En varias ocasiones me he referido aquí
al oscuro y confuso tema de los gigantes, que para el mundo académico no es más
que un conjunto de antiguas leyendas y modernos fraudes. Y todo ello a pesar de
que son mencionados en muchas tradiciones de pueblos de todo el mundo y de
ciertos restos o indicios que empujan a pensar que pudo haber una realidad
tangible detrás de tantos rumores y cortinas de humo. Pues bien, algo parecido
ocurre con el otro extremo de la especie humana: se sigue negando la existencia
de seres humanos muy diminutos, que también han sido referidos ampliamente por
el folklore popular en muchas regiones de nuestro planeta. Así, por ejemplo,
en las tradiciones occidentales, desde hace milenios, se habla de gnomos,
trasgos, duendes, leprechauns, etc., siempre en contextos mitológicos,
legendarios o mágicos ubicados en un lejano pasado, casi siempre referido a la
época medieval.
Por supuesto, yo también creí durante mucho
tiempo en que todo ello formaba parte de la leyenda y la superstición, pero con
el tiempo vi que la realidad es mucho más compleja e ignota de lo que creemos y
que hemos despreciado el conocimiento antiguo para sustituirlo por el
cientificismo moderno y sus dogmas. Lo cierto es que si uno se documenta y
recoge informaciones aparentemente dispersas podrá comprobar que existen muchas
piezas que no parecen encajar en el escenario propuesto por la ortodoxia
académica y que deberían hacernos reflexionar sobre qué puede haber de verdad
en las historias sobre esos seres diminutos, como parte del pasado e incluso
del presente. Esto es lo que voy a intentar de clarificar en este artículo,
dando por hecho que dejo aparte lo que convencionalmente conocemos como enanos,
así como las tribus de pigmeos, pues en estos casos es obvio que
simplemente tratamos de humanos muy cortos de estatura, ya sea por un trastorno
genético (enanismo) o por una característica racial.
Reconstrucción de un hobbit |
En primer lugar, es obligado citar el hallazgo
–en la isla de Flores (Indonesia) a inicios de este siglo– del llamado Homo
floresiensis o hobbit, un homínido que medía escasamente un metro de
altura, con una capacidad craneal cercana a la de un chimpancé y un aspecto
humano arcaico con algunos rasgos simiescos. Según las dataciones por
Carbono-14 de los huesos hallados, esta especie habría convivido con el Homo
sapiens y habría desaparecido hace unos 12.500 años. Ahora bien, en la misma época se hallaron restos de cráneos similares al hobbit en las cercanas islas Palau, y allí las dataciones por C-14 dieron una antigüedad de apenas entre 940 y 2.900 años antes del presente. En cuanto a su origen,
nadie sabe de dónde surgió, pese a que los expertos han propuesto varias vías
evolutivas para tratar de explicar –hasta la fecha sin éxito– cuáles fueron sus
ancestros y de dónde procedían. No me voy a extender en comentar este singular
descubrimiento porque ya le dediqué un amplio artículo al que me remito para
los que estén interesados en los detalles. Lo que es significativo es que quizá
estos humanoides no fueran exclusivos de esa región del planeta, pues en Ohio
(EE UU) el arqueólogo Neil Steede halló restos humanos (huesos y
artefactos) muy parecidos a los de los hobbits de Flores.
Aparte, saltando del pasado al presente,
existen testimonios locales que hablan de la pervivencia de estos hobbits
en zonas selváticas y alejadas de la presencia humana moderna. Se trataría tal
vez de poblaciones residuales que evitarían el contacto con el hombre y que
vivirían en condiciones muy primitivas, subsistiendo básicamente de la
recolección de frutos. En concreto, en el parque de Way Kambas de Lampung
(Indonesia) los guardias forestales dicen haber visto ocasionalmente pequeños
individuos desnudos de no más de 50 cm. de altura. No obstante, cuando los
guardias se acercan, las criaturas desaparecen rápidamente por el bosque, pues
corren muy deprisa y se esfuman en un momento. Con todo, parece ser que los
guardias consiguieron tomar algunas fotos, que posteriormente fueron confiscadas
por el gobierno indonesio.
