Introducción
A poco más de 60
kilómetros de Beirut, la capital del Líbano, podemos visitar el conjunto monumental
de Baalbek (o Bal Bekaa), vinculado a
la antigua ciudad de Heliópolis, que
se fue construyendo y reconstruyendo a lo largo de las épocas, pero que
conserva principalmente su impresionante legado romano en forma de grandes
templos, entre los cuales destaca en particular el majestuoso templo de Júpiter.
Su aspecto aún hoy en día es muy imponente, a pesar de que en la actualidad
restan sólo en pie seis enormes columnas corintias exteriores de las 54
originales.
El
asentamiento no tiene un claro origen, pues no se han identificado restos
fenicios, aunque sí canaanitas (Edad del Bronce). No obstante, pudo haber sido
un lugar sagrado o de culto en época fenicia, dedicado al dios Baal. Sabemos
que este territorio formó parte de los reinos helenísticos y es entonces cuando
encontramos el nombre de Heliópolis (la “Ciudad del Sol”). Luego toda la región
fue anexionada por Roma en el siglo I a. C. y poco más tarde, por iniciativa
del emperador Augusto, se emprendió el gran proyecto constructivo de un
santuario con tres grandes templos dedicados a Júpiter, Baco y Venus, cuyas
obras se prolongaron hasta el siglo III d. C. El templo de Júpiter
Heliopolitano, el mayor templo jamás construido en todo el imperio romano, fue
acabado en tiempos de Nerón. Despúes de la época romana, el santuario fue
convertido en fortaleza por bizantinos, árabes y otomanos.
La “anomalía” de un gran monumento
Estas grandes
edificaciones son de admirar aún en su actual estado, pero hay algo que –según
algunos autores alternativos– va más allá de lo que podríamos llamar
“arqueología ortodoxa”. En efecto, desde hace décadas muchos ojos se han fijado
especialmente en una plataforma –que incluye un patio y el propio podium (basamento) del templo de Júpiter–
en la cual encontramos una serie de bloques de proporciones colosales. En la
pared sudeste de la terraza se pueden ver nueve enormes bloques de piedra
caliza (de aproximadamente 10 x 4,20 x 3 metros), cada uno de los cuales con un
peso estimado de unas 300 toneladas[1].
A su vez, en la pared sudoeste tenemos otros seis bloques similares de igual
peso. Y justo por encima de esta hilera también podemos apreciar un conjunto de
tres monolitos aún más grandes, llamado Trilitón.
Cada uno de estos bloques mide
unos 19 metros de largo y pesa alrededor de 800 toneladas. Según Michel Alouf, ex
conservador de las ruinas:
«...ellas [las piedras del Trilithon] están tan exactamente colocadas en posición y unidas con tanto cuidado que es casi imposible insertar una aguja entre ellas. Ninguna descripción dará una idea exacta del efecto desconcertante y sorprendente de estos bloques enormes en el espectador.»
Finalmente,
en una cantera próxima se halló un bloque gigantesco tallado como un perfecto
paralelepípedo, la Piedra del Sur. Este
bloque tiene un tamaño y peso descomunal, aun para nuestros parámetros
actuales: mide 21,5 x 4,2 x 4,8 metros y su peso podría superar las 1.000
toneladas. No se sabe con certeza si fue tallado para la misma obra, pero se
supone que sí; en tal caso, se puede especular con que se talló después del
Trilitón, porque de haberse tallado antes aún se podía haber reaprovechado. Sea
como fuere, no está claro por qué motivo se llevó a cabo tan descomunal trabajo
para ser luego abandonado en la cantera. Y para añadir más estupor, en los años
90 se encontró otro bloque similar (no expuesto a la superficie) en la misma cantera.
Esta arquitectura ciclópea despertó el interés del científico ruso Matest Agrest hace medio siglo. Tras examinar meticulosamente los restos, sugirió que podía ser la plataforma para una base espacial construida por seres de otro planeta. Luego, otros autores como Von Däniken y Zecharia Sitchin recogieron esta historia y la convirtieron en una prueba fehaciente de la visita de alienígenas, los únicos supuestamente capaces de ejecutar tales proezas arquitectónicas. Sitchin, concretamente, siguió la estela de Agrest y afirmó en su libro Escalera al cielo (1980) que Baalbek sería una importante base de los dioses Anunnaki, en funciones de “lugar de aterrizaje y centro de comunicaciones”. A partir de este punto, ya en tiempos más recientes, varios investigadores independientes han intentado profundizar en la supuesta anomalía para tratar de demostrar que la plataforma original no data de época romana sino de una época muy remota.
