domingo, 11 de noviembre de 2018

La paleoantropología, en caída libre (2ª parte)



En la primera parte de este artículo expuse dos investigaciones que saltaron a la prensa como grandes hallazgos y avances en la ciencia de la Prehistoria, pero ya razoné argumentadamente que más bien estamos ante una continua sobredosis de noticias científicas que o bien no aportan nada sustancial o bien siguen apuntalando los viejos dogmas y prejuicios científicos sobre el origen del hombre, el evolucionismo o la Prehistoria en general.

No obstante, estoy convencido de que tanta investigación sólidamente patrocinada y publicitada contiene unas sutiles intenciones que van más allá de las meras propuestas científicas. En este sentido, considero que muchas investigaciones actuales son promocionadas y difundidas en la prensa de todo el mundo por razones que quizá no tengan que ver nada con el estudio del remoto pasado, sino con la ingeniería social del presente. Hace no mucho incidí en esta visión en el artículo sobre “civilizaciones desaparecidas y mensajes subliminales”, un estudio especulativo que a mi juicio tenía más bien poco –por no decir nada– de arqueología y sí mucho de maniobra pseudocientífica para extender las consabidas amenazas del cambio climático. Esto es, se utiliza el pasado para lanzar un mensaje de alarma en el presente. En suma, no sólo estamos ante una ciencia de baja calidad, que construye castillos en el aire y los sustenta con grandes dosis de parafernalia tecnológica o estadística, sino ante proyectos pseudocientíficos que tratan de utilizar torticeramente ciertos aspectos del pasado para vender e implantar determinadas ideas o tendencias sociales.

Bueno, ahora se podría decir que veo fantasmas donde no los hay y que apelo a oscuras conspiraciones, pero lo cierto es que cuando el hecho se repite una y otra vez y con el mismo modus operandi, no puede ser casualidad. Siendo generosos y escépticos podríamos admitir que haya uno, dos o tres artículos que apuesten por este tipo de ciencia, pero lo que llama la atención es que la mayoría de noticias de arqueología que llegan al gran público están cortadas por el mismo patrón, la misma carga ideológica moderna y el mismo tratamiento periodístico simple y sensacionalista. Y si uno rasca un poco sobre la superficie llena de datos y análisis verá la repetición de conclusiones vagas que apenas resisten una crítica razonada, pero que incitan a sutiles comparaciones entre el pasado y el presente para extraer consecuencias amenazantes. Esto sí que es “arqueología alternativa” y no lo que escriben Hancock y compañía... En fin, cada vez siento más respeto por los prehistoriadores del siglo XIX e inicios del XX.

El trabajo ennoblece... y asegura la supervivencia



Uno de los pilares de la sociedad actual es la cultura del trabajo, la competitividad y el esfuerzo, lo cual está muy bien siempre que nos dejaran decidir cómo enfocar nuestro trabajo o actividad y qué hacer con nuestras vidas para ser personas en vez de máquinas de producción. Sobre esta visión, se ha dicho en tono humorístico que la esclavitud típica de la Antigüedad no desapareció; fue sustituida en tiempos modernos por la jornada de 8 horas... o más. Este tipo de planteamiento social y económico raramente ha sido trasladado a la prehistoria, porque las condiciones de vida de los homínidos en tiempos arcaicos se regían por otros parámetros que poco o nada tienen que ver con nuestra civilizada concepción del trabajo y del rendimiento.

Reconstrucción de Homo erectus
Sin embargo, hace no mucho la publicación científica PloS ONE[1] me sorprendió con un artículo sobre una extraña teoría acerca de las causas de la extinción del Homo erectus. Y dicho sea de paso, cabe resaltar que al pobre erectus se lo había “liquidado” tradicionalmente en una fecha cercana a los 300.000 años, pero desde épocas recientes se acepta que sobrevivió residualmente en pequeñas comunidades hasta unas pocas decenas de miles de años, lo que una vez más pondría de manifiesto que las diversas “especies” de Homo se solaparon en el tiempo y no aparecieron y desaparecieron de golpe –y de forma encadenada– en función de selecciones, luchas o competencias evolutivas. Pero vayamos al grano de la teoría en cuestión.

Un equipo de investigadores de la Universidad Nacional de Australia (ANU), liderado por el arqueólogo Ceri Shipton, ha lanzado una propuesta cuando menos curiosa sobre el devenir del Homo erectus. A partir de los resultados de unas excavaciones realizadas en el yacimiento de Saffaqah, cercano a la población de Dawadmi (en el centro de la Península Arábiga), Shipton ha concluido que el Homo erectus se extinguió –al menos parcialmente– a causa de una actitud poco laboriosa en sus estrategias de supervivencia; esto es, desapareció “por vago”, por optar por la ley del mínimo esfuerzo. En principio todo esto nos puede sonar un poco raro o categórico, pero vamos a explicar en que se basa tal afirmación.

Lo que pudo apreciar el equipo de Shipton es que los restos sobre el terreno delataban que los individuos erectus de aquel lugar no habían hecho grandes esfuerzos ni en la elaboración de herramientas ni en la búsqueda de recursos. Así, se pudo comprobar que en los diferentes estratos –correspondientes a una sucesión de épocas– las herramientas de piedra, clasificadas técnicamente como la típica industria achelense de piezas bifaces,  permanecían invariables. Se trataba de simples  herramientas obtenidas a partir de los cantos rodados del lecho del río cercano. Esto es, no se mataban a la hora de procurarse el sustento ni se esmeraban en la fabricación de los medios –los utensilios– para procesar dicho sustento.

Lo que también parece demostrado es que esa región, mucho más húmeda hace miles de años, era la confluencia de varias corrientes de agua y que por eso estuvo densamente poblada durante el Paleolítico inferior. En ese contexto, los homínidos de aquella época parece que se acomodaron a la abundancia de recursos de todo tipo. Esto les llevó a ser relativamente conservadores en la elaboración y mejora de sus artefactos, y siempre emplearon los guijarros que tenían más a mano, junto a sus campamentos, para realizar sus toscas herramientas.

Esta estrategia podría ser eficaz a corto plazo pero no con vistas a crecientes cambios y adversidades, sobre todo de tipo climático, con una progresiva desertización del paisaje. Así, frente a la capacidad de los neandertales y los sapiens arcaicos para realizar herramientas de mejor calidad, quizá los erectus se quedaron estancados y no supieron reaccionar hasta que fue demasiado tarde. Esta falta de esfuerzo se vería refrendada por la presencia de un cercano yacimiento de roca de mayor calidad que no fue utilizado. De hecho, no se ha detectado allí ningún resto de herramienta o de cantera incipiente. Shipton se pregunta por qué no hicieron nada y e interpreta que –aunque los erectus sabían bien que el yacimiento estaba ahí mismo– no vieron ninguna necesidad de molestarse en explotarlo.

A este respecto, Shipton ha declarado en los medios lo siguiente: “Lo cierto es que no parece que se esforzaran demasiado. No tengo la sensación de que fueran exploradores mirando por encima del horizonte. No creo que tuvieran la misma capacidad de maravillarse que tenemos nosotros.”

