La hipotética existencia de una
ignota civilización desaparecida que dio origen a las grandes civilizaciones
históricas es un tema harto recurrente en la arqueología alternativa. No vamos
a descubrir nada diciendo que esta propuesta se fundamenta en el famoso mito de
la Atlántida y otros muy similares que encontramos en casi todos los rincones
del planeta. Como ya es de sobras conocido, la historia que se repite en todos
estos relatos es que en un tiempo remotísimo una gran inundación o diluvio
arrasó, anegó o hundió la tierra civilizada. Este evento dejó a la Humanidad a
las puertas de la extinción, por lo que hubo de empezar de nuevo el proceso
civilizador, tarea que corrió a cargo de unos pocos supervivientes de la
catástrofe.
Y si nos trasladamos ahora al
campo de la geología y la arqueología, durante décadas los investigadores han
estado buscando trazas sobre el terreno de dicha catástrofe (¡sin olvidar el
arca de Noé!), de tal manera que se pudiese pasar del mito a la historia
mediante pruebas físicas objetivas. Ni que decir tiene que para el estamento
académico tal cataclismo global, súbito y gigantesco no existió nunca, aunque
se reconoce –no podía ser menos– que sí hubo fuertes alteraciones climatológicas
y geológicas al final de la última era glacial, pero que fueron muy graduales y
de impacto más bien local. Y por supuesto, no había ninguna civilización sobre
la Tierra hace 12.000 años...
Estructuras de Yonaguni (Japón) |
Sin embargo, los autores alternativos han ido
más allá del debate geológico, y se han fijado en determinados restos
arquitectónicos de gran antigüedad. Algunos de ellos están actualmente bajo el
agua (como la ciudadela de Yonaguni, en Japón) y podrían constituir la
prueba fehaciente de que el diluvio existió y que sumergió muchos enclaves
costeros. No obstante, la visión ortodoxa rechaza estas propuestas alegando que
se trata de simples formaciones naturales que han sido confundidas y
malinterpretadas. Con todo, los alternativos no se rinden con facilidad y
contraatacan afirmando que hay restos monumentales sobre la superficie que
presentan una clara erosión (y muy antigua) por acción continuada del agua,
como por ejemplo en la mismísima meseta de Guiza, lo que convertiría gran parte
de sus monumentos –las tres grandes pirámides, la Esfinge, los templos– en
reliquias antediluvianas de datación indeterminada[1].
Si nos desplazamos al continente americano, la
polémica se mueve más o menos en los mismos términos y también se habla de
restos sumergidos de una cierta “Atlántida”, como los que se hallaron hace casi
50 años en las islas Bimini (una especie de dique o camino) o un confuso
conjunto de estructuras localizado cerca de la costa de Cuba. Asimismo, se
habla de posibles ruinas sumergidas bajo el lago Titicaca, que podrían preceder
incluso al gran complejo de Tiwanaku, cuya datación oficial tampoco es
reconocida por el mundo alternativo. Además, en toda América, de norte a sur,
se acumulan numerosas leyendas nativas –incluyendo las de grandes
civilizaciones como la azteca o la maya– sobre la completa destrucción de una
humanidad anterior por acción del agua.
Sin embargo, hasta ahora se había puesto poca
atención en los posibles indicios de un gran diluvio sobre la superficie y más
concretamente en estructuras artificiales. En este sentido, el investigador
alternativo norteamericano Cliff Dunning lleva algunos años estudiando la
civilización maya y recientemente ha sacado a la luz sus conclusiones sobre
algunas huellas sobre el terreno que podrían apuntar a que la civilización maya
fue víctima de una gran catástrofe por inundación y que posiblemente podría ser
mucho más antigua en su origen de lo que la arqueología ortodoxa defiende.
Vamos pues a exponer resumidamente cuál es el enfoque de Dunning y qué
viabilidad nos ofrece.
El Castillo, la pirámide de Chichén Itzá, en 1892 |
De entrada, Dunning remarca el
hecho de que la civilización maya, pese a haber sido estudiada durante más un
siglo, nos es aún relativamente desconocida en muchos aspectos. Incluso cuando
los conquistadores españoles llegaron a Centroamérica a inicios del siglo XVI
encontraron esta rica cultura en plena decadencia, en realidad prácticamente
desaparecida[2]. Sus
fastuosas ciudades (Copan, Tikal, Chichén Itzá, etc.), que contenían grandes
edificios, templos y pirámides, habían sido abandonadas hacía siglos y estaban
en plena ruina; también yacían inermes sus estatuas y sus estelas, llenas de
jeroglíficos.
