miércoles, 12 de diciembre de 2018

Los reyes-dioses de Sumeria y Egipto



Como es bien sabido, una de las habituales fronteras entre la arqueología académica y la alternativa es la interpretación de la mitología. En efecto, lo que para el estamento académico es “fantasía” o “leyenda” sin ningún apoyo histórico, para la arqueología alternativa ofrece –como mínimo– el beneficio de la duda, en el sentido de que al menos algo de lo narrado en el mito tuvo una base perfectamente real que quedó distorsionada por el paso del tiempo y la propia trasmisión oral de los hechos a lo largo de muchas generaciones.

Uno de los campos de esta disensión conceptual entre ambas visiones que más me ha llamado la atención ha sido el de las mitologías de las antiguas civilizaciones en lo referente al origen de su realeza o casta dirigente, que hasta cierto punto vendría a ser lo mismo que decir que el inicio de su civilización. Y este asunto es no poco importante, pues para la historia y arqueología convencionales existe una marcada diferencia entre lo que se considera civilización –e inicio de la Historia– y lo que queda aparcado en el limbo mítico, a falta de pruebas documentales y arqueológicas. Así pues, hoy en día se acepta que la aparición de la escritura y de otros elementos diversos de civilización dieron inicio a la Historia Antigua, en varias regiones del planeta como Egipto, Mesopotamia, China, el valle del Indo, Mesoamérica, etc., si bien con cierto diferencial cronológico entre ellas.

Así pues, cuando se da una coincidencia entre los datos arqueológicos –con cronologías históricas comparadas o bien con el apoyo de dataciones absolutas– y los relatos escritos conservados se avala esa historia procedente de diversas fuentes. Sin embargo, lo que se escapa a dicha comprobación y contraste –y además contradice supuestamente otras pruebas arqueológicas– queda fuera de “lo histórico” y pasa al reino de lo mítico, que para los historiadores y arqueólogos es un ámbito oscuro y proceloso. Bien es cierto que muchos admiten que pudo haber algún lejano referente en algunos mitos, pero que todo fue “novelado” o “decorado” por las propias creencias de los antiguos, donde lo mágico, lo épico y lo histórico se podían mezclar con cierta facilidad. En suma, donde no hay prueba empírica tangible se da un carpetazo a la posible discusión en torno a la hipotética historicidad del mito.

Dicho todo esto, existe una coincidencia en varias culturas de todo el mundo que aluden a la presencia de unos primeros reyes de origen divino o semidivino (llegados “de los cielos” o de lejanas tierras), con poderes o rasgos sobrehumanos, y que en la mayoría de las ocasiones se sitúan en un tiempo inmemorial. Todo ello muy propio de la mitología, como es obvio. Pero de entre toda esta casuística destacan con mucho dos grandes civilizaciones –Súmer (o Sumeria) y Egipto– en las que la mención detallada y repetida a esos primeros reyes-dioses da mucho que pensar, y más aún por cuanto se citan sucesiones o dinastías enteras de esos monarcas, incluyendo cronologías absolutamente impensables para los historiadores convencionales. Vamos pues a adentrarnos en esta cuestión para finalizar con una serie de reflexiones.

Dioses Anunnaki
En primer lugar, hemos de situarnos en la antigua Sumeria, la primera cuna de la civilización según muchos reputados investigadores ortodoxos –como el judío Samuel Noah Kramer– así como de famosos autores alternativos, como en particular el polémico Zecharia Sitchin. En lo que difieren crucialmente ambos enfoques es que mientras que para el mundo académico la civilización sumeria aparece con fuerza en el 4º milenio antes de Cristo como fruto de una cierta revolución neolítica y urbana precedente, para los sitchinistas, la civilización sumeria fue la continuación residual o el legado de una larguísima estancia en la región mesopotámica de unos reyes-dioses de origen extraterrestre, los llamados Anunnaki.

