Para mucha gente, el río Amazonas
y su extenso territorio circundante en forma de selva constituyen un enorme
paraíso natural que supuestamente no tiene más que agua y una rica
biodiversidad animal y vegetal. Por lo demás, la presencia humana “civilizada”
en este ámbito geográfico resulta más bien anecdótica: quienes realmente han
ocupado esta área durante milenios son las tribus primitivas, las cuales –sin
apenas haber salido de su estadio cazador-recolector– ahora se ven amenazadas
por el avance del progreso.
Sin embargo, para una parte
importante de la arqueología alternativa, es bien posible que la Amazonía
esconda ciertas sorpresas acerca de un pasado fabuloso, caracterizado por
civilizaciones o ciudades perdidas y tesoros ocultos. Esta visión fantástica
comienza con la archiconocida leyenda de El Dorado, la mítica ciudad
inca de oro y de inimaginables riquezas situada en la selva amazónica y que los
conquistadores españoles (principalmente Orellana y Aguirre) buscaron en vano
durante años. Más adelante, ya en el siglo XVIII, una expedición portuguesa se
adentró en la selva brasileña y –según parece– descubrió las ruinas de una
antiquísima gran ciudad, que parecía haber sido víctima de un catastrófico terremoto[1].
Percy H. Fawcett |
Esta noticia permaneció en las
sombras hasta que a inicios del siglo XX fue rescatada por el militar y
aventurero inglés Percy Harrison Fawcett[2],
buen conocedor de la geografía sudamericana, que –convencido de su veracidad–
organizó en 1925 una expedición científica para localizar este misterioso
enclave, al que denominó “Z”, si bien él creía que muy posiblemente había más
ciudades ocultas en todo el Amazonas. Lamentablemente, Fawcett se internó en lo
más profundo de la jungla del Matto Grosso y su rastro se perdió cerca del río
Xingu, tras haber despachado una última carta el 29 de mayo de 1925. Nunca más
se supo de él ni de sus acompañantes (su hijo Jack y su amigo Raleigh Rimell),
pese a que fueron buscados en años sucesivos por nada menos que 13
expediciones, que a su vez también pagaron un alto tributo en vidas: más de 100
desaparecidos.
Ya en tiempos más recientes, las
leyendas sobre ciudades o reinos civilizados en el Amazonas alcanzaron bastante
auge, sobre todo a partir del éxito popular de la literatura arqueológica
alternativa, mezclada con el realismo fantástico y las teorías de antiguos
astronautas. En este contexto, ya no sólo se hablaba de los últimos reductos
del Tawantinsuyu (imperio inca) sino de civilizaciones anteriores, relacionadas
incluso con los mitos de la Atlántida o Mu. Así, cabe destacar el relato de la
ciudad de Akakor[3], difundido
por el periodista alemán Karl Brugger, y que en cierto modo inspiró el
argumento de la última película de Indiana Jones, con presencias
extraterrestres incluidas. Asimismo, se popularizaron otras historias más o
menos fantásticas, como las legendarias tribus de hombres blancos, la ciudad o
reino de Paititi (el “auténtico” El Dorado[4]),
la Puerta de Aramu Muru, la ciudad de Manoa, la Cueva de los Tayos o las
supuestas pirámides de Pantiacolla[5],
sin que a día de hoy existan sólidas pruebas arqueológicas que respalden los
rumores y las especulaciones.
Ahora bien, a pesar de todas las
incógnitas, no sería apropiado afirmar categóricamente que todo el Amazonas ha
sido siempre un terreno virgen, ignoto y hostil para las comunidades humanas.
Así pues, llegados a este punto es oportuno comentar algunos descubrimientos y
exploraciones arqueológicas que –si bien no confirman las historias más
fantásticas– sí al menos apuntan a que una parte de la región amazónica estuvo
poblada y civilizada en tiempos remotos.
¿Reliquia de "Z"? |
En lo que sería el capítulo de
objetos o artefactos, hay que reconocer que las posibles pruebas son mínimas.