Y por si fuera poco, las autoridades españolas mandaron quemar
los códices y otros documentos que nos podrían haber transmitido una
información vital sobre el origen y el desarrollo cultural de los mayas. Apenas
unos pocos se salvaron de la intolerancia cultural y religiosa –como el Códice
Dresde– y dan muestra del altísimo grado de civilización que alcanzó este
pueblo en cuestiones como la astronomía y las matemáticas.
Por lo demás, sabemos que la
cultura maya es una de las más antiguas de América, que precedió en muchos
siglos a la gran civilización azteca, sometida por Cortés. Ahora bien, no
tenemos una idea exacta de cuáles fueron los orígenes de los mayas ni de cuándo
se establecieron en Centroamérica. Al respecto, Cliff Dunning cita una reciente
datación obtenida en el yacimiento de El Mirador (Guatemala) que se remonta al
2700 a. C. Lo que sí observa Dunning es que las estructuras más complejas y
perfectas son las más antiguas, dando la impresión de que los mayas hubieran
aparecido sobre el territorio ya con un alto nivel de desarrollo y
conocimiento, como si fuera el legado de una cultura anterior. Por otra parte,
Dunning cita al reputado arqueólogo Richard Hansen, que tras años de estudio de
la civilización maya ha llegado a la conclusión de que los olmecas (una cultura
todavía no muy definida, sobre todo antropológicamente) no fueron los
antecesores o “padres culturales” de los mayas, sino que ambas culturas fueron
contemporáneas, y que los mayas muy posiblemente fueron los responsables de la
desaparición de las últimas ciudades propiamente olmecas.
Efectos devastadores de un tsunami moderno (Indonesia, 2004) |
Si nos adentramos ahora en la
antigüedad de los mayas y en la hipótesis de grandes catástrofes marinas, Dunning
saca a colación algunos hechos relevantes comprobados científicamente. Así,
existe constancia geológica de grandes tsunamis en unas fechas no muy lejanas,
hace tan solo 1.500 años, que azotaron las costas de la península del Yucatán y
que tal vez tuvieron precedentes en milenios anteriores. Tales tsunamis podrían
haber devastado grandes porciones de territorio, pues la ola gigante –estimada
entre los 6 y los 15 metros de altura– podía derribar edificios y ahogar a gran
parte de la población. De hecho, Dunning asegura que en su primera visita al
Yucatán en 1995 ya había observado notables huellas de daños en estructuras y
estatuas a causa de la acción violenta del agua. Estas huellas son visibles,
por ejemplo, en ciudades como Coba, Chichén Itzá y Uxmal, así como otros
enclaves menores.
Asimismo, identificó ese mismo
tipo de daños en fotografías antiguas de las primeras excavaciones de las
ciudades mayas, antes de que fueran consolidadas, restauradas y reconstruidas
en parte. Y sin duda la fuerza de esas inundaciones debió ser grande, pues los
edificios mayas estaban bien diseñados y sólidamente construidos. Por otro
lado, Dunning apreció que en museos locales se podían ver numerosos objetos
(estatuas y utensilios, principalmente) que mostraban claras marcas de la
erosión acuática, así como de la acción corrosiva de la sal marina y de la
presión de las aguas sobre dichos objetos durante largos periodos de tiempo. Y
como muestra de una gran destrucción, Dunning menciona el caso particular de la
ciudad maya de Sayil (en el estado mexicano de Yucatán), cuyo gran palacio
principal fue supuestamente azotado por un violento tsunami que arrancó muchas
piedras de la estructura y las dispersó alrededor de ésta. Según el autor
norteamericano, la tremenda erosión sufrida ha dificultado mucho las labores de
reconstrucción del monumento por parte de los equipos arqueológicos.
El caracol (Chichén Itzá), antes de restaurarse (foto de 1932) |
Pero lo más significativo como
prueba es que en Sayil aún se puede ver el rastro dejado por los ríos de agua
al retirarse. Las fotografías de las primeras intervenciones en el lugar ya
permitían apreciar el antiguo curso de las aguas que fluían desde la parte alta
del palacio.