La búsqueda de respuestas
A
diferencia de las propuestas de Däniken y Sitchin, otros autores alternativos
han preferido no cargar las tintas sobre esta supuesta presencia
extraterrestre, y han optado por buscar algunas respuestas más directas,
aportando interesantes elementos de reflexión. Así, Andrew Collins[2]
se refiere directamente al tipo de construcción ciclópeo y da por hecho que ni
siquiera nuestra tecnología actual sería capaz de manejar bloques tan
monstruosos ni colocarlos con tanta precisión. Acto seguido, pone en duda la
paternidad romana de la plataforma del templo, alegando los siguientes
argumentos:
- No nos consta el nombre de los arquitectos o ingenieros que realizaron la plataforma, ni hay noticias históricas sobre esta construcción.
- Vistas las disposiciones del templo y del patio, no parece que existiera un único plan constructivo, sino dos estructuras distintas, siendo la romana la que se superpuso sobre una más antigua.
- Es muy complicado imaginar cómo los técnicos romanos (con los medios disponibles en su época) pudieron tallar esos gigantescos bloques, luego desplazarlos desde la cantera y finalmente colocarlos en su emplazamiento. Las soluciones aportadas por los arqueólogos, basadas en el uso de trineos, rodillos, poleas y cabrestantes, no funcionan ni con gran cantidad de mano de obra, dado el enorme volumen y peso de los bloques en cuestión.
- Existen leyendas árabes locales que sitúan la edificación de la plataforma en un tiempo mítico, no en la época romana.
Para Collins, no hay más que observar la gran diferencia que separa las hileras de grandes bloques y el Trilitón de las pequeñas piedras –en comparación– que están por encima y a los lados de la obra ciclópea. Además, los bloques enormes presentan un aspecto mucho más desgastado (lleno de hoyos) por la acción erosiva del viento y la arena, lo que puede indicar una mayor antigüedad. Esta erosión es igualmente visible en otros enclaves arqueológicos mediterráneos que destacan por el uso de megalitos. Por otra parte, en el Mundo Antiguo (y también después) no era extraño erigir determinados recintos sagrados o conjuntos monumentales sobre estructuras precedentes, cosa que habría ocurrido seguramente en Baalbek.
Finalmente, Andrew Collins echa mano de la mitología para intentar ofrecer alguna explicación a la controversia. Así, según las leyendas semíticas, Baalbek sería la construcción más antigua de la humanidad –atribuida ni más ni menos que a Caín, hijo de Adán– que resultó destruida tras el Gran Diluvio. Después, el gran rey Nemrod la reconstruyó con la ayuda de unos gigantes, dando lugar a lo que sería la bíblica Torre de Babel. Detrás de esta historia, se intuiría la probable presencia de las míticas razas de los Nefilim y los Vigilantes (Titanes y Gigantes, según la mitología griega), una cultura pre-fenicia que habría sido la responsable de tamaña obra. Nada original, desde luego, pues es bastante habitual la atribución de estructuras ciclópeas a una raza de gigantes, a falta de mejores argumentos. No obstante, Collins opta por considerar a los gigantes no como seres de fuerza física descomunal, sino como magos capaces de izar y manejar las piedras mediante levitación, esto es, utilizando algún tipo de tecnología sónica.
Por otra parte, tenemos las teorías de Alan Alford, que en su libro Dioses del nuevo milenio (1996) abordó extensamente el tema de Baalbek desde un enfoque bastante semejante al de Collins, incluyendo las inevitables citas al episodio mitológico de Nemrod y los gigantes (o los Djinn, según las leyendas árabes). Sin embargo, su investigación ofrece algunos puntos originales que merecen una especial atención. En primer lugar, admite que a veces se ha exagerado mucho en el tema de la imposibilidad de acometer estas hazañas en la actualidad. En efecto, Alford reconoce que los grandes megalitos de Baalbek de 800 toneladas podrían ser movidos hoy por enormes grúas, si bien no sería una empresa nada fácil, según contrastó con varios expertos[3].
