El artículo que presento a continuación reincide en las
últimas incursiones en el tema de la evolución humana y el darwinismo en
general, y viene de la mano del prestigioso biólogo español Máximo Sandín, al
cual ya he mencionado varias veces en este blog. Para los que no lo conozcan,
basta decir que Máximo Sandín fue profesor de Biología en la Universidad
Autónoma de Madrid durante 35 años, hasta su reciente retiro. Sandín se ha
situado siempre en una posición crítica al darwinismo ortodoxo por considerarlo
acientífico y dogmático en muchos aspectos. Entre sus obras podemos destacar: Lamarck
y los mensajeros (1995) Madre Tierra, Hermano Hombre (1998), Pensando
en la evolución, pensando en la vida (2006), y Darwin, el sapo y
la charca (2009). También ha publicado numerosos artículos en los que ha
desarrollado sus tesis críticas sobre un cierto pensamiento único y sesgado,
que van más allá del campo biológico, pues se extienden al conjunto de la
ciencia, la sociedad y la economía. Su sitio web es: www.somosbacteriasyvirus.com.
En este extenso documento, que publicaré en tres partes, el disidente Sandín saca a relucir las miserias y sesgos del evolucionismo ortodoxo con relación a la aparición del ser humano sobre el planeta, y lo hace aportando numerosos argumentos biológicos y antropológicos, pero también metodológicos, dejando bien a las claras que el darwinismo está repleto de prejuicio, manipulación y falsedad, y que en realidad responde más a una ideología o una cosmovisión que a una teoría científica. En la primera parte se aborda específicamente la base ideológica y teórica de la evolución por selección natural, en la segunda se repasa el galimatías de la cadena evolutiva humana, mientras que la tercera parte se centra en el origen del hombre en la Península Ibérica.
En fin, ya va siendo hora de desmontar la rigidez y la arrogancia de los defensores del actual paradigma, poniendo bien de manifiesto que sus verdaderos opositores no son una pandilla de fanáticos pseudocientíficos procedentes del fundamentalismo religioso. Antes bien, existe una minoría de voces cualificadas que, apelando al propio espíritu científico, ha puesto el dedo en la llaga al criticar el evolucionismo como una especie de religión científica que en el fondo sólo aspira a sustituir a las antiguas religiones en la mente de la población, aportando verdades absolutas que los adeptos o creyentes deben asumir sin vacilación. Así pues, y aunque todavía estemos lejos de tener todas las respuestas sobre el origen del hombre, al menos podemos empezar a cuestionarnos el modelo impuesto por Darwin y sus secuaces, a la espera de seguir avanzando por el camino correcto con nuevas investigaciones y pruebas.
En este extenso documento, que publicaré en tres partes, el disidente Sandín saca a relucir las miserias y sesgos del evolucionismo ortodoxo con relación a la aparición del ser humano sobre el planeta, y lo hace aportando numerosos argumentos biológicos y antropológicos, pero también metodológicos, dejando bien a las claras que el darwinismo está repleto de prejuicio, manipulación y falsedad, y que en realidad responde más a una ideología o una cosmovisión que a una teoría científica. En la primera parte se aborda específicamente la base ideológica y teórica de la evolución por selección natural, en la segunda se repasa el galimatías de la cadena evolutiva humana, mientras que la tercera parte se centra en el origen del hombre en la Península Ibérica.
En fin, ya va siendo hora de desmontar la rigidez y la arrogancia de los defensores del actual paradigma, poniendo bien de manifiesto que sus verdaderos opositores no son una pandilla de fanáticos pseudocientíficos procedentes del fundamentalismo religioso. Antes bien, existe una minoría de voces cualificadas que, apelando al propio espíritu científico, ha puesto el dedo en la llaga al criticar el evolucionismo como una especie de religión científica que en el fondo sólo aspira a sustituir a las antiguas religiones en la mente de la población, aportando verdades absolutas que los adeptos o creyentes deben asumir sin vacilación. Así pues, y aunque todavía estemos lejos de tener todas las respuestas sobre el origen del hombre, al menos podemos empezar a cuestionarnos el modelo impuesto por Darwin y sus secuaces, a la espera de seguir avanzando por el camino correcto con nuevas investigaciones y pruebas.
