miércoles, 8 de marzo de 2017

El megalitismo como legado de una conciencia superior


Ya he tratado en varios artículos de este blog el tema del megalitismo, que aún encierra múltiples incógnitas y que en mi opinión no ha sido correctamente interpretado por la arqueología ortodoxa, por no decir que sigue siendo un enigma en su última razón de ser. Lo que voy a presentar a continuación es una breve reflexión que procede de mis conversaciones con el periodista científico e investigador independiente Guillermo Caba Serra, autor de dos notables obras, Conciencia: el enigma desvelado y La arqueología de la conciencia.

La teoría de Guillermo Caba nace de su interés sobre el pasado más remoto y su conexión con un alto conocimiento que hoy hemos perdido, y que no sería otro que un estado de conciencia superior –perdido tras el Diluvio[1]– que permitía ver el cosmos y la propia existencia humana desde una perspectiva espiritual o trascendente, bien alejada del actual paradigma materialista. Lo que Caba quiere destacar es que en estos grandes monumentos megalíticos dispersos por el planeta no hallamos inscripciones o atribuciones a un rey, jefe, emperador o a una comunidad determinada. Esta obvia característica convierte a estas enormes estructuras en testigos completamente mudos y anónimos de su época. ¿Quién había detrás de un esfuerzo tan colosal? ¿Qué monarca encargó edificar tal monumento? ¿Quiénes fueron los arquitectos o maestros de obra? ¿Qué pueblos se movilizaron para realizar tales empresas? Lo cierto es que no hay rastro físico directo en los propios monumentos que nos permita salir de dudas, aunque sí es cierto que se conservan numerosas leyendas, mitos e incluso referencias históricas que de algún modo tratan de identificar a los autores de estas magnas obras, que no podían pasar desapercibidas para las personas que las contemplaron a lo largo de los siglos.

Túmulo de Newgrange (Irlanda)
Si repasamos un poco la casuística, tenemos por ejemplo el megalitismo atlántico y mediterráneo, con estructuras simples y otras más complejas, y con acabados diversos, de lo relativamente basto a lo más preciso. De cualquier modo, no hay ninguna escritura o marca que nos permita identificar a los autores[2]. En el mejor de los casos existen algunos grabados o decoraciones, como las típicas espirales, que se repiten en lugares tan distantes geográficamente como Irlanda o Malta. La arqueología académica atribuye estos monumentos a las comunidades neolíticas de las diferentes regiones, con unas cronologías que van por encima del 5.000 a. C. hasta prácticamente adentrarse en la Edad del Bronce, en segundo milenio antes de Cristo. No obstante, algunos autores alternativos consideran que tal vez estas cronologías estén equivocadas y que podrían ser bastante más antiguas, tema que luego analizaremos con un poco más de detalle.

En segundo lugar cabe citar el megalitismo de Sudamérica, representado básicamente en la región andina y en la amplia zona de influencia alrededor de la ciudad de Tiahuanaco, que destaca por los imponentes muros del patio de Kalasasaya y los restos no menos impresionantes de Puma Punku, con bloques de 100-150 toneladas o incluso más. Luego tenemos todo el sobresaliente megalitismo de enclaves como Ollantaytambo, Cuzco y Sacsayhuamán, con piedras enormes e irregulares que encajan unas con otras como en un perfecto puzzle y sin necesidad de mortero. Y una vez más, ni una sola inscripción, ni un solo nombre; tan solo disponemos de antiguas tradiciones que hablan de constructores de un remoto tiempo de dioses y gigantes. Entretanto, la arqueología convencional ha atribuido todos estos monumentos a la civilización inca, pese a que algunos autores alternativos han señalado que las típicas estructuras y formas de construcción de los incas (con piedra pequeña) se superpusieron a las grandes estructuras, que podrían ser muy anteriores[3].

Trilito de Ha'amonga (Tonga)
Después podemos mencionar varias estructuras megalíticas de todo tipo diseminadas por otros rincones del planeta, como por ejemplo en Asia y el Pacífico, donde se encuentran restos diversos que las tribus nativas atribuyen a sus ancestros más lejanos, en forma de gigantes y semidioses. Este megalitismo es muy poco conocido, con excepciones, pero contiene ejemplos tan notables como los moais de la isla de Pascua, las ruinas de Nan Madol (Ponape), la Casa de Taga[4] (Tianan, islas Marianas), el trilito de Ha’amonga (Tonga) o la estructura Masuda no iwafune (Nara, Japón), realizada con gigantescos monolitos de granito de entre 300 y 500 toneladas y de función indefinida. Y tampoco en este megalitismo encontramos nombre alguno...

