lunes, 20 de octubre de 2014

Hueyatlaco: desenterrando artefactos y enterrando la ciencia



Introducción



Lamentablemente, la historia de la ciencia está llena de episodios oscuros de intransigencia, dogmatismo y acoso hacia ciertas opiniones minoritarias que no encajaban con lo que dictaba la ortodoxia del momento. El ámbito concreto de la historia y la arqueología no ha sido ajeno a este tipo de actitudes persecutorias, generalmente orientadas a desacreditar los trabajos de los investigadores independientes, también llamados outsiders. Sin embargo, esto sólo es una parte de un escenario mucho más amplio, que nos lleva a considerar que de hecho hay muchos más trapos sucios dentro de la propia institución científica.

Por supuesto, tales trapos muy raramente salen a la luz más allá de unos círculos muy restringidos, o sea, más o menos en el ámbito de los propios afectados. Todo lo más, se tiene noticia de la existencia de algunas personalidades o corrientes minoritarias que en su momento propusieron cosas quizá demasiado “arriesgadas” y no obtuvieron el apoyo de sus colegas y por tanto quedaron fuera del consenso científico, que de hecho no es más que un punto común de acuerdo, en modo alguno una verdad científica absoluta. En todo caso, en la universidad, al igual que en la escuela, se ofrece la versión estándar de la mayoría y todos aquellos que quedaron fuera del paradigma por diversos motivos simplemente no son citados; es como si nunca hubieran existido.

Ahora bien, dicho esto, no estamos ante una simple cuestión de quedarse al margen por ir a contracorriente. Evidentemente, la ciencia va ampliando horizontes y muchos conocimientos pueden resultar erróneos o quedar obsoletos por diversos motivos y por tanto se van quedando atrás. Admitiendo esta premisa, debe quedar claro que no se trata exactamente de esto; más bien estaríamos hablando de la aplicación de un patrón de pensamiento único que anula sistemáticamente determinadas visiones que no concuerdan con el marco teórico establecido. Esta situación fue perfectamente descrita en el libro de Michael Cremo y Richard Thompson Forbidden Archaeology (“Arqueología prohibida”), una obra alternativa que –a pesar de sus muchos prejuicios, errores y carencias de todo tipo– puso de manifiesto que cierta parte de la investigación arqueológica de los últimos 150 años fue condenada al ostracismo por contrariar las tesis imperantes, sobre todo en lo referente al evolucionismo darwiniano. 

Hueyatlaco entra en la Historia


Plano de situación del embalse de Valsequillo (México)
Uno de los casos más paradigmáticos –y más citados– de esta situación es el del yacimiento prehistórico de Hueyatlaco, junto al embalse de Valsequillo, cerca de la ciudad de Puebla (México), en una antigua zona volcánica presidida por el gran volcán de La Malinche. Cabe precisar que en realidad Valsequillo engloba un conjunto de yacimientos (El Horno, Tecacaxco, El Mirador y el propio Hueyatlaco), todos ellos situados en la península de Tetela y sus cercanías, al norte del embalse.

Todo empezó en los años 30 del pasado siglo cuando un joven arqueólogo amateur local, Juan Armenta Camacho, encontró en la zona de Valsequillo muchos huesos de mamíferos extinguidos durante la última Edad de Hielo, así como herramientas de piedra. Juan Armenta estuvo explorando los aledaños del embalse durante muchos años y llegó a encontrar algunas piezas excepcionales, como por ejemplo un hueso fosilizado grabado con figuras de diversos animales o un hueso de mamut con una punta de lanza clavada en él.

Hueso grabado hallado en 1959
Con estos hallazgos Armenta llegó a la conclusión de que la zona de Valsequillo había sido un rico coto de caza y lugar de despiece y consumo de presas en épocas prehistóricas, dada la gran cantidad de huesos que parecían haber sido incisos, golpeados o rotos con herramientas de piedra. Sin embargo, sus descubrimientos fueron ignorados por las autoridades arqueológicas mexicanas, que alegaron que tales trazas sobre los huesos se debían a factores geológicos, y no humanos.

La intervención de la Universidad de Harvard


Pese a esta reacción contraria por parte del estamento científico mexicano, Armenta creía que Valsequillo constituía una zona de excepcional interés arqueológico, y de este modo invitó a varios expertos internacionales para que examinaran por sí mismos los restos hallados. A raíz de este hecho, Valsequillo acabó por entrar en la agenda de los profesionales norteamericanos, que decidieron realizar una serie de excavaciones con gran despliegue de medios. Esta iniciativa, bautizada como Valsequillo Project, se puso en marcha en 1962 y corrió a cargo de la Universidad de Harvard. Para dirigir el proyecto se puso al frente a una joven antropóloga de Harvard, Cynthia Irwin-Williams, siendo co-director de los trabajos el propio Juan Armenta.

