jueves, 24 de enero de 2019

¿Existieron (o existen) los gnomos?


En varias ocasiones me he referido aquí al oscuro y confuso tema de los gigantes, que para el mundo académico no es más que un conjunto de antiguas leyendas y modernos fraudes. Y todo ello a pesar de que son mencionados en muchas tradiciones de pueblos de todo el mundo y de ciertos restos o indicios que empujan a pensar que pudo haber una realidad tangible detrás de tantos rumores y cortinas de humo. Pues bien, algo parecido ocurre con el otro extremo de la especie humana: se sigue negando la existencia de seres humanos muy diminutos, que también han sido referidos ampliamente por el folklore popular en muchas regiones de nuestro planeta. Así, por ejemplo, en las tradiciones occidentales, desde hace milenios, se habla  de gnomos, trasgos, duendes, leprechauns, etc., siempre en contextos mitológicos, legendarios o mágicos ubicados en un lejano pasado, casi siempre referido a la época medieval.

Por supuesto, yo también creí durante mucho tiempo en que todo ello formaba parte de la leyenda y la superstición, pero con el tiempo vi que la realidad es mucho más compleja e ignota de lo que creemos y que hemos despreciado el conocimiento antiguo para sustituirlo por el cientificismo moderno y sus dogmas. Lo cierto es que si uno se documenta y recoge informaciones aparentemente dispersas podrá comprobar que existen muchas piezas que no parecen encajar en el escenario propuesto por la ortodoxia académica y que deberían hacernos reflexionar sobre qué puede haber de verdad en las historias sobre esos seres diminutos, como parte del pasado e incluso del presente. Esto es lo que voy a intentar de clarificar en este artículo, dando por hecho que dejo aparte lo que convencionalmente conocemos como enanos, así como las tribus de pigmeos, pues en estos casos es obvio que simplemente tratamos de humanos muy cortos de estatura, ya sea por un trastorno genético (enanismo) o por una característica racial. 

Reconstrucción de un hobbit
En primer lugar, es obligado citar el hallazgo –en la isla de Flores (Indonesia) a inicios de este siglo– del llamado Homo floresiensis o hobbit, un homínido que medía escasamente un metro de altura, con una capacidad craneal cercana a la de un chimpancé y un aspecto humano arcaico con algunos rasgos simiescos. Según las dataciones por Carbono-14 de los huesos hallados, esta especie habría convivido con el Homo sapiens y habría desaparecido hace unos 12.500 años. Ahora bien, en la misma época se hallaron restos de cráneos similares al hobbit en las cercanas islas Palau, y allí las dataciones por C-14 dieron una antigüedad de apenas entre 940 y 2.900 años antes del presente. En cuanto a su origen, nadie sabe de dónde surgió, pese a que los expertos han propuesto varias vías evolutivas para tratar de explicar –hasta la fecha sin éxito– cuáles fueron sus ancestros y de dónde procedían. No me voy a extender en comentar este singular descubrimiento porque ya le dediqué un amplio artículo al que me remito para los que estén interesados en los detalles. Lo que es significativo es que quizá estos humanoides no fueran exclusivos de esa región del planeta, pues en Ohio (EE UU) el arqueólogo Neil Steede halló restos humanos (huesos y artefactos) muy parecidos a los de los hobbits de Flores.

Aparte, saltando del pasado al presente, existen testimonios locales que hablan de la pervivencia de estos hobbits en zonas selváticas y alejadas de la presencia humana moderna. Se trataría tal vez de poblaciones residuales que evitarían el contacto con el hombre y que vivirían en condiciones muy primitivas, subsistiendo básicamente de la recolección de frutos. En concreto, en el parque de Way Kambas de Lampung (Indonesia) los guardias forestales dicen haber visto ocasionalmente pequeños individuos desnudos de no más de 50 cm. de altura. No obstante, cuando los guardias se acercan, las criaturas desaparecen rápidamente por el bosque, pues corren muy deprisa y se esfuman en un momento. Con todo, parece ser que los guardias consiguieron tomar algunas fotos, que posteriormente fueron confiscadas por el gobierno indonesio.