En segundo lugar, Alford apunta acertadamente que esta gesta técnica del pasado resulta extraña en su contexto y se pregunta por qué los constructores emplearon piedras gigantescas: ¿para construir una plataforma capaz de soportar enormes fuerzas verticales? ¿Para acelerar los trabajos cortando menos bloques? Alford no cree que los romanos construyeran el basamento megalítico, teniendo en cuenta que tal obra no se corresponde con el tipo de sillería romana habitual. Además, considera que el transporte de los bloques más grandes desde la cantera hasta su emplazamiento mediante métodos convencionales es un “dilema imposible”. Los rodillos no funcionarían por no poder soportar el peso de las piedras del Trilitón o de la Piedra del Sur. En el mejor de los casos se necesitarían muchos miles de hombres –se ha estimado hasta unos 40.000– para mover tales monstruos, cosa tampoco fácil en un espacio no muy extenso, puesto que la cantera estaba bastante cerca (a poco más de medio kilómetro).
En tercer lugar, y de acuerdo con el aspecto de la estructura, el trilitón parece formar parte de un proyecto inacabado (¿una muralla defensiva?) que no tendría relación directa con la posterior plataforma para el templo. De hecho, la distinta forma y disposición de los bloques demostraría que la parte superior fue una reconstrucción de la estructura original después de haber sufrido un importante daño[4]. El problema sería entonces determinar quién colocó esos bloques, cuándo y cómo. Alford reincide en la idea de que lo lógico hubiera sido utilizar bloques más pequeños y manejables en vez de semejantes moles. Ello le induce a pensar que los constructores de la plataforma disponían de una tecnología que hacía bastante fácil esa empresa, descartando completamente los métodos primitivos de la Antigüedad. Pero, aparte de esta observación, las preguntas fundamentales quedaron sin respuesta.
La visión arqueológica convencional
Frente
a los argumentos alternativos acerca de los bloques, la arqueología académica
nunca ha visto ninguna anomalía. Todo el santuario ha sido objeto de varios
estudios y excavaciones desde hace más de un siglo, por lo que la cantidad de
información acumulada ya es considerable. Así, una misión arqueológica alemana
excavó a inicios del siglo XX la famosa plataforma del templo de Júpiter y se
pudo comprobar que los megalitos sólo se limitaban a la parte exterior, a modo
de muro de contención, un tipo de estructura bien conocida en el Mundo Antiguo.
En cuanto al interior del basamento, se trata de una típica obra de factura
romana, con las clásicas paredes de ladrillo en forma de panal y cámaras
rellenas de escombros.
Según
los estudios realizados, ya en época helenística se habría llevado a cabo la
construcción de una gran terraza (para albergar un recinto sagrado) y se habría
emprendido la erección de una plataforma para sustentar un templo clásico en la
zona oeste. Sin embargo, tal templo nunca se llegó a construir. Así pues,
quedaría el basamento que luego sería reaprovechado por los romanos. De hecho,
algunos arqueólogos del siglo XIX (de Saulcy, Renan) reconocieron, a la vista
de la obra ciclópea, que debió haber existido un templo o construcción anterior
a la época romana.
Sin embargo, para los arqueólogos modernos, la obra megalítica formaba parte del proyecto romano, aunque fuera “al estilo fenicio”. Concretamente, Friedrich Ragette, en su obra Baalbek (1980), apunta a que tales piedras gigantescas se ajustan a la tradición fenicia según la cual los podios no debían tener más de tres hileras, lo que obligaría en este caso a emplear enormes bloques de gran altura. Además, el uso de estos bloques se justificaría por razones de “apariencia” y para impresionar al pueblo ignorante, reforzando las leyendas acerca de la participación de gigantes en la construcción de este enclave.
En cuanto al problema del transporte de los megalitos, las explicaciones convencionales señalan el hecho de que la cantera estaba muy cerca y situada un poco por encima del nivel del santuario, lo que haría que el desplazamiento de los bloques fuese cuesta abajo. Para el arqueólogo francés Jean Pierre Adam[5], el tema del Trilitón no tiene ningún misterio especial. Para mover cada uno de estos bloques los romanos podrían haber utilizado un conjunto de seis grandes malacates (cabrestantes), accionados por 144 operarios, a fin de convertir el movimiento rotatorio en tracción, a lo que habría que sumar la ayuda de poleas y rodillos. Asimismo, Adam recuerda que el propio autor clásico Vitruvio ya citaba algunos sistemas de transporte de grandes monolitos, como la máquina de Ctesifonte o la máquina de Metágenes[6].
