Nuestro bien instalado paradigma en arqueología nos lleva
diciendo desde hace muchas décadas que la cerámica es un producto típico de la
fase cultural prehistórica llamada Neolítico, que es la época en la que
el hombre fue dejando la práctica habitual de la caza y la recolección
–actividades que no desaparecieron pero sí quedaron relegadas a la categoría de
recurso secundario– y emprendió el camino de la producción de alimentos,
mediante la domesticación de plantas y animales. De este modo, abandonó su modo
de vida nómada y optó por el sedentarismo en un territorio determinado,
haciéndose agricultor y pastor.
Este proceso hacia una nueva forma de subsistencia tuvo
lugar una vez superada la última era glacial (alrededor del 10.000 a. C.), si
bien se ha identificado algún experimento de cultivo en fechas anteriores,
hacia el 11.000 a. C.[1]
Sin embargo, los datos disponibles apuntan a que el inicio de la agricultura
como práctica normal se sitúa hacia el 9.000 a. C., principalmente con el
cultivo del trigo y la cebada. Por supuesto, esta transición no ocurrió de la
noche a la mañana y tardó siglos e incluso milenios en consolidarse, primero en
el valle del Jordán y en el creciente fértil de Oriente Medio (Mesopotamia) y
luego en otros focos como Egipto, el valle del Indo, China, América, etc. hasta
irse extendiendo paulatinamente por otras regiones del planeta[2].
En este desarrollo, los hombres ampliaron y mejoraron ostensiblemente su cultura
material, pasando a pulimentar la piedra y a usar una gran variedad de
artefactos, cada vez más adaptados a las distintas labores productivas.
Vasija de cerámica (Neolítico cretense) |
Así, uno de los progresos que suele asociarse directamente
al Neolítico es la producción de cerámica, que fue la lógica consecuencia de
manipular arcilla plástica –dándole una determinada forma– y comprobar que
podía adquirir solidez mediante la cocción al fuego. Por supuesto las primeras
cerámicas eran relativamente toscas, se moldeaban a mano, y se cocían en
hogueras. Hubo que esperar más o menos hasta el 5.000 a. C. para ver los
primeros hornos de cocción a altas temperaturas, mientras que la tecnología del
torno –que facilitó la producción “en masa”– no apareció hasta alrededor del
3.500 a. C.
En cuanto a la razón de ser de la cerámica, siempre se le ha
concedido una función básicamente utilitaria. Así, este avance habría
respondido a la necesidad de tener objetos sólidos y duraderos para almacenar,
cocinar y servir los alimentos, cosa que encaja en el contexto de una economía
productiva y unos asentamientos estables. De todas maneras, se acepta que el
uso generalizado de la cerámica fue posterior a la domesticación de las plantas
y animales, y así los arqueólogos hablan de un Neolítico pre-cerámico (más conocido
por sus siglas en ingles, PPN[3]),
con una cronología que arranca hacia 8.500 a. C., si bien muchos investigadores
le conceden aún más antigüedad. Lo que sí es cierto es que esta fase neolítica
“sin cerámica” perdura en muchos lugares hasta 5.500 a. C. aproximadamente.
Hasta aquí todo encaja en unos patrones
tecnológico-culturales más o menos lógicos. El Paleolítico había sido una época
de primitivismo o salvajismo, en la que las comunidades humanas procuraban
subsistir en duras condiciones, viviendo en cuevas, cazando y recolectando y
con una cultura material relativamente basta y limitada. Frente a esto, el
Neolítico ha sido visto como una etapa de desarrollo enorme[4],
marcada por la aparición de una economía productiva, el proto-urbanismo, la
especialización de trabajo, la progresiva jerarquización social, etc. que
acabaría desembocando en la Edad de los Metales (según la clásica división
cultural propuesta por Thompsen), que sería el germen mismo de la civilización[5].
Lo que ocurre es que el propio registro arqueológico nos ha
deparado más de una sorpresa,
provocando que los modelos que intentan encuadrar las fases de desarrollo
cultural –siempre desde un modo de pensamiento evolucionista lineal– se vean ampliamente
superados, dejando a los arqueólogos con la boca abierta y con muchas
incógnitas por resolver. El caso más paradigmático es sin duda el famoso
yacimiento de Göbekli Tepe (Turquía), un espectacular enclave megalítico que ha
sido bien datado por Carbono-14 en una época “imposible” (entre 9.500 y 8.000
a. C.), en la cual el hombre estaba saliendo de su estadio de
cazador-recolector o como mucho estaba en una etapa de Neolítico incipiente (el
mencionado pre-cerámico).
Exterior de la cueva de Vela Spila (Korcula, Croacia) |
En referencia a este tipo de hallazgos que cuestionan la
visión primitiva que se tiene del Paleolítico, me ha llegado un interesante
artículo de la arqueóloga croata Vesna Tenodi, publicado recientemente en el
boletín de la Pleistocene Coalition[6].