Así, para Sitchin y sus seguidores no había duda de que mucho antes de que apareciera “oficialmente” la civilización sumeria, ya existía una civilización de origen foráneo que se remontaba a muchos miles de años atrás y que había sido regida por una casta de soberanos de enorme longevidad. Pero, ¿qué base documental permitía sostener tales afirmaciones? Concretamente, existen al menos dos tablillas escritas en cuneiforme (los textos W-B/144 y W-B/62) en los que se menciona explícitamente una lista de reyes arcaicos que gobernaron antes del Diluvio:  

Cuando la realeza bajó del Cielo, A.lu.lim regía en Eridu. Reinó 8 shar. A.lal.gar reinó 10 shar. Dos reyes la gobernaron 18 shar. En Bad-Tibira, En.men.cu.an.na gobernó 12 shar; En.men.gal.an.na gobernó 8 shar. El divino Du.mu.zi, el Pastor, gobernó 10 shar. Tres reyes gobernaron 30 shar. En Larak En.zib.zi.an.na gobernó 8 shar. Un rey gobernó 8 shar. En.me.dur.an.na fue rey en Sippar. Gobernó 6 shar. Un rey gobernó 6 shar. En Shurupak Ubar.tutu fue rey. Gobernó 5 shar. Cinco ciudades, ocho reyes. Gobernaron 67 shar. Entonces vino el Diluvio.

Véase que el texto contiene varios datos altamente significativos. En primer lugar, se dice que la realeza “bajó del Cielo” (algo que apuntala la teoría del antiguo astronauta, según Sitchin). En segundo lugar, se mencionan varias ciudades sumerias bien conocidas por los arqueólogos, juntamente con los reyes que las gobernaron. Y para finalizar, se marca una fecha de referencia para esos reinados: todos ellos fueron anteriores a la catástrofe global del Diluvio.

Alegoría del Diluvio
Por supuesto, para la historia convencional, que la realeza bajara del Cielo no es más que un adorno mitológico para justificar el origen divino del poder real. Asimismo, el Diluvio no dejaría de ser otro mito sin ninguna validez histórica. No obstante, bajando al terreno de la geología, las cosas se ven de otro modo. Así, según han investigado varios autores independientes, como muy en particular Graham Hancock, existen pruebas geológicas más que suficientes –avaladas por estudios realizados por científicos convencionales– que indicarían que hacia el 10.000 a. C. tuvo lugar una catástrofe planetaria enorme en que se produjo una fusión masiva de los hielos y una elevación tremenda del nivel de los mares, aparte de otros fenómenos naturales devastadores. Si ello fuera cierto, las múltiples mitologías que en todo el mundo hablan de un mismo cataclismo cobrarían pleno sentido histórico y en consecuencia habría que admitir que el texto anterior se podría referir a un mundo civilizado que supuestamente fue arrasado por las fuerzas de la naturaleza.

Ahora bien, nos queda un elemento muy importante que no hemos abordado: ¿Cuánto tiempo (en años) vendría a ser cada uno de los periodos denominados shar (o sar)? Pues bien, el shar correspondería a un año de los dioses Anunnaki, que traducido a años terrestres sería nada menos que 3.600 años (véase aquí la constante influencia del sistema sexagesimal, originario de Mesopotamia). Para el sitchinista Alan Alford tal cifra sería exagerada y optaba por tomar como referencia un shar post-Diluvio, de “sólo” 2.160 años, si bien Sitchin siempre se mantuvo en la ortodoxia de los 3.600. En cualquier caso, las cifras son impresionantes porque sitúan el origen del reinado de esos reyes-dioses sumerios en épocas impensables. Según Alford, tal origen se iría hasta los 241.200 años, y según Sitchin y otros, hasta los 432.000 años. Sea como fuere, los periodos de reinado de esos monarcas se fijan en varios miles de años, lo que para el estamento académico es directamente imposible y se va por tanto al cesto de la mitología. Téngase en cuenta que un reinado de, por ejemplo, 12 shar implicaría una vida de ¡43.200 años!