Artefactos de H. erectus hallados en Saffaqah (Arabia Saudí). Fuente: artículo original en PloS ONE

El escenario final que se plantea es que, a la vista de la continuidad de las herramientas, la falta de progreso y la “comodidad” de vivir junto a ricas fuentes de agua por parte de los erectus, tuvo lugar un cierto colapso tecnológico cuando las condiciones de vida se hicieron desfavorables, principalmente debido a la progresiva aridez del medio natural. Y como resultado de tal colapso los erectus desaparecieron del lugar, lo cual podría extrapolarse a una extinción a una escala mayor en las diversas regiones habitadas por este homínido. En fin, estaríamos en la línea del más puro evolucionismo por selección natural: los que no se adaptan a entornos cambiantes y hostiles acaban por extinguirse, dando paso a especies más evolucionadas que sí luchan, se esfuerzan y se adaptan de una forma competitiva.

En fin, lo primero que cabe decir ante esta propuesta es que es sólo una hipótesis y que está restringida a una zona muy concreta del planeta. De hecho, la ciencia no tiene ninguna explicación probada de por qué se extinguieron las diversas “especies” de homínidos que nos precedieron. En efecto, hay teorías más o menos fundadas pero ninguna certeza. Es algo similar a lo que ocurre con la famosa desaparición de los dinosaurios hace 65 millones de años, con la teoría del impacto de un gran meteorito. Es plausible, pero no podemos asegurar nada. Y de paso, véase que en dicho escenario no habría existido ningún proceso de selección natural sino un evento cósmico catastrófico que se habría llevado por delante a “los más fuertes y adaptados”.

Otro hecho que llama la atención es que se pueda especular con el poco esfuerzo del Homo erectus y su capacidad de supervivencia. Se compara negativamente al erectus con otros homínidos “más evolucionados” como el neandertal o el sapiens, pero si tomamos los propios estudios aceptados por la ciencia de la Prehistoria veremos que el erectus vivió sobre nuestro planeta alrededor de 1,8 millones de años, mientras que el neandertal estaría sobre los 300.000 años y el sapiens (hasta la fecha) unos 200.000, si bien muy recientes investigaciones ampliarían bastante dicha cronología. Además, el erectus es el primer homínido que encontramos extendido por todo el planeta (en África toma el nombre de Homo ergaster), con excepción de América[2]. Esto quiere decir que, pese a tratarse de un humano “tosco y primitivo”, fue capaz de viajar a grandes distancias, ocupar territorios con climas y paisajes bien distintos y adaptarse a los cambios climáticos producidos a lo largo de cientos de miles de años.

Figuración de H. erectus haciendo fuego
Los restos que nos han llegado del erectus nos muestran que era un homínido de talla similar a la nuestra pero más fuerte y robusto que nosotros, aunque con un cerebro más pequeño. Este homínido era hábil con las manos y aprendió a usar el fuego. Cazaba y recolectaba y ejerció un cierto dominio sobre los territorios –y sobre las especies competidoras– en los que se asentó. Sus herramientas de piedra bifaces eran ciertamente simples, pero cumplieron bien su labor durante cientos de miles de años. Cuando una cosa funciona bien, ¿qué necesidad hay de cambiarla? Lo que Shipton propone como “falta de evolución” es la constatación de que una estrategia exitosa no provoca cambios sustanciales. Por otro lado, es muy arriesgado afirmar que un cambio tecnológico hubiera comportado necesariamente la supervivencia de esas comunidades. No veo cómo unas herramientas más avanzadas (o realizadas con piedra de mayor calidad) hubieran podido contrarrestar los cambios ambientales más duros. Posiblemente, las condiciones de vida se hicieron tan extremas que la natalidad bajó progresivamente y finalmente los erectus tuvieron que buscarse la vida en otras zonas con más recursos.

Véase también que las actuales tribus que aún mantienen un estilo de vida paleolítico (cazador-recolector) han sobrevivido durante decenas de miles de años sin necesidad de cambiar apenas su primitiva tecnología y sus técnicas de caza y recolección. Sólo la presencia del hombre moderno y de la civilización han supuesto una grave amenaza para su supervivencia. Lo que ocurrió durante la colonización española en América, así como en otros lugares, es que estas personas fueron esclavizadas a un modo de vida productor y de trabajo extenuante (por ejemplo, en las minas), y no estaban preparadas para tales labores. Su forma de vida requería ciertamente de esfuerzo, pero no como el que supone una economía productiva avanzada, enfocada a tener cada vez más recursos y riquezas. De ahí que, a ojos de los europeos, los indígenas pudieran parecer “vagos”.

Y aquí cerramos la reflexión sobre esta visión del Homo erectus. Siendo suspicaz, veo que desde una interpretación ideológica de la Prehistoria se está lanzando un mensaje sesgado al mundo de hoy en día en forma de aviso a navegantes. Ellos (los erectus) “no eran  como nosotros”, “no tenían la capacidad de maravillarse como nosotros”, “recurrían al mínimo esfuerzo”, etc. Esto no cuadra con nuestra actual visión de que “hay que ser competitivos, trabajar muy duro, renunciar al mínimo esfuerzo, seguir avanzando, buscar nuevas metas, no contentarnos con lo que tenemos, etc.” Este es el ideal del mundo moderno, inmerso en la adoración (o sumisión) al trabajo, a la carrera profesional, al dinero, a la tecnología, a los bienes materiales, etc., todo lo cual provoca una continua insatisfacción porque nada nunca es suficiente. Es el progreso por el progreso, que nos lleva... ¿a dónde?

Los neandertales no eran buenos veganos... y lo pagaron



Cráneo de neandertal
Otra noticia reciente que me ha causado cierto estupor se basa en un estudio sobre los neandertales y la enésima teoría sobre su extinción, que ya parece un concurso de “a ver quién da más”, a la espera de hallar la respuesta definitiva, lo cual permitiría agrandar el ego del científico afortunado. Recordemos, sólo como contexto básico, que los neandertales aparecen en el Levante mediterráneo y Eurasia hace unos 300.000 años[3] y que desaparecen hace unos 40.000-30.000 años, supuestamente por la presión o competencia del Homo sapiens. No obstante, se ha constatado la presencia de algunas comunidades residuales de neandertales en la Península Ibérica que pervivieron hasta hace unos 14.000 años.

Este caso particular nace de un estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS)[4] a cargo del equipo científico encabezado por el alemán Michael Staubwasser, de la Universidad de Colonia. La tesis de este equipo es que los neandertales fueron incapaces de adaptarse a los cambios climáticos sucedidos durante la última Edad del Hielo, en particular cuando las temperaturas bajaron en extremo y la fauna se resintió de forma notable, lo que a su vez impactó gravemente en su dieta. Ya se puede imaginar uno por dónde van los tiros...