“Con respecto a las cualidades morales,
aun los pueblos más civilizados progresan siempre eliminando algunas de las
disposiciones malévolas de sus individuos. Veamos, si no, cómo la transmisión
libre de las perversas cualidades de los malhechores se impide o ejecutándolos
o reduciéndolos a la cárcel por mucho tiempo. [...] En la cría de animales
domésticos es elemento muy importante de buenos resultados la eliminación de
aquellos individuos que, aunque sea en corto número, presenten cualidades
inferiores.”
Charles Darwin. El Origen del Hombre.
El mundo según Darwin, o un observatorio privilegiado
Debido a su especial condición, el campo de estudio de la
evolución humana (el estudio de nuestra propia historia y naturaleza
biológicas) es, quizás, la disciplina científica en la que resulta más
aplicable el repetido aforismo científico de que “la teoría influye en las
observaciones”. Es decir, asumida una base teórica como cierta, las
“observaciones objetivas de la realidad” son, en muchas ocasiones,
interpretaciones elaboradas en función de lo que creemos cómo debería de ser si
ésta operase tal y como nos predice la teoría.
Supuestamente, las teorías científicas pretenden estar basadas en
observaciones objetivas de los hechos que describen, pero, incluso para la
Física, la ciencia que probablemente ha alcanzado el máximo nivel de precisión
en la predicción de los resultados con la Mecánica Cuántica, la interpretación
de la realidad depende de la perspectiva desde que se la observe. Y, si esto es
así, la cita que encabeza este escrito nos puede aportar algunos indicios sobre
las coordenadas, tanto espaciales como temporales, que definían la situación
del observatorio desde el que Darwin describía su realidad.
Una primera coordenada puede ser la referida al contexto cultural,
que nos sitúa en los valores de la sociedad victoriana, imbuidos de la
concepción calvinista de que unas personas están predestinadas para la
salvación y otras a la condenación, y que los “elegidos de Dios” son las
personas laboriosas y virtuosas. Por eso Darwin muestra su preocupación por la
proliferación de las “cualidades inferiores” en su sociedad: “Existe en las
sociedades civilizadas un obstáculo importante para el incremento numérico de los
hombres de cualidades superiores, sobre cuya gravedad insisten Grey y Galton, a
saber: que los pobres y holgazanes, degradados también a veces por los vicios,
se casan de ordinario a edad temprana, mientras que los jóvenes prudentes y
económicos, adornados casi siempre de otras virtudes, lo hacen tarde a fin de
reunir recursos con que sostenerse y sostener a sus hijos. [...] Resulta así
que los holgazanes, los degradados y, con frecuencia, viciosos tienden a
multiplicarse en una proporción más rápida que los próvidos y en general
virtuosos.”
Típica imagen de una fábrica del siglo XIX |
El medio social en el que Darwin se desenvolvía, aporta una
tercera coordenada que era, según él, determinante para la actividad
intelectual: “La presencia de un cuerpo de hombres bien instruidos que no
necesitan trabajar materialmente para ganar el pan de cada día, es de un grado
de importancia que no puede fácilmente apreciarse, por llevar ellos sobre sí
todo el trabajo intelectual superior (del) que depende principalmente todo
progreso positivo, sin hacer mención de otras no menos ventajas.”
Efectivamente, Darwin heredó de su padre una importante fortuna, que incrementó
considerablemente mediante la boda con su prima Emma Wedgwood, nieta de Josiah
Wedgwood, propietario de la famosa fábrica de porcelanas “Etruria” (proveedora
de la Real Casa), y que decidió tras un meticuloso cálculo sobre la herencia
que le correspondía (Thuillier, 1990). Fortuna que redondeó, posteriormente,
mediante sus actividades como prestamista (Hemleben, 1971). Como él mismo
escribe en sus memorias: “Pero poco después me convencí, por diversas
circunstancias, de que mi padre me dejaría herencia suficiente para subsistir
con cierto confort, si bien nunca imaginé que sería tan rico como soy” (Autobiografía).