Trilithon de Baalbek
Finalmente, nos podemos referir al megalitismo atribuido a las civilizaciones de África y Oriente Medio, desde Turquía hasta Egipto pasando por el levante mediterráneo. Precisamente, en Turquía se alza el complejo de Gobleki Tepe, un posible lugar ceremonial, aunque nadie sabe exactamente qué era. Este singular yacimiento ha roto muchos moldes en arqueología pues por primera vez –disponiendo de dataciones fiables por radiocarbono– se ha reconocido que constituye un horizonte muy anterior a las primeras civilizaciones e incluso al periodo neolítico. Y en sus famosos pilares monolíticos hallamos decoración diversa, pero ningún rastro de escritura, ninguna pista de los constructores. Igualmente no tenemos ninguna marca en los bloques gigantescos del santuario de Baalbek (Líbano), de unos 20 metros de largo y estimados en un peso que va desde las 800 toneladas del Trilithon hasta las 1.650 de un bloque recientemente descubierto en la cantera, junto a la llamada Piedra del Sur, de poco más de 1.200 toneladas[5]. Y la arqueología convencional aún sigue atribuyendo absurdamente el basamento de esta obra a los romanos, los cuales ni de lejos trabajaban con piedras de ese peso y tamaño.

Si nos desplazamos a Egipto, cabe decir que existe un megalitismo poco reconocido como tal, pero muy evidente en forma de estructuras como el Osireion (en Abydos), los enormes sarcófagos del Serapeum (en Saqqara), o los templos de la Esfinge y de Khafre (en Guiza), por no hablar de la propia Gran Esfinge, la escultura más grande del mundo, que fue excavada sobre la roca caliza del terreno. En estas grandes obras es visible el uso de enormes bloques de gran peso, así como un trabajo de máxima precisión, como en los citados sarcófagos[6]. Asimismo, Guillermo Caba hace referencia a las antiguas pirámides, las primeras y más colosales, como ejemplo de ese megalitismo anónimo. Y en efecto, tales obras más arcaicas no poseen inscripciones, pese a que los egipcios llenaban literalmente sus monumentos de jeroglíficos, incluyendo claras referencias al faraón o al noble responsable de la construcción.

cartucho de Khufu
Por supuesto, para sustentar esta visión hay que asumir que las famosas inscripciones de las cámaras de descarga de la pirámide de Khufu no eran originales, ya fueran pintadas allí en la época de la IV dinastía (lo que implica que la pirámide sería mucho más antigua), ya fueran falsificadas en 1837 por el egiptólogo Howard-Vyse, un personaje de dudosa reputación[7]. Así pues, es fundamental reconocer que en algunos casos, aunque hallemos textos en ciertos monumentos, se trataría de añadidos posteriores a la época de la construcción, como se puede comprobar fácilmente, por ejemplo, en la Gran Esfinge y la famosa Estela del Sueño. Otra cosa sería hablar de las pirámides de finales del Imperio Antiguo y más adelante, con conocidas inscripciones en su interior (como los famosos Textos de las Pirámides), pero que fueron erigidas de manera más basta y pobre –sin recurrir a grandes y perfectos bloques de piedra– y que actualmente son prácticamente una pila de escombros y ruina.

Así llegaríamos a admitir la hipótesis de que posiblemente estas estructuras megalíticas no fueron construidas en la época dinástica sino que eran muy anteriores y que fueron remodeladas, restauradas o reivindicadas por los gobernantes de las épocas históricas conocidas. A este respecto, es oportuno recordar que los propios antiguos egipcios reconocieron en diversos documentos –empezando por las famosas listas de Manetón– que antes de las primeras dinastías “históricas” habían existido otras muchas dinastías de reyes que se remontaban a varios miles de años atrás, y que incluían a dioses, semidioses y héroes. Ahora bien, para la egiptología todo esto es pura mitología.

Ruinas del Osireion
Sin embargo, no se pueden dejar a un lado las dataciones extremadamente antiguas de Gobleki Tepe, ni los datos “heréticos” procedentes de la geología sobre la Gran Esfinge y sus templos adjuntos, que muestran una marcada erosión por agua y una antigüedad enorme que no encaja con la cronología tradicional. También resulta del todo evidente que el Osirerion, atribuido al faraón Seti I, del Imperio Nuevo, no puede ser de esa época porque es de un estilo arquitectónico totalmente distinto al del templo adjunto de Seti, no contiene ninguna inscripción y está situado varios metros por debajo del mencionado templo, en un nivel estratigráfico mucho más antiguo.