La investigación de Staubwasser se centra en aspectos paleoclimáticos de Europa (principalmente central y oriental) durante el Paleolítico medio y superior. Lo que su equipo ha tratado de demostrar es que determinados cambios climáticos abruptos hicieron descender drásticamente las temperaturas (hasta una media de 2º C bajo cero) en zonas como el valle del Danubio, lo que supuso un descalabro en los grandes mamíferos –sobre todo renos– que cazaban entonces los neandertales. Esto se tradujo en un grave descenso de los recursos alimenticios y, en consecuencia, en un progresivo declive de la especie.

Lo que los científicos apreciaron en los registros paleoclimáticos de hace unos 40.000 años –extraídos principalmente de las estalagmitas en cuevas– es que las temperaturas cayeron tan fuertemente que la población humana vio en peligro su propia subsistencia en unas condiciones tan gélidas. Estos registros se compararon con los estratos arqueológicos en que se habían hallado artefactos, y resultó que en los estratos correspondientes a las épocas más frías no se detectaron las típicas herramientas de los neandertales. De ahí se dedujo que los neandertales sufrieron especialmente durante esos periodos, ya próximos al momento de su extinción, puesto que su dieta era fundamentalmente carnívora y al no disponer de piezas para consumir debieron sufrir una fuerte recesión demográfica, lo que daría paso a la decisiva expansión en Europa del Homo sapiens, cuyas estrategias de supervivencia eran más amplias, empezando por una dieta más vegetariana. En resumidas cuentas, quien no reacciona frente al cambio climático y además come mucha carne, tiene todos los números para extinguirse. ¿A qué me suena todo esto?

Realmente, es de agradecer que en esta nueva hipótesis los sapiens no aparezcan como “eliminadores” directos de los neandertales, pero es evidente que en el trasfondo está el concepto de una mejor adaptación “a los cambios ambientales” lo que nos lleva a los clásicos postulados darwinistas. Sin embargo, estamos una vez más ante conclusiones generales extraídas a partir de datos parciales y posiblemente sesgados. Pasemos a analizar algunos hechos relevantes.

Área de poblamiento neandertal
Que los neandertales abandonaran una determinada área en un determinado tiempo no indica necesariamente que se extinguieran de forma global. La realidad es que durante el Pleistoceno –un largo periodo geológico y ambiental– se sucedieron varias etapas muy frías y los neandertales superaron todas ellas hasta hace 30.000 años, si bien está probado que fueron capaces de sobrevivir en regímenes climáticos bien distintos. Cabe recordar que ellos ya estaban en Eurasia por lo menos desde hace 250.000 años, mucho antes que los sapiens, pues la propia ciencia ortodoxa nos dice que la migración masiva de sapiens hacia Eurasia no tuvo lugar antes de unos 70.000 años. Por lo tanto, si había una especie autóctona y bien adaptada al medio natural esa era la de los neandertales, que por otra parte eran mucho más fuertes y robustos que los humanos modernos, que presumiblemente procedían de la cálida África (un dogma científico que nadie se atreve a discutir). Tampoco los neandertales eran tan brutos ni primitivos como se les pintó durante décadas, pues los estudios más recientes han demostrado que su inteligencia y habilidad estaba a la par que la de los sapiens.

Si nos adentramos ahora en el núcleo de la propuesta de Staubwasser, los datos parecen muy sólidos y convincentes, pero hay que tener en cuenta que la población de neandertales estaba muy dispersa por toda Europa y que podía haber zonas casi deshabitadas o abandonadas, en favor de otras más pobladas, donde el acceso a los recursos era más fácil. Existe, aparte, un dato clave que no debemos pasar por alto: en el Paleolítico superior la población humana era excepcionalmente baja en Europa. Según estimaciones arqueológicas, hace unos 15.000 años la población europea rondaba apenas ¡los 30.000 individuos! (Y en todo el mundo no habría más de medio millón de habitantes humanos.) Si retrocedemos unos cuantos miles de años, cuando coincidieron sapiens y neandertales en el continente, podemos pensar que las cifras eran bastante similares. En fin, muy poca gente para tanto espacio. Por consiguiente, el problema de los recursos podía ser superado si los humanos eran capaces de moverse y de buscar fuentes de alimentación diversas.

Y aquí viene otro importante prejuicio. Se nos dice que los rudos neandertales eran básicamente carnívoros. Esto no es cierto. Existen varios rigurosos estudios[5] de este siglo XXI que apuntan a que su dieta habitual era mixta e incorporaba numerosos vegetales (frutos secos, raíces, tubérculos, bulbos, legumbres, granos de cereal, etc.), bien consumidos en crudo, bien cocinados al fuego. Además, también se comprobó que consumían determinadas plantas como remedios medicinales, lo cual implica que su dominio del medio natural era mucho más amplio que “ir a cazar renos”. Es evidente que tanto los sapiens como los neandertales eran omnívoros –como lo somos hoy en día– y que según las necesidades y las condiciones ambientales se inclinarían por una mayor o menor proporción de carne en su dieta.

Por tanto, es muy forzado afirmar que los neandertales se extinguieron por comer casi exclusivamente carne, mientras que los sapiens eran básicamente vegetarianos y gracias a ello pervivieron. De hecho, algunos expertos creen que esos hombres primitivos en realidad comían mucho mejor que nosotros, al acceder a una alimentación fresca y variada (frutas, vegetales, raíces, carne, pescado, etc.) completamente natural. Los restos óseos dejan lugar a poca duda: individuos sanos, robustos y poco afectados por enfermedades degenerativas o pérdida de dientes.

Cráneos de sapiens (izq.) y neandertal (der.)
En suma, estamos ante una teoría más de dudosa consistencia para intentar explicar el declive y posterior desaparición de los neandertales. Y por cierto, cabe destacar que esta propuesta choca de frente con la visión defendida por la prestigiosa antropóloga Pat Shipman, según la cual los sapiens forzaron a la extinción a los neandertales al ser más eficaces en sus técnicas de caza, esto es, en el acceso a más y mejores recursos cárnicos... A ver, pónganse de acuerdo, para empezar.

Con todo, veo en este material otro mensaje subliminal para este desquiciado presente en que el ecologismo se ha convertido en una auténtica religión indiscutible. No hay que insistir mucho en la intimidación constante sobre la amenaza del cambio climático –que se achaca falsamente a la actividad humana– y en la presión, a veces muy intolerante y dogmática, realizada por veganos y animalistas en contra de la alimentación a base de carne, aunque sea parcialmente, y para ello se ha dicho incluso que la crianza de vacas es un factor clave en las emisiones nocivas de CO2. Vamos a dejarlo ahí...

No quisiera acabar, empero, sin mencionar otro pesado fardo que se ha cargado a espaldas de los pobres neandertales. En pleno auge de los estudios paleogenéticos y microbiológicos, ha aparecido un artículo en que se culpa a los neandertales de traspasarnos genéticamente un agresivo virus, el del papiloma humano, causante del cáncer de cuello de útero. Así, según una investigación conjunta de la Universidad de Honk Kong y de la Facultad de Medicina Albert Einstein (EE UU), este virus, que se contagia por relación sexual, ha estado evolucionando conjuntamente con su huésped –o sea, el ser humano– durante cientos de miles de años, pero que en concreto fue traspasado –en su subtipo HPV16– por los neandertales a los humanos modernos hace unos 80.000 años.

