Introducción
El pasado 2015 dediqué un extenso
artículo a la figura de James Reid Moir, un brillante arqueólogo inglés que es
totalmente desconocido para las recientes –y no tan recientes– generaciones de
prehistoriadores. En dicho texto ya puse de manifiesto que el trabajo de Moir
tenía sólidos fundamentos científicos pero acabó siendo desacreditado por la
comunidad académica a inicios del siglo XX y posteriormente relegado al olvido.
¿Cuál fue su pecado? Simplemente, defender –a partir de pruebas geológicas y
arqueológicas– la existencia de seres humanos en Europa en una época
extraordinariamente remota. En otras palabras, cuestionar los modelos teóricos
evolucionistas que se estaban empezando a consolidar e imponer en todo el mundo
como paradigma científico en prehistoria y paleontología.
El caso de Moir nos podría
parecer aislado, pero lo cierto es que, según revelaron los autores Cremo y
Thompson en la polémica obra Forbidden Archaeology, entre finales del
siglo XIX e inicios del XX unos cuantos prehistoriadores dieron a conocer una
serie de hallazgos en diversas partes del mundo de restos presuntamente
“anómalos”, que podrían retrasar el inicio de la Humanidad en muchos cientos de
miles –o incluso millones– de años. Entre esta casuística, quisiera destacar
ahora el esforzado trabajo de los hermanos Florentino y Carlos Ameghino, dos
sabios argentinos de reconocido prestigio en su época, cuyos hallazgos más
controvertidos han sido arrinconados por la ortodoxia académica, porque no en
vano su aceptación pondría en entredicho las teorías sobre el poblamiento
humano de América y la evolución humana en general. Pero vayamos a los hechos[1].
Los trabajos paleontológicos de Florentino Ameghino
Florentino Ameghino |
Florentino Ameghino (1854-1911) fue un naturalista y
paleontólogo argentino nacido en Luján, en la provincia de Buenos Aires. Desde
joven mostró gran interés por las ciencias naturales y en su carrera
profesional compaginó su trabajo de maestro y librero con extensas y fructíferas
investigaciones en el ámbito de la geología, la zoología y la paleontología, lo
que le llevó a dirigir el Museo Nacional de Buenos Aires al final de su vida.
En lo que aquí nos ocupa, cabe
decir que Ameghino se dedicó a explorar especialmente las provincias costeras
de Argentina en busca de fósiles u otros restos paleontológicos, así como de
restos de presencia humana (Homo sapiens o sus antepasados evolutivos),
pues estaba interesado en identificar indicios de la existencia de un cierto hombre-fósil,
según su terminología. Así, en 1887 localizó en Monte Hermoso (a unos 60 km. al
noreste de Bahía Blanca, en la provincia de Buenos Aires) un interesante
yacimiento paleontológico caracterizado por la presencia de huesos de antigua
fauna ya extinta, así como por indicios de actividad humana en la zona. Dichos
indicios se componían de una vértebra humana, restos de hogueras, arcilla
cocida, escoria, huesos rotos, trabajados y quemados, y bastantes utensilios
líticos muy toscos. El problema es que todos estos materiales estaban juntos en
unos mismos estratos y eran pues contemporáneos... pero de una época
tremendamente antigua. Según la observación geológica efectuada por el propio
Ameghino, dichos estratos debían datarse en el Plioceno[2]
(entre 5,2 y 1,6 millones de años), que es el último periodo del Terciario.
Estos primeros descubrimientos fueron publicados en el diario La Nación,
de Buenos Aires.
Estas noticias fueron realmente
impactantes, pues en aquella época –aunque el árbol genealógico del ser humano
estaba todavía muy verde– se tenía el convencimiento de que el hombre era una
criatura propia del Cuaternario, ya fuera del más antiguo Pleistoceno o del más
próximo Holoceno (nuestro actual periodo geológico). Pero Ameghino, si bien
estaba influido por tales concepciones, creía que las pruebas eran concluyentes
y que por tanto había encontrado algún tipo de precursor del hombre
extremadamente antiguo y que lógicamente debía ser el ancestro humano más
antiguo del continente, e incluso del mundo entero[3].
Y lo que es más, esta antigüedad del ser humano en América podría ser mucho
mayor, remontándose incluso al Mioceno (entre 24 y 5,2 millones de años). Para
sustentar esta propuesta se refería a los artefactos de pedernal hallados, que
tenían un claro paralelismo con otros semejantes descubiertos en Portugal y
ubicados en el Mioceno.