Recapitulando todo este escenario, podemos afirmar que existen muchas similitudes formales y técnicas en las estructuras de este megalitismo disperso por varias regiones del planeta, pese a que los expertos académicos no quieren ni oír hablar de un origen común o difusionismo de este fenómeno. El caso es que nos enfrentamos a grandes obras realizadas principalmente con enormes bloques regulares o irregulares, unidos a la perfección[8] y sin mortero, en una época indefinida muy anterior a las primeras civilizaciones. Frente a esto, la arqueología académica nos sitúa estas proezas en el Neolítico o en la Edad del Bronce, un tiempo en que los métodos y los recursos técnicos eran –según las propias pruebas arqueológicas– relativamente precarios para tallar, mover, levantar y colocar con tanta precisión esas piedras gigantescas, aunque fuera disponiendo de miles de trabajadores. Desde luego, no se trata de considerar a esas culturas antiguas como primitivas e incapaces, pues su ingenio y sus habilidades están fuera de toda duda, dados sus logros bien contrastados en arquitectura e ingeniería, pero hay cosas que superan la lógica y el sentido común, se miren como se miren.

Hoy en día estas obras megalíticas anónimas están todavía en pie en su mayor parte, si bien algunas muestran más desgaste por el paso del tiempo y la acción de los elementos. En cualquier caso, es bien evidente que nos transmiten una sensación de durabilidad y sobre todo de eternidad, habiendo resistido durante milenios a toda clase de catástrofes naturales (especialmente terremotos), aparte de la erosión de los agentes naturales y de la intervención destructiva del hombre. Y siendo como son unas obras que a menudo  empequeñecen a nuestras más modernas construcciones, nos podríamos preguntar ahora por qué no tenemos la “firma” de sus autores, que deberían estar bien orgullosos de haber erigido tales gestas arquitectónicas[9]. Ahí es donde vuelvo a la visión de Guillermo Caba para cerrar el argumento.

Guillermo Caba Serra
Según él, no tenemos ninguna referencia directa de los autores porque dichas obras no fueron construidas bajo nuestro actual estado de conciencia, sino en una remota era con un estado de conciencia mucho más elevado, en el cual todavía reinaba la concepción de formar parte de un todo por encima de la separación o la dualidad. En otras palabras, prevalecería la identidad colectiva o el nosotros frente al yo, o más exactamente el ego. De este modo, sería impensable que una persona (o incluso un grupo de ellas) tuviera el más mínimo afán por dejar huella y atribuirse con orgullo y vanidad un determinado logro. De esta idea se podría deducir que existía una espiritualidad latente en toda la comunidad que permitía crear obras fabulosas pero no para la vanidad sino para la iniciación y la iluminación[10] o bien para una finalidad práctica comunitaria. Es de suponer también que en ese estado de conciencia los seres humanos dispusieran de unas capacidades más grandes para manipular la materia (¿una ciencia metafísica?) y de ahí la relativa facilidad para construir de esa manera, que todavía en la actualidad nos parece una barbaridad por los pesos y tamaños manejados.

No obstante, a esta teoría se le podrían objetar al menos dos hechos evidentes. Por un lado, es patente que existen muchos monumentos de la Prehistoria y del Mundo Antiguo que también son anónimos y que no son estrictamente megalíticos. Por otro lado, está el tema del uso de la escritura, que arrancó en el cuarto milenio antes de Cristo en Mesopotamia y luego en Egipto como consecuencia directa del proceso de civilización de las sociedades neolíticas más avanzadas[11].  Esta invención vendría a dar respuesta a la creciente necesidad de registrar los intercambios o relaciones comerciales, a ordenar la actividad económica y a fijar y difundir los mandatos establecidos por los primeros estados; en suma, a regular y administrar el mundo material. Así pues, lógicamente, si las sociedades artífices de los monumentos megalíticos no habían llegado a este estadio de civilización, no es de suponer que escribiesen nada sobre sus obras.

Escritura jeroglíca egipcia
Frente a esta obviedad, podríamos admitir que muchos monumentos megalíticos estaban lejos –tanto en el espacio como en el tiempo– de la civilización, pero en cambio otros, como la Gran Pirámide de Guiza, eran claras muestras de la más alta “civilización” y tendríamos que preguntarnos por qué no se escribió nada en ellos. Y todavía nos quedaría una última vuelta de tuerca, pues podemos especular con la hipótesis de que en un estado superior de conciencia, los seres humanos fueran capaces de comunicarse telepáticamente y de almacenar y compartir información en un campo energético de información común, algo similar al concepto de los campos morfogenéticos planteados por Rupert Sheldrake. De este modo no precisarían para nada de un sistema de escritura, que en realidad sería un síntoma evidente de la involución de nuestras capacidades congénitas hacia un estado de conciencia inferior (en el que vivimos actualmente).

