Foto cortesía de Luis Palacios |
- La Esfinge, de 73 metros de largo y 20 de alto, está datada en la IV dinastía, como parte del complejo funerario de Khafre.
- Fue esculpida, o mejor dicho, excavada, directamente en el suelo rocoso de piedra caliza de la meseta de Guiza, extrayendo la piedra que luego sería usada para la construcción del templo del valle y el templo de la Esfinge.
- El cuerpo de la esfinge es el de un león a escala 22:1, con la cabeza humana a escala 30:1, que en este caso es un retrato del faraón Khafre adornado con el típico tocado nemes.
- La esfinge es un ser mitológico relacionado con el culto solar que aparece en varias culturas del mundo antiguo, pero en Egipto estaba particularmente relacionado con el poder de la realeza y con el equilibrio cósmico llamado ma’at.
En el monumento se pueden apreciar diversas actuaciones de
restauración realizadas ya desde tiempos del Egipto faraónico, como la que hizo
Tutmosis IV (XVIII dinastía) que añadió una capilla y una inscripción –la
estela de la Esfinge– entre las patas delanteras. Desde aquella época ya fue
reforzada con obra de albañilería, pero la necesidad de repararla se hizo
constante a través de los siglos, por lo menos hasta la época grecorromana. En
los últimos 200 años ha tenido que ser continuamente restaurada para evitar su
deterioro a causa de nuevos agentes agresivos, como la humedad, las
filtraciones de agua o la contaminación.
La Gran Esfinge había sido objeto de todo tipo de literatura
más o menos fantástica, que incluía las predicciones de Edgar Cayce de mediados
del siglo XX, que aseguraba que bajo las patas del monumento se ocultaba una
cámara secreta con el legado de la Atlántida, o sea, la famosa Sala de los
Archivos. Esta línea alternativa ha sido perpetuada hasta la actualidad a
través de la persistente búsqueda de estas cámaras o cuevas subterráneas que
ocultarían fabulosos tesoros o vestigios del pasado. Sin embargo, la polémica
de la Esfinge por excelencia es su edad o, dicho de otro modo, su datación.
Todo arrancó con las observaciones a mediados del siglo XX del egiptólogo amateur
René Schwaller de Lubicz, que consideró que la erosión que se advierte en la
cubeta de la Esfinge era de origen pluvial. Años más tarde, John Anthony West,
como fiel seguidor de Schwaller, retomó este argumento y se propuso dilucidar
qué había de cierto en esta teoría, que tenía un impacto directo en la datación
del monumento, ya que durante milenios el régimen de lluvias en Guiza ha sido
más bien escaso, como corresponde al clima desértico de la zona. Por lo tanto,
una marcada erosión pluvial conducía a una datación geológica más antigua, pues
se sabía que el norte de África había tenido un clima mucho más templado y húmedo...
varios miles de años antes de Khafre.
Foto cortesía de Luis Palacios |
A este respecto, vale la pena hacer un inciso y mencionar una anécdota muy significativa (narrada por Colin Wilson en su libro El mensaje oculto de la esfinge) acerca de la supuesta objetividad de la ciencia y de la influencia de ciertos prejucios cuando West empezó a consultar a los expertos sobre esta cuestión:
Por ejemplo, preguntó un geólogo de Oxford si le importaba que le gastara una broma y entonces le enseñó una fotografía de la Esfinge en la cual la cabeza y los demás rasgos que la identificaban aparecían tapados con cinta adhesiva, de tal modo que semejaba un fragmento de precipicio. ¿Cree usted que esto es erosión eólica o erosión acuática? El geólogo respondió sin titubear: “Erosión acuática”. Entonces West quitó la cinta adhesiva y dejó al descubierto la cabeza y las patas. El geólogo miró fijamente la fotografía y dijo: “Oh.” Y después de reflexionar un poco más, agregó: “No quiero decir nada más. El desierto no es mi especialidad, ¿comprende?.”