Además, también es destacable la presencia de varios edificios
circundantes que están parcialmente sepultados en el terreno, muy posiblemente
por la gran acumulación de sedimentos. En este sentido, en las imágenes
antiguas tomadas en otros yacimientos mayas se apreciaban claramente grandes
apilamientos de piedras y de escombros en torno a las acrópolis principales
(como sucede en Chichén Itzá y Uxmal). Así, Dunning cree que cuando las aguas
se retiraron, las piedras y los sedimentos más pesados ocuparon el interior y
el exterior de los edificios, donde permanecieron inalterados hasta ser
descubiertos por los arqueólogos.
A partir de este punto, Dunning
se pregunta qué antigüedad real podrían tener estas ciudades mayas,
desestimando obviamente las cronologías convencionales, y para averiguarlo
recurre a otra vía de investigación: el seguimiento –gracias a la moderna
tecnología de los satélites– de los caminos o carreteras blancas llamadas
sacbés[3].
En realidad, los sacbés ya eran bien conocidos desde antiguo, pues eran los
caminos principales bien pavimentados –a modo de “autovías”– que los mayas habían
construido para unir las diferentes ciudades del territorio y facilitar así el
comercio y las comunicaciones. Tenían una anchura que oscilaba entre los 4 y
los 20 metros, y podían llegar a tener hasta centenares de kilómetros de
longitud. En los años 20 del siglo pasado los sacbés fueron redescubiertos por
los arqueólogos, que se quedaron impresionados por su diseño y calidad, con su
base de piedra, capa de mortero y el típico recubrimiento blanco, realizado con
estuco o cal de gran dureza –a modo de argamasa o cemento– que no requería un
gran mantenimiento.
Pero, ¿cómo conecta esto con las
grandes catástrofes acuáticas del pasado? Para Dunning ya existen pruebas
indiscutibles de que al final de la última Edad de Hielo, concretamente en el
periodo llamado Dryas reciente, se produjo una inundación masiva de América del
norte a causa de la rápida fusión de la enorme capa de hielo que cubría buena
parte de este territorio, debida al impacto súbito de un gran asteroide. El
geólogo Harken Bretz ya había observado esto en los años 20 del pasado siglo,
haciendo notar la presencia de grandes valles y antiguos cursos de agua
excavados por la fuerza de las aguas en amplias zonas del norte de los Estados
Unidos. En principio, sus propuestas fueron rechazadas sin más, pero ya en tiempos
más recientes, nuevos datos geológicos y climatológicos han ido confirmando
esta tesis. De este modo, hoy se sabe que en el periodo citado se dio un
importante aumento de temperaturas tras el impacto del asteroide. Este evento
condujo a un rápido deshielo de las masas de hielo polares, lo que provocó un
notable ascenso del nivel de los mares y catastróficas inundaciones.[4]
Este enorme desastre natural fue recordado por varios pueblos de Norteamérica,
entre ellos los propios mayas, que se refieren a una tremenda devastación y a
unas grandes dificultades para volver a recuperarse después de una situación
crítica que les llevó al borde de la extinción.
Aspecto actual de un típico sacbé maya |
Y aquí es cuando Dunning vuelve a
los numerosos sacbés que recorrían el territorio maya en todas direcciones y
que aún hoy son parcialmente visibles desde los aviones y especialmente desde
los satélites. Según sus investigaciones, grandes porciones de la península de
Yucatán quedaron sumergidas tras la catástrofe del Dryas reciente, pero además
resulta que las rutas de los antiguos sacbés que acaban en la actual línea de
la costa tienen continuidad bajo las aguas marinas. Esto lo ha podido
corroborar gracias al estudio de la especialista en imagen por satélite Angela
Micol, asociada a la Satellite
Archeology Research Society, por el cual ha podido identificar cientos de imágenes de sacbés situados
a cierta profundidad de la superficie y que están conectados a las
antiguas ciudades mayas de tierra firme. Para Dunning, esto indicaría que la
cronología de estas ciudades se debería retrasar mucho en el tiempo, por lo
menos entre 9.000 y 12.000 años. A todo esto cabe recordar que los expertos
académicos sitúan los inicios de la civilización maya hacia el 2000 a. C. (con
el apoyo de dataciones absolutas por radiocarbono), precedido de una etapa de
desarrollo neolítico. En todo caso, el autor estadounidense sostiene que esta
gran catástrofe no acabó del todo con los mayas, pero sí que marcó un antes y
un después y que, de hecho, los mayas históricos sólo fueron la sombra
de lo que había sido su civilización primigenia antes del cataclismo global.