En el contexto de la Inglaterra victoriana parece razonable suponer que esta
condición, junto con el hecho de que tres años después de su boda, a los
treinta años, se instaló en su residencia, Down House, de la que apenas salió
el resto de su vida, no resultase muy favorable para una profunda comprensión
de una realidad social sobre la que emitía juicios tan rotundos.
Finalmente, y para no ser menos que los físicos, añadiremos una
cuarta coordenada: la que corresponde al aspecto individual, es decir, lo que
se refiere tanto a sus características personales como a su formación
científica. En cuanto al primer aspecto, quizás sea lo más adecuado que dejemos
hablar a Paul Stratern (1999), uno de sus biógrafos: “Darwin no había recibido
una formación científica en el sentido académico [en efecto, su única
titulación era la de subgraduado en teología, que le capacitaba para ejercer la
labor de ministro de la iglesia anglicana], y hasta el momento no había
demostrado poseer una inteligencia excepcional (su celebridad se debía
enteramente a haber estado en el lugar oportuno en el momento oportuno) [...]
Pero, de pronto, a los veintiocho años, pareció descubrir su imaginación.”
A lo que Stratern se refiere es al gran descubrimiento de
Darwin, que él mismo narra así a su protector J. Hooker en una carta fechada el
11 de Enero de 1844 (ocho años después de su regreso del famoso viaje del Beagle):
“Por fin ha surgido un rayo de luz, y estoy casi convencido [el
subrayado es mío] –totalmente en contra de la opinión de que partí– de que las
especies no son [es como confesar un asesinato] inmutables.” Un descubrimiento,
aunque inseguro, notable, sobre todo si tenemos en cuenta que en “el
continente”, pero sobre todo en Francia, se llevaba casi cien años estudiando
sistemática y científicamente la evolución (Ver Galera, 2002 y Sandín, 2003). Y
esto justifica las críticas que su gran obra Sobre el origen de las especies
por medio de la selección natural, o el mantenimiento de las razas favorecidas
en la lucha por la existencia recibió de intelectuales, científicos y
naturalistas que tenían conocimientos sobre la evolución, de las que la más
concisa y reveladora del verdadero mérito de la obra es la del profesor
Haughton, de Dublín, citada por el mismo Darwin en su autobiografía: “Todo lo
que había de nuevo era falso, y todo lo que había de cierto era viejo.”
Thomas R. Malthus |
Así es como Darwin describe el nacimiento de su teoría: “En
Octubre de 1838, esto es, quince meses después de haber comenzado mi estudio
sistemático, se me ocurrió leer por entretenimiento el ensayo de Malthus sobre
la población y, como estaba bien preparado para apreciar la lucha por la
existencia que por doquier se deduce de una observación larga y constante de
los hábitos de los animales y plantas, descubrí enseguida que bajo estas
condiciones las variaciones favorables tenderían a preservarse, y las
desfavorables a ser destruidas. El resultado sería la formación de especies
nuevas. Aquí había conseguido por fin una teoría sobre la que trabajar”
(Autobiografía).
De esta concepción de los de los fenómenos naturales surgió su
otra innovación científica: La selección natural. Su documentación para llegar
a este concepto no fue mucho más empírica que la anterior, y nos informa sobre
qué hábitos de animales y plantas se elaboró. Consistió “en la lectura de
textos especialmente en relación con productos domesticados, a través de
estudios publicados, de conversaciones con expertos ganaderos y jardineros y de
abundantes lecturas” (Autobiografía).
Edición original de On the origin of species (1859) |
Y, con estos fundamentos científicos, la explicación de la
evolución de la vida sobre el planeta, de la enorme diversidad y complejidad de
los organismos y, sobre todo, de los grandes cambios de organización animal y
vegetal, resulta extremadamente sencilla: “He llamado a este principio por el
cual se conserva toda variación pequeña, cuando es útil, selección natural para
marcar su relación con la facultad de selección del hombre. Pero la expresión
usada a menudo por Mr. Herbert Spencer, de que sobreviven los más idóneos es
más exacta, y algunas veces igualmente conveniente” (Origen de las Especies).
