Introducción
Dentro de muy pocos años se
cumplirá un siglo del descubrimiento en Francia de las llamadas tablillas de
Glozel, uno de los asuntos más turbios en la historia de la arqueología
europea, y que a día de hoy –pese a las múltiples investigaciones y opiniones
de expertos durante décadas– sigue inmerso en un halo de confusión y de
polémica. Asimismo, Glozel se mantuvo cierto tiempo como un campo de batalla
sobre el origen de la escritura (y por ende, la civilización) entre las teorías
académicas y las propuestas más heterodoxas, que echaron mano de estas
tablillas para intentar revolucionar los fundamentos del paradigma existente.
Este es un asunto bastante
conocido para los aficionados a la arqueología alternativa, pero para los que
no lo conozcan lo expondré a continuación en sus puntos principales, sobre todo
para poner de manifiesto hasta qué punto existían –y aún existen– las
“trincheras” en el mundo de la arqueología, aparte de prejuicios, sesgos,
intereses y dogmatismos. No obstante, como veremos, el elemento central de toda
la controversia radica en un viejo asunto que –por desgracia– no fue
infrecuente en el arranque de la arqueología como ciencia y por lo menos hasta
comienzos del siglo XX: la perpetración de fraudes bien elaborados para obtener
notoriedad, privilegios, dinero u otras ventajas. Vamos pues a analizar los
hechos y luego trataremos de extraer algunas conclusiones al respecto.
El hallazgo de los Fradin
Situación de Glozel en Francia (punto rojo) |
Todo empezó el 1 de marzo de
1924, cuando el agricultor Claude Fradin y su joven nieto Émile Fradin
(1907-2010) estaban arando con sus bueyes un terreno llamado Duranthon,
próximo a la aldea de Glozel (en el municipio de Ferrières-sur-Sichon), no muy
lejos de la ciudad de Vichy, en el centro de Francia. En un momento dado, uno
de los bueyes se hundió en un hoyo y los Fradin tuvieron que sacarlo con algún
esfuerzo, y entonces observaron que había allí un foso ovalado, con una
estructura de ladrillos de cerámica, aparte de algunos huesos y varios objetos
de terracota. En los días siguientes fueron extrayendo más objetos,
principalmente restos de cerámica y una tablilla con unas inscripciones
grabadas.
Este descubrimiento avivó el interés de muchos vecinos del
lugar, que se dedicaron a la búsqueda –y rapiña– de nuevos restos. Y dada la
expectación creada, era de esperar que algunas personas de la región con cierta
cultura y conocimiento de causa se presentaran en Glozel para tratar de
dilucidar si aquello era realmente un yacimiento arqueológico de gran
antigüedad. Así, ese mismo mes de marzo la profesora de la escuela de
Ferrières, Adrienne Picandet, visitó Glozel y solicitó a instancias superiores
un estudio científico de los restos. Con todo, la primera intervención más o
menos “académica” en Glozel se hizo esperar hasta el 9 de julio de 1924, cuando
acudió a la aldea el profesor Benoit Clément, representante de la Societé
d'Emulation du Bourbonnais[1],
que –con la ayuda de un colega llamado Joseph Viple– acabó de excavar la
estructura de ladrillo. Estos eruditos no le dieron excesiva importancia al
hallazgo y semanas después comunicaron a los Fradin que no valía la pena
emprender ninguna intervención. En su opinión, se trataba de genuinos restos
antiguos, de época galo-romana (entre el siglo I a. C. y el siglo IV d. C.,
aproximadamente), pero no eran muy significativos.
Aparece el doctor Morlet
Aquí se podía haber cerrado este episodio sin más, pero
entonces entró en escena un médico y arqueólogo amateur de la ciudad de
Vichy, de nombre Antonin-Clément Morlet (1882-1965). Este investigador había
leído un breve informe publicado en enero de 1925 por la entidad antes citada y
enseguida se interesó vivamente por los hallazgos, en particular por ciertos
grabados sobre piedra. Morlet era un gran especialista en la época galo-romana
y estaba convencido de que los objetos hallados eran bastante más antiguos –por
lo menos del Neolítico[2]–
y que incluso algunos podrían remontarse al Paleolítico. Su opinión técnica se
basaba principalmente en ciertos arpones de hueso y en unos grabados que
parecían representar renos (animales extintos en esa región de Europa desde el
final de la última Edad de Hielo), todo lo cual apuntaba a un horizonte
temporal del periodo magdaleniense, al final del Paleolítico Superior, más o
menos entre el 13000 y el 9000 antes de Cristo. Al fin, pasado un año después
del descubrimiento, Morlet visitó personalmente Glozel en abril de 1925 y
convenció a los Fradin para que se procediera a excavar la zona de forma
sistemática, sufragando él las tareas arqueológicas de su propio bolsillo.