Imagen tomada en 2004 de una presunta kakamora
Esta misma tradición la encontramos en las islas Salomón (no muy lejos de Flores), donde se habla de unos ciertos kakamora, unos hombres salvajes muy diminutos. Según un libro sobre leyendas nativas publicado en 1915, estos hombrecillos miden entre unos 15 cm. y alrededor de un metro de altura. Su piel puede oscilar entre oscura y bastante clara, van desnudos y vagabundean por el bosque en busca de alimento. No usan artefactos ni armas ni construyen casas (viven en cuevas o madrigueras). Suelen ser inofensivos, les gusta cantar y bailar, pero en alguna ocasión pueden atacar a personas aisladas o niños. Tienen capacidad para hablar, aunque su lenguaje es incomprensible y no se relaciona con el melanesio. Como vemos, todo ello nos recuerda bastante a la tópica imagen de duendes y gnomos. Sin embargo, para los nativos tales seres son completamente reales y aún existen hoy en día, e incluso existe una dudosa fotografía fechada en 2004 de una hembra kakamora, sorprendida junto a un fuego[1].

Similares leyendas –y testimonios modernos– se pueden hallar en otros puntos del Pacífico y Oceanía, pero también en diversos lugares del planeta, como África, Asia o América. Y lo que es más, existen noticias modernas e incluso fotografías de algunos seres diminutos que difícilmente podríamos asociar a una especie de “pigmeos” sino a seres humanoides con características propias. Tomando como referencia un artículo del investigador independiente Alex Putney[2], existe una historia-leyenda reciente del antiguo Congo belga, según la cual el 4 de enero de 1959 apareció en la capital Leopoldville (actual Kinshasa) un pequeño ejército de unos mil hombrecillos robustos que apoyaron a los independentistas del líder Simeón Toko frente a las fuerzas belgas coloniales. La “leyenda” afirma que los soldados belgas llegaron a disparar contra tales seres, sin ningún efecto, lo cual nos remite a la mitología sobre la invulnerabilidad de los seres mágicos o incluso de los pequeños seres “extraterrestres” tiroteados sin producir daño alguno, según la casuística recogida en el pasado siglo XX.

Aparte de este extraño suceso, Putney también cita que en unos bosques de Namibia, en 2011, un gnomo humanoide de unos 84 cm. fue herido y capturado por unos cazadores. La criatura murió y su cuerpo fue incautado por la policía. Al parecer, le fueron realizados análisis forénsicos, cuyos resultados fueron ocultados por el gobierno. En su documento, Putney agrega una fotografía de tal ser, así como de otras dos criaturas muy pequeñas de aspecto humanoide halladas en Asia, concretamente en la India y el Nepal. Sobre la veracidad de tales imágenes y las circunstancias de estos casos no puedo pronunciarme, dado el sensacionalismo y las falsedades prefabricadas que corren por Internet actualmente, si bien podría tratarse también de malformaciones extraordinarias. 

Diversos microlitos de menos de 1 cm.
En cuanto al ámbito arqueológico, es oportuno citar que en excavaciones realizadas a finales del siglo XIX en Lancashire, Devon y Suffolk (Gran Bretaña) se identificaron muchos microlitos[3] de tamaño muy reducido (de entre 6 y 12,5 milímetros) que no parecían ser útiles para hombres normales, sino para humanos muy pequeños; incluso el filo de la talla era tan fino que sólo podía apreciarse con lupa. Este tipo de artefactos tan minúsculos también ha sido recuperado en otras regiones del planeta como la India, Egipto, Australia, Francia, etc. Por otra parte, en 1935 se halló en Vadnagar, en el estado de Baroda (India), el esqueleto fosilizado de un gnomo de unos 35 cm. en un depósito prehistórico, si bien posteriormente se atribuyó a una falsificación.