Cynthia Irwin-Williams
Irwin-Williams y Armenta llevaron a cabo tres campañas de excavación en Valsequillo (en 1962, 64 y 66) en las que delimitaron los cuatro yacimientos ya mencionados. Ya desde el principio se pudo comprobar que los resultados de las excavaciones sobrepasaban incluso las mejores expectativas. En 1962 se encontraron más de 80 localizaciones de huesos de mastodonte y mamut en todo el perímetro del embalse, aunque lo mejor sin duda fue la excavación de unos estratos de gravas en los que se encontraron juntos huesos y utensilios de piedra, mostrando que tales utensilios se habían utilizado para labores de despiece de los animales muertos. En lo que se refiere a los artefactos, los arqueólogos se quedaron muy sorprendidos por la presencia de un estilo de tipo bifaz (piedra trabajada por ambas caras), que era de una calidad semejante a la que se podía encontrar en las herramientas hechas por el hombre moderno en Europa en el Paleolítico Superior.

Virginia Steen-McIntyre en Valsequillo
Sin embargo, no todo eran parabienes, pues los huesos hallados estaban mineralizados y por este motivo no había forma de datarlos por el método del carbono-14. Por otra parte, la propia complejidad y riqueza de los hallazgos precisaba de estudios más profundos a cargo de otros especialistas. Así fue como a partir de 1964 entraron en liza, a petición de Cynthia Irwin-Williams, diversos técnicos en varias materias y entre ellos un equipo del USGS (United States Geological Survey, Prospección Geológica de los EE UU), liderado por el geólogo Harold (“Hal”) Malde. A este equipo se unió en 1966 una prometedora licenciada llamada Virginia Steen-McIntyre, especialista en tefrocronología, esto es, en datar los estratos de tefras (cenizas volcánicas). 

Las polémicas dataciones



Lo cierto es que los primeros intentos de los geólogos para datar el yacimiento no dieron mucho fruto. No obstante, en un estrato de la Barranca Caulapán –en las cercanías del embalse– al fin se pudo relacionar fiablemente un objeto hecho por el hombre con huesos mineralizados y conchas, que se podían datar con las metodologías de las series de uranio y con el Carbono-14, respectivamente. Este fue el primer resultado asombroso, pues las fechas obtenidas en ambos casos, aun con sus márgenes de error, estaban alrededor de 22.000 AP (Antes del Presente). Esto era una pequeña bomba para las teorías académicas de aquel entonces sobre el poblamiento humano en América, pues según los axiomas ya aceptados, los primeros hombres –de origen asiático– llegaron al continente a través del estrecho de Bering cuando éste se podía cruzar a pie y la primera cultura humana americana identificada arqueológicamente era la llamada cultura Clovis[1], con una datación aproximada de 10.000 a. C.

Localización de un artefacto de piedra de tipo bifaz
Sin embargo, esto no fue más que la punta del iceberg, pues las dataciones posteriores, a partir de 1968, realizadas sobre diversos restos hallados en Hueyatlaco y el Horno dieron resultados aún más inesperados. Barney J. Szabo, geoquímico del USGS, analizó varias muestras mediante series de uranio y, para sorpresa de todos, la antigüedad que obtuvo quedaba fuera de cualquier pronóstico. Por ejemplo, una pelvis de camello se dató en 180.000 ó 245.000 ± 40.000 años, según el método empleado, y un diente de mastodonte, en 154.000 ó 280.000 años.

Reacciones adversas


En fin, aceptar una antigüedad de 20 ó 30 mil años para Valsequillo ya era poco menos que un anatema para el estamento académico, pero entraba en los límites de lo posible y aceptable, aun con las máximas cautelas. No obstante, hablar de 250.000 años ya era una herejía sin precedentes. Con todo, antes incluso de que apareciesen estas fechas tan extraordinarias, las autoridades arqueológicas mexicanas ya habían decidido tomar cartas en el asunto, lo que provocó la primera tormenta sobre el controvertido yacimiento.

