Ya he tratado en varios artículos
de este blog el tema del megalitismo, que aún encierra múltiples incógnitas y
que en mi opinión no ha sido correctamente interpretado por la arqueología
ortodoxa, por no decir que sigue siendo un enigma en su última razón de ser. Lo
que voy a presentar a continuación es una breve reflexión que procede de mis
conversaciones con el periodista científico e investigador independiente
Guillermo Caba Serra, autor de dos notables obras, Conciencia: el enigma
desvelado y La arqueología de la conciencia.
La teoría de Guillermo Caba nace
de su interés sobre el pasado más remoto y su conexión con un alto conocimiento
que hoy hemos perdido, y que no sería otro que un estado de conciencia superior
–perdido tras el Diluvio[1]–
que permitía ver el cosmos y la propia existencia humana desde una perspectiva
espiritual o trascendente, bien alejada del actual paradigma materialista. Lo
que Caba quiere destacar es que en estos grandes monumentos megalíticos
dispersos por el planeta no hallamos inscripciones o atribuciones a un rey,
jefe, emperador o a una comunidad determinada. Esta obvia característica
convierte a estas enormes estructuras en testigos completamente mudos y
anónimos de su época. ¿Quién había detrás de un esfuerzo tan colosal? ¿Qué
monarca encargó edificar tal monumento? ¿Quiénes fueron los arquitectos o
maestros de obra? ¿Qué pueblos se movilizaron para realizar tales empresas? Lo
cierto es que no hay rastro físico directo en los propios monumentos que nos
permita salir de dudas, aunque sí es cierto que se conservan numerosas
leyendas, mitos e incluso referencias históricas que de algún modo tratan de
identificar a los autores de estas magnas obras, que no podían pasar desapercibidas
para las personas que las contemplaron a lo largo de los siglos.
Túmulo de Newgrange (Irlanda) |
En segundo lugar cabe citar el
megalitismo de Sudamérica, representado básicamente en la región andina y en la
amplia zona de influencia alrededor de la ciudad de Tiahuanaco, que destaca por
los imponentes muros del patio de Kalasasaya y los restos no menos
impresionantes de Puma Punku, con bloques de 100-150 toneladas o incluso más.
Luego tenemos todo el sobresaliente megalitismo de enclaves como Ollantaytambo,
Cuzco y Sacsayhuamán, con piedras enormes e irregulares que encajan unas con
otras como en un perfecto puzzle y sin necesidad de mortero. Y una vez más, ni
una sola inscripción, ni un solo nombre; tan solo disponemos de antiguas
tradiciones que hablan de constructores de un remoto tiempo de dioses y
gigantes. Entretanto, la arqueología convencional ha atribuido todos estos
monumentos a la civilización inca, pese a que algunos autores alternativos han
señalado que las típicas estructuras y formas de construcción de los incas (con
piedra pequeña) se superpusieron a las grandes estructuras, que podrían ser muy
anteriores[3].
Trilito de Ha'amonga (Tonga) |
Trilithon de Baalbek |
Si nos desplazamos a Egipto, cabe
decir que existe un megalitismo poco reconocido como tal, pero muy evidente en forma
de estructuras como el Osireion (en Abydos), los enormes sarcófagos del
Serapeum (en Saqqara), o los templos de la Esfinge y de Khafre (en Guiza), por
no hablar de la propia Gran Esfinge, la escultura más grande del mundo, que fue
excavada sobre la roca caliza del terreno. En estas grandes obras es visible el
uso de enormes bloques de gran peso, así como un trabajo de máxima precisión,
como en los citados sarcófagos[6].
Asimismo, Guillermo Caba hace referencia a las antiguas pirámides, las primeras
y más colosales, como ejemplo de ese megalitismo anónimo. Y en efecto, tales
obras más arcaicas no poseen inscripciones, pese a que los egipcios llenaban
literalmente sus monumentos de jeroglíficos, incluyendo claras referencias al
faraón o al noble responsable de la construcción.
cartucho de Khufu |
Así llegaríamos a admitir la hipótesis
de que posiblemente estas estructuras megalíticas no fueron construidas en la
época dinástica sino que eran muy anteriores y que fueron remodeladas,
restauradas o reivindicadas por los gobernantes de las épocas históricas
conocidas. A este respecto, es oportuno recordar que los propios antiguos
egipcios reconocieron en diversos documentos –empezando por las famosas listas
de Manetón– que antes de las primeras dinastías “históricas” habían existido
otras muchas dinastías de reyes que se remontaban a varios miles de años atrás,
y que incluían a dioses, semidioses y héroes. Ahora bien, para la egiptología
todo esto es pura mitología.