Pues bien, dado que este virus llega a matar anualmente a unas 250.000 personas en todo el mundo en diversos tipos de cáncer relacionados con los genitales, ya ven que nada bueno se podía esperar de la hibridación entre sapiens y neandertales, que al parecer también fue el origen de algunas enfermedades y deficiencias de los seres humanos actuales. Por lo tanto, de cara al bienestar del planeta y de la raza humana, mejor que no coman carne y que no practiquen sexo, por lo que pueda pasar...

© Xavier Bartlett 2018

Fuente imágenes: Wikimedia Commons


[1] Fuente: https://journals.plos.org/plosone/article?id=10.1371/journal.pone.0200497

[2] No obstante, y dado que se han hallado yacimientos en América de gran antigüedad (de hasta 300.000 años) –aunque no reconocidos por el estamento académico–, se ha especulado con la presencia de comunidades de erectus en dicho continente, pero hasta la fecha no se han hallado huesos humanos atribuibles al H. erectus. 

[3] Los estudios tradicionales apuntaban a unos 250.000 años pero las investigaciones más modernas retrasan tal fecha a unos 300.000 años o incluso más, según estudios paleogenéticos.

[4] Fuente: http://www.pnas.org/content/115/37/9116


[5] Por ejemplo : HARDY, K. et alii. Neanderthal medics? Evidence for food, cooking and medicinal plants entrapped in dental calculus. Naturwissenschaften, DOI 10.1007/s00114-012-0942-0, 2012.

lunes, 29 de octubre de 2018

La paleoantropología, en caída libre (1ª parte)


En los últimos tiempos he ido comentando una serie de novedades del mundo de la arqueología y la paleoantropología para mostrar que, si bien la arqueología alternativa especula, divaga y patina a menudo, los defensores del paradigma no se lucen precisamente a la hora de proponernos alternativas o avances significativos para despejar las muchas incógnitas sobre el origen del hombre que aún quedan pendientes. Antes bien, considero que la ciencia de la prehistoria se ha sumergido en una mezcla de espectáculo, divismo y autocomplacencia, y bañada muy a menudo en un cierto barniz bio-tecnológico, por no hablar de las manipulaciones de tipo ideológico que subyacen en muchos planteamientos.

Y, naturalmente, todo ello se mueve en los límites del marco de la sacrosanta religión evolucionista, que es un dogma de fe que no puede tocarse ni cuestionarse o criticarse. En efecto, cualquier propuesta debe encajar en términos “evolutivos”, aunque rascando un poco se vea que los principios científicos más elementales son vulnerados para poder mantener el edificio creado por Darwin y sus secuaces. En el presente artículo –dividido en dos partes dada su extensión– voy a presentar cuatro temas del ámbito de la Prehistoria que recientemente han sido presentados por científicos de varios países con la intención de impresionar a sus colegas y al público en general, pues todos ellos han saltado a las páginas de la prensa generalista, cada vez más llena de propaganda ideológica pseudocientífica (perdón, obviamente quise decir “divulgación científica”).

Un cerebro salido de la chistera

 

La ciencia paleoantropológica lleva muchas décadas insistiendo en el papel decisivo del desarrollo del cerebro humano como factor clave en el proceso de hominización que ha producido las mejoras evolutivas hasta llegar a nosotros, el Homo sapiens. En efecto, no cabe duda de que nuestro cerebro es más grande y más complejo que el de nuestros parientes primates, y ello nos ha permitido adquirir una serie de indiscutibles ventajas en términos de dominio del medio y expansión por todo el planeta. Otra cosa distinta sería dilucidar si realmente somos inteligentes o si dicha inteligencia sirve realmente para algo positivo, pero ello nos llevaría a discusiones que ahora no vienen a cuento.

 

Cráneo de australopiteco

El caso es que la ortodoxia nos dice que en algún momento de un lejano pasado, quizá hace unos tres millones de años, algunos primates –seguramente australopitecinos–empezaron a experimentar una serie de cambios profundos en su cerebro, lo que sería el pistoletazo de salida de una cierta evolución imparable en nuestro avance intelectual. Ahora bien, a la hora de justificar el motivo último de estos cambios, que se enmarcarían en el proceso de selección natural, la ciencia debe recurrir al terreno de las conjeturas e hipótesis, pues no hay forma humana de replicar, experimentar y contrastar tales cambios biológicos sucedidos durante extensísimos periodos de tiempo en un laboratorio moderno. Es algo parecido al tema de las enfermedades mentales, que son diagnosticadas (en realidad etiquetadas) mediante una mera descripción de síntomas y atribuidas luego a un desequilibrio electro-químico en el cerebro. ¡Y todo ello sin la más mínima prueba científica fehaciente!

 

Sea como fuere, la ciencia actual es incapaz de responder a la pregunta de por qué nuestra inteligencia es bastante superior a la de nuestros parientes más próximos, si estuvimos expuestos a unas condiciones ambientales muy semejantes, por no decir idénticas. Y, desde luego, tampoco tiene la menor idea de cómo se produjo ese proceso supuestamente gradual, si es que hemos de creer que los diferentes Homo descubiertos hasta la fecha encajan en una perfecta cadena evolutiva en que se produjeron pequeños cambios genéticos a lo largo de millones o cientos de miles de años. Ello por no hablar de la enfermiza obsesión por el tamaño del cerebro y el aspecto físico en general de los humanos que todavía arrastra el prejuicio racista con el que nació el darwinismo. Así, los científicos tuercen el gesto cuando ven que un individuo muy pequeño y de rasgos simiescos como el llamado hobbit (de la isla de Flores, Indonesia), con una capacidad craneal poco mayor que la de un chimpancé, era capaz de realizar utensilios de piedra tan buenos como los del Homo sapiens europeo.

 

En fin, ahora alguien parece haber descubierto la piedra filosofal de esos cambios en el cerebro, o al menos una pista por la cual empezar a tirar del hilo[1]. En concreto, el científico belga Pierre Vanderhaeghenat, del Instituto Biotecnológico de Flandes, ha identificado recientemente –como parte del proyecto GENDEVOCORTEX– hasta 35 secuencias genéticas que se activan en el feto del ser humano y de algunos simios, pero no en el chimpancé, lo cual llama la atención por ser éste considerado nuestro pariente más semejante (compartimos hasta un 98% del ADN).

 

¿cambios mágicos en el cerebro por error?
De esas secuencias, Vanderhaeghenat se ha fijado en tres que ha bautizado como NOTCH 2NL, que a su juicio se crearon en realidad no por un mecanismo normal de replicación genética sino por un error de copia y pega de una secuencia denominada NOTCH. Dicho de otro modo, esas tres secuencias fueron copias defectuosas de un proceso normal que había funcionado inalterado durante millones y millones de años. Sin embargo, esta feliz circunstancia provocó el nacimiento de nuevas proteínas que a su vez facilitaron un cambio en la manera en que las neuronas se enviaban mensajes entre ellas y de ahí se produjo una evolución en córtex cerebral. Finalmente, este proceso de expansión impactó directamente en el desarrollo del lenguaje, la imaginación y la capacidad de resolver problemas, lo que nos hace bien distintos de los otros primates.

