sábado, 8 de abril de 2017

Tesoros del pasado perdidos... o expoliados



Para desgracia de los arqueólogos, no sabemos realmente cuánto se ha conservado del pasado más remoto y cuánto hemos perdido. A veces tenemos referencias históricas –o incluso mitológicas– que nos hablan de multitud de realidades que se han desvanecido completamente con el paso de los milenios y que ya nunca podremos recuperar. En otros casos, tal vez los restos de ese pasado se mantengan ocultos –en un estado más o menos precario– en algún lugar recóndito a la espera que o bien las prospecciones arqueológicas o bien un golpe de fortuna los hagan salir a la luz. Y no obstante, muchas veces –aun habiendo encontrado tales restos–  la desidia, la dejadez, la falta de método u otros motivos provocaron la pérdida parcial o total del patrimonio arqueológico, sobre todo en los primeros tiempos de la ciencia arqueológica[1].

En cualquier caso, existe otra realidad bien conocida desde hace mucho tiempo que no es otra que el expolio o saqueo de yacimientos arqueológicos. Actualmente se asocia este fenómeno a la acción de excavadores clandestinos que llevan a cabo razzias en yacimientos arqueológicos sin ningún método ni cuidado y con el único afán de extraer y luego comercializar objetos de valor en el mercado ilegal de antigüedades[2]. Y si bien es cierto que a veces se recuperan los objetos expoliados, lo más frecuente es que –al no saber qué se ha podido hallar y dónde exactamente– esos artefactos desaparezcan para siempre para la investigación científica.

Ahora bien, es justo resaltar que el saqueo o expolio de yacimientos para fines privados se remonta a los inicios mismos de la arqueología y estaba protagonizado muchas veces por supuestos “arqueólogos”, que en realidad tenían mucho más de aventureros y de anticuarios que de auténticos científicos. Así pues, el simple objetivo de estas personas era acumular tesoros y antigüedades y llevárselos a sus países de origen, para ir a parar finalmente a museos o a colecciones privadas[3]. Lógicamente, en aquella época la protección del patrimonio histórico y cultural de todos los países estaba en pañales, y cuando no se conseguían los permisos oportunos se recurría a todo tipo de artimañas para excavar en el lugar deseado y transportar después los objetos hasta su destino final sin dar mayores explicaciones.

De este modo, desde los tiempos de Lord Elgin (el que se llevó los frisos del Partenón a Londres a principios del siglo XIX), se fue generando una cultura de expolio por parte de los exploradores occidentales, que actuaron con relativa impunidad en los cinco continentes sobre todo tipo de civilizaciones y culturas del pasado, por lo menos hasta bien entrado el siglo XX. El resultado es que muchos de los antiguos tesoros de esos pueblos ya no están en su lugar de origen y presumiblemente nunca van a volver allí.

Como ejemplo y explicación de esta casuística, me es grato presentar aquí un artículo del investigador italiano Yuri Leveratto sobre el expolio practicado en el famosísimo yacimiento peruano de Machu Picchu, un asunto turbio muy poco conocido y que todavía está lejos de solucionarse. Además, este artículo nos aporta interesantes datos sobre el origen y decadencia de esta ciudadela y nos revela que no fue Hiram Bingham –en contra de la creencia común– el descubridor de las ruinas en tiempos modernos. Lo que sí es cierto es que fue Bingham el que protagonizó la excavación sistemática de los restos de la ciudad durante tres años (1912-1915) y el que se encargó de trasladar varios miles de objetos arqueológicos incas a la Universidad de Yale, entre los cuales tal vez podría estar la momia del Inca Pachacutec, el monarca que mandó construir este fabuloso enclave.

 

El saqueo de Machu Picchu




El soberano de los Incas Pachacutec hizo construir, alrededor de 1440 d. C., un complejo urbano con edificaciones imponentes entre las cimas llamadas Machu Picchu y Huayna Picchu, no lejos del río Urubamba, en el actual Perú meridional. La ciudadela, cuyo nombre original era probablemente Picchu, quizá tuvo una función religiosa y fue poblada por dignatarios de casta alta cercanos al rey. El hallazgo de esqueletos de mujeres jóvenes hace pensar en las vírgenes del Sol y clasificaría al asentamiento como un Aclla o casa de las elegidas.
El asentamiento está dividido en una zona agrícola, constituida por terrazas cultivadas delimitadas por muros de contención y la zona urbana, donde se desarrollaron las principales actividades religiosas y cotidianas. Las dos áreas están divididas por un muro de aproximadamente 400 metros de largo, paralelo a una acequia que sirve para el desagüe.


