lunes, 1 de julio de 2019

James Churchward y el mito de Mu


Puestos a hablar de continentes hundidos y civilizaciones perdidas, a todos nos viene a la mente el nombre de la Atlántida, pero en el ámbito de la arqueología alternativa existen otras historias paralelas que han hecho fortuna, y quizá la más destacada es el mito de Mu, cuyas semejanzas con el relato platónico –y las múltiples variantes que hallamos en tradiciones de todo el mundo– son más que significativas. Así pues, vamos a realizar un breve tour por esa tierra desconocida llamada Mu, que aún hoy en día es objeto de interés por parte de algunos autores.

A diferencia de la Atlántida, que tenía un claro referente occidental en los diálogos de Platón, Mu aparece en escena en el siglo XIX en un contexto de mundos exóticos, civilizaciones perdidas y antiguas leyendas. Recordemos que en esa época la Atlántida se puso de moda gracias a la investigación –entre científica y mitológica– de Ignatius Donnelly, pero también en gran parte al esoterismo de Madame Blavatsky. Asimismo, otras propuestas de la geología y la biología proponían la existencia de continentes hundidos, como la famosa Lemuria (supuestamente situada en el océano Índico)[1], que tuvo férreos defensores a finales del siglo XIX. El caso es que también entonces las civilizaciones precolombinas –sobre todo en Centroamérica– estaban saliendo de la oscura noche del olvido gracias a unos pocos investigadores aficionados, y ahí estaba casi todo por hacer. Y, desde luego, la arqueología estaba en pleno auge, con descubrimientos asombrosos de grandes civilizaciones antiguas, algunos de los cuales entroncaban con las leyendas, como por ejemplo el hallazgo de Troya por Schliemann. De algún modo, todos esos factores entraron en conjunción para que Mu emergiera a la superficie.

Codex Troanus
Así, en la segunda mitad del siglo XIX el sacerdote francés Brasseur de Bourbourg (1814-1874), un investigador de las culturas indígenas prehispánicas, centró su interés en rescatar y descifrar las fuentes más antiguas de esos pueblos. Y en este empeño fue a dar con el llamado Codex Troanus (o Codex Tro-Cortesianus), un códice religioso maya en el que se hacía referencia a un gran cataclismo ocurrido en tiempos remotos. Según el texto, que pudo leer con la ayuda del alfabeto maya recopilado en el siglo XVI por el obispo Diego de Landa, esa catástrofe natural habría provocado la destrucción de todo un continente, cuyo nombre se expresaba mediante dos signos: “M” y “U”. Acababa de nacer, pues, el término Mu. Ahora bien, hay que reseñar que dicho alfabeto era en realidad incompleto e incorrecto, hasta el punto que actualmente las diversas traducciones que hizo Brasseur se dan por erróneas. Sea como fuere, Brasseur de Bourbourg siguió investigando y pudo recoger testimonios indígenas que incidían en la existencia de esa gran catástrofe que había hundido un continente entero, lo que de inmediato le llevó a relacionar este hecho con el mito de la Atlántida, y finalmente a proponer que tanto la civilización maya como la egipcia descendían directamente de ese mundo perdido de Mu.

Siguiendo los pasos de Brasseur, el investigador independiente y fotógrafo Augustus Le Plongeon (1825-1908), británico de origen francés, se adentró con su esposa en las tierras de América Central y buscó esas conexiones entre las civilizaciones mesoamericanas y las otras civilizaciones antiguas desde diversos enfoques. Así, a partir de diversas similitudes lingüísticas entre el maya y el antiguo egipcio, se atrevió a establecer un puente entre ambas culturas, pero poniendo como precedente a la civilización maya. En cualquier caso, él creía que Mu –o la Atlántida– había sido un continente real que se había hundido dejando como legado posterior las civilizaciones históricas. Todo esto, más otras herejías, le hizo caer en desgracia ante el mundo académico, que nunca lo llegó a tomar en serio. Sin embargo, su trabajo y su creencia en la existencia de Mu no caerían en saco roto, pues un amigo suyo, también británico, iba a recoger el testigo y de hecho iba a dedicar buena parte de su vida a defender Mu como una realidad. Ese hombre se llamaba James Churchward, a veces conocido como “el coronel Churchward”.