Por otro lado, West también dedicó sus esfuerzos a la prueba negativa, aludiendo a que el efecto de las tormentas de arena no debió ser de gran importancia dado que la Esfinge pasó muchos siglos enterrada completamente o sólo asomando la cabeza. En cuanto a los típicos efectos de los agentes químicos o la insolación, West no apreció las típicas marcas de esta clase de erosión, que dejan una superficie quebrada y rugosa, a diferencia del aspecto pulido de la erosión de la Esfinge.
Y por si fuera poco, aparte de los elementos geológicos,
West quiso demostrar que la Esfinge no podía datarse con total certeza en la
época de Khafre por cuatro razones:
1) La estela de la Esfinge (o del sueño), de Tutmosis IV. Al
final del texto, que está dañado, se leyó la palabra khaf, y esto fue
considerado como una referencia al impulsor del monumento. Pero West aduce que
khaf está presente en muchas palabras egipcias y que no hay una alusión directa
al constructor de la Esfinge.
2) Las estatuas de Khafre. Se encontraron varias estatuas de
Khafre –y una de ellas en forma de esfinge– en el recinto del templo de la
Esfinge y eso sirvió para vincular inequívocamente el templo y la Esfinge a
Khafre. West contesta que no hay ni una sola inscripción jeroglífica que haga
referencia al constructor del templo.
3) El parecido entre el rostro de Khafre y el de la Esfinge.
Para West, se ha forzado el parecido entre ambos, y cree que en la IV dinastía
ya se podía realizar un retrato notablemente naturalista del faraón.
4) La estela del inventario. Según West, la estela menciona
que en tiempos de Khufu la Esfinge (y también la Gran Pirámide) ya estaba allí.
Para acabar de apuntalar sus tesis, J.A. West hizo entrar en
escena a Robert M. Schoch, geólogo por la Universidad de Boston, que viajó a Egipto en 1990 y comenzó a tomar
contacto con el contexto geológico de la Esfinge. En abril de 1991 West y
Schoch recibieron permiso de las autoridades egipcias para realizar una
investigación in situ y extraer las correspondientes conclusiones. En esta
empresa también tomaron parte otros especialistas, como el geofísico Thomas
Dobecki, experto en sismología. Una vez acabada esta investigación, que tuvo su
particular versión en documental televisivo, saltó la noticia: los estudios
geológicos apuntaban a que la erosión de la Esfinge se debía fundamentalmente a
la acción del agua y que ello suponía retrasar la fecha de la construcción de
la esfinge en varios miles de años (pocos para Schoch, entre 5000 y 7000 a. C.,
y muchos para West). Aparte de estos resultados, también se destacó que, según
las pruebas realizadas por Thomas Dobecki, se habían detectado algunas
cavidades bajo la Esfinge, dando así pábulo a las viejas reivindicaciones sobre
la existencia de cámaras secretas.
Por otro lado, West volvió al tema del rostro de la Esfinge
para rechazar la reconstrucción hecha por ordenador por Mark Lehner, que
cuadraba perfectamente con la efigie de Khafre. Para West, este procedimiento
era claramente manipulable. Entonces decidió recurrir a Frank Domingo, un
reconocido experto forense del Departamento de Policía de Nueva York, con el
propósito de dilucidar la verdadera identidad del rostro de la Esfinge. Tras
observar las estatuas y tomar numerosas fotografías, Domingo confirmó, a través
de una meticulosa comparación de los rasgos de la cara de Khafre y los de la
Esfinge, que se trataba de dos personas diferentes, si bien no se pudo
identificar al personaje retratado en la Esfinge.
Pero aparte del impacto producido en la opinión pública por
el documental, quedaba pendiente un paso indispensable: hacer que la datación
de la Esfinge saliera del marco de la Historia alternativa y se aceptara como Historia académica.
A tal fin, Robert Schoch presentó en 1992 su tesis ante la comunidad académica
de geólogos –en la reunión de la Geological Society of America que tuvo lugar
en San Diego– y obtuvo un amplio apoyo a sus propuestas sobre la erosión de la
Esfinge. Sin embargo, desde la comunidad egiptológica se desató un firme
contraataque, protagonizado principalmente por Mark Lehner. Llegados a este
punto, es de justicia que el lector tenga una visión de ambas argumentaciones,
que inevitablemente se adentran en terrenos técnicos propios de la geología,
pero que trataremos de sintetizar y exponer de forma comprensible para el público
no experto.