José Luis Lorenzo
Así, José Luis Lorenzo, director del INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia), al conocer en 1966 los primeros datos sobre dataciones demasiado antiguas puso en su punto de mira a los directores de la excavación. Lorenzo lanzó la grave acusación de que los mismos obreros habían introducido los objetos en los estratos excavados, a pesar de que para cualquier experto estaba claro que era casi imposible insertar artefactos en unos sedimentos extraordinariamente duros. Para fundamentar tal acusación, Lorenzo decidió enviar agentes federales armados a las excavaciones para intimidar a los obreros y obtener confesiones de fraude. En realidad sólo tres de los 60 trabajadores aceptaron firmar un papel conforme ellos (y los científicos) habían enterrado los artefactos. Lo cierto es que Cynthia Irwin-Williams rechazó firmemente estos ataques y, en su defensa, consiguió que varias personalidades académicas dieran fe de la integridad y competencia profesional del grupo de trabajo. Al final se tiró tierra sobre el asunto, pero el daño ya estaba hecho.

Sin duda, la principal víctima de esta tormenta fue Juan Armenta Camacho, al que no sólo se le retiró el permiso para practicar ninguna otra intervención arqueológica, sino que además se le confiscaron todas sus piezas. Toda su colección, más todos los hallazgos del Proyecto Valsequillo, que estaban depositados en la Universidad de Puebla, fueron trasladados a Ciudad de México. A su vez, Irwin-Williams no salió mucho mejor parada, pues Lorenzo dio por finalizadas las excavaciones del equipo estadounidense.  

Los estudios geológicos confirman “lo peor”

Vista de los trabajos en Hueyatlaco (1973)

En 1973 las autoridades mexicanas permitieron al USGS realizar una intervención en Hueyatlaco de carácter exclusivamente geológico. De este modo, Malde y Steen-McIntyre, con la colaboración del experto en microestratigrafía Roald Fryxell, pudieron completar y ampliar los trabajos anteriores y confirmar así que los estratos con artefactos, por debajo de las cenizas volcánicas, se habían depositado en una secuencia natural, sin intrusiones de ningún tipo. Ello permitía afirmar con seguridad que dichos estratos eran más antiguos que las capas de ceniza y que por consiguiente datando éstas se podía obtener una fecha mínima para el yacimiento.

En este punto, una vez clausuradas las excavaciones, se siguió trabajando con las muestras disponibles extraídas durante ese periodo. Así pues, varios especialistas, como C.W. Naeser o la propia Steen-McIntyre, realizaron mediciones con otros métodos. En suma, aparte de las muy escasas pruebas realizadas con el método del carbono-14, se aplicaron hasta cuatro metodologías de tipo físico-químico diferentes para datar los estratos, a saber:

  • Series de uranio
  • Huellas de fisión en zircones
  • Hidratación de tefras
  • Meteorización de minerales

En el caso de las huellas de fisión, los resultados obtenidos por Charles Naeser se situaban en una horquilla de entre 370.000 y 200.000 años de antigüedad para los estratos de cenizas volcánicas de Hueyatlaco, mientras que la datación de los estratos de lodo y piedra pómez de la península de Tetela oscilaba entre 600.000 y 340.000 años. A su vez, Steen-McIntyre, mediante el método de hidratación de tefras, obtenía unas fechas de alrededor de 250.000 años, lo cual venía a coincidir aproximadamente con el horizonte cronológico aportado por las primeras dataciones “radicales” de B. Szabo.

¿Y qué tenía que decir la directora de las excavaciones a todo esto? Frente a la avalancha de pruebas, Cynthia Irwin-Williams se refugió en sus convicciones histórico-arqueológicas y miró para otra parte. Ya se había mostrado desde el principio bastante incómoda y reticente ante las dataciones obtenidas y a esas alturas seguía sin creer en estas fechas tan antiguas. Estaba convencida de que los nuevos métodos debían de estar produciendo resultados erróneos, ya que tales fechas eran “virtualmente imposibles”... Fue tal su enfado que llegó a acusar a los geólogos de ser unos “lunáticos”. Y no sólo eso, les amenazó con no publicar su extenso informe sobre el Proyecto Valsequillo hasta que no se retractasen de sus posiciones. Esa fue la gota que colmó el vaso, pues supuso la ruptura definitiva de la comunicación entre la antropóloga y los geólogos.