Objetos extraídos de la excavación en Glozel |
Los trabajos empezaron al mes siguiente y se prolongaron
durante el verano. Entre los artefactos desenterrados se hallaban ídolos, urnas
o vasijas (muchas con una distintiva máscara de búho), piedras grabadas,
huesos, fragmentos de vidrio, herramientas de piedra –tallada o pulimentada– y
bastantes tablillas de cerámica con una especie de signos inscritos (por una o
ambas caras), que en gran medida se iban a convertir en el centro de la
polémica. De hecho, las excavaciones prosiguieron a buen ritmo durante dos años
más, en los cuales salieron a la luz miles de nuevos artefactos, dos tumbas con
restos humanos y objetos diversos, y en particular un centenar de tablillas de
cerámica con las citadas inscripciones o bien con manos impresas (en 15 de
ellas). Todos estos materiales fueron almacenados por los Fradin, que montaron
un pequeño museo “casero” con las mejores piezas y cobraron una modesta entrada
para ver la colección[3].
En cuanto a la cronología de los restos, Antonin Morlet
apreció que posiblemente había mezclados objetos de varias épocas pero se
inclinó por datar el yacimiento en el Neolítico. Así, Morlet publicó en
septiembre de 1925 un primer documento –firmado conjuntamente con Émile Fradin–
sobre el yacimiento, al que calificó de nueva estación neolítica, lo
cual suponía invalidar de pleno la hipótesis de un horizonte galo-romano. En
todo caso, él veía que Glozel podía mostrar una larga ocupación humana a través
de milenios, y en particular sería testimonio de una época de transición entre
el Paleolítico y el Neolítico, que tradicionalmente se ha llamado Mesolítico.
Se desata la tormenta
Visto este panorama, no es de
extrañar que estallara una fuerte controversia en el estamento científico. En
efecto, el hecho de datar en una época tan remota unas tablillas de terracota,
cocidas de forma tosca[4],
con unos signos que –más que pictogramas o ideogramas– parecían ser un sistema
alfabético, iba a causar una gran desazón entre el estamento académico. Cabe
recordar que el consenso científico de la época (y aún el actual) situaba el
origen de la escritura en Oriente Medio, en el cuarto milenio antes de Cristo,
si bien el primer alfabeto propiamente dicho se debía atribuir a los fenicios,
unos miles de años después. En consecuencia, ante las primeras noticias de unas
tablillas con signos se empezó a levantar sobre Glozel una nube de sospecha de
manipulación o fraude, con el agravante de que los defensores de la
autenticidad de los hallazgos no eran más que un aficionado (o sea, un intruso)
y un joven de 18 años que apenas sabía escribir decentemente. Y de fondo, una
herejía demasiado incómoda para el estamento académico: la existencia de una
escritura prehistórica en Europa o bien la presencia de colonizadores
mediterráneos en Francia en una época impensable.
Piedra de Glozel grabada con un reno y signos |
Por otra parte, el mundo
académico se negaba a aceptar la representación de renos en las piedras
grabadas, pues eso supondría arrastrar la datación del yacimiento a unas fechas
excepcionalmente remotas, teniendo en cuenta además que en alguna piedra
grabada con renos se veían algunos signos semejantes a los que aparecían en las
tablillas. Ante este conflicto cronológico, los académicos defendieron la tesis
de que los animales en cuestión eran simplemente ciervos. Sin embargo, Morlet
recurrió entonces al profesor August Brinkmann, director del departamento de
Zoología del Museo de Bergen (Noruega), que le pudo confirmar que en efecto se
trataba de renos. Y para acabar de zanjar el asunto, Morlet fue a visitar a
otro famoso prehistoriador, Marceline Boule, y llevó consigo una piedra grabada
con la forma del animal en cuestión. Boule, antes de examinar la pieza, le dijo
que el animal que aparecía ilustrado en la publicación era evidentemente un
ciervo, ya que no podía admitir que quedasen todavía renos en Francia en época
neolítica. Entonces, Morlet le mostró la piedra, y tras una breve inspección,
Boule reconoció su error: “Sí, es evidentemente un reno. Entonces, ya no
sé qué decir.” (Aún así, Boule se mantuvo escéptico y nunca pisó
Glozel.)
A todo esto, la prensa francesa se hizo
eco de las sensacionales noticias procedentes de Glozel, que fue objeto de
varias visitas ilustres, entre ellas la del rey de Rumanía. Asimismo,
varios prehistoriadores de renombre se interesaron por el hallazgo y algunos de
ellos se personaron en el yacimiento a petición de Morlet e incluso
participaron en las excavaciones. Por ejemplo, en 1926 Salomon Reinach, a la
sazón conservador de Museo de Arqueología Nacional de Saint-Germain-en-Laye,
corroboró la autenticidad de los restos de Glozel. Otros expertos optaron,
empero, por reconocer que las tablillas de cerámica eran posiblemente antiguas,
pero que se remontaban a la etapa galo-romana. Concretamente, Camille Jullian
argumentaba que los objetos no tenían nada que ver con el Neolítico; en su
opinión, habrían formado parte de un antro de magia próximo a un
santuario céltico donde tendrían lugar determinados rituales y actos mágicos.
Los ídolos vendrían a ser una especie de muñecos de encantamiento mientras que
las tablillas grabadas serían lo que el autor clásico Apuleyo llamaba laminae litteratae, unas fórmulas mágicas de
encantamiento o hechizo escritas en cursiva latina[5].