Por si los anteriores conceptos fundamentales de la teoría darvinista
pueden resultar de un contenido biológico discutible, hay que hacer notar que a
lo que Darwin se refiere en este caso es a la aportación científica de
Herbert Spencer, economista y filósofo, que en su libro La Estática Social
(1850) elabora unas directrices para llevarlas a la política social. Según él:
“Las civilizaciones, sociedades e instituciones compiten entre sí, y sólo son
vencedores aquellos que son biológicamente más eficaces.”
En definitiva, parece claramente definida
la situación del observatorio desde el que Darwin describió la realidad, y no
parece muy discutible el fundamento real de la teoría darvinista. Si su mecanismo
de evolución biológica, una extrapolación de la selección de los ganaderos,
(que consiste en no dejar reproducirse a los individuos normales y seleccionar
a los que tienen alguna característica anormal del gusto del ganadero) que es
exactamente lo contrario de lo que ocurre en la Naturaleza, puede calificarse
de una simplificación antropocéntrica de los fenómenos biológicos, su marco
conceptual, la lucha por la vida y la supervivencia del más adecuado son
la aplicación directa de unos principios sociales caracterizados por una
hipócrita justificación del statu quo (Young, 1973) basada en un
despiadado desprecio por los desheredados y marginados y en una supuesta
superioridad “innata” de los más aptos. Y éste es el espíritu que subyace en
las interpretaciones darvinistas de la evolución humana. Una feroz competencia
en la que no hay sitio para los perdedores, para los inferiores, en la que sólo
los “elegidos” tienen su premio, como se puede deducir de las conclusiones
finales de la obra de la que nace toda la Biología moderna (Fernández, 1987):
“Y como la selección natural opera solamente por y para el bien de cada ser,
todos los atributos corpóreos y mentales tenderán a progresar hacia la
perfección” (Sobre el Origen de las especies).
Una visión vacía de la realidad
Resulta difícil de comprender (y, posiblemente, sería necesario un
profundo estudio histórico para ello; ver Sandín, 2002), cómo una supuesta
teoría científica con unas bases conceptuales tan distantes de los fenómenos
que pretende explicar, se ha llegado a convertir para toda una cultura –o
“civilización”– en la explicación de la historia de la vida. Pero lo que sí
parece claro es que el auge y la consolidación del darwinismo han sido
paralelos al del modelo económico y social del que nació. A lo largo del siglo XX,
los biólogos han intentado (con poco éxito) comprender la evolución biológica
bajo el prisma de unas variaciones “al azar” dentro de una especie, capaces de
producir –con el tiempo– impresionantes cambios de organización genética,
fisiológica y anatómica, gracias a una fe ciega en el poder creativo de la
selección natural. Así, según F. J. Ayala (1999): “La selección natural explica
porqué los pájaros tienen alas y los peces agallas, y porqué el ojo está
específicamente diseñado para ver y la mano para coger.” Pero lo cierto es que
los argumentos que utilizan y los fenómenos que pretenden explicar mediante
esta base teórica tienen muy poco que ver con estos cambios de organización,
porque los conceptos y los términos empleados para describir los fenómenos
biológicos delatan el verdadero carácter (la verdadera esencia) de su modelo
teórico: la competencia, el coste-beneficio, las estrategias reproductivas, la
explotación de recursos, la rentabilidad... nos revelan, en realidad, una
visión preconcebida y antropocéntrica (los animales y las plantas no utilizan
una calculadora) de cómo son (cómo “han de ser”) las relaciones entre los seres
vivos, independientemente de que sus supuestas explicaciones no tengan la menor
relación, no ya con los procesos evolutivos, sino siquiera con la realidad de
los fenómenos naturales.