Lo que Schoch propuso refutaba un informe realizado
anteriormente por Lehner junto con el geólogo K. Lal Gauri. El informe
Gauri-Lehner venía a poner de manifiesto los siguientes hechos:
a) Se descarta la acción del viento y la arena como
principal agente de la erosión.
b) Se aprecian hasta tres grandes campañas de restauración
en la Esfinge.
c) No se observa un desgaste significativo en la Esfinge
desde la primera reparación (en el Imperio Nuevo) hasta las últimas décadas.
Esta primera actuación se habría hecho con bloques extraídos de obras del
Imperio Antiguo.
d) La erosión, según las pruebas realizadas por Gauri, sería
debida a la reacción del agua con las sales naturales presentes en la piedra
caliza (dichas aguas provendrían del subsuelo). El efecto resultante sería una
erosión química, que produciría una descamación o desconchado de la superficie
de la piedra llamada exfoliación.
A su vez, Zahi Hawass (director de la Arqueología de Egipto) consideraba que todo el problema se
debía a la pésima calidad de la caliza local, que provocaba un rápido desgaste
de la superficie de la roca y obligaba a regulares reparaciones. Frente a estas
afirmaciones, Schoch expuso su versión sobre el problema de la erosión, como
conclusión de sus trabajos en Guiza, centrándose en los siguientes argumentos:
- Se observa en la cubeta y en la Esfinge un claro patrón de grietas o marcas verticales y ondulaciones típicas de la erosión por lluvia, como regueros o pequeñas cascadas de agua. Las aguas habrían erosionado el monumento durante unos 2.500 años antes de Khafre, esto es, en época neolítica (cuando había en la región un alto régimen de precipitaciones).
- El efecto de la erosión química está presente en Guiza, como aseguraba Gauri, pero no puede explicar por sí sola todas las características erosivas que se observan en el recinto de la Esfinge. Fundamentalmente hay tres problemas al respecto: 1) Otros monumentos de Guiza no presentan tal erosión. 2) Tanto la Esfinge como la cubeta han estado cubiertas por arena durante muchos siglos. 3) Ni las grandes grietas ni la roca ahuecada pueden ser resultado de este tipo de erosión.
- Otros monumentos del Imperio Antiguo de la zona de Saqqara (a sólo 16 km. de Guiza) hechos con ladrillo presentan un tipo de erosión diferente y más leve, lo cual hace difícil que puedan adscribirse a la misma época.
- Las paredes de los templos adyacentes a la Esfinge sufrieron una fuerte erosión similar por efecto del agua y tuvieron que ser reparadas con bloques de granito, los cuales sólo presentan rastros de la típica erosión por viento.
- La parte trasera de la cubeta (al oeste) presenta la mitad de erosión que los laterales: en los lados norte, sur y este la erosión alcanza una profundidad de entre 1,8 y 2,4 metros, mientras que el el lado oeste sólo es de 1,2 metros. Ello hace pensar que fue expuesta a un periodo de erosión menor. Este lado habría sido excavado y reparado ya en tiempos de Khafre, lo que a su vez sitúa la edad de la Esfinge en un tiempo muy anterior. Esto se observa también en diferente grado de erosión de dos muros excavados en este extremo de la cubeta, uno de ellos muy afectado por los regueros de agua y otro bastante menos.
- No tiene sentido un deterioro tan rápido de la caliza que obligara a realizar las primeras reparaciones ya en el Imperio Antiguo, a poco de acabar el monumento. La caliza de la zona, sin ser excelente, pudo aguantar bien los procesos de erosión habituales, como se ve en otras edificaciones. El problema de la Esfinge es el efecto añadido de una fuerte erosión por agua durante mucho tiempo.
