A lo largo de los dos siglos pasados, y coincidiendo con el desarrollo
de la paleontología y la arqueología, se han hallado diversas huellas fósiles
de humanos o antepasados de humanos en varias regiones del mundo, si bien África
concentra un cierto número de estas huellas, dado que allí tuvo lugar una buena
parte del proceso evolutivo del ser humano, según el actual paradigma científico
evolucionista. Precisamente fue en este continente donde tuvo lugar un espectacular
hallazgo hace poco más de 30 años. Se trata de un conjunto de huellas de
pisadas humanas descubiertas por la paleontóloga Mary Leakey en Laetoli (Tanzania) en
1979. Según los estudios realizados, las huellas, de unos 18/21 cm. de
longitud, podrían pertenecer a tres individuos distintos, con una altura
estimada de entre 1,15 cm. y 1,56 cm. como máximo, considerando que la
diferencia se podría relacionar con el diformismo sexual y con la edad (se
habla de una pareja de adultos y un niño). Estas pisadas fueron datadas geológicamente
en unos 3,7 millones de años, a partir del estrato de lava solidificada donde
se encontraron.
Los problemas comenzaron por el propio aspecto de las
huellas, ya que para Leakey tales pisadas eran prácticamente idénticas a las de
hombres modernos, lo que podría causar cierta sorpresa en términos evolutivos.
Con todo, y puesto que no podían haber humanos anatómicamente modernos en esa época
tan remota, la ciencia optó por vincular las huellas al único antepasado homínido
que pudo haber pisado aquellas tierras en aquel tiempo, esto es, un
australopiteco, aunque no es ningún secreto que la estructura del pie del
australopiteco difiere bastante de la del hombre moderno.
El investigador creacionista védico Michael Cremo
recogió este caso en su célebre libro Forbidden Archaeology, que supuso
un ataque directo a toda la arqueología académica y muy en particular a la teoría
evolucionista, y lo puso como un ejemplo más del prejuicio cognitivo y la
manipulación que tiende a dar por buena la teoría de la evolución humana aún a
pesar de las supuestas pruebas contrarias que han ido apareciendo desde hace más
de un siglo. Sin embargo, este caso tiene una curiosa continuación que debería
hacer reflexionar a más de un profesional de la arqueología. La resumimos a
continuación, según la explica el propio M. Cremo en un artículo del libro You
are still being lied to.
El autor norteamericano acudió en 1999 al Congreso de
Arqueológico Mundial celebrado en Ciudad del Cabo (Sudáfrica), donde coincidió
con el científico Ron Clarke, que había descubierto el año anterior un
esqueleto casi completo de australopiteco en Sterkfontein (también en
Sudáfrica), datado en 3,7 millones de años, exactamente la misma antigüedad que
las huellas de Laetoli. Clarke había reconstruido el pie de ese espécimen según
un patrón simiesco, porque los huesos del pie eran en sí bastante simiescos. Así,
por ejemplo, el dedo gordo era bastante largo y se movía hacia el exterior, algo
similar al pulgar de la mano humana. Asimismo, el resto de dedos —siguiendo el
patrón simiesco— eran bastante más largos que los del pie del humano moderno
Vistas estas diferencias, Michael Cremo aprovechó la
ocasión para interpelar directamente a Clarke: “¿Por qué el pie de su
australopiteco de Sterkfontein no concuerda con las pisadas encontradas por
Mary Leakey en Laetoli, que son de la misma época, pero que aparentan ser de humanos
modernos?” Clarke respondió que su australopiteco había hecho las pisadas de
Laetoli, pero caminando con sus dedos gordos apretados a un lado del pie y con
los otros dedos curvados hacia abajo. A Michael Cremo no le satisfizo tal
explicación.
Para algunos investigadores alternativos, las pisadas
de Laeotli constituyen un auténtico oopart o artefacto fuera de lugar,
pero nos tendríamos que preguntar hata qué punto podemos hablar de fuera de
lugar (o de tiempo, para ser más precisos). Las pisadas están aceptadas por la ciencia oficial como
reales, están bien datadas y han sido estudiadas según el método científico. ¿Dónde
estaría el problema, pues? Básicamente, desde mi punto de vista, en que la teoría
se ha antepuesto a la prueba porque se ha tenido que “forzar los límites del
paradigma” buscando una explicación más bien especulativa para no enfrentarse
al tremendo inconveniente de tener que aceptar la posibilidad de que las
pisadas correspondieran a humanos anatómicamente modernos, esto es, el Homo
sapiens, cuyos ejemplares más arcaicos no se podrían remontar más allá de los
200.000 años. Tal conclusión supondría un auténtico terremoto para el
evolucionismo pues desbarataría la cadena evolutiva construida durante el siglo
XX, dado que una anomalía de tales proporciones no se podría encajar en los
axiomas tan bien consolidados en las últimas décadas.
Por otra parte, las huellas de Laetoli no son un caso
aislado; existen otros casos de huellas fósiles que no cuadran con las cronologías
aceptadas convencionalmente, si bien la ciencia o no admite tales pruebas como
auténticas —las considera falsificaciones— o considera que no se han
interpretado correctamente, como las famosas huellas de Glen Rose (EE UU) en
que aparecen supuestas pisadas humanas junto a huellas de dinosaurios. También
tenemos un reciente hallazgo en el municipio de Sullkatiti Lahuacollu de la ciudad de
Jesús de Machaca (Bolivia) de una pisada de aspecto humano
moderno datadas en el periodo Mioceno, con una antigüedad de 7 a 15 millones de
años.
En definitiva, puede que entre esta casuística de
dudoso origen haya casos de error y de manipulación, e incluso fraude. No
obstante, desde una perspectiva científica abierta y libre de prejuicios, se
hace necesario explorar todos estos restos y plantear —si procede— nuevas vías
de investigación que no estén marcadas por preconcepciones o dogmas sino por un
espíritu libre que busca respuestas a veces no fáciles ni claras y que prefiere
la razonable duda a la supuesta
seguridad de un paradigma que no admite discusiones ni debates genuinamente
científicos.
(C) Xavier Bartlett 2013
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