Imagen tomada en 2004 de una presunta kakamora |
Esta misma tradición la encontramos en las
islas Salomón (no muy lejos de Flores), donde se habla de unos ciertos kakamora,
unos hombres salvajes muy diminutos. Según un libro sobre leyendas nativas
publicado en 1915, estos hombrecillos miden entre unos 15 cm. y alrededor de un
metro de altura. Su piel puede oscilar entre oscura y bastante clara, van
desnudos y vagabundean por el bosque en busca de alimento. No usan artefactos
ni armas ni construyen casas (viven en cuevas o madrigueras). Suelen ser
inofensivos, les gusta cantar y bailar, pero en alguna ocasión pueden atacar a
personas aisladas o niños. Tienen capacidad para hablar, aunque su lenguaje es
incomprensible y no se relaciona con el melanesio. Como vemos, todo ello nos
recuerda bastante a la tópica imagen de duendes y gnomos. Sin embargo, para los
nativos tales seres son completamente reales y aún existen hoy en día, e
incluso existe una dudosa fotografía fechada en 2004 de una hembra kakamora,
sorprendida junto a un fuego[1].
Similares leyendas –y testimonios modernos– se
pueden hallar en otros puntos del Pacífico y Oceanía, pero también en diversos
lugares del planeta, como África, Asia o América. Y lo que es más, existen
noticias modernas e incluso fotografías de algunos seres diminutos que
difícilmente podríamos asociar a una especie de “pigmeos” sino a seres
humanoides con características propias. Tomando como referencia un artículo del
investigador independiente Alex Putney[2],
existe una historia-leyenda reciente del antiguo Congo belga, según la cual el
4 de enero de 1959 apareció en la capital Leopoldville (actual Kinshasa) un
pequeño ejército de unos mil hombrecillos robustos que apoyaron a los independentistas
del líder Simeón Toko frente a las fuerzas belgas coloniales. La “leyenda”
afirma que los soldados belgas llegaron a disparar contra tales seres, sin ningún
efecto, lo cual nos remite a la mitología sobre la invulnerabilidad de los
seres mágicos o incluso de los pequeños seres “extraterrestres” tiroteados sin
producir daño alguno, según la casuística recogida en el pasado siglo XX.
Aparte de este extraño suceso, Putney también
cita que en unos bosques de Namibia, en 2011, un gnomo humanoide de unos 84 cm.
fue herido y capturado por unos cazadores. La criatura murió y su cuerpo fue
incautado por la policía. Al parecer, le fueron realizados análisis forénsicos,
cuyos resultados fueron ocultados por el gobierno. En su documento, Putney
agrega una fotografía de tal ser, así como de otras dos criaturas muy pequeñas
de aspecto humanoide halladas en Asia, concretamente en la India y el Nepal.
Sobre la veracidad de tales imágenes y las circunstancias de estos casos no
puedo pronunciarme, dado el sensacionalismo y las falsedades prefabricadas que
corren por Internet actualmente, si bien podría tratarse también de
malformaciones extraordinarias.
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Diversos microlitos de menos de 1 cm. |
En cuanto al ámbito arqueológico, es oportuno citar que en excavaciones realizadas a finales del siglo XIX
en Lancashire, Devon y Suffolk (Gran Bretaña) se identificaron muchos
microlitos[3]
de tamaño muy reducido (de entre 6 y 12,5 milímetros) que no parecían ser
útiles para hombres normales, sino para humanos muy pequeños; incluso el filo
de la talla era tan fino que sólo podía apreciarse con lupa. Este tipo de
artefactos tan minúsculos también ha sido recuperado en otras regiones del
planeta como la India, Egipto, Australia, Francia, etc. Por otra parte, en 1935
se halló en Vadnagar, en el estado de Baroda (India), el esqueleto fosilizado
de un gnomo de unos 35 cm. en un depósito prehistórico, si bien posteriormente
se atribuyó a una falsificación.
Si ahora saltamos a América, hay que reconocer
que allí existe una rica tradición sobre estos seres y también una casuística
importante de testimonios y hallazgos. En América del Norte, hay numerosas
leyendas acerca de unos ágiles seres diminutos de entre 30 y 90 cm., de vida
salvaje y en ocasiones muy hostiles a los humanos. En 1804 una expedición de
hombres blancos que exploraba Dakota del Sur se adentró en la “montaña de la
gente pequeña”, junto al río Missouri, y avistó a unos diablos de unos
46 cm. de altura, que defendían su territorio tenazmente, haciendo uso de arcos
y flechas. Según el relato, los indios Sioux y otras tribus no osaban molestar
a estos seres. Por otro lado, las tribus de los Shoshones y los Cheyennes, en
Wyoming, mencionan a unas gentes pequeñas llamadas Nimerigar (o Nimmi),
de entre medio metro y poco más de un metro, también muy hostiles hacia los
indios. Estos seres vivían principalmente en el centro de Wyoming, en las
montañas San Pedro.
