Introducción
“No es el hombre el que desciende del simio, sino que es el
simio el que desciende del hombre”. Esta frase la escuché hace ya algunos años
y me causó una cierta hilaridad, sobre todo como contraposición jocosa al bien
establecido evolucionismo darwinista. Sin embargo, con el tiempo y las nuevas
investigaciones, esta especie de broma ha empezado a cobrar cierto sentido
desde el punto de vista científico, aunque todavía se mantiene dentro de la heterodoxia
más radical.
Antes de proseguir, empero, hay que aclarar que no debemos
tomar esta afirmación literalmente, sino que hay que enfocarla como un
cuestionamiento de la evolución humana desde nuevos planteamientos teóricos y
desde las pruebas físicas disponibles, con un punto central de debate: el
bipedalismo de los homínidos. Precisamente, dicho debate nos lleva a una doble
hipótesis: o bien que el ser humano anatómicamente moderno es muchísimo más
antiguo de lo que nos han explicado hasta ahora o bien que los ancestros
comunes tanto de humanos como de simios modernos no eran como nos los han
pintado[1].
O quizá ambas cosas sean ciertas...
En todo caso, los nuevos hallazgos aportan complejos
escenarios y más dolores de cabeza a los evolucionistas, que una vez más se
esfuerzan por encajar las pruebas sobre el terreno en su intocable marco
teórico (iba a poner “su religión”), lo que a menudo les deja desconcertados o
les obliga a realizar complicados malabarismos para mantener las verdades y los dogmas que el paradigma
darwinista lleva imponiendo desde hace más de un siglo. Pero empecemos por el
principio.
¿Una propuesta disparatada?
H. P. Blavatsky |
Si retrocedemos al siglo XIX, la famosa ocultista Madame
Blavatsky ya planteó un panorama totalmente distinto para el origen del hombre,
que se desmarcaba tanto de las escrituras bíblicas como de la entonces reciente
teoría de la evolución de Darwin[2],
que se estaba consolidando entre la comunidad científica. Blavatsky, basándose
en textos esotérico-mitológicos, hablaba de una humanidad que se
remontaría a muchos millones de años y que habría involucionado a través de una
serie de eras, desde unas razas prácticamente etéricas hasta el moderno hombre,
“pequeño”, material y mortal. Pero la visión de Blavatsky incluía además un
origen bien heterodoxo para los primates, los cuales habrían surgido de la
hibridación de los humanos arcaicos con otras criaturas inferiores, con lo cual
se daría un respaldo a la propuesta de que los primates no eran los ancestros
del hombre sino que más bien constituirían una degeneración de éstos[3].
Así, según la teosofía, los primeros primates se parecían
bastante a los humanos, aunque con el paso de los milenios se fueron haciendo
más y más distintos. Ahora bien, los atlantes (una raza anterior a la nuestra),
al ver la gran degeneración que ellos mismos habían creado, se habrían dedicado
a exterminar a los simios más parecidos a los humanos, dejando sólo a los menos
avanzados, que serían en definitiva los ancestros de los actuales simios.
Asimismo, la mitología hindú recoge un escenario muy similar, pues en el poema
épico Ramayana se muestra a los simios como muy próximos a los humanos,
y se les atribuía incluso la capacidad de hablar y de tener leyes y gobiernos.
La polémica obra de B. Kurtén |
Pero si dejamos ahora el confuso terreno del ocultismo y
saltamos a finales del siglo XX, algunos científicos –nada sospechosos de ser
esotéricos– empezaron a descubrir numerosas pegas en los axiomas evolucionistas
con respecto al origen del hombre y su supuesta procedencia de un cierto
primate, antecesor común de humanos, chimpancés, gorilas, etc. Así, ya en 1971
el antropólogo finlandés Bjorn Kurtén en su obra Not from the apes (“No
de los simios”) afirmaba que el origen de las grandes diferencias entre simios
y humanos debía remontarse a una antigüedad enorme, por lo menos hasta unos 35
millones de años y que de hecho sería la rama de los simios modernos la que
habría derivado de un tronco humano. Según su visión, a partir del estudio de
los fósiles, el ser humano no podía descender de ninguna criatura simiesca,
sino que más bien los actuales simios descendían de una línea humana muy
arcaica. Para Kurtén, un pequeño simio de rasgos humanos llamado Propliopithecus
(del Oligoceno) habría sido el
antecesor del Ramapithecus y
homínidos posteriores, como los australopitecinos. Por otra parte, el Dryopithecus,
una criatura más simiesca, habría dado origen a la línea ancestral de los
primates actuales
Años más tarde, en 1981, los investigadores John Gribbin y
Jeremy Cherfas retomaron esta hipótesis y sugirieron un escenario distinto de
la evolución humana, planteando la posibilidad de que los simios descendieran
de los humanos y no al revés, si bien su propuesta no era tan radical como se
podría esperar. Así, admitían que el ser humano podía descender de una línea de
australopitecinos, pero que éstos no se habían extinguido en la línea evolutiva
sino que habrían dado lugar a los actuales chimpancés y gorilas, cuyos
antepasados nunca han sido hallados por los paleontólogos (¡mira por
dónde!). Según Gribbin y Cherfas, las mutaciones podrían ir en un sentido u
otro y revertir anteriores avances. De este modo, los australopitecos, en tanto
que homínidos erguidos[4],
fueron los antecesores del género Homo, pero luego algunos de ellos
habrían revertido este paso y habrían vuelto a la vida arborícola.