Como conclusión, en opinión de Schoch, tanto la Esfinge como
sus dos templos adjuntos se construyeron en dos etapas. La primera, en una
época húmeda, bastante anterior a la IV dinastía. Luego, en el Imperio Antiguo,
Khafre se habría apropiado de estos monumentos y los habría restaurado. Ello
explicaría también la evidente diferencia de proporción entre la cabeza y el
cuerpo de la esfinge. Así pues, la cabeza original, tal vez ya bastante
deteriorada, habría sido reesculpida con la efigie de Khafre. Para muchos
autores alternativos, la cabeza original debió haber sido la de un león, en
consonancia con el resto del cuerpo.
Nos queda finalmente conocer la réplica de la egiptología a
todas estas teorías alternativas. Muchos egiptólogos dijeron que tales
afirmaciones simplemente no podían ser ciertas, porque la cronología era un
tema ya superado, fruto de rigurosos trabajos durante muchas décadas. Mark
Lehner se remitió al informe que ya hemos comentado y corroboró la correcta
datación de la Esfinge con el apoyo de diversas referencias geológicas y
arqueológicas:
a) La lluvia ácida de los últimos tiempos es responsable del
deterioro del entorno de la Esfinge y no unas improbables lluvias de épocas muy
distantes.
b) Se encontró en el lado oeste de la cubeta una vasija de
cerámica típica de la IV dinastía junto unos mazos de piedra con restos de
cobre, herramientas propias del Imperio Antiguo, que se utilizaron
presumiblemente para excavar el recinto y el monumento.
c) Se halló también un gran bloque de piedra inacabado
–destinado al templo de la Esfinge– justo por encima de un estrato datado por
cerámica en la IV dinastía.
d) La gran cantidad de estatuas de Khafre halladas en el
complejo piramidal de este faraón aumentan la probabilidad de que también fuera
el constructor de la Esfinge.
Para acabar de zanjar el asunto, Lehner se refirió a la
imposibilidad de que la Esfinge hubiera sido construida en el neolítico egipcio
(y menos aún durante el paleolítico). Sencillamente debería haber existido una
civilización con unas mínimas capacidades para realizar tal obra en esas
épocas, cuando lo cierto es que no hay ninguna pista sobre tal civilización
(sea la Atlántida u otra cualquiera). Así, durante una reunión de la American
Association for the Advancement of Science, Lehner pronunció una frase
lapidaria que luego fue objeto de cierta crítica e ironía por parte del bando
alternativo: "Muéstreme un trozo de vasija". Es una aseveración contundente en
su lógica: no hay, a día de hoy, ningún contexto histórico-arqueológico que
sustente la existencia de una cultura que no habría dejado más huella que ese
gran monumento (y sus templos adjuntos).
Con todo, tanto West como Schoch opinan que el todo el
conjunto de argumentos contrarios a sus tesis no son coherentes entre ellos y
que obligan a realizar una serie de equilibrios poco fundamentados, como por
ejemplo recurrir a la lluvia ácida, que afectaría a unos monumentos y a otros
no (aparte de no explicar el tipo de deterioro de las paredes de la cubeta).
En definitiva, resulta bastante complicado elaborar un
juicio claro y definitivo sobre este asunto. ¿Estamos ante un problema técnico
demasiado grande y complejo? ¿Es el miedo a la ruptura del paradigma lo que
impide ir más allá y reconocer lo obvio? ¿O no es más que otra fabulación de
algunos autores alternativos para crear expectación y negocio? La verdad es que
no tengo respuestas definitivas para estas preguntas, si bien reconozco que el escenario planteado por West y Schoch está sólidamente fundamentado en observaciones empíricas y que en todo caso la pelota está ahora en el tejado de la egiptología. Sea como fuere, he intentado exponer la controversia
de la forma más objetiva posible y dejo ahora al lector o lectora la potestad
de analizar más a fondo los secretos de la Esfinge y extraer sus propias
conclusiones.
(c) Xavier Bartlett 2013
3 comentarios:
Interesante post. Muy claro e imparcial. Gracias
Estupendo artículo. Muy bien documentado y sustentado. Muchas gracias.
Amigo Sergio
Gracias por el comentario. En efecto, mi intención era exponer la información de manera imparcial y desde todas las perspectivas, porque lamentablemente en este tema -como en otros relacionados con la arqueología alternativa- impera el sesgo, el prejuicio y las ganas de desacreditar a la otra parte.
Saludos,
X.
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