Vista de la costa de Monte Hermoso |
En 1889 publicó una descripción
más detallada de sus hallazgos en Monte Hermoso y en ella hizo notar que había
encontrado en medio de los restos de un esqueleto de un Macrauchenia antiqua (una especie de camello de inicios del
Plioceno) un artefacto de cuarcita con inequívocas muestras de percusión. En
cuanto a la presencia de fuegos y tierra cocida, Ameghino afirmó que no había
huellas de actividad volcánica o de incendios accidentales sobre el terreno que
justificasen un origen natural de tales restos. Además, la presencia en la zona
de huesos quemados junto a las hogueras sería una casualidad demasiado forzada
para pensar en el mero azar.
De todos modos, es de justicia apuntar que, en conjunto, los esfuerzos
de Ameghino en el campo de la Prehistoria fueron más bien confusos y
especulativos, en un intento de diseñar una compleja –y a la vez coherente– cadena
evolutiva humana a partir de sus hallazgos. En este afán llegó a hablar de
varios ancestros simiescos del hombre con curiosos nombres como Prothomo, Diprothomo,
Tetraprothomo, Homo Pampeus[4],
etc. Incluso, siguiendo una tendencia claramente darwinista, rozó el racismo al
hablar de dos grandes especies humanas modernas, el Homo sapiens (los
caucásicos) y el Homo áter (básicamente razas primitivas
africanas, australianas, etc. incluyendo los “negritos”).
La intervención de Ales Hrdlicka
Ales Hrdlicka |
Lo cierto es que las investigaciones de Florentino Ameghino despertaron
el interés de muchos expertos internacionales, y ello provocó el desembarco en
Argentina de toda una celebridad de la época, el paleontólogo Ales Hrdlicka,
del Smithsonian Institution, que ya había realizado en Norteamérica una intensa
campaña de descrédito hacia cualquier propuesta de un poblamiento demasiado
antiguo del continente. Así pues, Hrdlicka se presentó con un ánimo
altamente crítico y escéptico, y de hecho sus conclusiones –publicadas tras la
muerte de Ameghino– pusieron en total entredicho la validez de los hallazgos.
Vale la pena que repasemos someramente la controversia creada sobre esta
intervención.
En efecto, en 1910, poco antes de fallecer Ameghino, Hrdlicka se
desplazó a Argentina para ver por sí mismo los restos y emitir un veredicto
definitivo. Por de pronto, Hrdlicka examinó la vértebra hallada en Monte
Hermoso (atlas, la primera vértebra, situada en la base del cráneo) y
admitió que no era de tipo primitivo o simiesco –como creía su colega
argentino– sino que pertenecía a un humano anatómicamente moderno. Pero más
allá de esta apreciación, no estaba dispuesto a reconocer una gran antigüedad
para los primeros americanos; en todo caso, unos pocos miles de años[5].
Así, tras una rigurosa inspección del yacimiento y de los restos, no puso en
duda la artificialidad de los bastos implementos, pero sí de la interpretación
geológica de la formación geológica (llamada Puelchense) donde se habían
hallado los materiales, que consideraba errónea. En su libro Early Man in
South America (1912), Hrdlicka rebatió las dataciones de los
descubrimientos de Ameghino con el apoyo de la opinión cualificada del geólogo
Bailey Willis, que apreció una “inconformidad” estratigráfica, y del
prehistoriador del Smithsonian William H. Holmes, que –además de insistir en la
supuesta modernidad de los estratos en cuestión– afirmó que Ameghino había
confundido artefactos de los nativos con utensilios de unos improbables hombres
de un remotísimo pasado.
No obstante, cabe
señalar que Florentino Ameghino halló restos similares –sobre todo fuegos y
arcillas cocidas y endurecidas– en otros lugares que exploró en la costa
argentina y que igualmente los atribuyó a una población humana del Plioceno.
Además, según Michael Cremo, Ameghino descubrió en la misma provincia de Buenos
Aires la parte superior de un cráneo de un hombre anatómicamente moderno en un
estrato de una formación geológica denominada Pre-Ensenadense, datada en
1,5 millones de años.