La cuestión del bipedalismo
El estereotipo de la evolución del bipedalismo |
Y aquí es cuando aparecen varias teorías bien alejadas de la
ortodoxia darwinista. Por ejemplo, el zoólogo franco-alemán François de Sarre
opinaba a finales del pasado siglo que
en modo alguno la transición al bipedalismo fue un rasgo “reciente” que tuvo
lugar en unas criaturas simiescas hace unos pocos millones de años. De Sarre
cree que el escenario evolutivo humano ha sido fabricado a partir de
observaciones erróneas y de muchos prejuicios. Desde su punto de vista, la
estructura anatómica humana no indica una maduración desde simios “fetales”,
sino todo lo contrario: los simios muestran un evidente avance anatómico allá
donde la evolución de los humanos se detuvo.
Para sustentar este concepto, de Sarre se fija sobre todo en
la embriología y la anatomía comparativa, dada la gran precariedad del registro
paleontológico. Así, los embriones humanos comparten con los de otros mamíferos
una posición bastante centrada del foramen mágnum[5]
(en unos 90º grados con relación al plano de la cara). Ahora bien, en el
resto de animales –según avanza el desarrollo del embrión– el foramen se
va retrasando y el ángulo se va abriendo hasta 140º en los primates y hasta
180º en el caso de los animales totalmente cuadrúpedos. En cambio, en los
humanos el ángulo se queda en unos 120º, que es lo que permite nuestra
locomoción bípeda. Y si se analizan los pies de los humanos, que muestran
diferencias bien apreciables respecto a los del resto de los primates, se puede
deducir que nunca pertenecieron a un cuadrúpedo o a una criatura arborícola. Y
una vez más, en los embriones de primates se aprecia que los pies tienen una
estructura muy similar a los humanos, pero según progresa su desarrollo van
tomando la típica forma prensil que les permite moverse con facilidad en los
árboles. En cuanto a las manos de los primates, son semejantes a las humanas,
pero ellos las utilizan para caminar sobre los nudillos.
Bigfoot: ¿criatura deshumanizada? |
En una línea semejante, la paleontóloga del CNRS Yvette Deloison ya expuso
hace unos años que la primitiva estructura de la mano humana es la prueba
inequívoca de la existencia –hace unos 15 millones de años– de un ancestro
común de humanos, australopitecos y grandes simios actuales, que de ningún modo
pudo ser una criatura arborícola o cuadrúpeda. Deloison sostiene que el pie
humano está claramente adaptado al bipedalismo, y si damos por hecho que la
evolución “no retrocede”, ese antepasado común bípedo no tenía manos o pies
especializados. Dicho de otro modo, de un ser arborícola no puede derivarse un
ser bípedo. En todo caso, fue más tarde cuando una rama de esas criaturas se
adaptó plenamente a la vida arborícola y desarrolló esos característicos pies prensiles.
Por lo tanto, en algún momento se produjo una bifurcación definitiva entre la
criatura completamente bípeda (la raíz del género Homo) y el animal
cuadrúpedo-arborícola.
Este mismo concepto ha sido retomado recientemente por Aaron Filler, biólogo evolucionista
de la Universidad de Harvard y autor del libro The upright ape (“el
simio erguido”), cuya investigación apunta a que los antepasados de los humanos
arcaicos, así como los de los grandes simios, caminaron erguidos y no sobre
nudillos, como los actuales simios. Para llegar a esta conclusión, Filler ha
estudiado las columnas vertebrales de unos 250 mamíferos, algunos de ellos ya
extinguidos y con antigüedades que se remontarían hasta los 220 millones de
años. Filler alude a una serie de cambios fisiológicos –relacionados con la
espina dorsal y un tejido llamado septum horizontal[7]–
que surgieron posiblemente por un defecto genético de nacimiento, los cuales
habrían creado a un primer ser “hominiforme”. Y dadas estas anomalías
anatómicas, este mamífero sólo habría podido sentirse cómodo caminando erguido.