Se corre un tupido velo

 

Portada del libro de J. Armenta
 Entretanto, ya bien entrada la década de los 70, casi todos los esfuerzos emprendidos por Steen-McIntyre y el resto de geólogos por publicar sus resultados en revistas científicas habían resultado estériles. Tan sólo había aparecido en 1969 un breve artículo firmado por Szabo, Malde e Irwin-Williams sobre los desconcertantes resultados de las dataciones de las series de uranio. De todas formas, tampoco se había publicado ningún material procedente de Irwin-Williams. Al menos, Juan Armenta consiguió por fin publicar en 1978 una monografía sobre los huesos grabados y otros hallazgos que había realizado en Hueyatlaco, pero la edición fue muy limitada (sólo 1.000 ejemplares) y tuvo una casi nula difusión entre los círculos científicos. Vale la pena reproducir aquí las últimas palabras de su libro en las cuales, a modo de testamento, dejó bien clara su posición sobre la enorme antigüedad y valor científico del yacimiento:

«La antigüedad de los materiales ha sido determinada por insobornables pruebas de laboratorio, cuya validez sólo podría ser descartada con otras pruebas científicas. Mientras eso no suceda, los descubrimientos de Valsequillo están calificados para establecer un nuevo precedente en la historia de la cultura y plantean la necesidad de revisar los conceptos, que hasta ahora se tenían, del pasado prehistórico.»[2]

A todo esto, Virgina Steen-McIntyre no sólo no conseguía publicar su material (le habían presentado múltiples excusas o rechazos[3]) sino que era objeto de todo tipo de críticas y maledicencias a sus espaldas, dándose entonces cuenta que todo el asunto de Valsequillo era un negro episodio de inquisición científica. Como resultado de todo ello, su reputación profesional cayó en picado. Así pues, fue perdiendo todas las opciones de desarrollar una carrera académica; no obtuvo empleos acordes a su categoría e incluso tuvo que salir del ámbito de sus estudios para trabajar como jardinera.

Hubo que esperar hasta 1981 para que viera la luz el primer artículo específico sobre los trabajos arqueológicos y geológicos en Hueyatlaco. Fue un artículo publicado por la revista Quaternary Research, titulado Geologic Evidence for Age of Deposits at Hueyatlaco Archaeological Site, Valsequillo, México (“Pruebas geológicas para la antigüedad de los depósitos del yacimiento arqueológico de Hueyatlaco”) y firmado por Steen-McIntyre, Fryxell y Malde. Es oportuno señalar que tal publicación fue posible gracias a la amistad que unía a Steen-McIntyre con el editor, el geólogo Steve Porter, ya que de otro modo hubiera sido casi imposible. De todos modos, el manuscrito original cumplió la reglamentaria revisión por pares.

Y llegados a este punto, aunque finalmente se habían podido publicar de forma detallada las dataciones extremadamente antiguas de Valsequillo, Virgina Steen-McIntyre comprobó con resignación que había llegado demasiado tarde y que sus esfuerzos por defender en el ámbito académico tales dataciones habían caído en saco roto. Así, a efectos oficiales, la datación de Hueyatlaco quedó fijada hacia 22.000 AP, según apareció por primera vez en un artículo de National Geographic de los años 70. Con todo, Steen-McIntyre jamás se desdijo de sus afirmaciones y su claro testimonio fue vuelto a escuchar en el libro de Cremo y Thompson ya citado y en el polémico documental “The mysterious origins of man”, a mediados de los años 90, que de alguna manera propiciaron que se volviera a hablar de Valsequillo y que se emprendieran nuevas iniciativas de investigación.

Dibujo de algunos artefactos hallados en las excavaciones
En todo caso Valsequillo siguió cerrado a cal y canto para cualquier tipo de actuación científica hasta 1997, cuando el INAH promovió al fin una nueva campaña de excavaciones. Entretanto, mucha gente se había quedado en el camino, por fallecimiento o jubilación. En 1990 murió Cynthia Irwin-Williams, al parecer de una sobredosis de su medicación, pues llevaba ya unos cuantos años de mala salud. Nunca llegó a publicar nada sobre sus trabajos en Valsequillo y la mayoría de sus papeles se perdieron inexplicablemente en algún momento indeterminado antes de 1997. Y lo que es más grave, en la misma época se perdió el rastro de todos los artefactos hallados durante las excavaciones y a día de hoy no se tiene noticia de su paradero, aunque –como veremos más adelante– alguien podría haber encontrado lo que queda de la colección. En definitiva, Hueyatlaco permaneció fuera de la agenda científica oficial durante nada menos que 24 años.

Otras explicaciones y nuevos datos


Por supuesto, no sería objetivo reducir todo el problema de Hueyatlaco a la única versión de los “defenestrados” (el USGS) por la ortodoxia. El yacimiento ha sido objeto de estudios geológicos y paleontológicos por parte de otros profesionales (sobre todo del INAH mexicano, pero también del Center for the Study of the First Americans, de Texas, EE UU y de la Universidad John Moore de Liverpool, Reino Unido) en la década de 2000. Con respecto a las polémicas dataciones del USGS, las versiones oficiales no omiten mencionarlas, pero suelen resaltar que se trata de fechas “controvertidas”. Los pocos expertos que han dado su opinión sobre los argumentos de los geólogos del USGS han incidido bien en la baja fiabilidad de esas dataciones, bien en una interpretación incorrecta de la estratigrafía.