Los descubrimientos de Carlos Ameghino en Miramar
Carlos Ameghino |
Tras el fallecimiento de
Florentino Ameghino en 1911, su hermano Carlos (1865-1936) –que lo había acompañado
en la mayoría de sus investigaciones[6]–
prosiguió con los trabajos de paleontología iniciados y emprendió nuevas
exploraciones en la costa sur de Buenos Aires, entre las cuales cabe destacar
con mucho el yacimiento de Miramar.
Así, entre 1912 y 1914 Ameghino
estuvo excavando en dicha zona bajo los auspicios del Museo de Historia Natural
de Buenos Aires y del Museo de la Plata. Concretamente se centró en una
barranca que se extendía frente a la costa, en la cual halló numerosas
herramientas de piedra. Para determinar su datación recurrió a cuatro
reconocidos expertos geólogos de la Dirección General de Geología y Minas de
Buenos Aires y del Museo de la Plata. Tras examinar la zona, los geólogos
establecieron que los artefactos se hallaban en sedimentos inalterados del
Chapadmalenense, una formación típica del Plioceno, con una antigüedad de unos
2-3 millones de años (según estimaciones recientes de geólogos como Anderson y Marshall).
Además, durante su visita pudieron ver la extracción in situ de restos
de tierra quemada, escoria, un cuchillo de pedernal y una bola (pequeña
piedra esférica con una estría central usada como proyectil).
Bolas halladas en Miramar |
Animado por estos resultados,
Carlos Ameghino continuó sus excavaciones en Miramar y así pudo desenterrar los
restos de un toxodon, un mamífero del Plioceno parecido a un rinoceronte, con
la particularidad de que el fémur de este animal tenía clavada una punta de
piedra, una pieza bien trabajada[7],
lo que mostraba que hacía 2-3 millones ya había humanos capaces de realizar
tales artefactos en aquella parte del mundo. Algunos críticos adujeron entonces
que el toxodon había sobrevivido hasta hacía unos pocos miles de años en
Sudamérica, lo que es del todo cierto, pero Ameghino observó que el ejemplar
hallado era un adulto de pequeño tamaño, una especie muy antigua llamada Toxodon chapalmalensis, antecesora de los
toxodones de mayor tamaño de épocas posteriores. Finalmente, cabe destacar que
en el mismo yacimiento de Miramar, en 1921, el investigador Milcíades Alejo
Vignati descubrió una mandíbula humana de aspecto “moderno” en un estrato del
citado Chapadmalenense, que también fue objeto de polémica.
Reacciones escépticas a los hallazgos de Carlos Ameghino
Al igual que ya había sucedido con su hermano Florentino,
Carlos Ameghino topó enseguida con una fuerte oposición académica a sus
propuestas, tanto desde Argentina como desde el extranjero. Así, el geólogo
argentino Antonio Romero, en un artículo de 1918, ya aludió a que las
formaciones geológicas visibles en Miramar eran recientes y que la erosión por
agua había provocado el desplazamiento y mezcla de los diversos fósiles y capas
en la inconsistente estratigrafía de la barranca. Sin embargo, otros geólogos
–incluyendo al crítico Willis– no habían apreciado tal dislocación de estratos,
sino una secuencia estratigráfica horizontal que se mantenía intacta en casi
toda la extensión de la barranca, a excepción de una zona afectada por una
marcada hondonada.
Reconstrucción de un toxodon |
A su vez, el paleontólogo francés
Marcellin Boulle, afirmó que el fémur de toxodon con la punta incrustada se
había desplazado de lechos superiores a otros inferiores, y que la pieza se
debía asignar a un paradero, un antiguo asentamiento indígena. Asimismo,
remarcaba que los artefactos hallados eran escasos y dispersos y muchos podrían
ser fruto de fracturas naturales. También pensaba que algunos artefactos –en
concreto las bolas– se correspondían con los mismos modelos usados por las
tribus nativas locales, según había documentado el antropólogo de origen sueco
Eric Boman. No obstante, esta observación eliminaba la posibilidad real de que los
artefactos apenas hubieran evolucionado a lo largo de cientos de miles (o
millones) de años, y por consiguiente no se puede considerar un argumento
definitivo en contra de la antigüedad de las piezas halladas[8].
Por otro lado, Boman llegó a sugerir la sospecha de que uno de los
colaboradores más cercanos de Ameghino, Lorenzo Parodi, hubiera cometido fraude
en el hallazgo de las bolas, e incluso en el de la punta clavada en el fémur de
toxodon, y ello a pesar de que el propio Ameghino le había dicho que Parodi era
una persona de su entera confianza.