Fawcett se hizo con una pequeña estatuilla tallada en basalto con una figura
humana que portaba una inscripción con signos desconocidos. Este objeto
supuestamente procedía de la ciudad de “Z”, pero su rastro se perdió y no
tenemos más información al respecto. Por otro lado, están también las famosas
láminas metálicas y otros objetos que guardó en la ciudad de Cuenca (Ecuador)
el padre Crespi y que presuntamente procedían de la Cueva de los Tayos. Una vez
más, no hubo aquí ningún estudio arqueológico fiable ni tenemos claro el origen
de esos artefactos; además, esta colección está actualmente bajo custodia
museística y no parece que vaya a ser objeto de nuevos estudios. Finalmente,
cabe citar un descubrimiento bien comprobado que data de 1969. Se trata de un
pequeño objeto de oro llamado la Balsa de oro de El Dorado, de unos 18
cm., que fue hallado en un antiguo asentamiento de los indios muiscas. Este
artefacto, en forma de barca con unas diminutas figuras humanas, recrea la
ceremonia ancestral de esta tribu en el lago de Guatavita (Colombia), por la
cual un nuevo rey asumía el poder y realizaba una ofrenda de objetos de oro al
dios Sol[6].
Restos de la muralla de Ixiamas |
No obstante, si saltamos al
estudio del terreno, entonces se amplían los horizontes y se pueden observar
algunos hechos ciertamente significativos. Primeramente, cabe reseñar que hace
unos pocos años se identificó un conjunto de ruinas al sur del Perú (en el
distrito de Kimbiri), que algunos investigadores se atrevieron a relacionar
rápidamente con Paititi. En realidad se trata de unos restos dispersos en un
área de 40.000 metros cuadrados, llamada Lobo Tahuantinsuyo, que podrían pertenecer a una fortaleza inca.
Hasta la fecha se han apreciado unas estructuras en piedra tallada que
formarían una serie de muros, pero de momento no se han llevado a cabo
excavaciones arqueológicas. Tampoco se ha intervenido en otros restos
megalíticos medio ocultos por la selva situados en Ixiamas (Parque Nacional
Madidi, Bolivia), que podrían formar parte de una posible fortaleza
pre-incaica, con una longitud de muralla de más de 300 metros y una altura
conservada de hasta 3 metros.
Asimismo, en la Amazonía peruana
encontramos otro tipo de huellas de antiguas culturas locales –probablemente
anteriores al imperio inca– en forma de petroglifos (signos o dibujos grabados
sobre piedra). Nos referimos a unos grabados situados en la roca de Cumpanamá,
cerca del pueblo de Yurimaguas, a orillas del río Huallaga[7].
Los petroglifos representan motivos diversos, como la máscara-corona de un jefe
o cacique y varios símbolos zoomórficos, antropomórficos y geométricos. También
son muy destacables los petroglifos de Pusharo (Parque Nacional del Manú,
Perú), de incierto origen inca, con algunos rostros y multitud de signos
abstractos. Y ya en Brasil, cabe citar los más de 400 grabados de la Piedra de
Ingá (un enorme monolito horizontal de 24 x 3 metros), con motivos zoomórficos,
estrellas y signos abstractos, que podrían constituir una extraña forma de
escritura, sin ninguna relación con otras escrituras conocidas de la América precolombina.
Algún investigador, incluso, ha creído ver en estos grabados información
arqueoastronómica, en forma de calendario solar.
Piedra de Ingá (Brasil), un enorme monolito repleto de grabados |
Con todo, los datos más
reveladores de los últimos tiempos sobre la antigua población del Amazonas se
han localizado principalmente en la Amazonía brasileña. Por una parte, varios
investigadores se han fijado en una vasta región de miles de hectáreas que
constituye la llamada Terra Preta (“tierra negra”), un territorio
extremadamente fértil gracias a la composición del suelo, una mezcla de terreno
arenoso, cal de conchas y carbón vegetal, que los indios han estado explotando
durante siglos. A este hallazgo se deben sumar trazas de posibles
canalizaciones de riego, caminos y diversos restos materiales (cerámicas), todo
ello localizado en los llanos de los Mojos (Bolivia), que indicaría una amplia
explotación del territorio por parte de una antigua civilización agrícola.
Antiguas obras sobre el terreno (Brasil) |
Por otra parte, ya desde finales
del siglo XX y como consecuencia de la progresiva deforestación de la selva
amazónica, se empezaron a identificar en las regiones brasileñas de El Acre y
Rondonia una serie de marcas o zanjas sobre el terreno ya despojado de árboles[8].
Cuando se contemplaron estas marcas desde el aire se pudo verificar que eran
grandes obras, normalmente de forma circular o redondeada (de unos 100-150
metros de diámetro) o bien cuadrangular (de entre 100 y 200 metros de lado). A
día de hoy ya se han contabilizado unas 450, que no es poca cosa.