Aparte de estas cifras desorbitadas, los especialistas admiten que para el periodo llamado Protodinástico II –datado entre los siglos XXIX a. C. y XXVI a. C.– existen listas de reyes procedentes de ciudades como Kish o Uruk con reinados de cientos de años, y que por tanto quedarían incluidos en la categoría de personajes míticos. Por poner un ejemplo, cabe señalar que la primera dinastía de Kish contiene una lista de 23 reyes con edades comprendidas entre los 140 y los 1.500 años, con una media de 781,74 años. En la segunda dinastía de dicha ciudad (ya en el Protodinástico III) siguen los reinados muy extensos, pero en una media inferior, de unos 253 años. Se debe esperar al final de la primera dinastía de Uruk (hacia el 2500 a. C.) para encontrar reyes con longevidades razonablemente humanas. Sólo a modo de comparación, digamos que algo muy similar ocurre en la mitología y tradición de los judíos –en gran parte heredada de los sumerios– pues  a Adán y los primeros hombres se les concede unas edades enormes. Lo mismo ocurriría con los personajes bíblicos anteriores al Diluvio y progresivamente, una vez pasado el cataclismo, la edad de los humanos se iría reduciendo drásticamente hasta alcanzar los baremos hoy en día reconocidos.

Paleta del faraón Narmer (dinastía I)
Si ahora nos trasladamos al antiguo Egipto, veremos que existe una situación semejante, en forma de discrepancia entre lo que los egiptólogos admiten como histórico y comprobado y lo que los propios egipcios recogieron en varios textos sobre el origen de su realeza. Para los aficionados a la Egiptología no les será difícil reconocer que el Egipto histórico nace con la primera dinastía, siendo su primer faraón Menes (o Narmer), unificador del Alto y del Bajo Egipto, cuya cronología se ha situado alrededor del 3100 a. C., si bien algunas dataciones absolutas mediante C-14 podrían hacer su reinado un poco más antiguo. Por otra parte, se acepta que antes de esta época –en el periodo predinástico– los egipcios mencionaron la existencia de otros faraones previos, como Horus Escorpión por ejemplo, pero que carecerían de toda fiabilidad histórica. Por lo demás, los egiptólogos encuadran la civilización egipcia entre el 3.100 a. C. y el 30 a. C. (cuando todo el país pasa a ser provincia romana) y consideran que todas las referencias anteriores no tienen consistencia histórica.

Sin embargo, la cuestión histórico-mitológica en Egipto es mucho más extensa y compleja. Lo cierto es que en el caso egipcio tenemos varias fuentes, documentales y arqueológicas, que vienen a coincidir en la existencia de una realeza divina o semidivina desde tiempos muy remotos. Por un lado, tenemos el famoso testimonio indirecto[1] del sacerdote Manetón –nacido en el siglo III a. C., en la era ptolemaica– que recogió en sus escritos toda una larga genealogía de reyes que él dividió en ciertos periodos o sucesiones llamados dinastías y que ha sido la base de las cronologías convencionales sobre el antiguo Egipto. Hasta aquí todo normal, pero es que Manetón mencionó explícitamente una serie de dinastías anteriores a las dinastías “históricas”, con una duración de varios miles de años, lo cual implicaría la existencia real de un poder unificado que de alguna manera sería el precedente del Egipto faraónico. Pero Manetón fue todavía más lejos y citó explícitamente que esas dinastías más antiguas estuvieron representadas por dioses o semidioses, a saber:

  • Dinastías de los Neteru (dioses): 13.900 años. (Entre ellos consta una parte destacada del panteón egipcio: Ptah, Ra, Geb, Osiris, Horus...)
  • Dinastías de héroes o semidioses: 1.255 años.
  • Primer linaje de reyes: 1.817 años.
  • 30 reyes de Menfis: 1.790 años.
  • 10 reyes de This: 350 años.
  • Reinado de los Espíritus de la Muerte: 5.813 años. 