Ruinas del Osireion |
Recapitulando todo este
escenario, podemos afirmar que existen muchas similitudes formales y técnicas
en las estructuras de este megalitismo disperso por varias regiones del
planeta, pese a que los expertos académicos no quieren ni oír hablar de un
origen común o difusionismo de este fenómeno. El caso es que nos enfrentamos a
grandes obras realizadas principalmente con enormes bloques regulares o
irregulares, unidos a la perfección[8]
y sin mortero, en una época indefinida muy anterior a las primeras
civilizaciones. Frente a esto, la arqueología académica nos sitúa estas proezas
en el Neolítico o en la Edad del Bronce, un tiempo en que los métodos y los
recursos técnicos eran –según las propias pruebas arqueológicas– relativamente
precarios para tallar, mover, levantar y colocar con tanta precisión esas
piedras gigantescas, aunque fuera disponiendo de miles de trabajadores. Desde
luego, no se trata de considerar a esas culturas antiguas como primitivas e
incapaces, pues su ingenio y sus habilidades están fuera de toda duda, dados
sus logros bien contrastados en arquitectura e ingeniería, pero hay cosas que
superan la lógica y el sentido común, se miren como se miren.
Hoy en día estas obras
megalíticas anónimas están todavía en pie en su mayor parte, si bien algunas
muestran más desgaste por el paso del tiempo y la acción de los elementos. En
cualquier caso, es bien evidente que nos transmiten una sensación de
durabilidad y sobre todo de eternidad, habiendo resistido durante milenios a
toda clase de catástrofes naturales (especialmente terremotos), aparte de la
erosión de los agentes naturales y de la intervención destructiva del hombre. Y
siendo como son unas obras que a menudo
empequeñecen a nuestras más modernas construcciones, nos podríamos
preguntar ahora por qué no tenemos la “firma” de sus autores, que deberían
estar bien orgullosos de haber erigido tales gestas arquitectónicas[9].
Ahí es donde vuelvo a la visión de Guillermo Caba para cerrar el argumento.
Guillermo Caba Serra |
Según él, no tenemos ninguna
referencia directa de los autores porque dichas obras no fueron construidas
bajo nuestro actual estado de conciencia, sino en una remota era con un estado
de conciencia mucho más elevado, en el cual todavía reinaba la concepción de
formar parte de un todo por encima de la separación o la dualidad. En otras
palabras, prevalecería la identidad colectiva o el nosotros frente al yo,
o más exactamente el ego. De este modo, sería impensable que una persona
(o incluso un grupo de ellas) tuviera el más mínimo afán por dejar huella y
atribuirse con orgullo y vanidad un determinado logro. De esta idea se podría
deducir que existía una espiritualidad latente en toda la comunidad que
permitía crear obras fabulosas pero no para la vanidad sino para la iniciación
y la iluminación[10] o bien para
una finalidad práctica comunitaria. Es de suponer también que en ese estado de
conciencia los seres humanos dispusieran de unas capacidades más grandes para
manipular la materia (¿una ciencia metafísica?) y de ahí la relativa facilidad
para construir de esa manera, que todavía en la actualidad nos parece una
barbaridad por los pesos y tamaños manejados.
No obstante, a esta teoría se le
podrían objetar al menos dos hechos evidentes. Por un lado, es patente que
existen muchos monumentos de la Prehistoria y del Mundo Antiguo que también son
anónimos y que no son estrictamente megalíticos. Por otro lado, está el tema
del uso de la escritura, que arrancó en el cuarto milenio antes de Cristo en
Mesopotamia y luego en Egipto como consecuencia directa del proceso de
civilización de las sociedades neolíticas más avanzadas[11]. Esta invención vendría a dar respuesta a la
creciente necesidad de registrar los intercambios o relaciones comerciales, a
ordenar la actividad económica y a fijar y difundir los mandatos establecidos
por los primeros estados; en suma, a regular y administrar el mundo material.
Así pues, lógicamente, si las sociedades artífices de los monumentos
megalíticos no habían llegado a este estadio de civilización, no es de
suponer que escribiesen nada sobre sus obras.
Escritura jeroglíca egipcia |
En conclusión, el enfoque de Guillermo
Caba –aun con todos sus elementos discutibles o especulativos– aporta un
interesante argumento sobre la oscura identidad de los autores de esas grandes
obras, que no sólo dispondrían de unas notables capacidades técnicas sino que
posiblemente también veían su realidad de una forma bastante distinta a la
nuestra, poniendo por delante valores espirituales por encima de los materiales
o personales. Pero sin duda quedan todavía muchas preguntas por contestar sobre
el propósito del megalitismo, y en este empeño será preciso abrir la mente a
nuevos escenarios e ideas que forzosamente habrán de ir más allá del modelo de
pensamiento del actual paradigma científico.