Si ahora saltamos a América, hay que reconocer que allí existe una rica tradición sobre estos seres y también una casuística importante de testimonios y hallazgos. En América del Norte, hay numerosas leyendas acerca de unos ágiles seres diminutos de entre 30 y 90 cm., de vida salvaje y en ocasiones muy hostiles a los humanos. En 1804 una expedición de hombres blancos que exploraba Dakota del Sur se adentró en la “montaña de la gente pequeña”, junto al río Missouri, y avistó a unos diablos de unos 46 cm. de altura, que defendían su territorio tenazmente, haciendo uso de arcos y flechas. Según el relato, los indios Sioux y otras tribus no osaban molestar a estos seres. Por otro lado, las tribus de los Shoshones y los Cheyennes, en Wyoming, mencionan a unas gentes pequeñas llamadas Nimerigar (o Nimmi), de entre medio metro y poco más de un metro, también muy hostiles hacia los indios. Estos seres vivían principalmente en el centro de Wyoming, en las montañas San Pedro.

Jefe Crow
Asimismo, el folklore de los indios Crow, en Montana, recoge la existencia en las montañas Pryor de una cierta “gente pequeña”, una especie de gnomos que no superaría el medio metro de estatura. Los Crow describían a estos gnomos como seres de redondos y abultados vientres, piernas y brazos cortos, y en general muy fuertes y belicosos, una imagen que nos recuerda mucho a los clásicos enanos de la mitología de Tolkien. Y por cierto, incluso en la actualidad los nativos Crow creen que todavía perviven muchos de estos seres, y de hecho cada año les hacen ofrendas en un paraje llamado Medicine Rocks.

Por otra parte, ya desde el siglo XIX tenemos noticias de hallazgos de esqueletos y momias de pequeños seres en varios lugares de EE UU. Por ejemplo, la publicación The Gentleman’s Magazine se hacía eco en agosto de 1837 del hallazgo en Coshocton (Ohio) de un cementerio de “pigmeos” de entre 90 y 137 cm., enterrados en ataúdes de madera, e incluso dado el número de tumbas se sugería que “vivían en una ciudad considerable”. También es destacable un artículo publicado por el Anthropological Institute Journal en 1876 que describía el descubrimiento de un gran cementerio de gnomos en el condado de Coffee (Tennessee). Al parecer, ya se tenía noticia de otros cementerios semejantes el condado de White, del mismo estado, con esqueletos de seres de una altura media de 90 cm.

Pero sin duda lo más notable fue el hallazgo de algunas momias a mediados del siglo XX, en particular dos de ellas, bautizadas “Chiquita” y “Pedro”, ambas procedentes de las montañas de Wyoming. La momia Chiquita se trataba de una hembra gnomo de corta edad, con un raro aspecto, caracterizado por no tener prácticamente cuello y por una pequeña boca arrugada. Según los Cheyennes, se trataría de un ejemplar de una raza subterránea, los citados Nimerigar, que vivía en aquellas tierras desde hacía milenios. A este respecto, cabe señalar que tanto en el estado de Idaho como en otros lugares muy distantes –como por ejemplo Irán y Hawai– se encontraron redes de diminutos túneles atribuidos también a pequeños gnomos, lo cual vendría a reforzar una vez más las antiguas leyendas sobre este tipo de criaturas y su hábitat natural.