El dios Osiris
Cabe señalar que ya en tiempos antiguos se puso en duda que Manetón se refiriera a años solares, y se planteó la posibilidad de que se tratase de periodos lunares, de mucha menos extensión, dando un total en años solares de poco más de 2.000. Por ejemplo, según Sincelo, el dios Hefestos, comparable a Ptah, (el primero de la dinastía I de dioses) habría reinado unos 727 años –que ya es una cifra imponente– y no los 9.000 citados literalmente por Manetón. Claro está que de no ser así, el origen de la realeza egipcia se remontaría a casi 25.000 años (solares) atrás. Lógicamente, para la egiptología tales fechas son disparatadas pues en dicha época Egipto todavía estaría en la fase de Paleolítico superior, en que no habría el más mínimo atisbo de civilización o de reino unificado de tribus locales.

No obstante, tenemos otras fuentes que refrendan la presencia de esos reyes-dioses predinásticos. Por un lado, disponemos de un documento escrito en tiempos de la dinastía XIX llamado Papiro (o Canon) de Turín, conservado en dicha ciudad italiana y que recoge un listado de dinastías históricas precedidas por las dinastías divinas, coincidiendo en gran parte con lo aportado por Manetón, lo cual indica que, pese al paso de los siglos, el sacerdote no había fabulado ni tergiversado nada sobre el pasado remoto de su país, sino que había recogido fielmente la tradición conservada. La diferencia más destacable con Manetón reside en el hecho de que esta lista concluye citando un periodo de 13.420 años para los Shemsu Hor (“Seguidores de Horus”, equivalentes a los Espíritus de la Muerte) precedido por una era de 23.300 años de otros reinados, lo cual arroja un total de 36.620 años antes de las dinastías históricas.

Y no es el único testimonio que confirma a Manetón: también cabe citar la Piedra de Palermo (de la dinastía V), que –aun estando incompleta– registra un listado de 120 reyes predinásticos, y la Lista Real del templo de Seti I (dinastía XIX) en Abydos. En este templo hallamos una larga galería grabada completamente con jeroglíficos, con los nombres de los faraones egipcios desde el principio de los tiempos. Así, a un lado se pueden leer los nombres de los 76 faraones desde Menes hasta Seti (unos 1.700 años). Y en la pared opuesta se pueden leer los nombres de los 120 reyes-dioses que precedieron la era de Menes. Por tanto, es evidente que la noción de continuidad o herencia política de la realeza estaba reflejada en un solo monumento. Y en todos estos casos citados, los nombres de los reyes divinos o semidivinos estaban enmarcados en el tradicional óvalo o cartucho, lo que indica que tenían la misma consideración de monarcas que los faraones “recientes”.

Fragmento de la Lista Real en templo de Seti I (Abydos)
Además, es oportuno remarcar que los antiguos egipcios creían firmemente en una remota época dorada, en la que se fundó su civilización, a la que llamaban Zep Tepi (literalmente “tiempo primero”). En dicho Zep Tepi, un tiempo de paz y prosperidad, los dioses –los Neteru– gobernaban Egipto con sabiduría y convivían con los semidioses y los hombres. Los Neteru solían tener forma humana –masculina o femenina– pero también podían tomar forma de animal o planta, y poseían facultades y habilidades sobrehumanas. Esta creencia fue recogida por el historiador griego Diodoro Sículo en el siglo I a. C. cuando visitó Egipto. Allí, los sacerdotes egipcios le dijeron que los reyes-dioses habían gobernado durante unos 18.000 años, siendo el último de ellos Horus, y luego habrían venido las dinastías de reyes mortales, con una duración de poco menos de 5.000 años.