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Jefe Crow |
Asimismo, el folklore de los indios Crow, en
Montana, recoge la existencia en las montañas Pryor de una cierta “gente
pequeña”, una especie de gnomos que no superaría el medio metro de estatura.
Los Crow describían a estos gnomos como seres de redondos y abultados vientres,
piernas y brazos cortos, y en general muy fuertes y belicosos, una imagen que
nos recuerda mucho a los clásicos enanos de la mitología de Tolkien. Y
por cierto, incluso en la actualidad los nativos Crow creen que todavía
perviven muchos de estos seres, y de hecho cada año les hacen ofrendas en un
paraje llamado Medicine Rocks.
Por otra parte, ya desde el siglo XIX tenemos
noticias de hallazgos de esqueletos y momias de pequeños seres en varios
lugares de EE UU. Por ejemplo, la publicación The Gentleman’s Magazine se
hacía eco en agosto de 1837 del hallazgo en Coshocton (Ohio) de un cementerio
de “pigmeos” de entre 90 y 137 cm., enterrados en ataúdes de madera, e incluso dado
el número de tumbas se sugería que “vivían en una ciudad considerable”. También
es destacable un artículo publicado por el Anthropological Institute Journal
en 1876 que describía el descubrimiento de un gran cementerio de gnomos en el
condado de Coffee (Tennessee). Al parecer, ya se tenía noticia de otros
cementerios semejantes el condado de White, del mismo estado, con esqueletos de
seres de una altura media de 90 cm.
Pero sin duda lo más notable fue el hallazgo de
algunas momias a mediados del siglo XX, en particular dos de ellas, bautizadas
“Chiquita” y “Pedro”, ambas procedentes de las montañas de Wyoming. La momia Chiquita
se trataba de una hembra gnomo de corta edad, con un raro aspecto,
caracterizado por no tener prácticamente cuello y por una pequeña boca
arrugada. Según los Cheyennes, se trataría de un ejemplar de una raza
subterránea, los citados Nimerigar, que vivía en aquellas tierras desde
hacía milenios. A este respecto, cabe señalar que tanto en el estado de Idaho
como en otros lugares muy distantes –como por ejemplo Irán y Hawai– se
encontraron redes de diminutos túneles atribuidos también a pequeños gnomos, lo
cual vendría a reforzar una vez más las antiguas leyendas sobre este tipo de
criaturas y su hábitat natural.
momia "Pedro" |
En lo referente a la momia Pedro, fue
apodada así por haberse encontrado en las montañas San Pedro de Wyoming en 1932. El
ejemplar, que parecía de mediana edad, estaba sentado con las piernas cruzadas,
como en un enterramiento ceremonial. Su piel era oscura y estaba bastante
arrugada, y tenía una frente baja, ojos saltones, nariz achatada, boca grande y
labios finos. Su altura estimada era de 35 cm. Esta momia fue comprada por un
tal Ivan T. Goodman, que para descartar que se tratase de una falsificación (un
muñeco), la hizo pasar por pruebas radiológicas –a cargo del doctor Henry
Shapiro– que confirmaron que era un ser natural real, aunque su esqueleto tenía
algunas características propias, como las fuertes vértebras que soportaban un
grueso cuello y una caja torácica distinta de la habitual en los humanos. Según
el departamento de Antropología de la Universidad de Harvard, la momia podría
corresponder a un individuo mayor, de unos 65 años. Al parecer, según los
indicios de una herida, Pedro había sufrido una caída que le provocó una
dislocación de la columna y la pelvis, si bien la muerte fue debida seguramente
a un posterior impacto en la cabeza. Cabe destacar, empero, que en 1979 el
doctor George Gill, antropólogo de la Universidad de Wyoming, vio las
radiografías de Shapiro y afirmó que simplemente se trataba de un niño o un
feto procedente de una tribu de indios prehistóricos. El caso es que Goodman
murió en 1950 y la momia pasó a manos de otra persona, y su rastro se perdió
con los años. Según A. Putney, tanto Pedro como Chiquita fueron
finalmente adquiridos de forma discreta por agentes del gobierno de EE UU
y ya no se ha sabido más de ellos.