momia "Pedro"
En lo referente a la momia Pedro, fue apodada así por haberse encontrado en las montañas San Pedro de Wyoming en 1932. El ejemplar, que parecía de mediana edad, estaba sentado con las piernas cruzadas, como en un enterramiento ceremonial. Su piel era oscura y estaba bastante arrugada, y tenía una frente baja, ojos saltones, nariz achatada, boca grande y labios finos. Su altura estimada era de 35 cm. Esta momia fue comprada por un tal Ivan T. Goodman, que para descartar que se tratase de una falsificación (un muñeco), la hizo pasar por pruebas radiológicas –a cargo del doctor Henry Shapiro– que confirmaron que era un ser natural real, aunque su esqueleto tenía algunas características propias, como las fuertes vértebras que soportaban un grueso cuello y una caja torácica distinta de la habitual en los humanos. Según el departamento de Antropología de la Universidad de Harvard, la momia podría corresponder a un individuo mayor, de unos 65 años. Al parecer, según los indicios de una herida, Pedro había sufrido una caída que le provocó una dislocación de la columna y la pelvis, si bien la muerte fue debida seguramente a un posterior impacto en la cabeza. Cabe destacar, empero, que en 1979 el doctor George Gill, antropólogo de la Universidad de Wyoming, vio las radiografías de Shapiro y afirmó que simplemente se trataba de un niño o un feto procedente de una tribu de indios prehistóricos. El caso es que Goodman murió en 1950 y la momia pasó a manos de otra persona, y su rastro se perdió con los años. Según A. Putney, tanto Pedro como Chiquita fueron finalmente adquiridos de forma discreta por agentes del gobierno de EE UU y ya no se ha sabido más de ellos.

Si nos trasladamos a América del Sur, se repiten las historias y leyendas sobre estos seres diminutos, así como los casos modernos, como el famoso Ser de Atacama. Este asunto lo viví de cerca al conocer de primera mano la investigación llevada a cabo por Ramón Navia, que a inicios de este siglo estudió afanosamente esta peculiar momia (que obra en su poder), y que luego ha hecho correr muchos ríos de tinta, siendo objeto de varios reportajes y documentales más o menos sensacionalistas. Toda esta investigación, con sus dudas, vericuetos y complejidades, la expuse en un artículo de mi otro blog, y a él me remito para los que quieran conocer a fondo este episodio. No obstante, creo que vale la pena resumir los puntos esenciales para ver los paralelismos con la casuística ya citada.

Fotografía del Ser de Atacama, tomada en la sede del IIEE
Según pudo recoger Navia en sus viajes por Sudamérica, las tradiciones orales aymaras hablaban de un cierto “pueblo gentil” de pequeños humanoides de cortísima estatura (de no más de 50 cm.). Dicho pueblo gentil había convivido durante siglos con ellos en una amplia región comprendida entre el sur de Perú, Bolivia y el norte de Argentina y Chile. No habría existido relación entre ambas etnias pero sí al menos un respeto mutuo. En cambio, la llegada de los españoles habría provocado la muerte de muchos de estos gentiles, dado que las autoridades religiosas consideraban a estos seres como criaturas del diablo.

En cuanto a su modo de vida, un erudito aymara le explicó a Ramón Navia que los gentiles “cultivaban la tierra, disponían de unos bancales chiquititos, como así de alto (unos 6 cm.) y no muy largos. Allí sembraban entre otras cosas un maíz muy pequeño”. En cualquier caso, los relatos indígenas apuntaban a la supervivencia de este pueblo en nuestros tiempos, ya que existiría una población muy marginal que se habría refugiado en zonas montañosas. A este respecto, según la investigadora colombiana Gilda Mora, existía una referencia muy directa y específica a un lugar concreto de difícil acceso llamado “cerro de los enanos” (en Colombia), en el que todavía se podría encontrar algunos de estos diminutos seres, cuya altura estaría alrededor de los 35-40 cm[4].

Además, tal pudo contrastar Navia, existían noticias históricas escritas acerca de estos “enanos”. Así, en diversas crónicas españolas de los siglos XVI, XVII y XVIII se menciona brevemente la presencia de unos pequeños seres en varios lugares de Sudamérica: “...se sabe haber pigmeos que habitan debajo de la tierra y salen abriendo los campos a sus empresas”, “...dos pigmeos, macho y hembra, no más altos que de un codo[5]”, “...sería gente de baja estatura, pero guerreros”, “Solían salir solo de noche para buscar su sustento, tenían miedo a salir de día desamparados de sus cuevas pues serían acometidos por los pájaros grandes.”  