John Maynard Smith |
Lo que resulta realmente incomprensible es cómo se puede pensar
que argumentos de este tipo sirvan para explicar la evolución, cuando lo que
nos están describiendo es una concepción de la sociedad humana, según la cual
“el hombre está lleno de vicio”, pero “los vicios individuales hacen la
prosperidad pública” y “cada cual busca su propio interés” pero “es el egoísmo individual
lo que conlleva al bien general”, en definitiva, y aunque no tengan conciencia
de ello, lo que están manifestando es una profesión de fe calvinista y una
aplicación directa de las máximas de Adam Smith a la Naturaleza. Sin embargo, y
a pesar del profundo arraigo de este tipo de argumentos en el vocabulario de la
comunidad evolucionista, cada nuevo descubrimiento los alejan más y más
de cualquier relación (si es que alguna vez la tuvieron) con los fenómenos que
tienen lugar en la Naturaleza. “La Biología hoy, está donde estaba la Física a
principios del siglo veinte”, observa José Onuchic, codirector del nuevo Centro
de Física Biológica Teórica de la Universidad de California, San Diego. “Se
enfrenta a una gran cantidad de hechos que necesitan una explicación” (Knigth,
J., 2002). Las secuenciaciones de genomas animales y vegetales, los
descubrimientos de la Genética molecular y del desarrollo, y los datos, cada
día más informativos, del registro fósil, están llevando a un número creciente
de científicos a exponer la necesidad de revisar muchos de los tópicos que, a
fuerza de repetidos de un modo rutinario y mecánico parecen haberse convertido
en verdades indiscutibles y que han acabado por conformar una visión deformada
de los procesos biológicos.
Henry Gee |
Sin embargo, los argumentos de Gee tienen una sólida base
científica. Los cambios morfológicos observados a lo largo del proceso
evolutivo se han de producir, necesariamente, mediante cambios en el desarrollo
embrionario capaces de modificar el resultado final de la formación de los
órganos y estructuras (es decir, las diferencias entre aletas y extremidades o
entre éstas y alas se produce por cambios en la embriogénesis) y la supuesta
actuación de la selección natural sobre pequeñas variaciones al azar en
organismos adultos –con capacidad para reproducirse– no puede explicar el
origen de estos cambios de organización, porque la “selección” sólo puede
actuar (sólo puede seleccionar) sobre lo que ya existe. Aunque el ejemplo pueda
resultar simple, parece necesario en este caso para poner en evidencia la
superficialidad lógica de atribuir a una “selección” un papel fundamental en la
evolución: Sería como responsabilizar de las características (incluso de la
existencia) de un automóvil a la persona que retira los que salen defectuosos
de la fábrica. Es tan obvio, que resulta innecesario hacer notar el hecho de
que estas características dependen del proceso de fabricación, que en los seres
vivos (bastante más complejos que un automóvil) es, como nos recuerda Gee, el
desarrollo embrionario.
Gregor Mendel |
A esta capacidad de respuesta al ambiente (de interacción
constante de los genes con su entorno), hay que añadir que una gran
parte de los genomas animales y vegetales (que, por cierto, comparten
muchísimos más genes que los que cabría esperar de la evolución por mutaciones al
azar), están constituidos por elementos móviles de los que existen dos
versiones: transposones, grupos de genes que pueden “saltar” de una parte a
otra del genoma, y retrotransposones, que “crean” copias de sí mismos que se
insertan en el genoma, con lo que producen duplicaciones de sus secuencias.
Además, existen cantidades, variables pero siempre muy altas, de virus
endógenos (por cierto, muy relacionados con los elementos móviles), que son
secuencias procedentes de virus que se han insertado en los genomas, donde
forman parte constituyente y activa (Bromhan, 2002). En el Hombre, cerca de un
10% del genoma está contituido por este último tipo de secuencias (Genome
Directory, 2001).
Se ha podido comprobar experimentalmente que, tanto los elementos
móviles como los virus endógenos se activan (cambian de situación o se
“malignizan”) mediante agresiones ambientales (radiaciones ultravioleta,
productos químicos, defectos o excesos de ciertos nutrientes...) produciéndose
lo que se conoce como “estrés genómico”, cuya consecuencia puede llegar a ser
un cambio sustancial en la estructura del genoma. También se ha constatado que
procesos de este tipo (duplicaciones y reordenamientos genómicos) han sido
cruciales en los principales eventos evolutivos (Brooke et al., 1998; McLysaght
et al., 2002; Gu et al., 2002).