Este sería, en resumen, el escenario propuesto
por Cliff Dunning que a más uno le puede parecer un cuento fantástico o una
simple especulación sin sólidas pruebas científicas. A este respecto, cabe
insistir una vez más que el mundo académico tiene una imagen bastante fija y
estereotipada del poblamiento antiguo de América y de las civilizaciones
precolombinas. Así, la historia oficial nos dice que la primera cultura
identificada de cazadores-recolectores no aparece hasta el 11.000 a. C. o un
poco antes[5],
y luego las comunidades humanas se fueron extendiendo de norte a sur donde
fueron progresando hasta llegar al estadio neolítico, o sea, de productores
(agricultores y ganaderos). De aquí saltaron al estadio de la civilización,
pero según los expertos no se puede hablar propiamente de civilización antes de
2.000-1.500 a. C., si bien la datación de algunas ciudades se va por encima del
2.500 a. C., como el caso ya citado de El Mirador (Guatemala) o de Caral
(Perú). Con todo, en general se sitúa el esplendor de todas las civilizaciones
americanas –los “periodos clásicos”– a partir del primer milenio después de
Cristo hasta la llegada de los conquistadores.
Restos arquitectónicos mayas |
Todo esto parece un poco forzado a no ser que consideremos que las cosas se han hecho rematadamente mal desde el punto de vista metodológico, o bien que hay un complot para ocultar la extrema antigüedad de los restos. Recordemos que el carbono-14 permite datar hasta unos 50.000 años, por lo cual teóricamente sería posible datar ese supuesto periodo antediluviano.
No obstante, por un lado, hay que decir en favor de Dunning que en la región del Yucatán se podría dar una superposición de restos, algo parecido a lo que ocurre en Egipto, en que tenemos monumentos sospechosos de ser extremadamente antiguos y que han sido asignados a la época dinástica por una serie de razones circunstanciales[6]. Dicho de otro modo, todavía quedarían restos de la época antediluviana que han sido mal datados y mal interpretados, confundiéndolos en el contexto de la civilización histórica, la cual sólo sería un tenue legado de la civilización primigenia. Por otro lado, la evidencia de la acción devastadora de las aguas parece bastante convincente, sobre todo con el nuevo argumento de los sacbés que se aprecian bajo el agua y que recuerdan mucho a los famosos cart-ruts (surcos de carro), que partiendo del interior de la isla de Malta se dirigen hacia la línea costera y prosiguen claramente bajo las aguas del Mediterráneo, conectando esta isla con la cercana isla de Gozo. Ahora bien, Dunning no aborda el tema de las conocidas pirámides mayas, que en teoría también deberían mostrar algún rastro de destrucción, desgaste o erosión causada por los tsunamis, al haber estado sumergidas –supuestamente– bajo las aguas durante siglos o milenios.
El gran palacio de Sayil (Yucatán) en la actualidad. Véase el aspecto ruinoso de parte de la estructura |
Con todo, habría que determinar –aun admitiendo
que las ciudades sufrieron una gran destrucción por agua– si esos tsunamis se
produjeron como resultado del deshielo del Dryas reciente o si tuvieron lugar
mucho más tarde, en una época que denominaríamos “histórica”. Así, tenemos la
famosa teoría de Immanuel Velikovsy, enunciada hace ya más de medio siglo,
según la cual la Tierra habría sufrido tremendos cataclismos y desastres en
fechas relativamente modernas (entre los siglos XVI a. C. y VIII a. C.) como
consecuencia de la peligrosa aproximación a la Tierra del cometa Venus –antes
de estabilizarse como planeta– y del errático paso de Marte cerca de la órbita
terrestre. Con referencia a este punto, hay que señalar que las civilizaciones
mesoamericanas habían considerado a Venus como un astro errante y peligroso, y
le habían puesto el nombre de estrella humeante. De cualquier modo, todo
esto entra en el terreno de las conjeturas, pues la visión de Velikovsky sigue
sin ser aceptada ni por astrofísicos ni por arqueólogos. En definitiva,
este fenómeno debería ser
analizado más a fondo y revisado por geólogos competentes para establecer si
las destrucciones observadas se debieron a colosales inundaciones o bien a
otros factores (como fuertes seísmos, que no son extraños en dicha región), sin
olvidar el crucial aspecto de aportar una datación fiable.