En el contexto de esta controversia, ya a finales de la década de 1990, el empresario y arqueólogo amateur Marshall Payn quiso reabrir el caso de Hueyatlaco y para ello contó con la ayuda de la propia Virginia Steen-McIntyre, así como de un equipo de especialistas, creándose de este modo un Nuevo Proyecto Valsequillo, en colaboración con los técnicos del INAH. Su primer objetivo se centró en comprobar si los datos geológicos eran fiables. Para ello hizo revisar los antiguos informes por expertos, que le corroboraron que el trabajo parecía bien hecho, pero que sería aconsejable realizar nuevas pruebas con los medios más modernos disponibles.

Sam VanLandingham extrayendo muestras in situ
Así pues, el equipo de Payn extrajo unas muestras que luego fueron datadas en los EE UU por el Dr. Ken Farley (geoquímico) mediante una técnica más moderna, la del uranio-torio-helio. Los resultados se situaron entre 400.000 y 500.000 años de antigüedad. Además, el geólogo Sam VanLandingham realizó una nueva datación del yacimiento mediante el método de las diatomeas[4], que confirmó una enorme antigüedad para los estratos con artefactos en Hueyatlaco, entre un mínimo de 80.000 años y un máximo de 400.000 años. A su vez, el experto geólogo Robert McKinney, tras un minucioso trabajo de campo y el examen de algunos de los antiguos monolitos extraídos en 1973, llegó a la conclusión que no había rastro de ninguna intrusión en la estratigrafía observada que pudiera haber provocado un desplazamiento de materiales a capas más antiguas, lo que justificaría un posible error de datación. En definitiva, todo este cuerpo de pruebas, más otros estudios adicionales, daban cumplida respuesta a los críticos, a los que prácticamente ya no les quedaba nada por alegar.

Otra vez en el callejón sin salida


Payn había podido tomar parte en diversas intervenciones hasta 2005 con el beneplácito del INAH, pero su intención era realizar una campaña completa de excavación en Hueyatlaco para cerrar definitivamente el último elemento de la polémica: la ya mencionada inserción en la estratigrafía. No obstante, sus solicitudes de permiso oficial para excavar en Valsequillo fueron denegadas una tras otra desde 2006 hasta 2011. Para tratar de dilucidar cuál era el problema, Payn envió en su nombre al arqueólogo Neil Steede, que ya había trabajado para las autoridades mexicanas, para que se entrevistara con cuatro prominentes figuras académicas mexicanas. Pero llegado el momento los planes se torcieron, pues una de estas personas, Mario Pérez Campa, falleció dos días antes de producirse la entrevista, mientras que las otras tres rehusaron aduciendo que se les había prohibido conceder ninguna entrevista.

Único artefacto identificado procedente de Hueyatlaco
No obstante, y esto es quizá lo más interesante, Steede aprovechó sus viajes a México para indagar sobre el paradero de las piezas desaparecidas de Hueyatlaco y, según afirma, se enteró de que el edificio de Ciudad de México donde se guardaban los objetos había sido víctima de un terremoto y que más tarde todos los artefactos (de éste y de otros yacimientos) fueron guardados en cientos de cajas y trasladados a un almacén de muy difícil acceso y sin ningún tipo de cuidado ni señalización. Steede pudo llegar hasta allí y entrar pero no se le permitió realizar ninguna pesquisa. Así pues, actualmente, aparte de algunas fotografías, sólo se pueden estudiar los artefactos a través de las reproducciones que hizo Cynthia Irwin-Williams de unas pocas piezas. Según Virginia Steen, sólo se ha podido identificar fiablemente un objeto procedente de Hueyatlaco: se trata de un utensilio de piedra, de tipo bifacial, descubierto en 2003 en el Museo Antropológico de México. Está en un expositor sin ningún tipo de etiqueta, entre un conjunto de “típicos artefactos mexicanos.”

Aspecto del yacimiento de Hueyatlaco en 2011
Y ya en 2011 el nuevo equipo de Valsequillo pudo constatar que el yacimiento había sido alterado por la construcción de una gran casa, con un terreno adyacente delimitado por vallas y muros. Además, el paisaje se había llenado de vegetación y árboles en la antigua zona de excavaciones. En suma, prácticamente ya no quedaba nada útil que excavar en Hueyatlaco. 