James Churchward
James Churchward (1851-1936) nació en Okehampton (Devon, Gran Bretaña), y de joven se instaló un tiempo en Ceilán –la actual Sri Lanka– para sacar adelante unas plantaciones de té. Posteriormente, en la década de 1880, se fue a vivir a los Estados Unidos, donde trabajó como ingeniero –su profesión principal– y registró varias patentes, con la ayuda del que fue su fiel amigo Percy Tate Griffith. Eso sí, hay que destacar que, si bien pasó por el ejército, nunca hizo carrera militar, aunque se hiciera llamar “coronel Churchward”. Para lo que nos ocupa, cabe decir que Churchward fue también un gran viajero –sobre todo por el sudeste asiático y el Pacífico– y que a finales del siglo XIX se hizo amigo del matrimonio Le Plongeon, que llevaba ya cierto tiempo documentando las antiguas ciudades mayas de Yucatán y tratando de traducir textos mayas con tan poco acierto como su predecesor Brasseur. De este modo, Churchward acabó hondamente fascinado por la mitología, la arqueología y la antropología, y se convirtió en erudito en algunas cuestiones referentes al mundo antiguo, si bien muy a menudo sucumbió a las influencias ocultas o esotéricas, tan en boga en aquella época.

Lo que puso a James Churchward sobre la pista de Mu, según su propio testimonio, se debió a un suceso durante su estancia en la India, donde dijo haber entrado en contacto con un sabio o santón hindú –un rishi– que le proporcionó el acceso a una serie de antiquísimas tablillas de arcilla custodiadas en un templo (al que jamás identificó), y que estaban escritas en una extraña lengua, propia de una hermandad sagrada denominada naacal, de una civilización perdida (o sea, Mu). Acto seguido, estuvo dos años estudiando la lengua de las tablillas y descifrando su significado con la ayuda del iniciado hindú. Sin embargo, el término naacal debía su origen en realidad al ya citado Le Plongeon, que llamó así a los antiguos sacerdotes mayas que habrían extendido la civilización por todos los rincones de la Tierra. A partir de aquí, Churchward hizo las oportunas conexiones y estableció que las tablillas naacales mostraban que la génesis de la civilización maya estaba ligada a Mu como civilización madre de todas las demás.

Así pues, el peso principal de su teoría descansaba en el testimonio arqueológico de dichas tablillas secretas, aunque nadie las había visto por ninguna parte. No obstante, en un golpe de suerte, en 1921, un geólogo y arqueólogo escocés llamado William Niven descubrió unas tablillas similares en México, donde llevaba años trabajando. Concretamente, Niven llegó a desenterrar centenares de inscripciones en piedra (andesita), con unos raros signos o símbolos que no se pudieron interpretar en su momento, pese al intento de varios expertos en la materia. Pero para el incansable Churchward no había duda posible; los símbolos de dichas inscripciones vendrían a ser los mismos que los de sus tablillas naacales. Ahora bien, para complicar más las cosas, estos materiales se perdieron con el paso de los años y sólo se conservaron unos calcos de los originales, con lo cual las sospechas sobre el posible fraude en todo este asunto se dispararon[2].

Una vez llegados a este punto, Churchward ya había recopilado suficiente información sobre Mu y entre 1926 y 1934 escribió cinco libros[3] sobre el continente perdido, teniendo como base argumental el contenido de las mencionadas tablillas sagradas, más un cuerpo de pruebas documentales –antiguos manuscritos– y arqueológicas, principalmente en forma de ruinas dispersas por el Pacífico. Asimismo, Churchward se apoyó en la simbología comparada de las civilizaciones antiguas para demostrar que existía un origen único común para todas ellas. Para no extenderme en demasía ni desviarme en los detalles, resumiré seguidamente la información fundamental sobre Mu que vertió Churchward en sus obras, sobre todo en la primera.

Mapa de Mu, según Churchward
En lo geográfico, Churchward aseguró que Mu había sido una masa continental que ocupaba una enorme porción del Pacífico; sus límites estarían marcados aproximadamente por las actuales islas de Hawaii, Fiji, Marianas y Pascua. No se trataría, empero, de una masa única de tierra sino de tres grandes porciones separadas por canales o mares. Las dimensiones serían en total de unos 8.000 Km. de este a oeste y unos 4.800 de norte a sur.