Hasta aquí los hechos. Como es obvio, el quid de la cuestión radica básicamente en cómo los interpretamos. Para la ciencia histórica actual, no hay lugar para referencias a una Edad de Oro ni para dioses o semidioses, pues la visión que se tiene de esa época es que la religión y la mitología llenaban la vida de los pueblos antiguos hasta el punto de dar por reales cosas que de ningún modo pudieron haber ocurrido, o que al menos ocurrieron de forma muy diferente. En ese contexto, los antiguos eran incapaces de separar lo mítico de lo histórico y daban como indiscutible la existencia de unos dioses que en los tiempos más distantes reinaron sobre los humanos. Otra cosa más creíble es que los monarcas más destacados llegaran a ser divinizados por el mero hecho de ocupar una posición de absoluto poder y prestigio, como ocurrió en todo el Mundo Antiguo e incluso en épocas posteriores.

El principal problema, empero, es la cronología. Hablar de reyes y civilizaciones hace muchos miles de años se da como fuera de lugar, pues en esas fechas –según el registro arqueológico– sólo había comunidades de cazadores-recolectores que más tarde derivaron en comunidades agrícolas y ganaderas, al pasar del Paleolítico al Neolítico, que a su vez sería el germen de la civilización. Para hacernos una idea del desfase, digamos que la transición de una época a otra rondaría el 9º milenio antes de Cristo en Oriente Medio y poco después de Egipto. Esto es, entre el salvajismo y primitivismo del Paleolítico y el arranque de la civilización sólo mediaron unos 6.000 años de Neolítico. Nada de esto cuadra con las enormes cifras en años –sobre todo las de Sumeria– de los reinados míticos de reyes-dioses.

Así pues, para la arqueología, que existieran reinos más o menos unificados hace 10, 15 ó 20.000 años se considera algo propio de la mitología, y ya no digamos que esos reyes fueran dioses y que vivieran durante siglos (¡o milenios!). La arqueología se fundamenta en los hallazgos arqueológicos y no admite ningún vestigio de civilización anterior al 4º milenio antes de Cristo, quizá exceptuando los sorprendentes restos de Göbleki Tepe (en Turquía), datados cinco milenios antes.

Zecharia Sitchin
Si ahora nos referimos a la arqueología alternativa, el enfoque es bastante distinto. En un extremo tendríamos al citado Z. Sitchin, que tomó la conocida mitología sumeria y la leyó directamente como historia, tomando o retocando los elementos oportunos en función de una clave alienígena. Así pues, según él, los Anunnaki aterrizaron en la Tierra hace unos 450.000 años y ejercieron de monarcas de los humanos –creados por ellos mismos– desde el 300.000 a. C. en adelante. Sólo al marcharse (momento que Sitchin sitúa en el 3º milenio a. C.), dejarían su legado civilizador a los reyes plenamente humanos. Otros autores han seguido por esta línea y mezclan la mitología con el asunto extraterrestre y todos sus derivados, lo que complica más el asunto. A efectos científicos, sustituir dioses por alienígenas no aporta ni explica nada, por no mencionar las tremendas libertades que se tomó Sitchin para reinterpretar los antiguos textos sumerios, ajustando todo lo que hiciese falta a los parámetros de su teoría.

Ahora bien, existe otra línea de investigadores que apuesta por la existencia de una civilización primigenia humana que fue destruida en su casi totalidad por el Diluvio y que pudo renacer –pero ya de forma tenue– varios milenios más tarde. En general, estos autores consideran que los antiguos escribieron con precisión sobre el origen de su civilización y que los modernos arqueólogos han despreciado ese testimonio a causa de sus muchos prejuicios. Así por ejemplo, para el egiptólogo alternativo John Anthony West resulta ridículo que los egiptólogos afirmen conocer mejor la historia de Egipto que los propios egipcios y que descarten las pruebas escritas cuando no encajan con su esquema mental. En este sentido, existe un evidente sesgo académico en la concepción de la Historia que desde Darwin –e incluso antes– se ha visto como un proceso evolutivo lineal, de menos a más, por el cual la civilización de los antiguos debe proceder de un estadio cultural inferior.