© Xavier Bartlett 2017
Fuente imágenes: Wikimedia Commons / archivo del autor
[1] Para Caba,
el Diluvio no habría sido en realidad una gran catástrofe natural, sino el
impacto de una especie de ola electromagnética cósmica, que cambió nuestra
visión y percepción de la realidad.
[2] Sin embargo,
según la arqueóloga Marija Gimbutas, existiría una especie de meta-lenguaje
encarnado en esas decoraciones y motivos propios de las comunidades
neolíticas-megalíticas, que ella atribuyó a una sociedad matriarcal.
[3] Alfredo y
Jesús Gamarra, investigadores peruanos, señalaron que habían identificado tres
estilos de construcción, dos megalíticos –muy antiguos– y otro “normal”, que
debía asignarse a los incas.
[4] No es
realmente una “casa”, sino dos enormes columnas con capiteles semiesféricos, aunque originalmente se dice que había hasta diez, en dos hileras. Se
han identificado restos similares en otras islas del Pacífico.
[5] Estas cifras
nos pueden parecer exorbitantes, pero no serían los megalitos más grandes jamás
tallados por el hombre si se confirma la artificialidad de las formaciones
pétreas del Monte Shoria (Rusia), con bloques que podrían alcanzar las 3.000
toneladas o incluso más.
[6] Al menos la
egiptología los califica como tal, para servir de enterramiento a los bueyes
Apis, aunque algunos autores no lo creen viable ni creíble, con cajas de
granito pulidas con una perfección propia de la maquinaria actual y de muchas
toneladas de peso (entre 60 y 80, más unas 15 toneladas de la tapa).
[7] Cabe señalar
que también en la Gran Pirámide existe una breve inscripción, el tetragrámaton,
cuatro signos desconocidos que fueron grabados sobre la entrada original de la
pirámide y que nadie sabe qué significan y en qué época fueron inscritos.
[8] En
prácticamente todos estos monumentos es imposible introducir el filo de una
navaja o un papel entre las juntas de las piedras.
[9] A este
respecto, es oportuno citar que algunas obras muy posteriores fueron del máximo
orgullo de sus artífices, como el caso del ingeniero romano Gaius Iulius Lacer
(s. II d. C.) que construyó el puente de Alcántara (Cáceres, España) y que en
un templete anexo dejó escrito, aparte de su nombre, que el puente “duraría
tanto como duraran los siglos del mundo”. Y en efecto, el puente sigue allí,
con pocas reformas.
[10] Guillermo
Caba opina que tanto el santuario de Gobekli Tepe como la Gran Pirámide de
Guiza eran precisamente lugares de iniciación mística.
[11] Cabe señalar, empero, que para muchos autores ya habían existido previamente sistemas primitivos de escritura (“protoescritura”) en forma de signos y símbolos y que podían remontarse incluso al Paleolítico.
4 comentarios:
Muy interesante el enfoque que coincide con lo que enseñan las escuelas de misterios, que la tecnología (escritura incluida) son síntomas de involución. Esa sería la explicación de que no se encuentre tecnología prediluviana: no la necesitaban, la suplían con las capacidades psíquicas.
Un saludo.
Gracias por el comentario
Eso mismo pienso yo; el hombre moderno está fuertemente mermado con respecto a ese hipotético humano del ciclo anterior de conciencia. Eso explicaría muchas cosas y desde luego fulminaría la teoría de la evolución, tanto física como cultural. Véase el artículo anterior sobre la visión de Guénon; él estaba del todo convencio de que era así y le parecía una verdad científica, no una mera conjetura. Por supuesto, Guénon era un iniciado.
saludos,
X.
De hecho solo tenemos que fijarnos en los animales,como tienen capacidades radiestesicas y telepaticas que perfectamente hemos podido poseer...Un saludo, me gusta el trabajo que haces.
Gracias por el comentario Ismael
Bueno, esa es la teoría de Sheldrake, que me parece perfectamente razonable y que encajaría en la concepción de unos humanos más capaces hace miles de años. En efecto, los animales están mucho más "avanzados" de lo que pudiéramos suponer... e incluso las plantas. Pienso que el humano actual es una mala copia de lo que fue en otra era; el porqué de la degeneración sería la gran pregunta.
Saludos,
X.
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