El caso es que en el antiguo asentamiento de La Noria (desierto de Atacama, Chile) un lugareño encontró una pequeña arpillera con un lazo de color morado en el centro, y al abrirla descubrió la momia de un pequeño humanoide de unos 14 centímetros de altura. Este pequeño ser pasó luego a manos de un empresario local y finalmente fue adquirido por Navia, con el propósito de someterlo a un exhaustivo estudio científico. El primer examen riguroso fue llevado a cabo por el Dr. Raúl Antesana Sanabria, un médico boliviano, cuya labor principal fue descartar la posibilidad de que fuera un elaborado fraude. Este estudio preliminar confirmó, en efecto, que el Ser de Atacama no era un muñeco sino la momia de una criatura de origen incierto. El doctor Antesana pudo certificar pues que era un ser biológico real, que no se trataba de un feto y que de hecho difería de los humanos en determinados aspectos anatómicos.

Radiografías de feto humano y Ser de Atacama
Posteriormente, y durante varios años, Ramón Navia llevó el espécimen ante varias instituciones y especialistas de distintos países para que le ofrecieran un dictamen fiable sobre la naturaleza de la criatura. Así pues, el ser fue sometido a diversas exploraciones, incluidas radiografías –que mostraron claramente que la criatura había muerto de un golpe en la cabeza– y análisis de ADN. Tras estas pruebas, todo el mundo confirmó que era una entidad biológica, si bien casi todos los dictámenes fueron a coincidir en que se trataba de un feto humano de unas pocas semanas con algunas malformaciones peculiares, lo que vino a constituir una cierta versión oficial. En general, se dieron bastantes opiniones escépticas, reticentes o poco comprometidas, pero tampoco faltaron algunas voces que discretamente confesaron al investigador español que el Ser no era un feto, pero que no sabían lo que era aquello. Eso sí, le dejaron claro que no querían complicarse la vida ni ir más lejos porque tenían trabajos, reputaciones e hipotecas que pagar. En otros casos, el científico requerido por Navia para que examinara la momia no atendió a sus peticiones, como ocurrió con el muy reputado Svante Paabo, gran especialista mundial en momias y restos humanos arcaicos.

Llegados a 2009, el famoso investigador Steven Greer, partidario de desclasificar y difundir toda la información sobre ovnis y extraterrestres[6], entró en contacto con Navia y le propuso implementar una serie de nuevos análisis con la colaboración de reconocidos expertos norteamericanos. La opinión de Greer, a bote pronto, fue que aquello no era humano, y que podría tratarse de un ente alienígena o al menos un híbrido. El tema quedó ahí congelado durante tres años y no fue hasta 2012 en que Greer se desplazó a Barcelona para realizar un examen más detallado y para grabar al Ser a fin de incluirlo en un documental titulado Sirius Disclosure. En esta ocasión, el Ser fue llevado a un centro de radiología donde se le practicaron varias pruebas, como radiografías y tomografías computerizadas (TAC), y además se le extrajo una muestra para análisis posterior de ADN.

La momia durante un examen
La iniciativa de Greer supuso la irrupción de la Universidad de Stanford (EE UU) en el asunto, y así pues un equipo de esta institución, dirigido por el Dr. Garry Nolan, llevó a cabo diversas pruebas científicas sobre el espécimen durante varios meses. Como resultado de dichas investigaciones, se confirmaron las observaciones y anomalías anatómicas ya apreciadas anteriormente y se dejó bien claro –y por escrito– que la momia no era un feto humano ni un nuevo tipo de primate, sino un individuo que habría vivido entre 6 y 8 años, y que tal vez era fruto de una mutación. A su vez, los análisis de ADN no aportaron hechos significativos y quedaron pendientes de ulteriores estudios. Más adelante, surgieron otras opiniones, como la del prestigioso doctor Ralph Lachman, pero que fueron más bien confusas y contradictorias, en opinión de Ramón Navia. En suma, a día de hoy, el Ser de Atacama –al igual que otros ejemplares anómalos similares– sigue aparcado en un limbo científico y en visiones dispares, en las que no ha faltado el dogmatismo, la cerrazón o el sensacionalismo.