Oannes, el ser anfibio civilizador
Para algunos autores alternativos el proceso no funciona así y consideran que las civilizaciones antiguas fueron el renacer o el legado de una civilización desaparecida superior cuyo rastro puede encontrarse aún en determinados logros arquitectónicos erróneamente atribuidos a los antiguos. Así, no sería imposible plantear que esos reyes divinos fueran en realidad supervivientes de un mundo perdido y que realizaron una lenta labor de recuperación a lo largo de los siglos, como podemos ver en civilizaciones a uno y otro lado del Atlántico con personajes como Oannes o Viracocha. En una línea semejante están los que creen que la Humanidad está sometida a ciclos cósmicos –o sea, círculos– en los que la linealidad no tiene sentido. Así, a través de diversas eras, de lo más alto –la Edad de Oro– se va cayendo hasta el punto más bajo y desde ahí la Humanidad va recuperando la plenitud para volver a iniciar otro ciclo.

Desde esta perspectiva podríamos especular –sólo a modo de hipótesis– con la idea de que sumerios y egipcios registraron con rigor su pasado de oro, una era anterior en que los humanos disponían de capacidades muy superiores, lo que incluiría una gran longevidad. Este concepto nos permitiría hablar de dioses y semidioses no en un sentido extraterrestre ni sobrenatural, sino en el que propone la historia cíclica, en el cual la conciencia modifica la realidad y por tanto puede jugar con otras reglas en el campo de la física, la biología u otras ciencias. En cuanto a la posible imaginación a la hora de recuperar ese pasado, podemos conceder que la transmisión milenaria pudo distorsionar la realidad original –no sabemos cuánto– pero parece muy forzado pensar que los antiguos se dedicaron a “inventar” arbitrariamente reinados y dioses de una época remotísima. Las referencias claras a monarcas, ciudades, reinos y duraciones de reinado –aunque sean aproximadas– sugieren que tales datos fueron conservados con celo por la tradición oral a lo largo de milenios y que en su momento fueron puestos por escrito quizá por el miedo a perder el recuerdo.

En definitiva, colocar las series de reyes-dioses de los antiguos en el mero campo de la religión o de la superstición podría ser un grave error para una visión histórica y arqueológica abierta a todas las posibilidades. En mi opinión, siguiendo la línea de otros autores herejes como René Schwaller de Lubicz, Albert Slosman o Clesson Harvey, pienso que hemos malentendido en gran parte las antiguas civilizaciones, en especial Egipto, y que detrás de ese pasado mítico de reyes-dioses se esconde una realidad que de momento se escapa a nuestra plena percepción. De hecho, para Harvey los ya citados seguidores de Horus o Shemsu-Hor eran iniciados en altos saberes de la conciencia y se remontaban a la era predinástica. En realidad, ellos serían los responsables de la construcción de las pirámides. Así pues, según el investigador estadounidense, no se trataría de seres míticos –como afirma la egiptología– sino de personas reales de carne y hueso, una especie de minoría de elegidos que habrían vivido en un nivel de conciencia más alto que el nuestro. Sólo el tiempo y una investigación rigurosa y sin prejuicios nos podrán aportar alguna pista al respecto.

© Xavier Bartlett 2018

Fuente imágenes: Wikimedia Commons 


[1] Manetón escribió una Historia de Egipto, pero que se perdió en su versión original. Lo que ha llegado hasta nosotros ha sido un compendio de fragmentos a cargo de varios autores posteriores, sobre todo Flavio Josefo, Julio Africano, Eusebio y Sincelo.

13 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola xavier.
Una de las cosas que siempre me llamó la atención es el poco tiempo transcurrido desde cazadores-recolectores hasta los grandes monumentos y primeras pirámides.
Saludos
Roberto

Xavier Bartlett dijo...