El abate Henri Breuil |
Pero todavía quedaban por oírse
otras voces de gran peso en el campo de la Prehistoria como las de Dennis
Peyrony, Louis Capitan o el abate Henri Breuil, un sabio de enorme prestigio en
aquella época. En un primer momento, tanto Peyrony como Capitan creyeron en la
veracidad de Glozel, pero no tardaron en cambiar de parecer. En cuanto al abate
Breuil, éste se desplazó a Glozel en 1926 y –tras una breve excavación–
convalidó el dictamen precedente de otros expertos sobre la autenticidad de los
restos, que a su juicio tendrían conexiones con materiales del levante mediterráneo,
y confirmó también la cronología neolítica.
No obstante, al poco tiempo cambió
radicalmente de opinión, posiblemente por dos motivos. Por un lado, el fuerte
escepticismo que profesaba su colega Capitan hacia todo este asunto[6];
por otro, la observación que le hizo otro prehistoriador, André Vayson de
Pradenne, que le sugirió que el joven
Fradin había podido cometer fraude al copiar ciertas inscripciones
prehistóricas –muy similares a las que aparecían en las tablillas– que habían sido
publicadas previamente en una revista popular. Entonces, Breuil declaró que los
objetos eran todos falsos excepto los utensilios de piedra. Y, por cierto, cabe
señalar que Vayson –bajo nombre falso– se había presentado antes en Glozel y
había intentado comprar algunos objetos a Fradin, y al negarse éste, le amenazó
con destruir el yacimiento.
Entre comisiones y acusaciones
Discusión entre Morlet y los defensores de Garrod |
Dados estos precedentes, pronto
quedaron establecidos dos bandos irreconciliables, los glozelianos (en
torno a Morlet) y los anti-glozelianos, lo que causó fuertes disputas en
un congreso de Antropología celebrado en Ámsterdam en septiembre de 1927, del
cual salió la decisión de constituir una comisión internacional de
investigación para dirimir el asunto[7].
Esta comisión fue un auténtico fracaso, ya que no hizo más que polarizar las
posiciones hasta el punto de llegar a las instancias judiciales, con
acusaciones cruzadas entre las partes. Así, la comisión practicó a inicios de
noviembre una excavación en el lugar durante tres días y en su informe técnico aparecido
en diciembre declaró que todo era falso a excepción de algunos objetos de
piedra (lo que Breuil había proclamado anteriormente). Pero es oportuno
mencionar que, para acabar de rematar este galimatías, Morlet había pillado in
flagranti a algunos miembros de la comisión introduciéndose en la zona
excavada de forma subrepticia a fin de desacreditar a los Fradin, Concretamente,
una joven arqueóloga inglesa llamada Dorothy Garrod, discípula de Breuil,
realizó un pequeño agujero en la pared de la cata para tratar de inculpar a
Fradin de insertar objetos en el terreno de forma fraudulenta[8].
En medio de agrias discusiones,
este escándalo acabó por desautorizar a la comisión, y los ánimos estaban ya
tan caldeados que S. Reinach escribió un artículo el 13 noviembre de 1927 con
el expresivo título de De Bello Glozelico (“Sobre la guerra de Glozel”).
De este modo, los antagonismos acabaron por estallar y en enero de 1928 René
Dussaud, experto epigrafista y conservador del Museo del Louvre, acusó de
fraude al joven campesino, que a su vez denunció al académico por difamación. Por
otro lado, a instancias del propio Dussaud, se metió por medio Félix Regnault,
presidente de la Sociedad Prehistórica francesa, que inculpó a un tal “X” (o
sea, Fradin) como presunto falsificador de los objetos y consiguió que la
policía irrumpiera en febrero de 1928 en casa de los Fradin, destruyera varias
urnas de exposición e incautara tres arcones llenos de artefactos.
Émile Fradin en su museo "casero" |
Así las cosas, ya en abril de
1928, se formó una segunda comisión –de carácter más neutral– bautizada como
“Comité de Estudios”, que tras volver a excavar en el Duranthon (que por
entonces ya se conocía por el “Campo de los Muertos”) certificó que los
artefactos eran auténticos y que el yacimiento se podía datar en los inicios
del Neolítico. Entre los firmantes del informe estaba el ya citado Reinach, así
como otros eruditos expertos en la materia, como Depéret, Loth, Arcelin, Mendes
Correa y Van Gennep, que también dieron por buenos los hallazgos de Morlet y
Fradin. Incluso Charles Depéret, al apreciar un cierto parecido de los signos
de Glozel con el alfabeto fenicio, se atrevió a afirmar que “mucho antes de los
fenicios hubo en Occidente una cultura primitiva que poseía rudimentos de
escritura.”
Sin embargo, los anti-glozelianos no se dieron por
vencidos y reanudaron sus ataques, incidiendo básicamente en el argumento del
fraude. Entonces apareció un tal Gaston-Edmond Bayle, jefe de la Oficina de
Registros Criminales de París, que procedió a analizar algunos de los objetos
confiscados. Finalmente, en mayo de 1929, acabó por calificarlos de recientes
falsificaciones. Su veredicto se fundamentaba principalmente en la presencia en
las tabillas de trazas de hierba y de tallos de manzana. No obstante, Morlet
rebatió sus argumentos, aduciendo que la cerámica de Glozel estaba poco cocida
y podía rehidratarse, haciéndose nuevamente plástica; además, hay que tener en cuenta
que en esa época no se tomaban demasiados cuidados al extraer las piezas, que
podían contaminarse muy fácilmente con el terreno circundante[9].