Así las cosas, Boman se desplazó
a Miramar en noviembre de 1920 y pudo observar cómo el propio Parodi hallaba in
situ y extraía cuidadosamente varias bolas (de origen inconfundiblemente
humano) incrustadas en estratos inalterados del Plioceno. Así pues, Boman acabó
por abandonar la tesis del fraude y dejó la puerta abierta a la hipotética
existencia de población humana en Miramar durante el Plioceno.
Reflexiones sobre las investigaciones de los Ameghino
A día de hoy, los hermanos
Ameghino gozan sin duda de una buena reputación y reconocimiento popular y
científico por su abnegada labor pionera en los estudios geológicos y
paleontológicos en Argentina. Esto nadie lo discute y los méritos son los que
son. Sin embargo, por lo que he podido comprobar en una somera aproximación a
su trabajo, sus hallazgos más polémicos –referentes a la existencia de seres
humanos en el Terciario– son muy poco citados en las fuentes modernas. En los
escasos comentarios recientes sobre esta cuestión, he apreciado que se suele
recurrir básicamente a tres argumentaciones:
- Se produjeron errores en la interpretación y datación de las formaciones geológicas observadas, lo que se trasladó a una incorrecta interpretación arqueológica de los restos. Para varios expertos, lo que los Ameghino interpretaron como Plioceno era en realidad Pleistoceno (en el Cuaternario).
- Es muy posible que los hallazgos “anómalos” simplemente se debieran a intrusiones o desplazamientos de materiales modernos a estratos inferiores más antiguos, por la acción de los agentes naturales.
- Los Ameghino estaban muy influenciados por el incipiente evolucionismo y por ciertos hallazgos prehistóricos, y seguramente estaban obsesionados por descubrir ancestros del hombre extremadamente antiguos, como el llamado hombre de Java o Pithecanthropus, identificado a finales del siglo XIX. Además, en aquella época la posibilidad de remontar el origen de la Humanidad al Terciario todavía era objeto de serios debates en los círculos de prehistoriadores.
Artefactos hallados por F. Ameghino |
Así, los paleontólogos Eduardo
Tonni y Laura Zampatti[9],
consideran que esta obsesión por hallar el hombre-fósil fue la causa de
la aceptación de unas pruebas en principio inconsistentes. Por otro lado,
opinan que ya en su época los hallazgos de Miramar fueron objeto de debate y
controversia, e incluso de sospecha de fraude o manipulación, como ya se ha
apuntado previamente. En cuanto a la supuesta gran antigüedad de los hallazgos,
estos autores afirman que incluso ya en aquella época era inadmisible
suponer que los artefactos líticos no habían sufrido variación a lo largo de
cientos de miles de años, cuando la propia prehistoria europea había mostrado a
las claras tal evolución a través de las diversas industrias líticas, que
incluso el propio Florentino Ameghino había reconocido en un viaje a Europa. Y
en el caso concreto del “fémur flechado”, niegan que la punta estuviera
engastada en el hueso. A su juicio, se trataba realmente de una raedera
fragmentada, similar a otras que se han hallado en estratos superficiales de la
región y que tienen una antigüedad máxima (obtenida por radiocarbono) de unos
5.700 años AP[10]. Finalmente,
Tonni y Zampatti acaban lamentando que mientras en Gran Bretaña se investigó y
se destapó la verdad sobre el caso del Hombre de Piltdown, en Argentina
unos hechos similares fueron escondidos u olvidados durante décadas[11].
Obras completas de F. Ameghino |
A su vez, el arqueólogo argentino
Mariano Bonomo, en un artículo dedicado al Hombre fósil de Miramar[12],
plantea cuatro escenarios para explicar el revuelo provocado por las propuestas
de los Ameghino: 1) que se tratase de un hallazgo genuino; 2) que los estratos correspondiesen
en realidad al Cuaternario temprano; 3) que los materiales en cuestión no
estuviesen in situ (o sea, que fueran intrusivos); y 4) que todo fuese
un burdo fraude perpetrado presuntamente por Lorenzo Parodi.
En cualquier caso,
en sus conclusiones, Bonomo destaca que la aparición de ese homínido tan
antiguo se debería enmarcar en “la construcción artificial de una identidad nacional”,
que ofrecía a la comunidad científica y al pueblo unos ilustres ancestros del
mismo nivel (o superior) que otros notables descubrimientos prehistóricos en
otros países, lo cual sería motivo de una especie de orgullo científico-patriótico.