Si nos trasladamos a América del Sur, se
repiten las historias y leyendas sobre estos seres diminutos, así como los
casos modernos, como el famoso Ser de Atacama. Este asunto lo viví de
cerca al conocer de primera mano la investigación llevada a cabo por Ramón
Navia, que a inicios de este siglo estudió afanosamente esta peculiar momia (que
obra en su poder), y que luego ha hecho correr muchos ríos de tinta, siendo
objeto de varios reportajes y documentales más o menos sensacionalistas. Toda
esta investigación, con sus dudas, vericuetos y complejidades, la expuse en un
artículo de mi otro blog, y a él me remito para los que quieran conocer a fondo este episodio. No obstante, creo que vale la pena resumir los puntos esenciales
para ver los paralelismos con la casuística ya citada.
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Fotografía del Ser de Atacama, tomada en la sede del IIEE |
Según pudo recoger Navia en sus viajes por Sudamérica, las tradiciones
orales aymaras hablaban de un cierto “pueblo gentil” de pequeños humanoides de
cortísima estatura (de no más de 50 cm.). Dicho pueblo gentil había convivido
durante siglos con ellos en una amplia región comprendida entre el sur de Perú,
Bolivia y el norte de Argentina y Chile. No habría existido relación entre
ambas etnias pero sí al menos un respeto mutuo. En cambio, la llegada de los
españoles habría provocado la muerte de muchos de estos gentiles, dado que las
autoridades religiosas consideraban a estos seres como criaturas del diablo.
En cuanto a su modo de vida, un erudito aymara le explicó a Ramón Navia
que los gentiles “cultivaban la tierra, disponían de unos bancales chiquititos,
como así de alto (unos 6 cm.) y no muy largos. Allí sembraban entre otras cosas
un maíz muy pequeño”. En cualquier caso, los relatos indígenas apuntaban a la
supervivencia de este pueblo en nuestros tiempos, ya que existiría una población
muy marginal que se habría refugiado en zonas montañosas. A este respecto,
según la investigadora colombiana Gilda Mora, existía una referencia muy
directa y específica a un lugar concreto de difícil acceso llamado “cerro de
los enanos” (en Colombia), en el que todavía se podría encontrar algunos de
estos diminutos seres, cuya altura estaría alrededor de los 35-40 cm[4].
Además, tal pudo contrastar Navia, existían noticias históricas
escritas acerca de estos “enanos”. Así, en diversas crónicas españolas de los
siglos XVI, XVII y XVIII se menciona brevemente la presencia de unos pequeños
seres en varios lugares de Sudamérica: “...se sabe haber pigmeos que habitan
debajo de la tierra y salen abriendo los campos a sus empresas”, “...dos
pigmeos, macho y hembra, no más altos que de un codo[5]”,
“...sería gente de baja estatura, pero guerreros”, “Solían salir solo de noche
para buscar su sustento, tenían miedo a salir de día desamparados de sus cuevas
pues serían acometidos por los pájaros grandes.”
El caso es que en el antiguo asentamiento de La
Noria (desierto de Atacama, Chile) un lugareño encontró una pequeña arpillera con un lazo de color morado
en el centro, y al abrirla descubrió la momia de un pequeño humanoide de unos
14 centímetros de altura. Este pequeño ser pasó luego a manos de un empresario local y finalmente fue adquirido por Navia, con el propósito de someterlo a
un exhaustivo estudio científico. El primer examen riguroso fue llevado a cabo
por el Dr. Raúl Antesana Sanabria, un médico boliviano, cuya labor principal
fue descartar la posibilidad de que fuera un elaborado fraude. Este estudio
preliminar confirmó, en efecto, que el Ser de Atacama no era un muñeco sino la
momia de una criatura de origen incierto. El doctor Antesana pudo certificar
pues que era un ser biológico real, que no se trataba de un feto y que de hecho
difería de los humanos en determinados aspectos anatómicos.
Radiografías de feto humano y Ser de Atacama |
Posteriormente, y durante varios años, Ramón Navia llevó el espécimen
ante varias instituciones y especialistas de distintos países para que le
ofrecieran un dictamen fiable sobre la naturaleza de la criatura. Así pues, el
ser fue sometido a diversas exploraciones, incluidas radiografías –que
mostraron claramente que la criatura había muerto de un golpe en la cabeza– y
análisis de ADN. Tras estas pruebas, todo el mundo confirmó que era una entidad
biológica, si bien casi todos los dictámenes fueron a coincidir en que se
trataba de un feto humano de unas pocas semanas con algunas malformaciones
peculiares, lo que vino a constituir una cierta versión oficial. En
general, se dieron bastantes opiniones escépticas, reticentes o poco
comprometidas, pero tampoco faltaron algunas voces que discretamente confesaron
al investigador español que el Ser no era un feto, pero que no sabían lo que
era aquello. Eso sí, le dejaron claro que no querían complicarse la vida
ni ir más lejos porque tenían trabajos, reputaciones e hipotecas que pagar. En
otros casos, el científico requerido por Navia para que examinara la momia no
atendió a sus peticiones, como ocurrió con el muy reputado Svante Paabo, gran
especialista mundial en momias y restos humanos arcaicos.