En Mu, que era en realidad el mítico Jardín del Edén citado por la Biblia, tuvo lugar el origen de la especie humana hace unos 200 millones de años. Churchward describió Mu como un paisaje idílico y exuberante, lleno de vegetación y recursos naturales. Allí llegaron a vivir durante unos 200.000 años más de 60 millones de habitantes procedentes de diez tribus, de razas distintas (si bien la blanca sería la más común), en una civilización avanzada en todos los aspectos y con una tecnología superior a la actual. Los “hijos de Mu” gozaban de buena salud, vivían cientos de años y hasta tenían capacidades psíquicas o paranormales. Churchward afirmó que la ciencia de Mu era la ciencia verdadera y que las modernas visiones sobre nuestro mundo estaban equivocadas en gran medida, destacando su rechazo frontal a la teoría de la evolución de Darwin.

Existían sietes grandes ciudades, que eran centros de cultura, ciencia y religión. Las casas tenían tejados transparentes para recibir la energía de Ra (el Sol). De hecho, los habitantes eligieron a un rey que adoptó el título de “Ra-Mu” y el dominio de Mu se llamó “el Imperio del Sol”. Por lo demás, Mu tenía una gran actividad económica y comercial, y la población más opulenta tenía todos los lujos y placeres a su disposición. Sus barcos surcaban todos los mares del planeta; de hecho, el resto de territorios del mundo eran colonias de Mu, siendo América una de las principales.

Su religión monoteísta fue el fundamento de todas las religiones posteriores. Los habitantes de Mu creían en la inmortalidad del alma y adoraban a un Dios único cuyo nombre no podían pronunciar. Osiris (que según Churchward había vivido hacia el 20000 a. C.) y Jesús habrían predicado esa misma religión. Posteriormente, muchas civilizaciones adoptaron la simbología sagrada de Mu, con especial incidencia en algunos signos como la esvástica, la cruz simple (griega), la cruz de Malta y el disco alado.

Alegoría del cataclismo final
Tras muchos miles de años de civilización, el continente sufrió un primer gran golpe en forma de terremotos y erupciones volcánicas. Hubo una gran destrucción, pero se pudo volver a una cierta normalidad. Finalmente, hace unos 12.000 años, a finales de la última era glacial, el continente resultó completamente destruido y hundido en el océano a causa de un cataclismo de proporciones apocalípticas, debido –según Churchward– a una poderosísima explosión gaseosa subterránea de origen volcánico. Lo único que quedó del continente fue un puñado de islas dispersas por el Pacífico, las cumbres de las antiguas montañas. La mayor parte de la población pereció y los supervivientes de la catástrofe cayeron a un estado de salvajismo. No obstante, unos pocos lograron surcar los mares y colonizaron nuevas tierras, entre ellas Centroamérica, creando así las civilizaciones históricas conocidas.

Con todos estos antecedentes, no es de extrañar que en su época Churchward no fuese tenido en cuenta por el estamento académico, que le encasilló en el grupo de “iluminados” pseudocientíficos que defendían la existencia de la Atlántida –o cualquiera de sus variantes– y las civilizaciones perdidas. Además, los defensores de la ortodoxia no dieron ninguna credibilidad al hundimiento completo y súbito de un gigantesco continente situado en medio del Pacífico. A este respecto, los estudios oceanográficos de los últimos tiempos no avalan su teoría –a la que dan por geológicamente imposible– y atribuyen la auténtica génesis de las islas del Pacífico al fenómeno del vulcanismo. Por lo demás, aun reconociendo su mención a muchos datos mitológicos y arqueológicos, los detractores de Churchward consideraron que su discurso estaba plagado de especulaciones o fantasías y que Mu no tenía ninguna solidez documental, cuestionando en primer lugar el dudoso origen y paradero de las famosas tablillas naacales.

Símbolo del Cuatro Sagrado (principio cósmico) de Mu
En este punto, podríamos dar carpetazo a la aventura intelectual de Churchward, viendo lo poco fiable de sus fuentes y su indigesta mezcolanza de elementos arqueológicos con elementos más propios del esoterismo teosófico. En este sentido, la obra del supuesto coronel da la impresión de estar a medio camino entre Donnelly –que trató de ser riguroso dentro de su audaz propuesta multidisciplinar– y Madame Blavatsky, con su conocido mensaje místico-esotérico que incluía una completa reinterpretación del origen del hombre y de la civilización. (Dejo aparte otras posibles dudas razonables sobre sus experiencias y hallazgos, en los que pudo haber buena parte de ficción o tergiversación, por no hablar de fraude intencionado). En todo caso, es bien posible que Churchward se dejara llevar por las ideas de Le Plongeon y quisiera hacerse un lugar en la historia de la arqueología “a lo Schliemann”, rescatando del mito a una gran civilización perdida. Hasta qué punto él creía sinceramente en Mu o fue un autoengaño aceptado nunca lo sabremos.