Sea como fuere, el Tribunal de Justicia de la vecina
población de Moulins admitió la querella por fraude contra Fradin en junio de
1929, mientras en toda Francia se despertaba un gran interés por este caso,
tanto por la parte arqueológica como por la meramente sensacionalista. Ahora
bien, el asunto dio un giro inesperado cuando Bayle fue asesinado en 1930 por un
hombre que había ido a prisión a causa de uno de sus informes, que a su parecer
había sido totalmente fraudulento. Tras el asesinato, se levantaron serias
sospechas sobre la reputación de Bayle, y toda la cuestión de Glozel se
enrareció. Finalmente, contra todo pronóstico y pese al poder y la presión
ejercida por los más afamados académicos como Breuil, Vayson de Pradenne y
Dussaud, Émile Fradin fue exculpado en 1931 de las acusaciones de fraude y al
año siguiente ganó el litigio por difamación contra Dussaud, que se benefició
de una amnistía pero que tuvo que pagar las costas del juicio.
En realidad, entre 1928 y 1932 hubo unos cuantos más procesos
judiciales motivados por difamaciones, agresiones físicas, amenazas, litigios
de propiedad, etc. en que estuvieron implicados Morlet, Émile Fradin y su abuelo
Claude y otros personajes, publicaciones y sociedades varias, pero para no extenderme en demasía y centrarme en el asunto propiamente arqueológico he preferido obviarlos. De
todos modos, para muchos comentaristas franceses, la controversia de Glozel y
sus repercusiones sociales y judiciales tuvieron un carácter similar al famoso escándalo
y caza de brujas conocido como el affaire Dreyfuss.
La confirmación de las dataciones absolutas
Después de tanta polémica y revuelo, las investigaciones
en Glozel volvieron a una cierta tranquilidad y normalidad y Morlet prosiguió
con las excavaciones hasta 1938, aunque los descubrimientos realizados
resultaron de importancia secundaria. Y ya en 1941, una nueva ley impuso el
requisito legal de obtener un permiso oficial de la Administración para poder
realizar excavaciones arqueológicas, lo que significó un parón casi definitivo
en los trabajos de campo, que no se retomaron ¡hasta 1983! El caso es que
pasada la Guerra Mundial, Morlet –que ya estaba muy mayor– trató de reivindicar
el yacimiento recurriendo a la entonces novedosa técnica de datación absoluta
del Carbono-14, para lo cual en 1957 envió a analizar unas muestras de hueso a
un laboratorio francés, pero los resultados fueron decepcionantes al
confirmarse fechas modernas (siglos XIX y XX), si bien el técnico que llevó a
cabo las pruebas admitió que las dataciones no eran muy fiables. Con todo,
Morlet nunca renegó de su trabajo en Glozel y antes de morir, en 1965, instó a
Émile Fradin “a que nunca se rindiera”.
Antonin Morlet y Émile Fradin durante las excavaciones en Glozel (finales de los años 20) |
Más adelante, en los años 70, se
pudieron datar las piezas de cerámica mediante la técnica de la
termoluminiscencia, la cual ofreció resultados muy dispares que abarcaban desde
poco antes del cambio de era hasta el siglo XVIII, con algunas excepciones más
antiguas y otras muy modernas; por ejemplo, una de las famosas tablillas dio
una datación de 600 a. C. Como consecuencia de estas pruebas, un simposio
científico celebrado en 1975 en Oxford validó los hallazgos de Glozel. Aun así, en los años 70 algunos prestigiosos arqueólogos británicos como Glyn
Daniel y Colin Renfrew –ambos exalumnos de Dorothy Garrod en Cambridge– no
acabaron de convencerse. Daniel no aceptó las dataciones de termoluminiscencia
por considerarlas erróneas mientras que Renfrew –que en mi época de estudiante
era un referente máximo de la Prehistoria– se plegó a la evidencia de las
técnicas radiométricas, de las cuales era firme defensor, pero reconoció pese a
todo que “tomar en serio Glozel va más allá del poder de mi imaginación”.
Pero la investigación no se detuvo aquí y posteriores pruebas en los años 90 arrojaron hasta tres cronologías separadas, que suponían tres horizontes históricos: uno claramente galo-romano (entre 300 a. C. y 300 d. C.), otro medieval (hacia el siglo XIII) y otro muy reciente, que podría indicar alguna falsificación moderna. Asimismo, nuevos análisis de C-14 sobre huesos tendieron a confirmar una datación que oscilaba entre el siglo XIII[10] y el XX, a excepción de un fémur humano que se remontaba al siglo V d. C. No obstante, alguna datación de C-14 sobre huesos de animales arrojó unas fechas muy antiguas (alrededor de 17000 a. C.), de época claramente paleolítica. Con estos datos procedentes de dataciones absolutas ya se podía afirmar que Glozel era un yacimiento antiguo genuino, como siempre habían reivindicado Morlet y Fradin, si bien con alguna sospecha de intrusión moderna y descartando completamente la cronología neolítica que aún defendía Fradin. Sea como fuere, gracias a estas dataciones el honor de Fradin quedó por fin a salvo y así el 16 de junio de 1990 recibió las Palmes Académiques (“laureles académicos”) como legítimo descubridor del yacimiento, enterrando así el fantasma del fraude... aunque tal vez no del todo.