En principio, todo parece cuadrar, pues es precisamente en el feto cuando se dan los mayores cambios en el crecimiento de los órganos (el cerebro incluido, por supuesto). Así, el investigador belga ha constatado que estos genes NOTCH 2NL permitieron un aumento en el crecimiento y diferenciación de las células troncales que dan lugar a las neuronas de nuestro cerebro. Además, estos genes están presentes en nosotros –los humanos modernos– pero también en los neandertales y en los misteriosos denisovanos, los cuales aparecieron antes que los sapiens. En cambio, los pobres chimpancés –por alguna razón desconocida– se quedaron sin su fallo de copia y pega y se quedaron estancados en su actual estado.

No voy a entrar a valorar los resultados del terreno biológico, para los cuales me limito a  realizar un acto de fe y suponer que la investigación se ha realizado de forma correcta y ajustada al método científico. Ahora bien, hay varios elementos en esta historia que me llaman la atención y que a mi entender ponen en evidencia la clase de “ciencia” que nos tratan de vender a bombo y platillo. Lo primero que debemos poner de manifiesto es que, una vez más, se presenta un hecho biológico como un hecho evolutivo, sin que podamos comprobar –como ya se ha insistido previamente– de qué modo tuvo lugar un proceso evolutivo concreto a partir de mutaciones genéticas a lo largo de millones de años. Esto es, se está suponiendo que una determinada secuencia genética “errónea” provocó necesariamente un determinado resultado gradual en un tiempo y lugar indefinidos. Tampoco se explica por qué este cambio repentino afectó a unos determinados australopitecos (los supuestos ancestros del ser humano) y a otros simios, pero no, por ejemplo, a los chimpancés. Igualmente, queda en el limbo la cuestión de por qué motivo los otros simios no desarrollaron el mismo camino evolutivo intelectual que los humanos. 

A continuación, como ya es habitual en el argumentario evolucionista, nos encontramos ante el factor del error –se supone que aleatorio– en una copia genética, que por sorpresa y contra toda lógica conduce a una mejora sustancial en el cerebro. Esto es, el orden natural es roto y, en vez de provocar empeoramiento, deficiencias o carencias, resulta ser una “ventaja evolutiva” que permite un espectacular desarrollo del cerebro en unas determinadas direcciones (lenguaje, imaginación, etc.). En fin, la ortodoxia nos dice que se trata del aprovechamiento de un hecho fortuito que permite que la selección natural avance hacia formas más complejas, más capacitadas y más competitivas.

¿Respuestas en el laboratorio?
No obstante, lo que de verdad violenta todos los principios de la razón es la actuación de ese caprichoso azar que provoca cambios a través de mutaciones y que guía la evolución de las especies. En este punto, cabría preguntar al señor Vanderhaeghenat por la causa de ese inesperado error de copia y pega genético en las secuencias NOTCH 2NL. ¿Recurrirá al habitual azar o caos presente en la naturaleza y el cosmos? ¿Todavía nos quieren hacer creer que determinados cambios ocurren porque sí, por la presión de las condiciones ambientales u otros mecanismos mágicos? Digan mejor que no tienen ni idea de por qué se dan esos cambios o la variedad enorme del mundo natural, en que es tan complicado definir exactamente el concepto de “especie”.

El caso es no se quiere admitir que el azar o el caos no explican realmente nada, pero eso es mejor que reconocer la existencia de un diseño inteligente, detrás del cual debe haber algún tipo de conciencia que crea la materia y rige sobre ella. No señores, esto no es religión; es la ciencia que ustedes quieren ocultar celosamente mientras nos venden un cuento chino.

Por cierto, el cerebro humano –más allá de una mera descripción funcional y operativa– sigue siendo un gran misterio para los científicos, y ya no digamos cuando se quiere profundizar en el tema de la mente, la creación de la realidad y la conciencia.

¡Los homínidos se mezclaron entre ellos!


Hace no mucho apareció una noticia científica en la prensa generalista que destacaba que por primera vez se había hallado a un descendiente directo de dos especies humanas distintas. El artículo de referencia[2], firmado por varios científicos entre los cuales sobresale el finlandés Svante Pääbo, difundía el hallazgo de un hueso humano –datado en unos 120.000 años de antigüedad– denominado Denisova-11 (de la cueva siberiana donde se hizo el descubrimiento de los primeros denisovianos), que pertenecería a un ser humano híbrido de dos especies distintas, los neandertales y los denisovanos. En realidad, dicho hueso se halló en 2012, pero los largos estudios realizados han retrasado la publicación hasta hace escasas fechas.

Cráneo de neandertal
Esta investigación ha sido llevada a cabo por el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva (Alemania) y ha podido confirmar mediante un análisis del genoma del mencionado individuo que se trata de una joven de unos 13 años y que sus progenitores directos pertenecían a dos especies de homínidos diferentes, siendo la madre neandertal y el padre denisovano. Este descubrimiento vendría a confirmar lo que ya se sostenía desde hace poco tiempo: que ambas especies coincidieron durante muchos miles de años en ciertas regiones de Eurasia. Además, según los resultados genéticos, sus progenitores tampoco serían puros, pues al menos en el padre denisovano se ha identificado un marcado rastro genético neandertal.

Mi reflexión ahora es: ¿no se habrá hecho demasiado ruido para tan pocas nueces? Mucho me temo que sí. El caso es que en plena era bio-tecnológica se está dando en arqueología un valor enorme a estos estudios paleogenéticos por encima incluso de la importancia de los restos físicos hallados. A partir de aquí se han producido más y más análisis de este tipo tratando de identificar las relaciones filogenéticas entre los diversos especimenes de homínidos reconocidos. Sin embargo, en vez de avanzar, parece que los prejuicios y la obsesión por la tecnología impiden ver el bosque. Sin ir más lejos, la investigadora Viviane Slon, encargada de realizar los análisis genéticos, tuvo que repetir hasta seis veces las pruebas porque no se acababa de creer los resultados: ¡un descendiente directo de denisovano y neandertal! ¡Vaya notición!

El prestigioso profesor finés Pääbo, que en 2010 fue el primer científico en secuenciar el genoma completo de un Homo neanderthalensis, incidía en este factor sorpresa sexual con las siguientes declaraciones:

“Resulta sorprendente que, entre los pocos individuos antiguos cuyos genomas han sido secuenciados, nos encontremos precisamente con esta niña Neandertal/Denisovana. Neandertales y Denisovanos pueden no haber tenido muchas oportunidades de encontrarse. Pero cuando lo hicieron, debieron aparearse con frecuencia, mucho más de lo que pensábamos hasta ahora.”