Dicho todo esto, le podríamos conceder a Churchward el beneficio de la duda antes de considerarlo un farsante o un falso científico… o simplemente alguien que metió la pata hasta el fondo. Así pues, estimo que no todo lo que afirmó este pintoresco erudito deba ser tirado a la papelera ni mucho menos. Antes bien, creo que hay algunos elementos interesantes que debemos tener en cuenta y que deberían hacernos reflexionar más allá de que rechacemos la literalidad o integridad del mito de Mu, tal y como él lo presentó. Vayamos por partes.

En el campo estrictamente geológico no voy a entrar, pues es un terreno en el cual soy bastante lego y no tengo elementos de valoración para desacreditar a Churchward, pero tampoco para dar por buena su teoría. He leído algunas opiniones de personas más cualificadas que no estiman imposible un cataclismo gigantesco similar al que puso fin a la Atlántida (un suceso prácticamente idéntico a lo ocurrido con Mu)[4] en función de ciertos procesos geológicos y climáticos, pero insisto en que me resulta complicado evaluar técnicamente los pros y contras. Lo que sí cabe resaltar es que la ciencia oficial moderna es tremendamente reacia a admitir un catastrofismo global en épocas relativamente recientes, con presencia humana sobre el planeta.

Ahora bien, en el ámbito de la mitología y la antropología sí creo que vale la pena sacar a la luz algunos datos relevantes, aunque soy consciente que para el mundo académico mitología y realidad (desde un enfoque histórico-arqueológico) son conceptos opuestos o cuando menos conflictivos entre sí. Para empezar, debemos reconocer que existe una amplia mitología en casi todos los rincones del planeta sobre un cierto Diluvio universal o gran cataclismo en un tiempo inmemorial, que conllevó la destrucción de una Humanidad o una alta civilización. Esta es básicamente la historia que se ha centrado en la Atlántida –sea cual fuere su ubicación– y que ya comenté ampliamente en una antigua entrada. Sin embargo, también es cierto que existen leyendas específicas que podrían referirse a Mu y que hallamos en el propio Pacífico, en Asia y en América.

¿Los ancestros de Mu en forma de moais?
En el caso del Pacífico, para centrarnos en el quid de la cuestión, existen tradiciones y leyendas de muchas comunidades indígenas que nos hablan de que antes que llegaran ellos, las islas habían estado ocupadas por otros hombres o, para ser precisos, por dioses, semidioses o gigantes, descritos a veces como de gran estatura, piel clara y pelo rubio o rojizo, lo cual casa bien poco con las etnias conocidas en época histórica. Por ejemplo, las leyendas de los aborígenes australianos afirman que antes de que ellos poblaran aquellas tierras, los gigantes ya estaban allí. Los nativos hablan concretamente de una época mítica primigenia o Dreamtime (“Tiempo de los sueños”) en la que una raza ancestral de gigantes dio forma al continente y lo llenó de vida vegetal y animal. También en algunos casos se hace referencia a una gran hecatombe que habría acabado con esos seres primigenios y habría obligado a los supervivientes a buscar refugio en alguna isla o en tierras lejanas. Este es el conocido mito de Rapa Nui (o la isla de Pascua), según el cual en tiempos remotos el rey Hotu Matua y unos pocos de sus súbditos llegaron en canoas a la isla tras haber escapado del cataclismo que hundió el continente del que procedían, al oeste, llamado Hiva.

Naturalmente, todo esto es mito y no tiene valor probatorio, independientemente de que forme parte integral de la cultura y el acervo secular de los indígenas. Lo que sí es más tangible es el legado arqueológico de un tiempo muy distante y que podemos apreciar en varias áreas del Pacífico. Me refiero, obviamente, a una serie de monumentos y ruinas –la mayoría de carácter megalítico– que se han atribuido a los antecesores de los modernos indígenas y que ya fueron objeto de atención por parte de Churchward. En general, la ciencia no se ha ocupado demasiado de tales restos, pero la evidencia muestra en muchos casos un paralelismo claro con otros enclaves megalíticos de diversas partes del planeta. Lo que está claro es que resultan unos logros muy impresionantes si se acepta que fueron hechos por unos indígenas que vivían prácticamente en un estadio de salvajismo, con escasas capacidades técnicas y constructivas.