Stephen J. Gould |
Aparte, Aaron Filler cita que se han hallado vértebras
fósiles de otros tres posibles primates bípedos, lo que confirmaría ese inicio
de locomoción bípeda que luego “degeneraría” hacia la vida arborícola y el
desplazamiento a cuatro patas, apoyándose en los nudillos. En este sentido,
Filler se refiere a los actuales siamangs, un simio arborícola de la familia
de los gibones, cuyas crías son capaces de caminar erguidas de forma
innata sobre las ramas de los árboles, sin usar para nada la locomoción con
nudillos. Así, Filler complica un poco las cosas al sugerir que el bipedalismo
no se desarrolló sobre el suelo sino sobre las ramas de los árboles, que debían
ser muy numerosos hace 20 millones de años. A su vez, los ancestros de
chimpancés y gorilas tal vez evolucionaron hacia la locomoción con nudillos
porque este era un modo más rápido de desplazarse.
Huellas incómodas
Para añadir más
leña al fuego en esta controversia, está la cuestión de las huellas de pisadas
humanas realizadas hace cientos de miles o millones de años. Su importancia no
es poca, pues por ejemplo gracias al descubrimiento de un conjunto de unas
huellas en Happisburgh (Norfolk, Inglaterra), que se remontan al menos a
950.000 años, se ha podido demostrar que el ser humano ya
estaba en las Islas Británicas hace casi un millón de años, lo que hasta hace
poco era prácticamente un anatema. Pero en el asunto de locomoción bípeda las pisadas
cobran un extraordinario interés, pues pueden ser el testimonio de que el ser
humano, aún en sus versiones más arcaicas, es mucho más antiguo de lo que se ha
venido defendiendo hasta hace escasos años. Sin embargo, hay que puntualizar
que, a falta de más restos (huesos, herramientas, etc.), siempre puede quedar
la duda de si tales criaturas bípedas eran humanas o pre-humanas, como
ahora se califica a los australopitecinos y otros primates que figuran como ancestros
del género Homo.
Huella humana de Laetoli |
Y en
efecto, la paleontología nos quiere hacer creer que los australopitecos tenían
un pie muy similar al humano moderno y que caminaban erguidos, pero las pruebas
son muy escasas y confusas, y algunos expertos han afirmado que –a partir de meros
prejuicios– se han realizado reconstrucciones anatómicas incorrectas y
deducciones demasiado atrevidas. Sin ir más lejos, el ejemplar de Australopithecus
afarensis (la famosa “Lucy”) fue hallado incompleto, sin sus pies, y sin
embargo en las reconstrucciones museísticas se le representa con unos pies sospechosamente
humanos, e incluso en la configuración del rostro se han realzado los rasgos
humanos (por ejemplo, los ojos) para rebajar el aspecto simiesco.
Sea como
fuere, en Laetoli nos encontramos con una criatura humana o humanoide de gran antigüedad
que ya caminaba erguida sobre sus extremidades inferiores, siendo ese su medio locomoción
habitual. Después ya tendríamos que referirnos a unas pisadas atribuidas a un Homo
ergaster (el erectus africano) descubiertas hace diez años en Ileret
(Kenya), con una antigüedad de 1,5 millones de años. Dichas huellas serían prácticamente
iguales a las que realizamos nosotros, el Homo sapiens. (Por supuesto, tal atribución se basa solamente en las convenciones cronólogicas de la paleontología, como en el caso de Laetoli.)
Dientes del Graecopithecus |
Así pues, algunos rechazan la idea de que El Graeco fuera una criatura humana y prefieren referirse a un simio desconocido hasta la fecha que caminaba erguido, e incluso unos pocos rechazan que se trate realmente de huellas de pisadas. Sea como fuere, los científicos que descubrieron las huellas no encontraron muchas facilidades para publicar sus resultados, sino más bien todo lo contrario, lo cual no me sorprende en absoluto. Y por cierto, muy recientemente se ha confirmado la sustracción in situ de algunas de estas pisadas...
Conclusiones
Cráneo de australopiteco |
En este contexto, hasta las personas de trayectoria académica irreprochable y más próximas
a la ortodoxia, como Yvette Deloison, ya ven la imposibilidad de que un cuadrúpedo
“evolucionase” hacia un ser perfectamente bípedo como es el hombre. Además, los
hallazgos paleontológicos nos empujan cada vez más a reconocer la existencia de criaturas
bípedas en épocas extremadamente antiguas, lo que incomoda a los defensores de
una evolución gradual del primate que caminaba sobre nudillos al humano que camina
erguido. Claro que los evolucionistas suelen recurrir a sus mágicas mutaciones aleatorias
como prueba y aquí cierran la discusión...