En suma, para estos expertos
modernos, los hermanos Ameghino estaban imbuidos por la ciencia positivista de
la época y fueron sobrevalorados como sabios nacionales, una tendencia
muy de moda en aquellos tiempos. Así pues, poca gente en su país se atrevió a
alzar la voz contra sus errores y prácticas amateurs, al tiempo que se
rechazaban mayoritariamente las críticas procedentes del extranjero. Lo que sí se
aprecia, en retrospectiva, es que quizás sus grandes logros en el terreno geológico
y paleontológico pudieron tapar de algún modo los supuestos “patinazos”
cometidos en el ámbito de la Prehistoria.
En definitiva, se podría acusar a
los Ameghino de cierta impericia o falta de rigor en determinadas prácticas o
investigaciones, pero en su favor podemos decir lo siguiente:
a) Aplicaron los métodos científicos disponibles en la época como
mejor pudieron y supieron. Al respecto, cabe decir que –a pesar de ser
autodidacta– Florentino Ameghino acumuló un notable conocimiento y experiencia
a lo largo de los años y estuvo en Europa para aprender de los eruditos más
destacados del momento en el ámbito de la Prehistoria.
b) Nadie ha podido demostrar fehacientemente, ni entonces ni en
la actualidad, que los Ameghino fueran responsables del más mínimo intento de
fraude o tergiversación de las pruebas (a pesar de los múltiples ataques sobre
el proceder de Parodi)[13].
c)
La geología de aquella época no estaba tan desarrollada como
en la actualidad. Además, no había dataciones radiométricas y el terreno estaba
por explorar en su casi totalidad. En cualquier caso, consultaron sus hallazgos
paleontológicos con expertos geólogos de la época que corroboraron
mayoritariamente sus conclusiones.
d) Los Ameghino tenían como referencia otros múltiples hallazgos
de restos humanos de extrema antigüedad en diversos puntos del planeta
realizados a finales del siglo XIX e inicios del XX, por lo que disponían de un
contexto relativamente coherente donde encajar sus descubrimientos.
e) No se puede aplicar a rajatabla el criterio de que los
trabajos de aquella época no eran metódicos ni fiables. Muchos defectos que se
achacan a esas investigaciones no aceptadas recaerían también sobre muchos
hallazgos prehistóricos y paleontológicos desde mediados del siglo XIX que aún
se siguen dando por válidos.
Conclusiones
Florentino Ameghino sin duda fue muy audaz al proponer un
origen sudamericano para la población humana de todo el continente (y del planeta
entero), y más aún al citar una antigüedad que se podía ir a los dos millones
de años. Se le podría achacar cierto chauvinismo y ganas de protagonismo a la
hora de marcar un hito en la investigación de la evolución humana, y parece
claro que, a la hora de lanzar sus osadas propuestas, se dejó llevar por su estricta
concepción darwinista y por las eventuales pruebas que había encontrado sobre
el terreno. Por lo demás, de su trabajo –y el de su hermano Carlos– se deduce
cierta honestidad y amplitud de miras, y en ese sentido no se le puede acusar
más que de posibles errores y confusiones en unas ciencias que todavía se
estaban construyendo a trompicones, no sólo en América, sino también en todo el
mundo.
De todas formas, repasando el
exhaustivo trabajo de Cremo y Thompson, vemos que el caso de los Ameghino no
fue ni mucho menos único en aquellos tiempos. En varias partes del mundo,
incluyendo la vieja Europa, diversos investigadores bien preparados y con
sólidos conocimientos geológicos y paleontológicos hallaron restos atribuidos a
humanos modernos (tipo sapiens) –ya fueran huesos o artefactos– en
estratos de una enorme antigüedad, de cientos de miles o incluso millones de
años. Tales hallazgos fueron aceptados entonces por gran parte de la comunidad
académica, si bien también recibieron fuertes ataques, que acabaron por hacerlos
desaparecer prácticamente de la literatura científica, al igual que los casos
de Monte Hermoso y Miramar. Cabe la posibilidad, por supuesto, de que estos
científicos se equivocasen, pero... ¿todos?