Pero la investigación no se detuvo aquí y posteriores pruebas en los años 90 arrojaron hasta tres cronologías separadas, que suponían tres horizontes históricos: uno claramente galo-romano (entre 300 a. C. y 300 d. C.), otro medieval (hacia el siglo XIII) y otro muy reciente, que podría indicar alguna falsificación moderna. Asimismo, nuevos análisis de C-14 sobre huesos tendieron a confirmar una datación que oscilaba entre el siglo XIII[10] y el XX, a excepción de un fémur humano que se remontaba al siglo V d. C. No obstante, alguna datación de C-14 sobre huesos de animales arrojó unas fechas muy antiguas (alrededor de 17000 a. C.), de época claramente paleolítica. Con estos datos procedentes de dataciones absolutas ya se podía afirmar que Glozel era un yacimiento antiguo genuino, como siempre habían reivindicado Morlet y Fradin, si bien con alguna sospecha de intrusión moderna y descartando completamente la cronología neolítica que aún defendía Fradin. Sea como fuere, gracias a estas dataciones el honor de Fradin quedó por fin a salvo y así el 16 de junio de 1990 recibió las Palmes Académiques (“laureles académicos”) como legítimo descubridor del yacimiento, enterrando así el fantasma del fraude... aunque tal vez no del todo.
Casa de los Fradin en Glozel (años 20) |
Lo cierto es que aún después de pasadas tantas décadas,
Glozel siguió provocando controversia. De hecho, en 1983 se llevaron a cabo
varias excavaciones en Glozel y sus alrededores pero no hubo publicaciones
específicas sobre los resultados. Es más, hubo que esperar hasta 1995 para ver
la publicación de un breve informe-resumen de 13 páginas que afirmaba que el
yacimiento era básicamente medieval, con algunos materiales de la Edad del
Hierro y otros elementos modernos, seguramente fraudulentos. Vistas las huellas
sobre el terreno, el dictamen científico apuntaba a que la famosa fosa oval
probablemente no fue más que un taller-horno de vidrio de época medieval. En
suma, el estamento académico aceptó más o menos a regañadientes que Glozel era
un yacimiento arqueológico genuino, pero rebajando mucho las expectativas creadas
por sus descubridores y aún con cierto recelo hacia los hallazgos. Como muestra
de este rechazo oficial basta citar que en 1990 –el mismo año en que Fradin era
reivindicado– el British Museum le pidió algunas piezas de su colección
para exponerlas en el reputado museo londinense... ¡pero en el contexto de una
exposición sobre los mayores fraudes arqueológicos del siglo!
¿Y qué pasa con las tablillas?
No cabe duda de que la mayor parte de la polémica giró en
torno a las tablillas, y por extensión, al extraño sistema de escritura que
también apareció esporádicamente en algunas piedras grabadas (incluso en unos
anillos de esquisto). Como ya hemos comentado, se hallaron unas cien tablillas,
de forma más o menos rectangular y con trazos o inscripciones que parecían
formar parte de un alfabeto, con alguna similitud a antiguas escrituras
mediterráneas, sobre todo al alfabeto fenicio. Morlet publicó en 1926 un
artículo en la revista Nature[11]
sobre esta escritura, a la que calificó sin dudar de “alfabeto prehistórico”.
En efecto, el doctor Morlet llegó a identificar hasta 111 símbolos diferentes
en las tablillas y piedras grabadas y consideró que era un sistema alfabético muy antiguo, pan-mediterráneo y
muy anterior al alfabeto fenicio, que habría tomado algunos de sus símbolos de
esa fuente primigenia. Por supuesto, esto fue un elemento de gran disputa
porque Morlet ya daba por hecho que era un alfabeto y –lo que es peor– que era prehistórico,
dando a entender que la escritura, en vez de tomar forma en Oriente al inicio
de la civilización, habría nacido en la Europa occidental neolítica y luego se
habría difundido por todo el Mediterráneo.
Signos grabados en anillos o tablillas |
Para sustentar esta tesis, el sabio francés alegaba la
presencia de algunos signos en los artefactos de finales del Paleolítico o
cuando menos del Mesolítico, lo que sería una especie de “proto-escritura”. Sin
ir más lejos, ya era conocida la existencia de algunos trazos semejantes en
objetos del periodo magdaleniense descubiertos en otras excavaciones en la
misma Francia. Morlet pensaba que las gentes de Glozel habían sido capaces de
pasar de un conjunto de pictogramas o ideogramas a un auténtico sistema de
fonemas o sílabas, si bien no tenía la menor idea de cómo se pronunciarían ni
de qué lengua estaba detrás de tales signos. De hecho, Morlet –pese a haber
comparado los signos con el alfabeto fenicio y el hierático egipcio– no veía
factible descifrar esa escritura sin disponer de más referencias. El caso es
que, aparte de los intentos de Jullian de interpretar los signos como una
cursiva latina y abreviada, nadie fue capaz en su época de descifrar
fiablemente la escritura de las tablillas.