Otra posibilidad, al alcance de la ingeniería romana de la época, podría haber sido la construcción de un canal entre la cantera y el recinto, que una vez lleno de agua y con la ayuda de unos pontones, hubiera permitido el transporte de una gran masa de peso[7]. Además, desde posiciones ortodoxas se suele recordar que el manejo de grandes bloques de piedra tuvo diversas soluciones a lo largo de la historia y que, por ejemplo, la base para la estatua ecuestre del zar Pedro el Grande era un enorme monolito de 1.250 toneladas de peso que fue colocado en San Petersburgo con los medios disponibles en el siglo XVIII y con mucha mano de obra.
Consideraciones finales
Una
vez expuestos los argumentos de una y otra parte, cabe hacer algunas consideraciones
para tratar de arrojar algo de luz sobre la controversia. Lo primero que debemos
dilucidar es si los romanos fueron los responsables de la parte megalítica de
la plataforma de Baalbek o no. Las explicaciones académicas tienen alguna base
histórica y una cierta viabilidad, si bien no tenemos ninguna certeza acerca de
cómo lo llevaron a cabo, más allá de las conjeturas. Con todo, las objeciones aportadas
por los autores alternativos también tienen su peso específico y responden a
datos históricos y a la pura observación de los restos. Así pues, hagamos un
repaso de estos argumentos y examinemos su validez:
1) No tenemos noticias
históricas sobre la construcción del conjunto de templos: es patente que no hay
referencias escritas romanas sobre esta obra (en particular, el muro de
contención) ni sobre sus artífices, cosa que sorprende dada la grandiosidad del
conjunto. De todas formas, esto no prueba nada en concreto sobre la cuestión de
los megalitos. En cuanto a las leyendas, sin duda pueden ser muy sugerentes,
pero desde un punto de vista científico no aportan ningún elemento susceptible
de análisis.
2) El recurso al
megalitismo es impropio de la arquitectura o ingeniería romana: es innegable tal hecho,
pues la construcción con grandes piedras en época romana ya era cosa de un
pasado muy remoto. Está claro que el megalitismo típico del Mediterráneo y la Europa atlántica desapareció hacia la
Edad de Bronce, y que a partir de entonces las soluciones arquitectónicas
prescindieron generalmente del uso de grandes bloques. De hecho, en la época
del Imperio Romano, los proyectos de mayor envergadura se solían edificar a
base de Opus caementicium (cemento) y de Opus quadratum (sillares
paralelepípedos de tamaño medio). No cabe duda de que las habilidades y los recursos
de los ingenieros romanos eran muy amplios, pero el megalitismo, por su complejidad
y coste, resultaba impensable en aquel periodo histórico. Podríamos admitir que
los romanos decidieran emplear grandes sillares para erigir la base del muro de
contención, pero el uso de bloques de menor envergadura (quizás hasta 200
toneladas) ya habría sido más que suficiente. Realmente, como apunta Alford, no
se ve una razón técnica para recurrir a bloques gigantescos.
3) Los romanos no eran capaces de mover pesos descomunales: este argumento conlleva
cierta polémica, pues los autores alternativos creen que los romanos carecían
de los medios necesarios para transportar o manejar bloques del tamaño del Trilitón.
Así, estiman que las capacidades máximas de transporte estarían alrededor de
las 300 toneladas y que todo lo superase esta cifra sería un trabajo casi
imposible. Por ejemplo, a finales del siglo I a. C. el emperador Augusto fracasó
en su intento de transportar a Roma el obelisco del templo de Karnak (cuyo peso
oscila entre 320 y 450 toneladas, según las estimaciones realizadas), aunque sí
pudo llevarse otros dos, cada uno con un peso no superior a las 235 toneladas. El
emperador Constatino sí consiguió sacar de Egipto el obelisco de Karnak tres
siglos más tarde, pero con la salvedad de que parte de la base resultó
destruida en el intento. Por otra parte, habría que probar de forma fehaciente
las afirmaciones de J. P. Adam respecto a la capacidad real de su sistema de cabestrantes con un
peso de 800 toneladas, cosa que muchos escépticos ponen en duda.
