domingo, 22 de septiembre de 2013

Robert Bauval y la Correlación de Orión


Robert Bauval, nacido en Alejandría en 1948 de padres belgas, es un ingeniero que desde joven desarrolló un gran interés por el imponente legado del tiempo de los faraones. Así, durante años, Bauval compaginó su trabajo profesional con el estudio de la civilización egipcia. De esta pasión nació una vocación investigadora que culminó en la formulación de una hipótesis sobre el sentido astronómico de las grandes pirámides como símbolo de una religión estelar, que habría quedado oculta bajo la preponderancia de la religión solar y del gran dios Ra.


Bauval se preguntó no sólo cómo fueron construidas las pirámides –un tema harto recurrente– sino especialmente con qué finalidad, más allá del consabido propósito funerario. ¿Existiría un plan maestro que habría diseñado perfectamente el tamaño y posición de las pirámides en función de claves astronómicas? Su investigación al respecto le condujo a estudiar los llamados textos de las pirámides, un conjunto de textos jeroglíficos de carácter mágico-religioso hallados en el interior de la pirámide del faraón Unas[1],
Pirámide del faraón Unas
(alrededor del 2300 a. C.), que han sido objeto de estudio durante un siglo y sobre los cuales no hay una versión total y definitiva. De hecho, se han realizado diversas traducciones de estos textos, que son en gran parte crípticos –con varias palabras que han resultado indescifrables– y que están conformados por fórmulas mágicas, conjuros, oraciones y ensalmos relacionados con el ritual del paso del faraón al mundo de ultratumba.


Representación del dios Osiris
Para Bauval, estos textos, que constituyen el documento religioso escrito más antiguo de la historia, contenían algo más que un extraño galimatías de tipo ritual-religioso. En su opinión, confirmando lo expresado por el egiptólogo norteamericano J. H. Breasted a inicios del siglo XX, los textos sugerían la existencia de un culto estelar muy antiguo, probablemente anterior al culto solar, en que se podía apreciar la importancia de Osiris, el dios representado por la constelación de Orión. Este culto se fundamentaba en la creencia de que el faraón, al morir, se convertía en una estrella y pasaba a morar el Duat, el mundo estelar de Osiris. Tirando de este hilo vinculado al Duat, a Osiris y a la constelación de Orión, Bauval se internó en la búsqueda de relaciones entre las creencias religiosas y las observaciones astronómicas. 

En este camino también se fijó en otra estrella de gran significación para los egipcios, Sirio, asociada a la diosa Isis, cuya constelación (el Can Mayor) aparecía no por casualidad inmediatamente después de Orión. El siguiente paso de su investigación, el que finalmente dio origen a su clásico best-seller El misterio de Orión (1995), consistió en traspasar esta religión estelar al contexto de las grandes pirámides de Guiza.



Ya se sabía que la pirámide de Khufu (Keops) tenía cuatro pequeños conductos, calificados erróneamente como «canales de ventilación», que apuntaban al cielo de la meseta de Guiza, aunque los dos conductos que procedían de la Cámara de la Reina estaban bloqueados y no tenían salida al exterior. Bauval recogió las observaciones realizadas por algunos egiptólogos, principalmente Alexander Badawy, en el sentido de que dichos conductos tenían en realidad una función simbólica de tipo ritual, una especie de pasajes para el viaje estelar del alma del faraón. Así, tomando la inclinación de los conductos, resultaba que para una fecha de alrededor de 2600 a. C. los cálculos astronómicos mostraban que el conducto sur de la Cámara del Rey apuntaba directamente a la constelación de Orión, mientras que el conducto norte se alineaba con la que entonces era la estrella polar, Alfa Draconis, de la constelación del Dragón.



Sin embargo, pese a todas estas coincidencias y analogías, Bauval se preguntaba porqué las tres grandes pirámides, que están perfectamente orientadas según los cuatro puntos cardinales, no habían sido alineadas entre sí de forma que se facilitara el proceso de orientación y construcción. Además, surgía la pregunta de porqué la pirámide de Menkaure (Micerino) era notablemente más pequeña y presentaba un evidente desvío respecto al eje sudoeste que alineaba a sus hermanas. La respuesta la obtuvo casualmente cuando contemplaba el cielo nocturno del desierto junto con un amigo, el cual le hizo notar que las tres estrellas centrales de Orión no están perfectamente alineadas, sino que la tercera, la más pequeña, presenta una ligera desviación hacia el este.



Lo que Bauval vio en ese momento fue una conexión directa entre la posición de las tres grandes pirámides y el cinturón de Orión. Y no sólo eso, sino que la ubicación de las pirámides guardaba una estrecha relación con el río Nilo, ya que esta disposición sería un calco de la posición de Orión en relación con la Vía Láctea, a modo de río estelar. En conjunto, la necropólis menfita sería el mítico enclave de Rostau, la puerta terrenal al reino estelar de Osiris, el Duat. Este fue el argumento central de su libro, coescrito con la aportación de Adrian Gilbert, que supuso el nacimiento de la Teoría de la Correlación de Orión (TCO), objeto de numerosas críticas y discusiones tanto en el campo alternativo como en el ortodoxo. Tras este descubrimiento, Bauval publicó un artículo en la revista Discussions in Egyptology, y recibió el apoyo moderado de toda una institución en la egiptología, el profesor británico I.E.S. Edwards.