Dejando a un lado los que creían que las tablillas eran falsas –y la supuesta escritura también– muchos especialistas buscaron infructuosamente rastros de otras escrituras antiguas, pues prácticamente nadie creía que se tratara de un genuino “alfabeto occidental neolítico”, si bien no faltó alguna voz heterodoxa que sacó a los atlantes a la palestra, afirmando que podría ser un residuo de su antigua y desconocida escritura. Así, se propusieron varios paralelos, sobre todo incidiendo en la semejanza con el fenicio, pero los intentos no pasaron de meras conjeturas, aunque se citaron varias posibles lenguas originales como el euskera, el ibérico, el caldeo, el berebere, el ligur, el hebreo, el griego, el turco, etc.
Dejando a un lado los que creían que las tablillas eran falsas –y la supuesta escritura también– muchos especialistas buscaron infructuosamente rastros de otras escrituras antiguas, pues prácticamente nadie creía que se tratara de un genuino “alfabeto occidental neolítico”, si bien no faltó alguna voz heterodoxa que sacó a los atlantes a la palestra, afirmando que podría ser un residuo de su antigua y desconocida escritura. Así, se propusieron varios paralelos, sobre todo incidiendo en la semejanza con el fenicio, pero los intentos no pasaron de meras conjeturas, aunque se citaron varias posibles lenguas originales como el euskera, el ibérico, el caldeo, el berebere, el ligur, el hebreo, el griego, el turco, etc.
Tablilla de cerámica con signos |
En la práctica, el esfuerzo más riguroso y reconocido para
desvelar el enigma lo llevó a cabo el químico y biólogo suizo Hans-Rudolf Hitz
(1932-2013), buen conocedor de la arqueología y las lenguas antiguas. Hitz,
tras estudiar el corpus de símbolos y buscar relaciones con varias lenguas
muertas, llegó a la conclusión de que se trataba de un alfabeto primario
empleado para escribir una lengua céltica (de la Galia Cisalpina), cuyo origen
se remontaría al 300 a. C. En su opinión, los signos alfabéticos básicos serían
26, con el añadido de entre 40 y 50 signos particulares, dando un total
aproximado de 80 signos, frente a los 111 propuestos por Morlet.
Hitz encontró una correlación bastante clara con el alfabeto lepóntico de Lugano, que a su vez estaba influenciado por el alfabeto etrusco. Con estas premisas, y suponiendo que se hallaba ante una lengua céltica, Hitz trató de descifrar el contenido de las tablillas y de hecho pudo leer algunos fragmentos que incluían nombres e incluso un posible topónimo de Glozel: Nemu Chlausei. Finalmente, lanzó la hipótesis de que Glozel pudo haber sido un lugar de peregrinación en el cual se ofrecían las tablillas como ofrendas votivas.
En definitiva, lo más importante del trabajo de Hitz es
que de algún modo reforzó la idea de que Glozel fue básicamente un yacimiento
céltico (o galo-romano, como dicen los franceses), coincidiendo en gran medida
con las dataciones por termoluminiscencia, pues dos tercios de las cuales se
encuadraban entre el 300 a. C. y el 100 d. C. No obstante, quedaría pendiente
el problema de los signos grabados sobre las piedras, algunas con
representaciones de renos, lo cual podría llevarnos a unas remotas fechas
alrededor del 10000 a. C. A este respecto, se puede sugerir que tal vez los
peregrinos se dedicaron a grabar signos en piedras antiguas que hallaron en el
lugar, aunque tal vez haya una explicación más plausible: hoy en día se sabe
que el reno no había desaparecido del todo en época céltica en algunas regiones
aisladas de la Europa central, y quizá esto encajaría mejor con todo el
contexto aportado por Hintz.
Incógnitas, dogmatismos y personalismos
Morlet examinando una tablilla |
De todos modos, es oportuno citar algunos datos que han
quedado en segundo plano y que mantienen las incógnitas abiertas sobre este
yacimiento. En primer lugar, cabe señalar que Glozel estaba ubicado geográficamente
en una área arqueológica neolítica, con restos megalíticos relativamente
cercanos[12]. En segundo
lugar hay que remarcar que Glozel no es un yacimiento único, porque en la misma
región de Francia (Baja Auvernia y Alto Borbonesado) se hallaron restos
similares con una pre-escritura grabada sobre piedras. Por ejemplo, en
1928 en la granja Chez-Guerrier, muy
cercana a Glozel, la familia Mercier
halló una piedra con 21 signos “glozelianos” grabados y un caballo.
En la gruta de Puyravel, también junto
a Glozel, aparecieron 13 piedras grabadas con algunos signos y animales.
Asimismo, hubo descubrimientos semejantes en lugares próximos como Pionsat (Puy-de-Dóme), Palissard y Le Cluzel,
(entre Vichy y Ferriéres-sur-Sichon), y el Moulin-Piat.
En estos casos, según el autor francés Michel Claude
Touchard, los habitantes de la zona –también campesinos como los Fradin–
prefirieron dejar pasar el asunto para no ser objeto de acusaciones de fraude.
De hecho, estos hallazgos de piedras con signos se podrían remontar incluso al siglo XIX y se extienden en el
espacio, pues en otros puntos de la Europa atlántica se localizaron grabados
similares. Por supuesto, ahora podríamos referirnos a la ya citada pervivencia
del reno en una época protohistórica, pero la sombra de un sistema de
pre-escritura a finales del Paleolítico o el Mesolítico está ahí presente. Aquí
entraríamos en el debate que han propuesto algunos investigadores, como
Marshack o Rudgley, sobre un cierto estado de pre-civilización humana en las
postrimerías del Paleolítico a partir de algunas pruebas materiales, entre las
cuales estarían unos incipientes sistemas de escritura. La comunidad académica,
empero, ha rebajado bastante estas propuestas y sigue viendo el Paleolítico
como una etapa básicamente primitiva.