Tenodi nos habla de un yacimiento llamado Vela Spila, situado en la isla de
Korcula, frente a la costa de Croacia. Se trata de una cueva con una gran
cámara de unos 50 metros de longitud por 30 de anchura, que ya fue identificada
en 1835, pero que no empezó a ser investigada hasta mediados del siglo XX.
Desde entonces los trabajos en este yacimiento se han ido sucediendo
regularmente y, dada la importancia de los hallazgos, en los últimos años han
sido llevados a cabo por cualificados expertos multidisciplinares de varias
universidades europeas (Zagreb, Pisa y Cambridge).
Tras los primeros estudios, se comprobó que la cueva había
servido como estación de caza, almacén de productos del mar e incluso como
lugar de enterramiento, y se dató el yacimiento en un horizonte temporal
mesolítico[7]-neolítico,
concretamente en un marco comprendido entre 7.380 a. C. y 5.920 a.
C. No obstante, la cueva tiene una gran potencia estratigráfica (más de
10 metros) y al ir excavando los estratos más profundos se siguieron hallando
artefactos, lo que probaba que la cueva había tenido una ocupación muy extensa
en el tiempo, con dataciones bastante más antiguas, de entre 13.500 y 12.600 a.
C., si bien las últimas fechas obtenidas por Carbono-14 se remontan incluso a
20.000 años de antigüedad. Así, parecía del todo confirmado que los moradores
más antiguos de Vela Spila habían sido cazadores-recolectores del Paleolítico
Superior.
Los 36 objetos cerámicos del Paleolítico hallados en Vela Spila |
Pero las excavaciones realizadas hace unos pocos años iban a
procurar datos aún más notables. Así, en las campañas arqueológicas del periodo
2001-2006 se encontraron en esos estratos más profundos unos objetos bastante
inesperados. En efecto, lo que llamó poderosamente la atención de los
arqueólogos fue la presencia de 36 piezas de cerámica, en unos estratos datados
en una horquilla ¡de entre 17.500 y 15.000 años de antigüedad! Se trataba de
diversos fragmentos de cerámica figurativa de tipo ornamental o simbólico
(representaciones de animales) y que estaba decorada finamente con punciones,
incisiones e impresiones. Los arqueólogos comprobaron además –por el color
marrón anaranjado de las piezas y por la suave textura de la pasta– que habían
sido cocidas a una temperatura bastante alta, lo que constituye una
característica de cerámicas relativamente “avanzadas”.
Ante este hallazgo, alguien podría decir que estamos ante
unos auténticos ooparts, o sea, objetos que “no deberían estar ahí”,
pues estarían teóricamente desplazados de su contexto natural, dado que la
tecnología empleada no se ajusta a lo que sabemos sobre el Paleolítico
superior. Por otra parte, también se podría objetar que quizás se cometieron errores metodológicos o de
interpretación en la excavación, que
habrían llevado a una confusión. Sin embargo, los datos aportados por Tenodi
dejan poca duda de que el trabajo arqueológico fue correcto y que las
dataciones realizadas no están bajo sospecha, si bien el Carbono-14 –así como
otros metros de datación radiométrica– no están ni mucho menos exentos de error
o contaminación, como se ha comprobado en numerosas ocasiones.
De todas formas, es oportuno recordar que ya anteriormente se
habían encontrado restos de artefactos cerámicos en otras partes de mundo con
dataciones excepcionalmente antiguas. Por ejemplo, tenemos 46 fragmentos de una
vasija hallada en Japón, que se dató indirectamente mediante C-14 (por unos restos de carbón contiguos) en una
increíble fecha de 14.000 a. C. En este mismo país tenemos además otros
yacimientos, correspondientes a la llamada cultura Jomon, que presentan
fragmentos de cerámica con dataciones alrededor de 10.500 a. C.[8]
Y ya en el continente euroasiático, se identificaron restos esporádicos de
cerámica en yacimientos de la Rusia
oriental, con cronologías que oscilan entre 13.000 y 9.000 a. C. Asimismo,
tenemos otros restos de cerámica en China fechados entre 11.000 y 8.800 a. C.
Detalle de un fragmento cerámico decorado de Vela Spila |
Si ahora recapitulamos, se nos presenta una curiosa
paradoja. Así, vemos por un lado que el “desarrollado” Neolítico no conoció la
cerámica en muchos lugares durante milenios, cuando la agricultura y la
ganadería ya llevaban practicándose durante mucho tiempo. Por otro lado, parece
que algunas comunidades de cazadores-recolectores sí conocían la tecnología
precisa para fabricar cerámica –y con cierta calidad– ya en épocas muy remotas.
Se podría argüir al respecto que lógicamente debieron existir experimentos y
primeras pruebas con la cerámica durante los últimos coletazos del Paleolítico
o durante el Mesolítico (todo ello alrededor del 10.000 a. C. o poco después),
pero las fechas de 17.500 a. C. de Vela Spila son realmente impresionantes. Y
para complicar más este escenario, Vesna Tenodi recalca que los estratos
atribuidos al Mesolítico en este yacimiento no presentan ni una sola pieza de
cerámica. En otras palabras, la tecnología cerámica se perdió en cuestión de
unos dos o tres mil años y ya no volvió a reaparecer hasta el Neolítico típico
de la zona, lo que constituye un desfase temporal enorme y una fuente de
preguntas: ¿De dónde salió este conocimiento? ¿Dónde están los supuestos
antecedentes más primitivos de esta cerámica? ¿Por qué se abandonó esta
tecnología y no se volvió a recuperar hasta muchos milenios después?