Los muros megalíticos de Sacsayhuamán (Perú) |
Concluyendo, siempre es interesante sopesar
nuevas visiones y teorías, y más aún cuando vienen acompañadas de perspicaces observaciones
sobre el terreno. El problema de fondo es que Dunning señala con pruebas un
posible hecho catastrófico de gran magnitud y gran antigüedad pero a la hora de
la verdad no resuelve el encaje de las piezas geológicas con las de carácter arqueológico
o histórico. Así pues, estimo que todavía queda mucho terreno por recorrer para
poder construir un sólido edificio histórico-arqueológico alternativo sobre el
origen de los mayas. De todas formas, vaya por delante que creo posible y factible
que la población y civilización en América sean muchísimo más antiguas de lo que
reconoce el estamento académico. Y quién sabe, a lo mejor los viejos soñadores como
Churchward y Le Plongeon tenían parte de razón al hablar sobre Mu, las tablillas
naacales y otras alocadas propuestas...
© Xavier Bartlett 2017
Fuente: www.ancient-origins.net
Fuente imágenes: Wikimedia Commons
[1] Según el
investigador egipcio Sherif el-Morsi, la Gran Pirámide estuvo cubierta por agua
hasta la hilada 20 por lo menos, durante siglos. Véase el artículo sobre la
datación extrema de la gran Esfinge de Guiza en este blog.
[2] Esta etapa,
denominada periodo posclásico, está datada aproximadamente entre 950 d.
C. y la llegada de los españoles al Yucatán en el siglo XVI, que
progresivamente fueron ocupando todo el territorio maya. De todos modos, cabe
destacar que la última ciudad maya independiente, Nojpetén, no cayó en manos
españolas hasta una fecha tan tardía como 1697.
[3] De los
términos mayas sac (“blanco”) y be (“camino”). En realidad, el
plural correcto en lengua maya es sacbeob, pero a efectos prácticos
empleo aquí el plural castellano con “s”.
[4] Esta argumentación
geológica constituye precisamente el núcleo de las últimas investigaciones
llevadas a cabo por Graham Hancock, tal y como refleja en su reciente libro Magician
of the Gods (2015).
[5] Esta es la
llamada cultura Clovis, localizada en Nuevo México
(EE UU) a inicios del siglo XX. Pese a los hallazgos posteriores de restos
humanos mucho más antiguos, el estamento académico no acepta de ningún modo
población humana en América anterior a 25000 a. C.
[6] El ejemplo más
claro de esto lo tenemos en Abydos, donde conviven uno al lado del otro el
templo de Seti I (del Imperio Nuevo) con el Osireion (templo de Osiris).
Los egiptólogos despacharon el tema asignando el Osireion a la misma época
de Seti I, a pesar de que: 1) el estilo arquitectónico de ambas construcciones es
totalmente distinto, 2) no hay inscripciones jeroglíficas en el Osireion,
y 3) ambos edificios están separados por un importante desnivel (y desfase
estratigráfico) que indica una diferencia importante de cronología.
[7] Recordemos
que, según la datación arqueoastronómica realizada por Arthur Posnansky en el
Kalasasaya de Tiwanaku, esta ciudad se remontaría al 15.000 a. C.
3 comentarios:
¿Y si la Atlántida no fuese tan excepcional en su tiempo? Porque tendemos a ponerla como origen de muchas otras civilizaciones, y tal vez en aquella época había más de una civilización avanzada(para su tiempo), además de la Atlántida.
Porque si no, vaya pandilla de desgraciados, se les hunde la isla y llegan a Centroamérica, y allí los arrasa un tsunami. Y luego llegan los conquistadores a rematar a los supervivientes.
Veo más probable que fuesen dos civilizaciones diferentes, contemporáneas, y que sufrieron al mismo tiempo los efectos del deshielo y la subida del nivel de mar.
Lo de los caminos que se adentran en el mar no tiene muchas explicaciones, siendo la más obvia que fueron construidos antes del deshielo.
Gracias por el artículo, muy interesante, como siempre.
Gracias Cobalt
Bueno, si lo de los caminos sepultados en el mar se puede confirmar es obvio que hubo una gran cataclismo o inundación gigante, algo muy superior a los actuales tsunamis. Que fuesen dos civilizaciones contemporáneas ya lo veo más especulativo, pero a mí sobre todo lo que me desorienta es que no se aprecie una ruptura o diferencia clara entre los mayas "antediluvianos" y los "históricos", como se puede ver el mundo inca, con una evidente cultura anterior megalítica.
Un saludo,
X.
esta claro que somos una civilizacion pasajera en el planeta, una de tantas que ha tenido y que probablemente tendra. nuestra mision es reconocerlo y comprenderlo, quiza asi podamos comunicar a la proxima civilizacion que una vez nosotros estuvimos aqui.
Juan M ochoa
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