En fin, lo que parecía una locura quizá ya no lo sea tanto.
Nuestros queridos chimpancés y gorilas actuales podrían ser una derivación (no
me atrevo a escribir “involución”) de unos homínidos bípedos que vivieron hace
muchos millones de años. Pero, ¿cómo eran tales homínidos? ¿Podemos creer en la
fantástica historia de Blavatsky y la degeneración de una raza humana hasta convertirse
en primates inferiores? Tal vez los tiros vayan por otro lado, pero da la impresión
de que, a pesar de ir acumulando pruebas paleontológicas, los prejuicios y los
sesgos –en uno u otro sentido– nos impiden ver el bosque.
© Xavier Bartlett 2017
Fuente imágenes: Wikimedia Commons
[1] Por
supuesto, dando por buena la teoría de la evolución humana dentro del marco
general de la evolución de las especies, según el darwinismo ortodoxo, lo que
ya es un acto de fe. En este sentido, gran parte de los argumentos expuestos en
este artículo presuponen que hubo algún tipo de evolución.
[2] Blavatsky
consideraba que la propuesta de que descendemos de primates era “la teoría más
extravagante de todas las épocas”
[3] En concreto,
Blavatsky afirmaba que los simios inferiores procedían de la hibridación de un
grupo de humanos de la tercera raza, inconscientes y de aspecto simiesco. Por
otro lado, los simios antropoides procederían de la unión de humanos poco
avanzados de la cuarta raza y los descendientes de la anterior hibridación. Por
tanto, los primates tendrían en mayor o menor medida sangre humana, pero no al
revés.
[4] Cabe señalar
que bastantes expertos ponen en duda que los australopitecos mantuvieran una
postura erguida, dando a entender que caminarían principalmente a cuatro patas
(sobre los nudillos de la mano) y que todavía tendrían una importante actividad
arborícola.
[5] Punto de
unión entre el cráneo y la espina dorsal.
[6] Precisamente,
de Sarre fue amigo del creador de la criptozoología, el francés Bernard Heuvelmans
(fallecido en 2001), que creía firmemente en la existencia de tales seres
antropoides.
[7] Es un tejido
que separa el cuerpo en dos mitades, la ventral y la dorsal.
[8] La datación
se hizo combinando el estudio geológico de las rocas sedimentarias y el análisis
de los fósiles de unos microorganismos microscópicos llamados foraminíferos.
5 comentarios:
Gracias Zangolotino
Como ves, es mucho lo que aún nos queda por saber sobre nuestras propias raíces.
Saludos,
X.
Muy interesante el poder conocer posturas diferentes a la ortodoxa pero razonadas y basadas en pruebas o estudios.
Personalmente (y no basado en pruebas ni estudios XD ) creo que hay que sumar un problema extra porque habría que tratar al ser humano como algo diferente al resto de "animales" y que cualquier teoría que no lo haga, terminará simplemente como las actuales.
Un saludo.
Gracias Piedra
Bueno, has tocado un punto muy interesante y que ha sido debatido durante siglos: ¿somos un animal más? ¿o estamos por encima de todos los demás al ser "especiales"? La primera postura es la que defiende el materialismo y el evolucionismo mientras que la segunda ha sido propia de determinadas religiones o creencias.
Yo creo que todos los animales y seres en general son vehículos para la conciencia, y nosotros tenemos un vehículo relativamente bueno, pero como suele pasar en el mundo real, los que fardan de deportivo son unos "fantasmas". Ya nos vendría bien un poco de humildad y reconocer que un pequeño utilitario también te puede dar una gran experiencia. Eso va por mis mascotas...
Saludos,
X.
La superpoblacion humana nos indica que algún parametro biologico esta estropeado..Ya que conocer nuestros orígenes es arto complicado... podríamos verlo al contrario: deducir las causas que nos han traído aquí desde sus consecuencias....obviamente...nuestro comportamiento como especie....existe algún estudio sobre esto? Muchas gracias Xavier.
Gracias Ismael
Interesante tu reflexión, para la cual no tengo respuesta. Los orígenes del hombre siguen en la sombra pese a todo, si bien yo creo en el diseño inteligente, aunque no descarto cierta variación o evolución pero no movida por la "selección natural" sino por la conciencia.
En cuanto a la superpoblación, no quiero caer en la trampa eugenésica: hay espacio y recursos para todos. Pero por uno u otro motivo a veces se reduce drásticamente la población: hambrunas, epidemias, guerras... Ahora bien, está claro que aun siendo "animales" no tenemos una conducta "propiamente animal". No se han embrutecido los animales, nos hemos embrutecido nosotros. O algo nos ha hecho embrutecer...
Saludos,
X.
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