Sólo por mencionar algunos ejemplos:

  • En la isla de Ponape tenemos la ciudad megalítica de Nan Madol, que presenta un conjunto de grandes estructuras sostenidas por bloques de basalto de 50 toneladas o más. El propio Churchward ya se había fijado en este enclave y lo calificó de “santuario de Mu”.
  • En Tianan (islas Marianas) se pueden apreciar dos columnas colosales con unos capiteles semiesféricos en la parte superior. De hecho, se tiene noticia de estructuras semejantes en otras islas del Pacífico.
  • En la isla de Tongatapu (Polinesia) hallamos el arco de Ha’amonga, un trilito colosal de unas dimensiones aproximadas de 5 x 6 x 1,5 metros, que fue erigido –según la leyenda– en un tiempo muy remoto por un semidiós de nombre Maui.
Trilito de Ha'amonga

  • En las islas Palau se pueden observar unos grandes monolitos de basalto, e incluso una gran estructura en forma de terrazas.
  • En Pascua tenemos estructuras megalíticas y los imponentes moais, algunos de enorme peso y altura. Aparte, existen los vestigios de la extraña escritura rongo-rongo, que no se corresponde con nada similar en el Pacífico y sí con la antiquísima escritura del Valle del Indo.
  • En Gunung Padang (Java) podría existir una antigua pirámide escalonada sepultada por los sedimentos. Este lugar ha sido apenas explorado y es objeto de gran polémica, empezando por la datación, que –según el geólogo Danny Natawidjaja– se iría hasta los 26.000 años[5].
  • En Yonaguni (Japón) se hallaron estructuras de aspecto artificial sumergidas a varios metros de profundidad junto a la costa. (Véase el reciente artículo sobre este tema.)
Por tanto, parece evidente que tenemos un cierto vacío sobre una parte de la historia (o prehistoria) del Pacífico, y que algunas verdades o axiomas aceptados hasta la fecha deberían revisarse a fondo. Tal vez no se trate de reivindicar a Churchward y de sacar a Mu del trastero, pero sí de reconocer que algunas de sus observaciones tenían sentido y que se deberían implementar investigaciones geológicas y arqueológicas sin ningún prejuicio a fin de explorar la posibilidad de que en el Pacífico hubiese existido una civilización muy avanzada en una era remota que desapareció por motivos que desconocemos, tanto si aceptamos la hipótesis del gran cataclismo como si no.

Una de las obras de Churchward
Lo que sí sería recomendable es desligar en lo posible la hipótesis de Mu de elementos superfluos, esotéricos o de la New Age, que en vez de ayudar más bien entorpecen cualquier enfoque serio, sobre todo porque ponen en guardia al estamento académico más conservador y provocan rechazo entre los investigadores convencionales. Ahora bien, tampoco conviene enviar a la hoguera a los soñadores y pioneros, porque –con todos sus errores y sesgos– pueden aportarnos nuevas vías de investigación para comprender nuestro pasado y nuestros orígenes. Desde esta perspectiva, estimo que Churchward fue un hijo de su tiempo, de la fascinación por los mundos perdidos y olvidados, de la arqueología romántica y “especulativa”. No obstante, también quiso relacionar el mito con las pruebas y proponer un escenario de difusionismo –tan denostado desde hace décadas– que, como mínimo, merecería un poco más de atención científica.

Para finalizar, me quedo con una idea de Churchward que me llamó la atención por su referencia al mito de la caída del hombre, el eterno retorno y en definitiva la concepción de la historia humana como una serie de grandes ciclos, lo que vendría a ser la conocida teoría de la historia cíclica, defendida por algunos arqueólogos alternativos como Michael Cremo. Según esta visión, en un estadio superior el hombre alcanza un alto grado de conocimiento y conciencia, que le lleva a un paraíso de armonía y plenitud, para después caer al abismo del que debe recuperarse lenta y penosamente hasta volver al punto álgido. Pues bien, James Churchward dijo lo siguiente:

“Las civilizaciones han nacido y han acabado y luego han sido olvidadas una y otra vez. No hay nada nuevo bajo el sol. Lo que es, ha sido. Todo lo que aprendemos y descubrimos ha existido anteriormente. Nuestras invenciones y descubrimientos no son más que reinvenciones y redescubrimientos.”