Su trabajo se vio completado por otros estudios arqueoastronómicos y, gracias a las recientes medidas tomadas por el ingeniero alemán Rudolf Gantembrink, pudo confirmar que se daba una alineación perfecta entre el conducto sur de la Cámara del Rey de la gran pirámide y la estrella Zeta Orionis (o Al Nitak) en un intervalo fijado entre 2475 a. C. y 2400 a. C., lo cual representaba un indicio que permitiría poner fecha «astronómica» para la construcción de la pirámide, ligeramente más moderna que la cronología convencionalmente aceptada. Según el propio autor:



«[...] si los antiguos egipcios eran conscientes del hecho de que las estrellas se desplazaban lentamente, y que este movimiento era fácil de medir en el tránsito del meridiano, la conclusión es inevitable: el arquitecto que diseñó el conducto sur de la Cámara del Rey en la Gran Pirámide y lo dirigió intencionalmente a Zeta Orionis, sabía que esta estrella con el tiempo cambiaría de altura y también sabía que la estrella estaba fijando un punto (c. 2450 a. C.) en el gran ciclo del tiempo.»



Pero el Misterio de Orión todavía nos revelaba una propuesta más audaz: tanto la construcción del conjunto de Guiza como la de otras pirámides próximas habría sido diseñada según un plan ancestral que se remontaría al Zep Tepi o «Tiempo Primero». Siguiendo un viejo lema de la tradición hermética[2], «Como es arriba, así es abajo», Bauval propuso que la disposición de estos monumentos era un auténtico reloj o marcador temporal, ya que reflejaría en su cénit la exacta posición de las estrellas de Orión en el firmamento en una época tan lejana como 10450 a. C., lo cual vendría a ser un claro indicio de que los egipcios conocían bien el ciclo precesional. En esta especie de gran mapa estelar, no sólo las grandes pirámides dibujarían la posición de Orión, sino que otros monumentos también tendrían su referente en la bóveda celeste; así, por ejemplo, las pirámides de Dashur –construidas por el fundador de la IV dinastía, Snefru– serían una imagen terrestre de la constelación de las Híades, mientras que la pirámide del faraón Djedefre (faraón de la IV dinastía) en Abu Roash representaría en la tierra a la estrella Kappa Orionis.



Posteriormente, Robert Bauval colaboró con Graham Hancock (con el que ha escrito otras obras alternativas), pero básicamente siempre ha sido fiel al Egipto faraónico y a los estudios arqueoastronómicos. Entre estas obras a dos manos podríamos destacar Keeper of genesis (1996), en la cual se repasa ampliamente la polémica que rodea a la Esfinge de Guiza, sin olvidar los oportunos comentarios sobre las inevitables grandes pirámides. Bauval daba igualmente a este monumento un sentido astronómico, puesto que su orientación hacia el este sería un marcador equinoccial de la Era de Leo –no por casualidad la esfinge tendría la forma de este animal– para la misma referencia temporal ya citada, alrededor de 10500 a. C., lo que de algún modo completaría el simbolismo estelar del Zep Tepi.



Con su libro The Egypt Code (2006) Bauval retomó la TCO y trató de demostrar la existencia de un gran plan unificado de la arquitectura monumental egipcia, basado enteramente en patrones astronómicos. El autor insiste en la introducción de esta obra que no se trata de otro típico libro New Age, con un fuerte componente especulativo, sino que sus propuestas se atienen a datos perfectamente comprobables y verificables, lo que permitiría someterlos al criterio de falsabilidad. Tenemos, pues, un estudio que se mueve en términos geográficos, históricos y astronómicos, y que a veces no resulta demasiado accesible al lector profano por su contenido técnico. En todo caso, se apunta a una línea cada vez más próxima a la ortodoxia y, a diferencia del trabajo de Hancock, con una escasa o inexistente mención al tema de las antiguas civilizaciones desaparecidas.



Sobre la obra de Bauval podemos decir que, pese a ser colocada en el mismo cesto de la literatura alternativa pseudocientífica, sus propuestas han tenido mayor eco en la comunidad académica y han generado todo tipo de reacciones, algunas incluso relativamente benévolas. Así, varios libros o artículos ortodoxos mencionan la TCO, como una nueva aportación o enfoque para el estudio de la civilización egipcia, aunque generalmente desautorizan a Bauval o ponen en entredicho muchos de sus postulados. En todo caso, es justo reconocer que Bauval ya es un todo referente en las nuevas vías de investigación alternativas (especialmente la vía arqueoastronómica) para arrojar nueva luz sobre el origen de la civilización egipcia.

(C) Xavier Bartlett 2013







[1] En realidad, se encontraron fragmentos de estos textos en cinco pirámides de las dinastías V y VI (y en alguna de la VIII), pero la que más datos ha revelado es la de Unas, último faraón de la V dinastía.


[2] Los Textos Herméticos, que fueron escritos en Egipto hacia el 200 d. C., deben su nombre a Hermes (el dios griego de la sabiduría, el Tot de los egipcios) y recogen una antiquísima sabiduría del tiempo de la era faraónica, o incluso anterior. Según estos textos, Egipto estaba hecho «a imagen del cielo».

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