En conclusión, el enfoque de Guillermo Caba –aun con todos sus elementos discutibles o especulativos– aporta un interesante argumento sobre la oscura identidad de los autores de esas grandes obras, que no sólo dispondrían de unas notables capacidades técnicas sino que posiblemente también veían su realidad de una forma bastante distinta a la nuestra, poniendo por delante valores espirituales por encima de los materiales o personales. Pero sin duda quedan todavía muchas preguntas por contestar sobre el propósito del megalitismo, y en este empeño será preciso abrir la mente a nuevos escenarios e ideas que forzosamente habrán de ir más allá del modelo de pensamiento del actual paradigma científico.

© Xavier Bartlett 2017
 
Fuente imágenes: Wikimedia Commons / archivo del autor





[1] Para Caba, el Diluvio no habría sido en realidad una gran catástrofe natural, sino el impacto de una especie de ola electromagnética cósmica, que cambió nuestra visión y percepción de la realidad.
[2] Sin embargo, según la arqueóloga Marija Gimbutas, existiría una especie de meta-lenguaje encarnado en esas decoraciones y motivos propios de las comunidades neolíticas-megalíticas, que ella atribuyó a una sociedad matriarcal.
[3] Alfredo y Jesús Gamarra, investigadores peruanos, señalaron que habían identificado tres estilos de construcción, dos megalíticos –muy antiguos– y otro “normal”, que debía asignarse a los incas.
[4] No es realmente una “casa”, sino dos enormes columnas con capiteles semiesféricos, aunque originalmente se dice que había hasta diez, en dos hileras. Se han identificado restos similares en otras islas del Pacífico.
[5] Estas cifras nos pueden parecer exorbitantes, pero no serían los megalitos más grandes jamás tallados por el hombre si se confirma la artificialidad de las formaciones pétreas del Monte Shoria (Rusia), con bloques que podrían alcanzar las 3.000 toneladas o incluso más.
[6] Al menos la egiptología los califica como tal, para servir de enterramiento a los bueyes Apis, aunque algunos autores no lo creen viable ni creíble, con cajas de granito pulidas con una perfección propia de la maquinaria actual y de muchas toneladas de peso (entre 60 y 80, más unas 15 toneladas de la tapa).
[7] Cabe señalar que también en la Gran Pirámide existe una breve inscripción, el tetragrámaton, cuatro signos desconocidos que fueron grabados sobre la entrada original de la pirámide y que nadie sabe qué significan y en qué época fueron inscritos.
[8] En prácticamente todos estos monumentos es imposible introducir el filo de una navaja o un papel entre las juntas de las piedras.
[9] A este respecto, es oportuno citar que algunas obras muy posteriores fueron del máximo orgullo de sus artífices, como el caso del ingeniero romano Gaius Iulius Lacer (s. II d. C.) que construyó el puente de Alcántara (Cáceres, España) y que en un templete anexo dejó escrito, aparte de su nombre, que el puente “duraría tanto como duraran los siglos del mundo”. Y en efecto, el puente sigue allí, con pocas reformas.
[10] Guillermo Caba opina que tanto el santuario de Gobekli Tepe como la Gran Pirámide de Guiza eran precisamente lugares de iniciación mística.

[11] Cabe señalar, empero, que para muchos autores ya habían existido previamente sistemas primitivos de escritura (“protoescritura”) en forma de signos y símbolos y que podían remontarse incluso al Paleolítico.

4 comentarios:

Piedra dijo...

Muy interesante el enfoque que coincide con lo que enseñan las escuelas de misterios, que la tecnología (escritura incluida) son síntomas de involución. Esa sería la explicación de que no se encuentre tecnología prediluviana: no la necesitaban, la suplían con las capacidades psíquicas.



Un saludo.

Xavier Bartlett dijo...

Gracias por el comentario

Eso mismo pienso yo; el hombre moderno está fuertemente mermado con respecto a ese hipotético humano del ciclo anterior de conciencia. Eso explicaría muchas cosas y desde luego fulminaría la teoría de la evolución, tanto física como cultural. Véase el artículo anterior sobre la visión de Guénon; él estaba del todo convencio de que era así y le parecía una verdad científica, no una mera conjetura. Por supuesto, Guénon era un iniciado.

saludos,
X.

Ismael dijo...

De hecho solo tenemos que fijarnos en los animales,como tienen capacidades radiestesicas y telepaticas que perfectamente hemos podido poseer...Un saludo, me gusta el trabajo que haces.

Xavier Bartlett dijo...

Gracias por el comentario Ismael

Bueno, esa es la teoría de Sheldrake, que me parece perfectamente razonable y que encajaría en la concepción de unos humanos más capaces hace miles de años. En efecto, los animales están mucho más "avanzados" de lo que pudiéramos suponer... e incluso las plantas. Pienso que el humano actual es una mala copia de lo que fue en otra era; el porqué de la degeneración sería la gran pregunta.

Saludos,
X.