En cuanto al proceder del INAH en este embrollo, las palabras del geólogo Robert McKinney, en un correo electrónico a Virgina Steen-McIntyre (25 de julio de 2011)[5], son de una dureza concluyente:

«Mi posición es que a nosotros (todos los implicados) se nos ha apartado del descubrimiento de hechos significativos a causa de una actuación ilícita sistemática por parte del INAH y de otros intereses que, por alguna razón, no quieren que se descubra la verdad. Muchos intentos fallidos para obtener permisos, fósiles perdidos o destruidos, una interferencia directa en los intentos de llevar equipos de perforación y registro al yacimiento y otras cosas sin sentido han impedido a los investigadores rigurosos obtener datos vitales.»

Se pueden decir las cosas más alto pero no más claro. 

Más allá de Hueyatlaco


Podríamos concluir aquí el texto y aceptar que el caso de Hueyatlaco fue un episodio aislado en la historia de la arqueología americana y que en él confluyeron diversos factores poco recomendables como los celos profesionales, las ansias de protagonismo, los posibles errores técnicos o ciertas posturas intransigentes propias de personas o estamentos con un alto ego científico. Sin embargo, y esto desde luego no se enseña en ninguna facultad de Historia, existe un largo y lamentable historial de casos parecidos a Hueyatlaco en los que la intransigencia y la hostilidad ante las nuevas ideas y pruebas provocaron la marginación y exclusión de tales aportaciones, llegando incluso a perjudicar gravemente muchas carreras profesionales.

Este historial contiene episodios tan oscuros como los hallazgos del arqueólogo canadiense Thomas Lee en el yacimiento de Sheguiandah, en la isla de Manitoulin (al norte del lago Hurón) a inicios de los años 50. Allí encontró artefactos líticos avanzados en unos depósitos que fueron datados geológicamente entre 65.000 y 125.000 años. Lee perdió su empleó público (fue despedido), no pudo publicar sus resultados y sus pruebas fueron rebatidas por otros expertos. Todos los artefactos encontrados se perdieron en arcones del Museo Nacional de Canadá. El Director del Museo, que había defendido los hallazgos de Lee y había propuesto publicar una monografía sobre éstos, fue a su vez apartado de su puesto. Sheguiandah se acabó convirtiendo en un centro turístico.

George Carter
Otro caso similar es el del arqueólogo George Carter, que en la misma época afirmó haber hallado unos bastos utensilios de piedra en el yacimiento de Texas Street (San Diego) con una datación de entre 80.000 y 90.000 años. Enseguida fue criticado por algunos expertos, que aseguraron que había confundido objetos naturales con herramientas hechas por el hombre. Al poco tiempo también perdió su empleo público. Sin embargo, Carter siguió defendiendo la validez de sus resultados y comprobó con resignación como algunos pocos colegas le daban la razón sólo en privado, pues tenían miedo de hacerlo en público, lo que podría arruinar sus carreras profesionales.

Y ni siquiera una figura tan destacada de la paleoantropología, como el mismísimo Louis Leakey, quedó al margen de la maquinaria del pensamiento único. El que fuera descubridor de excepcionales especimenes de homínidos en África estuvo excavando en los años 60 en el yacimiento de Calico (California), bajo la dirección de la arqueóloga Ruth Simpson. En este lugar se hallaron más de 11.000 artefactos de tipo eolito (tradicionalmente interpretados como piedras de sílex bastamente trabajadas, si bien la ciencia actual no reconoce estos objetos como piedras modificadas por el hombre sino por procesos naturales) en una serie de estratos, siendo los más antiguos datados por series de uranio en ¡200.000 años! Leakey defendió estas dataciones pero nuevamente los escépticos las rechazaron, recurriendo a la doble explicación de que, o los artefactos no eran tan antiguos, o en realidad eran naturales (“geofactos”). Con todo, algunos especialistas examinaron las piezas y afirmaron que algunas al menos sí serían de inequívoca factura humana. En todo caso, los años de Louis Leakey en Calico fueron “tristes y embarazosos”, según relata la biógrafa de Leakey.

El gran problema de fondo


Las investigaciones llevadas a cabo en Valsequillo pusieron de manifiesto que el equilibrio trilateral existente entre los hallazgos arqueológicos, las dataciones y la teoría sobre el poblamiento humano de América se había roto por algún sitio. Si examinamos el núcleo de la controversia, llegaremos a la conclusión que al menos uno de los tres elementos de este triángulo debe fallar.