A partir de aquí se me ocurre una serie de consideraciones para dejar en evidencia a los ilustres académicos que han promovido toda esta investigación y que están del todo enfrascados en el estudio de genes y cromosomas como la vía que ha desentrañar definitivamente los orígenes y (supuesta) evolución del ser humano.

¿Dónde ponemos aquí a los denisovanos?
En primer lugar, no entiendo por qué motivo en cuestión de pocos años los llamados denisovanos son mencionados como pieza clave de la evolución humana en muchísimos estudios antropológicos, cuando en realidad parece que toda esta cuestión está muy sobredimensionada, como ya ocurrió con el famoso Homo naledi. Para empezar, hay que constatar que la aparición de los denisovanos en escena apenas tiene unos 10 años, a partir de un solo yacimiento en el mundo (la cueva Denisova, en las montañas Altai de Siberia). Realmente, las pruebas físicas son escasas, apenas unos dientes y unos pocos fragmentos de huesos, pero los modernos análisis del ADN mitocondrial permitieron diferenciarlos como especie frente a neandertales y sapiens, con los cuales sin duda convivieron. De hecho, la investigación genética de los datos disponibles indica que los denisovanos y los neandertales se separaron “evolutivamente” de un ancestro común hace unos 390.000 años y que ambas especies decayeron hasta desaparecer hace unos 40.000 años. Por lo demás, nadie sabe qué aspecto tenían al no disponer de un espécimen mínimamente completo. En realidad se ha montado una gran entelequia a partir de unos análisis genéticos, y no sabemos hasta qué punto estamos ante una “especie” distinta o simplemente una comunidad humana relativamente aislada, al menos durante un importante periodo de tiempo.

En segundo lugar, resulta desconcertante el hecho de remarcar que los homínidos de distintas “especies” tuvieran sexo entre ellos, como si fuera algo inaudito. (Claro que con la reciente ingeniería social contra la heterosexualidad, tales afirmaciones no me sorprenden demasiado...) En fin, parece más que evidente que el contacto entre comunidades distintas a lo largo de la historia –y prehistoria– se tradujo habitualmente en apareamiento y mestizaje, como ocurrió en América a partir de finales del siglo XV. Si los grupos de homínidos distintos entraron en contacto en un tiempo y un espacio comunes no parece nada descabellado identificar la progenie directa de estas uniones. Además, este rebombo no está justificado en absoluto porque ya se sabía desde hace tiempo que el sapiens y el neandertal “se fusionaron” hace decenas de miles de años en diversas regiones. Ahora se sabe que también los misteriosos denisovanos participaron del mestizaje à trois y que por lo tanto estaríamos hablando de grupos humanos interrelacionados.

En tercer lugar, y como consecuencia de lo anterior, la ciencia de la Prehistoria ya tiene que ir admitiendo que los diversos homínidos identificados como especies se cruzaron y compartieron su genética, quizá desde los tiempos del Homo heilderbergensis o del Homo antecesor (por no citar al viejo erectus), y ello sería factible porque estaríamos hablando más propiamente de razas y no de especies. Recordemos como punto crucial que el evolucionismo defiende la evolución de las especies por el mágico proceso de selección natural, en el cual interviene decisivamente el factor de las mutaciones genéticas aleatorias. Asimismo, se ha insistido durante mucho tiempo que los más adaptados al medio, los más fuertes, los más competitivos sobrevivían porque su descendencia progresaba mientras que la de los débiles o inadaptados entraba en recesión y acababa por desaparecer.

Pues bueno, parece obvio que los homínidos no fueron ajenos a la hibridación y que hubo mezcla genética y que a lo mejor tal mezcla no fue decisiva para el avance o retroceso de las comunidades en términos de “mejora”. Desde esta perspectiva, tal vez la diversidad anatómica que observamos no se debió a ningún proceso de “evolución”, sino a un proceso de hibridación a lo largo de extensísimos periodos[3]. De todos modos, en según qué circunstancias, la progresiva mezcla de comunidades muy grandes numéricamente frente a otras más pequeñas haría factible que la genética de un grupo se fuera apagando y diluyendo a través de las generaciones (estamos hablando de muchos miles de años). Esta podría ser una explicación perfectamente razonable para entender por qué los neandertales “puros” se extinguieron hace unos 30.000 años, si bien quedaron algunos reductos locales que pervivieron hasta finales de la última Edad de Hielo.

Esqueleto y figuración de neandertal
Ahora bien, para ser exactos, deberíamos decir que no hubo tal extinción: nosotros somos neandertales. La realidad, reconocida por los propios científicos, es que gran parte de la población europea es de origen neandertal; eso sí, en un porcentaje genético muy reducido frente a la mayor aportación de los sapiens. En suma, mientras aún se siguen lanzando múltiples teorías competitivas para explicar cómo los sapiens “eliminaron” completamente a sus rivales neandertales, es bien posible que la historia fuera muy distinta y se fundamentase en la unión, la cooperación y el mestizaje, en vez de la lucha despiadada por los recursos, que siempre me ha parecido un argumento muy flojo en un continente prácticamente despoblado de humanos.

Para finalizar, debo admitir que al menos una afirmación de Svante Pääbo en este asunto me ha parecido muy honesta y bien encaminada, al aceptar la difícil lógica exacta que permite identificar o separar especies, tanto en los humanos como en otros seres vivos:

“Es una discusión académica estéril hablar de si los neandertales y los humanos modernos o los denisovanos son especies separadas o no. Para el experto esta cuestión no tendría sentido puesto que no existe una definición universal de especie.”

Dicho todo esto, y enlazando con la primera cuestión tratada en este artículo, reconozco no tener explicaciones para esa diversidad anatómica en los humanos desde los distantes tiempos del H. habilis (si es que realmente fue “Homo”, lo que no veo muy claro) y sobre todo para la disparidad en el volumen craneal –y en consecuencia de tamaño del cerebro– que va desde los 600 cm.3 del habilis hasta los 1.500 del neandertal, quedando nosotros alrededor de los 1.400 cm.3  Puesto que no creo en el caos y el azar, pienso que debió existir algún diseño inteligente de por medio, pero su origen último y su forma de actuación se me escapan completamente.