Por otra parte, está el tema de las dataciones absolutas,
que confirmó que no hubo fraude en Glozel (o al menos no un fraude
generalizado), pero que resulta un poco desconcertante por la gran dispersión
de fechas obtenidas, a pesar de que los restos materiales parecen indicar una
superposición de varias ocupaciones sobre el terreno, incluyendo las tumbas
intrusivas de la Edad Media. A este respecto, hace ya tiempo que las dataciones
radiométricas vienen siendo objeto de polémica y crítica incluso por parte de
los propios profesionales de la arqueología, por su falta de precisión o
fiabilidad, y ello por no mencionar el siempre recurrente asunto de la
contaminación o manipulación de las muestras, que puede deformar completamente
los resultados. Por de pronto, sabemos que los Fradin “recalentaron” muchas de
las tablillas de terracota en su horno para endurecerlas, lo cual ya supondría
una importante distorsión de las pruebas de termoluminiscencia, según reconocía
la arqueóloga Alice Gerard[13],
que ha intervenido en varios procesos de datación de objetos de Glozel en los
últimos 20 años.
Autobiografía de E. Fradin |
Con todo, si por algo destaca Glozel es por la diversa
aproximación científica a los restos y el peso de los dogmas y los
personalismos a la hora de evaluar una misma realidad “objetiva”. En este
contexto hay que referirse inevitablemente al choque de egos para ver hasta qué
punto la visión científica está contaminada por los prejuicios, sesgos y
reputaciones. Así, Morlet se adueñó el yacimiento, lo hizo suyo y se obsesionó
con él, dándole una interpretación que parecía romper todos los esquemas
preestablecidos sobre la prehistoria europea. Émile Fradin simplemente siguió a
Morlet y también convirtió el campo físico –su terreno de labranza, no lo
olvidemos– en un campo de batalla intelectual para defender a capa y espada una
verdad que contradecía a los poderosos (o sea, el estamento académico).
En la otra trinchera se situaron los más respetables
académicos, que si bien en un principio parecieron abiertos a reconocer la
excepcionalidad, autenticidad y valor del yacimiento, no tardaron en cambiar de
opinión al ver que ellos no estaban al mando ni obtenían la sumisión
esperada del aficionado Morlet y del lego Fradin. Capitan fue el primero en
verse rechazado por Morlet, y no se lo perdonó; y lo mismo ocurrió entre Vayson
de Pradenne y Fradin, como ya vimos. En cuanto al abate Breuil, da la impresión
de que simplemente realizó una maniobra de retirada para no quedarse al margen
de las opiniones más cualificadas y desde luego para mantener su
prestigio y no manchar su nombre con un sonoro patinazo. Aparte, es obvio que
flotaba en el ambiente la tradicional cautela y conservadurismo ante descubrimientos
demasiado novedosos y rompedores. No olvidemos que apenas unas pocas décadas
antes, al ser descubiertas las primeras pinturas rupestres paleolíticas, muchos
grandes sabios las tacharon de burdas falsificaciones, porque el hombre de las
cavernas no era capaz –presuntamente– de realizar tales obras...
En efecto, detrás de todo el debate estaba la confusión
producida por los propios restos, que obligaban a cuestionar demasiadas
verdades. Era un terreno complicado y muchos no quisieron ir más allá de los
márgenes de seguridad del dogma establecido. Este miedo al vacío, a desmarcarse
del paradigma, también se detecta en las palabras del insigne arqueólogo
británico Sir Arthur Evans, descubridor de antiguas escrituras
mediterráneas[14], que visitó
fugazmente Glozel pero que no quiso mojarse de ningún modo, declarando al
diario The Times lo siguiente: “En el caso de que se admitiera la
autenticidad de los descubrimientos de Glozel, se destruiría todo el edificio
de nuestros conocimientos... Esto provocaría la subversión completa de los
resultados debidos a las investigaciones y a la actividad de dos generaciones
de científicos.”
Lo que resulta hasta cierto punto chocante es que el
fantasma del fraude aún planea hoy en día sobre Glozel, si no sobre todo el
yacimiento, sí al menos sobre algunos artefactos, siendo el joven Fradin el
principal sospechoso, ya que Morlet no acudió hasta un año después de los
primeros hallazgos. Pero es oportuno citar que Fradin no tenía conocimientos de
arqueología y que además debería haber falsificado –con gran habilidad técnica–
miles de objetos[15] y luego
insertarlos en el campo sin despertar sospechas. Y a pesar de haber montado un
museo “de pago”, Fradin no vendió ni un solo objeto en toda su vida, ni
siquiera al ansioso Vayson. Para ser justos, ni Fradin ni Morlet sacaron ningún
beneficio de las excavaciones, y más bien fueron víctimas de múltiples
problemas, difamaciones y dolores de cabeza.