Si tratamos ahora de recopilar todo lo expuesto y formular alguna conclusión, veremos que el asunto se asemeja bastante a la ya conocida polémica sobre los gigantes. El fenómeno se muestra elusivo, confuso, falto de pruebas fehacientes, inmerso en teorías conspiracionistas y marcado por el rechazo frontal del mundo académico. No obstante, se vuelven a dar parecidas coincidencias y circunstancias, sobre todo en la correlación entre las muchas mitologías y leyendas existentes con las supuestas pruebas modernas, ya sean de tipo antropológico o arqueológico. En este sentido, vemos que la casuística es diversa pero que apunta a un patrón común de criaturas antropomórficas que difieren de los humanos en algunos aspectos anatómicos importantes. De hecho, difícilmente se podrían considerar enanos o pigmeos, sino seres con rasgos propios únicos y de una estatura cortísima, que en pocas ocasiones supera el metro, y que más bien se mueven en una media alrededor de los 50 cm.

Comparación de cráneos de hobbit y H. sapiens
A partir de aquí, podemos usar los términos folklóricos hobbit, gnomo o cualquier otro, pero nos tendríamos que plantear seriamente la posibilidad de que no sean ni niños, ni fetos, ni personas con fuertes malformaciones, sino individuos con una genética notoriamente distinta de la del Homo sapiens. Hasta qué punto estos gnomos están conectados con los humanos o bien con criaturas simiescas –u otros seres– se nos escapa por completo, pues ninguna prueba ha resultado determinante o clarificadora hasta la fecha. Claro que siempre está el recurso a los consabidos defectos genéticos, que podrían ser excepcionales o hereditarios, lo que podría justificar –al menos en parte– el fenómeno observado. Y como ya hemos visto, el estamento académico no está por la labor de ir más allá de este planteamiento.

En este punto, cabe señalar que una corriente de la arqueología alternativa, en la que está el citado Putney, aboga porque tales seres no son propiamente humanos, sino criaturas híbridas, mezcla de humanos y otros seres sin identificar. Se trataría pues de experimentos genéticos realizados por alienígenas –a falta de mejores hipótesis– con fines insospechados. A este respecto, el propio Putney apunta a un caso ocurrido en 2011 en la localidad de La Romana (República Dominicana) en que una joven de 20 años de origen haitiano dio a luz a un diminuto bebé de extraño aspecto, sin cuello y con un rostro parecido al de una rana. Estas historias, en realidad, no son nuevas, y la ufología lleva décadas tratando del asunto de las abducciones (secuestros), relaciones entre humanos y alienígenas, y experimentos genéticos de todo tipo para crear seres híbridos, a veces monstruosos. Por desgracia, y a pesar de los muchos testimonios acumulados, es muy complicado aquí separar lo legendario de lo verídico, y más aún en ciertos escenarios anómalos en que los límites entre lo normal y lo paranormal parecen difuminarse por momentos, lo que de nuevo nos transporta –siguiendo las antiguas tradiciones– al mundo mágico de este tipo de seres, donde todo o casi todo es posible.

Detalle del cráneo del Ser de Atacama
En todo caso, seguimos muy perdidos antes estas realidades y la ciencia establecida ha optado directamente por la negación, la ocultación o por echar balones fuera, mientras que en el otro lado se ha optado a menudo por un  exceso de imaginación, especulación o sensacionalismo. Prueba de todo esto es que, por ejemplo, el Ser de Atacama, pese a todas las iniciativas llevadas a cabo por Ramón Navia, sigue siendo un misterio irresoluble y un foco de polémicas sin fin. Ante este panorama, sería bien posible que la propia naturaleza nos reserve aún muchas sorpresas, y –como decía el autor alternativo Peter Kolosimo– estemos aún en un “planeta desconocido” pese al gran avance de todas las ciencias. En este contexto, empero, el mundo académico persiste en sus pesquisas evolucionistas en el pasado, tratando de apuntalar de mala manera su teoría, mientras que ha decidido enviar al cajón de las rarezas el tema de los gnomos y los gigantes. 