La primera sospecha podría recaer sobre la práctica arqueológica, pero todo el mundo –empezando por los geólogos del USGS– coincide en afirmar que la metodología científica aplicada por Cynthia Irwin-Williams estaba fuera de toda duda. A pesar de su juventud, era una persona muy preparada, metódica, detallista y con un cierta experiencia en excavaciones, lo que se tradujo en un trabajo bien realizado y bien documentado, tomando buen registro de todos los hallazgos e interpretando correctamente la secuencia estratigráfica del yacimiento, labor en que sin duda la aportación de geólogos muy cualificados tuvo un papel determinante.

Trazas o huellas de fisión, a la vista de microscopio
En segundo lugar tenemos el tema de las dataciones. A este respecto, la presencia de tantos huesos mineralizados que no se podían datar por C-14 debía haber suscitado algunas preguntas que no se hicieron, pues los arqueólogos americanos estaban acostumbrados a utilizar este método (válido hasta unos 50.000 años de antigüedad como máximo) en sus modernos yacimientos del Nuevo Mundo, y en Valsequillo esta técnica prácticamente quedó inédita. En cuanto a las otras técnicas, se podría aducir que algunas de ellas, de reciente aplicación, habían fallado y que falta de correlación entre las capas de tefra de Valsequillo y La Malinche no permitía extraer conclusiones claras. Sin embargo, cuando a los primeros datos extremos obtenidos por Szabo con las series de uranio se unieron los nuevos datos obtenidos por otros métodos en la década de los 70, todo empezó a cuadrar. A estas alturas ya resulta muy forzado mantener que todos los métodos empíricos de datación absoluta aplicados en el yacimiento fallaron estrepitosamente al no ofrecer las fechas “esperadas” por el estamento académico.

Por último, nos queda la teoría. Durante décadas se ha defendido la teoría de que los primeros humanos (desde luego, Homo sapiens) que llegaron al continente americano lo hicieron desde Asia cruzando el estrecho de Bering hacia el final de la última Edad del Hielo y que paulatinamente fueron extendiéndose hasta llegar al cono sur del continente. Con todo, la primera cultura humana identificada (la ya mencionada Clovis) se situaba poco más allá del 10.000 a. C. Y bien es cierto que con el paso de los años, diversos hallazgos reconocidos han permitido acuñar el concepto de una cultura “pre-Clovis”, pero que no se remontaría muchos miles de años atrás. En esta posición continúa enrocado el estamento oficial arqueológico, que dicta lo que es aceptable y lo que no, según sus pruebas. La cuestión, sin embargo, es que existen otras pruebas.

Como conclusión, vemos que el problema de Hueyatlaco es doblemente pertubador porque –dado un esquema teórico construido a lo largo de décadas sobre la evolución y distribución de los homínidos en el planeta– los restos físicos presentan una realidad bien diferente que obligaría a rescribir todos los libros de Historia. Hay que darse cuenta de que Hueyatlaco no sólo muestra el testimonio más antiguo de seres humanos modernos en el Nuevo Mundo sino que lanza un órdago a los esquemas evolucionistas más firmes. Así, frente a la teoría de que el Homo sapiens, en su variante más arcaica, apareció en África hace unos 200.000 años como máximo (según los recientes estudios llevados a cabo sobre el ADN mitocondrial), los utensilios hallados en Valsequillo se remontan a ¡250.000 años! En esa fecha, según todos los axiomas establecidos, no había ni por asomo ningún H. sapiens en América, pero tampoco en ninguna otra parte del mundo... Sea como fuere, el caso de Hueyatlaco plantea un grave choque entre la teoría y las pruebas objetivas de complicada –por no decir imposible– resolución. Y desgraciadamente, en vez de afrontar la controversia, el paradigma actual reaccionó ignorando o negando los hechos o, en el mejor de los casos, intentando darles una explicación rebuscada.

Visto todo este oscuro episodio, y si descartamos cualquier tipo de maquinación o maniobra siniestra, lo que queda tampoco es como para estar orgulloso del proceder del estamento científico. Más bien muestra una cerrazón y un claro prejuicio ante los hechos anómalos que desafían la solidez del paradigma establecido, utilizando los términos empleados por Thomas Khun al hablar de las revoluciones científicas. Por lo tanto, habría que dilucidar qué impide a la ciencia realizar una seria autocrítica cuando se producen situaciones de este tipo.

Finalmente, ya hemos visto que existieron varios casos similares a Hueyatlaco; no se trata pues de una rara excepción que confirma la regla. Entonces, ¿es razonable considerar que todos los profesionales que encontraron datos anómalos se equivocaron? ¿Cuántas pruebas extraordinarias se precisan para que la ortodoxia académica empiece a considerar que el paradigma actual debería revisarse completamente? Si en el método científico la hipótesis se somete a experimentación para ser validada y dicha experimentación –que está fundamentada en hechos observables y medibles– contradice la teoría, entonces se debe empezar otra vez desde el principio y replantear la hipótesis inicial. ¿Es esto tan inadmisible en el campo de la historia y la arqueología? ¿O es que cierta teoría científica más bien se ha convertido en un dogma de fe que no puede ponerse en duda aunque la evidencia objetiva no lo confirme e incluso lo descarte?