Llegados a 2009, el famoso investigador Steven Greer, partidario de
desclasificar y difundir toda la información sobre ovnis y extraterrestres[6],
entró en contacto con Navia y le propuso implementar una serie de nuevos
análisis con la colaboración de reconocidos expertos norteamericanos. La
opinión de Greer, a bote pronto, fue que aquello no era humano, y que podría
tratarse de un ente alienígena o al menos un híbrido. El tema quedó ahí
congelado durante tres años y no fue hasta 2012 en que Greer se desplazó a
Barcelona para realizar un examen más detallado y para grabar al Ser a fin de
incluirlo en un documental titulado Sirius Disclosure. En esta ocasión,
el Ser fue llevado a un centro de radiología donde se le practicaron varias
pruebas, como radiografías y tomografías computerizadas (TAC), y además se le
extrajo una muestra para análisis posterior de ADN.
La momia durante un examen |
La iniciativa de Greer supuso la irrupción de la Universidad de
Stanford (EE UU) en el asunto, y así pues un equipo de esta institución,
dirigido por el Dr. Garry Nolan, llevó a cabo diversas pruebas científicas
sobre el espécimen durante varios meses. Como resultado de dichas
investigaciones, se confirmaron las observaciones y anomalías anatómicas ya
apreciadas anteriormente y se dejó bien claro –y por escrito– que la momia no
era un feto humano ni un nuevo tipo de primate, sino un individuo que habría
vivido entre 6 y 8 años, y que tal vez era fruto de una mutación. A su vez, los
análisis de ADN no aportaron hechos significativos y quedaron pendientes de
ulteriores estudios. Más adelante, surgieron otras opiniones, como la del
prestigioso doctor Ralph Lachman, pero
que fueron más bien confusas y contradictorias, en opinión de Ramón Navia. En
suma, a día de hoy, el Ser de Atacama –al igual que otros ejemplares anómalos
similares– sigue aparcado en un limbo científico y en visiones dispares, en las
que no ha faltado el dogmatismo, la cerrazón o el sensacionalismo.
Si tratamos ahora de recopilar todo lo expuesto y formular alguna
conclusión, veremos que el asunto se asemeja bastante a la ya conocida polémica
sobre los gigantes. El fenómeno se muestra elusivo, confuso, falto de pruebas
fehacientes, inmerso en teorías conspiracionistas y marcado por el rechazo
frontal del mundo académico. No obstante, se vuelven a dar parecidas
coincidencias y circunstancias, sobre todo en la correlación entre las muchas
mitologías y leyendas existentes con las supuestas pruebas modernas, ya sean de
tipo antropológico o arqueológico. En este sentido, vemos que la casuística es
diversa pero que apunta a un patrón común de criaturas antropomórficas que
difieren de los humanos en algunos aspectos anatómicos importantes. De hecho,
difícilmente se podrían considerar enanos o pigmeos, sino seres con rasgos
propios únicos y de una estatura cortísima, que en pocas ocasiones supera el
metro, y que más bien se mueven en una media alrededor de los 50 cm.
Comparación de cráneos de hobbit y H. sapiens |
A partir de aquí, podemos usar los términos folklóricos hobbit,
gnomo o cualquier otro, pero nos tendríamos que plantear seriamente la
posibilidad de que no sean ni niños, ni fetos, ni personas con fuertes
malformaciones, sino individuos con una genética notoriamente distinta de la
del Homo sapiens. Hasta qué punto estos gnomos están conectados con los
humanos o bien con criaturas simiescas –u otros seres– se nos escapa por
completo, pues ninguna prueba ha resultado determinante o clarificadora hasta
la fecha. Claro que siempre está el recurso a los consabidos defectos
genéticos, que podrían ser excepcionales o hereditarios, lo que podría
justificar –al menos en parte– el fenómeno observado. Y como ya hemos visto, el
estamento académico no está por la labor de ir más allá de este planteamiento.