© Xavier Bartlett 2019 

Fuente imágenes: Wikimedia Commons

[1] Existe una cierta confusión sobre Lemuria, pues algunos autores la identifican con Mu, ubicándola en el Pacífico. Asimismo, se emplearon otros términos que también podrían identificarse con Mu. Por ejemplo, Blavatsky se refirió al continente de Rutas y Edgar Cayce usó indistintamente los términos Mu, Lemuria, Oz y Zu para mencionar una misma realidad.
[2] Que las tablillas de Niven existieron parece que nadie lo pone en duda, y según la información que he recopilado pudieron ser unas 2.600, lo cual nos recuerda al asunto de las piedras de Ica, con un enorme número de piezas que para muchos hace inverosímil la teoría del fraude, aunque no por más cantidad se debe descartar que se trate de un montaje de grandes proporciones. Lo que resulta un poco extraño es que no tengamos disponible ni una sola de las tablillas de piedra de Niven, muchas de las cuales fueran vendidas por éste.
[3] Estos son los títulos: The Lost continent of Mu, Children of Mu, Sacred Symbols of Mu, Cosmic forces of Mu y The second book of the Cosmic forces of Mu.
[4] En este punto, cabe aclarar que Churchward creía tanto en la Atlántida como en Mu, como dos continentes separados, cada uno en su océano, y consideraba que ambos desaparecieron por el mismo motivo ya explicado.
[5] Las dataciones se obtuvieron por carbono-14 a partir de muestras orgánicas de diversos sondeos. La fecha citada corresponde al estrato de más profundidad alcanzado en los sondeos.

4 comentarios:

CobaltUDK dijo...

Gran artículo, como siempre. Gracias por traernos estos temas de forma seria.

Yo tampoco tengo mucha idea de geología, pero me resulta dificil creer que un continente pueda "hundirse", sin dejar ni rastro, ni evidencia alguna de placas continentales.
La Atlántida es otra historia, primero porque puede que la "isla" fuese la propia Iberia y la ciudad esté bajo Doñana, arrasada por un tsunami y cubierta de sedimentos, e incluso algunas islas del Golfo de Cádiz que sí pudieron "hundirse", como el banco de Majuán y quizás otras más allá del Cabo San Vicente.
Pero hundirse todo un continente... no lo veo.

Lo que sí me llama la atención son esos personajes rubios o pelirrojos, con barba y piel blanca, que aparecen por todos lados. Creo que en sudamérica les llamaban "viracochas", como el dios, pero refiriéndose a un grupo de gente.
¿Puede que fuesen los constructores de los megalitos? Y por lo visto tenían conocimientos de astronomía, construcción... y buenos barcos.

Xavier Bartlett dijo...

Gracias Cobalt

Bueno, la verdad es que ya no me atrevo a decir lo que es o no es posible, y más siendo lego en la materia. Pero sí es cierto que estamos habituados a una cierta "estabilidad" histórica y tal vez por ello no seamos capaces de creer en cataclismos gigantescos; es lo que Velikovsky llamaba la "amnesia cultural", la negación de aquello que fue un hecho inimaginable y que constituyó un enorme trauma.

Sobre los "personajes" que citas, es verdad que esa mitología está extendida por varias partes del mundo. Y en cuanto a si podrían ser los constructores de megalitos y los navegantes que mencionaba Hapgood, yo te diría que sí... como mera hipótesis de trabajo: La humanidad avanzada que nos precedió y que cayó víctima del cataclismo.

Cordial saludo,
X.

Anónimo dijo...

Estimado Xavier

Excelente artículo como siempre.
Cada vez estoy más convencido de que en el pasado hubo por lo menos un cataclismo que llevó a destruir civilizaciones. Digo esto en parte porque me llama la atención, por poner un ejemplo, que en España cuando se hacen obras viales o cimientos de edificios, se descubren pisos y edificios de la época del Imperio Romano que fueron hechos en nuestra era en la que los registros históricos son abundantes.
Creo que los mitos y tradiciones tienen su base en hechos que existieron realmente y fueron distorcionados con el paso de los siglos o milenios.

Saludos

Roberto

Xavier Bartlett dijo...

Gracias Roberto

Comparto tu reflexión. Desde de que metí hace años en el campo de la arqueología alternativa no he dejado de toparme con el famoso cataclismo (o varios) y la destrucción de una humanidad anterior. Es algo repetitivo que tenemos en las leyendas de muchas culturas. Pero el estamento académico se muestra reacio a todo esto y opta por construir sus clásicos escenarios evolucionistas y uniformistas. Y con la negación y el dogma es muy difícil abrir la mente a todas las posibilidades.

Saludos,
X.