© Xavier Bartlett 2014

Referencias


Artículos

MALDE, H. E.; STEEN-MCINTYRE, V.; NAESER, C. W.; VANLANDINGHAM, S. L. “The stratigraphic debate at Hueyatlaco, Valsequillo, Mexico”. Palaeontologia Electronica Vol. 14, Issue 3; 2011.

STEEN-MCINTYRE, V., FRYXELL, R., MALDE, H.E. “Geologic evidence for age of deposits at Hueyatlaco archaeological site, Valsequillo, Mexico.” Quaternary Research, 16:1-17; 1981.

STEEN-MCINTYRE, V. “A review of the Valsequillo, Mexico early-man archaeological sites (1962-2004) with emphasis on the geological investigations of Harold E. Malde.” Presentation at 2008 Geological Society of America Joint Annual Meeting; 2008.
Libros  
ARMENTA CAMACHO, J. Vestigios de labor humana en huesos de animales extintos de Valsequillo, Puebla, México. Consejo editorial del Gobierno del estado de Puebla, 1978. 
CREMO, M.; THOMPSON, R.L. Forbidden Archaeology: The Hidden History of the Human Race. Bhaktivedanta Institute, San Diego, 1993.
HARDAKER, C. The First American: The Suppressed Story of the People Who Discovered the New World. New Page Books, Franklin Lakes, New Jersey, 2007.

Páginas Web

http://earthmeasure.com

http://pleistocenecoalition.com/steen-mcintyre/index.html




Créditos / agradecimiento por las imágenes: Virginia Steen-McIntyre y revista digital Pleistocene Coalition News



[1] Clovis es un yacimiento situado en New Mexico (EE UU), que fue excavado en la primera mitad del siglo XX y que fue un referente para fijar la antigüedad del primer poblamiento de las Américas durante mucho tiempo.
[2] ARMENTA CAMACHO, J. Vestigios de labor humana en huesos de animales extintos de Valsequillo, Puebla, México. Consejo editorial del Gobierno del estado de Puebla, 1978.
[3] Sobre el tema de las negativas se llegó a situaciones surrealistas: Steen-McIntyre relata que fue contactada en 1980 por una revista de divulgación científica llamada Science 80 para publicar su manuscrito, pero que después de meses sin ninguna noticia el editor se excusó diciendo que el manuscrito se había perdido al caer detrás del archivero...
[4] Las diatomeas son unos microorganismos unicelulares microscópicos fosilizados cuya diversa y extensa tipología desde hace millones de años hasta actualidad permite datar los estratos en que se depositaron.  
[5] STEEN-MCINTYRE, V. “Bob McKinney 1933-2011, Classic Valsequillo Project colleague” Pleistocene Coalition News, volume 4 issue 2; 2012.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Absolutamente brillante y esclarecedor. El caso de Hueyatlaco es sangrante y lo que me resulta extraño es la negación ante hechos científicamente probados, no acabo de entender que pueden ganar con esto.
Ana

Xavier Bartlett dijo...

Amiga Ana:

Muchas gracias por tu comentario. Si deseas ampliar información sobre este tema, en mi otro blog (Somnium Dei) puse a disposición del público una versión ampliada de este artíciulo ("Hueyatlaco: informe completo") con más detalles de tipo técnico.

Sí, en efecto, el caso es sangrante y parece muy evidente, pero sólo es la punta del iceberg. Se viene intentando tapar determinadas evidencias sobre la arqueología de América porque todo ello contradice las versiones oficiales, y desde luego tales intentos no tienen nada de científico pero sí de dogmático.

Te recomiendo también que veas en este mismo blog el vídeo sobre dogmatismo y manipulación en arqueología. Sobre qué pueden ganar con esto... es una buena pregunta que yo me he hecho muchas veces y veo algo más que la pura defensa del paradigma, porque cuando juntas todas las piezas hay algo que no tiene sentido.
Saludos,
Xavier

Pablo dijo...

Fantástico trabajo y como la ciencia oficial lo oculta y lo Manosea.

Xavier Bartlett dijo...

Gracias Pablo por el comentario

Por desgracia, esto es lo que hay, y en todos los campos de la ciencia.

Saludos,
X.