Cuando hablamos de historia o arqueología alternativa casi siempre nos vienen a la mente las propuestas de ciertos autores independientes, que –si bien pueden tener estudios superiores o ser buenos profesionales en otra disciplina– prácticamente nunca son arqueólogos o historiadores “de carrera”. No obstante, existen unas pocas personas licenciadas en historia o arqueología que han roto total o parcialmente sus lazos con el estamento oficial y que son prácticamente desconocidas para el gran público, entre otras razones porque o bien no han desarrollado una exitosa carrera literaria o bien han limitado sus actividades a círculos reducidos. Por otro lado, el hecho de pensar y actuar de forma atrevida en vez de plegarse a las directrices del paradigma imperante ha supuesto para la mayoría de estos científicos especialistas una situación de descrédito o marginación en sus círculos académicos.
Uno de estos llaneros
solitarios, o isla en medio del océano académico, fue el
arqueólogo británico Tom Lethbridge (1901-1971), al cual dedico este artículo a
modo de homenaje para que su figura y su obra salgan un poco del relativo
anonimato en que se encuentran actualmente, al menos en el entorno
hispanoparlante (aunque de todos modos tampoco es precisamente popular en el
ámbito anglosajón).
Thomas
Charles Lethbridge nació en el seno de una familia acomodada de fuerte
tradición militar. Después de recibir una sólida educación en el Wellington
College, ingresó en la Universidad de Cambridge, donde empezó a interesarse por
la arqueología. Una vez obtenida la licenciatura en esta materia comenzó una
brillante carrera profesional en la arqueología local británica, alcanzando el
puesto de conservador de
antigüedades anglosajonas en el Museo Arqueológico de Cambridge. Durante
esta etapa digamos convencional, Lethbridge participó en diversas excavaciones
arqueológicas y escribió seis notables libros sobre la historia de Gran
Bretaña. Sin embargo, llegado el año 1957, una investigación sobre unos
geoglifos excavados sobre un terreno de creta[1]
le hizo romper con el estamento académico hasta el punto de abandonar su cargo en el Museo de Cambridge y retirarse a Devon para dedicarse a otras
investigaciones de tipo más bien heterodoxo. Esta postura le supuso el
distanciamiento de sus colegas, pero Lethbridge asumió plenamente este desafío de ir
por libre y plantear preguntas incómodas. De hecho, en la introducción de su
libro The legend of the Sons of God escribió lo
siguiente: «Vale la pena lanzar una piedra al estanque para ver qué se mueve en
él».
Así pues, partir de
ese momento, Lethbridge abandonó la ciencia tradicional y se sumergió en el
pensamiento alternativo a la búsqueda de respuestas en varios ámbitos del
conocimiento considerados pseudocientíficos, en particular los que incluían
fenómenos sobrenaturales, paranormales o extrasensoriales. De hecho, se hizo un
firme defensor de la parapsicología hasta el punto de escribir lo siguiente:
«Estoy seguro que, cuando
se trabaje en ella adecuadamente, la parapsicología se convertirá en la más
grande de todas las ciencias, y todas ellas estarán contenidas en ésta. No es
un enmarañado acopio de supersticiones, sino un peldaño más alto en la escalera
de la evolución. Después de todo, los que están investigando los seis sentidos
deben aprender algo más que los que sólo conocen cinco. Tal vez no seamos
investigadores brillantes y nuestras inferencias podrían ser erróneas, pero
habiendo tenido que trabajar todo desde cero, es de destacar hasta dónde hemos
llegado.»[2]
En su extenso
trabajo en este campo (escribió ocho libros sobre estos temas, algunos de ellos
publicados después de su muerte) se hizo un auténtico experto en el uso del
péndulo y la vara de zahorí[3],
llevando a cabo numerosos experimentos que le condujeron a sorprendentes conclusiones sobre las
energías naturales y la intervención de la mente en la propia observación de la
naturaleza. Incluso, llegó a convencerse de que el péndulo permitía registrar
una realidad más allá del mundo físico que podían captar nuestros sentidos;
esto es, que existían dimensiones paralelas que coexisten con la nuestra pero
que en condiciones normales no podemos apreciar. En este sentido, Lethbridge
creía firmemente en una existencia tras la muerte física, pues según sus
investigaciones la mente del hombre era inmortal y no dependía ni del espacio
ni del tiempo, y lamentaba que la ciencia materialista y racionalista fuese
incapaz de concebir una Tierra con múltiples capas o planos de existencia.