Gracias Roberto

Pues sí, es una buena observación, y de hecho varios arqueólogos se han hecho una pregunta similar, como Walter Emery, que se maravillaba de cómo la civilización egipcia ya aparece perfectamente formada desde la dinastía I. Esos 6.000 años (o menos) parece poco tiempo para pasar de cazar y recolectar a tener un estado perfectamente organizado, con su administración, cultura, arte, monumentos, metalurgia, sistema religioso, grandes ejércitos, economía productiva con excedentes,etc.

Viendo el neolítico egipcio, que es relativamente "pobre", el salto llama la atención, pero sí es cierto que se ve una cierta evolución material de la cultura Naqada, pero bastante rápida en términos de progreso. Pero más sorprendente es que nos quieran hacer creer que entre la primera pirámide, la escalonada de Djoser (de la dinastía III), sólo pasaran unos 70 años para alcanzar la perfección de la Gran Pirámide (dinastía IV) y siglos más tarde decayera en picado la calidad de las pirámides. Se han formulado hipótesis al respecto, pero sólo son conjeturas. Yo pienso que las mejores pirámides quizá pertenecieron a la época de los reyes-dioses, y luego fueron rehabilitadas.

Saludos

Alarico dijo...

Estimado Xavier,me asalta la duda ¿ como un ser humano con un ciclo vital bastante limitado y conocido,pudo escribir y dejar constancia sobre otros seres,dioses,semidioses,o llamense como se quieran,que vivieron miles de años?
¿como lo observo? ¿como lo comprobo o lo dedujo?,alguien tuvo que ser el primero en dejar constancia escrita o impresa,habria que saber como se llega a esas conclusiones y en base a que evidencias.
Le pongo un ejemplo,yo puedo saber la edad de mi perro,con suerte la de sus hijos y sus nietos,pues su ciclo de vida es supuestamente mas corto,pero mi perro no puede saber mi limite de edad por que no sera capaz de observarlo nunca,por lo tanto si el perro tubiera la capacidad de escribir y de razonar,como iba a testificar algo que le es imposible de conocer.

Gracias por su trabajo.Un saludo.

Xavier Bartlett dijo...

Apreciado Alarico,

El comentario es acertado, según nuestros párametros actuales, pero hay que tener en cuenta que en el mundo antiguo se escribía de cosas que habían sucedido muchos siglos antes y que se habían trasmitido por tradición oral. Lógicamente, alguien debió ser testimonio de esos reinados (gente que vivió tanto como esos reyes, supuestamente) y fue pasando la información a las generaciones posteriores hasta crear una cadena de información que al final se puso por escrito. Lo único que ocurre es este caso es que las longevidades (y las épocas mencionadas) nos parecen directamente imposibles, a menos que empecemos a utilizar el "pensamiento lateral" y busquemos otras explicaciones.

En todo caso debió haber una fuente primigenia para esos escritos y a mí se me hace raro pensar que lo inventaran todo; no tiene sentido. Me inclino por considerar que quizá deberíamos interpretar esos datos en otra clave, y sigo pensando que el mito podría encerrar una verdad que hoy nos parece imposible.

Saludos,
X.

CobaltUDK dijo...

¿Y sí una hipotética civilización antigua hubiese dejado su historia escrita en papel (o papiros)?
No quedaría nada de sus escritos después de varios siglos desde su desaparición. La escritura cuneiforme sumeria puede parecernos primitiva, que lo es, pero es muchísimo más longeva.
Sólo conocemos lo que se ha conservado y paradójicamente de una civilización más avanzada no tendríamos ningún escrito. Sólo perdura la piedra.

Y más si está bajo metros de tierra, y a su vez bajo metros de agua, donde aún no hemos escarbado.

Por otro lado los reyes de la antiguedad solían nombrarse descendientes de dioses para que no les matasen sus propios súbditos, por lo que esas listas de dioses/reyes podrían simplmenente ser una invención para conseguir esa "inmunidad" y legitimar su posición.