4) El tipo de obra en el
muro de contención muestra estilos claramente distintos: con una simple
observación del muro, las afirmaciones realizadas por Collins y otros autores
parecen evidentes: se aprecian distintos tipos de paramento, superpuestos y no
colocados regularmente, lo que da la impresión de una sucesión de estilos y de aprovechamiento
de una base megalítica de mayor antigüedad (por la simple razón de estar en un
nivel inferior y por presentar un aspecto de fuerte erosión, que no coincide
con la suave erosión de los paramentos superiores o laterales). Incluso por
encima del Trilitón, y antes de las hileras de sillares típicamente romanos, se
observa la presencia de unos grandes boques que corresponderían a un megalitismo
más “ligero”. Este tipo de construcción megalítica de enormes bloques que
encajan de forma perfecta lo vemos repetido en otros monumentos de antiguas civilizaciones
(si bien los autores alternativos lo atribuyen a una civilización muy anterior,
que era capaz de realizar tales obras sin esfuerzo).
5) No tiene sentido el abandono
de la Piedra del Sur, que ya estaba prácticamente completada: sobre este punto, realmente
no queda claro por qué los constructores desestimaron su uso. Parece suicida
tirar por la borda tanto esfuerzo centrado en un bloque de esas dimensiones, y
más en los romanos, que calculaban muy bien todos los detalles de sus proyectos
(suponiendo, obviamente, que los enormes bloques megalíticos fueran de época
romana). ¿Un error de cálculo? ¿Cambios en el proyecto original? ¿Problemas de
transporte? Realmente sólo podemos especular. Sin embargo, este hecho –unido a
la evidente adaptación de las obras del templo y del patio a la forma original de
la terraza– parecen indicar que nos hallamos ante dos proyectos constructivos
distintos (y en diferentes épocas).
A
modo de conclusión, y concediendo que los romanos no realizaron la
obra megalítica de la plataforma, nos quedan pendientes las preguntas clave: ¿quién
y en qué momento colocó allí esos enormes bloques? ¿Una civilización anterior? ¿Y
con qué medios? La hipótesis de los
griegos de los reinos helenísticos (o de culturas aún más antiguas) queda
descartada pues no eran mejores en cuanto a capacidades constructivas. De este
modo, más allá de las leyendas ya mencionadas sobre dioses o gigantes, Baalbek
se presenta quizá como un testimonio más de una asombrosa arquitectura
megalítica, que precedió a las grandes civilizaciones de la Antigüedad y que
vemos en lugares tan distantes como Cuzco, Puma Punku, Malta, Guiza,
Stonehenge, etc. Para varios autores alternativos, esta arquitectura –capaz de soportar
terremotos y el paso del tiempo– es el último vestigio de un mundo perdido, la
llamada Edad de Oro, en la cual los seres humanos disponían de unos conocimientos
que apenas hoy podemos llegar a imaginar.
Actualización
Muy recientemente la arqueóloga Janine Abdel Massih, de la Universidad del Líbano, ha hallado en la cantera otro monolito aún más grande, de unos 19,6 metros de largo, 6 metros de ancho y 5,5 metros de grosor, pero que todavía no ha sido excavado completamente.
Actualización
Muy recientemente la arqueóloga Janine Abdel Massih, de la Universidad del Líbano, ha hallado en la cantera otro monolito aún más grande, de unos 19,6 metros de largo, 6 metros de ancho y 5,5 metros de grosor, pero que todavía no ha sido excavado completamente.
© Xavier Bartlett 2014
[1] Según otras fuentes, el
peso se situaría en torno a las 450 toneladas.
[2] En su artículo
“Baalbek: Lebanon’s sacred fortress, publicado en New Dawn Magazine, n.º 43
(1987)
[3] Según le comentó a
Alford un técnico de la firma Baldwins Industrial
Services, existen
grúas perfectamente capaces de cargar ese peso (e incluso hasta pesos de 2.000
toneladas), si bien no pueden moverse mientras transportan tales cargas, aparte
del problema adicional de la preparación del terreno.
[4] Dado que el Trilitón se
halla encima de megalitos más pequeños, también se ha especulado con la idea de
que realmente el Trilitón sería la hilada superior de un antiguo edificio de
función desconocida, o sea, que la estructura estaría de algún modo
“invertida”.
[5] Adam, J.P. “A propos du
trilithon de Baalbek. Le transport et la mise en oeuvre des megaliths,” Syria
54:1-2 (1977)
[6] Se trata de mecanismos
que tenían por objeto hacer rodar el bloque, lo que facilitaría mucho el manejo,
aunque obviamente esto sólo funcionaría bien en terrenos más o menos lisos y
con poca o nula pendiente.
[7] Este sistema está
descrito en el siguiente artículo de Henk J. Koens: http://blog.world-mysteries.com/strange-artifacts/the-trilithon-and-transport-of-the-baalbek-foundation-stones/
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