Sobre la razón de ser de estas construcciones hay básicamente dos interpretaciones. La primera es que se trataba de geoglifos, unos trazados de gran tamaño excavados sobre la superficie del terreno con una finalidad indefinida, como los que pueden observarse en Nazca, Palpa o Atacama. No obstante, hay que señalar que la iconografía de estas obras no se corresponde con los clásicos geoglifos –generalmente de formas zoomórficas o antropomórficas– que podemos ver en otros lugares de la región andina y que parecen estar diseñados para ser vistos desde los cielos. Además, los supuestos geoglifos están visiblemente delimitados por fosos y terraplenes, lo que ha inducido a formular una interpretación alternativa.
Comparación entre El Acre y Stonehenge |
Precisamente, esa segunda
interpretación ha llevado a inesperadas conexiones históricas y culturales. Así,
la arqueóloga británica Jennifer Watling[9]
ha apreciado un paralelo muy claro con los “henges” neolíticos típicos de Gran
Bretaña (como Stonehenge), esto es, recintos de forma más o menos circular –de
entre 20 y 300 metros de diámetro–definidos por una zanja y un terraplén (y a
veces con estructuras interiores, como por ejemplo megalitos) en los que se
cree que se llevaban a cabo determinadas ceremonias o rituales. Otros
investigadores, en cambio, han apuntado a que tal vez podrían ser recintos
defensivos de pequeñas aldeas, con el añadido de una empalizada. Frente a esta
hipótesis cabe decir que las investigaciones realizadas sobre el terreno no han
localizado los agujeros para los postes ni han identificado estructuras
internas, y tan sólo se han recogido unos pocos artefactos, lo que favorece la
hipótesis de un uso comunitario ritual, si bien ello no deja de ser una
especulación similar a la que se aplica al clásico megalitismo europeo.
En todo caso, Watling cree que,
pese a la gran separación cronológica entre ambos lugares (que ella estima en
unos 2.500 años), el tipo de estructura podría representar la misma fase de
desarrollo social y cultural. Y lo que es más importante, esta intervención
sistemática demostraría, rompiendo de algún modo las ideas preconcebidas de una
naturaleza amazónica virgen y prístina, que el hombre primitivo del Amazonas habría
modelado de forma significativa el ecosistema que lo rodeaba, si bien de una
manera mucho más racional y eficaz que las prácticas actuales.
Por cierto, vale la pena remarcar que en 2006 se identificaron ciertos restos megalíticos estilo Stonehenge en lo alto de una colina en el estado de Amapa (Brasil). Se trataba de 127 bloques de unos 3 metros de altura dispuestos en forma circular que, según la arqueóloga Mariana P. Cabral, podrían constituir un observatorio astronómico, con una antigúedad aproximada de unos 2.000 años. Este hallazgo sugirió a los arqueólogos que la tópica imagen de miles de años de comunidades primitivas en la selva tropical sin ningún signo de civilización o sofisticación debía ser revisada.
Por cierto, vale la pena remarcar que en 2006 se identificaron ciertos restos megalíticos estilo Stonehenge en lo alto de una colina en el estado de Amapa (Brasil). Se trataba de 127 bloques de unos 3 metros de altura dispuestos en forma circular que, según la arqueóloga Mariana P. Cabral, podrían constituir un observatorio astronómico, con una antigúedad aproximada de unos 2.000 años. Este hallazgo sugirió a los arqueólogos que la tópica imagen de miles de años de comunidades primitivas en la selva tropical sin ningún signo de civilización o sofisticación debía ser revisada.
En definitiva, si juntamos ahora
todas las piezas sueltas, podemos proponer unas vías de investigación relativamente
audaces, vistas las pruebas y los indicios ya mencionados:
1. Existen
bastantes pistas de tipo arqueológico, pero también geológico, de que el
Amazonas estuvo ampliamente poblado por culturas neolíticas –o más avanzadas–
que explotaban las fértiles tierras de la región y que tal vez recurrieron a la
tala o quema de árboles para disponer de tierras de cultivo. Con el declive de
estas culturas, por motivos desconocidos, la selva volvió a ocupar todo el
territorio y ocultó las obras de esas culturas primigenias. Es bien posible que
las actuales tribus de la Amazonía, en vez de “evolucionar” desde un estadio
más primitivo, hayan sido fruto de una involución a partir del legado de una
civilización superior.