En este punto, cabe señalar que una corriente de la arqueología
alternativa, en la que está el citado Putney, aboga porque tales seres no son
propiamente humanos, sino criaturas híbridas, mezcla de humanos y otros seres
sin identificar. Se trataría pues de experimentos genéticos realizados por
alienígenas –a falta de mejores hipótesis– con fines insospechados. A este
respecto, el propio Putney apunta a un caso ocurrido en 2011 en la localidad de
La Romana (República Dominicana) en que una joven de 20 años de origen haitiano
dio a luz a un diminuto bebé de extraño aspecto, sin cuello y con un rostro
parecido al de una rana. Estas historias, en realidad, no son nuevas, y la
ufología lleva décadas tratando del asunto de las abducciones (secuestros),
relaciones entre humanos y alienígenas, y experimentos genéticos de todo tipo
para crear seres híbridos, a veces monstruosos. Por desgracia, y a pesar de los
muchos testimonios acumulados, es muy complicado aquí separar lo legendario de
lo verídico, y más aún en ciertos escenarios anómalos en que los límites entre
lo normal y lo paranormal parecen difuminarse por momentos, lo que de nuevo nos
transporta –siguiendo las antiguas tradiciones– al mundo mágico de este tipo de
seres, donde todo o casi todo es posible.
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Detalle del cráneo del Ser de Atacama |
En todo caso, seguimos muy perdidos antes estas realidades y la ciencia
establecida ha optado directamente por la negación, la ocultación o por echar
balones fuera, mientras que en el otro lado se ha optado a menudo por un exceso de imaginación, especulación o
sensacionalismo. Prueba de todo esto es que, por ejemplo, el Ser de Atacama,
pese a todas las iniciativas llevadas a cabo por Ramón Navia, sigue siendo un
misterio irresoluble y un foco de polémicas sin fin. Ante este panorama, sería
bien posible que la propia naturaleza nos reserve aún muchas sorpresas, y –como
decía el autor alternativo Peter Kolosimo– estemos aún en un “planeta desconocido” pese al gran
avance de todas las ciencias. En este contexto, empero, el mundo académico
persiste en sus pesquisas evolucionistas en el pasado, tratando de apuntalar de
mala manera su teoría, mientras que ha decidido enviar al cajón de las
rarezas el tema de los gnomos y los gigantes.
Con todo, a la vista de lo que aquí he expuesto, no se pueden despreciar
las pruebas e indicios de todo tipo y alguien debería agarrar el toro por los
cuernos para emprender una investigación a fondo, rigurosa y sin
prejuicios, a fin de que las visiones establecidas, la ortodoxa y la
alternativa, no contaminen los eventuales resultados. Así, no sólo se deberían
buscar pistas en el pasado, sino también afrontar el fenómeno existente hoy en
día, teniendo como premisa la posible supervivencia de otras ramas de homínidos
inteligentes que han convivido durante milenios con el Homo sapiens,
apartándose u ocultándose de él por las más diversas razones, entre las cuales
no faltaría la más básica: la necesidad de mantenerse con vida.
© Xavier Bartlett 2019
Fuente imágenes: Wikimedia Commons / archivo del autor
(imagen microlitos: http://nailos.org/wp-content/uploads/2015/02/Nailos_2_art3.pdf)
[1] Se trata de
una imagen un poco borrosa captada por Victoria Ginn en la localidad de Makira
(islas Salomón) en 2004.
[2] Este
documento está disponible en
su web (http://www.human-resonance.org/hobbits_&_gnomes.html),
y en él se exponen varis casos sorprendentes y se adjuntan unas fotografías no
menos impactantes (si son reales y no trucadas).
[3] Artefactos
muy pequeños realizados en piedra (generalmente sílex), típicos del periodo
Epipaleolítico, según la ortodoxia académica.
[4] Navia
organizó una expedición en 2008 a otro lugar (en Pachica, Chile) donde se
hablaba de la presencia de gentiles, pero no obtuvo ningún resultado. También
se desplazó a Puerto Rico, donde recibió noticias sobre la muerte de dos seres
de pequeñísima estatura localizados en un paraje llamado Las Tetas de Cayey.
Tras un laborioso trabajo de
investigación, pudo descubrir que habían matado a uno, mientras que el otro,
aún vivo, fue llevado a los Estados Unidos.
[5]
Aproximadamente unos 42 centímetros.
[6] Iniciativa
concretada en el llamado Disclosure Project.