Y para cerrar esta reflexión, deberíamos referirnos al
trabajo de algunos investigadores como Alexander Marshack o Richard Rudgley[9]
que propusieron –con escaso éxito entre el mundo académico– la existencia de claros
indicios de un estadio de pre-civilización en el Paleolítico superior, a partir
de ciertos elementos de la cultura material. Según esta visión avanzada del
Paleolítico, los seres humanos que vivían en cuevas, incluidos los
neandertales, habrían tenido una vida simple pero no exenta de un alto
conocimiento y dominio de su medio natural. Así, a estos primitivos
cazadores-recolectores se les atribuyen ciertos conocimientos matemáticos,
prácticas médicas que incluyen cirugía, actividades mineras, fabricación de
instrumentos musicales[10],
una notable joyería, ropaje de piel y cuero (bien cosido con finas agujas de
hueso), incipientes métodos de escritura y sobre todo conocimientos
astronómicos basados en la atenta observación del firmamento. Y todo ello por no
hablar de sus sofisticadas industrias líticas y de su arte plasmado en las
famosas pinturas rupestres[11]
o en los bellos artefactos tallados sobre piedra o hueso.
Dicho todo esto, el estamento académico ya reconoce gran
parte de lo que se acaba de exponer, pero no quiere oír hablar de un estadio de
pre-civilización ni nada parecido pues la civilización, a su juicio, procede
directamente de la herencia neolítica[12].
A ello responden algunos autores alternativos afirmando que la civilización fue
un tenue legado de un mundo muy desarrollado que desapareció en tiempos
remotos, y que ello explicaría la existencia de Göbekli Tepe en una época tan
temprana, sin descartar que otros múltiples monumentos datados en el Neolítico
o en la Edad de los Metales –entre ellos la Gran Esfinge de Guiza y muchos
enclaves megalíticos– hayan sido mal datados y sean en realidad mucho más
antiguos. Pero adentrarnos por este camino ya sería tema para otro artículo.
© Xavier Bartlett 2016
Fuente imágenes: Wikimedia Commons y Pleistocene
Coalition News vol. 8 issue 3
[1] Se trata de
indicios de centeno cultivado localizados en el yacimiento de Abu Hureyra
(Siria)
[2] Por ejemplo,
la agricultura no llegó a la Península Ibérica hasta el 6.000 a. C.,
aproximadamente.
[3] Pre-Pottery
Neolithic (dividido en dos fases, A y B). Cabe señalar que en los últimos
tiempos la denominación PPN viene siendo sustituida por el término de Neolítico
acerámico.
[4] El ilustre
arqueólogo Vere Gordon Childe llegó a hablar de “revolución neolítica” para
calificar este salto evolutivo cultural de la Humanidad.
[5] Otro tema,
objeto de cierta polémica que no vamos a tratar aquí, sería dilucidar cómo se
produce el gran salto de las sociedades neolíticas hasta las civilizaciones
plenamente formadas con todos sus rasgos típicos, como es el caso de Sumeria o
Egipto.
[6] La Pleistocene
Coalition es una asociación que agrupa a profesionales estudiosos de la
Prehistoria de varios países que se muestran críticos o disidentes con respecto
al paradigma científico actual, sobre todo en cuestiones relacionadas con el
Paleolítico y el evolucionismo. El artículo, titulado From Stone Age to
Space Age, se ha publicado en el n.º 3, volumen 8 (mayo-junio 2016) del Pleistocene
Coalition News.
[7] Etapa de
transición entre Paleolítico y Neolítico.
[8] Cabe reseñar
que estas dataciones de Japón tan antiguas ya despertaron en su momento la
reticencia y el escepticismo de muchos arqueólogos, que las creían equivocadas.
[9] Es muy
recomendable la lectura del libro de Rudgley titulado The lost civilizations of
Stone Age (1998), que tiene versión castellana:
Los pasos lejanos, publicado por la editorial Grijalbo.
[10] Por
ejemplo, el instrumento musical más antiguo reconocido es una flauta tallada en
hueso que se atribuye a neandertales, con una gran antigüedad que oscila entre
67.000 y 43.000 años.
[11] De hecho,
cuando en el siglo XIX fueron halladas las primeras pinturas rupestres
paleolíticas en el norte de la Península Ibérica y el sur de Francia los
prehistoriadores se negaron a creer –a la vista de su perfección y naturalismo–
que hubieran sido realizadas por hombres “salvajes” y consideraron que se
trataba de meros fraudes.
[12] Aquí es
oportuno citar que para la arqueóloga Marija Gimbutas el Neolítico fue de algún
modo la verdadera civilización, una sociedad matriarcal, avanzada,
creativa, próspera y pacífica, en clara contraposición a lo que vino después.