2. Las
pruebas arqueológicas insinúan que junto a la más que probable presencia de la
civilización inca en la Amazonía podríamos tener restos de culturas o
civilizaciones anteriores, que podríamos conectar con enclaves megalíticos tan
característicos como Tiahuanaco[10]
o Cuzco. Estaríamos hablando de un horizonte de una enorme antigüedad –no
reconocida por la arqueología académica– que tal vez estaría en la línea de lo
que Arthur Posnansky propuso mediante datación arqueoastronómica para
Tiahuanaco, esto es, alrededor de 15.000 a. C. Una datación fiable de todos los
restos disponibles debería aportarnos pistas en este sentido.
Muralla megalítica del Kalasasaya (Tiahuanaco) |
3. Ya
se ha comentando que existen unos pocos restos de grandes construcciones en
piedra que en su mayoría están aun por excavar o estudiar sistemáticamente.
Ahora bien, ¿podríamos hablar de la existencia de grandes ciudades megalíticas
de una civilización desconocida en la Amazonía? Esta hipótesis no es tan
arriesgada si tenemos en cuenta que aún hoy en día en Mesoamérica se descubren
grandes complejos arquitectónicos de la civilización maya (o de otras culturas)
que habían estado sepultados bajo la tupida vegetación de la selva. Y dado que
la Amazonía es todavía un vasto territorio salvaje e impracticable en muchas
zonas, no es impensable que existan ciudades totalmente ocultas por la jungla a
las cuales sea muy difícil acceder. Si hemos de creer en el informe de la
expedición de Raposo (del siglo XVIII) quizás ellos tuvieron un golpe de suerte
que no se ha vuelto a repetir, pero es bien factible que se lograse dar con la
ciudad a través de exhaustivas prospecciones con los recursos humanos y
técnicos adecuados.
4. La
curiosa coincidencia entre los henges neolíticos de Gran Bretaña y las
estructuras del Brasil quizá sea una mera casualidad, pues la arqueología –a
decir de los expertos académicos– está llena de procesos autóctonos semejantes,
sin ningún tipo de difusionismo. Desde luego esto es bien posible, pero no
deberíamos descartar un origen cultural común a tales obras, dadas las formas,
medidas y los sistemas de construcción observados, que son sorprendentemente
similares. También podríamos señalar la confusa presencia de indios de piel
blanca y pelo rojo o rubio, un elemento que se repite en multitud de crónicas
en toda América, de norte a sur. Tal vez por aquí podríamos intuir una
aportación cultural foránea (“dioses venidos del este”) que igualmente tiene
una constante referencia mitológica en figuras como Quetzalcóatl o Viracocha,
lo que inevitablemente hace resurgir una vez más el fantasma de la Atlántida,
aunque lo más probable es que dichas aportaciones foráneas se deban a
civilizaciones de allende los mares que llegaron a América mucho antes del
cambio de era[11].
Muros hallados en la selva peruana |
Actualmente, quien parece estar más
próximo a obtener algún resultado sobre la mítica Paititi es el investigador estadounidense
Gregory Deyermenjian[12],
que ha emprendido numerosas expediciones a la Amazonía peruana desde 1984 hasta
hoy en día. En estas exploraciones Deyermenjian ha descubierto diversos
yacimientos arqueológicos de origen inca o pre-inca, generalmente fortines o
fortalezas. Pero lo más significativo es que –gracias a las referencias concretas
dadas por los indios matsiguengas– ha identificado recientemente en el Santuario
Nacional de Megantoni (Perú) una alta montaña de extraña forma cuadrangular en
cuya cumbre podría estar la ciudad de Paititi, pero con un casi imposible
acceso por tierra, lo que obliga a una compleja expedición con ayuda de helicópteros.
En el momento de escribir este texto no dispongo de más información sobre este proyecto.
Veremos si, con un poco de suerte, Deyermenjian o algún otro investigador
consigue completar la empresa que el tenaz Percy H. Fawcett no pudo llevar a
buen puerto.