Fósil de ammonites |
Estas secuencias codifican unas proteínas que regulan la actividad de otros genes implicados en la morfogénesis de forma que los cambios en su actividad (inactivaciones, duplicaciones, transposiciones), se traduce en cambios en el desarrollo embrionario que afectan simultáneamente a conjuntos de tejidos y órganos. Es decir, no son mutaciones, porque las mutaciones son desorganizaciones de procesos muy finamente ajustados. (De hecho, las mutaciones en genes del desarrollo conducen a malformaciones con muy discutible sentido evolutivo). Estos cambios se producen en la forma que se conoce como en cascada, de modo que una modificación en etapas incipientes del desarrollo habría tenido como consecuencia grandes diferencias en el tipo de organización general, (por ejemplo, los Phyla del Cámbrico), mientras que en procesos posteriores las diferencias finales se harían progresivamente mas reducidas a medida que avanzase el desarrollo embrionario, de modo que las producidas en las etapas finales serían irrelevantes desde el punto de vista de la organización morfológica.
En definitiva, unos fenómenos
constatables experimentalmente (científicamente), muy alejados de los
artificios matemáticos y de las hipótesis, jamás verificadas, sobre la
selección de mutaciones al azar de la Genética de poblaciones, cuyas
bases conceptuales fueron elaboradas en una época en la que estos conocimientos
eran inimaginables. Una concepción en la que permanecen anclados los expertos
en evolución humana (Ayala y Cela, 2002; Boyd y Silk, 2001), en la que la
simplista extrapolación de la variabilidad continua y gradual en
características superficiales a los cambios de organización biológica está
impregnada (por mucho que se niegue en aras del azar), y muy especialmente en
la evolución humana, de la concepción darvinista de un ascenso, por medio de
competencias y sustituciones, desde los primitivos e inferiores
hasta los civilizados y superiores en sus atributos corpóreos y
mentales. Hasta la perfección.
(c) Máximo Sandín 2002
Fuente: www.somosbacteriasyvirus.com/articulos
Fuente imágenes: Wikimedia Commons
4 comentarios:
Pues si, aunque no sepamos (o no se reconozca) la verdad, al menos debería no aceptarse el dogma actual sin más. ...Aunque eso obligaría a replantear el resto de dogmas y nuestra civilización se tambalearía, jejeje.
Un saludo.
En efecto, el dogma darwinista va mucho más allá de la biología, abarca toda la ciencia, y ponerlo en entredicho sería una sacudida demasiado fuerte... por eso tratan de apuntalarlo como sea a pesar de las pruebas objetivas no corroboren la teoría, como apunta Sandín.
Saludos,
X.
Hace tiempo que llevaba buscando un artículo así, Gracias.
El darwinismo hace aguas por todos lados pero pasará mucho tiempo antes de que se caiga de su poltrona pues aún lo siguen inculcando en las mentes de todos los que nos vemos sometidos a la enseñanza obligatoria.
Simplemente empezando a cuestionarnos al propio autor de la teoría siguiendo su trayectoria ya deberíamos empezar a sospechar pero es que eso ya no es lo único y este artículo es la demostración palpable de eso.
Este blog y el de somnium dei se me han hecho imprescindibles desde hace mucho.
Saludos desde las Islas Canarias.
Amigo zangolotino
Gracias por tus palabras, los ánimos simepre ayudan a seguir adelante y a dar un sentido al trabajo que haces. Sobre Sandín, sé que a veces es un poco técnico (porque escribe para un público "entendido") pero vale la pena adentrarse en su visión y razonamiento porque nos muestra que desde la propia ciencia el darwinismo sólo se sostiene por razones ideológicas (o sea, políticas). No te pierdas la 2ª parte de este material, porque es un mazazo a las "verdades" sobre la evolución humana, con múltiples alusiones a los prejuicios, sesgos y egos de los investigadores (los pontífices de la religión darwinista).
Un saludo cordial desde la Península,
X.
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