Artefactos de la cultura Clovis |
Es evidente que en algún momento
de inicios del siglo XX se produjo una ruptura con ciertos datos “anómalos” y desde
ese punto la evolución humana se fue modelando a partir de determinados
hallazgos con determinadas dataciones, conformando un cuadro en el cual todo (o
casi todo) debía encajar. De esta manera, el estamento académico americano, ya
desde la época de Hrdlicka, fue rechazando sistemáticamente una presencia
humana muy antigua en el continente, a la vez que apostaba por un poblamiento
reciente, de sólo unos pocos miles de años. Esta filosofía se afianzó con el
hallazgo de la llamada cultura Clovis[14]
(supuestamente la más antigua de América), datada en unos 12.000 años de
antigüedad. Con el tiempo, el paradigma tuvo que doblegarse ante la realidad, al
menos parcialmente, pues diversas excavaciones habían revelado la existencia de
asentamientos humanos más antiguos, y eso provocó en los círculos arqueológicos
la aceptación de un horizonte “Pre-Clovis”, con un límite que se ha fijado aproximadamente
en unos 25.000 años de antigüedad[15].
Todo lo que va más allá es simplemente imposible, no existe.
Yacimiento de Hueyatlaco (México) |
Ante esta posición, puede que las
propuestas de los Ameghino nos parezcan fuera de lugar, al hablar de humanos
–ya sean modernos o arcaicos– en el Terciario, pero lo que no se puede obviar
es que durante el siglo XX se llevaron a cabo varias excavaciones en América que
arrojaron datos contrastados[16]
que invalidaban el modelo impuesto por el paradigma. Así, tenemos yacimientos
medio olvidados o polémicos desde Alaska a la Patagonia que han dado indicios
de presencia humana en unas épocas muy remotas. Por ejemplo, basta citar los casos
de Monte Verde (Chile) con 33.000 años; Sheguiandah (Canadá), entre
65.000 y 125.000 años; Texas Street (EE UU), entre 80.000 y 90.000 años; Calico
(EE UU), unos 200.000 años; Toca da Esperança (Brasil), entre 200.000 y 290.000
años; y Hueyatlaco (México), entre 250.000 y 400.000 años.
En la mayor parte de estos casos cabe señalar que los propios
científicos a cargo de las excavaciones –o de las dataciones en particular– fueron
ignorados, marginados, represaliados o defenestrados. Entre estas víctimas del
dogmatismo estuvo nada menos que Louis Leakey, el gran paleontólogo de fama mundial,
que apoyó las dataciones obtenidas en Calico –donde estuvo trabajando varios
años– frente a una gran mayoría de “expertos”
que le dijeron que se había equivocado por completo: o los estratos donde se
habían hallado los objetos no eran tan antiguos o bien los objetos no eran
artefactos sino geofactos (piedras modificadas por agentes naturales, no
por el hombre).
Así pues, tal vez las apreciaciones geológicas realizadas
en la época de los Ameghino se hubieran excedido al apuntar a unas dataciones tan
extremas, pero es bien posible que los hallazgos fueran genuinos y muy
antiguos, coincidiendo con el resto de evidencias en todo el mundo y sobre todo
con los datos posteriores obtenidos en el propio continente americano. Todo
ello nos indica que tanto la teoría del poblamiento humano de América como el
modelo establecido de la evolución humana podrían estar muy equivocados y que deberían
replantearse a fondo.
© Xavier Bartlett 2016
Fuente imágenes: Wikimedia Commons y artículo de M. Bonomo
[1] La mayor
parte del siguiente contenido está basado en la obra de Cremo y Thompson, que
ciertamente puede ser considerada partidista o sesgada en el sentido que, como
mínimo, otorga el beneficio de la duda a unas propuestas que actualmente o son directamente
ignoradas o son consideradas un disparate por el estamento académico.
[2] En realidad,
Ameghino identificó incorrectamente esos estratos, atribuyéndolos al Mioceno,
pero hoy se cree que pertenecen al Plioceno temprano y medio.
[3] Al respecto,
algunos han alegado que Ameghino hizo un ejercicio de “nacionalismo
científico”, pero cabe recordar que a lo largo del siglo XX otros
prehistoriadores de África, Rusia o China han realizado afirmaciones similares
sobre el origen “único” (o como mínimo, compartido) de los humanos en sus
respectivos territorios.
[4] Este sería,
según Ameghino, el antecesor del Homo sapiens, que habría pasado de Sudamérica
al norte del continente y luego a Asia y Europa.
[5] En cambio,
los prehistoriadores europeos de esa época parecían más receptivos a la idea de
una humanidad extremadamente antigua (también en América), a la vista de
algunos descubrimientos.