© Xavier Bartlett 2017
Fuente imágenes: Wikimedia Commons, National Geographic y Salman Khan / José Iriarte
[1] Esta
expedición estuvo vagando por la selva durante varios años y la condujo un tal
Francisco Raposo en 1743, con el objetivo inicial de localizar unas minas de
diamantes en Muribeca. Un fraile llamado Barbosa escribió un informe sobre este
viaje a la atención del Virrey de Carvalho, que no tomó ninguna decisión al
respecto. Luego, el informe quedó archivado en la Biblioteca Nacional de Río de
Janeiro (referencia MSS 512).
[2] Se dice de
él que Hergé lo tomó como referente para crear el personaje del explorador
Ridgewell en el cómic de Tintín “La oreja rota” y que también inspiró el
reciente personaje de Indiana Jones.
[3] Según un
indígena llamado Tatunca Nara, de hecho existirían tres ciudades perdidas,
Akakor, Akakim y Akanis, y las tres estarían aún habitadas. Su relato resulta
confuso porque añade la sorprendente presencia de los nazis en dichas ciudades
[4] Ciudad de
oro supuestamente vista por el misionero Andrés López en el año 1600, según un
documento guardado en los Archivos del Vaticano.
[5] Se trata de
una formación natural de 12 montículos en el Perú, los cuales a vista de
satélite parecían pirámides. Varios investigadores han visitado la zona y han
corroborado que son simples colinas.
[6] La ceremonia
consistía en que el nuevo soberano se recubría completamente el cuerpo con
polvo de oro y se adentraba en el lago en una balsa o barca junto con cuatro
personajes notables. Allí arrojaba al agua los objetos dorados y piedras
preciosas. Luego, él mismo se lanzaba al agua para que se desprendiese el polvo
de oro y regresaba a nado a la orilla.
[7] Fuente:
http://yurileveratto1.blogspot.com.es/2014/07/el-misterio-de-los-petroglifos-de.html
[8] También hay
noticia de estructuras similares en los departamentos de Pando y Beni, en Bolivia.
[9] Fuente:
http://www.telegraph.co.uk/science/2017/02/06/hundreds-ancient-earthworks-resembling-stonehenge-found-amazon/
[10] Cabe
destacar que en los alrededores de Tiahuanaco se encontraron de restos de
explotaciones y prácticas agrícolas muy avanzadas, lo que vendría a cuadrar con
lo hallado en Brasil (la Terra Preta).
[11]
Actualmente, a la vista de las pruebas recogidas en diversos puntos de América
ya parece innegable el hecho de que varias civilizaciones antiguas,
principalmente del Mediterráneo, llegaron a América mucho antes que Colón, y
que tal vez pudieron asentarse temporalmente o fundar colonias allí.
[12] Para más información,
véase la entrevista concedida a la revista Enigmas: http://www.revistaenigmas.com/secciones/entrevistas/gregory-deyermenjian-busca-ciudad-perdida-paititi
2 comentarios:
Conjeturas, si, pero también son en su mayoría conjeturas en lo que basan las teorías oficiales que descartan dogmáticamente, no de forma científica, a las demás alternativas.
Las ruinas suramericanas más espectaculares, también están relacionadas con la cultura que se atribuye a los egipcios y con el mismo periodo que cada cual sitúa en una época y con megalitos de otras culturas distantes con las que además (todas ellas) comparten curiosas relaciones y proporciones geográficas.
En fin, que cada nuevo descubrimiento parece reafirmar, por mucho que se niegue, que existió una civilización avanzada o mejor dicho que ha habido épocas en las que la tierra ha tenido civilizaciones tan avanzadas o más que la actual, que la historia es cíclica.
Un saludo.
Gracias por el comentario Piedra
Bueno, básicamente de acuerdo con tu opinión, también la arqueología académica tira de conjeturas (aunque las vende a menudo como verdades científicas) sobre temas tan próximos como el megalitismo.
Sobre la gran civilización sudamericana no reconocida, ya he expuesto en el texto que podría relacionarse con Tiahuanaco (y de rebote con el megalitismo global) y que la famosa ciudad perdida tal vez no fuera inca sino muy anterior, independientemente de que haya oro o tesoros de por medio, lo que creo que más bien distrae del genuino debate arqueológico. Es bien posible que de existir tal ciudad se trate de una especie de Machu Picchu sin más tesoro que el conocimiento grabado en sus piedras.
Pero insisto en que todavía faltan datos para construir un sólido escenario alternativo, aunque es cierto que cada vez se van acumulando más piezas que deben tenerse en cuenta.
Saludos,
X.
Publicar un comentario