ascendía a unos 4 millones de ducados, una enorme suma para la época.

[10] Algunos galeones, como el San Martín, nave insignia de Medina-Sidonia, o el Santiago, nave del almirante Martínez de Recalde, encajaron más de 300 impactos de cañón.

[11] Ninguno de los dos llegó a hundirse pese a quedar en muy mal estado. Fueron apresados por Drake, que los llevó a puertos ingleses, después de quedarse con el botín.

[12] Las naves españolas se vieron entre la espada y la pared, pues los vientos las empujaban a los bajíos de la costa de Flandes donde podían haber embarrancado y entretanto habían de hacer frente a la presión de la flota inglesa. Pero en ese punto los elementos se pusieron de parte española,  y se produjo un fuerte cambio en los vientos, que alejaron a la Armada tanto de la costa como de los ingleses.

[13] Este total de naves salvadas del desastre debe incluir por fuerza los barcos que no llegaron a tomar parte en los hechos del Canal y la posterior retirada; de no ser así, no cuadrarían las cifras. Otras fuentes hablan exactamente de 87 ó 92 barcos llegados a los puertos españoles tras los temporales.

[14] Por cierto, en el bando inglés no sucedió lo mismo, ya que la Reina Isabel desatendió a toda la marinería que había participado en la defensa de su país, como se deduce de esta carta de Lord Howard a la Reina: “Es lastimoso presenciar cómo los hombres padecen después de haber prestado tal servicio. Valdría más que Su Majestad la Reina hiciera algo en su favor y no los dejara llegar a semejante extremo, porque en adelante quizá tengamos que volver a necesitar de sus servicios; y si no se cuida más de esos hombres y se les deja morir de hambre y de miseria, será muy difícil conseguir su ayuda.”

[15] Fuente: http://xornaldegalicia.es/opinion/por-jose-antonio-de-yturriaga/7946-el-mito-de-l-victoria-inglesa-sobre-la-gran-armada-y-sus-repercusiones-en-irlanda-6-vi-2015

[16] FERNÁNDEZ DURO, Cesáreo. La Armada invencible (tomo II). Impresores de la Real Casa. Madrid, 1885.  p. 137

[17] Es sabido que tras la batalla de Gravelinas Medina-Sidonia mandó juzgar a varios capitanes que habían mostrado cobardía o pasividad y ordenó que uno de ellos, el capitán Cristóbal de Ávila (de la urca Santa Bárbara), fuera ahorcado y expuesto como ejemplo a la visión de toda la flota.


[18] A reseñar que cuando tuvo lugar este hecho Felipe II ya había fallecido, pero se trataba de los últimos coletazos del conflicto.

3 comentarios:

Piedra dijo...

Recuerdo que siempre que se mencionaba este tema mi padre explicaba más o menos esto: que lo de la armada invencible, fue un mote que pusieron los ingleses para ridiculizarnos. Ni él ni yo entendíamos porque los propios historiadores españoles han seguido durante tanto tiempo el juego a los hijos de la Gran Bretaña.

En fin que documentarse hace años, (como hizo mi padre), era más difícil pero no imposible, cuando menos ahora con la gigantesca biblioteca que ofrece internet, el caso es estar interesado en ello.

Un saludo.

Xavier Bartlett dijo...

Apreciado Piedra,

Es que Gran Bretaña es mucha Gran Bretaña, por si no lo sabías...

En la segunda parte de este artículo (que espero que saldrá este mes) me introduciré un poco en el análisis de los hechos y en el porqué la historiografía española "olvidó" el tema. Lo que está claro es que siempre hubo sesgos nacionales y partidistas, como en todas las historias oficiales, y más aún cuando se trata de guerras, en que la verdad resulta herida de muerte desde el principio.

Hoy en día, como bien apuntas, hay mucha información en Internet -y relativamente diversa- pero no te creas que tan objetiva en todos los casos. Lo que es muy de agradecer es que, pese a sus prejuicios, los historiadores ingleses modernos han sido bastante rigurosos y ecuánimes. Y por desgracia he notado un sutil "revanchismo" en algunos comentaristas españoles, pero son los menos.

saludos,
X.

Anónimo dijo...

De un pueblo tan envanecido que, conduciendo por la siniestra y al mantener su moneda, se iba distanciando cada vez más en "millas" del continente, ¿qué se podía esperar sino su ruptura final con la U.E.? La irreflexión que presidió el referéndum se encuadra en el acervo de su asimilación de infinitivo y pretérito en ciertos irregulares, los nombres reiterativos de sus calles y la ubicuidad ceremonial del té.