En lo que sería
propiamente una aproximación a la historia o arqueología alternativa, Tom
Lethbridge cuestionó abiertamente ciertas “verdades” del paradigma imperante, como
la teoría de la evolución, a la cual veía como una imposición de cierta ciencia
dogmática. Así, no dudó en denunciar el modo en que habían degenerado las teorías de
Darwin:
«Nunca he temido ser un hereje. Dondequiera que he
encontrado una teoría arqueológica citada como si fuera una ley, la he puesto
en duda y a veces la he atacado. Nunca se pretendió que el darwinismo fuese más
que una hipótesis de trabajo. Sin embargo fue conformada con tal fervor por sus
defensores [...] y construida en directa oposición a la Iglesia, que se ha
convertido en una especie de religión.»[4]
Según su punto de
vista, el puro azar no podía explicar el desarrollo de la vasta complejidad de
la vida y por tanto debía existir algún tipo de planificación, lo cual
implicaba a su vez la existencia de un planificador. Ahora bien, a la
hora de definir este planificador, no daba una respuesta directa, sino que
sugería la posible existencia de una cadena de planificadores en orden
ascendente hasta llegar a un planificador del universo entero.
También exploró
terrenos tan heterodoxos como la teoría del antiguo astronauta, a partir de su
incursión en la ufología. A este respecto, concretamente, no negaba la
posibilidad de que hubiera seres inteligentes que se desplazaran por el
Universo en naves espaciales, pero tenía muy presente otra opción, sugerida ya
por otros autores, referente a una procedencia extradimensional de esos
objetos, lo cual encajaba en su experimentación con el péndulo.
Todos estos temas fueron ampliamente abordados por Lethbridge
en su libro póstumo The legend of the
Sons of God, a Fantasy? (1972), desde un enfoque ciertamente
heterodoxo. Esta obra, nacida de su interés por las figuras de los dioses en
las culturas del pasado, planteaba la tesis de que las explicaciones habituales
sobre las leyendas de dioses no iban en la dirección correcta. En su opinión,
las referencias mitológicas sobre los hijos de Dios –que habían procreado con
las hijas de los hombres– no encajaban en un marco antropomórfico o totémico,
sino que apuntaban a la existencia real de una raza llamada “los hijos de Dios”.
El problema radicaba, obviamente, en determinar qué o quiénes eran tales seres.
Lethbridge especuló
sobre la identidad de esos dioses, que a veces parecían muy cercanos a
los humanos en sus defectos y debilidades, y que habían protagonizado ciertas “guerras
en los cielos”. Así, seguramente influido por el reciente realismo fantástico, sugirió
que tal vez provenían de otro planeta y que poseían fantásticas máquinas
voladoras. La intervención de estos seres en la Tierra se habría concretado en
un proceso de hibridación y en un fuerte impulso a la civilización humana. Y
finalmente, con el paso de los siglos, el recuerdo de su estancia se habría
convertido en un relato mítico. Para Lethbridge, los hijos de los dioses habrían
intentado mantener su pureza casándose con otros de su casta para convertirse
en la élite dirigente. De hecho, poseían un conocimiento único –heredado de sus
antepasados “venidos de los cielos”– que habrían conservado a lo largo de los
siglos.
Sobre las
referencias mitológicas a ciertos seres superiores (que Lethbridge denominó avatares,
siguiendo la tradición hindú) que interactuaron con el hombre en calidad de
iniciadores, él pensaba que no eran ninguna fantasía. En su opinión, estos
seres –entre los cuales cita a Buda, Quetzalcóatl o Jesucristo– eran una
especie de grandes maestros que vivían en unos niveles superiores de vibración
y que descendían a unos niveles más bajos para ayudar a los humanos. Sin
embargo, reconocía que la actual ciencia estaba muy lejos de explicar cómo se
producía ese aumento o descenso de vibración.
En fin, a modo de
resumen podemos afirmar que el trabajo realizado desde la trinchera alternativa
por Tom Lethbridge –aún reconociendo que pudo contener muchas conjeturas con
escaso fundamento– supone un notable ejemplo del espíritu científico que se
atreve a explorar los terrenos que van más allá de las fronteras del paradigma del
conocimiento. Para ello, Lethbridge tuvo que romper sus barreras mentales e institucionales
a fin de sumergirse en un pensamiento libre, lúcido y audaz, en que sus intuiciones
le permitieron abrir nuevas puertas para estudiar y comprender la realidad
desde otros planos bien distintos de los establecidos por el estamento académico.
© Xavier
Bartlett 2014
Referencias
GRAVES, T.; HOULT, J. (ed.). The essential T.C. Lethbridge. Routledge.
London, 1980.
SHEPPERD, W. The World of T. C. Lethbridge.
A cesc publication. (2009)
[1] Las conclusiones y especulaciones
sobre este yacimiento (que se plasmaron en su libro
titulado Gogmagog: The Buried Gods; “Gogmagog:
los dioses enterrados”) apenas eran aceptables según los patrones académicos.
[2] LETHBRIDGE, T. The Monkey's Tail - a study in evolution &
parapsychology (1969)
[3] Lethbridge,
recuperando su experiencia arqueológica, usó este artefacto para localizar
objetos enterrados en excavaciones arqueológicas.
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