La construcción de Machu Picchu (como se le denomina hoy: del quechua montaña vieja) en una zona geológicamente inestable, a altísima pluviosidad y ubicada entre dos montañas, fue una obra de ingeniería de máximo nivel. El sistema de drenaje de las aguas, constituido por 129 canales, es todavía hoy admirado como único. Los doscientos edificios aproximadamente fueron construidos teniendo en cuenta fenómenos astronómicos como los equinoccios y están destinados a coincidir con algunas estrellas durante particulares días del año. Casi todas las construcciones tienen un perímetro rectangular y los muros están formados de granito que fue elaborado con hachas de bronce, puesto que el hierro se utilizaba poco en el imperio incaico. En el sector alto, denominado Hanan, además de unidades residenciales, está el templo del Sol, utilizado para ceremonias relacionadas con el solsticio de junio; algunos estudiosos lo consideran como un mausoleo donde se conservó la momia de Pachacutec. En el sector alto, hay un patio cuadrado circundado por construcciones maravillosas: dos templos principales y una casa sacerdotal.


En el sector bajo, llamado Urin, se encuentra un gran edificio caracterizado por una sola puerta de ingreso. De algunos estudios se deduce que se trata de la Acllahuasi o casa de las mujeres elegidas, que se dedicaban a la religión y a la artesanía. En los cien años siguientes a su fundación, Machu Picchu prosperó. En los alrededores fueron fundados otros asentamientos como Patallacta y Quente Marca, que servían de base para las provisiones agrícolas de Machu Picchu.


En los años siguientes a la muerte de Pachacutec, sin embargo, Machu Picchu perdió parte de su importancia, puesto que debió competir con las posesiones personales de otros emperadores.


El monarca inca Manco-Capac
Cuando los españoles irrumpieron a la fuerza en la región de Cuzco, alrededor de 1534, muchos colonos agrícolas, llamados mitimaes, que habían sido obligados a trabajar en los valles vecinos, volvieron a sus tierras, abandonando la zona. Durante la resistencia de Manco Inca a la invasión de los españoles, algunos nobles que vivían en Machu Picchu se integraron en la corte del soberano incaico abandonando, por consiguiente, la ciudad.


Sin embargo, algunos documentos de la época prueban que Machu Picchu no permaneció del todo desierta en los años sucesivos, sino que pagaba un tributo a la ciudad de Ollantaytambo, en manos de los españoles. El último Curaca de Machu Picchu, Juan Macora, fue el líder espiritual de la ciudad hasta 1568. Después, nada más, sólo documentos y descripciones confusas.


Machu Picchu permaneció perdida en el olvido por más de 300 años, cuando un colono alemán de nombre Augusto Berns la visitó en 1867. Lamentablemente, el alemán no era un arqueólogo y tampoco una persona interesada en la historia o respetuosa con los hallazgos antiguos. El rudo aventurero constituyó una sociedad para la explotación de los tesoros auríferos que encontrara en el lugar, llamada Compañía Anónima Explotadora de las Huacas del Inca y, con el consentimiento del gobierno peruano de entonces, comenzó a saquear la ciudad y a vender innumerables manualidades de oro de enorme valor artístico e intrínseco a comerciantes sin escrúpulos.


En 1870, el estadounidense Harry Singer dibujó un mapa de la zona y, por primera vez, lo nombró Machu Picchu, probando que el lugar comenzaba a ser conocido. En 1902, Agostino Lizaraga, un propietario de tierras del Cuzco, visitó Machu Picchu con algunos de sus amigos.
 
Nueve años más tarde, el estadounidense Hiram Bingham, profesor de historia, llegó a Cuzco. Tuvo contacto con el arqueólogo Gabriel Cosio, que le describió a Machu Picchu. Bingham intuyó la posibilidad de conocer un lugar arqueológico de enorme importancia. Llegó allí poco después, guiado por otro peruano, Melchor Arteaga. El estadounidense se dio cuenta inmediatamente de que se encontraba frente a un lugar extraordinario.