© Xavier Bartlett 2018

Fuente imágenes: Wikimedia Commons


[1] Fuente: https://phys.org/news/2018-08-genetic-error-humans-evolve-bigger.html
[2] Fuente: https://www.nature.com/articles/s41586-018-0455-x
[3] En este blog ya comenté la teoría de la antropóloga Susan Martínez sobre la hibridación de los homínidos como contrapunto a la diversidad explicada por evolución. También hay autores alternativos como Michael Cremo que defienden que el hombre anatómicamente moderno y otros homínidos más “primitivos” convivieron desde tiempo extraordinariamente remotos.

sábado, 20 de octubre de 2018

La historia alternativa en el cine


Como cualquier otra disciplina relacionada con la literatura y la cultura en general, la historia (o arqueología) alternativa ha sido objeto de interés por parte de Hollywood –y de otras industrias cinematográficas en menor medida– por lo menos desde finales del siglo XX y lo que llevamos de siglo XXI. Eso sí, como era de esperar, el recurso a argumentos “alternativos” ha sido siempre en función del puro entretenimiento; esto es, presentando esta arqueología o historia alternativa como un espectáculo fantástico que trata de jugar con la imaginación. Así, en este tipo de cine podemos apreciar una mezcla, en dosis variables, de realidad, ficción, mito y aventura, sin demasiado ánimo de ajustarse a criterios de rigor, realismo y mucho menos “pretensiones científicas”. Además, cabe tener en cuenta –y lo sé por experiencia– que la arqueología científica real (la de campo, laboratorio o biblioteca) es bastante tediosa, lenta y metódica, y difícilmente puede resultar atractiva para un público ávido de acción y misterio.

La excepción a la regla de la ficción desatada serían los muchos documentales sobre este tema que en realidad han sido directamente producidos para la televisión o para el consumo en Internet. Ahora bien, no por ello debemos dejar de citar a un antiguo clásico de la gran pantalla como el documental Chariots of the Gods de Von Däniken  basado en sus primeros dos libros (“Recuerdos del futuro” y “Regreso a las estrellas”) que aprovechó muy bien el tirón de sus best-sellers para atraer a bastantes personas a las salas de cine. Hoy en día se puede visionar dicho documental en el portal youtube, y aunque pueda parecer una antigualla en comparación con series actuales como Ancient Aliens, sigue siendo muy recomendable para entender todo el fenómeno de la Teoría de los Antiguos Astronautas.

Si nos centramos ya en la propia ficción, podemos ver que hay diferentes categorías en función también de los diferentes subgéneros de la historia e arqueología alternativa. Para empezar, tenemos los exponentes más populares de la arqueología fantástica en forma de aventureros que persiguen misterios, tumbas, tesoros y reliquias, entre los cuales destacan con mucho el famoso Indiana Jones y la explosiva Lara Croft (de la saga Tomb Raider). De esta última nada voy a decir, pues me parece mucho más cercana al cine de acción y de aventuras, en que la arqueología es más o menos es un mero pretexto para mostrar una historia trepidante. Asimismo, dejo a un lado otras sagas fantasiosas como La momia, en que se han tomado unos cuantos tópicos egipcios al uso desarrollados en flojas –y bien poco alternativas– narrativas; eso sí, muy cargadas de efectos especiales. 

La última película de Indiana Jones
En Indiana Jones, una creación del dúo Lucas-Spielberg, sí se quiso dar más empaque al trasfondo arqueológico del guión con materias clásicas de la historia alternativa como el Arca de la Alianza, el Santo Grial, la mitología hindú o las calaveras de cristal, aparte de otras varias referencias a la arqueología más tópica de hace muchas décadas. Sin embargo, una vez más, la trama aventurera predomina con mucho sobre la investigación de los hechos históricos y en el fondo se apela a aquel dicho de “que la verdad no te estropee una buena historia”. 

En una antigua entrada ya me referí a esta saga de Indiana Jones como un fallido intento de mezclar la arqueología académica con la alternativa, y la verdad es que ambas salen malparadas de la amalgama. Sólo por recordar algunos rasgos de este personaje y sus películas, podemos decir lo siguiente:

  • Indiana tiene más bien un perfil de cazador de tesoros (o clandestino, en la terminología profesional), no de un arqueólogo. Busca piezas de coleccionista y, en caso de no encontrarlas, recurre al mercado negro, todo ello a golpe de látigo y de revólver. ¡Y además, resulta que es profesor universitario y que debe dar ejemplo!
  • Precisamente, como profesor, hay una escena en la que habla en general de “Neolítico”, mientras se dedica a describir unas tumbas etruscas ¡y que parecen más bien megalíticas!
  • Resulta que todas las cámaras o salas en donde entra Indiana no están sepultadas bajo tierra; es decir, no hay que excavar, todo está en perfecto estado de revista (con un poco de polvo y unos cuantos bichos indeseables...).
  • Indiana siempre tiene a mano algún libro que le soluciona todo, pero necesita la ayuda de un viejo destartalado para descifrar unos símbolos antiguos en una joya egipcia. ¡Ese viejo debía ser el mejor arqueólogo de los años 30, pero de incógnito! Sin embargo, los signos en cuestión no guardan relación con ninguna de las antiguas escrituras egipcias. 
  • ¿Cómo es posible que a mediados de los años 30 los nazis excavaran a lo grande en Egipto –entonces un país pro-británico– con todo un ejército del Afrika Korps (no creado hasta 1941)? 

Evidentemente, todo esto son licencias concedidas al espectáculo, y cualquier estudiante de arqueología –yo lo era cuando se estrenaron las películas– sonríe a gusto ante tanto disparate y fantasía. Lo cierto es que los argumentos sugeridos violentan en gran parte los conocimientos y métodos de la arqueología académica pero tampoco muestran claramente las teorías y propuestas alternativas más en boga. De todas maneras, flota sobre el ambiente de la saga un cierto aire misterioso o reverencial ante ciertas incógnitas del pasado, y en su última película –la más alternativa– se hace un directo alegato a la intervención de los alienígenas en épocas inmemoriales, lo que propiamente es uno de los puntales de la arqueología alternativa.

La estación espacial en 2001,
una odisea del espacio
No obstante, existen otras muchas ficciones cinematográficas en que de un modo u otro aparecen los extraterrestres en nuestro más remoto pasado. Sólo por citar algunas, tenemos Stargate (1994) con el dios Ra en funciones de malvado tirano, y con la consabida teoría de que fueron los alienígenas los que construyeron las pirámides y fundaron la civilización egipcia. En una línea más elaborada está la reciente película Prometheus (2012), que enlaza con la serie de ciencia-ficción Alien, y que presenta el misterio del origen del ser humano, que vendría a ser el producto de unos ciertos “dioses”. Igualmente cabría citar la obra maestra de Kubrick 2001, una odisea del espacio (1968) basada en la novela de Arthur C. Clark, que si bien no saca a la palestra a los extraterrestres sí incluye una profunda reflexión sobre el origen, evolución y destino del hombre ­a partir de una misteriosa intervención inteligente en forma de perfecto monolito paralelepípedo.

En cuanto a la presencia de extraterrestres en tiempos actuales (o incluso futuros), en realidad ya deberíamos referirnos a la ufología y no a la historia alternativa, pero ya sabemos que las presencias de seres de otros mundos constituyen un discurso paralelo al de la historia de la Humanidad (si aceptamos la perspectiva de Vallée y otros clásicos). Así pues, vale la pena mencionar que la cantidad de películas en este ámbito desde los años 50 es enorme y contempla todas las posibles variantes, que van desde el terror a la comedia, pasando por la conspiración, la aventura, la ciencia-ficción y la fantasía. Sólo por citar algunas películas de referencia (algunas de las cuales han sido objeto de remake): La cosa (1951), Ultimátum a la Tierra (1951/2008), La guerra de los mundos (1953/2005), El planeta prohibido (1956), La invasión de los ultracuerpos (1956/1978), La semilla del espacio (1962), El hombre que cayó a la Tierra (1976), Encuentros en la tercera fase (1977), Alien (1979), E.T. (1982), Predator (1987), Expediente X (1993), Men in Black (1997), Señales (2002), etc.