Con todo, a la vista de lo que aquí he expuesto, no se pueden despreciar las pruebas e indicios de todo tipo y alguien debería agarrar el toro por los cuernos para emprender una investigación a fondo, rigurosa y sin prejuicios, a fin de que las visiones establecidas, la ortodoxa y la alternativa, no contaminen los eventuales resultados. Así, no sólo se deberían buscar pistas en el pasado, sino también afrontar el fenómeno existente hoy en día, teniendo como premisa la posible supervivencia de otras ramas de homínidos inteligentes que han convivido durante milenios con el Homo sapiens, apartándose u ocultándose de él por las más diversas razones, entre las cuales no faltaría la más básica: la necesidad de mantenerse con vida.

© Xavier Bartlett 2019

Fuente imágenes: Wikimedia Commons / archivo del autor 

(imagen microlitos: http://nailos.org/wp-content/uploads/2015/02/Nailos_2_art3.pdf)


[1] Se trata de una imagen un poco borrosa captada por Victoria Ginn en la localidad de Makira (islas Salomón) en 2004.
[2] Este documento está disponible en su web (http://www.human-resonance.org/hobbits_&_gnomes.html), y en él se exponen varis casos sorprendentes y se adjuntan unas fotografías no menos impactantes (si son reales y no trucadas).
[3] Artefactos muy pequeños realizados en piedra (generalmente sílex), típicos del periodo Epipaleolítico, según la ortodoxia académica.
[4] Navia organizó una expedición en 2008 a otro lugar (en Pachica, Chile) donde se hablaba de la presencia de gentiles, pero no obtuvo ningún resultado. También se desplazó a Puerto Rico, donde recibió noticias sobre la muerte de dos seres de pequeñísima estatura localizados en un paraje llamado Las Tetas de Cayey. Tras un  laborioso trabajo de investigación, pudo descubrir que habían matado a uno, mientras que el otro, aún vivo, fue llevado a los Estados Unidos.
[5] Aproximadamente unos 42 centímetros.
[6] Iniciativa concretada en el llamado Disclosure Project.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Xavier

En realidad no se que pensar sobre este tema, es bastante confuso todo.
Por otro lado. en los monos existen gran variedad de tamaño, pelaje, etc. Será posible que en el género homo suceda algo parecido?
Perdón si no fui claro.

Saludos desde Uruguay

Roberto

Xavier Bartlett dijo...

Gracias Roberto

En efecto, el tema es tan confuso como ocurre con los gigantes, y sólo podemos trabajar con hipótesis. De todos modos, los indicios y las pruebas existen, más allá de las mitologías y leyendas. Eso sí, a la vista de lo disponible, creo que se trataría de criaturas más cercanas a los humanos que a los simios; otra cosa es que las pudiéramos incluir en el género Homo, pero ahí topamos una vez más con la dificultad de definir las especies, subespecies y sus fronteras.

Saludos,
X.

Anónimo dijo...

Hola Xavier

En junio de 2010 en Nueva Palmira, ciudad del departamento de Colonia Uruguay, se vió, dijeron los vecinos, una especie de duende o extraterrestre. Salió la noticia en los diarios locales y de circulación nacional.
No sé la veracidad del tema. Todavía está la noticia en Internet.

Saludos

Roberto

Xavier Bartlett dijo...

Gracias Roberto

No conocía esta noticia en particular, pero de ser cierta podría estar en la línea de un ser parecido al de Atacama. Llamarlo extraterrestre me parece fuera de lugar, porque a todo lo que se sale de lo común se le pone ese apelativo. Hacen falta más pruebas y menos rumores y noticias sensacionalistas.

Saludos
X.