[6] De hecho,
Carlos realizó mucho más trabajo de campo que su hermano, viajando hasta la
Patagonia y otras regiones en busca de fósiles para luego enviarlos a
Florentino.
[7] Ameghino la
describe como “una lasca de cuarcita obtenida por percusión, de un solo golpe,
y retocada en sus bordes laterales, pero sólo en una superficie, y luego
apuntada en sus dos extremos por el mismo proceso de retoque, dándole una forma
aproximada de hoja de sauce, y por consiguiente semejante a las dobles puntas
de tipo Solutrense.”
[8] A este
respecto, los antropólogos han identificado en África algunas toscas piezas
talladas por tribus actuales que tienen una gran semejanza con artefactos
localizados en los mismos territorios con antigüedades de hasta dos millones de
años.
[9] TONNI, E.;
ZAMPATTI, L. El “Hombre Fósil” de Miramar. Comentarios sobre la
correspondencia de Carlos Ameghino a Lorenzo Parodi. Revista de la
Asociación Geológica Argentina. vol. 68 no.3 Buenos
Aires, setiembre 2011.
[10] Antes del
Presente, o sea, alrededor de 3700 a. C.
[11] Sin
embargo, para ser justos, el fraude de Piltdown se aclaró ¡más de 30 años
después de salir a luz pública!, y mientras tanto fue un exponente capital de
la evolución humana, aunque ciertamente el caso fue motivo de controversia
durante esos 30 años.
[12] BONOMO, M. El
Hombre fósil de Miramar. Intersecciones en antropología, n.º 3. ene./dic.
2002
[13] Hay que remarcar
que en muchos hallazgos notables y aceptados (sobre todo a lo largo del siglo
XIX e inicios del XX), fueron los operarios o colaboradores del científico los
que de hecho recuperaron o extrajeron los objetos y nunca se habló de malas prácticas
o fraudes.
[14] Yacimiento
arqueológico de Nuevo México (EE UU), excavado en los años 20 del pasado siglo.
[15] Fecha
aportada por la National Science Foundation, ante la pregunta del arqueólogo
disidente Chris Hardaker sobre qué máxima antigüedad se debía atribuir a los
primeros americanos.
[16] Incluyendo
dataciones radiométricas, a veces confirmadas con más de un método, como en
Hueyatlaco.
4 comentarios:
Debe haber muchos descubrimientos genuinos que se echen a perder por las ideas preconcebidas de sus protagonistas y si no... ya está el smithsonian para terminar de fastidiarlo, jeje.
Por cierto, no conocía y me ha sorprendido, por aquello de que las casualidades no existen, el logotipo del instituto smithsoniano; Lo controlan TODO.
Un saludo.
Gracias por el comentario Piedra
Bueno, ya ves que en muchos temas polémicos, que incluyen dogmatismo y ocultación de pruebas, está el Smithsonian de por medio. Por lo que he leído en los últimos años, existe toda una arqueología "tapada" u olvidada que no nos enseñan en la universidad porque de alguna manera resulta bastante incómoda. Incluso el autor David H. Childress dice que el Smithsonian llenó una barcaza con artefactos "anómalos" y la hundió en medio del Atlántico (según le había revelado un historiador que quedó en el anonimato).
Desgraciadamente, hay demasiados rumores y pocos hechos contrastables, con lo cual sólo nos queda especular, pero lo que sí es verdad es que hay noticias de hallazgos anómalos desde hace casi dos siglos y las pruebas brillan por su ausencia... ¿a dónde fueron a parar?
Saludos,
X.
Hola Xavier, hacia un tiempo que no me pasaba por tus blogs, continuas en tu linea rigurosa, cientifica, con sano escepticismo pero con mente abierta. La ocultación de lo que no encaja es molesto, y ya sabemos que una cosa es la ciencia y otra el sitema cientifico, y muy pocos se atreven a ir contra corriente. Haces una gran labor con tus articulos fantasticamente escritos y elaborados.
Un abrazo
Pablo Caloca Dobarganes
Apreciado Pablo
Gracias una vez más por tu comentario. Bueno, mi línea ya es conocida y en eso estoy, para romper barreras y prejuicios. Me gustaría poner más posts, pero el tiempo es el que es y para documentar y redactar los temas (y darles el rigor adecuado) necesito semanas. Pero ya desde el principio decidí sacrificar la cantidad por la calidad y creo que eso es lo correcto.
Un saludo cordial,
X.
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