La idea de los "dioses" también debe provenir de algo, y yo creo que es el recuerdo de esas antiguas civilizaciones, de esa edad de oro. Nada sobrenatural ni extraterrestre, o al menos poco probable en mi opinión.

Xavier Bartlett dijo...

Gracias Cobalt

Lo cierto es que existen huellas de protoescrituras en el paleolítico, signos muy simples, pero que podrían ser un sistema escrito de comunicación. De todas maneras, según varios autores, la Edad de oro sería una era superior a la actual y los humanos no necesatarían escribir nada para conservar el conocimiento, y tal vez ni siquiera necesitarían hablar, pudiendo acceder a la comunicación telepática. Esto es, tendrían pleno acceso a unos campos morfogenéticos en los cuales se acumularía y compartiría la información "on line".

Por supuesto, como ya cité, todo el resto de reglas de nuestro mundo no funcionaría igual, y eso podría explicar una gran longevidad en los humanos. Este concepto forma parte de la historia cíclica, por supuesto, y no tenemos pruebas para demostrarla, pero puede funcionar como hipótesis de trabajo. Y si me hablas de longevidad (en piedra), ahí están las pirámides y otros muchos monumentos megalíticos...

Saludos
X.

Ismael dijo...

Estoy bastante de acuerdo con tus respuestas Xavier.Con todo respeto quisiera dejar una reflexion que no todo el mundo comprende.....No podemos hutilizar nuestros esquemas de pensamiento y de vida para comprender otras culturas,civilizaciones o incluso al projimo....es casi un consejo para vivir...y el gran pecado de occidente!Un saludo Xavier.

Xavier Bartlett dijo...

Gracias Ismael

Coincido con tu apreciación... a menudo es preciso salir de nuestros esquemas para empezar a entender algo.

X.

Anónimo dijo...

Hola Xavier.
Simplemente una reflexión.
Supongamos que ocurre una catástrofe que mate y destruya a casi toda la humanidad y todos los adelantos actuales. Pienso que en el futuro la próxima humanidad creería que la escritura no habría sido inventada hasta su presencia. Toda la tecnología y los libros y documentos en papel habrían dejado de existir en relativamente pocos años.
¿No nos estará pasando eso?
Saludos
Roberto
PD: no sé si fui claro, perdón

Xavier Bartlett dijo...

Gracias Roberto

Sí, entiendo tu posición, y es muy coherente con el mundo actual. Fíjate que en caso de un cataclismo global enorme se perdería todo el conocimiento, pues tanto el soporte informático (que necesita tecnología y electricidad) como el papel acabarían por desaparecer. En realidad, toda nuestra civilización tiene pies de barro y no es tan sólida ni duradera como podríamos pensar. En unos 10.000 años posiblemente ya no quedaría rastro de nada. Bueno, las pirámides seguirían ahí, pero no creo que sean de "nuestra civilización" sino justamente de un ciclo anterior que nos dejó un legado en piedra.

Además, según algunos autores, se habría producido un fenómeno de trauma o amnesia que habría impedido recordar el pasado, una especie de "cortafuegos" que nos haría creer que el mundo físico es estable, eterno, sin problemas. Esto crearía la sensación de empezar de cero, una y otra vez, y cualquier referencia a un extraño pasado con otras reglas lo tomaríamos como algo imposible... o mitológico.

Saludos,
X.

peter dijo...

Le pregunto, usted cree que vivieron 26 mil años?

Xavier Bartlett dijo...

Gracias Peter

Ni creo ni dejo de creer, aquí me he limitado a exponer lo que dejaron por escrito los antiguos. En nuestro actual marco científico eso nos parece imposible, eso es evidente.

Saludos

Unknown dijo...

Las pirámides por todo el mundo su perfecta ubicación las contrucciones bajo tierra los grabados en piedra de platillos y seres de otro planeta nos hace suponer muchas cosas como lo maneja zecharian y talvez la arqueología es la que por el momento se queda corta para probarla .. solo pienso que por lo pronto ni una ni otra se pueden descartar