Percy H. Fawcett
Dejando a los extraterrestres aparte, existe un subgénero de películas centradas en el hallazgo de antiguos tesoros o de ciudades perdidas, que ha sido explotado a través de bastantes producciones sin demasiadas pretensiones –como la moderna película Congo (1995)– pero también ha sido objeto de proyectos más ambiciosos. En una línea más bien sobria estarían las producciones dedicadas al mito de El Dorado, entre las cuales destacan Aguirre, la cólera de Dios (1972), con una notable actuación de Klaus Kinski, y la bella película del director español Carlos Saura El Dorado (1987). Muy recientemente, el mito de El Dorado (o Paititi, u otros muchos nombres) ha sido rescatado de nuevo en una producción de Hollywood titulada Z, la ciudad perdida (2017), un biopic sobre la figura del coronel Percy Fawcett, el explorador británico que en 1925 se perdió en la jungla brasileña cuando iba en busca de “Z”. Por último, cabe citar en este apartado un clásico de los años 30, relacionado con los reinos secretos u ocultos donde reina el amor y la sabiduría, como el famoso Shambala o Agartha, que fue llevado al cine en la película Lost horizon (1937), cuyo argumento giraba en torno a la llegada de unos aviadores accidentados a una tierra mítica en el corazón del Himalaya llamada Shangri-La.

También existe una filmografía un poco más sofisticada que mezcla las historias de tesoros con otros temas típicos de la historia alternativa como las sociedades secretas, los templarios, los poderes ocultos, etc. En esta línea estarían dos grandes éxitos de taquilla como La Búsqueda (2004) y El Código da Vinci (2006). Esta última, además, enlaza con el asunto siempre polémico del llamado linaje sagrado y la controversia sobre la historicidad o divinidad de Jesucristo, que también fue objeto de una película moderna: The body (“El cuerpo”, de 2001). En una rama colateral podríamos citar el tema de las leyendas medievales sobre el Grial y el rey Arturo, que ha ofrecido algunas películas de interés y calidad como por ejemplo Excalibur (1981), de John Boorman.

Piedra de Ica
En lo que se refiere a presentar el pasado prehistórico de la Humanidad, han habido películas relativamente próximas a la arqueología académica, como En busca del fuego (1981) del francés J. J. Annaud, pero también se ha fantaseado con otros escenarios que recordarían a las piedras de Ica, con humanos viviendo en la era de los dinosaurios, tal como se veía en la película Hace un millón de años (1966). Sobre esta producción, aparte de la herejía de los dinosaurios, cabe resaltar que –según la ortodoxia– los seres humanos de hace un millón de años difícilmente tendrían el aspecto de Homo sapiens, sino más bien de Homo erectus. De todos modos, en algunas corrientes de arqueología alternativa se plantea que el H. sapiens podría ser mucho más antiguo de lo que se ha reconocido hasta la fecha... En fin, en épocas más recientes se ha vuelto a fantasear sobre la Edad de Piedra, como en el film 10.000 B. C. (2008), en que los cazadores de mamuts se ven envueltos en una trama que les lleva a descubrir una civilización avanzada, regida por un ser gigante, que construía grandes pirámides hace 12.000 años.

T. Heyerdahl
Y si avanzamos un poco más en el tiempo, se han realizado varias películas sobre esas civilizaciones del pasado, en especial sobre Egipto, pero con poco o nulo contenido alternativo[1]. A ello cabría sumar las diversas producciones realizadas entre los 50 y los 60 que se sumergieron directamente en las antiguas mitologías, y que en gran medida fueron películas más propias del género del peplum (“de romanos”), con alguna digna excepción como Atlantis, The lost continent (1961) que abordaba directamente el mito de la Atlántida desde el relato platónico, pero sobre todo con una fuerte influencia de las visiones de Edgar Cayce, mostrando una civilización muy desarrollada en determinados aspectos tecnológicos. Y ya en tiempos más actuales se ha retomado algún típico icono alternativo como la famosa isla de Pascua y sus moai en Rapa Nui (1994), o las teorías sobre los viajes transoceánicos en la Antigüedad, plasmadas en las expediciones del explorador noruego Thor Heyerdahl y en parte reflejadas en la película Kon Tiki (2012).

Para finalizar, hay que admitir que se han realizado otras múltiples producciones –más bien de serie B– sobre muchos temas de ciencia-ficción o bien puntos oscuros de la historia que podrían llevar la etiqueta de alternativos, como el Triángulo de las Bermudas, el Experimento Filadelfia, el incidente de Ayers Rock, el monstruo del lago Ness, las criaturas humanoides, las profecías de Nostradamus, los viajes en el tiempo, etc. pero en general, salvo contadas excepciones, todas estas películas inciden en el misterio como un fin en sí mismo, y en realidad desprestigian cualquier enfoque relativamente riguroso de la historia alternativa.

En suma, los arqueólogos académicos no tienen razones para estar muy satisfechos del tratamiento de su ciencia en el cine, pero hay que admitir que tampoco las visiones alternativas han tenido un enfoque escrupuloso o veraz. Desde luego que existe un cine “historicista” que trata de ajustarse lo más posible a los hechos, pero llegados a ciertos temas tópicos, el puro espectáculo predomina y los argumentos se toman todas las licencias que consideran oportunas. Más bien da la impresión de que, dado lo anodina que resulta la arqueología, el cine ha tenido que echar mano de las fantasías y aventuras para atraer al público con relatos fascinantes y muy movidos.

En este sentido, cualquier intento de mostrar ideas o hechos de un modo científico está condenado al fracaso porque el cine –sobre todo el de Hollywood– debe ser comercial y no se puede permitir que la gente se aburra (o peor aún, que piense...). Nos guste o no, la gran mayoría del público tiene nociones muy vagas de historia y de arqueología y por lo general suele desconocer las controversias que mantienen los ortodoxos con los alternativos. En consecuencia, tanto la arqueología académica como la alternativa han quedado relegadas al minoritario mundo de los documentales, que pueden dar un cierto aire de seriedad y rigor a sus respectivas propuestas para los pocos interesados en la materia. No nos engañemos: los debates intelectuales entre Graham Hancock y Nick Flemming (arqueólogo subacuático británico) sobre ciudades sumergidas bajo las aguas atraen a cuatro gatos...

© Xavier Bartlett 2018

Fuente imágenes: Wikimedia Commons


[1] Cabe señalar que para muchos críticos del bando alternativo, estas películas en que se ven a miles de esclavos, capataces con látigos, trineos y rampas para construir las grandes pirámides son sólo un vano intento de apuntalar socialmente las versiones académicas que no han podido ser demostradas fehacientemente.