H. Bingham en Machu Picchu
Con el apoyo de la Universidad Yale, de la National Geographic Society y del gobierno peruano, Bingham realizó cuidadosos estudios arqueológicos del 1912 al 1915, en cooperación con otros dos estadounidenses y varios peruanos. La existencia de Machu Picchu fue divulgada al mundo en 1913, mientras Bingham llevaba a cabo sus estudios.


El estadounidense, quien fue el primero en estudiar el lugar arqueológico, fue, sin embargo, el responsable de haber enviado a los Estados Unidos unos 46.332 hallazgos arqueológicos, que hoy en día se encuentran en la Universidad privada Yale, en la ciudad de New Haven, en Connecticut y no han sido todavía restituidos al gobierno de Perú.

Cientos de cajas que contenían momias enteras perfectamente adornadas, objetos de oro de valor inestimable, cerámicas finamente talladas y otros utensilios importantísimos para conocer la vida y la cultura de los Incas, fueron transportados en la espalda de mulas hasta el Cuzco y luego montadas en trenes hasta el puerto de Mollendo, ciudad del actual departamento de Arequipa, de donde se dirigieron, vía mar, hacia los Estados Unidos.

¿Quizás entre las momias sustraídas estaba aquella de Pachacutec? El gobierno de Lima, que había autorizado a Bingham a efectuar los estudios histórico-arqueológicos, se mostró impotente para detener el saqueo de Machu Picchu. Luego de este atraco, efectuado probablemente con la excusa de que en la Universidad Yale los hallazgos podían ser estudiados, Bingham obtuvo fama y poder y posteriormente fue elegido senador de los Estados Unidos y gobernador de Connecticut (en 1925).

Los objetos robados se encuentran aún hoy en la Universidad Yale. Sólo en los años 80’s del siglo pasado se comenzaron a estudiar y a catalogar. Actualmente, algunos hallazgos se exhiben en el museo Peabody en la Universidad Yale.

En los primeros años del siglo XXI, el gobierno peruano inició un proceso contra la Universidad Yale para obtener la restitución de los hallazgos substraídos. El actual gobierno peruano está, en cambio, llevando una política más suave para buscar un acuerdo con la Universidad Yale. Parece, sin embargo, que la Universidad puso condiciones para la restitución de aproximadamente 350 hallazgos, entre las cuales pide tenerlos por otros 99 años. Además, puso la condición de que se construya un museo (financiado por Perú) en el Cuzco, donde estos objetos puedan ser exhibidos. No está clara la suerte de los otros hallazgos.


En mi opinión, todos los 46.332 objetos injustamente sustraídos deben ser devueltos lo más pronto posible, sin condiciones de la Universidad Yale, al pueblo peruano, legítimo propietario. Debe, además, pagarse una compensación equitativa al gobierno peruano.

© Yuri Leveratto 2008


Fuente de imágenes: Wikimedia Commons / archivo del autor

 


[1] Otro asunto sería hablar de una “pérdida” deliberada de objetos, esto es, la ocultación, encubrimiento o destrucción de pruebas por oscuros motivos. Esta seria acusación ha sido realizada por determinados autores alternativos ante la ausencia incompresible de unos restos que se habían excavado y almacenado en su momento, como ocurre, por ejemplo, con el muy controvertido tema de los gigantes.

[2] Yo mismo, siendo estudiante, viví esta realidad al comprobar cómo unos clandestinos habían destrozado parcialmente el yacimiento de cultura ibérica en el que yo me iniciaba en la práctica arqueológica. Estas personas iban en busca de “tesoros” cuando el equipo arqueológico no estaba presente, normalmente recurriendo al detector de metales y al pico y la pala.


[3] Véase la anécdota sobre Giovanni Belzoni en el artículo sobre curiosidades de la arqueología en este mismo blog. Y hasta el propio Schliemann se llevó numerosos objetos de Troya para su colección particular, hecho por el que fue perseguido y sancionado por el Gobierno otomano.

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