© Xavier Bartlett 2018
Fuente imágenes: Wikimedia Commons
[1] Sociedad de
Emulación del Borbonesado: entidad fundada en 1845 en el municipio francés de
Moulins y dedicada a estudios históricos, arqueológicos y culturales.
[2] El neolítico
en Francia se extendió aproximadamente entre el 5000 a. C. y el 2000 a. C.
[3] Este es el
mismo museo que aún puede visitarse hoy en día en Glozel.
[4] Los análisis
posteriores mostraron que se habían cocido las piezas de arcilla a baja
temperatura (unos pocos centenares de grados) según un proceso primitivo,
semejante al de los ladrillos de la antigua Mesopotamia.
[5] Esta declaración quedó registrada en una comunicación a la Académie des Inscriptions et Belles Lettres, del 3 de septiembre de 1926
[6] Parece que Capitan,
que estuvo en Glozel con Morlet ya en junio de 1925, empezó a enemistarse con
Morlet por la negativa de éste a compartir con él investigación y
publicaciones, ya que el médico creía que Capitan quería atribuirse todos los
méritos.
[7] Como
representante español en la comisión figuraba el afamado prehistoriador catalán
Bosch-Gimpera.
[8] Según otras
fuentes, Garrod se limitó a meter un dedo en el rebozo de yeso de la cata y no
hubo ninguna mala intención por su parte, pero dadas las suspicacias y
desconfianzas existentes, Morlet le dedicó una gran reprimenda.
[9] Además,
según he leído en alguna fuente, los Fradin metieron en su horno algunas piezas
para quitarles humedad y darles consistencia, lo cual habría provocado cierta
confusión en los análisis.
[10] Por
ejemplo, los huesos humanos de las dos tumbas halladas dieron una datación del
siglo XIII.
[11] MORLET, A. Découverte en France d’un
alphabet préhistorique. Nature, n.º 2729, 24 de juillet 1926.
[12] Se trata de
un alineamiento de piedras que precisamente está orientado al “Campo de los
muertos” de Glozel.
[13] Autora del
notable libro Bones of contention (“Los huesos de la disputa”), de 2005.
[14] Los
sistemas de escritura Lineal A y Lineal B, hallados en Creta.
[15] Esto no es
necesariamente una prueba a su favor, pues en las piedras de Ica hallamos de
miles de supuestos objetos falsos, pero sí es cierto que resulta incomprensible
falsificar tanta cantidad de piezas.
6 comentarios:
Yo lo que saco en claro, es que no hay nada claro. Las pruebas dicen una cosa, la contraria y otra diferente, nunca son concluyentes y los implicados, cada uno opina algo diferente que no tiene nada que ver con el resto, a los que acusa de fraude o de ineptos. Así que, poco sacamos en claro, como de costumbre y gana en dogma dominante.
;-)
Un saludo.
Gracias Piedra
Bueno, está claro que la confusión llega hasta hoy en día, pero yo creo que siempre se ha querido tirar tierra sobre este tema porque fue muy incómodo para el estamento académico, por todas las trifulcas que hubo. Yo creo que no hubo fraude (o al menos, no generalizado) pero que nadie supo interpretar bien el yacimiento, y que tal vez las dataciones radiométricas tampoco sean muy fiables, con lo cual nadie quiere mojarse o hacer el ridículo.
Pero no te creas es que esto pasaba hace 100 ó 90 años; a veces un arqueólogo se empeña en defender a capa y espada su yacimiento o su objeto y todo el mundo se le tira encima si aquello no cuadra con el paradigma, como le pasó al paleontólogo español Josep Gibert hace unas pocas décadas con su famoso "hombre de Orce"; se rieron de él, lo desprestigiaron diciendo que era un hueso de burro. Y ojo, no era un aficionado como Morlet, sino todo un profesional.
Saludos,
X.
En Iruña Veleia la historia se repite un poco...Un saludo Xavier.
Gracias Ismael
Sí, conozco por encima el tema de Veleia y toda la polémica sobre las inscripciones. Ahora bien , por lo que he podido observar aquí se mezclan elementos o sesgos culturales y políticos que enrarecen el debate científico. Desde ese punto de vista, veo lo de Veleia algo diferente a Glozel, aunque sí es verdad que existen los dos bandos, las posiciones oficiales, etc.
Saludos,
X.
Hola buenas, donde es posible que haya controversias es la zona arqueologica del golfo de Khambhat en la India sobre la supuesta ciudad sumergida atribuida a la mitica Dwarka y los restos analizados que se extrajeron de la zona. En un anterior comentario surgio el tema de manera indirecta cuando mencioné a Graham Hancock. Un saludo y gracias.
Amigo José Luis,
Gracias por el comentario. Sí, conozco ese tema por el libro "Underworld" de Hancock, así como toda la polémica sobre las supuestas ciudades sumergidas. Lo cierto es que en estos casos nos falta aún más investigación y voluntad para avanzar, pero el estamento académico se ha instalado en el negacionismo y en mirar para otro lado. No digo que todo lo que afirman los alternativos sea cierto, pero hay demasiados indicios, en diversas partes del mundo, y el asunto merece un tratamiento serio y riguroso para poder emitir un veredicto fiable. Pero hay que tener en cuenta que la arqueología subacuática es mucho más costosa y compleja que la terrestre, así que el tema creo que puede ir para largo.
Saludos,
X.
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